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Días de

peregrinación.
Italia

José Antonio Sáinz


I.Sinopias
Domingo

Se asciende a la ciudad antigua


entre el ajetreo de un día de fiesta
que ha sacado a todos a la calle.
Las tiendas de antigüedades
permanecen abiertas
-un rasgo generoso de elegancia-,
con sus atildados dueños
consumiendo la tarde sin esperanza.
Jóvenes esbeltas
y hombres guapísimos
empujan el carrito del bebé por la cuesta,
sin haberse apercibido aún
de que se han convertido
en actores secundarios
de un mundo nuevo.
Del antiguo permanecen
las calles, las casas de amplias ventanas,
los palacios, las iglesias imponentes,
los castillos simbólicos en lo alto,
los grupos de patricios
que han sustituido togas y birretes
por camisas de seda
y cinturones excesivos de Dolce & Gabbana.
Algunos artistas lo supieron enseguida: el arte puede
transformar el espacio, convertirse en un símbolo de
apariencia mágica. Igual que el teatro. Ese fue el terri-
torio que quisieron ocupar. Antes de llegar hasta ese
punto, el producto artístico fue un simple objeto digno
de contemplación; un poco más allá, se convierte en
rito, en forma sagrada. Algunos artistas enseguida se
dieron cuenta de ese territorio sin colonizar y decidie-
ron convertirse en tramoyistas. También vieron su
oportunidad los comerciantes más avispados. Edifi-
cios, plazas, ciudades se convirtieron en escenarios;
los espectadores, en actores que engrosaron el elenco
de la obra y accionaban según lo previsto. Y siempre
hubo alguien de un lado a otro, persiguiendo las som-
bras de un escenario. Y la recaudación se repartió
entre todos.
Asiento de ventanilla

El paisaje se borra
en el negro del túnel
y aparece el enigma
familiar de un rostro.
………….

La ladera antigua, abrupta,


sólo produce
árboles menguados
y tendidos eléctricos.
…………..

La velocidad
aclara las acacias
y transparenta
el bosque lejano.
………….

En el patio trasero,
sin pudor,
se ofrece
la acidia
de una vida extraña.
Billete de ida y vuelta

En el viaje de ida,
el barrio de casas bajas,
paralelo a la vía
aparece como un lugar
donde el aluvión de la desesperanza
hizo trinchera
en la tienda de ultramarinos,
en la mujer que arrastra
el carrito de la compra.

En el viaje de regreso,
el tren lleva tanto retraso
que le obligan a detenerse
largos minutos
en minúsculas estaciones
para no entorpecer la marcha
de los convoyes puntuales.
El barrio está desierto
y convierte en ademán de su dignidad
y su transparencia
la trinchera tras la que aguarda
la noche inminente.
Territorios del abandono

En el segundo piso
de un caserón de enormes ventanas
y paredes desconchadas,
sobre el restaurante que atrae a los turistas
con un papagayo cínico,
asoma la cabeza blanca, revuelta,
de una anciana solitaria
que aguarda su disolución en la noche.
Suyo es el brillo de toda la desconfianza.

Al salir de la ciudad,
nos perdemos arrastrados
por carreteras de dirección confusa
y nombres desconocidos y semejantes.

Igual que en las grandes ciudades de antes,


igual que en los barrios residenciales recién cons-
truidos,
algunos hombres y mujeres
pasean con sus ropas gastadas
por aceras que bordean solares
con malas hierbas y tierra amarilla.
La ciudad, a lo lejos;
próximos, los edificios revocados,
de balcones anchos con ropa tendida.
Patria

Una nación necesita


pocos ingredientes:
un pasado glorioso
fermentado sobre los muertos
y el pegamento instantáneo y efímero
de una gesta deportiva
o una canción pegadiza.

Las nubes, en cambio,


ni atesoran recuerdos
ni necesitan de la euforia.
Cubren
como un papel de lujo
el verde de las cumbres y el valle,
los descampados aviesos de las afueras.
Su volumen gris
salpicado de azul puro
recuerda el de cualquier lugar,
el de cualquier tiempo.

Las nubes deberían ser


la patria de los hombres.
Los países están condenados a defraudar. La grandeza
supuesta de su pasado contrasta penosamente con la
riqueza imperfecta o su atraso emergente. La vida
transcurre yuxtapuesta a una cotidianeidad rentable.
Nada está a la altura de la imaginación ajena.
Sueños

No deseo que nadie me revele


el significado de los sueños,
obvio en tantas ocasiones.
Me gustaría, en cambio,
descubrir su causa,
si moldearon sus imágenes
la orientación de la cama,
o la densidad de las nubes
que enrojecía la noche,
si los trajo la fuerza
y dirección de los vientos,
o las palabras que dijiste y que dije,
o aquellas otras que callamos,
si permanecen en ellos las sensaciones antiguas
de una adolescencia mal curada
o los primeros recuerdos de nuestra especie.
El arte de la ciudad, quizá desde los tiempos más an-
tiguos, posee una escala desmesurada. Apabulla su
monumentalidad, aunque en ocasiones logre acogerte
sin que tu desproporción te anule. Pero es un arte que
ha olvidado la medida del hombre y sólo es la memo-
ria soberbia de quien se creyó el centro de un sueño.
Martina

Al bar vienen funcionarios


que trabajan en los edificios cercanos.
Casi siempre en parejas,
incluso mixtas,
o en grupos de tres,
siempre del mismo sexo.
También hay seres solitarios.
Toman un café
o una ensalada de arroz
envasada en recipientes del plástico.
Casi todos cultivan una elegancia
satisfecha de sí misma,
primorosa en el día laborable.
Algunos clientes conocen a la camarera,
sobre todo las mujeres.
Charlan con ella,
bromean,
se despiden pronunciando su nombre.
Luego desaparecen
hacia laberintos de mesas y pasillos.
Sólo Martina se queda,
los ve llegar y marcharse,
reemplazarse.

Sólo ella es una luz.


Aventuras a día de hoy

La aventura se oculta hoy en minucias:


comer un bocadillo
en las escaleras de un palacio medieval;
tomar los sorbos contados de un café;
deambular por el museo
y descubrir un cuadro que aún te sorprenda;
contemplar por la noche
la seda blanquecina de las estrellas.
Creía haber descubierto a un pintor desconocido, pero
eran en realidad tres tablas de botiga, de taller. Quizá
un hombre solo no hubiera sido capaz de componer
la escena al mismo tiempo que el hechizo de las for-
mas arquitectónicas, resolver del mismo modo la fi-
nura de las telas y la irrealidad de los cielos y las
formas vegetales. Poco importa la diferencia entre
descubrir a un artista o una obra única si existió el im-
pulso definitivo de erigirlo, pues admirar estas tablas
es hacer propia su afirmación de libertad.
Mundo, ilusionismo

Siempre la misma sensación


de no agotar las cosas,
las ciudades,
los paisajes.

Si insistimos
caemos en seguida
en el hartazgo.

El mundo parece reclamar atención


y sólo encuentra la sombra
de nuestra superficialidad.
Harry Thompson

Harry Thompson,
negro de Pittsbourgh,
apareció dos veces en televisión
con la Bronx Concert Singers,
cantando el Mesías de Haendel.
Esta mañana actúa,
de blanco impoluto
hasta el cuello abrochado,
acompañado sólo de un pianista.
El oratorio del siglo XI,
ni artístico ni espacioso,
acoge poco más de veinte personas,
casi todos turistas sorprendidos
en la mañana
por un concierto
cuyo programa en fotocopias
parece ser el único reclamo.
Harry Thompson
tiene una voz profunda y vibrante,
estremecida, cerúlea
bajo la luz de las bombillas
de bajo consumo
que iluminan el oratorio.
La tierra prometida

Venimos de un lugar
donde las laderas arañan la mirada.
Hemos contemplado en tantas ocasiones
alturas de granito,
frondosas riberas de alisos,
dehesas y sembrados.
Y ahora miramos con desconfianza asombrada
las ondulaciones como caricias,
la geometría de las vides
y los campos dorados,
la línea puntiaguda de los cipreses,
las lomas de olivos,
la lejanía de los robles,
todo oferente,
al alcance del deslumbramiento.
Quizá no sea más que otro paisaje,
otro yacimiento geológico del tiempo.
Y, pese a todo,
su nombre revela
las coordenadas de la tierra prometida.
Concierto popular

Por la noche sobrevuelan sobre los olivos,


desde el pueblo,
los sonidos del acordeón,
la batería, los teclados electrónicos,
las voces,
oscilantes todos
con el empuje inconstante del viento.
Reconozco una canción,
vulgar en otro contexto,
oigo otra, desconocida,
un tesoro sentimental,
pues nunca más la volveré a escuchar
y, aunque tal cosa sucediese,
no sabría ya reconocerla.

En el sueño se disuelve de golpe


la melancolía futura de esta música.
Ciudades

La grandeza del pasado


cimentada en sangre,
las guerras, los partidos,
incluso el esfuerzo
por erigir una obra maestra
que fuese digna de admiración
y envidia,
todo se diluye hoy
en el ajetreo turístico,
en los comercios banales,
en la melancolía indiferente
con que una mujer tatuada,
detenida un instante
bajo el umbral de la historia,
deja con zancada decidida
el portal antiguo
del que acaba de salir.
Síndrome

En todo viaje siempre nos espera


un instante en el que el cansancio
se transforma en una crisis de identidad,
en el que la angustia ante lo inabarcable
se superpone con la neblina
de una vida abandonada
y de la que se ignora
si aún conserva el hueco tibio

de nuestra presencia.
Visitamos iglesias. Recorremos museos llenos de cua-
dros de tema religioso. Peregrinamos de ciudad en
ciudad y repetimos nuestros pasos una y otra vez. No
sé si es el modo en que la religión ha triunfado o la
manera que tiene de hacerse visible y seguir atrayendo
a las nuevas masas de peregrinos. ¿Qué buscan nues-
tras miradas? Quizá se trate de la belleza humana en
las figuras, la delicadeza de la composición y los co-
lores, el sentimiento. Y también la sorpresa. Todo está
más allá de lo que en realidad nos cuentan estas re-
presentaciones. Un poco más allá de las mismas his-
torias consabidas. Aguantamos las caminatas, el calor,
las colas, la densidad de presencias que forman tam-
bién parte de la escena. A veces nos sentamos en una
escalera y contemplamos el gigantesco esfuerzo del
arte, convencidos de que no descubriremos su último
secreto.
Enrica

La vida se convierte a veces


en una tarea de empresa.
La organización de la casa,
las niñas,
con sus horarios y sus necesidades
siempre imperiosas,
el aseo del jardín y la piscina,
los apartamentos que hay que atender.
Hace una llamada de teléfono
y es para hablar sobre un abogado.
De vez en cuando
reciben amigos
que se quedan más allá de una hora prudente
para la buena marcha de la empresa.
Les hablan de un Madrid-Barça,
del desastre de una invasión de polillas
o de una lámpara nueva, sencilla, de color crudo,
que acaban de comprar.
Mariposas de leche danzan en la lavanda.
La sombra de la higuera parece un encaje.
Se acumula el número de tareas pendientes,
se dilatan las reformas que acordaron.
Una gota de agua se evapora al sol.
La oigo trajinar en la cocina,
pica cebolla para la comida
y sale un momento al jardín,
con las tijeras en la mano,
a cortar unas hojas de hierbabuena.
Carreteras secundarias

Circulamos por carreteras secundarias,


con su mítica poética de aventura y abandono,
aunque la única verdad sea la tensión
en cada curva
y la probabilidad más que mediana
de perderse en uno de los cruces inacabables.
Suena una música antigua,
tanto como la juventud,
y tarareo el solo de guitarra,
la parte más importante de la letra.
La carretera discurre
entre un recuerdo lejano
y un recuerdo futuro.
Atardecer hacia Santa Luce

Los pueblos tienen una vida renovada.


A la hora del atardecer,
las carreteras se llenan de coches
de quienes conducen entre sus vidas secretas.
Como si todo respondiera
a un acuerdo satisfactorio para todas las partes,
el sol se hunde en el mar
y su rescoldo inunda cielo y costa.
Animales salvajes

Por sorpresa, al atardecer, se asoma


un erizo al borde del jardín,
husmea entre los olivos,
desaparece tras un matorral.
No se inquieta ante nuestra presencia,
ni siquiera evalúa
la potencial amenaza
de nuestras voces.
Para nosotros, en cambio,
contemplar un animal
que vive ajeno al hombre
nos llena de festiva incredulidad infantil.
Su visión nos admira,
llena de sentido un día completo.
Este país tiene propensión a lo barroco. Incluso ya en
la Edad Media las iglesias y los palacios se llenaron de
movimiento, de profusión. Luego, el Barroco con ma-
yúscula, emplastó cuanto había caído en la relativa
sencillez. Para comprender este país quizá sea necesa-
rio tener en cuenta esta predisposición al exceso. Pero
el deslumbramiento llega más de la desnudez del sen-
timiento, de la sugerencia. Lo barroco deja fuera y,
tantas veces, ni siquiera admirado.
Aquí se inventó el turismo antiguo y el moderno: las
peregrinaciones religiosas y las peregrinaciones cultu-
rales. ¿Qué joven con vocación elitista podría consi-
derarse plenamente formado desde hace 150 o 200
años sin un largo viaje por Italia? Hoy la premura im-
pone su dictado comercial. Los rostros de quienes de-
ambulan por duomos y estradas parecen satisfechos
de cumplir con los ritos, pero nada cambiará al final
del viaje. Italia sólo es el paradigma. El mundo entero
es un foco de peregrinaje y es posible que, salvo des-
gracias, nada suceda. No hay ocasión de que pueda
suceder algo entre el comercio y la nada. Ante la su-
cesión infinita, sólo detenernos podría habernos sal-
vado hace algún tiempo. Nunca encontraremos ya lo
que andamos buscando.
Dioses del lugar

Los mosquitos pican sólo a los turistas.


Anoche nos reíamos
de pensar que todo,
el arte acumulado,
es sólo un pretexto,
hábil marketing
para atraer extranjeros
que sirvan de alimento a estas alimañas.

Mi vecino se registra las piernas


y se embadurna de repelente,
como si ejecutase
abluciones purificadoras
en honor a los dioses del lugar.
Mar Tirreno

El olor del mar Tirreno


se pega a la piel
como una fina sal de la memoria.
Me despierto agotado,
vencidas las fuerzas
ante el estandarte de su luz,
ante la transparencia de sus aguas.
Todavía estoy aquí
y todo es ya un recuerdo.
Telón

El último desayuno en el jardín,


con el frescor húmedo de la mañana,
mientras las golondrinas chillan
y se cuelan en el portal.
Contemplo el pueblo,
el paisaje a través de un aire sucio.
El sonido de las cucharillas
sobre la porcelana
resulta ya familiar.
Pienso en la idea
que debiera depositar con suavidad
en el poema.
Pero ahora,
es sólo otro día que comienza.
En las traseras de los aeropuertos, en uno de esos es-
tands de falsos techos descolocados de los que cuel-
gan de un hilo anuncios de bebidas y ofertas de
menús, se encuentra a veces la verdad. Esos lugares
desmienten el resto que les rodea, el aeropuerto, la
ciudad, los continentes. El plástico de sus sillas y sus
mesas tienen algo de revelación. El tránsito rápido, la
amalgama de lo común y el sabor local de una música
cantada en italiano, tan banal e idéntica a tantas otras,
a casi todas las que circulan por el mundo, nos dicen
una verdad. La arquitectura del edificio se desagua en
las láminas desmontables de este bar. La camarera
baja el volumen y hace una llamada por el móvil. Un
japonés espera su café en la barra. Los anuncios se
bambolean amenazantes. Aguzo el oído para escuchar
lo que este epicentro susurra.
Vuelo nocturno

Constelaciones, serpentinas,
figuras geométricas quebradas y enigmáticas,
plataformas intergalácticas,
el cauce de una carretera
flotando sobre la oscuridad,
estrellas solitarias:
el fulgor desde el aire
de un mundo habitado.
Regreso

No sé si el cuerpo regresa
antes o después que la mente.
Los espacios causan un ligero estupor,
la mano busca la forma que no encuentra.
Volver a las rutinas parece complicado,
pero acaba por sorprender la rapidez
con que se disuelve la predisposición
a lo desconocido.
Volver a las rutinas ensombrece el día.
Me despierto temprano,
a una hora extranjera.
Bajo a la calle
y la gente
recibe alborozada el domingo.
Mientras aguardo entre todos otra rutina,
me prometo a mí mismo
evitar el regusto seco
de quien busca su rincón en el pasado.
II.Sólo literatura
Tres temas de Petrarca
I.Soneto VIIXL

Camino a deshora con paso silencioso


cargado de deseos múltiples sin nombre
que se interponen con su peso invisible
y enturbian el aire delante de los ojos.

Apenas la mirada voluntariosa, casi terca,


podrá seguir la senda umbría del otoño,
bajo un sol que apenas entibia
tras el muro inmóvil de las nubes.

El agua apenas humedece los labios de la sed,


el frío escarcha la mañana inadecuada
y la mente refuta las excusas del sentimiento.

Pero algo, quizá la vibración hueca


del silencio, me recuerda a cada paso
que moriré si no atiendo al deseo.
II.Soneto CIV

Sólo con una ironía sin tasa


podría sostener que el mármol cincelado
o el papel célebre alcancen siquiera
de la inmortalidad una forma incipiente.

Tras lo actual, todo se extingue, nada perdura.


La memoria futura no nos corresponde
y sólo una casualidad fortuita, inmerecida,
podrá salvar del olvido absoluto un nombre.

Ni la fama minúscula de una hora


se corresponde con el merecimiento
ni alcanza honra el nombrado del poeta.

Todo se disuelve en las equivalencias del comercio,


en el equívoco de las muchedumbres,
en la suma vana del valor y el instante.
III.Soneto CXXIII

En realidad nada quería significar


tu gesto elíptico y ensimismado,
volcado sobre la pluma que surcaba
con gloriosa oscuridad la blancura del papel.

Nada parecía transparentarse entre las líneas


de tus dedos y el aura de tu pelo,
nada del gesto distendido y ausente
de tu rostro mudo como una sombra.

Intuía apenas en tu escorzo, en el brillo


sereno de cada movimiento tuyo,
mensajes diáfanos difíciles de traducir.

Bastó de pronto que tus ojos se izasen


para que su luz inundara el mundo
y el mundo todo hablara en tu nombre.
III. Epílogo
“Todo el mundo sabe que Italia es del
todo incomprensible”
(Nanni Moretti, entrevista en El País, 15-
02-2008)

“al silenzio lontano delle nuvole”


(Franco Battiatto)
Casi nada es comprensible.
Incluso en la carretera olvidada,
ceñida a la ladera
entre robles y acacias,
arropados por las nubes blancas, prietas,
de la mañana tendida de domingo,
incluso entonces,
incluso ahora,
cuando la atención y el cuidado
han sedimentado su pulso,
tratamos estérilmente
de elaborar una teoría que lo explique todo,
el conjunto de lo que vemos y su historia,
el significado de su presente.
Pero sólo el fragmento
balbucea un comienzo de verdad.
Nos cobijaba
el silencio lejano de las nubes
del verano más frío
que registraba la memoria.
En pocos kilómetros
bajábamos hasta el fondo del valle
y entonces el falso impulso
de la línea recta
nos dejaba sin aire,
sin pensamiento.
Cuanto nos rodea
pulsa el resorte
de una sensación.
Las autovías demasiado estrechas
amordazadas entre hormigón,
los pueblos huraños colgados de las laderas,
los túneles ciegos,
los supermercados con aparcamientos,
los pueblos alejados de las rutas turísticas
cuya vida diaria dobla
sobre el gozne de los bares,
el polígono, el taller, la carretera.
Carreteras olvidadas
como cintas arrojadas a la basura
sobre las lomas
y los campos sembrados,
sobre los yermos.
Las carreteras.
Si algo hoy nos distingue
es la distancia.
Aunque sea en su negación,
en su acortamiento.
En la ciudad, cerca de las estaciones,
menudean los inmigrantes,
junto a las puertas de bares rancios,
sentados en los bancos
de plazas ajardinadas
con setos y fuentes y alguna estatua.
Una canción.
Unas notas apenas que caen aquí o allá
sin buscarlo.
No hay nada que comprender,
sino el fogonazo de los fragmentos
agitados en el sube y baja
de un malabarismo embaucador.
Los autobuses desembarcan su mercancía,
la fachada prende la mirada de los turistas
y un poco más allá
las costras del rendimiento y el hastío
cubren las aceras y los horarios.
La distancia,
en cualquier lugar,
aquí y allí,
nos define.
Y entremedias,
las formas
de un cierto modo de vacío.

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