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La comunicación afectiva

Álex Ramírez-Arballo

Creo que la comunicación afectiva, la comunicación que da frutos, debe cimentarse sobre la
voluntad y la convicción. Es decir, no creo que ésta se realice en un mero nivel pragmático,
como de hecho ocurre en la vida diaria sino que, además, debe prevalecer un deseo compartido,
una conjugación de intereses que habrán de convertirse en comunión.

Aún más, creo que es posible educar a las personas para que aprendan a privilegiar, por encima
de sus propios intereses, la conciencia de que la comunicación acerca a las personas y permite la
construcción de identidades colectivas fuertes. En el terreno de la comunicación es posible ser
enteramente democrático -es posible ser a un tiempo vencedor-vencido- pues la ética nos
permite acercarnos y equipararnos con el otro. No es una pugna de poder, o no debería serlo, sino
un juego constante de contrastación de expresiones, opiniones e ideas donde los participantes
aceptan con alegría las reglas del juego.

¿Cómo aceptar las reglas del juego, quién las ha establecido, en qué consisten exactamente?
Empezaré por la última pregunta: la regla de oro de la comunicación afectiva consiste en conocer
las enormes limitaciones de mi entendimiento; si aceptamos verdaderamente que la mirada que
yo extiendo sobre el mundo es siempre parcial, puedo entonces aceptar con humildad la pobreza
de mis recursos. Quienes dialogan desde la humildad están destinados a construir imperios de
humanidad y de belleza.

Esta regla deviene de la filosofía y en concreto de la ética. Se trata de un aserto racional que si
bien es cierto tiene parangón en algunas máximas religiosas, es producto de un reflexionar
constante sobre nuestro ser en el mundo y encarna en nuestra realidad histórica. De tal manera
que debemos aceptar estos principios no tanto como una imposición arbitraria sino como
conocimiento decantado en los siglos, es decir, sabiduría.

Poseer una actitud soberbia y despótica solo acarrea dolores y amargura. Quien así actúa
renuncia al placer más alto al que podemos aspirar los humanos: el encuentro solidario con los
demás. Por ello creo que la aceptación de lo que aquí he llamado las “reglas del juego”

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