La sociedad en la que hoy vivimos plantea muchas facilidades que hacen más
llevaderas tareas que antes resultaban incómodas. Ya no viajamos en tren, ni
mucho menos en carreta, sino que usamos aviones con máximas comodidades y practicidades. Ni debemos esperar semanas por la respuesta de una carta enviada a algún familiar que vive en el exterior, sino que conversamos de forma virtual, lo vemos a través de una cámara web y escuchamos su voz de forma instantánea. Pero en la época que vivimos se nos presentan factores que van más allá de la innovación tecnológica. Son cada vez más y más las exigencias sociales que nos rodean y condicionan. Debemos cumplir con roles sociales asignados para mantener un determinado estatus, y sino, nos caemos por la borda de este gran barco llamado Posmodernidad. Hoy, uno de los cambios sociales más profundos y visibles es el de la igualdad de género: las mujeres y los hombres deben cumplir con roles diferentes a los de épocas anteriores. Y esto no es cosa menor. Este tipo de modificaciones en las estructuras sociales y las funciones que cumplen cada uno de los actores significan una alteración lenta pero profunda en la red y el tejido de las civilizaciones. En cuanto a la mujer, mirar hacia el pasado en el siglo XXI significa darse cuenta del abismo que distingue a la femineidad sutil, vulnerable y limitada de hace cientos de años con la activa e independiente de la actualidad. La mujer de hoy día se divide entre los quehaceres del hogar y la maternidad con audacia y diligencia, pero en especial, en el trabajo. Vemos que se han agregado responsabilidades y exigencias a la mujer antigua: no sólo se busca a una mujer dulce y servicial, sino que también sea competente en el trabajo y conserve la belleza y la juventud. La independencia y ascenso social femenino están dando señales muy claras: cada vez son más y más las mujeres que postergan la maternidad y el matrimonio por el desarrollo profesional. A la hora de tener hijos, se espera a tener una profesión y trabajo estables, lo que sucede incluso después de los 30 años. Ya no más a la mujer en el papel pasivo de ama de casa dependiente del marido. Observar a una estudiante que lee un libro en un parque, la madre que alimenta a sus hijos, la empresaria que sonríe por el éxito en sus negociaciones, la muchacha que trabaja en el salón de la esquina, la que plancha, la que lava, la que conduce un auto de lujo... Y todo eso sin perder la compostura ni el labial rosa, son señales de que la capacidad de cambiar de roles con tanta rapidez no es una facultad única del camaleón. En el plano masculino, el hombre nuevo parece querer ser más sensible, mostrar más sus emociones, atreverse a darle importancia a lo estético y a realizar tareas que hasta no hace mucho eran privativas de las mujeres. Cuando parecía que los hombres se habían quedado atrás en el ajuste de la evolución de la sociedad, finalmente comienzan a surgir hombres nuevos, que no se esfuerzan en ser machos y en hacer alarde de su tamaño físico, ni se preocupan por competir intelectualmente. Hombres que se sienten seguros de si mismos, pueden poner atención en intereses que antes no se consideraban masculinos e intentan parecer más jóvenes, lucir bien, realzar sus atributos con ayuda de cirugías o cosméticos, cuidar su ropa, cocinar comida saludable y ser capaces de llevar adelante una casa sin la obligada ayuda de una mujer. Para estos hombres nuevos, su familia cobra mayor importancia que su trabajo, impensable para los hombres de otras épocas, quienes usualmente sacrificaban sus relaciones familiares a favor de sus ocupaciones. Es seguro que el sexo masculino seguirá siendo el mismo, pero el rol de la masculinidad está cambiando en función de las características de los nuevos tiempos.