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CAPITULO 2 MEMORIA: LA MEMORIA COMO ESCRITURA En la historia de la cultura occidental siempre ha existido una estrecha alianza entre la memoria y la escritura. La palabra latina memoria tenfa un doble signi- ficado: «recuerdo» y «recordatorio». La palabra memoria en espafiol contiene todavia ambos significados: la memoria como recuerdo (por ejemplo, corto de memoria) y la memoria como estudio, disertacidn o tesis (por ejemplo, memo- ria explicativa). Este doble significado de la palabra memoria recalca el vinculo entre la memoria humana y los recursos que se han ideado para registrar los co- nocimientos fuera de la memoria. Desde el principio —es decir, desde la tabli- se han descrito en términos toma- Ila de cera— el recuerdo y el olvido humanos dos de memorias protéticas. Como un sello en la cera El docus classicus de la metafora de la tablilla de cera es el Teeteto de Platén'. En este didlogo sobre el conocimiento y la verdad, Sécrates —quien como de cos- tumbre dialoga principalmente consigo mismo— pide al joven Teeteto que se imagine «que hay en nuestra alma una tablilla de cera, la cual es mayor en unas personas y menor en otras, y cuya cera es mas pura en unos casos y mds impura en otros, de la misma manera que es més dura unas veces y més blanda otras, pero en algunos individuos tiene la consistencia adecuada» *. Este bloque de cera es un regalo de Mnemésine, la madre de las musas, dice Sécrates. Platon, Teeteto. Didlogos, vol. V, traduccién de A. Vallejo Campos, Madrid, Biblioteca Clasica Gredos, 1988, * Ibidem, 191c-191e. 47 LAS METAFORAS DE LA MEMORIA. si queremos recordar algo que hayamos visto u ofdo 0 que hayamos pensado noso tros mismos, aplicando a esta cera las percepciones y pensamientos, los grabamos en: ella, como si imprimiéramos el sello de un anillo. Lo que haya quedado grabado lo recordamos y lo sabemos en tanto que permanezca su imagen. Pero, lo que se borre © no haya llegado a grabarse lo olvidamos y no lo sabemos.* En tiempos de Platén, las tablillas de cera ya venian utilizandose desde hacia varios siglos. Se componian de dos o més tablas estrechas unidas entre si. Un- tandolas con cera se podia escribir o dibujar sobre ellas*. A diferencia de las ta- blas de arcilla —que se enducerfan—, las tablillas de cera podfan borrarse y vol- ver a utilizarse. En la Academia de Platén, los alumnos sin duda debieron de utilizarlas, y para Sécrates tuvo que ser muy natural comparar la memoria con un material de escritura cuya calidad variaba segtin la composicién de la cera. Si alguien tiene buena memoria, «cuando la cera es, el alma, profunda y abundan- te y lisa, y tiene la adecuada contextura», podré asimilar facilmente impresiones y retenerlas durante mucho tiempo *. Sin embargo, quien haya de arreglarselas con una cera demasiado blanda carecera de esta «impresionabilidad» —un tér- mino que se remonta a la tablilla de cera—, perderd con rapidez las impresio- nes, y estas personas, segtin Sécrates, «aprenden con facilidad, pero se hacen ol- vidadizas» °. Sila cera es dura y pétrea, las impresiones no seran suficientemente nitidas. La capacidad para emitir juicios depende de la conexién correcta entre el original y la imagen en la memoria, una relacién como la del sello y la impre- sion. La tablilla de cera volverfa a aparecer de forma més extensa en la teoria de la memoria de Aristételes. En De la memoria y el recuerdo escribe que la experien- cia, asimilada por los sentidos, deja en nuestra memoria una «imagen», un ¢- kon, «igual que cuando los hombres sellan algo con sus anillos sellados» ’. En caso de enfermedad no es posible estampar una imagen clara en la memoria, es «como si el estimulo o el sello se hubiera aplicado a un agua que fluye» *. Por esta raz6n, los muy jdvenes y los viejos tienen poca memoria: Esos estan en un estado de fluencia, los jévenes a causa de su crecimiento, los viejos a causa de su decadencia, Por una razén semejante, ni los que son muy répidos, ni los que son muy lentos parecen tener buena memoria; los primeros son més huime- dos de lo que deberian ser y los otros son mas duros de lo conveniente; en los prime- ros no puede perdurar la impresién en el alma; en los ottos no deja huella.? * Ibidem, 191¢-191e. * M. Carruthers, The book of memory. A study of memory in medieval culture, Cambridge, 1990, p. 22. Platon, Teeteto, 194c. Ibidem, 194e, Aristoteles, De la memoria y el recuerdo, 1, 450a. Aristoteles, Memoria, 1, 450a. Aristétcles, Memoria, 1, 450b, pp. 1-10. 48 MEMORIA: LA MEMORIA COMO ESCRITURA En la psicologia de Aristételes, marcadamente sensorial, la memoria contiene imagenes que son copias de lo que han transmitido los sentidos. Aristételes re- calca con més fuerza que Platén el aspecto fisioldgico de la memoria. Cabria decir que Aristoteles da un significado mds literal a la metdfora de la tablilla de cera, que, en el caso de Plat6n, no era mds que una metéfora lidica. Se estampa realmente algo en el cuerpo, una impresién con caracteristicas fisioldgicas, una huella material. Estas huellas fisicas suelen permanecer —en palabras de Ac- krill— «sumergidas, inoperantes, desapercibidas», pero pueden recuperarse como imdgenes '°. Los presocraticos ya habfan formulado hipstesis sobre el sustrato fisico de las huellas mneménicas. Parménides habfa propuesto que a cada recuerdo le correspondia un patron de luz y calor, oscuridad y frio, y que la perturbacién de dicho patrén borraba el recuerdo. Didégenes de Apolonia su- ponia que los recuerdos estaban fijados segiin una determinada distribucién del aire en el cuerpo; la confirmacién de esta hipétesis la encontré al observar que las personas suspiraban aliviadas cuando por fin les venfa a la memoria lo que buscaban. En tiempos de Aristteles, el pnewma era el concepto central en |a fisica. Aristételes conecté con este concepto su teoria sobre el sustrato fisico de la huella mneménica; el recuerdo era el movimiento cada vez mas débil con el que el pneuma transportaba las impresiones sensoriales por el cuerpo. El punto final provisional de este transporte era el corazén, sede de las emociones ''. Aquello que habia que tomarse a pecho se conservaba en el centro del sistema circulatorio ', Una vez almacenadas en el corazén, las representaciones supe- riores —las de la vista, el ofdo y el olfato— podfan ser trasladadas al cerebro por el pneuma. En posteriores teorias fisiolégicas, el pneuma cederia el paso al spiritus ani- males, una sustancia etérea que —segtin el médico grecorromano Galeno— se almacenaba en las cavidades cerebrales o ventriculos. El ventriculo posterior es- taba reservado a la memoria; lo que habia que memorizar se retenia en el occi- pucio (véase figura 2.1) 1%. Para una memoria que coordinaba lo que recogian los sentidos, esta era una ubicacién convincente, que permanecid incontestada durante mds de quince siglos. © J, L. Ackrill, Aristoreles, Groninga, 1994, p. 97. “También en la tradicién hebrea, el corazén era la sede de Ia memoria: «Guarda en tu corazén mis mandamientos» (Proverbios 3:1-3), «ponlos como collar en tu garganta, y estémpalos en las tablas de tu corazén». Aparte de los mandamicntos, también los pecados podian quedar grabados indeleblemente en el corazén: «El pecado de Judd estd escrito con punzén de hierro, y grabado con punta de diamante so- bre la tabla de su corazén y en los cornijales de sus alrares», (Jeremias 17:1.) © La teoria del corazén como locus de la memoria ha dejado huellas etimolégicas: la palabra latina re- cordari, recordat, hace referencia al coraz6n, al igual que «by heart» 0 «par coeur, sobre lo que se recuerda de memoria ' E, Clarke, y K. Dewhurst, Am illustrated history of brain function, Oxford, 1972, p. 5 49 LAS METAFORAS DE LA MEMORIA. 2.1 Gregor Reisch, prior del monasterio cartujo de Friburgo, incluyé en su Margarita philosophica (Basilea, 1503) un dibujo de la mente humana. Este esquema de finales de la Edad Me- dia refleja influencias tanto aristotélicas como galénicas: las ca- pacidades del «alma sensitiva» (Arist6teles) se alojan en los ven- triculos (Galeno). En los ventriculos contiguos de la parte anterior del cerebro —dibujada casi siempre como una sola ca~ vidad— se retinen las imagenes de los sentidos en el sensus communis, Gracias a estas imagenes el alma puede tener phan- tasia ¢ imaginativa, Las imagenes fluyen a través de un peque- fio orificio hasta el segundo ventriculo, donde tienen su sede las cogitativa y estimativa, El tercer ventriculo, el més alejado de los sentidos, aloja a la memorativa, Be pores anime nfs La metéfora de una superficie cubierta de cera sobre a cual se podia escribir © estampar se convirtié después de Platén y Aristételes en un topos en la litera- tura sobre la memoria. Del mismo modo que la escritura se compone de signos y del material sobre el cual se escriben estos signos, explica Cicerén en De ora- tore, la memoria, como una tablilla de cera, contiene por un lado un espacio, una hoja, y por otro las imagenes escritas en ella. Y en el Ad Herennium, un tra- tado de mnemotecnia, se dice que el orador experimentado puede guardar ima- genes «en un segundo plano» y aproximarlas a voluntad; este segundo plano equivale a una tablilla de cera 0 una hoja de papiro, memorizar es escribir, re- cordar es releer lo que se ha escrito '*, De este modo la imagen segufa siendo la misma, aunque el material de escritura cambiara. A pesar de que la tablilla de cera habfa cedido el puesto desde hacia tiempo al cédice, y el cédice al pergami- no y més tarde al papel, el simil de «grabar» una «impresién» para expresar el mecanismo del recuerdo seguia intacto. En el siglo xu, Tomas de Aquino escri- bia que un recuerdo es una reduccién de la percepcién original, del mismo modo que la cera puede reproducir la imagen del sello, pero no permite ver si se ha sellado con oro 0 con bronce'. A finales del siglo xix, la capa de cera figura- ba atin como una superficie receptiva detrds de la percepcidn en teorfas sobre la memoria auditivas segtin estas, los sonidos se graban en la memoria del mismo modo en que la aguja de un fondgrafo deja un surco en un cilindro de cera (véase el Capftulo 4). Asi, una metafora con mds de dos milenios de antigiiedad acabé aplicandose en un Ambito que no tenia nada que ver con la escritura y la lectura. Esta es una muestra de la naturaleza arquetipica de esta metdfora. Una vez grabada en el pensamiento sobre la memoria, no hubo forma de eliminar esta imagen. + Carruthers. Book, p. 28. °S Thidem, p. 55. 50 MEMORIA: LA MEMORIA COMO ESCRITURA Un lugar interior que no es lugar La tablilla de cera no es la nica metéfora que tiene su origen en el Teeteto. Después de explicar que «reconocer» consiste en buscar el parecido entre una percepcién y otras impresiones ya presentes en la memoria, Sécrates empieza a interrogar a Teeteto sobre la diferencia entre tener conocimiento y paseer cono- cimiento. Segrin Sécrates esta diferencia exige otra metdfora: Una ver mas, de la misma manera que antes disponiamos en nuestras almas una se- rie de tablillas de cera, también vamos a colocar ahora un cierto palomar en el alma con toda clase de aves, unas, en bandadas separadas de las demés, otras en pequefios grupos, y unas pocas, aisladas, volando al azar entre las otras! En este palomar —otras traducciones hablan de «jaula» o «pajarera»— el cono- cimiento esta disponible de dos maneras: poseer conocimiento significa tener el pajaro en la jaula, tener conocimiento significa tener el pdjaro en la mano; esta es la diferencia entre la posibilidad de recordar y el recuerdo efectivo. En nues- tra infancia, la pajarera estd practicamente vacia, pero por medio del aprendiza- je vamos afiadiendo pdjaros a nuestra coleccién. Si nos equivocamos es porque hemos cogido el pajaro equivocado: «Entonces, por asi decirlo, cogemos la pa- loma torcaz que tenemos en nuestro interior, en lugar de coger la paloma co- mun» !’, Seguin esta bucdlica imagen de la memoria como palomar o pajarera, recor- dar es como conservar experiencias en un recinto cerrado. Quien quiera recor- dar algo, tendrd que entrar de nuevo en el recinto y buscar lo que tiene guarda- do en él. Al igual que la tablilla de cera, la metéfora del almacén, en la bibliografia sobre la memoria, se ha convertido en un arquetipo que ha conoci- do decenas de variantes desde los griegos hasta las teorias actuales. Atin ahora se habla de «tiempo de almacenamiento» y «capacidad de almacenamiento» y en la memoria tienen lugar «procesos de bisqueda». Ningtin escritor de la Antigiiedad ha utilizado con més elegancia las metafo- ras del almacén que san Agustin. En el Libro X de las Confesiones habla de edifi- cios, almacenes, cuevas y tesoros de la memoria, imagenes, segin él mismo, que como mucho son una aproximacién a la memoria '*. En el caso de san Agustin no se olvida nunca la tensién que siente entre la memoria y las palabras que se pueden encontrar para referirse a ella. Los recuerdos escribe, quedan «guarda- dos en este gran almacén de la memoria, en sus compartimientos secretos € '© Platén, Teeteto, 197d. " Ibidem, p. 467 ® San Agustin, Confesiones, traduccién José Cosgaya, Madrid, BAC, 1994. 51 LAS METAFORAS DE LA MEMORIA indescriptibles, por llamarlos de alguna manera» '”. Las metdforas, insuficien y a la vez imprescindibles, recrean la memoria en un seudoespacio, «un lu: interior que no es lugar» 7°. Lo que recordamos lo extraemos de «una especic compartimientos maravillosos» *'. Las descripciones agustinianas de la mem ria deben su atractivo al alto grado de asombro, plenamente justificado, que cierran, como en este célebre pasaje: Se desplaza la gente para admirar los picachos de las montafias, las gigantescas 0 del mar, las anchurosas corrientes de los r/os, el perfmetro del océano y las érbitas « los astros, mientras se olvidan de si mismos y no se maravillan de que yo, al nombr. todas estas cosas, no las veo con mis ojos. Y, sin embargo, serfa incapaz de hablar «: ellas si interiormente no viese en mi memoria las montafias, el olegje, los ros y | astros que personalmente he tenido ocasin de contemplar, ni el océano del que h: oido hablar, con dimensiones tan grandes como si los viese fuera”. Las metdforas de san Agustin reducen estos «enormes recintos» a la medida hu- mana de un palacio, un tesoro o una cueva. Todo lo que entra a través de los pérticos, puertas y vias de acceso de los sentidos se deposita y almacena por se- parado: imagenes, sonidos, olores. En el recuerdo vuelven a aparecer las copia> de las cosas percibidas, separadas por sentidos, tan separadas como cuando en- traron. Cuando pensamos en colores no se interponen sonidos: «Y eso, aunque los sonidos estén alli y aunque permanezcan latentes, algo asf como puestos aparte» ?, La metéfora del almacén plantea la pregunta de cémo algo que no ha entra- do por las puertas de los sentidos puede hallarse en la memoria. Como es posi- ble que en nuestra memoria encontremos abstracciones, conceptos aritméticos. leyes o ntimeros? Las lincas aritméticas, argumenta san Agustin, no pueden ha- ber entrado por los ojos: incluso las lineas trazadas por arquitectos —«ineas tan finas como los hilos de una tela de arafia»— no son imagenes de Ifneas «que me ha transmitido mi ojo carnal» 4. Hay otras abstracciones que tampoco tie- nen un origen sensorial: «Porque lo que es yo, por mas que recorra todas las puertas de mi carne, no descubro por cudl de ellas han entrado» >. La idea que tenia Aristételes de la memoria como un punto de reunién de copias sensoria- les no responde a este interrogante, sino que es més bien el origen del proble- ma. Por ello san Agustin recurre a una solucién platénica: las leyes y las abstrac- © Ibidem, p. 320. ™ Ibidem, p. 323. 2) Ibidem, p. 324. Tbidem, p. 322 Ibidem. p. 320. 2 Ibidem, p. 326. Ibidem, p. 324 52 MEMORIA; LA MEMORIA COMO ESCRITURA ciones estén presentes en nuestra memoria desde nuestro nacimiento, arrinco- nadas y relegadas «en una especie de cuevas mds secretas» *°. La ciencia y la filo- sofia son capaces de extraer estos conocimientos de los rincones para poderlos «saber», Cuando aprendi estas imagenes, escribe san Agustin, «las reconoci en mi inteligencia, las di por verdaderas y las encomendé a la memoria como en depésito, para sacarlas cuando quisiera» *”. No es casualidad que este razona- miento evoque la pajarera de Platén y la diferencia entre poseer conocimiento y tener conocimiento. Si se desea tener realmente como conocimiento lo que esta almacenado en la memoria, es preciso reagrupar lo que esta disperso. De ahi, seguin san Agustin, la utilizacién del verbo cogitare (recoger, agrupar) para la ac- tividad de «pensar». Sin embargo, en el Libro X, san Agustin recurre una y otra vez a la nocién aristotélica de la memoria como impresién sensorial **. Y cada vez surgen difi- cultades. Asi, tropieza con la cuestién de cémo se puede pensar sobre el «olvi- do» sin presuponer que el concepto «olvido» esté presente en la memoria. zCémo ha llegado hasta alli cuando el olvido es precisamente la ausencia de memoria? Es decir, ;c6mo es posible almacenar algo que esté ausente? San Agustin dedicé a esta cuestién algunos pasajes que superan en perplejidad a to- dos los anteriores. Puedo pensar en cosas como la memoria y el recuerdo por- que estas imagenes se encuentran en mi memoria. Por consiguiente, la memo- ria esta al servicio de si misma. Pero si pienso en el olvido, «hacen acto de presencia la memoria y el olvido: la memoria con que me acuerdo y el olvido del que me acuerdo. Pero ;qué es el olvido, sino privacién de la memoria? 3Cémo, pues, puede estar presente en la memoria, para poder acordarme de él, cuando la realidad es que, estando presente, no puedo acordarme?»””. San Agustin opta por la solucién de que no recordamos el olvido en si, sino una imagen, una representacién del olvido. Pero acto seguido, se da cuenta de que esto implica nuevos problemas, pues sdlo es posible grabar una imagen de una cosa en la memoria si antes se ha visto esta cosa. Mis recuerdos de Cartago, escribe san Agustin, quedaron grabados como imdgenes en mi espiritu cuando contemple la ciudad a través de mis sentidos. Pero :cémo se puede percibir el «olvido» a través de los sentidos? Si la memoria incluye una «imagen» del olvi- do, este tuvo que estar realmente presente en algtin momento. Pero si el olvido estaba presente, se pregunta san Agustin, «;cémo grababa su imagen en la me- moria cuando con su sola presencia borra todo cuanto esté ya impreso?»*?, 2 Tbidem, p. 325. © tbidem, p. 324 2 J. Coleman, Ancient and medieval memories. Studies in the reconstruction of the past, Cambridge, 1992, p.95. 2 San Agustin, Confésiones, p. 331 ™ Tbidem, p. 332. 53 LAS METAFORAS DE LA MEMORIA. San Agustin conclufa sus reflexiones sobre el olvido con la observacién resig- nada de que, para él, la memoria segufa siendo inescrutable: «Yo mismo me siento fatigado. Personalmente me he convertido en un terreno aspero que me hace sudar demasiado» *', Quizds le habrfa servido de consuelo saber que la psi- cologia contempordnea sigue sin haber encontrado la solucién de una variante de su pregunta —el fenédmeno de «knowing-nom (no conocer), que hace refe- rencia a la constatacién de que sabemos con increible rapidez que no sabemos algo. Se trata de una anomalia dentro de la metéfora de la memoria como alma- cén: en teoria tendriamos que registrar todas las existencias antes de poder constatar que lo que buscamos —por ejemplo, un nombre o el significado de una determinada palabra— no esta presente, mientras que reproducir algo que si esta disponible —y que, por consiguiente, hace innecesaria una larga busque- da— tendria que llevarnos menos tiempo. Las mediciones del tiempo de reac- cién indican que en realidad sucede lo contrario. Instintivamente, ello recuerda auna de las sorprendidas exclamaciones de san Agustin: «Esto me deja profun- damente admirado y lleno de estupor» *. San Agustin tomaba sus metéforas de lo que vefa a su alrededor: los campos y las cuevas en torno a Cartago, los edificios y los palacios, los tesoros y las pajareras. El recinto imaginario de la memoria se convertia de este modo en un reflejo del mundo exterior, s# mundo exterior, una copia de lo exterior en lo interior. Otros escritores, que vivieron en otros lugares, en otras épocas, estamparon también su mundo en las metéforas que utilizaron para describir la memoria. En la Anti- giiedad y la Edad Media, la memoria como un almacén era un tépico, con ima- genes siempre cambiantes *’, En el siglo 111 antes de Cristo, el estoico Zenén de Citio describia la memoria como un thesaurismos phantasion, un almacén de ideas. Mas tarde, este #hesaurus haria referencia a un tesoro y también a una caja fuerte para guardar objetos de valor: los sabios orientales sacaron el oro, el in- cienso y la mirra de sus thesauri **. Para Casiodoro, fundador del monasterio de Vivarium, la memoria era algo més terrenal, como una coleccidn de casillas y jaulas, recintos cerrados en los que podian almacenarse las percepciones, des- pués de haberlas clasificado. Sin el orden que otorga la seleccién y la eleccién, la memoria no seria mds que una si/va, un bosque impenetrable. La misma idea de orden viene expresada en la metéfora de la memoria como sacculus o bolsa de di- nero. Un sacculus no era un simple saco, sino una bolsa primorosamente dividi- da con diversos compartimientos para las diferentes monedas. En el siglo xt, Hugo de San Victor comparaba la memoria ejercitada con el sacculus de un San Agustin, Confésiones, p. 322. 8 Carruthers, Book, pp. 33-45. “ Mateo 2:11 54 MEMORIA: LA MEMORIA COMO ESCRITURA cambista: lo que se desea memorizar ha de ponerse a buen recaudo. Elaborar re- cuerdos cra como acufiar monedas: igual que el sello de Aristételes, la impresién se correspondia con la imagen del sello. El orden en la memoria, escribia Hugo, facilita encontrar lo buscado, igual que un cambista experto que a la sefial del cliente desliza su mano a la casilla correcta. También la celda, en su origen un establo o jaula para animales domésticos, més tarde un cuarto en un convento, se ha utilizado como metéfora de la me- moria. Cuando Chaucer le hace decir a un fraile que tiene hasta cien tragedias en sus celle, se refiere a lo que se halla grabado en los entresijos de su memoria. En el latin clasico, las cellae eran los nichos de un palomar. Mas tarde, cuando los rollos de papiro empezaron a conservarse en cajas divididas en casillas por tabiques verticales, era légico que aparecieran asociaciones con el palomar de Platén. El pajaro, rapido e inasible, era una imagen popular para representar el alma, y el hecho de que los recuerdos se almacenaran en cellae, donde podian guardarse tanto pdjaros como papiros, asociaba la metéfora del almacén a la metéfora de la escritura. Esto nos devuelve a la nocién de la memoria como un material de escritura. En la Edad Media, la memoria —que antes habia sido una tablilla de cera— se representarfa sucesivamente como un cédice, un libro, una bibliotec: El libro como memoria, la memoria como libro En su introduccién a The book of memory (El libro de la memoria), Mary Carrut- hers compara a dos de los mds grandes cerebros que hayan vivido jam4s: Tomas de Aquino y Albert Einstein **. O mejor dicho: da la palabra a dos escritores que conocieron de cerca a Tomds y a Einstein, respectivamente, y que, volviendo la vista atrds, intentan formular en qué se basaba su grandeza. E] nexo de unién entre ambas descripciones es una inmensa admiracidn, pero esa admiracién apunta también a caracteristicas que —como pauta— son casi opuestas. Lo que se valora de Einstein es su originalidad y creatividad. Einstein, nos dice, poseia una «enorme imaginacién», se dejaba guiar por su intuicidn en «territorio des- conocido», se mantenfa apartado de las convenciones y en sus ansias de inde- pendencia preferfa seguir «caminos solitarios», La revolucién que provocé se de- bid a su capacidad para evitar los caminos que habian recorrido otros. Poco después de la muerte de Tomas de Aquino en 1274, empezaron los in- terrogatorios que solfan constituir el primer paso en el procedimiento de cano- nizacién. Los elogios de sus compaiieros de orden tenfan un cardcter totalmen- te distinto de los de Einstein siete siglos mds tarde. Tomas también poseia un ® Carruthers, Book, pp. 2-6. 55

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