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BICENTENARIO Y JUVENTUD

Por Alberto César Croce


Fundación SES
Mayo de 2005

1. Argentina, un país joven.


La conmemoración del bicentenario, nos lleva, primero, a pensar en nuestros orígenes
como nación. Estamos recordando que la “fundación” de nuestra nación sucedió hace
“apenas” doscientos años. Esta afirmación nos lleva inmediatamente a otra: Somos aún
un país muy joven.
Los pueblos que nos han precedido, tanto en estas tierras americanas como en las
europeas, cuentan en su haber varios miles de años. Nuestros antepasados de América
Latina, tanto los que construyeron el imperio inca del Tihuantisuyo, los guaraníes que
esperaban “la tierra sin males”, o los hombres y mujeres “de la tierra” del sur que
miraban la vida que “viene del este”, cultivaron estas tierras por miles de años. Así
descubrieron las bondades del maíz y de la papa, seleccionaron cientos de hierbas
medicinales, construyeron templos y ciudades con exactitud astronómica...
Nuestros antepasados que vinieron del otro lado del océano, trajeron también su cultura
milenaria: una lengua con orígenes en el imperio romano, una religión surgida en el
cercano oriente, una aritmética inspirada en la cultura árabe.
Y también trajeron, por la fuerza, a los negros del África profunda con sus ritmos de
resistencia y sus cientos de deidades descubiertas desde que los primeros de nosotros
comenzamos a poblar este planeta.

Nosotros estamos conmemorando los primeros doscientos años. Turbulentos, intensos,


dramáticos.

En sus primeros doscientos años de este país joven debemos reconoce que, como a
menudo sucede a los jóvenes, no supimos cuidarnos y protegernos suficientemente. El
ímpetu por hacer lleva a los jóvenes, muchas veces, a despreocuparse por el propio
cuidado e ir más allá de los límites. La Argentina joven, también lo ha vivido en estos
años.

Argentina no ha tratado bien a sus jóvenes en estos doscientos años. Por el contrario,
muchas veces los ha tratado mal.

Fueron sus jóvenes quienes murieron en el Alto Perú y en las epopeyas libertadoras de
San Martín. Fueron sus jóvenes, principalmente jóvenes negros, quienes, como carne de
cañón, cayeron en San Lorenzo, en Obligado y en la vergonzosa guerra de la triple
alianza.
Fueron sus jóvenes quienes desaparecieron por miles en los años negros de la
dictadura. Fueron sus jóvenes quienes regaron con su sangre las tierras de las Malvinas
y los mares del Sur.
Fueron sus jóvenes los que murieron en el puente Pueyrredón o en la Plaza de Mayo y
varias ciudades del país en diciembre del 2001.

¿Por qué extrañarnos entonces de que hoy sean los jóvenes los que son destruidos por
la droga, la pobreza, la corrupción? ¿Por qué extrañarnos por los 198 jóvenes muertos

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en la tragedia de Cromagnon? 1 ¿Por qué extrañarnos de que la inmensa mayoría de los
que hoy están privados de su libertad en las vergonzosas prisiones del país sean, en su
gran mayoría jóvenes y, sobre todo, jóvenes pobres?

Sin embargo, en estos doscientos años, Argentina no ha dejado de tener miles de


jóvenes que le han dado vida, fuerza, identidad. Porque aquellos jóvenes maltratados
por una Nación en búsqueda de su rumbo, supieron darle lo mejor de sí, postergando
muchas ventajas individuales en el sueño de un país naciente. Los jóvenes de mayo del
1810, anticiparon a los jóvenes luchadores por la libertad que integraron los ejércitos de
Belgrano y San Martín y llevaron hasta la misma ciudad de Lima los sueños de
independencia.

Jóvenes fueron los que se movilizaron en las luchas anarquistas y sindicales del
comienzo del siglo XIX. Jóvenes fueron los que militaron junto a Irigoyen y que llenaron
con Perón la Plaza de Mayo en octubre del 45. Joven era aquella Eva Perón -26 años-
que movilizó entonces al país hacia la justicia social.

Jóvenes fueron los que forzaron la reforma universitaria.

Jóvenes fueron en su mayoría los que soñaron una Argentina más justa en los setenta,
siendo torturados y asesinados brutalmente por una de las dictaduras más terribles que
haya conocido nuestra “civilización”.

Jóvenes fueron los que marcharon para recuperar la democracia en los ochenta…

Quizás los jóvenes hayan sido lo mejor que tuvo nuestro país en estos doscientos años
de joven historia.

Extraña paradoja: Argentina ha tratado peor a aquello que fue lo mejor que ha
tenido en estos doscientos años.

Seguramente no podrá nuestro país encontrar su destino si no inscribe en él el lugar


propio de sus jóvenes. Un lugar que sin duda los jóvenes tienen que conquistar pero los
adultos tenemos que apreciar y reconocer.

2. El desafío de la inclusión juvenil


No nos debe extrañar que, viviendo en el continente más injusto del planeta, Argentina
sea uno de los países en el cual la distribución de la riqueza sea menos equitativa.
Como, por otra parte, no somos un país “pobre” las diferencias se hacen realmente
escandalosas entre nosotros.

La injusta distribución de la riqueza que producimos, genera situaciones gravísimas de


exclusión social. Estas afectan especialmente a los grupos más débiles. Uno de estos
grupos es el de los jóvenes.

La exclusión social juvenil se expresa de distintas maneras. Algunas de ellas son


particularmente visibles.

La primera es la exclusión educativa. Nos referimos a la imposibilidad de miles y


1
Nos referimos a los jóvenes y adolescentes muertos en el incendio del local bailable “Ciudad de
Cromagnon” en la ciudad de Buenos Aires, en diciembre del 2004.

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miles de jóvenes argentinos de ejercer su derecho a la educación. Estimamos al menos
en unos 700.000 adolescentes y jóvenes los que no han podido ingresar o están fuera
de la escuela media. No poder estudiar es una limitación de gravísimas consecuencias
para toda la vida. Primero para sí mismos, pero, inmediatamente para todo el conjunto
de la sociedad. Un joven que no estudia, pierde la oportunidad de acceder a uno de los
elementos fundamentales que pueden configuran identidad juvenil: ser “estudiante”. Y
genera un tipo de “discapacidad” social importante que, de no compensarse de alguna
manera, producirá daños importantes en la personalidad y en las posibilidades para
desarrollar una vida positiva para sí mismos y para su entorno.

La segunda es la exclusión económica. Esta se expresa por vivir en familias en


donde no cuentan con los recursos suficientes para acceder a lo indispensable y por no
poder obtener trabajo en alguna de sus formas tradicionales o nuevas. Un joven que no
cuenta con estos recursos y que, además, no tiene trabajo, corre importantes riesgos de
todo tipo. La resignación o “implosión personal”, es quizás, la peor de sus
manifestaciones. Sin embargo es la que más espera el resto de la sociedad porque no le
presenta riesgos ni molestias. Es el efecto mayor de la exclusión.
Cuando la reacción no es la “resignación” sino alguna acción proactiva, no es extraño
que nos encontremos con jóvenes que recurran al camino del delito para obtener los
recursos que necesitan o desean. En cualquier caso, estamos ante jóvenes que transitan
senderos de alto riesgo para sus propias vidas y las de los demás.
La exclusión económica hace que las oportunidades laborales también se precaricen
hasta niveles cercanos a la esclavitud o la “prostitución laboral”. Es muy difícil que
jóvenes pobres, que no han podido estudiar, puedan encontrar trabajos en condiciones
medianamente humanas. En nuestro país se está produciendo un fenómeno que hoy es
posible observar en varios países de América Latina: se puede “tener trabajo” pero no
por ello salir de la situación de pobreza, lo que complica aún más el panorama actual
alrededor de la temática.

La tercera es la exclusión participativa. Denominamos así a la “no participación” de


los jóvenes en los espacios de organización comunitaria a los que podrían acceder. No
participar de organizaciones juveniles, o de organizaciones sociales, barriales,
estudiantiles, eclesiales, gremiales, universitarias, políticas… La crisis de participación
es sumamente alta.
En nuestro país, la participación juvenil ha disminuido en las últimas décadas. Muchas
han sido las causas. Lo cierto es que son pocos los jóvenes que pueden hoy canalizar su
participación cívica en organizaciones sociales de distinto tipo. Esta crisis de
participación puede identificarse en cualquiera de los ámbitos señalados más arriba.
Es necesario advertir que la no participación se hace mucho más grave cuando se
pueden verificar las dos exclusiones de las que hablamos con anterioridad a esta.
Porque, en realidad, la inclusión participativa puede ser un buen camino para lograr
revertir cualquiera de las otras exclusiones de las que venimos hablando.
Sin embargo, cuando esta exclusión se verifica, los grados de exclusión se potencian
peligrosamente para quienes la sufren.

Cuando un joven sufre estas tres formas de exclusión, pensamos que está en una
situación de exclusión potenciada. Pero, al mismo tiempo, pensamos que es desde esta
triple perspectiva que deberíamos encarar este desafío.

Por una parte, se hace indispensable trabajar por la inclusión educativa de los jóvenes:
Todos nuestros jóvenes deben poder estudiar en condiciones que les permitan aprender
aquellas cosas que necesitan para la vida. Esto implica garantizar el acceso a la escuela

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secundaria en instituciones con docentes capacitados y motivados, que cuenten con los
recursos necesarios para el buen desarrollo del acto educativo. Por otra parte, brindar a
aquellos que han quedado fuera de la escuela, la posibilidad de transitar por circuitos
complementarios que les permitan acceder a los conocimientos básicos que les son
necesarios para no quedar en situación de desventaja total respecto del resto de la
sociedad.
Este desafío nos lleva a no limitar nuestro trabajo a la “motivación” de los que están
fuera de la escuela para que vuelvan a estudiar. Hay que trabajar por ofrecen a estos
jóvenes los recursos básicos necesarios para que puedan concretar esta intención y
también crear oportunidades al interior del Sistema Educativo, mejorando los servicios
que actualmente se prestan y ofreciendo nuevas alternativas que integren los
aprendizajes hechos en estos años, tanto al interior del Sistema como en el mundo de
las Organizaciones de la Sociedad Civil.

También tenemos que continuar trabajando por mejorar la situación económica de los
jóvenes, en particular, ofreciendo nuevas alternativas laborales. Para ello, se vuelve
indispensable contar con espacios de capacitación laboral adecuada a las necesidades
de los jóvenes y de la sociedad. En este sentido, tanto desde la perspectiva del empleo,
como de la de los emprendimientos productivos o de servicio, se vuelve necesario
contar con la colaboración activa de otros sectores sociales, en especial, del sector
privado que es el principal motor de creación del empleo o de contratación de los
servicios o productos de los emprendimientos económicos.
Identificar necesidades de producción, generar puestos de trabajo, posibilitar el
aprendizaje por medio de pasantías reales… constituyen hoy aportes importantes que
pueden hacerse desde el mundo empresario al desarrollo del país soñado.

La inclusión “participativa” se logra a partir de la generación de nuevos espacios


organizacionales en los que los jóvenes puedan participar activamente. Para ello, es
importante promover la formación en el liderazgo juvenil y el apoyo al desarrollo de
pequeños proyectos en donde los jóvenes puedan aprender a organizarse, gestionar,
ejecutar planificaciones y evaluar resultados e impactos. En este campo son las
Organizaciones de la Sociedad Civil las que tienen un rol protagónico a cumplir.
Especialmente aquellas en las que los jóvenes son sus protagonistas principales o tienen
una participación muy significativa.
Necesitamos fortalecer todo tipo de organizaciones. Porque los jóvenes pueden
participar en todas ellas.
Empezando por las barriales –juntas vecinales, sociedades de fomento, clubes- que
apuntan a la mejora de las condiciones de vida de las distintas comunidades. Y llegando
hasta las organizaciones de participación político-partidarias fundamentales para el
sistema democrático, tan devaluadas y desprestigiadas actualmente entre la mayoría
de los jóvenes.

3. Construyendo identidades juveniles


Cuando una sociedad está en crecimiento, pone a los jóvenes como modelos y los llama
a ocupar lugares de heroísmo militante. Esto sucede porque necesita expandirse y son
los jóvenes los que, mayoritariamente, asumen los desafíos de avanzar hacia las
fronteras para expandirlas. Son los jóvenes “pioneros” que todos las culturas han tenido
en los momentos en que era posible expandirse en algún sentido.

Pero cuando una sociedad involuciona por algún tipo de crisis, los jóvenes se vuelven

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amenaza para los adultos. Sobre todo porque compiten con ellos por los puestos de
trabajo y por otros espacios que, cuando son escasos, se vuelven muy apreciados por
todos.
Cuando esto sucede, la cultura social comienza a desarrollar un discurso contra-juvenil
importante. Los jóvenes se transforman en peligrosos, vagos, superficiales,
irresponsables, poco confiables…

Se trata de un mecanismo de “defensa” de los adultos sobre sus jóvenes. Mecanismo


sumamente peligroso porque conlleva una tendencia a la autodestrucción como
sociedad. Este mecanismo no es muy evitable, al menos que se revierta el proceso de
involución y se comience a crecer.

El proceso del que venimos hablando puede conspirar -y de hecho lo hace- con la
necesidad de construir identidades juveniles en la sociedad.

La identidad juvenil está ligada a la construcción de nuevas expresiones culturales, que


resultan a la vez crítica, a la vez diferenciada, de las expresiones culturales tradicionales
en una sociedad determinada. La cultura juvenil siempre cuestiona de una u otra
manera, la cultura adulta, que es entendida como cultura oficial de una sociedad. Si la
generación de esta nueva cultura se hace en el marco de desvalorización de la
“juventud-amenaza”, muy posiblemente estas identidades juveniles adquieran formatos
clandestinos que no pueden aportar todo su potencial al resto de la sociedad y que
entran en conflictos o tensiones con distinto tipo de resolución.

Una sociedad que crece es una sociedad fuerte. En esta fortaleza no vive la generación
de estas nuevas identidades juveniles como una amenaza sino como nuevas
oportunidades. Y les da cabida, sin cooptarlas ni instrumentalizarlas, para recrearse
como sociedad.

Lamentablemente, uno de los sectores de la sociedad que más se referencian con estas
nuevas identidades es el sector de la publicidad y –por ende- el consumo. Esto genera la
imposición de un modelo juvenil que se caracteriza por consumir frívolamente lo que le
ponen delante. Modelo parcial pero potente ya que el referencial juvenil se vuelve un
objeto de deseo para buena parte de la población adulta.

Como sociedad que quiere proyectarse al futuro debemos reencontrarnos con otro tipo
de modelos juveniles menos visibles en la actualidad, pero no por ello menos presentes
entre los jóvenes de nuestro país.

Jóvenes comprometidos con su comunidad, inquietos, defensores de los valores básicos


(justicia, verdad, vida, libertad…) y en búsqueda de nuevos valores (diversidad, medio
ambiente… )

4. Abiertos al desafío del bicentenario


En las puertas de la conmemoración del bicentenario, la Argentina que quiere recrearse
para un futuro mejor para todos, debe reconocer que necesita a sus jóvenes para que
este propósito sea posible.

Nos hacen falta los jóvenes para poder creer en esta posibilidad. Nos hacen falta los
jóvenes para poder arrancar de cuajo el quiste de la corrupción y de la impunidad.

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Nos hacen falta los jóvenes para exigirnos volver a distribuir de manera más justa la
riqueza.

Nos hacen falta los jóvenes para procrear las nuevas generaciones de argentinos
dispuestos a ocupar en el mundo un lugar con dignidad y respeto por todas las
diversidades.

Nos hacen falta los jóvenes para descubrir por cuáles de los "laureles que supimos
conseguir" siguen mereciendo que "juremos con gloria morir".

Tenemos que hacer posible que nuestros jóvenes tengan un lugar propio y creativo.
Un lugar en lo social, participando activamente de organizaciones comunitarias,
juveniles, sociales, en las que puedan proponer, tomar responsabilidades y desarrollar
sus aptitudes de servicio.
Un lugar en lo religioso, pudiendo participar en la propuesta de nuevos modelos y
expresiones de las distintas confesiones y convicciones.
Un lugar en lo educativo, formando desde la misma escuela primaria espacios para las
propuestas y opiniones.
Un lugar en lo cultural, en donde puedan seguir creando y expresando con libertad sus
sentimientos y valores.
Un lugar en lo económico, preparándose y desarrollando actividades que les permitan
acceder a los recursos que necesitan para garantizar el ejercicio de sus derechos.
Un lugar en lo político, haciendo de la participación un eje de la vida propia y de las
comunidades de las que forman parte. Un lugar seguro, en el que no se corran riesgos
irracionales.

Y esto, para todos.


Para aquellos a los que la vida les dio la posibilidad de estar en situaciones de privilegio.
Pero también para los hijos de los obreros pobres, desempleados o subempleados.
Para los jóvenes que sufren situaciones de discapacidad.
Para los jóvenes aborígenes.
Para los jóvenes campesinos de nuestro interior profundo.
Para los jóvenes que vinieron de otros países hermanos y que hoy comparten con
nuestros jóvenes su misma suerte.

Jóvenes profundamente respetados y también respetuosos. Capaces de construir el


futuro para todos que hoy necesitamos. Varones y mujeres en pié de igualdad.

El sueño de mayo sólo es posible cuando las plazas están llenas de jóvenes con
esperanza llevando con orgullo las cintas celestes y blancas en un pecho que le hace
frente al futuro de todos los que habitan el suelo argentino.

No lograremos aquel sueño con la exposición fría de indicadores macroeconómicos


proyectados en powerpoint en una oficina de Wall Street.

Será entre las palomas y la música. Será entre las canciones y las risas. Será con mates,
asados y guitarras.
Será para todos. Será cuando merezcamos entender que el "Gran Pueblo Argentino" al
que los libres del mundo responden, es reconocido por haber construido una patria de
paz, libertad y justicia.

Quizás ese día, descubriremos los corazones lagrimeantes de tantos y tantas jóvenes
argentinos que hoy buscan por el mundo una suerte que aquí se les negó.

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No sé cuánto nos llevará acercarnos a este sueño bendito. Lo que estoy seguro es que si
tenemos alguna - sí ALGUNA- chance de lograrlo, es CON LOS JÓVENES!!!

"Por eso estoy aquí cantando..."

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