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La Vocacién Histérica de Eduardo Acevedo Diaz “La yocacion es la conciencia de una aptitud determinada”. (José E. Rodé, “Motivos de Proteo™, XU). El 12 de setiembre de 1869 fallecia en Montevideo, a los ochenta afios de edad, el Brigadier General D. Antonio F. Diaz, soldado de nuestras guerras de independencia. Oriundo de La Corufia (Espaiia), fue traido al Rio de la Plata por su padre a la edad de 13 afios, poco antes de la ocupacién napolednica del suelo natal, y hallé en el nuestro su patria adoptiva. Siendo um adolescente luché en defensa de Monte- video contra la invasion inglesa de 1807, en que resulté herido, por lo que fuera promovido al grado de teniente. Incorporado a la revoluci6n oriental de 1811, en clase de capitan, hallése en la batalla de Las Piedras, y luego en el segundo sitio de Montevideo (1812), resultando nue- vamente herido en la batalla del Cerrito, y ascendido a sargento mayor. Vineulado al general bonaerense Carlos M. Alvear, quien le hizo teniente coronel, separése de Jas filas arti- guistas (1814); depuesto aquél como Director Supremo (1815), Diaz cay6 en desgracia de las nuevas autoridades ponaerenses, quienes le enviaron engrillado, al igual que otros seis jefes alvearistas, al Cuartel Genera] de Artigas, en Paysandt, para que el Jefe de los Orientales se venga- ya en ellos como sus enemigos politicos. Artigas rechaz6 el ruin presente arguyendo que “no era verdugo de Buenos Aires’, y le devolvié a esta ciu- dad de donde partié desterrado hacia Europa. Radicado en Montevideo bajo la dominacién portu- guesa (1817-1824) dedicdse al comercio, y redacté los periddicos “La Capital’ y “El Aguacero”. En 1824 pasd a Buenos Aires, donde prosiguiéd sus tareas periodisticas como redactor de “El Piloto” (1825 - 1826) y “El Correo Nacional” (1827), hasta su incorporacién al Ejército Re- publicano de las Provincias Unidas, al mando de Alvear, 210 REVISTA HISTORICA en la campaiia contra el Imperio del Brasil (1826 - 1828) ; con e] grado de teniente coronel hallése en la memorable batalla de Ituzaingd (febrero 20 de 1827), de la que conservé un emotivo y perenne recuerdo. Celebrada la paz con el Imperio, por la que fue re- conocida la independencia del Estado Oriental (1828), retorné 2 Montevideo donde reinicié su labor periodistica como redactor de “El Universal’ (1829 - 1838), el mas importante diario publicado hasta entonces en nuestro ais. ® Oficial Mayor y Encargado del Ministerio de Hacien- da (1838), y del Ministerio de Guerra y Marina (1888) hajo el gobierno de Oribe, emigré a Buenos Aires junto con éste cuando su resignacién del mando presidencial frente a la triunfante revolucién de Rivera (1838). Fue nuevamente Ministro de Hacienda, y de Guerra y Marina (1843-1844 y 1846-1851) del “Gobierno del Cerrito” presidido por Oribe, durante el Sitio Grande de Montevideo (1843 - 1851), habiéndosele conferido el grado de coronel. Ministro de Guerra y Marina (1858 - 1859) del pre- sidente Gabriel A. Pereira (1856-1859), quien lo ascen- dié a brigadier general, fue sucesivamente inspector del arma de infanteria, presidente de la Comisién redactora del Cédigo Militar, y jefe de las lineas de defensa de la capital cuando la revolucién de Flores (1863 - 1865) contra el presidente Bernardo P. Berro y su sucesor D. Atanasio ©. Aguirre; fallecié cuatro afios més tarde del triunfo de aquélla que significé la derrota de su partido. Seis dias después de su mucrie, el 18 de setiembre de 1869, bajo el titulo de “Débil tributo a la memoria de mi venerable abuelo, el Brigadier General D. Antonio Diaz”, aparecia publicado en “El Siglo” el siguiente articulo: “Recuerdo cuando allé en las noches de invierno sen- tados junto al hogar, el anciano se solazaba embebido en las pu fuentes de su memoria. “Mi oido atento escuchaba de su boca las hazafias de los hé ‘oes que formando una sublime leyenda, prepararon la emaneipacion del suelo americano y la emancipacién del hombre. “Su acento al hablar de su patria adoptiva, temblaba de emocién; mi mirada fija y constante en su frente ve- VOCACION HISTORICA DE ACEVEDO Diaz 2a1 nerable, denotaba el placer profundo de mi alma ardiente y juvenil, al percibir la voz grave, entera y persuasiva de aquel hombre justo. El anciano era el joven de los grandes dias al pronunciar los fastos de las heroicidades primeras; era el nifio que presencié la epopeya grandiosa de la inde- pendencia y de la libertad, que arrullé sus juveniles aiios al son de sus cantos eternos; su esperanza en un risueiio porvenir nacié en la cuna del derecho americano, en aque- lla cuna excepcional y gloriosa que se cimenté sobre los mutilados escombros de las naciones europeas, Qué dulce es el escuchar el acento inspirado, leno de verdad y de pureza de la senectud, de los afios de experiencia! Qué grata e inefable es la dicha que se experimenta, cuando un anciano virtuoso nos deja oir la palabra bella y subli- me del bien patrio!... cuando deja transitar fugaces pero esplendorosas a nuestra vista asombrada los manes au- gustos de los que fueron, los males que la patria sufrié, los vestigios solemnes de una pasada grandeza. Cuando deja deslizar frente a nuestra justa admiracién de una gloria excelsa al fulgor esplendente de un destino grande, el fugitivo resplandor, de las almas heroicas la fortaleza admirable, de una patria pequefia los inmortales recuer- dos! {...] Entonces el anciano me referia la historia de mi patria y de las otras comarcas americanas. Recuerdo con las lagrimas que deja correr “la tradicién animada”, la expresi6n magnifica del noble octogenario, cuando alla en el silencio de la noche dejabame escuchar el sonido de su voz. {...] “En su cabellera blanca yo vefa los anales uru- guayos, pero aquellos anales gloriosos de Ja patria Gnica e idéntica, la patria de Artigas! en su frente la ilumina- cién espléndida del so! oriental que él tanto amé! en sus ojos velados por el lento transcurso de casi un siglo, la mirada apasionada si, pero Iimpida y pura de un amor casto, sublime y bello, el amor de la patria a quien él consagré6 su prolongada existencia! en su cabeza venerable para mi, todo un poema de deliciosos encaritos escritos por las almas grandes de nuestra regeneracién, el poema del pasado con el poema del porvenir, la leyenda histérica del pueblo americano! en el anciano grave y silencioso, en fin, yo veia, si, al maestro de mis acciones y de mis estudios, a mi segundo padre a quien yo tanto amé, al Mentor de quien recibia sanos consejos... que mi imaginacién de nocié las grandes verdade: yo reconoci la grandeza der pero cuna de grandes uu pobre re instruccién que po: que dejando allf un nso al saber... “Recuerdo la bondad infinita de su: maba la pluma y él cuando al través de fico pueblo marchaba recho, coronado con los los rayos esplendentes tal, batallaban las legiones poderio de una verdadera na ciano enmudecia un momento el lago purisimo de los inmortal mano en la frente meditaba las hazafas de blimes de un pueblo grande!... t vl ‘Ast un n dia me he 2b16 mi mi eapiritu, mur. mu grandiosa de Itu de Homero y una v Mas no eran los fantes con las armas gigan vesaban por mi fnapinae palabra del anciano, aue en batalla sangrienta; solo canas en la lid ma. grandiosa en si muerte... Pero ved y escuché. Alla marchan los batallone brasilefio do tras si el polvo de los caseos de su ce giones argentinas siguen a aguella orientales, que llevan lejos los Un momento mas, y los camp jo la pale br én que encierra un canto VOCACION HISTORICA DE ACEVEDO Diaz 213 despiden en espirales las llamas voraces de una hoguera, que devorando los bagajes del ejército conquistador, no dejaran al enemigo ni atin una palida esperanza de bo- tin... Alvear marcha en batalla; los batallones descien- den de las colinas, haciendo temblar el sdélido suelo que pisan; se traba sangrienta, sombria e imponente la lucha; Jas legiones se entrechocan, rechazan y vuelven sobre si; la caballerfa envuelta en el humo del incendio y del com- bate se introduce en medio de las unidas falanges ene- migas; el cafién truena cubriendo de blancas nubes el espacio, y al pie de sus curefias, abrazado al pendén de su patria, arroja su postrer gemido de agonia el soldado moribundo; la espada brilla por doquier lanzando rapidos destellos, los guerreros vacilan y caen; en la lanura in- mensa vagan errantes, aspirando el humo de la batalla, los rapidos corceles; el clarin resonando a lo lejos eonvoca a la lid los fogosos escuadrones, que en su frenética ca- rrera desaparecen en confuso torbellino entre los cascos innumerables de la metralla; las baterias varian de posi- cién arrebatadas por los indémitos dragones y los teme- rarios lanceros, y alla en medio de los batallones que se precipitan y destruyen, entre el confuso rumor de las ar- mas exterminando al contrario obstinado, entre el remo- lino violento de los ginetes que salvan los obstaculos arro- jando un grito tremendo y supremo, en medio de los cadéveres y de los heridos exhalando desgarradoras que- jas, marcha un rejimiento de aguerridos soldados, s detiene, combate y extermina, pero su capitan ha muerte... “Brandzen ha caido!. “Alla una pradera se ilumina atin mas con la roji luz del incendio.., Lavalleja atraviesa con los guerrer uruguayos las columnas enemigas, diezmado, mutilado, pero siempre heroico; las lanzas orientales vacilan en medio de la sangre, del fuego, del clamor inmenso, del horror profundo. La batalla continta Mena de titanic combates parciales, y alli las almas de los soldados oscu- ros tornéronse gigantes, y los capitanes sin nombre cz yeron como robustos atletas, y los artilleros ennegrecidos vodaron sobre el cafién “Al en los campos de Ituzaing6! “Tiuzaingé! palabra solemne que el anciano pronun- ciaba con veneracién, porque en ella se abareaban todos los cantos heroicos de la gloria noblemente adquirida! Poema sublime de generosos eampeones coronandose con la diadema de un triunfo inmenso! Epopeya inmortal que aud s al son del plectro atin espera escuchar § de oro! . “Todos estos recuerdos de la americanas, to- das esas claridades inefables de le patria, vivian comple- tas en la memoria de! anciano vi boca repito, escuchaba las verdades, la imparci era, la justi- cia igual para todos. Su voz, grave. sonora pausada, ain resuena y resonara eternameé! . porque ese acento puro era para milo que nunca moriré. .. el recuer- do augusto y solemne de las heroicidades uruguayas, i do a mi memoria por agué! que las vid venerandolas y haciendo de ellas la ela sublime y grandiosa de las jeneraciones venider Yae ojos no verdn... sus postreros momentos el espiritu del anciano s sereno, y sélo su mirada apagé su brillo: su frente des- pejada perdié su tinte purptireo para adquirir la helada lividez de la muerte; su mano se detuvo bajo aquella ca- beza amada, apoyada en e! lecho: su boca dejé oir el nombre grande de Dios, 3 guida labios se cerra- ron... asi murié aque! hombre justo: “Yo le vi, s j en su lecho de muerte, como el bien personificado debe morir Ya la estrella benéfica que algunas veces ilu- min6 mi senda, descendié a su ocaso; y Tue entonces, como dice Victor Hugo, una noche rellas, profundamente oscura, Sin duda allé en la sombra algtin angel inmenso se tenia de pie con | desplegadas. esperando el alma. “Ya reposa en el pantedn el anciano que vid de nues- tra patria, la infancia de los grandes dias! “Paz eterna en su tumba...”.! El autor de este tierno y emocionado homenaje al ilustre muerto era Eduardo Acevedo y Diaz, joven uni- versitario de 18 aflos de edad, nieto de aquél por parte de madre, Da. Fatima Diaz. hija del veterano soldado orien- al. _ Fruto juvenil. grandilocuente y declamatorio, —muy lejos atin de la prosa mpida y castiza de sus grandes escritos posteriores—. los escasos méritos literarios del texto se hallan ampliamente compensados por su alto valor autobiografico

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