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La Misteriosa fuerza del Videojuego

Por Sebastián Cartajena

¿Qué es lo que provoca un buen videojuego, que en pocos minutos es capaz


de cautivarnos y dejarnos “pegados” al televisor? ¿Qué es lo que hace que
nuestras manos puedan responder instintivamente a cada uno de los
comandos que aparecen en pantalla?

No es un misterio que muchos de nosotros sufrió la poca comprensión de sus padres al


momento de sentarse a jugar videojuegos; desde estúpidas frases como “quedarás
ciego” hasta “vas a echar a perder el televisor con esas tonteras” se hicieron parte de los
que comenzamos jugando desde chicos. Si bien es cierto que nuestros padres no eran
capaces de entender lo que estas “maquinitas” provocaban en nosotros, tampoco
nosotros estamos muy cerca de encontrar una respuesta clara del por qué de esta “sana
adicción”.

La televisión también lo hizo desde la década del cincuenta. Y frente a esto podríamos
decir que cualquier medio audiovisual lo hace de manera similar. Lo que hace diferente
al videojuego es que la mayoría de nuestros sentidos están comprometidos con éste, y
que la persona que está jugando adquiere un grado de concentración parecido a lo que
es la hipnosis. Sin ir más lejos, muchas de las críticas que recibimos quienes jugamos,
fue el hecho de apartarnos de la realidad y sumirnos en un mundo especialmente creado
para nosotros. De la misma forma, se criticó el grado de aislamiento que provocan estos
aparatos al momento de tomar un control. Sin duda, es un problema frecuente en
muchos de nosotros porque se tiende a concebir al videojuego, más que como un
pasatiempo, como un compañero más, capaz de entretenerte sin importarle tus quejas,
insultos o estados de ánimo. A diferencia del cine, donde el filme es capaz de generar
emociones y sentimientos, en el videojuego se interactúa con estas emociones y
sentimientos, y se hace partícipe al jugador de todo lo que ocurre en la pantalla.

Es por eso que el videojuego es capaz de diferenciarse (y alejarse) de otras artes, con las
cuales se le vincula constantemente (como lo es el cine); por ser capaz de generar una
forma propia de comunicar, de crear o generar “algo” en quien interactúa con él. Nadie
puede saber que es lo que hace que un niño de 4 o 5 años sea capaz de dominar un título
de la saga de Mario, o mucho más importante, divertirse con él, JUGAR con él. El niño
es capaz rápidamente de captar todo lo que el videojuego va imponiéndole como
desafío. Seguramente la primera vez que alguien movió un bloque en “The Legend of
Zelda” y la puerta se abrió, se tiene que haber sorprendido mucho, o los nervios al tener
que enfrentar a la última corrida de extraterrestres en “Space Invaders”. O hechos tan
lógicos como el avanzar (en la mayoría de los casos) hacia la derecha en un juego de
plataformas en 2-D, “comer monedas”, pegarle a una pared para descubrir secretos…
nadie nos enseñó a hacer esto, pero ahí está, y mágicamente lo sabemos.

Lamentablemente no podemos quitarnos el estigma de que los videojuegos son


adictivos. Pero es que parece existir en ellos una fuerza misteriosa, magnética, capaz de
atraernos hacia ellos. Sin embargo, de nosotros también depende hacer de esto una
forma de divertirnos y pasarlo bien, y no un vicio. De nosotros también depende la
imagen que se tienen de los videojuegos, y en este actual mundo donde todo es
perceptivo, nuestro rol es fundamental.

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