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El 29 de octubre de 1839 estalla un levantamiento contra el gobierno de Rosas en el pueblo de Dolores, que rápidamente se extiende por
buena parte del sur de la campaña de Buenos Aires. Su capacidad para poner en duda la perduración del régimen se derrumba apenas
nueve días después, el 7 de noviembre, cuando las fuerzas que dirige Prudencio Rosas destruyen al ejército rebelde en la cruenta batalla
de Chascomús. Sin embargo este hecho conmueve al régimen rosista y pone de relieve una serie de cuestiones que vale la pena analizar.
El levantamiento de los Libres del Sur fue la expresión más dramática de una coyuntura de crisis de las bases de sustentación del poder
de Rosas. Esta coyuntura ha sido mal estudiada porque pone en duda una serie de asertos básicos sobre la naturaleza del régimen rosista.
En primer lugar, el levantamiento tuvo su foco en la campaña sur de Buenos Aires que se consideraba la base fundamental de
sustentación del Restaurador de las Leyes. En segundo lugar, la mayor parte de los dirigentes y participantes del levantamiento no
parecen haber sido doctrinarios unitarios, sino miembros de los sectores considerados buenos federales. Finalmente, los rebeldes
representaban en sus niveles de mayor responsabilidad a buena parte de los sectores más ricos de los propietarios rurales a quienes
también se visualizaba como los beneficiarios y sostenes principales del régimen de Rosas. Todo esto hacia muy difícil analizar este
hecho aunque las descripciones con que se cuenta son muy variadas. Por un lado los primeros relatos, como el de Ángel Carranza,
reflejan un sesgo partisano de aquellos sectores que habían estado implicados en la lucha contra Rosas. Allí se trataba de la defensa de la
libertad contra la tiranía y de la construcción de un panteón. Por su lado, Adolfo Saldias tiene una visión bastante distinta de los sucesos.
Presenta una imagen del régimen con fuerte popularidad en la provincia y trata de indagar las razones coyunturales del malestar del
sector rural. Emilio Ravignani, sin poder ocultar su simpatía por los opositores a Rosas, concluye señalando que buena parte de los
sublevados eran importantes propietarios y provenían mayormente del riñón del partido federal. Dentro del sector revisionista se destaca
el planteo de Julio Irazusta, quien ve en la rebelión la traición de un sector que no comprende las razones de Estado, el interés nacional,
y privilegia la defensa de los intereses sectoriales. Enrique Barba señala que el descontento rural se debió en gran parte a las medidas
adoptadas por el gobierno en la coyuntura del bloqueo, tales como al reforma de la enfiteusis en 1838. Por su parte, John Lynch explica
el levantamiento como parte de un vasto plan que incluye a Lavalle y a los franceses, donde confluyen viejos rivales de Rosas con un
sector de los estancieros, que en esta coyuntura de bloqueo ven afectados sus intereses. Halperin Donghi señala sobre todo el efecto
nocivo del bloqueo para la economía de los ganaderos del sur, en especial para aquellos más modestos que, carentes de tierras y
recursos, no pudieron soportar un período sin faenamiento, como si lo podían hacer los más grandes.
Toda esta etapa está marcada por una serie de conflictos externos del gobierno de Rosas, de los cuales el que más afecta a los habitantes
de Buenos Aires es el que se desarrolla con Francia, que culmina en un largo bloqueo del puerto entre 1838 y 1840, que derrumba el
comercio exterior de la provincia y afecta todavía más los ingresos fiscales del gobierno. Este conflicto es aprovechado por algunos
enemigos de Rosas par aintentar emprender una ofensiva para derrocarlo, en la que se destaca la campaña que va a iniciar el general
Lavalle. Desde poco después del inicio del bloqueo, en marzo de 1838, circulan rumores de conspiraciones, y algunas se concretan. La
situación de inestabilidad no habría de cesar, estimulada por el contexto de crisis que crea el bloqueo y los anuncios de invasión de
Lavalle, con el apoyo de los galos. La coyuntura favorece la expresión de cuestionamientos a la legitimidad del gobierno y una
agudización de los enfrentamientos entre los defensores de uno u otro bando. El gobierno intenta contrarrestar los rumores organizando
adhesiones populares en distintos puntos de la campaña y la ciudad, pero esto no alcanza para frenar la intranquilidad. Junio de 1839 es
el mes en que se denuncia el complot antirrosista encabezado por el coronel Ramón Maza, que terminó con la muerte de su padre
Manuel Vicente, presidente de la Legislatura, el 27, y el fusilamiento del hijo, Ramón, al día siguiente.
La rebelión
Al parecer el levantamiento del sur de la campaña se venía preparando desde hacía un tiempo, pero se esperaba una coyuntura favorable
para su inicio, en especial el arribo de Lavalle a la provincia. Sin embargo, las noticias de su preparación trascendieron, el gobierno
tomó algunas medidas preventivas y el movimiento se desencadenó antes de lo planeado. La magnitud y calidad de los rumores que
circulan son muy diversas y obviamente del lado federal intentan disminuir la importancia de la adhesión a la rebelión, así como del lado
contrario tratan de amplificarla. En todo caso es verdad que los Libres del Sur tratan de expandir el movimiento por todo el sur de la
campaña. En esos días se desparraman partidas por la campaña para reclutar gente, recoger armas y disuadir a los posibles enemigos. En
los partidos de Dolores, Chascomús y Monsalvo los rebeldes cuentan con importantes apoyos y han logrado controlar la situación,
mientras que en la zona de frontera es confusa la situación de Tandil, que primero se resiste y luego cae bajo el control rebelde por unos
días, mientras que los bastiones rosistas son Azul donde tiene asiento un importante regimiento al mando de Prudencio Rosas, y también
se mantienen en apoyo al gobernador las tropas que dirige el coronel Nicolás Granada en Tapalqué. Allí, al igual que en Azul, se
concentran nutridos grupos de “indios amigos”, a los que se va a apelar para combatir a los sublevados. Rosas también cuenta con el
apoyo del coronel Del Valle, comandante del regimiento con sede en Dolores y que ahora intentaba reagrupar fuerzas en Tandil, y
también pone en mkovilización a los regimientos de otras zonas de la campaña. No pasan muchos días para que se produzca un hecho
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militar decisivo, que si bien no termina con la sublevación, parece condenarla al fracaso. El 7 de noviembre llega Prudencio Rosas a
Chascomús, donde se encontraba un nutrido grupo de rebeldes al mando de Pedro Castelli, y se produce una cruenta batalla que le otorga
la victoria a las fuerzas leales al gobernador. El golpe de la batalla de Chascomús no significa el final del movimiento sedicioso. Todavía
a principios del año siguiente circulan noticias de sublevados que generan problemas en algunos puntos acotados de la campaña.
Algunas conclusiones
Como había pasado ya en Buenos Aires en momentos del anterior bloqueo del puerto en 1825-1828, donde a la crisis económica se
sumaba la presión del Estado por recaudar, por enrolar soldados y una grave crisis política, en 1838-40 convergen algunos factores
similares que alientan el desarrollo de una fuerte agitación y levantamientos abiertos en el ámbito rural. Sin embargo, el carácter de esos
conflictos es muy distinto en ambos momentos.
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La resolución de la sedición no fue sencilla para el gobierno, pese a que logró derrotarlo en un tiempo bastante breve. La dinámica del
enfrentamiento llevo a ubicar del lado de los unitarios a buena parte de los hacendados más importantes de Buenos Aires y de sus
“clases decentes” en general. Rosas parece haber contado en esta coyuntura sobre todo con el apoyo de algunas regiones de las cercanías
de Buenos Aires, pobladas por pequeños y medianos propietarios que se encuentran más identificados con el gobierno, por algunas
guarniciones militares y sus jefes, por algunas redes de poder de la campaña que parecen haber sido más fuertes en regiones donde el
gobierno contaba con fuertes aliados comandando esas redes y por los indios amigos que jugaron un rol destacado en las jornadas
bélicas contra los sublevados. En cualquier caso la fidelidad de esto sectores no parecía definida de antemano y el gobierno debió poner
en marcha una serie de mecanismos para asegurarlo y frenar el contagio revolucionario. Por un lado desató al represión más brutal y la
amenaza de expropiación; por otro lado realizó promesas de premios materiales y honores a los que se mantuvieran del lado del
gobierno. Pero a la vez se ha producido un quiebre y esto lleva a cuestionar a los que aparecen como timoratos o que han llevado a cabo
una política de mediación entre los “sectores decentes” con distintas banderías políticas. El deslizamiento del discurso rosista contra las
“clases decentes” se consolida luego de la rebelión del sur y del apoyo que Lavalle recoge en 1840 en el norte de la campaña de Buenos
Aires de parte de sectores similares. La ola de represión que se produce y los embargos de “bienes de unitarios” son demoledores y
apuntan en el mismo sentido. Esta desposesión de buena parte del sector más poderoso de la provincia le otorga al Estado una masa
enorme de recursos que utilizará para disminuir su dependencia en relación a los estancieros en la provisión de ganado, así como una
herramienta poderosa para beneficiar a aquellos sectores que se mantuvieron durante esos momentos críticos al lado del gobernador.
De esta manera, la crisis política alteró las formas tradicionales de hacer negocios y al relación de fuerza entre los sectores. El estado
salió fortalecido, una fracción de los estancieros perdió y diversos sectores humildes federales vieron a veces incrementados sus recursos
(por la vía de los premios) y su poder, por el amparo del Estado de los intereses de los fieles federales, en este caso contra los más ricos
“unitarios”. También resultó alterada la relación con los indios amigos, sobre todo por la importancia que tuvieron en la represión de los
Libres.
[Jorge Gelman; “la rebelión de los estancieros contra Rosas. Algunas reflexiones en torno a los Libres del Sur de 1839”,
Entrepasados, Nº 22, 2002, pp. 113-144.]