You are on page 1of 59
GIANFRANCO PASQUINO La democracia exigente Traduccién de RICARDO GONZALEZ Gianfranco Pasquino La democracia exigente Se FONDO DE CULTURA ECONOMICA México - Argentina - Brasil - Chile - Colombia - Espafia Estados Unidos de América - Pert - Venezuela 6isit Introduccién Se ha vuelto una moda, extendida aunque un po- co snob, criticar a la democracia como régimen politico y criticar las democracias realizadas. Co- modamente instalados en sus prestigiosas oficinas equipadas electrénicamente, en el interior de sis- temas politicos desde hace tiempo firmemente democraticos, los criticos argumentan sus tomas de posicién preferentemente en diarios y revistas de gran tirada, relevando con preocupacion, hasta con alarma, el manifestarse incontenible e incon- trolable de tendencias antidemocraticas. Natural- mente, estas tendencias se desarrollan de manera especial en las sociedades democrAticas, ya que los ciudadanos del Tercer Mundo tienen aquello que se merecen, no podrian tener mas ni mejor, y de todos modos, lo que tienen esta en consonan- cia con sus tradiciones, respecto de las cuales los criticos raramente hacen sentir su voz. Espero que se comprenda que, personalmente, no com- parto esto en absoluto. De la democracia, los criticos contemporaneos ponen de relieve, cada tanto, no sdlo las potencia- 9 lidades inexpresadas, sino mas bien su ser 0 poder ser, esencialmente, un simulacro dentro del cual se esconde el poder de los poderosos, de los pode- rosos conocidos o de los poderosos indefinidos: la consabida, recurrente, democracia autoritaria. Con gran descuida, los criticos evitan buscar la confirmacién empirica de tales afirmaciones; en algunos casos se dignan sefialar con indignada complacencia algunos episodios sacados de con- texto que probarian su tesis preconcebida del va- ciamiento interno de la democracia, obviamente occidental. El fenémeno, verdaderamente revolucionario, de la multiplicacién de las democracias a fines de este siglo nunca fue analizado; y ha sido rapida- mente olvidado y consecuentemente dejado de la- do el otro fendmeno, igualmente revolucionario, la ausencia hoy de cualquier régimen politico capaz de colocarse como desafiante de mejor calidad. Sin embargo, los criticos delinean, por lo demas con complacida satisfaccién, las carencias de funciona- miento de las democracias realizadas. Confunden asi alegremente la critica al modelo “democracia” con la critica a sus traducciones concretas, 0 sea los regimenes democraticos actualmente existentes, sumergiéndolos a todos en una indistinta noche os- cura y tempestuosa, y descuidando la tarea de una critica que se respete: distinguir la paja del trigo. Ninguna de estas es la prospectiva analitica ele- gida en los capitulos que siguen. Profundizando 10 algunas de las tematicas mas relevantes para los regimenes democraticos, me propongo sugerir al lector que la democracia no es un mero conjunto de técnicas, de mecanismos, de estructuras; que la democracia exige en su fundamento una ética; que la democracia prospera cuando el discurso publico sobre sus fines se desarrolla sin hipocre- sias, sin manipulaciones y sin concesiones; que la democracia persigue fines que conciernen tam- bién al mejoramiento de los individuos segtin sus preferencias articuladas, discutidas, contrastadas, redefinidas. Concluyo sosteniendo que la demo- cracia, lejos de ser un régimen politico caracteri- zado por la impotencia, replegado sobre si mismo, privado de encanto, es, al contrario, un régimen politico capaz de renovarse, de adaptarse, exigen- te con sus ciudadanos y con sus gobernantes. Constrefiidos durante los cincuenta afios que siguieron a la Segunda Guerra Mundial por la te- naza atomica bipolar, comprometidos sobre fren- tes internacionales explosivos, ocupados en Ja re- construccion nacional y en el disefio de nuevos 6érdenes supranacionales, oprimidos por el blo- queo de la democracia italiana, todavia ni siquie- ra hemos rozado, en la teoria o en la praxis, todas las potencialidades de la democracia. Otros desa- fios vendran pronto, a los cuales la democracia respondera de manera exigente solicitando las energias fisicas y mentales de sus ciudadanos; otros ciudadanos vendran a forzar los limites de los regimenes democraticos. El caso es que el pro- greso democratico se lograré exclusivamente si los fundamentos del pensamiento y de las institu- ciones democraticas, en su incontenible, bienve- nida, esencial variedad, resultan sélidos. Sin ninguna pretension de exhaustividad, en los capitulos siguientes, que retoman y amplian algunos textos ya publicados en la revista I Muli- no, me permito evidenciar algunos temas impor- tantes. Ya que sé que son temas controvertidos, espero que susciten el debate democratico que merecen. 12 Las oportunidades de la democracia tencia politi ctoral mada respon- sabilidad en las burocracias y pugna entre los ac- tores sociales. Sdlo asi sera posible romper la co- lusi6n entre poderes econdémicos y sistema politico y contener la separacién de los ciudada- nos de la politica. Esta es la premisa logica, por cierto prescriptiva, de cualquier discurso sobre la dinamica de las democracias contemporaneas, viejas y nuevas, Con la caida de los regimenes autoritarios co- munistas en Europa oriental y con la restituci6n del poder de los militares a los civiles en toda América Latina, los ideales democraticos parecen haber vencido su larga guerra iniciada poco mas de doscientos afios atrés. Queda sdlo el funda- mentalismo islamico, representando no tanto una alternativa politico institucional a la democracia 13 sino, més bien, un desafio cultural y social, de to- dos modos dificilmente exportable. La victoria de los ideales democraticos y de los regimenes que sobre ellos se fundan permite abrir una discusion seria y profunda, a condicién de que se abando- nen los viejos esquemas y los rigidos esquema- tismos del pasado y no se resuciten las dafiinas distinciones entre democracia formal y democra- cia sustancial. La discusién que ha de entablarse no puede considerar a la democracia en cuanto tal, sino las probabilidades y las modalidades de una ulterior expansién, su calidad y, si se insiste, los peligros todavia amenazantes, especialmente aquel que concierne a su funcionamiento. Esta discusién ya se ha iniciado, de manera no particularmente productiva, en relacién con algu- nas dificultades de implantacion y de funciona- miento de las nuevas democracias de la Europa oriental y de un prematuro desencanto de sus ciudadanos. Por ésta y otras razones, resulta util e importante retomar la estela de algunos temas, sea para poner en cuestién algunas apresuradas generalizaciones criticas, sea con el fin de traer al- gunas implicancias operativas de fondo. El andli- sis debera apuntar obligadamente a un nivel ge- neral. Los puntos de contacto y de separacion del caso italiano de democracia incumplida y defec- tuosa emergen sin ninguna necesidad de subraya- do especifico. 14 De las criticas Como conclusion de su fundamental estudio La democracia y sus criticos, Robert A. Dahl destaca tres posibles cambios globales en el ambito de las perspectivas democraticas: 1) una expansion de los regimenes democraticos; 2) una ampliacién del proceso democratico; 3) una profundizacién de la democraticidad en paises ya democraticos. Este tercer cambio podria derivar en “una mas equita- tiva distribucion de los recursos y las posibilida- des politicas entre los ciudadanos”, 0 en “una ex- tensidn del proceso democratico a instituciones importantes, gobernadas anteriormente por un proceso no democratico”.! Contrariamente a la mayoria de los estudiosos contemporaneos de los regimenes y de los procesos democraticos, Dahl es relativamente optimista sobre el futuro de la de- mocracia. Mas que los inconvenientes, las aporias, las contradicciones o hasta la siempre acechante crisis de la democracia, el politélogo de Yale su- braya las oportunidades, las potencialidades, el crecimiento cuantitativo y cualitativo de las de- mocracias, vale decir, el aumento del numero de 1 Robert A. Dahl, La democracia y sus criticos, Barcelona, Paidds Ibérica, 1993, p. 473. Sobre la expansién de los regi- menes democraticos, véase el excelente andlisis comparado de Samuel P. Huntington, La terza ondata. I processi di demo- cratizzazione alla fine del xx secolo, Bolonia, I! Mulino, 1995. 15 regimenes democraticos y el mejoramiento y la profundizacién de los procesos democraticos en los regimenes ya existentes y consolidados. Sin embargo, el debate contempordaneo es rico en afir- maciones, hipétesis y conclusiones contrarias a las posiciones expresadas y argumentadas por Dahl. Hace quince afios, Charles Lindblom (colega, amigo y coautor de Dahl) concluy6 un importan- te andlisis de las relaciones entre sistemas econd- micos y sistemas politicos con una afirmacién tan concisa como controvertida. Poniendo oportuna- mente de relieve que “la historia no ha hecho otra cosa que desmentir las predicciones sobre la im- posibilidad de la democracia”, Lindblom sefialé un poderoso enemigo de las democracias: “Las grandes empresas privadas se adaptan mal a la teoria y a la vision democratica. A decir verdad, no se adaptan en absoluto”.2 El prestigioso politi- cal economist de Yale mantenia de este modo abierto, 0, mejor dicho, reabria un debate que me- rece permanecer en el centro de la atencién. Es interesante notar que la gran empresa petrolifera Exxon entré inmediatamente en aquel debate con toda su fortuna, comprando casi media pégi- na del The New York Times para jactarse de sus méritos filantrépicos, de coparticipacién en el 2 Charles Lindblom, Politica e mercato. I sistemi politico- economici mondiali, Milan, Etas Libri, 1979, pp. 376 y 378 respectivamente. 16 buen funcionamiento y en el engrandecimiento de la democracia. Lindblom reformulaba explici- tamente el problema de la relacién entre las for- mas politicas y las formas econdémicas de los regi- menes politicos y, de manera especial, de aquella entre los regimenes democraticos y el capitalismo dominado por las grandes empresas.3 No debemos de ningtin modo menospreciar este argumento sdlo porque la caida del comu- nismo haya hecho, obviamente, caer cualquier posibilidad practica de mantener una economia no capitalista con vitalidad. El punto puesto de relieve por Lindblom, la compatibilidad entre el poder politico de las grandes empresas y los pro- cesos democraticos, mantiene, como sea, toda su validez. Mas atin, en Italia, ha saltado a los hono- res de la crénica y a los deshonores de la politica bajo el nombre de “conflicto de intereses”, cuan- do en el invierno-primavera de 1993-1994 el partido-empresa Forza Italia fue eficazmente uti- lizado por su propietario, Silvio Berlusconi, como vehiculo politico para llegar metedricamente hasta el palacio Chigi. En este caso, aun si la sensi- bilidad politica y civica de la mayoria de las elites y de los electores italianos se manifesté bien por debajo de la provocacién, se podia repetir con 3 Sobre algunas de estas tematicas, véase el interesante andlisis de Adam Przeworski, Democracy and the Market. Po- litical and Economic Reforms in the Eastern Europe and Latin America, Cambridge, Cambridge University Press, 1991. 17 Lindblom que al menos una gran empresa se adaptaba mal a la teoria y a la vision democrati- ca. De manera que el problema sefialado por Lindblom debe todavia someterse periédicamen- te al andlisis y la verificacion empirica. Ha de ser afrontado operativamente, tarea a la que Lind- blom renuncia demasiado pronto (y que, por des- gracia, no encuentra més espacio en la accién de gobierno del Olivo), aunque concierne verdade- ramente al futuro de la democracia, en particular si ésta continuara estando estrechamente ligada a una economia de mercado, acaso inevitablemen- te capitalista. Hace poco mas de un decenio, Norberto Bob- bio redactaba un largo catalogo de las “promesas no mantenidas” de la democracia. Ente estas pro- mesas, sobresalian el desquite de los intereses so- bre la representacién politica, la persistencia de las oligarquias, la limitacion del espacio politico de la democracia, la existencia de poderes invisi- bles y la falta de educacién politica de los ciuda- danos.4 Son promesas no mantenidas que, por otra parte, segtin Bobbio, no podian mantenerse, pues habian sido formuladas por una sociedad mucho menos compleja que la actual. “Las pro- mesas no fueron mantenidas a causa de obstacu- 4 Norberto Bobbio, Il futuro della democrazia, Turin, Ei- naudi, 1984, pp. 3-28. Version en espafol: El futuro de la democracia, México, Fondo de Cultura Econémica, 1996. 18 los que no se habian previsto 0 que se afiadieron luego de las ‘transformaciones’ [...] de la socie- dad civil’.5 ;Por qué, sin embargo, una sociedad mas compleja no deberia estar en condiciones de organizarse de manera tal de mantener las pro- mesas de la democracia? Muchos autores han sos- tenido, al contrario, que por su propia naturaleza la democracia exige complejidad —pluralidad de actores, de poderes, de recursos, de sedes y sus competencias~ y reproduce complejidad. ¢Sus promesas no mantenidas deben ser consi- deradas irresolubles contradicciones internas de la democracia, o bien desafios que no sdlo pueden sino que también deben ser afrontados en los nuevos estados de la democracia? Bobbio no lo aclara. Sin embargo, especialmente por lo que concierne a la ampliacién del espacio politico, va- le decir, la introduccién de la democracia en las escuelas, en las fabricas, en los cuerpos separados del Estado, comenzando por las fuerzas armadas, el filésofo turinés no renuncia a auspiciar proce- sos de transformacién democratica y a conside- rarlos decisivos para el buen funcionamiento de la democracia y para su robustecimiento. Sin embargo, cuanto debe proceder y profun- dizarse la democratizacién de los aparatos, qué aparatos deben ser investidos por la democratiza- cién, qué significa verdaderamente democrati- 5 Ibidem, p. 21. 19 zacién cuando se habla de escuela, de adminis- tracién publica, de ejército, son todos problemas que Bobbio no afronta y respecto de los cuales los tedricos de la democracia han asumido acti- tudes muy diversas, incluso divergentes, en el curso del tiempo. Que la democracia no puede limitarse sdlo a la eleccién de los representantes y de los gobernantes es ahora una posicién am- pliamente compartida. Que la democracia deba ampliarse como una mancha de aceite a través de procedimientos electorales en cada lugar, se- de, institucién, es, al contrario, una propuesta muy discutible, casi seguramente minoritaria en- tre los estudiosos y los tedricos de la democracia contemporanea. Mas recientemente, decaidas no pocas ilusio- nes sobre la posibilidad y la necesidad de demo- cratizar las fabricas,6 los criticos de la inadecua- cién y de la dificultad de la democracia politica han dirigido su atencién hacia los poderes de los medios. El enemigo mas aguerrido de las demo- cracias ya no seria el poder econdémico en cuanto 6 La democracia en las fabricas se configura en el me- jor de los casos como “democracia industrial”, pero la de- mocracia econémica es otra cosa, mucho mas compleja e importante, ya que concierne a todo el sistema econémico, como argumenta de manera muy convincente en la parte analitica, aunque un tanto elusiva en sus proposiciones, Robert A. Dahl, La democrazia economica, Bolonia, I] Mu- lino, 1989. 20 tal sino, sobre todo, el poder de los medios que desafia, manipula, erosiona el poder de los ciuda- danos singulares, su capacidad de adquirir infor- macién y competencia, de escoger con conoci- miento de causa entre candidatos y programas. Acaso también para resultar mas atrayente, justo para el uso de los medios, en la presentacion de la reedicion de su importante y exitoso volumen sobre la democracia, Giovanni Sartori ha hecho una amplia y critica referencia a aquello que de- fine como “videopolitica”. Las exigencias de los medios obligarian a la politica a presentarse se- gin modalidades sustancialmente deterioradas, espectaculares, en menoscabo del contenido, o banalizadas, para llegar de manera indiscrimina- da y a veces manipulatoria a la audiencia: “Mien- tras nosotros nos preocupamos por quién contro- la los medios, es el instrumento en si y por si, fuera de direccién, el que controla la formacion misma del homo sapiens”.” 7 Sartori ha presentado estas ideas suyas en “Videopoli- tica, en: Rivista Italiana de Scienza Politica, agosto de 1989, pp. 185-198; la cita es de la pagina 197. Andlisis de este tipo han sido representados en Democrazia. Cosa é, Milan, Rizzo- li, 1992. Para criticas paraddjicamente no muy disimiles de éstas de Sartori, no obstante una impostacién de fondo sus- tancialmente divergente, véase Danilo Zolo, Il principato de- mocratico. Per una teoria realistica della democrazia, Milan, Feltrinelli, 1992, cap. 5. Respecto de las buisquedas de argu- mento citaré una sola como caso emblematico: Giampietro Mazzoleni, “L'audience della television elettorale”, en Comu- 21 No importa saber en qué medida esta afirma- cién es empiricamente correcta y generalizable a todos los regimenes democraticos, aun si la inves- tigacion en la materia ofrece material amplia- mente contradictorio. Importa mas bien reparar en como Sartori, seguramente uno de los mas agudos estudiosos de la democracia, considera importante y peligroso el desafio de los mass me- dia, en particular de la TV, para la politica demo- cratica. Lo considera tan importante como para no preocuparse por ir a buscar las necesarias con- firmaciones empiricas, sin confrontar los datos discordantes, limitandose esencialmente al con- texto estadounidense que, ademas, esta en evolu- cién. Tomando también el caso aleman, que pre- senta la muy reciente, interesante, hasta curiosa conversién de Habermas a un pensamiento me- nos critico de las democracias reales 0 realizadas, basado sobre una recuperacién del “didlogo de- mocratico”, se podria dar otros ejemplos de estu- dios y de estudiosos que temen una esterilizacion de la democracia, como Ralf Dahrendorf. Incluso nicazione politica, diciembre de 1992, concluye que la telepo- litica para las elecciones del 5 de abril ha tenido un impacto escasisimo sobre los resultados finales y se ha transformado en una estéril autocelebracién de un sistema partidista cada vez mas incapaz de responder a las nuevas instancias de un electorado en fermento”, p. 16. Naturalmente, desde 1992 la situacién ha cambiado dos veces (en 1994 y en 1996), sin que se pueda afirmar nada definitivo. 22 deteniéndonos aqui, el punto central del discur- so sumario resulta claro. Criticar la democracia parece haberse converti- do, aunque el término no quiere ofender a nadie, en una industria provechosa. Sélo obtiene audien- cia quien argumenta, o bien simplemente afirma, que la democracia no funciona, que esta vacia, en especial si es -era— de izquierda. Como sea, todas las criticas a la democracia estan en consonancia con regimenes que viven, 0 se proponen vivir, es- trictamente de la (y en la) competencia de las ideas. Las criticas de los democraticos a las demo- cracias son una sefial de la vitalidad de la demo- cracia misma, del discurso democratico. Pueden ser fecundas para estimular aquellos cambios en las estructuras y en las culturas politicas de los cuales las democracias, como regimenes eminen- temente en grado de aprender, tienen siempre ne- cesidad. Sin embargo, para conseguir esto, las criticas deben saber individualizar objetivos precisos y proponer soluciones adecuadas. No solo lineas de tendencia, como sugiere Dahl; no solo un enemi- go irreductible, como afirma Lindblom; no sélo promesas que no se pueden mantener, como en- tiende Bobbio; no sdlo el oscurecimiento de las pantallas televisivas, como parece desear Sartori y con él incluso sir Karl Popper, el teérico de la “so- ciedad abierta”, por cierto imposibilitada de apa- gar todos los televisores y, con coherencia, ni si- 23 quiera dispuesta a hacerlo: es indispensable una reflexion operativa. Probablemente sera de utili- dad recurrir a una combinacién fecunda de algu- nos de los hilos clasicos que forman el tejido de las democracias. De la democratizacion Releyendo los importantes estudios de los cuales hemos hecho una referencia sintética, se tiene la impresién de que el objetivo propuesto por los diversos autores para los regimenes democrati- cos es el de una democratizacién incesante, inte- gral, infinita de todas las organizaciones y de todas las asociaciones existentes dentro de un régimen democratico: una suerte de Gleichschaltung de- mocratico. A fin de que la democracia se afirme, se consolide, se extienda, seria indispensable que se volvieran democrAticas las fuerzas armadas, la burocracia, las fabricas, la escuela, las asociacio- nes que representan intereses, comenzando por las de las grandes empresas, sin olvidar los sindi- catos de los trabajadores y, por qué no, incluso las iglesias. Si luego, como muchos pronostican, se pasase a otro plano, entonces la democratiza- cién deberia investir las organizaciones interna- cionales, partiendo de las Naciones Unidas, para implicar, cuanto menos, al Fondo Monetario In- 24 ternacional, al Banco Mundial, a la Unesco y asi sucesivamente.8 En suma, el desafio a los regi- menes democraticos es, en su esencia mas espe- cifica, el desafio de la democratizacién progresi- va, ulterior. El proceso de democratizacion ha sido hasta ahora estudiado como aquel proceso que conside- ra el retorno o, mas frecuentemente, el acceso a la democracia de regimenes gobernados de manera autoritaria o semitotalitaria. En segundo término, como demuestran los estudios de Dahl y las pro- puestas de Lindblom y de Bobbio, se ha hablado de democratizacién como proceso interno a todas las estructuras operantes en un régimen democra- tico. De modo que el maximo de democracia se conseguiria y mantendria una vez democratizadas todas las organizaciones y todas las asociaciones operantes en un régimen democratico. Inevitablemente, se abre al respecto el proble- ma de la definicién de qué es la democracia en las organizaciones. Se trata de un problema, co- mo bien advierten los estudiosos de los partidos y de los sindicatos, de no facil solucién. Ha habi- do también quien ha sostenido —aclaremos, con- tra Roberto Michels— que la democracia en los partidos y, en menor medida, en los sindicatos es 8 Para algunas consideraciones en este sentido, permita- seme reenviar al tiltimo capitulo de mi libro La nuova politi- ca, Roma-Bari, Laterza, 1992. 25 un seudoproblema o, al menos, un problema irre- levante. A lo sumo, determina el quantum de competitividad que existe en la sociedad y en el sistema politico entre los sindicatos y entre los partidos. Sindicatos y partidos seran considerados democraticos en la medida en que aumenten su séquito de afiliados y electores y consigan los ob- jetivos que se propongan en términos de distri- bucion de recursos y de politicas publicas. Esta- ran obligados a ser democraticos, vale decir, a escuchar las voces de los afiliados y de los electo- res y a comportarse responsablemente. Su efi- ciencia/eficacia constituye la mejor medida de su democraticidad, es decir de su capacidad de refle- jar las preferencias de los grupos de referencia y de otros. Esta interpretacién fecunda del “séqui- to” partidista y sindical podria, naturalmente, ser producida incluso por un lider de modos y estilo autoritarios. Quien no considera a la democracia como un valor en si deberia aceptar la confirma- da superioridad, al menos rebus sic stantibus, de un lider que gane las elecciones y triunfe en las huelgas. Por lo tanto, quien afirma la irrelevancia de la democracia en los partidos y en los sindicatos con mayor razon deberia, coherentemente, dudar de la necesidad de democratizar los aparatos funda- mentales de un Estado, las otras organizaciones y asociaciones activas en el sistema politico. Sin embargo, la democraticidad de los partidos y de 26 los sindicatos es un fendmeno bien diferente de la democraticidad de las otras instituciones y aso- ciaciones de un régimen democratico. Por lo que resulta més bien problematico definir exactamen- te qué es una estructura burocratica democratiza- da, qué son estructuras militares democratizadas, incluso qué es un sindicato democratizado, si es que no se cierne al puro criterio de la libre elec- cién de los dirigentes (que resulta para algunos aspectos algo limitado y para otros, demasiado). Es necesario imponer algunas distinciones. Si democracia quiere decir también observar y adaptar los criterios de legitimacion electoral y competencia técnica, mandato y expertise, el pro- blema teérico y practico consiste en definir, 0 bien en redefinir y en aplicar el principio de la de- mocratizacion. Si la democratizacién no puede ser reducida unicamente a criterios electorales, siempre utiles y en ultima instancia decisivos, en- tonces habr4 que seguir otro camino que conduz- ca también a la reduccién de los inconvenientes y a la solucién de las dificultades lamentadas por muchos estudiosos. La estrategia democratica podria no ser aquella de la democratizacién sustancial e indiferencia- da de todas las instituciones, todas las estructuras, todas las organizaciones y todas las asociaciones de un régimen democratico. Podria consistir mas » democratico sanciones apl: © tamientos Se en efecto, evi- dente que algunas estructuras como las fuerzas armadas, las fuerzas del orden y la burocracia no pueden ser democraticas en el sentido técnico del término ni lo deben ser, pues eso podria da- fiar su funcionalidad y eficacia con consecuencias graves para la misma democracia politica que ne- cesita de aquella funcionalidad y de aquella efi- cacia. Si es cierto que los regimenes democrati- cos, a excepcién de los casos de invasiones del exterior, caen esencialmente por su propio des- gaste, la disfuncionalidad y la ineficacia de las es- tructuras, la carencia de representatividad y de poder de convocatoria de las organizaciones constituyen, desde ya, algunas de las mas podero- sas causas de ese desgaste. Sin embargo, no se re- suelven solamente con una democracia electoral. De modo que el discurso sobre la reforma y so- bre la profundizacion de la democracia va a lle- var a los problemas antes sefialados. En un orden ligeramente distinto, parece util discutir el papel de las grandes empresas y la incidencia de los mass media, particularmente la television, y de las condiciones de la competitividad en los regi- menes democraticos. 28 De las respuestas democraticas En cuanto a las grandes empresas, hoy sabemos probablemente un poco mas que cuando Lind- blom sefialé con vigor el problema. De por si, las grandes empresas no son una amenaza para la de- mocracia. Lo son cuando chocan entre ellas, o chocan con el poder politico 0 con parte de él, o bien cuando lo corrompen. En el primer caso, la respuesta democratica ha estado constituida por las varias comisiones antitrust, actuantes tam- bién a nivel europeo, a fin de restablecer aquella fundamental condicién constitutiva de la demo- cracia que es la libre competencia, donde libre significa privada de obstaculos para acceder a la competencia. Seria facil comprobar cémo, una vez sancionadas reglas claras para la competen- cia, su violacién se presenta siempre y exclusiva- mente como el producto del enfrentamiento en- tre las grandes empresas y fracciones del poder politico. Entonces, también Lindblom estaria de acuerdo en que el problema no concierne tanto y solamente a las grandes empresas sino més bien a la naturaleza de la puja politica y a la influencia del electorado. Por otra parte, la democracia politica tiene un sentido y nace también con el ambicioso y especi- fico objetivo de contener el poder econdémico, de transferir la influencia politica de la riqueza a los 29 Aemncxeart ntimeros, de los propietarios de los recursos de los medios de produccion a los teabajaderes 4 a los pro- pietarios del voto. Lo n fundarse sos de decision x cbr Mas ompleic se vuelve el discurso sobre el po- der de los medios, en especial en caso de que se considere digna de atencién la hipotesis de la ma- siva y doble influencia de éstos sobre la politica. Por un lado esta presunta influencia se traduce en la afirmacién de que la légica del medio televisi- vo empobreceria el discurso politico, catapultaria primero sobre la escena politica y luego en posi- ciones de poder a los telegénicos (cualquier cosa que quiera decir telegénico) y los teleidéneos en perjuicio de todos los demas competidores y favo- receria a los candidatos ricos que pueden permi- tirse costosas campaiias a caballo de spots publi- citarios o incluso la adquisicion de programas enteros. Por otro lado, se sostiene que el mensaje televisivo se prestaria a ser mas manipulador que cualquier otro tipo de comunicacién politica. Por estas dos razones, si acttian concreta y conjunta- mente, el medio televisivo representa un desafio 30 terrible a la democracia politica. Ya que evidente- mente la abolicién del medio televisivo no es po- sible, la teoria y la praxis democratica estan obli- gadas a elaborar medidas contra esta situacién, aunque no sin arrojar alguna sombra de duda so- bre la excepcionalidad del poder de la television. No parece haber existido nunca una edad de oro itico democrati as . El discurs6 democratico no encuentra ciertamente su edad de oro, ni siquiera en los paises tan atrasados como para no poder permitirse tener television. En algu- nos de estos paises, ayer como hoy, pero hoy con mayores dificultades, el discurso politico frecuen- temente es conducido por funcionarios del Estado y resuelto con el uso de la fuerza 0 del engafio, es decir, con el sistema del garrote o la zanahoria. Cuando todavia no existia la television, si no eran los candidatos telegénicos eran, de cualquier mo- do, los demagogos, los notables, los lideres popu- listas quienes frecuentemente triunfaban, ya al inicio de este siglo -aun en los Estados Unidos— y mucho antes de la Ilegada de los grandes network. En fin, la riqueza no ha sido nunca un handicap para quien quisiese entrar en politica, antes y des- pués del advenimiento de la television. Con esto 31 no se quiere sostener que la presencia y difusion de la televisién no cambien las condiciones de fondo y sean irrelevantes para la competencia po- litica democratica. Sdlo se quiere sostener que la politica democratica ha debido siempre hacer las cuentas con recursos de comunicacién, de popu- laridad, de riqueza no facilmente reductibles al ideal de que el mejor programa, el candidato mas competente, las solas dotes politicas, no mejor de- finidas, hacen la diferencia vencedora. En cuanto a la manipulacién de las opiniones, que estaria mayormente acentuada por el medio televisivo, no se puede desestimar la considera- cién de sentido comun de que la manipulacién como variante perversa de la persuasién es congé- nita a la politica. Que haya sido acentuada, cuan- titativamente sobre la vertiente de la recepcion, cualitativamente sobre la vertiente de la produc- cién, por el medio televisivo es una afirmacién plausible, pero privada de comprobacion, y de to- dos modos discutible. La solucion democratica a la influencia politica del medio televisivo no esta, comprensiblemente, en un improbable apagar co- lectivo de la television, en una improponible cen- sura que se impusiera desde lo alto, en una prohi- bicion de la propaganda politica televisiva. Esta, en cambio, en la capacidad del telespectador de recurrir a un rapidisimo y fatal zapping y en un conjunto de reglas que, por un lado, reglamentan el acceso y establecen formas de “tiempo igual”, y 32 por el otro, canalizan la competencia entre can- didatos en circunscripciones mas pequefias don- de la personalidad del candidato pueda emerger aun sin el recurso masivo de la televisién. Algu- nos estudiosos democraticos, y Dahl entre ellos, no han renunciado nunca a la idea de que el pu- blico democratico pueda ser educado, quiera educarse en la politica y lo consiga. Cuanto mas amplias, difundidas y de buena calidad sean las informaciones politicas gratuitamente disponi- bles en un sistema politico? tanto mayores seran las posibilidades para los ciudadanos singulares de contrastar aquellas informaciones manipula- doras, incompletas, preconfeccionadas que pro- yecten los candidatos televisivos. A fin de cuentas, si estamos en una sociedad de la informacion, por qué negar de raiz la posibili- dad de que los ciudadanos se equipen coherente- mente para tener las informaciones que desean, y mirar s6lo los riesgos y no las potencialidades de la informatica, de una aldea global bombardeada 0 irrigada por las noticias? ¢Por qué no seguir sos- teniendo y tratando de practicar también en el campo de la informacion politica televisiva la so- lucién democratica por excelencia que es la com- 9 Hago referencia a una famosa afirmacién de Anthony Downs: “Los individuos constituyen la fuente de informacion gratuita més ampliamente utilizada”, en Teoria economica de- lla democrazia, Bolonia, I Mulino, 1988, p. 270. 33 petencia entre una pluralidad de fuentes: una red televisiva eventualmente publica y las otras redes privadas con propiedad rigurosamente diversa y transparente? 7Por qué, finalmente, no hipoteti- zar que, en lugar de salir embrutecido por la vi- sion de miles de horas de dibujos animados y de telenovelas, el publico televisivo del proximo de- cenio resultara un poco mis selectivo, mas avispa- do, mejor informado? Esta es una apuesta demo- cratica, vale decir que apunta a la capacidad de los ciudadanos singulares de ejercitar su propia cultura politica al elegir, al evaluar, al premiar también la informacién politica y a sus mejores productores politico-periodisticos. De las reglas democraticas El tercer problema de las democracias, que emer- ge de manera no del todo precisa de las considera- ciones hechas por los criticos democraticos de la democracia realizada, concierne a las modalidades mismas de funcionamiento. Hay quien repite me- cénicamente jaculatorias sobre la decadencia del Parlamento; quien lamenta el declive de la oposi- cién; quien ve solo a organizaciones particularistas activas en roer el queso del bien comtn; quien exalta la politica de los ciudadanos contra la de las organizaciones de representacién, como si éstas 34 no hubiesen sido hechas también por ciudadanos, con sus billeteras, con sus privilegios, con sus in- tereses, e incluso con su altruismo. No viene al ca- so entrar en un puntilloso examen de la variedad de casos de presunto ocaso del parlamento y de supuesto declive de la oposicién,!9 de fuertes re- ducciones de las especies de neocorporativismo a través de las cuales los grandes intereses han cogo- bernado algunos sistemas politicos democraticos, de renovacién de las organizaciones partidarias y, al mismo tiempo, de incisivas modalidades de inicia- tivas de los ciudadanos, comenzando por los refe- rendos y, ultimos pero de ninguna manera infimos, de los fenémenos de alternancia entre equipos, partidos, y coaliciones que contintian incesante- mente caracterizando la dinamica de los regime- nes democraticos, incluso en Italia. Demasiado ocupados en criticar algunas efecti- vas inadecuaciones de los regimenes democraticos y otras inadecuaciones inventadas por ellos, mu- chos autores han perdido de vista fendmenos sub- yacentes de transformacién positiva de las demo- cracias y de individualizacién de las soluciones democraticas. Llegados a este punto, es oportuno 10 Y tampoco meterse en discusiones del mismo tenor. So- bre el punto, consiéntaseme enviar a las investigaciones de An- tonio Missiroli y Oreste Massari sobre Alemania y Gran Breta- fia y a mis capitulos en el volumen por mi editado Opposizione, governo ombra, alternativa, Roma-Bari, Laterza, 1990. 35 volver a Robert Dahl para entender dos de sus in- dicaciones: mirar los cambios en la amplitud de la vida politica y los cambios en las estructuras y en la conciencia de los ciudadanos que viven en las democracias 0 bien aspiran a vivir y luchar por este objetivo.!1 Es necesario, sin embargo, apartarse de Dahl en relacion oon algunas aspectos relevantes consiste en ae respuestas diveaas a fendmenos di- versos, reconduciendo todas aquellas respuestas al poder de los ciudadanos. Si se acepta este planteo, entonces de él derivan algunas consecuencias. Como ya se ha argumentado, en lo que se refie- re a los aparatos del Estado, es decir, fuerzas arma- das, fuerzas de policia, burocracia, la solucién de- mocratica deberia ser no tanto una improbable y posiblemente contraproducente democratizacién de los aparatos —cualquiera sea el significado que se adopte para la expresion “democratizacion’- si- rentes jerarquias de los apandid del Estado seran consideradas responsables de sus acciones y de sus omisiones, de la actuacién y de la ejecucién de las directivas politicas. A su vez, los politicos serén considerados responsables de la seleccién y de la 11 Robert A. Dahl, La democracia y sus..., ob. cit., p. 473. 36 promocién de los funcionarios asi como de la ca- lidad de las directivas por ellos impartidas. Esta solucién democratica pone de relieve al mismo tiempo la importancia de la responsabilidad y de la eficacia y devuelve la valoracién de’la accion de los politicos e, indirectamente, de los burécratas a instrumentos institucionales y electorales en las manos del ciudadano. En homenaje al criterio de la diversificacién, la solucién adoptada por las dis- tintas organizaciones, asociaciones, grupos, lobbys y, si se quiere, medios de comunicacion de masa no puede ser sélo una transparente responsabili- zacion. Debe ser también una competencia. To- dos los actores antes mencionados, aun las institu- ciones educativas, deben gozar de la misma discrecionalidad en la eleccién de sus estructuras organizativas y de sus modalidades operativas. as ideas, los programas, las praxis, y la renovacion del sistema politico estara asegurada por la circu- lacién del personal politico. El mantenimiento de las condiciones de la competencia y la atribucién 37 de responsabilidades politicas y operativas permi- tird hacer funcionar mejor aquel conjunto de fre- nos y de contrapesos que impiden que el poder politico degenere. En conclusién, es posible reafirmar con mayor conviccién la hipdtesis de que los problemas de las democracias contemporaneas no son aquellos puestos en evidencia mas frecuentemente, que las soluciones no son aquellas recetadas preferente- mente. Para entendernos, las democracias con- temporaneas no se estan vaciando de contenidos ni de energias; las democracias contemporaneas no se revitalizan con la extensién de los procedi- mientos electorales a todas las sedes y a todas las estructuras. Es la competicién politico-electoral, la responsabilidad en los aparatos del Estado y de ellos, la competitividad en la sociedad lo que con- figura y completa un recorrido siempre mutable de la dinamica y de la transformacién de los regi- menes democraticos. Esto se contrapone a una ilusoria, probablemente disfuncional, seguramen- te utdpica democratizacion integral. Alguien ha sostenido y sostendra que, por otro lado, el verdadero problema de las democracias contemporaneas consiste en el desencanto de los ciudadanos, en su reflujo en lo privado. Ya a su tiempo, Albert Hirschman puso en evidencia con gran agudeza las muchas probabilidades de que el reflujo hacia lo privado de grupos de ciudadanos politicamente activos constituya una de las mo- 38 dalidades que preparan y preludian un retorno a la vida politica activa!2 de estos ciudadanos y, aca- so, de sus hijos e hijas. Aquellos entre los ciuda- danos de las democracias que han participado en la vida politica, y son un nimero creciente, han aprendido las técnicas y conocen las tematicas. Son, en consecuencia, mas facilmente removiliza- bles. En cuanto al desencanto, parece ciertamen- te mas fecundo y probablemente mas correcto no interpretarlo como un abandono y un rechazo de la democracia sino como el abandono y el recha- zo de cualquier particular expresion politica en los tiempos de vida normales de los ciudadanos — singulares. f Una democracia reorganizada en torno de los tres principios antes delineados, litico-electora, ilidad en los y de los aparatos, c , ofrece, cuanto menos, la oportunidad de Hamar a los ciu- dadanos a ejercitar sus capacidades, a proteger sus intereses, a promover sus ideales. El encanto de- mocratico actua sin pausa. 12 Albert Hirschman, Interés privado y accion piiblica, Mé- xico, Fondo de Cultura Econémica, 1986. 39 La ética en la politica democratica El encanto democratico no ha sido nunca cons- truido solo en torno de reglas frias, mecanismos impersonales, estructuras sin alma. Al contrario, se ha nutrido de pasiones y de intereses, de idea- les y de valores por los cuales los hombres y las mujeres han luchado hasta el punto de poner en juego sus vidas, En tiempos normales es facil olvi- dar estos sacrificios, aun si hoy en muchos paises del mundo los “normales” tiempos democrati- cos no han Ilegado todavia. Anticipando el discur- so que elaboraré en este capitulo, el encanto de- mocratico actia también de modo especial cuando se desarrolla en torno de una ética, de los principios que trascienden reglas, mecanismos y estructuras, aun sosteniéndolas. A fin de que se formule y se funde una ética democratica es ab- solutamente indispensable, sin embargo, que la politica se presente como esfera auténoma de las actividades de los hombres y de las mujeres, co- mo esfera en condiciones de darse sus propias re- glas de constitucién, de funcionamiento y de 41 transformacién. La politica democratica, en parti- cular, debe responder a estas reglas, manteniendo firmes los principios éticos que las sostienen. Cuando se habla de autonomia de la politica la referencia decisiva es el pensamiento, la elabora- cién, de Nicolas Maquiavelo. La autonomia de la politica teorizada por Maquiavelo nacié para legi- timar las decisiones de un soberano absoluto, en el esfuerzo de liberarlo definitivamente de la pe- sada tutela de la moral religiosa. ;Pero es posible en una democracia sostener una renuncia total a cualquier criterio moral sin caer en la indiferencia respecto de los fundamentos que regulan la par- ticipacion democratica, y sin comprometerlos ra- dicalmente? Esta es una interrogacién destinada a atravesar constantemente la politica, especial- mente la politica democratica. Reconocer la autonomia de la politica respecto de las pretensiones, propias de los intérpretes de las religiones codificadas, de dar una legitimacién sacra al poder politico es, de por si, una adquisi- cién revolucionaria. Este reconocimiento es cons- titutivo tanto de la politica moderna, como de la posibilidad de una praxis no temporal del rol de las iglesias, y en particular, dado que concierne a gran parte del mundo occidental, de la Iglesia ca- tolica. También éste es un caso respecto del cual podremos apelar con provecho al “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. De manera simétrica, es la falta de reconocimiento de 42 esta autonomia lo que permite, por ejemplo, a los fundamentalismos, especialmente a los islamicos, llevar a la politica contemporanea el unico gran desafio ideolégico que queda. Es éste el desafio de los estados teocraticos a la eventualidad del naci- miento y de la consolidacién de los poderes politi- cos laicos, no subsumidos al control de las normas religiosas, por lo tanto aut6nomos y potencialmen- te democraticos, que deciden apelar a los ciudada- nos para justificar su pretension de adquisicién y de ejercicio del poder. La heteronomia coranica de los fundamentalistas islamicos obliga a su politica a poner frontalmente en cuestién a la democracia, aquel régimen politico en el cual, sobre la base de sus principios, la ultima palabra, incluso aquella decisiva, concierne a los ciudadanos. Reconocer que la politica tiene modalidades de comportamiento que le son especificas, distintas de las modalidades de comportamiento requeri- das por las religiones y, en particular, por la reli- gion cristiana, y que pueden ser contrastantes con aquella modalidad, ha sido una de las grandes con- tribuciones de Nicolas Maquiavelo. Sélo afirman- do esta autonomia, en el Renacimiento, se podia conferir la responsabilidad de la politica a sus pro- tagonistas: principes y ciudadanos (e, incidental- mente, permitir la autonomia de anilisis a algunos especialistas: los estudiosos de la politica). Es justo recordar la contribucion decisiva de Maquiavelo no sélo por su potencia analitica, si- 43 no también porque es fundador tanto del pensa- miento politico moderno como de la concepcién moderna de la politica. Pero es también oportuno liberarlo de la estratificacién de incrustaciones y de interpretaciones que pueden deformarlo.!3 Pa- ra una exacta comprension de los términos del problema es absolutamente esencial colocarlo, por un lado, en el contexto de las relaciones entre religion cristiana (y poder temporal de la Iglesia) y accién politica de los principes y, por el otro la- do, en el ambito de la naturaleza de la esfera po- litica de su tiempo, a la cual, inevitablemente, el estudioso politico florentino debia referirse. No podia hacer otra cosa. La autonomia de la politica no-democratica Asi pues, en extrema sintesis, Maquiavelo dice a su principe que si quiere conseguir determinados objetivos —que algunas veces trascienden su puro poder personal y conciernen al orden politico de una comunidad- no debe, en algunos casos, tener en cuenta los principios morales a los cuales se 13 Por mi parte, lo he hecho sintéticamente en “Machia- vellismo”, en Paul Ginsborg (comp.), Stato dell’Italia, Milan, Il Saggiatore-Bruno Mondadori, 1994, pp. 92-94. 44 atiene habitualmente el ciudadano en su vida pri- vada, y también en la publica, pero vivida en cuanto simple ciudadano. Si quiere conseguir es- tos objetivos, el principe debe tomar cuenta de va- tiadas condiciones y condicionamientos estructu- rales, de comportamiento, de actitud, es decir, politicos, y debe, en cambio, poner a un lado los preceptos religiosos cristianos. Estos preceptos no sélo serian impedimento, sino hasta podrian resul- tar contraproducentes para su politica.14 Pero es éste un punto para subrayar rigurosamente y para tener siempre presente, la politica del principe de Maquiavelo es inevitablemente una politica que se hace en circunstancias no-democraticas 0, si se prefiere, a-democraticas, que se desarrolla en au- sencia de democracia. El sistema politico al cual Maquiavelo se refiere y se enfrenta es aquel en el cual el principe nuclea todos sus poderes, los ejer- ce, los goza, para usar una terminologia anacréni- ca, anticipatoria, sin controles ni contrapesos. Son exclusivamente las relaciones de fuerza entre los contendientes las que determinan cuantos y qué poderes un principe obtiene y utiliza. No existen complejas redes de reglas y de instituciones que pongan freno al poder del principe de Maquiave- lo. Ni debieran existir, segiin el consejero florenti- 14 Me remito a la perspectiva de Maurizio Viroli, “La cat- tiva retorica dell’autonomia della politica”, en: Il Mulino, 3, mayo-junio de 1994, pp. 417-422, e intento empujarla un po- co més adelante y un poco mas a fondo. 45 no, en aquella fase politica, en aquellos lugares de la politica, en tanto que los objetivos de la politi- ca sean esencialmente orden y seguridad (como precondiciones de la prosperidad). El segundo punto para detenerse es que el principe de Maquiavelo no es un politico cual- quiera: es un gobernante. Con un término con- temporaneo, seria oportuno referirse a aquel principe como a un estadista, en potencia o en acto. Los preceptos de Maquiavelo no concier- nen, en consecuencia, a una indiferenciada, amorfa, vaga esfera de la politica. Conciernen a la adquisicion y al ejercicio por parte de un princi- pe del poder de gobierno en un sistema politico no-democratico. No es el poder en si mismo lo que interesa a Maquiavelo; es el poder como ins- trumento esencial para unificar, ordenar, volver préspera una comunidad. Este es un fin ética- mente valorable. Por otro lado, esta claro que Ma- quiavelo entiende dar consejos, impartir instruc- ciones, ofrecer preceptos no a los politicos en sentido genérico sino a los gobernantes en senti- do especifico. Repito e insisto: los consejos de Maquiavelo, sus preceptos de comportamiento estan dirigidos a los estadistas, a un potencial es- tadista. Para evitar equivocaciones, es correcto subrayar que los “politicos”, en aquellos tiempos, no podian ser mas que los nobles, los consejeros mismos del principe, los cortesanos excelentes. Sabemos que, aun cuando las ensefianzas de Ma- 46 quiavelo sean accesibles a todos y construyan una cuasiteoria del poder y de la politica, el escritor florentino no estaba interesado tanto en los des- tinos de los principes y de los estados en general sino, mas bien, en los destinos de aquel principe especifico (y de aquella especifica comunidad politica). Maquiavelo se refiere a ellos porque se apasiona por los destinos de la comunidad en la cual vive y a la cual pertenece, y espera que tal apego y tal pasion habiten también en el corazén de su principe. El objetivo de Maquiavelo es, entonces, en de- finitiva, de naturaleza sistémica y no simplemen- te, ni tampoco exclusivamente, personalista. Si aprendiera los comportamientos correctos y abandonara las rémoras que le Ilegan de una mo- ral religiosamente instruida y a menudo perverti- da, el principe se transformaria en el instrumento indispensable para conseguir objetivos sistémicos que van mas alla del poder de una persona, de su misma persona. Cuando el principe domine los conocimientos politicos, podra dominar la politi- ca y, en consecuencia, conseguir sus objetivos ul- timos: la conquista de un Estado en el cual poner orden, dar seguridad y producir prosperidad. No es necesario subrayar la modernidad de es- ta perspectiva realista del estudio, del anilisis, de la actividad politica, incluso de la politica demo- cratica, que no se hace con las buenas intencio- nes derivadas de algun precepto religioso sino 47 con los buenos conocimientos derivados de la comprensién de las fuerzas en juego y de crite- rios éticos que empujan a hombres y mujeres a compartir proyectos. En sintesis, la fractura en el Renacimiento de la relacion entre la ética priva- da, por mucho tiempo identificada con la moral cristiana, y la ética politica, aqui personificada por las actividades del principe orientadas a la consecucién de fines colectivos, sirve a Maquia- velo para individualizar las regularidades, no las reglas, de la politica en un contexto no-democra- tico de enfrentamientos sin reglas y de conflictos cruentos que conciernen a la conquista del poder para fines puramente personalistas. El realismo politico de Maquiavelo es funcional a la tarea que él ha delineado: dar consejos no a quien quiera se ocupe de politica, sino a aquel estadis- ta, en este caso a un potencial gobernante, que quiera mantener unidos y guiar los destinos de una comunidad de individuos, preferentemente en relacién con el orden y la prosperidad. Estos consejos hallan fundamento y nutricién en un examen de las condiciones por las cuales se per- siguen y se consiguen objetivos sistémicos. Asi enunciadas las consideraciones maquiavé- licas, ningun discurso contemporaneo sobre la autonomia de la politica de cualquier conjunto de reglas que no sean aquellas propiamente poli- ticas puede permitirse el lujo de ignorar y de abandonar algunas premisas que integran, am- 48 plian y profundizan las de Maquiavelo, que for- mulan las oportunas distinciones y las actualizan. Sélo teniendo plena conciencia de estas premisas se puede completar el discurso sobre la autonomia de la politica, tal como, probablemente, habria sentido la necesidad analitica de hacer un Ma- quiavelo que viviera en una época democratica. Las premisas son pocas y, sin embargo, esenciales. Primera premisa: reconocer la autonomia de la politica no significa en absoluto afirmar que la politica, cualquier politica, sea o deba ser total- mente desregulada, o indiferente, o bien, todavia peor, del todo contrastante con algunas reglas morales que no sean aquellas dictadas por alguna especifica confesién religiosa e interpretadas ex- clusivamente por los depositarios de aquella reli- gin. Dicho mas explicitamente, aun la politica puede tener una moralidad. Tiene sus reglas, se inspira en sus propios principios éticos. Por otra parte sea en el ambito de los sistemas politicos estatales singulares, sea en el ambito de las rela- ciones entre los estados, algunas de estas reglas, ampliamente codificadas, fueron sostenidas aun por profetas desarmados. Incluso, los hombres politicos (uso este término provisoriamente aun- que dentro de poco seré més preciso), son en de- nitiva valorados, criticados 0 exaltados por el modo mediante el cual afrontan y resuelven los inacabables conflictos entre algunos imperativos politicos y algunas reglas éticas y morales. 49 En segundo lugar, lo que mas nos preocupa, comprensiblemente, es la politica democratica; aquella politica en la cual, por definicion, ningun actor singular tiene jamas en. sus manos todo el poder por un periodo de tiempo indefinido, ni tiene jamas la posibilidad: de ejercitarlo sin con- troles ni contrapesos. No creo, de todos modos, que tengamos que absolver a ninguno de los lide- res autoritarios y totalitarios de este siglo de cual- quier color que fueren, que también podrian afir- mar haber actuado siguiendo el principio de la autonomia de la politica, desvinculados de cual- quier regla moral, en particular respecto de sus ciudadanos reducidos a subditos. La autonomia de la politica no justifica, por ejemplo, ni el asesinato en Burgos en 1969 por parte del régimen de Franco de cinco anarquistas y comunistas ni, atin menos, aunque no es sdlo una diferencia de escala, los campos de concen- tracién nazis y los gulag soviéticos. Seguramente, los principes de estos regimenes no democraticos mantenian, acrecentaban, volvian mas dificil de- safiar su poder politico con casi absoluta autono- mia de su politica y sin ninguna preocupacién por principios morales. Respondian reivindicando la autonomia de la politica, entendida como su po- der personal, justificando instrumentalmente:su dominio —acaso sin siquiera reconocer como tal el mal no muy necesitado, para citar a Maquiavelo, en el cual entraban- para perseguir bienes colec- 50 tivos mas elevados: la independencia del pais, el orden politico, la finalizacién de la revolucién, la pureza de la raza, que estarian por encima de cualquier principio ético-moral. Solo una forma inaceptable de “realismo” puede absolver a Fran- co, Hitler y. Stalin (et al.) por su interpretacién de la autonomia de la politica. Sila autonomia de la politica es utilizada sdlo como cobertura san- grienta de la adquisicion, del ejercicio y del man- tenimiento.del poder personal, y no tiene un con- tenido sistémico, ni Maquiavelo ni la mayor parte de los maquiavélicos podrian reconocerse en ella. A fin de cuentas, el problema que me preocu- pa en este capitulo es'‘la autonomia de la politica democratica. Desde el momento en que es posi- ble hablar concretamente de ella, esta politica democratica no es, muy comprensiblemente, en absoluto auténoma de los lazos de sus reglas constitucionales formales y materiales, en sustan- cia del pluralismo institucional, politico, social, cultural, religioso del sistema en el cual se desa- rrolla. Se podria afirmar, de manera tajante, que toda la lucha politica para construir, mantener y hacer funcionar las democracias, y todo el pensa- miento politico democratico sobre el tema se han desarrollado y ocupado justamente en poner limites a la autonomia de la politica ya la posibi- lidad de que la esfera politica sea conquistada desde fuera, puesta al servicio de intereses no po- liticos (es el problema al cual Walzer ha dedica- 51 do paginas densas y apasionadas),!5 utilizada pa- ra borrar reglas y limites y, por eso, para pisotear la democracia misma. Politicos y estadistas Finalmente, y como tercer punto digno de nota, es oportuno distinguir cuidadosamente entre los po- liticos y los estadistas, entre la mas o menos vasta y voraz clase politica, que se afana en adquirir y mantener posiciones de prestigio y de privilegio y " los recursos que se derivan de ello y que quiere una verdadera carrera politica, y los gobernantes, algunos de los cuales se elevan a estadistas. Soy perfectamente consciente de que, en cualquier ca- so, la distincion es tenue y no se puede saber a priori quién quedard radicado.en la clase politica y quién descollara, quién se caracterizara como politicastro y quién devendra estadista, quién se hundiré en la cronica y quién entraré en la histo- ria. Este es un problema histérico-empirico, aun- que los testimonios y los estudiosos estan segura- mente en condiciones de hacer previsiones fundadas sobre la base de los comportamientos de 15 La referencia la constituye el fundamental volumen de Michael Walzer, Sfere de giustizia, Milan, Feltrinelli, 1987. 52 los politicos y de la ética que manifiestan. Sin em- bargo, no se trata de prever las carreras personales; se trata mas bien de aplicar algunos criterios que, por un lado, sean validos para todos los actores po- liticos y, por el otro, permitan valorar especifica- mente los comportamientos de los gobernantes y de los estadistas a la luz de las mas elevadas reglas que confieren autonomia a la politica. Natural- mente, para hacer esto es necesario proceder a la formulacién de algunas distinciones que, de ma- nera provisoria, consideraré de tres tipos. La primera distincién es aquella entre los regi- menes politicos no democraticos y los regimenes politicos democraticos, ya apuntada més arriba. EI discurso sobre la autonomia de la politica en regimenes no democraticos ha sidg utilizado sus- tancialmente como justificacién de la licencia de matar. Se ha afirmado la concepcién segtin la cual los principes podrian efectuar cualquier in- tervencién que sirva para mantener el poder, pa- ra instaurar el orden, para producir la prosperi- dad, prescindiendo de cualquier consideracién moral y ética y a menudo confundiendo el or- den con la prosecucién del poder de los podero- sos que, demostrando tener el total control del poder politico, afirmarian la autonomia de la po- itica. También con frecuencia, tanto los incura- bles tercermundistas, admiradores del buen sal- vaje, como los frios realistas justifican todo lo que sucede en los regimenes del Tercer Mundo con 53 deplorables consideraciones de relativismo cultu- ral: aquellos déspotas y aquellos pueblos no esta- rian listos para la democracia occidental, y por eso mismo la autonomia de su politica no estaria obligada a ‘respetar, por ejemplo, los mas elemen- tales derechos del hombre (y de la mujer), los de- rechos humanos esenciales. A mi modo de ver, al contrario, ninguna concepcion realista de la auto- nomia de la politica puede absolver los crimenes de la politica. Mas alla de los principios éticos de fondo, respecto de los gobernantes y de la clase politica en el poder incluso en aquellos regime- nes, valen todas las normas penales y todas las convenciones del derecho internacional. De manera mas significativa y mas complica- da, el problema de la autonomia de la politica se presenta como digno de mayores atenciones to- davia en los regimenes politicos democraticos. La segunda distincién-clave concierne a la naturale- za y al funcionamiento de los regimenes demo- craticos y, para decirlo con extrema claridad, a los limites de la autonomia de la politica. Estos limi- tes, que varian relativamente poco de régimen democratico a régimen democratico, pueden ser superados exclusivamente en casos excepciona- les en los estados de excepcién, que notoriamen- te suspenden la democracia y colocan a quien de- cide en tragica soledad. Para este propdsito, es posible recuperar la teoria de la derogacién, a la cual ‘hace referencia Maurizio Viroli, o bien re- 54 cordar que solo alla donde se configura una posi- bilidad de eleccién se puede recoger la mayor o menor eticidad de los comportamientos politi- cos, que es lo que argumenta de manera intransi- gente, aunque convincente, Félix Oppenheim con referencia a la politica exterior.!6 Pero es jus- tamente el reconocimiento de que de derogacion se trata y de la existencia de posibilidad de elec- cién lo que prueba la existencia de alternativas de comportamiento éticamente validas. Finalmente, la tercera distincién concierne a las personas que ocupan cargos politicos acerca de los cuales queremos aplicar el criterio de la auto- nomia de la politica. Se trata de saber si son go- bernantes o bien clase politica media-baja, vale decir si estan en copdiciones de tomar decisiones que influencien la vida de toda la comunidad po- litica, o bien si su poder es muy parcial, circuns- cripto, modesto aunque de ningtin modo falto de valor. Naturalmente también frente a los politicos medio-bajos se debe hacer valer algunos criterios de valoracion ética, como sugeriré en breve. Pero la autonomia de la politica parece, en este caso, revelarse singularmente como autonomia de la decisién politica, incluso en condiciones de no 16 Desdichadamente, el importante ensayo de Félix E. Oppenheim, Il ruolo della moralité in politica estera, Milan, Franco Angeli, 1993, ha transitado casi sin dejar secuelas en el debate italiano sobre la guerra. 55 excepcionalidad. De manera que la autonomia de la politica puede ser, en este punto, definida co- mo la autonomia de las modalidades con las cua- les se llega a decisiones politicas. Estas se fundan sobre una ratio intrinseca, que no desciende de ninguna religién, que merece ser no sdlo com- prendida, sino también estudiada, y de ninguna manera absolutizada, aunque pueda ser criticada en sus premisas, en sus aplicaciones, en sus conse- cuencias. Propongo que el estandar con el cual se proceda a estas operaciones sea aquel derivado de la referencia a las reglas democraticas, vale decir a la siempre y constantemente reproducible posibi- lidad para grupos de personas de aspirar, en una competicién libre, posiblemente pareja, transpa- rente, periddica, a la adquisicion del poder de go- bernar. Con mayor precisién, hay que considerar como comportamientos que contradicen la ética de la politica democratica todos aquellos que apuntan a la marginaci6n y a la destrucci6n de los otros actores, todos aquellos comportamientos que reducen el pluralismo. Si éste es un estandar aceptable, sugiero también que el poder de go- bierno sea definido y valorado no sdlo en el 4m- bito de un sistema politico especificamente defi- nido, sino también dentro de las organizaciones que hacen politica, comenzando por los partidos. La politica tiene siempre un costo también en términos econdémicos. La politica democratica, que se desarrolla casi esencialmente en sistemas 56 econémicos de libre mercado, donde el dinero tiene un gran peso, esté inevitablemente expues- ta a las interferencias de quienes detentan el po- der econémico. La democracia nace también pa- ta hacer que los votos, los nimeros, tengan mas valor que el dinero, los recursos. Es una opinién extendida, y democraticamente fundada que el rol del dinero en los regimenes democraticos de- ba ser puesto bajo estrictos controles y limites se- veros. La ética democratica sostiene que es pro- fundamente incorrecto que el dinero influencie la competencia politica y las decisiones politicas. El ejemplo mas significativo y mas util de la aplica- cién de algunas reglas aun de lato sensu moral a la politica democratica puede por lo tanto ser deli- neado con referencia al explosivo problema del financiamiento de los partidos y, en general, de la politica misma. Robar para el partido: devastar la ‘democracia No es en absoluto restrictivo de la problematica mas general (la ética en la politica democratica), examinar un fendmeno especifico, el del financia- miento ilicito de los partidos, considerandolo més que emblematico, dado que un poco en todos los regimenes democraticos estuvo presente en es- a candalos que han hecho temblar a muchos parti- dos al punto de destruir las carreras de algunos di- rigentes y de mandar a la oposicién algunos im- portantes partidos de gobierno. Asi, deberia también ser liquidada la tanto cinica como infun- dada vision de los realistas segtin los cuales en los regimenes democraticos la mayoria de los electo- res estaria dispuesta a aceptar la corrupcién poli- tica. Sin embargo, atin hoy el dilema de la corrup- cién de y en los partidos viene girando, de manera simplista, en torno de esos dos extremos: robar pa- ra el partido/robar para si. Los partidarios mas realistas de la autonomia de la politica entendida como total libertad de re- glas éticas deberian afirmar con gran vigor que el dirigente de partido que roba para si comete un delito, mas 0 menos grave, que debe ser penado sin excepciones sobre la base de las leyes vigentes. Al contrario, segun aquella doctrina, en referencia a las numerosas y mutables concepciones de la politica, quien roba para el partido (para financiar y hacer politica) no sélo no habria cometido un delito sino hasta habria ofrecido una contribucién sistémica positiva. De hecho, quien roba, vale de- cir quien se apropia, aun con algun recato en tér- minos de concesiones, de exenciones y de facili- dades, de recursos obtenidos mediante sobornos de los mas variados tipos, por ejemplo de propa- gandas televisivas a favor de su partido, se vuelve positivo si hace, o bien ha hecho, todas estas tran- 58 sacciones (acaso, en su tiempo, en délares en el in- tento de contrastar con las efectuadas en rublos) para su pobre partido. En suma, quien ha robado sosteniendo que obré para el mantenimiento de la democracia de- beria ser considerado menos culpable que aquel que se suponia robaba para subvertir la democra- cia. Pero, quien ha robado para mantener viva y operativa una oposicién que representase a las clases populares e impidiese al gobierno propa- sarse tendria los mismos méritos y ambicionaria a la misma impunidad. Asi pues, las presuntas, rigu- rosas leyes de la autonomia de la politica no se preocuparian en absoluto en sindicar el compor- tamiento ni de los unos ni de los otros. En casos como éste, aflora no el maquiavelismo, que sobre el punto tiene mas de una vacilacion, sino el je- suitismo: el fin justifica los medios. Después de esto bastara una bella confesién y todos al Parai- so. Al contrario, sera un heroico silencio lo que demuestre apreciacién generalizada para la noble, proletaria resistencia contra la inquisicion judi- cial. Por desgracia, quien no cree que la autono- mia politica coincida sic et simpliciter con la licen- cia para los politicos de evadir las leyes, esta obligado a ser y permanecer, por esto, severo, muy exigente, hasta inflexible frente a todos estos comportamientos. Para comenzar, la politica democratica, al me- nos en lo que concierne al financiamiento de las 29 actividades politicas, debe hacer las cuentas con las leyes existentes y no puede reclamar ninguna autonomia, ninguna desregulacion, ninguna supe- rioridad respecto, por ejemplo, de la ética econd- mica. En segundo lugar, en la politica democrati- ca la distincién entre aceptar financiamientos personales ilicitos y aceptar financiamientos ilici- tos para el propio partido o bien, mas Ilanamen- te, entre robar para si y robar para el partido o pa- ra cualquier otra organizacién que presente candidatos a las elecciones, no deberia existir. Di- rectamente, si la distincién estuviese hecha y ad- quiriese ciudadania, se deberia considerar mucho mas grave robar para el partido de pertenencia que robar para el propio enriquecimiento perso- nal. Por empezar, el enriquecimiento personal pa- ra quien esta activo en politica produce siempre efectos positivos de arrastre y de desborde sobre la carrera politica. En una bella mansion frente al mar con piscina y con yate se puede invitar a mu- chos amigos que en el oportuno vencimiento electoral se acordaran de su simpdtico anfi- trion...!7 No es necesario ir mas alld porque son innumerables, especialmente en las democracias 17 No entro en el particular de cuales son los politicos que roban mis, como clase sociolégica definible, ni de las mo- dalidades de hacerlo. Me limito a reenviar a la 6ptima inves- tigacién de Donatella della Porta, Lo scambio occulto. Casi di corruzione politica in Italia, Bolonia, Il Mulino, 1992, y a la in- cisiva introduccién de Alessandro Pizzorno. 60 de la Europa meridional, las pruebas de ventajas politicas personales adquiridas a través de la apro- piacién indebida e ilicita de dinero. Y las defensas de los politicos acusados se han vuelto cada vez mas flojas y menos creibles. El caso de quien declara haber robado “exclu- sivamente’ para el partido es, por otro lado, desde el punto de vista de la autonomia de la politica, mucho mis interesante, ya que continua teniendo defensores a menudo de buena fe. Puesto que me parece que esta especie de corrupcidn politica, aunque sea efectuada para aventajar al propio partido, es con mucho mis grave, quisiera argu- mentar mi razonamiento por extenso. Lo inicio descomponiendo este delito en sus varias fases y en sus presumibles efectos. Cualquiera que cobre sobornos y fondos ilici- tos acttia, ante todo, en los partidos que hemos conocido en este pais, aun en el mas pequefio, y en los partidos de gobierno de otros paises (por ejemplo, los socialistas en Grecia, Francia, Espa- fia, aunque no es sélo un problema socialista), en nombre y por cuenta de una corriente inter- na. Aun si los representantes de las otras corrien- tes de su mismo partido no roban, se quiebra, como sea, un primer e importante principio de- mocratico: la corriente corrupta, mejor financia- da, dispondra de recursos mas abundantes para publicar revistas, organizar convenciones, hacer proselitismo, ganar la opinién publica, financiar 61 las campajias de los propios candidatos en detri- mento de todas las otras corrientes. Naturalmen- te, antes o después, pero de todas maneras bas- tante rapidamente, todas las corrientes: del mismo partido seran obligadas a correr al reparo “autofinanciéndose”, como con espléndido un- derstatement se define este proceso. Es decidida- mente probable y a menudo probado que los muchos cobradores de sobornos haran una mas rapida carrera de partido en perjuicio de los no cobradores y de las ideas, los programas, la capa- cidad de aquellos que no roban. Incidentalmen- te, también los afiliados de aquel partido seran despojados de poder politico. En efecto, sus votos seran raramente determinantes en la eleccion de los dirigentes y en la seleccién de los candidatos a los cargos publicos. Otras logicas seran més va- loradas. Los votos quizas continuaran siendo va- lorados dentro de ciertos limites pero los recur- sos, de manera especial aquellos ilicitamente adquiridos, decidiran. Son recursos impropios, provenientes de afuera, los que distorsionan los procesos de decisién. De democracia en los par- tidos, sin venir al caso lo que se entienda con es- ta expresion, no hablaré mas. Naturalmente, existe también quien roba para el partido con consecuencias varias, todas dignas de atencién y llenas de peligro para la democra- cia. Si un partido roba, todos los otros seran cons- trefiidos a emularlo para no resultar en desventa- 62 ja. Si un partido puede, por predisposicién de sus dirigentes 0 por su colocaci6n politica, robar mas que los otros, se rompe el principio fundamental de la igualdad de las oportunidades politicas en- tre los partidos. Afortunadamente hoy sabemos mas y no podemos limitarnos ni a'una postura ci- nica ni a una critica moralista (“asi no se hace”) de lo que sucede. No es sélo el hecho que robar rom- pe el principio democratico fundamental de la equidad en la competicién politica. Hacen tam- bién su aparicion algunos indebidos privilegios no facilmente y no siempre :cuantificables que parti- dos de gobierno y grupos de interés se intercam- bian alegremente. En suma, los partidos que ro- ban sobreviven mejor que aquellos que no roban, son mas visibles y sus habiles recolectores de so- bornos y de privilegios nacionales hacen una me- jor, mas rapida, mas duradera carrera politica. An- tes o después, a menudo relativamente pronto, los “habiles” administradores de los recursos financie- ros indebidamente adquiridos, reproducidos y multiplicados, son recompensados con la eleccién al Parlamento que trae consigo la importantisima inmunidad parlamentaria. Una mal interpretada autonomia de la politica manifestaria comprensi6n y pasaria por alto todos estos comportamientos. Una concepcién contem- poranea de los limites a la autonomia de la poli- tica democratica y- de su ética no puede hacer menos que considerarlos todos, en bloque, com- 63 portamientos fraudulentos, devastadores para la politica y para la cultura democratica. Entre otras cosas, en este nivel llega a faltar la distincién en- tre clase politica media-baja y gobernantes. El atributo de gobernantes viene, en efecto, a menu- do adquirido y reproducido también gracias a la capacidad de solicitar y de recoger suculentos so- bornos y privilegios materiales. ;Deberiamos ha- cer valer alguna regla frente a quienes destruyen las bases de la competencia democratica y de los presupuestos mismos de la democracia? O bien, édeberiamos declarar obstinadamente que no es necesario interferir en la autonomia de la politica frente a la moral? (Por qué el hurto, que esta uni- formemente condenado por todas las religiones y por todas las éticas laicas, no deberia ser condena- do por la ética politica? La autonomia de la poli- tica se podria ejercitar mas oportunamente, y en algunos casos se ejercita, al prever para compor- tamientos de este tipo una sancién mas dura, pa- reja al dafio producido, al conminar una condena tan inapelable como apropiada: dimision inme- diata y exclusion definitiva de la actuacién publi- ca. La dimisién se aplica, obviamente, a los deten- tores de cargos electivos; la exclusion inmediata y definitiva de la funcién publica debe golpear también a aquellos que atin no tienen cargos po- liticos, pero que, dado el circuito en el cual estan insertos, podrian tenerlos. 64 No demasiado auténoma, bastante decente Resumiendo. No sé si Maquiavelo confiaria el destino de su principado a quien entra en juego para defender sus propiedades y sus redes televi- sivas y que por algiin tiempo ha mantenido sus propiedades y ejercido el poder politico del go- bierno apuntando a adquirir el control -se en- tiende por interpuestas personas— de todo el sis- tema de la comunicacién radiotelevisiva. Sdlo sé que la combinacién de poder econdmico con poder politico, la superposicién del primero al segundo, no constituye una aceptable interpreta- cién de la autonomia de la politica respecto de la ética democratica, que codifica una separacién lo mas cristalina posible; ni del derecho constitu- cional, que reglamenta la inelegibilidad y la in- compatibilidad; ni de’ la ética publica o de los comportamientos de los gobernantes por crite- rios de la ética privada, del enriquecimiento per- sonal sin violacion de la leyes existentes. La intentada subordinacién del poder politico al poder econémico constituye, sin embargo, una peligrosa derogacion de la ética constitutiva de la politica democratica entendida como sistema de reglas especificas que garantizan la competi- cién politica entre contrincantes colocados en posicién de salida similar y la participacion y la 65 influencia politica de los ciudadanos. Es ademas una derogacion peligrosa para la ética constituti- va de la economia de mercado, que deberia salva- guardar la vitalidad y la reproduccion de la com- petencia entre los actores econémicos y de la influencia de los consumidores. Obviamente, Maquiavelo no podia interesarse en estos resultados ni preverlos. Y dudo que Max Weber, el otro gigante del debate sobre la autono- mia de la politica, pudiese hoy definir manifesta- ciones de la politica italiana como el advenimien- to de la democracia plebiscitaria. En efecto, la democracia plebiscitaria puede ser legitimamente invocada sdlo cuando se inserta en un sistema po- litico dotado de elecciones competitivas, de fuer- tes controles partidarios y de vigorosos contrape- sos institucionales, a fin de producir algunas criticas utiles orientadas al cambio politico e ins- titucional. Un sistema de este género, justamente porque esta sostenido por partidos e institucio- nes, corre el riesgo de la burocratizacién que asfi- xia a la democracia. Por esto, debe ser periddica- mente desbloqueado. No obstante la victoria del Olivo, el caso italiano corre todavia algunos ries- gos de volverse ejemplificador de una democracia plebiscitada por medio de la television, privada de aceptables y efectivos contrapesos, carente de una ética democratica digna de este nombre. E] maximo de autonomia de la politica podria por eso coincidir, en Italia y en algunas otras de- 66 mocracias contemporaneas, viejas y nuevas, con la culminacién del monopolio de la politica. Aceptar la anulacién de esta distincién no cons- tituye una prueba de realismo politico como el ceder a una concepci6n integral de la politica. Pa- ra refutarla convincentemente, es indispensable que sea articulada y formulada una ética publica, vale decir un conjunto de criterios de comporta- miento para los detentores del poder politico y para.aquellos que tienen el poder de orientar a la opinion publica. Es lo que intentaré hacer en el préximo capitulo. 67 La ética publica entre conviccién y responsabilidad Sin angeles Detras de cualquier discurso sobre las reglas de la democracia retorna la urgencia de una ética pu- blica. Si el papel de los intelectuales es llevar ade- lante una constante discusién con el poder politi- co y con la opinién publica, el desafio de la intransigencia del juicio, formulado por el accio- nismo* italiano, debe ser recuperado y relanzado para que aquella que deberia ser la “revolucién moral” italiana sea llevada a término. En esta fase se corren dos grandes riesgos. Por un lado, que se crea que la victoria politica del Olivo equivale a la reconstruccién de un tejido civil y ético para la politica italiana. Por el otro lado que, al contrario, * Partito d’Azione, activo durante la resistencia al fascis- mo. Nacido en 1942 de la confluencia de los movimientos Justicia y Libertad y liberal socialista tuvo sus raices en el ho- ménimo partido de Mazzini (1853-1870). Se disolvié en 1947, tras la derrota electoral de 1946. N. de E. 69 se suponga que la reconstruccién politica de Ita- lia pase exclusivamente por su reconstruccién moral. Vale decir que todo el intenso y a veces aun productivo debate sobre las reglas del juego, sobre las reformas electorales, institucionales y constitucionales, que son su traduccién practica, termine por ser rapidamente puesto en segundo plano y, puesto que no existe ninguna ingenieria politica que transforme a los hombres en angeles, termine incluso por dejar todo el espacio a una discusién mal planteada y peor conducida sobre el mejoramiento de las costumbres politicas que daria vida automaticamente a una nueva ética publica. Es una perspectiva que, con mucha falsa conciencia, los. opositores reales de las reformas institucionales han hecho suya desde siempre. No es asi, no puede ser asi. / Desde Madison en adelante, sin embargo, de- beriamos haber aprendido que, justamente por- que los hombres no son Angeles, es indispensable que se plasmen, y vuelvan a plasmarse reglas e instituciones politicas y sociales tales que los obli- guen a comportarse de manera politica y ética- mente productiva para la comunidad, y que pon- gan al margen de la esfera politica a quienes se desvian. Dicho esto sintéticamente y demostrada la necesidad imprescindible de nuevas reglas elec- torales e institucionales, es evidente que la nece- sidad de una ética publica aparece clara y sentida, sobre todo en un pais como Italia que.no ha sido 70 nunca excelso en este Ambito. No es menester re- currir al fin de las ideologias y su traumatico im- pacto sobre el sistema politico italiano para afir- mar que es indispensable que la politica esté apoyada por una ética. La politica, vale decir aquella actividad que, muy esquematicamente, consiste en el comprometerse a gobernar una co- munidad organizada, ha tenido siempre necesi- dad de-una ética. En efecto, no sélo ha sido la éti- ca ptiblica, vale decir un conjunto de principios, de estilos, de habitos, de limites y, naturalmente, de valores compartidos la que ha fundado la vida de Jas comunidades organizadas e inspirado a los lideres que las han gobernado, pero ha sido justa- mente la decadencia de aquellos principios, de aquellos estilos, de aquellos habitos y de aquellos valores (0 sea del espiritu ético publico), y el des- conocimiento de los limites de la politica, lo que ha producido la corrupcién de aquellos lideres y la decadencia de aquellas comunidades. La necesidad de una ética publica En su develada y perdurable problematicidad, apenas mitigada por la victoria del Olivo, el caso italiano puede ser usado para demostrar esta tesis esquemitica. Ni siquiera en el momento funda- dor de la Republica, y en los afios inmediatos, la 71 confrontacién y el choque ideolégico, con su re- ferencia a modelos contrapuestos de sociedad, contribuyeron, no obstante algunas tentativas con ese fin, a encauzar una parte consistente de la energia espiritual de las elites politicas y cultura- les hacia la definicién y la asercién de valores ge- nerales en los cuales inspirarse para la actividad publica, hacia la persecucién y la afirmacién de éticas puiblicas limpida y alternativamente formu- ladas. El patrimonio de valores, que también exis- tia en algunas fuerzas politicas, permanecié pre- ponderantemente subordinado a la razén de partido. De esta manera, ni las ideologias, ni la competencia entre modelos de sociedad, ni los valores que daban sustancia a aquellos modelos e ideologias, resultaron genuinamente impregnados de una ética publica capaz de penetrar en la so- ciedad transformandola en la interacci6n. Por otra parte, para que una ética publica se afirme y se consolide, no es suficiente que estén disponibles principios, criterios y estilos éticos elaborados de manera convincente y adecuada. Es indispensable que exista o se esté formando un putblico que exi- ja y pretenda que aquellos principios sean respe- tados, aquellos criterios aplicados y aquellos estilos honrados, y que acttie, en consecuencia, castigan- do y premiando. Si se atribuye a cada uno, politicos e intelectua- les, las responsabilidades diferenciadas que se me- recen, el publico, la opinion publica italiana, no 72 comprenderia ni podria absolver a los otros acto- res politicamente relevantes como los empresarios y los manager por sus culpables flaquezas. Asi co- mo es verdad, dentro de ciertos limites, que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, o bien, al menos, la mayor parte de aquel pueblo, es tam- bién verdad que la ética publica a menudo refleja la ética, por decir asi, privada, de los ciudadanos privados. En ausencia de una ética publica riguro- sa y vigorosa, cuando toda esperanza de transfor- macién radical y cualquier modelo concreto de re- ferencia hubieron perdido su empuje propulsor o de simple sustento de la accién politica, los valo- res de compromiso y de servicio, las expectativas de renovacién, fueron sustituidos, inevitablemen- te, por intereses particularistas de facciones mas que de partidos, de personas més que de organiza- ciones. Se ha vuelto absolutamente imposible que la politica de la cotidianidad logre basarse sobre principios éticos, que aplique criterios éticos, que sea atentamente controlada por una ética publica. Cuando y donde asomaba aquella ética publica, solo muy parcialmente conjugada y muy vaga- mente mencionada, casi nunca era puesta como fundamento de la actividad de control y de critica que, también, sobre todo los operadores de me- dios escritos y radio-televisivos, podrian y debe- rian ejercer en un sistema politico democratico. Este no es otro discurso, tangencial respecto del corazén del problema, representado por la 73 renovacion de un sistema politico. Es justamen- te, al contrario, el discurso sobre la ética publica, la ética que una opinién publica correctamente informada interioriza, publicita y enriquece. En este punto y con este propdsito, la apelacién a Max Weber y a su conocidisima distincién entre los dos tipos ideales de éticas a las cuales pueden apelar aquellos que operan en la esfera politica se vuelve util precisamente porque no es un dis- curso rigido y congelado en una época determi- nada, sino porque habla de politica y de transi- cién. Si es obvio que la actividad politica no puede ni premiar a quien sigue exclusivamente la ética de la conviccién, sin compromisos, do- bleces ni conciliaciones, ni inspirarlo de manera totalizadora, es también obvio que la ética de la responsabilidad no puede predefinir compatibi- lidades, mediaciones, contrataciones. No puede, especificamente, establecer que la politica debe obedecer a reglas propias, a imperativos ascéti- cos que excluyan casi por definicién algunos va- lores colectivos, éticos, que estan antes que la ra- zon politica, que se sittan por encima de cualquier ley o norma, que constituyen, sustan- cialmente, el patrimonio de una ciudadania do- tada de espiritu publico. No es, entonces, en absoluto seguro que el politico deba siempre y exclusivamente referir- se a la ética de la responsabilidad para tratar de justificar cualquier compromiso, sin buscar afir- 74 mar modalidades de comportamiento diversas que se inspiren en su misma relacion con la es- fera de la politica, aun en perjuicio, mas o me- nos temporario, de su propia carrera politica. Al contrario, no se ha dicho en absoluto que el in- telectual que se acerca a la politica y se ocupa de ella deba rehusar la ética de la conviccién, aceptando, de todos modos, como se dice habi- tualmente, ensuciarse las manos. Es un sacrificio que un intelectual puede hacer, pero el limite infranqueable deberia estar sefialado por la éti- ca publica como se ha venido afirmando en cualquier sistema politico, aun con referencia a estandares generalmente aceptados en los regi- menes democraticos. Al contrario, al politico le favorecera intentar afirmar principios y estilos que van mas alla de la contingencia. La opinion publica atenta, aquella que a menudo hace la diferencia en las consultas electorales lo valorara y juzgara también por esto. Por otra parte, es Weber mismo quien afirma con nitidez que “la ética de la conviccién y la de la responsabilidad no son absolutamente antitéticas sino que se completan reciprocamente y sdlo jun- tas forman el verdadero hombre, aquel que pue- de tener la ‘vocacion por la politica’ (Beruf zur Po- litik)’.18 En cuanto al intelectual, lo favorecera 18 Max Weber, El politico y el cientifico, Madrid, Alianza, 1967. 75 resistir la tentacién de razonar y actuar sdlo sobre la base de presuntas compatibilidades definidas segtin el estado y el momento del sistema 0, peor, del partido de referencia. “Queremos traer a cuen- to que anhelar y esperar no basta, y nos compor- taremos de otra manera: nos abocaremos a nues- tro trabajo y ejecutaremos la ‘tarea cotidiana’ en nuestra calidad de hombres y en nuestra actividad profesional” .19 El deber intelectual de contradecir el poder politico Para ejecutar esta tarea cotidiana, no es en ab- soluto necesario que el intelectual intente ad- quirir una estrecha contigiiidad con el poder politico. Esto no significa que el papel de los in- telectuales en politica sea criticar y desvalorizar. Mejor dicho, y limitandonos a acontecimientos contempordneos, los asi Ilamados gobiernos de los profesores pueden desarrollar tareas de deci- siva eficacia. Sin ir a excavar en la revolucién tecnocratica, ni exaltandola acriticamente, los ejemplos de intelectuales en politica, desde Jo- seph Schumpeter a Woodrow Wilson, desde John Maynard Keynes a Vaclav Havel y Bronislaw 19 Max Weber, ob. cit. 76 Geremek, han sido extremadamente significati- vos. No es, de todos modos, la del compromiso directo en niveles medio-altos de la politica la tunica modalidad para ejercer influencia. Ni, ain menos, es la simple contigiiidad subordinada al poder politico lo que garantiza esta influencia (las eminencias grises). En todo caso, se llegar4 a tener influencia con la fuerza de las ideas, con la capacidad proyectiva, con la coherencia de la en- sefianza y de las opiniones. La tarea del intelectual no consiste en hablar en nombre del poder politico ni, mucho menos, a favor del poder politico. Consiste mas bien en hablar al poder politico con explicita franqueza y en saber contradecirlo, si es necesario, abierta- mente, haciendo referencia a sus competencias y a sus principios. Como ha escrito eficazmente Michael Walzer, el intelectual “habla en voz alta, a despecho de los poderes constituidos”.20 Asi pues, concretamente, mucho mas alla de la com- petencia especifica que podra caracterizar a una elite intelectual tecnocratica, actitudes de duda, de investigacién, de critica y hasta de intransigen- cia representan un patrimonio no sdlo para los intelectuales y politicos sino para cualquier co- munidad politica. 20 Michael Walzer, Il intellettuale militante. Critica so- ciale e impegno politico nel Novecento, Bolonia, Il Mulino, 1991, p. 23. 77 No esta dicho que estas actitudes se configuren como exclusivas de los intelectuales. No obstan- te esto, es seguro que si los intelectuales abdican, si no expresan dudas, si no sugieren investigacio- nes, si no alimentan criticas, si no oponen intran- sigencias, no podrian construir algunos términos de referencia, formular algunas modalidades de control, ofrecer algunas bases de elaboracién al- ternativa para los comportamientos de los politi- cos y para su valoracién, tanto menos con el re- curso a criterios de ética publica. En lo que atiene a la definicién de una ética publica, los intelectuales pueden desarrollar esta tarea de dos maneras especificas. Pueden apuntar ellos mismos directamente a la estructuracién de la agenda de la reflexion sobre la ética publica y de las practicas politicas aceptables consecuentes con ella. Pueden concentrarse sobre él desarrollo de un discurso critico, de valoracién de los com- portamientos politicos sobre la base de principios éticos de cuando en cuando evidenciados y cohe- rentemente aplicados. El punto, de todos modos, es que, en ambos casos, no es en absoluto necesa- rio que el intelectual adquiera directamente po- der politico y, ni siquiera, que se vuelva consejero del principe. Posiciones de este tipo pueden ser utiles y, de todos modos, revelan algo sobre las re- laciones entre cultura y politica en un determina- do sistema politico. Pero la critica éticamente fundada y la construccién de una ética publica no 78 dependen de aquellas posiciones de poder de los intelectuales. Por lo tanto, a los intelectuales co- mo individuos y como clase no deberia estarles permitida ninguna posibilidad de alegar como coartada en defensa de su incapacidad de definir y sostener los criterios de una ética publica, la im- permeabilidad del poder politico y su indepen- dencia del mismo. Al contrario, cuanto mas ha- blan los intelectuales, como afirma Walzer, a despecho del poder, tanto mas probable se vuel- ve que logren ganar el respeto de la opinion pu- blica y, en consecuencia, plasmar la ética publica. Los lideres democraticos que la historia re- cuerda son, especialmente, aquellos que han sabi- do vivir, y a veces morir, a la altura de sus convic- ciones; que han asumido la responsabilidad de tener firmes aquellas convicciones; de salir con la cabeza en alto, de manera intransigente, de la es- cena politica -a veces aun con el cxilio fisico- cuando los principios, la ética de la cual eran por- tadores estaban olvidados, retrocedian, se pisotea- ban. Al politico que se inspira en algunos valores, en una ética de comportamiento para su activi- dad, no le sera probablemente posible disfrutar toda la gama dé alternativas que Albert Hirsch- man delinea para los participantes en la vida de tina organizacién: lealtad, defeccién, protesta.?! 21 Albert Hirschman, Lealté defezione protesta. Rimedi alla crisi delle imprese e dello Stato, Milan, Bompiani, 1982. 79, En efecto, en el caso de los politicos y de los inte- lectuales, si surge un conflicto entre sus principios y sus acciones, la lealtad no podra ser dirigida en favor de la organizacion de partido, de la estruc- tura electoral, del grupo parlamentario y, en algu- nos casos, todavia menos a favor de los gobernan- tes. Debera, al contrario, configurarse de manera rigurosa y exclusiva como lealtad frente a las pro- pias ideas, a su biografia politica, a una ética con- formada por principios, estilos y valores. Este tipo de lealtad requiere el recurso a las dos modalidades de expresion del disenso que Hirschman elabora tan agudamente: defeccién y protesta. Politicos e intelectuales, sin diferencias, -ya que es equivocado introducir diferencias ne- tas, categorias drasticamente exclusivas— sabran que deben pagar un precio por la lealtad a la pro- pia ética publica, de los comportamientos y de las declaraciones en publico. Podra ser el precio de la protesta abierta, explicita, vigorosa (voice), aun si ésta permanece en el interior de las orga- nizaciones (y del sistema politico). Pero el precio pagado por el politico sera probablemente algo mayor que el que deberia pagar el intelectual. El politico sera puesto al margen de su organiza- cién, privado de recursos esenciales para su acti- vidad, se lo excluira de los listados electorales y sera més 0 menos prematuramente jubilado. En el mejor de los casos, aquel politico se colocara en reserve de la République, a disposicion de la Rept- 80 blica futura, en la memorable y triunfante expre- sin del general De Gaulle, pero sdlo después de la larga “travesia del desierto”. Se precisa atravesar el desierto En algunos paises, el intelectual podra apelar a su comunidad cientifica, alla donde ésta tenga espi- ritu de cuerpo y orgullo profesional. Algunas ve- ces podra encontrar en ella un punto de referen- cia y de apoyo, pero a menudo encontrara celos y envidias, especialmente en comunidades cientifi- cas que no estén desarrolladas en la competencia de las ideas. También al intelectual le tocar la marginacion politica, vuelta quiz4 mas tolerable por el reconocimiento del rol desplegado alli don- de su comunidad cientifica haya sabido nutrir, preservar y promover algunos valores, una ética del compromiso en sostén de las convicciones ba- sadas no solo sobre anilisis cientificos, sino sobre verdaderos principios éticos. En ambos casos en cuestién, a menudo la protesta se revela insufi- ciente, ineficaz, inutil. A aquellos que han sido arrojados a la marginacién politica, incluso una protesta vigorosamente conducida y éticamente fundada, que desenmascare todos los compromi- sos, las desviaciones, las degeneraciones y la mise- ria de una época politica, de una concepcion y de 81 t un modo de hacer politica, les parecera demasia- do poco.22 Podra entonces ser el politico o el in- telectual quien decida sus defecciones (exit) de la esfera politica y, a veces, del mismo sistema poli- tico, antes que se decida su expulsion. La defec- cién consciente y espontanea parece la perspecti- va mas probable cuando el disenso gira en torno de los valores, en torno de las bases éticas del ac- tuar politico. En cualquier caso, podra resultar la tunica eleccién coherente con una ética de com- promiso publico. Comprensiblemente, sera sobre todo alli donde ha sido construido un régimen politico, vale decir, un conjunto de reglas, escritas y no escritas, de comportamientos codificados 0 no, de estilos mas o menos definidos (la tristemente famosa “consti- tucién material”), pero todos en evidente y a ve- ces complacida contradiccién con una ética pu- blica alternativa, donde la defeccién se vuelva una eleccién practicamente obligada. Se configura co- mo la asuncién de una derrota. En aquel punto, el asi llamado reflujo en lo privado podra ser vivido comprensiblemente con amargura, con descon- suelo, con desesperacion.23 22 Es especialmente significativo que Michael Walzer abra su andlisis (Il intellettuale..., ob. cit., p. 13) con la seca afirmacién de que “el critico modemo de la sociedad es un especialista de la protesta”. 23 Ni siquiera Albert Hirschman, Interés privado y ac- cién publica, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econémica, El destino de cada una de las personas podra ser verdaderamente triste cuanto més aquel régimen, que continuara siendo democratico, aunque sos- pechoso y a la defensiva, cierre los espacios del di- senso y cuanto més controle, asigne, distribuya los recursos segtin modalidades de pertenencia politi- co-partidarias (la igualmente famosa “partidocra- cia”) prescindiendo de cualquier consideracién ética, de ética publica, encontrando, mejor dicho inventando y recompensando a los numerosos pergefiadores de sus loas. La esfera de lo privado podra también caracterizarse como refugio en ac- tividades que ya no contemplan, ni siquiera indi- rectamente, una relacién con la politica. O bien podra continuar configurandose, por tempera- mento y por sentido civico del politico y del inte- lectual, dolorosamente, como relacién critica con la politica, con los politicos que han vencido, con el estilo y con la sustancia de su politica. También en este caso Walzer verifica y afirma que “la desi- lusién es una de las causas més comunes que em- pujan a ejercer la critica”, agregando que “la acti- vidad critica deriva de la estrecha relaci6n con semejantes”,24 una identificacion con las victimas, habitualmente tan sutil, se arriesga a dar cuenta de la amargura del reflujo, inevitable consecuencia de una de- rrota tanto mas gravemente sentida cuanto mas toca la es- fera de la ética. 24 Michael Walzer, Il intellettuale..., ob. cit., pp. 35 y 36, respectivamente. 83 con un movimiento y, agrego yo, con principios fir- memente sostenidos, con criterios coherentemen- te aplicados, con una vision ética. Intransigencias motivadas La circulacién de ideas, de preferencias, de pro- gramas distintos en un régimen no puede mas que resultar benéfica para la democracia misma. La oposicién, no solo la politico-parlamentaria sino también aquella verdaderamente social e in- telectual, desempefia su papel cuando elabora ideas, articula preferencias, produce programas, indica soluciones que desafian a los gobiernos en ejercicio y que estimulan a la opinién publica. Cuando ejerce su control sobre aquellos gobier- nos y aplica su critica a las decisiones y a las no decisiones de los gobernantes. Hasta cuando po- ne en discusién su modalidad de gobierno y la eventual exclusién respecto de valores codifica- dos, no sélo en la Constituci6n, sino también en principios éticos. Seria una pobre concepcién de la democracia aquella que quisiera restringir estos espacios de oposicion politica e intelectual; que quisiera aho- gar, con la renuncia a la propuesta de ideales al- ternativos, la respiracién de un régimen democré- tico; que ve en la intransigencia motivada una 84 suerte de deslegitimacion de todo el sistema poli- tico, casi una traicién, alli donde solamente esta ~y ya es mucho- la tentativa de mantener vivas alternativas practicables. Cualquier democracia se basa sobre un presupuesto repetidamente refor- mulado y redefinido: ella no es el mejor de los mundos posibles. Incomparablemente mejor que cualquier otro régimen politico, cada democracia sabe que su cé- digo genético afirma la constante perfectibilidad, consciente de que ningtin aspecto politico lograra jamés llegar a la perfeccién. Por lo tanto, no serén las consideraciones complacientes las que haran crecer y mejorar los regimenes democraticos. Favo- receran a este fin las criticas fundadas, tanto mas creibles si provienen de quien ha sabido renunciar a numerosos y faciles privilegios. Seran utiles las al- ternativas practicables, adecuadamente alineadas. Seran importantes las intransigencias motivadas. Criticas, alternativas, intransigencias, constitu- yen el motor del cambio, de la renovacion, 0 sim- plemente de la adecuacion a condiciones nuevas de la misma vida democratica, especialmente si esta investida por el viento de la alternancia. Cri- ticas, alternativas, intransigencias, seran reforza- das de manera especial por la rigurosa llamada al compromiso personal (el kennedyano “pregtnta- te qué puedes hacer por tu pais”). Se traduce en aquel heroismo de la cotidianidad que, en ambi- tos muy diversos entre si, en muchas profesiones 85 libres, en muchas estructuras organizadas ha cali- ficado y caracterizado —por dar un ejemplo con- trovertido que parece excitar demasiado algunos animos italianos, de otro modo propensos al quie- to vivir— al pelotén de los accionistas.* Desilusionados de la politica como estaba es- tructurada en la inmediata posguerra, pero en ab- soluto responsables de las malas prestaciones y de la degeneracién de la vida politica en Italia ni de la calidad de su democracia, con pocas, aunque significativas excepciones, los accionistas volvie- ron a sus profesiones. Sin embargo, no renunciaron jams a la critica de la politica en nombre de sus principios que consideraban “traicionados”, sdlo parcialmente colocados en la Constitucién, aquella revolucién prometida de la que escribe Piero Calamandrei y, como fuere, ni ejercidos ni practicados en la Italia republicana. Los accionistas y su cultura son criticados ahora por haberse retirado de una esfera politica medio- cre, o bien por haber puesto en cuestién y estigma- tizado la validez y hasta la legitimidad misma. El problema merece ser definido con precisién. ;Fue- ron o no fueron aquellos principios “accionistas” largamente desatendidos y sustancialmente trai- cionados en el medio siglo republicano? ;Son o no son recuperables y factibles, acaso con otras reglas * Véase la nota de p. 69. 86 electorales e institucionales que incentiven com- portamientos distintos, mejores, y penen compor- tamientos desviados, corruptos, en los préximos cincuenta afios? ;Pueden o no pueden ser puestos como fundamento de una ética publica para la Ita- lia de los afios noventa y més alla, gracias a la es- critura de nuevas reglas constitucionales? Para entender el problema de las relaciones en- tre ética de los intelectuales y politica, y explicar- lo, por lo menos en el contexto italiano, seria mu- cho més oportuno interrogarse, mas bien que sobre la intransigencia de los accionistas —malig- namente interpretada como debilidad de caracter politico sobre las criticas por ellos formuladas, sobre las soluciones por ellos ofrecidas y sobre los proyectos por ellos elaborados, frente a lo que las otras culturas politicas disponibles en Italia esta- ban ofreciendo. Y, para contribuir a una valora- cién en términos historicos, se podria también di- sefiar algunos escenarios hechos de recorridos alternativos. De esta manera, se volveria igual- mente ttil interrogarse sobre la diversidad de los resultados conseguibles segiin los recorridos que podian ser emprendidos por los dirigentes politicos y por las fuerzas econdémicas y sociales. En suma, las degeneraciones de la Republica fueron en par- te determinadas después de la marginacién de al- ternativas que hoy, paraddjicamente, algunos de los histéricos que han criticado a los accionistas, acaban por afirmar y por elogiar como las mejo- 87 res, comenzando por las leyes electorales y conti- nuando con el federalismo. ;No deberiamos, al contrario, preguntarnos si, en la actual fase de transformacién de la democracia italiana, no se hace necesaria una renovada intransigencia tanto para lo que concierne a la valoracién del pasado, de los vicios antiguos y de aquellos recientemen- te adquiridos de la cultura politica italiana, de la corrupcién de la Republica, como también para lo que concierne al futuro? ;Es verdaderamente concebible que una colectividad pueda recons- truirse sdlo en torno de orgullosas, complacidas, narcisistas afirmaciones de italianidad sin saber discriminar entre interpretaciones diversas y de diferente valor de la italianidad, entre diferentes resultados de proyectos politicos “nacionales”, en- tre principios distintos de éticas ptblicas? Sea co- mo fuere, no lograra hacerlo quien ni siquiera considera importantes las éticas publicas. La leccién de Weber y el desafio del accionismo No hemos sido ni todos transformadores ni todos accionistas. No hemos estado y no estamos to- dos igualmente satisfechos, ni siquiera por las mismas razones, de la cultura politica que el pais ha expresado, atin menos por la elaborada por sus 88 intelectuales populistas y justificadores, “absten- cionistas” por asi decir, aquellos cuya ética publi- ca parece aconsejar una definicién de politica co- mo el reino privilegiado del ejercicio del poder para fines partidarios, o bien, mas hipécritamen- te, como impreciso “servicio”. Los “abstencionis- tas”, contraponiéndose a los accionistas, se revelan simplemente como relativistas éticos. La ética de la responsabilidad sugiere tener en gran consideracién y poner bajo severa critica to- dos los defectos y todos los inconvenientes de las culturas politicas que en Italia han sido quizas pa- rejamente dominantes, por cierto desigualmente gobernantes, con sus ideologismos y sus histori- cismos, con su grado de corrupcién puntualmen- te verificado. La ética de la conviccién impone criticar aquellas culturas politicas, indicar con in- transigencia las alternativas, perseguirlas dentro de lo posible con las fuerzas disponibles, mante- nerlas vivas y vitales también en la derrota. Por su colocacién estratégica en la crisis de la politica europea y por la potencia de su méto- do, es de nuevo Max Weber quien puede ilumi- nar también este recorrido. Es suficiente citar la conclusién de su famoso ensayo La politica como profesion: “Sdlo quien esta seguro de no renun- ciar a la lucha aun si el mundo, considerado des- de su punto de vista, es demasiado estupido o vulgar para aquello que él quiere ofrecerle, y de poder de nuevo decir frente a todo eso: ‘jNo im- 89 porta, continuemos!’, sdlo un hombre asi tiene ‘vocacién’ (Beruf) por la politica”.25 Aquel mundo, demasiado estupido o vulgar era, en su tiempo, Alemania, con sus culturas antidemocraticas prevalecientes que bien pronto se revelarian do- minantes. Aquel compromiso de continuar no vale sdlo para el politico, sino también para el intelectual. Aun Weber habria seguramente incurrido en las iras de los censores italianos de los accionistas, de los accionistas asi llamados antiitalianos, como un antialeman. En cambio, el llamamiento apasiona- do de Weber es sélo dirigido al intento —por cier- to intransigente- por mantener vivos, aun en la derrota, aquellos valores, aquellos principios, aquella ética de reconstrucci6n posible de las ins- tituciones, de transformaciones plausibles del sis- tema politico, de mutaciones practicables de las culturas politicas mismas. Si el pais ha tenido finalmente un despertar de moralizacion, somos muy deudores de lo que queda del accionismo en la cultura politica italia- na, de sus intérpretes y de sus herederos mas exi- gentes y mas intransigentes. Debemos a la difu- sién de algunas de aquellas ideas, que la astucia de la historia ha vuelto mas fecundas con el paso del tiempo, que una Republica mejor esté a las puertas. Los accionistas han hecho madurar y me- 25 Max Weber, ob. cit. 90 recen una respuesta de cultura politica y de ética publica. Esta respuesta se ha vuelto finalmente posible, pero no es todavia para nada facil. Con la pasividad de muchos, mejor dicho, con la sorda oposicién de muchos, requiere nuevamente, sin énfasis y sin retérica, una revolucién moral. Y el compromiso de llevarla a término, con palabras y actos. Este compromiso va mucho mis alla del gobierno de turno. 91 La perfectibilidad de las democracias De la pluralidad de los poderes Conviene ahora, sintetizando el discurso hecho hasta ahora, explicar por extenso el titulo del li- bro. La democracia es un régimen politico exigen- te. Mejor dicho, es el mas exigente de los regime- nes politicos. Su peculiaridad, que consiste en su capacidad de aprendizaje gracias a la extensién de oe Uepastto los centros de poder, constituye su punts de face za. Justamente porque 4 MHPETOIVD petencia entre ellos, los procesos de aprendizaje, a menudo obligados por la rivalidad entre los pro- tagonistas de la vida democratica, son distintos y continuos. Precisamente porque el pluralismo de los centros de poder es esencial para la democra- cia, los intentos de trasladar el poder adquirido de una esfera a otra pueden provocar consecuencias peligrosas para el funcionamiento y para la misma 93 SS Se eye = = =e supervivencia del régimen democratico. Se situa aqui, naturalmente, el conflicto de intereses en su esencia mas intima. El traslado sic et simpliciter del poder adquirido en la esfera econémica al poder politico puede provocar efectos devastadores sobre la democra- cia. Cuando el poder politico esta sometido al po- der econémico, aun a aquel poseido por uno sélo de los gobernantes, se restringe de inmediato la es- fera democratica. En efecto, parece improbable que el gobernante no persiga su interés particular toda vez que se encuentre o choque con intereses mas 0 menos sistémicos. Un discurso similar vale cuando el poder reli- gioso deviene poder politico. Cuando y donde es- to ocurre, la democracia, si existia, es golpeada en algunos de sus ganglios vitales. Dificilmente po- dra resurgir, como he argumentado precedente- mente, si no se realiza claramente la distincion entre lo que es debido, por ejemplo —pero no sé- lo—a Mahoma y lo que es debido al Estado. La de- mocracia es, desde el punto de vista de la separa- cion de los poderes reales (econdémico, religioso, politico), mas exigente porque pretende que sean ante todo y sobre todo los votos los que definan -con las preferencias expresadas por los partidos, por las coaliciones, por los programas, por las per- sonas en competencia entre si- el componente mas importante del bien comun. Justamente el cambio de la distribucién de los votos, que sigue 94 légicamente al cambio de las preferencias de los ciudadanos, consistira en efectuar los oportunos ajustes en la representacion y en el gobierno y en resintonizar el régimen democratico. La democracia es exigente ya que exige no s6- lo comportamientos coherentes con objetivos de- finidos a través de la libre competicién electoral. Es exigente sobre todo porque quiere que aque- llos comportamientos tengan un fundamento éti- co, de moralidad publica, de respeto a principios y criterios. La democracia no es, como he argu- mentado, un régimen politico privado de un cor- pus de principios éticos, fundado sobre un relati- vismo absoluto. Al contrario, en su fundamento se encuentran algunos valores, entre los cuales son En la busca de equilibrios democraticos, deriva- dos de sus preferencias y de sus votos, los ciuda- danos deciden cuanto y qué espacio dar a otros valores, como la justicia social, la igualdad y la so- lidaridad. Las decisiones sobre estas asignaciones de importancia y de preeminencia son democra- ticamente siempre (re)discutibles: susceptibles de ser retocadas, cambiadas, hasta invertidas. En esta discusién lo mas publica posible, abierta a todos aquellos que estén interesados, una funcién parti- cular, que es mas importante también porque es- td marcado de mayores responsabilidades, corres- ponde a los intelectuales, a los opinion-makers: aquello que se podria definir como el poder cul- 95 ao ee eS Ee SSE tural. Cuanta mayor influencia tienen sus ideas y su toma de posicién, tanto mayor responsabilidad tendran los intelectuales. No se trata aqui de explorar las diferencias entre los diversos regimenes democraticos sino el papel de las respectivas clases de intelectuales. Es, por otra parte, mas que plausible que los intelectuales adquieran credibilidad e influencia especialmente cuando formulan un discurso democratico altruista que apunta a la construccién del bien comin como resultado de la confrontacién entre ideas, propues- tas, soluciones no en clave meramente técriica, sino con referencia a los valores democraticos. Y esta re- ferencia a los valores democraticos se priva de agu- deza si no tiene en ninguna consideracién a la origi- nalidad de las ideas, la valoracién de las propuestas, la factibilidad de las soluciones. Un discurso publi- co de los intelectuales suspendido en el cielo de los valores ha cumplido decididamente su tiempo en los regimenes: democraticos que, por ello, se > han que la exigencia de un alto estandar de comporta- miento sea por su naturaleza elitista (0, como diria- mos nosotros hoy, sexista, racista, etc. ) siempre ha sido uno de los mejores eee eencnnal la demo- \eracia misma’. ” 26 Esta idea debe ser rechazada. 26 Christopher Lasch, La ribellione delle élite. Il tradimen- to della democrazia, Milan, Feltrinelli, 1995, p. 73. 96 De las reglas y de las instituciones En fin, la democracia es exigente porque no pue- de contentarse con que sus estructuras, sus apa- ratos, sus técnicas de funcionamiento sean defini- das de una vez por todas. Alguien podria sorprenderse del escaso espacio que se ha dado en este ensayo a la problematica de la reforma de las instituciones. Alguien podria hasta alegrarse por un discurso sobre la democracia que se desa- rrolla sin tener en cuenta las instituciones, las re- glas, los procedimientos. En el fondo, especial- mente en los paises latinos, entre los cuales se halla Italia, es todavia muy extendida la opinion de que la democracia funciona bien cuando las costumbres son democraticas. Son los comporta- mientos de los hombres los que corrompen la de- mocracia. Esta afirmacién, frecuentemente repe- tida, tiene una limitada validez. Pero, si su validez fuese indiscutible no se entenderia por qué todo el pensamiento politico occidental, desde Arist6- teles a Montesquieu, desde los federalistas a Kel- sen, y toda la correspondiente praxis politica, se han afanado en torno del problema de cuél es la mejor forma de gobierno. Si contasen sélo los comportamientos y las costumbres, no tendria ningiin sentido perder tiempo y energias para di- sefiar instituciones mejores, al menos en circuns- tancias dadas y para lugares conocidos. Al contra- oF rio, desde que los hombres se interrogaron sobre las modalidades con las cuales convivir pacifica- mente, dentro de sus confines, y entre entidades diversas en el ambito internacional —en este caso legando al punto més elevado de reflexion con Immanuel Kant- se tuvo en cuenta el problema de las instituciones.27 _ ally ia en el interior del Estado, sea wii ario o fe a, ey la democracia entre los esta- a todo, de las es- ‘ procedimientos que a sido. construidés, q que vienen aplicandose, y del modo con el cual se vuelven operativos y se observan. En este contexto, la democracia resulta ser exigente porque no se contenta con una indis- tinta posibilidad de participacion. Fiel a su etimologia, poder del pueblo, la de- mocracia quiere también influencia politica del pueblo, justamente en las formas y en los modos que la construccién de los regimenes democrati- cos permite, aunque, frecuentemente, también forzando esas formas y esos modos e imponiendo ro con referencia a "16s porcentuales de participacion 27 Chris Brown, Inte heory. New Nor- slo sobre s > electoral y a la pluralidad de sedes en las cuales se hicieron procedimientos representativos y deci- SenBER que apelen directamente a los ciudada- fae een a 4 10s frente a ausencia de crueldad, como testimonian los rela- tos de Amnesty International, constituyen otra significativa medida de la calidad de la democra- cia. Medidas mas politiaas. relativas a le decision de los gobernantes pueden ser congeniadas y utilizadas con todas las cautelas cuando se comparan sistemas politicos. Esta comparacion, de todos modos, se vuelve mas facil porque a partir de 1945 se ha produ- cido una gran expansion del numero de regime- nes democraticos al punto que nunca existieron tantas democracias en el mundo como ahora, que esta por iniciarse un nuevo milenio. Incluso es posible sostener, sin siquiera tener necesidad de argumentarlo, que no ha vencido sdlo la de- mocracia en cuanto conjunto de estructuras y de técnicas. Ha vencido la ideologia democrati- ca en cuanto tal, mas o menos precisamente de- finida. Sin embargo, sobre todo de parte de no pocos intelectuales, van emergiendo valoracio- nes criticas y pesimistas tanto sobre la naturale- 99 za como sobre el futuro de los regimenes demo- craticos. Las criticas tienen fundamento si con- ciernen a las modalidades de funcionamiento de los regimenes democraticos. Implicitamente, las criticas constituyen un homenaje a la demo- cracia, ya que afirman de manera indirecta la perfectibilidad de estos regimenes. A su vez, el pesimismo puede ser al menos en parte justa- mente inspirado por las tensiones y por los con- flictos que se manifiestan en los regimenes de- mocraticos, pero que a menudo son sintoma de vitalidad, y por los desafios dirigidos a la exis- tencia misma de la democracia. Es justo, en efecto, que regimenes tan exigentes frente a sus ciudadanos y a sus gobernantes, de los cuales re- quieren participacién y competencia, sean juz- gados con la misma vara. Es también justo que no se olvide que, no obstante su gran expansion cuantitativa y nu- nes politicas, t sobre el planeta. Las criticas se vuelven a su vez muy discutibles cuando son preconceptos que casi implican que las mujeres y los hom- bres no son capaces de darse un gobierno de- mocratico y sostenerlo en el tiempo, o bien no se lo merecen. Las criticas se vuelven sustancial- mente irrelevantes cuando no estén puntual- mente orientadas contra aquellos aspectos, aque- 100 llos componentes, aquellas dinamicas que, en efecto, ponen en discusién los parametros fun- damentales con los cuales se define un régimen democratico. de la democracia Un régimen complejo como el democratico es, justamente por esto, vulnerable. ¢ ando muchos son los protagonistas, muchas muchos los procesos que ‘eben a actuar y ser de- mocraticos, su sintonia no siempre es facil y su armonia no se da jamas por descontada. Es siem- pre posible que alguna cosa no vaya por el cami- no indicado. Los inconvenientes de los regimenes democra- ticos pueden ser reagrupados en tres grandes 4m- bitos. El primero se refiere a la esencia misma del régimen democratico y concierne al pluralismo. Ni siquiera los criticos mas severos de los regime- nes democraticos se aventuran en afirmar que en las democracias contemporaneas no hay pluralis- mo. Su critica parece mas bien dirigida al futuro, a la posibilidad de que alguien llegue a crear un pluralismo ficticio o bien a reducir el pluralismo visible a puro simulacro. En suma, predicen, exis- tiran todavia grupos que se organicen y entren en competicién, pero un supergrupo estara en con- 101 diciones de controlarlos a todos y la competencia sera fingida o estara falseada. La manipulacién del pluralismo ya no sera po- litica, como aquella que ha desembocado en los autoritarismos y los totalitarismos del vigésimo siglo. Podra ser religiosa, si se afirman los funda- mentalismos. Podra ser econémica, si volviesen a escena a lo grande las concentraciones monopoli- cas. Sobre todo, podra ser de un nuevo tipo ideo- légico si venciera la video, o bien, telecracia (aun si el problema de quién posea los medios de co- municaci6n televisiva se delega sustancialmente a los detentores del poder econémico). Hasta el momento, ni siquiera en las nuevas de- mocracias, al menos teéricamente mas fragiles y mas expuestas, esta pesadilla de la concentracién de poder en un tnico grupo dominante parece cercana a su realizacion. El problema subsiste, pe- ro debe ser visto a la luz de una mera potenciali- dad y valorado teniendo en cuenta los anticuerpos democraticos, la capacidad de reaccién de los otros grupos en estos sistemas politicos pluralistas que, oportunamente, son definidos como democraticos. Mas bien, podria ser la superposicién del poder economico, basado sobre la propiedad de las redes televisivas y de su influencia sobre el poder politi- co lo que ponga a prueba el régimen democratico, su misma existencia y su efectiva democraticidad. En el caso italiano, la condicion facilitante es- tuvo, de todos modos, representada por el desmo- 102 ronamiento del sistema partidario y por la transi- cién institucional, que abrieron espacios a la deci- sion del propietario de una gran empresa para “entrar en escena”. No sélo es improbable que condiciones facilitantes tan clamorosamente efi- caces se representen en otros lugares. Por otra parte, ni siquiera va desvalorizado el hecho de que la reaccién del régimen democratico italiano, sorprendido en situacién de considerable debili- dad, ha sido tal como para rechazar y sustancial- mente neutralizar el desafio. Si los criticos de la democracia en cuanto expuesta al peligro de per- der su pluralismo a favor de concentraciones eco- némico-televisivas reflexionan sobre el caso Ber- lusconi, podrian apreciar mejor la reactividad sumaria de los regimenes democraticos, la exis- tencia de vitales anticuerpos. EI segundo inconveniente atribuido a los regi- menes democraticos contemporaneos se refiere al funcionamiento de las instituciones y en particu- lar a la dinamica del gobierno democratico. Los criticos de la democracia han recurrido, alternati- vamente, a dos tipos de argumentaciones. Por un lado, han sostenido la existencia en los regimenes democraticos de una suerte de elite de poder sus- tancialmente inamovible, prescindiendo incluso de los cambios en los conjuntos formales de go- bierno. Mejor dicho, algunos entre ellos han criti- cado, con referencia a Gran Bretafia, aun el mani- festarse de la alternancia que hacia problematico, 103 si no imposible, el mantenimiento coherente de direcciones politicas. La alternancia seria un problema cuando se produce, ya que volveria dificil aplicar reformas de amplio espectro y de largo alcance, como cuando no se produce, ya que da vida a incrusta- ciones de poder y bloquea la circulacién de la cla- se politica y de las ideas. Es imposible establecer cual debe ser el ritmo ideal de la alternancia y cual la medida de recambio perfecto del personal politico. Los ciudadanos de Gran Bretafia proba- blemente habrian tenido razones para lamentarse por los demasiado frecuentes cambios de gobier- no en los afios setenta. Casi veinte afios de ininte- rrumpida experiencia de gobierno de los conser- vadores ha hecho oscilar el péndulo hacia el otro lado: hacia una demanda de alternancia. No es en absoluto necesario subrayar que Ita- lia se encontraba en el mismo periodo exacta- mente en el polo opuesto: ninguna alternancia democratica salvo, para los historiadores, el pasa- je de la derecha histérica a la izquierda de Depre- tis de 1876, desdichadamente seguido por practi- cas transformistas. Asi que, estaba justificado en el contexto italiano no sdélo lamentar la perdida alternancia sino también poner de relieve los multiples dafios de ella derivados: clientelismo, corrupcion sistematica, asociacionismo, draméti- co envejecimiento de las elites politicas de go- bierno y de oposicién. La transicién italiana no 104 puede decirse terminada, la formacion del gobier- no del Olivo realiza el pasaje critico de la prime- ra (semi)alternancia y pone las premisas para el desarrollo de una dinamica completamente de- mocratica. En cuanto a los gobiernos democrati- cos las criticas atienen de manera especial a su au- torreferencialidad y a su incompetencia, vale decir a su incapacidad de salir de los confines de sus posiciones partidistas-politicas y de compren- der y traducir las exigencias de los ciudadanos. Si éstos fuesen los problemas, entonces esta cla- ro que la solucién residiria exactamente en la al- ternancia que, con aproximaciones sucesivas, con- duce a gobiernos en condiciones de tomar en cuenta las exigencias de los ciudadanos y de rendir cuentas a los ciudadanos de las elecciones efectua- das y de las decisiones tomadas. Es interesante su- brayar que la desconfianza en los gobiernos, fre- cuentemente justificable, no se acompafia nunca, en regimenes democraticos monitoreados desde hace mas de veinte afios por el Eurobarémetro, con la desconfianza frente al régimen democratico en cuanto tal (ni siquiera en Italia). Se acompafia, al contrario, con la demanda de cambios profundos mas que de simples ajustes alla donde es fuerte la insatisfaccion frente al funcionamiento de la de- mocracia, como en Italia. Esta revelacién permite apreciar la notable capacidad de los ciudadanos de diferenciar entre lo contingente, los gobiernos de turno, y lo estructural, el régimen democratico. 105 Por lo tanto, es licito concluir sobre este punto que en los regimenes democraticos los ciudada- nos no resultan en absoluto manipulados y conti- nuan siendo comprensiblemente exigentes frente a los gobernantes poniéndolos en discusién al mismo tiempo que aceptando el cuadro de refe- rencia democratico y auspiciando las oportunas adecuaciones. La flexibilidad de la democracia Uno de los puntos fuertes de los regimenes de- mocraticos, ciertamente no el menor, esta consti- tuido por su flexibilidad institucional. No se tra- ta sdlo de la variedad de las formas de gobierno, parlamentarias, semipresidencialistas, presiden- cialistas, y de su diferenciado funcionamiento se- gun el tipo de sistema partidario a ellas someti- do. Se trata, especialmente, de las diferentes constituciones materiales que derivan del libre juego de los actores politicos, econdémicos y so- ciales. En suma, son cambios silenciosos en las disposiciones institucionales de los regimenes de- mocraticos que, sin contradecir la esencia, los adaptan a los tiempos y al mutar de los conflic- tos politicos. Demasiado a menudo, los criticos hablan de degeneraciones que, algunas veces, en efecto, se manifiestan, y muy raramente se dan 106 cuenta de las potencialidades positivas de estos cambios, a veces traducidos en visibles enmien- das constitucionales. A fin de cuentas, no se die- ron ejemplos ni de caidas ni de irreversibles de- generaciones democraticas por lo menos durante los ultimos cuarenta afios. El tercer inconveniente se refiere a la dinamica misma de los regimenes democraticos, a su capa- cidad de decidir, de aprender y de transformarse. Los criticos de las democracias parecen a menu- do acceder a la opinion de que los regimenes de- mocraticos son muy lentos en sus procedimientos decisionales y por eso incapaces de hacer frente a las muchas emergencias que el mundo contem- pordneo esta destinado a producir. Ademas, serian los mismos procedimientos democraticos, con su obligatoria observancia de una pluralidad de pa- sajes y de controles, los que vuelven imposible las decisiones rapidas. Aparte de los numerosos casos en los cuales los gobernantes democraticos han aprovechado efi- cazmente el consenso que los habia llevado a sus cargos por decidir sobre materias que imprevista- mente se volvieron importantes, conquistando consenso a posteriori, las democracias tienen me- jores potencialidades en la puesta en practica de las decisiones. No sdlo la legitimidad electoral permite el ejercicio del poder decisional, sino que la eventual concertacién que precede a la deci- sion permite adquirir aquel consenso operativo 107 indispensable para conseguir los objetivos de la decisién o bien, si se da el caso, para reformarlos. Los actores consultados e involucrados trabajaran por el éxito de la decision o del conjunto de de- cisiones construidas juntas. Con la rigidez de los regimenes autoritarios que explica por qué ellos caen més bien que se reforman, contrasta la flexibilidad y la adaptabi- lidad de los regimenes democraticos. En presen- cia de problemas que los gobernantes no han sabido resolver, el régimen democratico reaccio- nara con aquella alternancia que ofrece oportuni- dades de decisién a otro grupo de gobernantes; el régimen autoritario se vera fagocitado por su im- posibilidad de recambio. Vale todavia para los re- gimenes autoritarios la celebérrima sentencia de Tocqueville segtin la cual el momento mas deli- cado para los regimenes autoritarios es cuando empiezan a reformarse. El reformismo es, al con- trario, congenial con los regimenes democraticos. Las mayores innovaciones politicas, sociales y econoémicas que han caracterizado el siglo que Ralf Dahrendorf ha definido del “consenso so- cialdemocratico”, fueron producidas y consolida- das en el ambito de los regimenes democraticos. La expansion del sufragio hasta su afirmacién “universal” y la construccién de la red del Estado social son producto de conflictos que se desarro- llaron en ese mismo Ambito. Permanecen, en efecto, todavia hoy como objeto de conflictos 108 que sirven para definir y redefinir los limites de la operatividad de los gobiernos democraticos. Es posible concluir que el reformismo es connatural a los regimenes democraticos. Les permite cam- biar adaptandose a las preferencias de los ciuda- danos, pero permite también a leaderships inno- vadores ir a buscar nuevo consenso sobre la base de los experimentos reformistas prometidos, in- tentados y realizados. No obstante esta demostrable y demostrada capacidad de aprendizaje y de cambio, algunos criticos de la democracia la encuentran vacia, sin posibilidades de darse contenidos nuevos a la al- tura del siglo o bien del milenio por venir. En ver- dad, las criticas son de dos tipos. Por un lado es- tan aquellos que ven la democracia como un simulacro vacio para el mantenimiento del poder de pocos, con el agregado de nuevas formas de exclusién y de marginacion. Es ésta la tradicional critica de izquierda clasificable en la categoria de la “elite del poder”, segiin la conocida version pro- puesta a inicios de los afios setenta por el socidlo- go norteamericano Charles Wright Mills (y en- tonces criticada vigorosamente especialmente por Robert Dahl y su escuela, aunque de manera gradual éste ha sabido apreciar y reformular, me- jorandolos, muchos de los argumentos utilizados por Mills).28 La version del vaciamiento de la de- 28 Robert A. Dahl, La democracia..., ob. cit. 109 mocracia esta enormemente extendida, con dife- rentes acentos, aun entre los estudiosos de la es- cuela de Francfort, y por ultimo, no obstante su original, aunque no siempre convincente investi- gacién, por Jiirgen Habermas.29 En su conjunto, ni siquiera tomando en cuenta las ulteriores po- tencialidades de vaciamiento que pueden prove- nir de la democracia electronica, que también presenta muchas oportunidades positivas, esta version critica del futuro de la democracia se muestra vieja y muy lejos de estar en condiciones de rendir cuenta del funcionamiento real de los regimenes democraticos. La democracia como educacién Por otro lado, se sitia una critica todavia mas clasica y, por cierto, mas radical, quizds atin mas importante. Es una critica que nace de una com- binacion de la tradicién iluminista con el pensa- miento libertario. Resulta decididamente mas compatible con la formulacién de la existencia de una democracia exigente. No sostiene en ab- soluto la irrelevancia de los mecanismos y las es- tructuras en la construccién y en el funciona- 29 Jiirgen Habermas, Teoria de la accién comunicativa, Madrid, Taurus, 1980. 110 miento de la democracia politica, sino al contra- rio. Mas bien, afirma la imprescindible necesidad de que la democracia no se detenga en las técni- cas para escoger a los gobernantes y para produ- cir las decisiones, sino que recuerde que es su ta- rea permitir la mas amplia realizacién de las potencialidades de cada individuo, de todos los ciudadanos: “buscar elevar el nivel general de competencia, de energia y de compromiso —de ‘virtud’”.30 La democracia permanece, por eso, por debajo de sus promesas y de sus expectati- vas tanto cuando renuncia deliberadamente a perseguir este objetivo como cuando no se dota de los instrumentos para conseguirlo. Esta critica no debe en absoluto ser confundi- da con las tentativas, en general socialistas, de creacién del hombre nuevo. En efecto, no se sitta para nada sobre el terreno de la ingenieria social. Mas bien da cuenta de que, justamente por sus fundamentos estructurales, la democracia tiene necesidad de las energias de los ciudadanos y es- ta en condiciones de solicitarlas a fin de que los ciudadanos se vuelvan, mediante la instruccién y el didlogo democratico, aquello que desean, dan- do su contribucion especifica al funcionamiento del régimen democratico. Es especialmente por este punto de vista que la democracia se muestra como un régimen muy exigente. Es exigente con 30 Christopher Lasch, ob. cit. 111 los ciudadanos, de quienes requiere una partici- pacion consistente, informada, influyente. No re- quiere, como temen los exponentes de la teoria elitista de la democracia, explosiones de partici- pacién, que podrian ser manipuladas por lideres populistas y antidemocraticos. Requiere, al con- trario interés sostenido en el curso del tiempo, acompafiado por aquella informacion que educa a los ciudadanos y hace de ellos participantes conscientes sea uti singuli, sea de las muchas aso- ciaciones de las cuales forman o pueden llegar a formar parte.3! La democracia es exigente también con sus gobernantes. De ellos requiere que se libren del peso fisico y psicolégico de sus intereses priva- dos cuando entran en la esfera publica. Requie- re que se vuelvan gobernantes exclusivamente politicos por el periodo de tiempo por ellos ele- gido y a ellos atribuido a través de libres elec- ciones. Es exigente ya que impone una verifica- cion periddica del consenso por ellos gozado que lleva con frecuencia a la alternancia, pode- 31 Robert Putnam, “Tuning In, Tuning Out: The Strange Dissappearance of Social Capital in America”, en PS: Politi- cal Science & Politics, diciembre de 1995, pp. 664-683, ha re- levado cémo la clasica propension de los americanos a aso- ciarse se esta perdiendo. Dejo abiertos dos problemas: las implicaciones de este desarrollo para la democracia y la eventual existencia de alternativas para participar y ejercitar influencia politica. 112 roso mecanismo para recambio de gobernantes, de programas, de politicas. Es, en definitiva, muy exigente ya que requiere frecuentemente a los gobernantes un plus de eticidad en los comportamientos. La democracia no es en absoluto indiferente a la falta de moralidad de sus gobernantes, actua- les y potenciales. No sélo se equivocaria quien sostuviese que la corrupcién es endémica, pre- sente no sélo en la esfera politica de los regime- nes democraticos. Al contrario, en este caso, es evidente que las democracias deben atin ejerci- tar su operacién de educacién general de la ciu- dadania incluso mediante sanciones oportunas. Se equivocaria también quien sostuviese que la corrupcién es sustancialmente tolerada en los re- gimenes democraticos 0, peor, hasta funcional. Con la corrupcién, parafraseando a Abraham Lincoln, se puede engafiar a alguien por todo el tiempo, a muchos por algtin tiempo, pero no a todos por todo el tiempo. Las recientes derrotas electorales, en particular de algunos gobernantes socialistas franceses y espajioles, por no hablar de los italianos, que no se liberaron a tiempo de los elementos corruptos en su interior, constituyen una aceptable prueba de la probabilidad de que la corrupcién sea efectivamente penada por los electores. 113 La democracia en la posmodernidad En definitiva, el verdadero desafio a la democra- cia como la conocemos viene de aquel complejo de fendmenos que es justamente definido como “posmodernidad”. El anélisis mas convincente y mejor, aunque de ninguna manera unilateral y uni- voco, de la posmodernidad ha sido formulado por Alain Touraine.32 En la posmodernidad el individuo se halla frente al riesgo y a la responsabilidad indivi- dual, pero goza de los recursos y de la libertad suficientes para escoger, para comprometerse, para tratar de orientar su destino a través de la colaboracién y el conflicto con otros individuos en condiciones similares a las suyas. Por lo tan- to, la posmodernidad es el lugar por excelencia de la democracia: riesgo, responsabilidad, acti- vidad de colaboracién y aceptabilidad del con- flicto. Lejos de ser vacia y vaciable, la democra- cia de la posmodernidad presenta todas las caracteristicas que permiten a sus ciudadanos Ilenarla de los contenidos que prefieran, no de contenidos predeterminados. La democracia 32 Alain Touraine, Critica de la modernidad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Economica, 1994. 114 permanece como un régimen politico muy exi- gente ya que actividades y contenidos, funcio- namiento y futuro, su misma naturaleza, exige la intervencién activa de los ciudadanos. Tam- bién, conscientemente, podran delegar facultades —siempre revocables— en cuadros de gobernan- tes. Lo que hard la diferencia sera la propensién de los ciudadanos a ser exigentes con si mismos y con sus gobernantes y la disponibilidad de los instrumentos culturales e institucionales a tra- vés de los cuales hacer valer los criterios de una democracia exigente. “La democracia exige de nosotros algo mas comprometido que el egois- mo iluminado, que la apertura mental, que la tolerancia”.33 A juzgar por la continuidad de la vida demo- cratica de muchos sistemas y por el alza del nu- mero de las democracias, muchos ciudadanos es- tan disponibles para ir mas alla de las calidades y los requerimientos de una democracia, por asi decir, “negativa”, pendiente de la delegacién. En el futuro proximo, el éxito mas que probable se- ra el de una democracia “positiva”, un poco mas exigente frente a sus propios ciudadanos. Ya que no existen alternativas politicamente mas atra- yentes que la democracia, es plausible concluir que los regimenes democraticos han vencido, en 33 Christopher Lasch, La ribelione..., ob. cit. 115 el interior de sistemas politicos singulares y entre sistemas politicos, en todos los frentes.34 Ahora afrontan conscientemente el desafio que ellos mismos se plantean: difundir la calidad. 34 Vale decir que cuando los ciudadanos tienen la posibi- lidad de parangonar el régimen democratico actual con el ré- gimen autoritario de cualquier tipo, con el cual han vivido, aparecen, no obstante, las dificultades inevitables en demo- cracias recientes, su neta preferencia por estos ultimos. En cuanto a la confrontacién entre sistemas politicos diferentes, envio a las listas realizadas sobre la base de un indice de de- sarrollo humano; en los primeros veinticinco puestos no apa- rece ningtin régimen no democratico: Stato del mondo 1996, Milan, Il Saggiatore, 1995. 116 Introducci6n ............... 000 eee ee 9 Las oportunidades de la democracia ...... 13 De las criticas ... 20... De la democratizacién De las respuestas democraticas ........... 29 De las reglas democraticas ............... 34 La ética en la politica democratica ....... 41 La autonomia de la politica no-democratica .. 44 Politicos y estadistas .............. aiaws SZ Robar para el partido: devastar la democracia . 57 No demasiado auténoma, bastante decente .. 65 La ética publica entre conviccién y responsabilidad ................. 69 Sin angeles... 00... eee 69 La necesidad de una ética publica ......... 71 El deber intelectual de contradecir el poder politico... ........00...0000. 76 Se precisa atravesar el desierto............ 81 Intransigencias motivadas ... La leccién de Weber y el desafio del accionismo .. 6.0... 0. eee eee 88 La perfectibilidad de las democracias ..... 93 SsIBLIOTECA FLACSO SEDE MEXIt De la pluralidad de los poderes .........-- 93 De las reglas y de las instituciones ......... 97 La vulnerabilidad de la democracia .......- 101 La flexibilidad de la democracia La democracia como educacién La democracia en la posmodernidad ....... 114 Se terminé de imprimir en el mes de mayo de 1999 en A.B.R.N. Producciones Graficas SRL, Wenceslao Villafafie 468, Capital Federal, Republica Argentina. Se tiraron 2.000 ejemplares. 118 | diseno: Dolores Cobas on la caida de los regimenes au- toritarios de Europa oriental y la restitucion del poder civil en to- da América Latina, los ideales demo- craticos parecen haber vencido una larga guerra iniciada hace mas de dos siglos. Al mismo tiempo, aparecieron las criticas a la democracia: otra sefal de la vitalidad de su discurso. En este libro, Pasquino analiza el fe- ndémeno, verdaderamente revoluciona- rio, de la realizacion y multiplicacion de la democracia, sus interrogantes y sus problemas, y la caracteriza como el mas exigente de los regimenes politicos: es rigurosa con los ciudadanos, de quienes requiere una participacion consistente e informada; con los gobernantes, que deben librarse del peso fisico y psicold- gico de sus intereses privados, y consigo misma, porque impone una verificacion periddica de su consenso. No existen alternativas politicas mas atrayentes que la democracia: los regimenes democraticos han vencido en todos los campos. Ahora enfrentan el desafio de intensificar su compromi- so con la ética y de difundir la

You might also like