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El amor en los tiempos del cólera

Gabriel García Márquez

Primer capítulo (resumen):

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaban siempre el


destino de los amores contrariados. El doctor juvenal Urbino lo percibió
desde que entró en la casa todavía en penumbras. El refugiado Jeremiah de
Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de
ajedrez, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un
sahumerio de cianuro de oro.

Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña, cerca


de la cubeta que había servido para vaporizar el veneno. El doctor Urbino
levanto la manta y lo contemplo un instante con el corazón adolorido.

-Pendejo – le dijo-. Ya lo peor había pasado.

Seguía llevando con la compostura de sus años el vestido entero de lino con
el chaleco atravesado. La barba de Pasteur, color de nácar, y el cabello del
mismo color, con la raya neta en el centro. La erosión de su memoria cada
vez más inquietante la compensaba con notas escritas de prisa en papelitos
sueltos, que terminaban por confundirse en sus bolsillos. Estaba el tablero
de ajedrez con una partida inconclusa. Sabía que era la partida de la noche
anterior. El comisario descubrió entre los papeles del escritorio un sobre
dirigido al doctor Juvenal. La leyó.

El entierro seria a las cinco. Estaría desde las doce en la casa de campo del
doctor Lácides Olivella, que aquel día celebraba con un almuerzo de gala
las bodas de plata profesionales.

El doctor juvenal Urbino tenía una rutina fácil de seguir. Era un lector de
novedades literarias que le mandaban por correo de parís y de Barcelona. A
los ochenta y un años conservaba los modales faciales de cuando volvió de
parís, poco después de la epidemia grande del cólera morbo.

A pesar de la edad se resistía a recibir a los pacientes en el consultorio, y


seguía atendiéndolos en sus casas, como lo hizo siempre. Era capaz de
saber lo que tenía un enfermo sólo por su aspecto. Decía: <<El bisturí es la
prueba mayor del fracaso de la medicina>>. <<En todo caso –solía decir
en clase-, la poca medicina que se sabe sólo lo saben algunos médicos. >>
había una posición que él mismo definía como un humanismo fatalista: <<
Cada quien es dueño de su propia muerte, y lo único que podemos hacer,
llegada la hora, es ayudarlo a morir sin miedo ni dolor>>.

Tenía una tan metódica, que su esposa sabia donde mandarle un recado si
surgía algo urgente durante el recorrido de la tarde. De joven se demoraba
en el Café de la parroquia antes de volver a casa, donde jugaba ajedrez. Fue
esa época en que vino Jeremiah de Saint-Amour, ya con sus rodillas
muertas y todavía sin el oficio de fotógrafo de niños, y en menos de tres
meses era conocido, porque nadie había logrado ganarle una partida de
ajedrez. El doctor Juvenal Urbino se convirtió en su protector incondicional y
todo fue por el ajedrez. Jugaban a las siete de la noche, después de la cena,
con justas ventajas para el médico por la superioridad notable del
adversario, hasta que estuvieron parejos. Más tarde, don Galileo Daconte
abrió el primer patio de cine, Jeremiah de Saint-Amourfur uno de sus
clientes más puntuales, y las noches de ajedrez fueron deducidas a las
noches que sobraban de las películas de estreno. Entonces se había hecho
tan amigo del médico, que éste lo acompañaba al cine, pero siempre sin la
esposa, en parte porque siempre le pareció que Jeremiah de Saint-Amour no
era una buena compañía para nadie.

Su día diferente era el domingo. Asistía a la misa mayor de la catedral, y


luego volvía a casa, y permanecía allí descansando y leyendo en la terraza
del patio.

Como subió en el coche hizo un repaso de la carta póstuma, ordenó al


cochero que lo llevara a una dirección en el antiguo barrio de los esclavos.
El humor del cielo había empezado a descomponerse desde muy temprano.
Había guirnaldas de papel en las calles, música y flores. Todo tenía un
miserable y desamparado, el coche iba perseguido por pandillas de niños
desnudos que se burlaban del cochero y éste tenía que espantarlos con la
fusta.

El exterior de la casa sin número no tenía nada que la distinguiera de las


menos felices. El portón se había abierto, una mujer madura, vestida de
negro absoluto y con una rosa roja en la oreja. Con los ojos dorados y
crueles, y el cabello ajustado a la forma de su cráneo como una casco de
algodón de hierro. La sala tenía el clima y el mormullo invisible de una
floresta. La mujer se sentó frente a él y le habló un castellano difícil.

-Esta es sus casa, doctor –dijo-. No lo esperada tan pronto.

Se fijó en ella con el corazón, en la dignidad de su congoja, y entonces se


dio cuenta de que aquella era una visita inútil, ella sabia más que le de la
carta. Así era. Ella se ocupaba de mantener limpio el laboratorio, pero nadie
confundió las apariencias con la gran verdad.

La noche anterior habían ido al cine, cada uno por su cuenta, como iban por
lo menos dos veces al mes desde que abrieron el cine. Se reunieron luego
en el laboratorio, ella lo encontró nostálgico,. Tratando de dispersarlo lo
invito a jugar ajedrez, jugaba sin ánimos, hasta que descubrió que iba hacer
derrotado en 4 jugadas más y se rindió sin honor. El médico comprendió que
fue ella quien jugaba.

Él le pidió que lo dejara solo, pues escribiría la carta al doctor Juvenal, que
considerada un amigo del alma.
Al otro lado de la bahía, en el barrio residencial de La Manga, la casa del
doctor Juvenal Urbino estaba en otro tiempo. Era grande y fresco. Nadie
pensaba que aquel matrimonio pudiera tener algún motivo para no ser feliz.

Cuando volvió a su casa, encontró a la servidumbre tratando de coger a un


loro que había volado hasta la rama más alta del palo de mango cuando lo
sacaron de la jaula para cortarle las alas. Este era el único animal en la
casa, aparte de una tortuga de tierra, pero el loro era quien de verdad era
querido por él doctor. Había sido amaestrado por el doctor Urbino en
persona. La fama de sus gracias había llegado tan lejos, que el presidente
de la República, con su gabinete, vinieron a casa a comprobar su fama, pero
se fueron igual de intrigados de cómo llegaron porque el loro se negó a
hablar. En cambio, Fermina Daza, su esposa, era una amante de los
animales domésticos, pero ya a los sesenta y dos años perdió el gusto por
ellos.

No habían logrado alcanzarlo en tres horas. Así que pidió ayuda a los
bomberos, que en ese tiempo estaban de moda, pero en ese momento,
abrumado por la carta de Jeremiah de Saint-Amour, la suerte del loro le
tenía sin cuidado. Subió a su recamara, donde encontró a Fermina Daza,
frente al tocador. Acababan de celebrar las bodas de oro matrimoniales, y
no sabían vivir el uno sin el otro. Pero los primeros treinta años de vida en
común estuvieron a punto de acabarse porque un día cualquiera no hubo
jabón en el baño, pero al cabo de cuatro meses todo se resolvió.

Después bajaron para ir a las bodas de oro.

Apenas y alcanzaron a llegar por el desorden del aguacero que terminaría


convirtiéndose en una tormenta.

De regreso a casa, encontró que los bomberos habían hecho estragos


graves, tratando de asustar al loro, pero este había aprovechado para
escapar por los patios vecinos, así que lo dio por perdido y se fue a dormir
casi a las tres.

Lo despertó la tristeza. Se alisto y bajo a balancearse mientras leía en el


mecedor de mimbre, con las medias puestas. Tenía la camisa sin el cuello
postizo y los tirantes elásticos de rayas verdes colgando a los lados de la
cintura. Había olvidado que alguna vez tuvo un loro, cuando lo oyó de
pronto: <<Lorito real>>. Enseguida lo vio en la rama más baja del árbol.

-Sinvergüenza- Le grito.

El loro le replicó:

-Más sinvergüenza serás tú, doctor.

El loro no se movió. El doctor calculó la altura, pensó que la subir dos


travesaños podía cogerlo, pero calculo mal. Digna pardo, la vieja sirvienta,
lo vio trepado en la escale.
-¡Santísimo Sacramento! –gritó-. ¡Se va a matar!

El doctor agarro al loro por el cuello con un suspiro de triunfo. Pero lo soltó
de inmediato, porque la escalera resbalo del árbol y él se quedó un instante
suspendido en el aire, entonces alcanzó a darse cuenta de que había
muerto sin comunión, a las cuatro y siete minutos del domingo de
pentecostés.

Fermina Daza estaba en la cocina, trato de correr como pudo gritando, sin
saber aun lo que pasaba bajo las fondas del mango, y el corazón le salto en
astillas cuando vio a su hombre bocarriba, aun con vida, resistiendo ce al
último minuto para que ella tuviera tiempo de llegar. Alcanzó a reconocerlo
a través de las lágrimas del dolor irrepetible de morirse sin ella, y la miro
por última vez para siempre jamás, y alcanzó a decirle con el último
aliento:

-Solo Dios sabe cuánto te quise.

Fue una muerte memorable, y no sin razón. Terminados sus estudios en


Francia, el doctor Juvenal se dio a conocer en el país por haber conjurado a
tiempo, con métodos novedosos, la ultima epidemia de cólera morbo que
padeció la provincia. Logró la construcción del primer acueducto, entre
éstas la más memorable fue el ensayo de un globo aerostático que llevó una
carta hasta San Juan de la Ciénaga, mucho antes que se pensara en el
correo aéreo. También la idea del Centro Artístico, que fundó la Escuela de
bellas artes en la misma cas que todavía existe.

Sólo el logro lo que había parecido imposible durante un siglo: la


restauración del Teatro de la Comedia, fue sin duda su iniciativa más
contagiosa.

Sólo dos actos suyos no parecían acordes con esta imagen. El primero fue la
mudanza a una casa nueva en un barrio de ricos. El otro fue el matrimonio
con una belleza del pueblo, sin nombre ni fortuna, de la cual se burlaban a
escondidas las señoras de apellidos largos hasta que se convencieron de
que les daba siete vueltas a todas por su distinción y su carácter.

Sus hijos eran dos cabos de raza sin ningún brillo. Marco Aurelio, el varón,
medico como él, sin hijos ya a sus cincuenta años. Ofelia, la única hija,
casada con un buen empleado de banco de Nueva Orleans. La tragedia fue
una conmoción no solo entre su gente. Se proclamaron tres días de duelo, la
bandera a media asta en los establecimientos públicos. Un artista de
renombre, pinto un lienzo gigantesco, con un realismo patético, en el que se
veía al doctor subido en la escalera y en el instante mortal en que extendió
la mano para atrapar al loro.

Seria velado en casa, con la libertad de cada quien para llorarlo como
quisiera. No habría el velorio tradicional de nueve noches: solo hasta el
entierro y para visitas íntimas.
La casa quedo bajo el régimen de la muerte.

Fermina Daza, no había reconocido a Florentino Ariza, entre la


muchedumbre. Fue él quien se ocupo de que no faltara nada. Fue él quien
atrapo al loro y lo metió a la jaula discretamente. Después del entierro,
Fermina Daza despidió a la gente, y a sus amigos íntimos hasta la puerta de
la calle, para serrarla ella misma. Cuando vio a Florentino Ariza vestido de
luto en la sala desierta.

-Fermina-le dijo: he esperado esto durante medio siglo, para repetirle mi


juramento de fidelidad eterna y mi amor para siempre.

-Lárgate -le dijo. << Y no te dejes ver nunca más en los años que te quedan
de vida. >> Volvió a abrir la puerta de la calle y concluyo:

-Que espero sean muy pocos.

Lloró por primera vez, en la tarde del desastre, lloró por su marido y cuando
entro al dormitorio vacío. Abrumada, le pidió a Dios que le mandar al
muerte esta noche durante el sueño. Despertó, se dio cuenta que había
dormido mucho sin morir y que mientras dormía pensaba mas en florentino
Ariza que en el esposo muerto.

Segundo capitulo (resumen):

Florentino Ariza, en cambio no había podido dejar de pensar en ella, y había


transcurrido ya cincuenta y una años, nueve meses y cuatro días. En la
época de la ruptura él vivía con su madre, Tránsito Ariza en una casa en la
Calle de las Ventanas, donde tuvo una mercería. Fue hijo único, de una
alianza ocasional con el naviero don Pío Quinto Loayza, uno de los que
fundó la Compañía Fluvial del Caribe. Don Pío, se ocupaba en secreto de sus
gastos y nunca lo reconoció ante la ley, murió cuando el hijo tenía diez
años, y este tuvo que dejar el colegio para emplearse como aprendiz en la
agencia postal.

Su buen juicio llamó la atención del telegrafista, el emigrado alemán Lotario


Thugut, además tocaba el órgano en la catedral y daba clases de música a
domicilio. Este le enseño el código Morse y el manejo del sistema
telegráfico. Era el más solicitado en el medio social, era escuálido, con un
cabello indio sometido con pomada de olor y los espejuelos de miope, sufría
e un estreñimiento crónico que lo obligó a aplicarse lavativas purgantes
toda la vida.

La había visto por primera vez una tarde en que Lotario Thugut lo encargó
de llevar un telegrama a alguien que se llamaba Lorenzo Daza. Lo encontró
en los parquecitos de los Evangelios, en una casa de las más antiguas y
medio arruinado que estaba sometida a una restauración radical .en el
fondo del patio dormía un hombre muy gordo de patillas rizadas. Era
Lorenzo Daza había llegado hacía menos de dos años y no era hombre de
muchos amigos. De regreso supo que había alguien más en la casa, una voz
de mujer que repetía una lección de lectura. Al pasar por la venta vio a una
mujer mayor y una niña, ambas siguiendo la lectura. La hija enseñaba a
leer a la madre. Que era incorrecto, ya que la mujer era la tía, la lección no
se interrumpió, pero la niña levantó la mirada para ver quien pasaba y esa
mirada casual fue el inicio de un amor que medio siglo después no había
terminado.

Lo único que Florentino Ariza pudo averiguar de Lorenzo Daza es que


habían venido de San Juan de las Ciénaga para quedarse, con su hija única,
su esposa había muerto cuando la hija era muy niña, su hermana soltera
llamada Escolástica que cumplía una manda con el habito de San Francisco.
La niña tenía trece años y se llamaba igual que la madre: Fermina.

Lorenzo Daza era un hombre de recursos, la hija estudiaba en el colegio de


Presentación de la Santísima Virgen, a donde iban las señoritas de sociedad.
No tenían una buena condición social, así que eso alentó a Florentino Ariza,
indicaba que la bella joven de ojos almendrados estaba al alcance, el único
inconveniente era el régimen estricto de su padre.

Florentino Ariza, desde la mañana se sentaba solo en el escaño menos


visible del parquecito, fingiendo leer un libro de versos a la sombre de los
almendros, hasta que la veía pasar con su uniforme a rayas azules, los
botines y una sola trenza gruesa con un lazo que le colgaba hasta la cintura
caminando con una altivez natural. Las veía pasar de ida y de regreso
cuatro veces al día, y una vez los domingo cuando iban a misa mayor.

Decidió mandarle una esquela pero la tuvo varios días mientras escribía
más antes de acostarse, así que la carta se convirtió en un diccionario de
libros que se había prendido de memoria e tanto leer en las esperas del
parque. Florentino Ariza no pudo resistir más con su secreto, y se abrió a su
madre, que se conmovió hasta las lágrimas por el candor de su hijo en
asuntos de amores.

Por la noche, el padre de Fermina le contaba que había ido hacer Florentino
Ariza a su casa, y que trabaja en el telegrama. Esto aumento su interés, así
que reconoció a Florentino Ariza desde la primera vez que lo vio leyendo
bajo los árboles del parquecito. Cuando lo vieron también los domingos a la
salida de misa, la tía se convenció de que eso no era casualidad.

La tía Escolástica la había criado desde la muerte de su madre, así que lo de


Florentino Ariza era una aventura más.

-Pobrecito- había dicho la tía. No se atreve, pero si sus intenciones son


serias te entregara una carta.

Entonces deseó que se cumplieran los pronósticos de la tía, pero sus deseos
no fueron atendidos. Así que esperando el resto del año.
En las vacaciones de diciembre, vio a Fermina Daza y a la tía sentadas bajo
los almendros del portal, Fermina llevaba una túnica de hilos con una
guirnalda en el pelo que le daba la apariencia de una diosa coronada.
Florentino se sentó en el parque, donde fuera visto, y miraba con los ojos
fijos a la doncella.

Pensó que era un encuentro casual, pero no cayó en la cuenta que estaría
ahí todas las tardes de los tres meses.

Una tarde a finales de enero, la tía dejo sola a la sobrina en el portal.


Animado Florentino Ariza atravesó la calle y se planto frente a Fermina
Daza y le hablo con una determinación que solo volvería a tener medio siglo
después.

-Lo único que le pido es que me reciba una carta.

-Le dijo.

<<No puedo recibirla sin el permiso de mi padre>>.

Sin mirarlo le contesto: <<Vuelva todas las tardes y espere a que yo


cambien de silla>>.

Florentino Ariza no entendió lo que quiso decir, hasta que una tarde en el
parquecito vio la Tía entro a la casa y Fermina se sentó en la otra silla.
Atravesó la calle y dijo: <<Esta es la ocasión más grande de mi vida>>.

-Dámela – le dijo.

Florentino Ariza, de los setenta folios que tenía solo le entrego media
esquela donde le prometía: su fidelidad a toda prueba y su amor para
siempre.

-Ahora váyase- Le dijo- y no vuelva más hasta que yo le avise.

La ansiedad le complico todo cuando espera la respuesta de la primera


carta, sufría de vómitos verdes y desmayos, su madre Tránsito Ariza se
aterrorizo porque su estado no se parecía a un desorden de amor sino de
cólera.

Al padrino le basto con hacerles un interrogatorio, para comprobar una vez


más que los síntomas del amor son los mismos que del cólera.

Florentino Ariza andaba distraído en la Agencia Postal, confundía las


banderas con que anunciaba la llegada del correo, no se quedo sin empleo
por la amistad con Lotario Thugut. Se iba a las fondas, donde llegaban los
trasnochados y una vez por semana terminaba con una pájara de la noche,
como él las llamaba, de las muchas que vendían amor de emergencias en el
hotel de paso para marineros. Cuando conoció a Florentino Ariza quiso
iniciarlo en su paraíso, pero este no las aceptaba: era virgen y se había
dispuesto propuesto a no dejar de hacerlo mientras no fuera por amor.
Lotario Thugut era una de los clientes más apreciados del hotel y Florentino
Ariza, también había ganado el cariño del dueño. Fue así que se entero que
por el norte del Archipiélago de Sotavento yacía hundido desde el siglo VXIII
un galeón español con más de quinientos mil millones de pesos en oro y
piedras preciosas.

El relato lo asombro, pero pensó en el tiempo después queriendo rescatarlo


para Fermina Daza.

Este regreso al parquecito, y decidido cruzo la calle.

No era él tipo de hombre que hubiera escogido. Ella misma no se explicaba


por qué había aceptado la carta, no se lo reprochaba, pero lo de contestar la
carta se había convertido en un estorbo para vivir.

-Sí aceptó la carta –le dijo-, es de mala urbanidad no contestarla.

Fermina Daza, se excusó por la demora, y le dio su palabra que tendría una
respuesta. Cumplió. El último viernes de febrero le hizo llevar mediante la
tía Escolástica la respuesta, y trastornado por la dicha no paraba de comer
rosas y leer la carta una y otra vez.

En los primeros tres meses, no paso un solo día sin que se escribieran.
Escolástica comprendió que la sobrina no estaba a merced de un amor
juvenil, y que su propia vida estaba amenazada por aquel incendio de amor.
Pero no tuvo corazón para causarle a la sobrina el mismo infortunio que ella
había pasado. Así que siguieron escribiéndose, con un método simple:
Fermina Daza le escribía y le decía donde esperaba la respuesta. Florentino
Ariza escribía todas las noches sin piedad, mientras que Fermina Daza
contestaba las cartas en el colegio durante las clases, pero las cartas de ella
eludían a cualquier acto sentimental. Una noche, Fermina Daza despertó
asustada por una serenata de violín solo con un valse solo. En la carta de
ese día Florentino le decía que había sido él y que le había compuesto ese
valse, y que llevaba el nombre con que conocía a Fermina Daza en su
corazón: La Diosa Coronada.

Iban a cumplir dos años de correos frenéticos, cuando Florentino Ariza le


hizo la propuesta de matrimonio. Pero Fermina pidió un plazo para pensarlo
y al cuarto mes sin respuesta recibió una camelea blanca con la notificación
de que esta era la última, y con la respuesta escrita a lápiz en una sola
línea: Está bien, me caso con usted si me promete que no me hará comer
berenjenas.

Florentino Ariza no estaba preparado para esa respuesta, pero su madre sí,
así que no tenían problemas, habían concretado un plazo de dos años,
cuando ella terminara la escuela secundaria en navidad pediría su mano.

La vida de Florentino Ariza había cambiado. Fue tan eficaz en el trabajo que
Lotario Thugut lo nombro segundo suyo en propiedad. Pero el alemán
consagro su tiempo al hotel de paso, en el que Florentino Ariza se dio
cuenta, que este había pasado hacer el dueño del establecimiento y
empresario de las pájaras del puerto. El gerente, un hombre flaco, tuerto y
de un gran corazón le dijo que disponía de un cuarto permanente. No solo
para sus problemas del bajo vientre, sino también para sus lecturas y cartas
de amor. Mientras transcurría el tiempo para la boda, se la pasaba allí que
en cualquier otra parte.

Esto lo introdujo en los secretos del amor sin amor. Cuando este llegaba del
empleo se encontraba con un palacio poblado de ninfas en cueros. Así que
Florentino convivía con las muchachas, pero ni a él ni a ellas se les ocurría ir
más lejos. Esa era su vida, cuatro meses antes de la fecha para formalizar el
compromiso, cuando se apareció Lorenzo Daza en la oficina del telégrafo.

El caso era que la hermana Franca de la Luz, superiora del Colegio de la


Presentación de la Santísima Virgen, había encontrado a Fermina Daza
fingiendo tomar notas mientras escribía una carta de amor. Esto era un
motivo de expulsión. Esta se negó a revelar la identidad del novio, así que
Lorenzo hizo una requisa del dormitorio, donde encontró los paquetes de
más de tres años de cartas.Convencido de la complicidad de la hermana, la
embarco sin apelación en la goleta de San Juan de la Ciénaga. Tan pronto
como se libero de la autoridad de su padre la hizo buscar, y no encontró
noticia alguna hasta casi treinta años después, cuando recibió carta en la
cual le informaban que había muerto.

Se encerró con tranca en el dormitorio sin comer ni beber, cuando por fin le
abrió la puerta, se encontró con una partera herida que nunca más volvería
a tener quince años.

Trató de hacerla entender que el amor a su edad era un espejismo y que


regresara al colegio a pedir perdón de rodillas y le dio su palabra de honor
de que él sería el primero en ayudarla hacer feliz con un pretendiente digno,
pero era como hablarle a un muerto.

Lo llevo hasta el Café de la Parroquia donde le invito una copa de anisado,


Lorenzo daza no tardo en decir sus razones.

Esa misma semana se llevo a la hija al viaje del olvido. Ella le pregunto para
donde iban y le contesto: <<Para la muerte>>. Antes de vestirse le escribió
a Florentino Ariza una carta de adiós en una hoja arrancada del papel
higiénico. Con las tijeras de podar se cortó su trenza desde la nuca y la
enrolló en un estuche de terciopelo bordado con hilos de oro, mandándola
junto con la carta.

Fue un viaje demente y desde el comienzo del viaje le había vuelto hablar a
su padre. Días después llegaron a Valledupar, a la casa de un tío Lisímaco
Sánchez, donde conoció a Hildebranda Sánchez dos años mayor que ella,
pero que entendía su estado. Compartió con ella su dormitorio quien le
mostro un sobre de Teléfono Nacional. Entonces Fermina Daza se dio cuenta
de que Florentino Ariza sabía el itinerario completo y estableció una
hermandad de telegrafistas para seguir su rastro, hasta la última ranchería
del Cabo de la Vela. Esto le permitió comunicarse durante un año después
de estar ahí, que fue cuando Lorenzo decidió regresar dando por hecho que
su hija había por fin olvidado.

Después de ahí siguieron su viaje y siguieron las cartas en las cuales se


habían dicho las fechas y que se casarían donde fuera y como fuera, tan
pronto como volvieran a encontrarse.

Florentino Ariza le conto que estaba decidido a rescatar el tesoro del galeón
sumergido. Pero después de unas semanas de ilusionarlo con el tesoro, no
lo volvió ni nunca en ninguna parte. Lo único que le quedo de aquel
descalabro, fue el refugio de amor del faro. Donde iba platicar todas las
tardes con el farero. Y cuando menos lo presentía le llegó la noticia de que
regresaba Fermina Daza, cuando llego al puerto (un día después de su
anuncio por problemas de clima).

Ella misma no fue consciente de cuanto había madurado en el viaje, hasta


que su padre le entrego las llaves de la casa para que la gobernará con
ayuda de su sirvienta Gala placidia, que asumió con pulso firme a sus
diecisiete años.

Florentino Ariza no estaba seguro de que ella había regresado. Un día


después, estaba sentado en el Café de la Parroquia cuando la vio atravesar
la plaza de la catedral junto con su sirvienta. Estaba más alta, más perfilada
e intensa. La trenza le había vuelto a crecer, borrándole todo rastro de
niñez. La siguió entre el tumulto de comercio sin dejarse ver. Le asombró su
fluidez con que se abría paso entre la muchedumbre. Mientras que para ella
era una aventura fascinante.

Florentino Ariza la espiaba maravillado, tropezó varias veces con los


canastos de la criada que correspondió sus excusas con una sonrisa. Ella se
metió al Portal de los Escribanos, tan cerca de su oreja le susurro:

-Este no es un buen lugar para una diosa coronada.

Ella se volvió y vio, entonces no sintió la conmoción del amor, sino el


abismo del desencanto. En un instante se rebeló la magnitud de su propio
engaño. Apenas alcanzo a pensar: << ¡Dios mío, pobre hombre!>>.
Florentino Ariza sonrió, trato de decirle algo y seguirla, pro ella lo borró de
su vida con un gesto de la mano.

-No, por favor –le dijo-. Olvídelo.

Llegando a casa, mientras su padre dormía mandó con Gala placidia una
carta de dos líneas: Hoy, al verlo, me di cuenta de que lo nuestro no es más
que una ilusión. La criada le llevo también sus telegramas, sus camelias
secas, y le pidió que le regresar sus cartas y los regalos que ella le había
mandado. En los días siguientes, al borde de la locura, él le escribió
numerosas cartas pero la cridad no se las recibía. Así que le dijo que no le
daría su trenza, hasta que no lo recibiera en persona. No lo consiguió. Dos
días después, le fue regresada la trenza que Florentino Ariza tenía como una
reliquia en su curato. Este no tuvo nunca más la oportunidad de hablar a
solas con Fermina Daza, hasta cuarenta y un años y nueve meses y cuatro
días después, cuando el reiteró el juramento de fidelidad eterna y amor para
siempre en su primer noche de viuda.

Tercer capítulo (resumen):

Juvenal Urbino había sido el soltero más apetecido de lo veintiocho años.


Regresaba de una larga estancia en parís, donde estudio medicina y cirugía.
Ninguno de su generación parecía tan sabio como él en su ciencia, ni había
alguien que bailara mejor la música moda ni que improvisara mejor en el
piano. Teniendo así una gracia personal y una fortuna familiar. Hasta que
sucumbió sin resistencia a los encantos de Fermina Daza.

Le gusta decir que aquel amor era el fruto de una equivocación clínica. En
parís, paseando del brazo de una novia casual, con los acordeones
lánguidos, los enamorados que no acababan de besarse nunca en las
terrazas abiertas, y sin embargo, él no estaba dispuesto a cambiarlo por su
Caribe en abril.

El joven médico bajó del barco vestido de alpaca perfecta, con chaleco y
guarda polvos, con una barba de Pasteur juvenil y el cabello dividido por
una raya neta. En el muelle lo esperaban sus hermanas y su madre con sus
amigos más queridos.

Todo lo del Caribe, le pareció más pequeño que cuando se fue, más
indigente y lúgubre. Cuando Al antiguo palacio de Marqués de Casalduero,
residencia histórica de los Urbino de la calle, descubrió con el corazón hecho
trizas que le faltaban muchas cosas materiales a su casa, y que faltaba el
dueño de ella; su padre medico también que había muerto de la epidemia
de cólera que asoló a la población seis años antes. La primera noche en su
casa no durmió nada, y cuando escucho los gallos de las cinco se
encomendó a la Divina Providencia, porque no se sentía con ánimos de vivir
un día más en su patria de escombros. Pero fue acostumbrándose a los
bochornos.

Lo primero que hizo fue tomar posesión el consultorio de su padre,


mandando al desván toda la medicina virreinal y la romántica, y puso en los
anaqueles los de la nueva escuela de medicina.

Troto de imponer criterios novedosos en el hospital de la Misericordia, pero


no le fue tan fácil, pues se empeñaban en sus supersticiones, como la de
poner las patas de la cama en postes de agua para impedir que se subieran
las enfermedades, o la de exigir ropa de etiqueta y guantes de gamuza para
las cirugías. No podían soportar que Juvenal saboreara la orina del paciente
para descubrir la presencia de azúcar.

Su obsesión era el peligroso estada sanatorio de la cuidad. Apelo por el


gran vivero de ratas de los albañales españolas, y trato de imponer en el
cabildo para capacitar a los pobres para hacer sus propias letrinas.

Otra obsesión era el cólera, no sabía mucho de él, pero después de la


muerte de su padre aprendió todo lo que pudo aprender. No pasó mucho
tiempo cuando llegó al hospital de la Misericordia un enfermo de caridad
con cólera, que venía de una goleta de Curazao, por fortuna parecía que
no había contagiado a nadie. El doctor Juvenal, aviso a sus colegas, y
consiguió que dieran alarmas a los puertos vecinos. Él enfermo murió a los
cuatro días, ahogado por su vomito. En las semanas siguientes no se
registraron casos. Poco después el Diario del Comercio publico que dos
niños habían muerto de cólera pero en realidad solo fue uno. Desde
entonces, y muy avanzado el siglo el cólera fue endémico en el Caribe y en
La Magdalena. Esto sirvió para que las advertencias del doctor Juvenal
fueran atendidas.

Un medico amigo de Juvenal, creyó ver los síntomas del cólera, en una
paciente de dieciocho años, y le pidió que la fuera a visitar. Fue el mismo
día alarmado por la posibilidad de la peste. Llego a la casa y fue atendido
por Gala Placida quien lo llevo hasta el segundo piso y espero ser
anunciado, pero Gala Placida salió con un recado:

-La señorita dice que no puede entrar ahora porque su papá no está en la
casa.

Así que volvió a la cinco. Esta vez Lorenzo Daza le abrió el portón y lo
codujo hasta el dormitorio de la hija. No se sabía quien estaba más cohibido
si el médico o la enferma, pero ninguno se miraba a los ojos. Al final le pidió
a la enferma que se sentara y le bajo su camisón hasta la cintura: el pecho
intacto y altivo, de pezones infantiles resplandeció al instante, apresurada
se cruzo de brazos, pero el médico los apartó, y le hizo la auscultación
directa con la oreja contra la piel, primero el pecho y luego la espalda.

El doctor decía que no sintió nada al conocer a la mujer con la que viviría
hasta su muerte, ya que no veía en ella su adolescencia sino lo apestada. El
diagnostico fue una infección intestinal. Aliviado Lorenzo Daza lo llevo hasta
su carro y le pago.

El martes de la semana siguiente le doctor se presento de manera


inoportuna. Fermina Daza estaba en el costurero tomando lecciones de
pintura junto con dos amigas, cuando apareció en la ventana y le pidió que
se acercara. Ella fue hacia él. Este la examino con un gesto de aprobación.

-Está como una rosa recién nacida- dijo él.


-Gracias.

-A Dios –dijo él. ¿Le gusta la música?

- ¿A qué viene la pregunta? –pregunto a su vez.

-La música es buena para la salud.

Fermina serró la ventana con un golpe seco. El médico perplejo trato de


encontrar el camino al portón pero tropezó con la jaula de los cuervos
perfumados.

-Doctor: espéreme ahí –dijo Lorenzo Daza.

Lo había visto todo desde el segundo piso.

-Le he dicho a su hija que está como una rosa.

-Así es –dijo Lorenzo-, pero con demasiadas espinas.

Empujo las puertas del costurero y le ordeno a la hija que le diera excusas al
doctor.

Fermina se excuso con el doctor. Y Lorenzo le invito un café y después una


copa que terminaron por convertirse en varias, mientras le platicaba sobre
su hija. El doctor vio que Lorenzo Daza tenía un ojo torcido como el de un
pescado. Salió de la casa de Lorenzo Daza como a las siete.

Aprovechando la visita del conocido pianista Romeo Lussich y le llevo una


serenata a Fermina Daza que izo época. Ella no tuvo que salir, pues sabía
bien quién era. Lorenzo en cambio se vistió de prisa e izo pasar al doctor y
al pianista a la sala y le agradeció la serenata. Al otro día su padre le dijo:
<<Imagínate cómo se sentiría tu madre si supiera que eres requerida por
un Urbino de la Calle>>. Ella replicó en seco: <<Se volvería morir dentro
del cajón>>. El Café de la Parroquia fue un puente intermediario, fue allí
donde Lorenzo enseño a Juvenal Urbino las clases de ajedrez y así se
convirtió en una adicción incurable que lo atormento hasta el día de su
muerte.

Después de eso recibió una carta de él, lo único que le suplicaba, era que le
permitiera pedirle a su padre el permiso para visitarla, pero no contesto a
ella, y la quemó.

En octubre llegaron tres cartas más. Las primeras dos entregadas por el
cochero de Juvenal Urbino. Y la tercera fue deslizaba por debajo del portón y
era diferente aparte de anónima, terminaba con una amenaza si Fermina no
renunciaba a su petición con Juvenal seria expuesta a la vergüenza pública.

Se sintió víctima, pero quería saber quién las mandaba. Recibió después
otras dos cartas iguales. Y esto se izo más amargo cuando recibió una
muñeca negra que había creído mandada por el Doctor Juvenal. Le pareció
tan divertida que se acostumbro a dormir con ella. Al cabo de un tiempo se
dio cuenta de que la muñeca había crecido, y pensó que Juvenal Urbino no
era capaz de eso, y se entero que no fue entregada por él, sino por un
vendedor de camarones, del cual nadie daba información concreta. Nunca
se estableció el misterio.

La última tentativa del doctor Urbino fue la mediación de la hermana Franca


de la Luz, superiora del colegio de la Presentación de la Santísima Virgen,
quien no podía negarse a la solicitud de una familia que había favorecido a
la ciudad. No había nada en este mundo que Fermina Daza odiara más en
esta vida que a ella. Le basto con verla para recordar las suplicas en el
colegio. En cambio la hermana la saludo con júbilo. Sin rodeos la hermana
le pidió que volviera al colegio, Fermina Daza, quiso conocer el motivo.

-Es la petición de alguien que lo merece todo, y cuyo único anhelo es


hacerte feliz.

Entonces entendió.

-Lo único que te único que te suplica es que le permitas conversar contigo
cinco minutos.

La hermana siguió hablando de las virtudes de Juvenal Urbino, sacándose de


la manga una camándula de oro.

-Es tuya –dijo.

Enojada se atrevió.

-No me explico cómo puede prestarse a esto.

-Es mejor que te entiendas con migo –dijo-, por queque después de mi
puede venir el arzobispo, y con él las cosa son distintas.

-Que venga –dijo Fermina Daza.

La hermana escondió el rosario, y saco un pañuelo, aprontándolo con


fuerza.

-Pobre hija mía –suspiró todavía piensas en aquel hombre.

Los ojos de Fermina se llenaron de lágrimas. Y la hermana se la seco con el


pañuelo.

-Bien dice tu padre que eres una mula –dijo.

El arzobispo no fue. De modo que el asedio hubiera terminado ahí, de no


haber sido porque Hildebranda Sánchez vino a pasar la navidad son su
prima, y la vida cambio para ambas. La recogieron en la goleta de Riohacha.
Se bañaron juntas desde la primera tarde, desnudas, se sacaban las
liendres y comparaban sus atractivos. Hildebranda era grande y maciza, de
piel dorada, con pelo de mulata, corto y enroscado. Fermina Daza, en
cambio tenía una desnudez pálida, de líneas largas, de piel serena, de vellos
lacios. Dormían juntas, y fumaban unas panetelas de salteadores a
escondidas todas las noches antes de dormir.

También el viaje de Hildebranda había sido impuesto por sus padres, para
alejarla de un amor imposible, por eso se desilusiono cuando supo de lo
Florentino Ariza. Esta le causo a Fermina Daza una crisis de espanto, cuando
fue a buscarlo a la oficina de telégrafo, a primera vista le pareció imposible
que su prima estuviera a punto de enloquecer por él.

-Es feo y triste –le dijo a Fermina Daza-, pero es todo un amor.

Lo que más le sorprendía a la prima era la soledad de Fermina Daza. Ya que


se dedicaba completamente a la casa y a su padre.

Una noche cuando Lorenzo Daza llego ebrio del Café de la Parroquia, toco
la puerta del cuarto de Fermina, ella le abrió y por primera vez se asusto
por su ojo torcido.

-Estamos en la ruina, ruina total –dijo él.

Fue todo lo que dijo, nunca se volvió a hablar del tema. El mundo de su
padre era de traficantes y estibadores. Por los días de navidad, vino un
fotógrafo belga que instalo su estudio en los altos del Portal de los
escribanos. Fermina e Hildebranda fueron las primeras en retratarse. Se
vistieron de damas de medio siglo, y terminaron de reírse de ellas mismas.

Fue un retrato eterno, cuando Hildebranda murió, encontraron la foto bajo


llave, y Fermina Daza tuvo siempre la suya en la primera hoja del álbum de
familia, de donde desapareció, y sin saber llego a manos de Florentino Ariza.

Cuando salieron del estudia se encontraron con rechiflas de burla. De


repente todo se desvaneció y se abrió paso entre la gente. Hildebranda
nunca olvido la primera apariencia de aquel hombre para do en la puerta.
Aunque nunca lo había visto lo reconoció. Fermina le había hablado de él,
casi por casualidad, y la causa de su antipatía, pero cuando lo identifico en
la puerta, no entendió los motivos de la prima.

-Hágame el favor de subir –dijo Juvenal Urbino-. Las llevo a donde ordenen.

Fermina hizo gesto de resistencia pero Hildebranda acepto. La casa estaba


a solo tres cuadras. Pero tardaron más de media hora en llegar, el doctor se
puso de acuerdo con el chofer. Desde que subieron Hildebranda y Juvenal
no dejaban de reír y a cursarse bromas de viejos amigos.

Cuando por fin bajaron del auto se despidieron de él con u gesto de mano,
pero Juvenal apretó con fuerza el dedo del corazón de Fermina.

-Estoy esperando su respuesta –le dijo.

Fermina dio un tirón más fuerte y el guante vacio quedó colgando de la


mano del médico, pero no esperó a recuperarlo. Esa noche durmió a
brincos, ya que no dejaba e pensar en el médico. Al otro día, mientras la
prima se bañaba, escribió a toda prisa una carta, en la que decía que si, que
hablara con su padre.

Cuando Florentino Ariza se entero perdió el habla, el apetito y pasaba las


noches en claro lloran sin sosiego. Transito Ariza, hablo con el tío León XII
Loayza, el único sobreviviente de los tres hermanos, le suplicó que le diera
al sobrino un empleo donde no supiera nada de esta ciudad de perdición. El
tío no lo soportaba, pero lo mando de telegrafista en la Villa de Leyva.
Florentino no fue muy consciente del viaje medicinal. No quería aceptar el
empleo pero Lotario Thugut lo convenció. A vísperas del viaje cometió la
locura que bien pudo costarle la vida, toco el valse debajo del balcón de
Fermina Daza, con el violín bañado en lágrimas. El balcón no se abrió, ni
nadie se asomo a la calle.

Abordo el buque, el domingo de julio a las siete de la mañana. Tenía


disponible para él un camarote, pero renuncio a este para dejárselo a un
pasajero de etiqueta que subió a última hora. Al principio no lo lamento,
pero su opinión cambiaria después del calor y los sancudos que volvía
insoportable hasta el hecho simple de estar vivo. Florentino no dormía,
creyendo oír entre la brisa fresca del rio, la voz de Fermina Daza, soporto el
rigor del viaje y no alterno con nadie.

Una noche, se dirigía distraído a los retretes, cuando una puerta se abrió a
su paso, y una mano lo agarro y lo encerró en el camarote. Apenas alcanzó
a distinguir el cuerpo sin edad de una mujer desnuda en las tinieblas, que lo
empujo bocarriba y lo despojo sin gloria de su virginidad. Ambos cayeron
agonizando.

-Ahora, vallase y olvídelo –le dijo-. Esto no sucedió nunca.

Florentino se dio cuenta que el amor ilusorio de Fermina Daza podía ser
sustituido por una pasión terrenal. Fue así como se empeño en descubrir la
identidad de la violadora maestra. Pero no lo consiguió.

Después recordó a Fermina Daza, sabía que iba a casarse en una boda de
estruendo, se ahogaba en llantos por los celos y rogaba a Dios que Fermina
Daza se fulminara, pero terminaba por darse cuenta que no le era posible
imaginarse el mundo sin ella.

Llegaron al puerto de Caracolí, que era el término del viaje, y el capitán


ofreció una fiesta. Mientras Florentino despertaba como un condenado a
muerte, pensado minuto a minuto en la boda, y aun más cuando le pareció
que ya podían haberse fugado para entregarse a las delicias de su primera
noche. Alguien lo vio tiritando de calentura, y le dio aviso al capitán y este
fue con el médico para verle, temiendo que fuera cólera, pero no fue así, y
al otro día Florentino ya aliviado decidió regresar en el mismo buque a su
vieja calle de las ventanas.
El viaje de bajada se hizo menos de seis días, y Florentino Ariza se sintió de
nuevo en casa, este fue el primero en saltar a tierra.

Se enteró de que Fermina Daza estaba pasando la luna de miel en Europa,


dio por hecho que se quedaría a vivir allá. Fue por esa época que se dejo
crecer el bigote, cambio su forma de pensar, y la idea del amor lo metió por
caminos imprevistos.

Una noche se quedo en su casa la viuda de Nazaret, porque la suya había


sido destruida por un cañonazo. Tránsito Ariza la mando para el dormitorio
del hijo con la esperanza de que otro amor lo curara. Florentino no había
vuelto hacer el amor, pero le pareció natural que una noche de emergencia,
que la viuda durmiera en la cama y él en la hamaca. Pero ella ya había
decidido por él. Empezó a desvestirse, prenda por prenda, tenia veintiocho
años y había parido tres veces.

Aquella noche se quito el luto, y empezó a repartir su cuerpo a todo el que


quisiera pedírselo. Nunca faltó a las citas ocasionales de Florentino Ariza, y
así se convirtió en su primer amor de cama, en la que varias veces le dijo:

-Te adoro porque me volviste puta.

. Florentino tenía dos ventajas a su favor. Uno, era un ojo certero para
conocer a la mujer que lo esperaba. La otra ventaja era que ellas lo
identificaban de inmediato. Eran sus únicas armas. Escribió un libro titulado
Ellas, donde la primera anotación la hizo la viuda de Nazaret. Cincuenta
años, cuando Fermina Daza quedo libre, tenía unos veinticinco cuadernos
con seiscientos veintidós registros de amores continuos.

Un día sin aviso del corazón Florentino Ariza vio a Fermina Daza saliendo de
misa mayor del brazo de su marido. Había asumido su condición de esposa
que Florentino se detuvo un instante para reconocerla. Era otra: la postura
de persona mayor, los botines altos, el sombrero, todo en ella era distinto.
Hasta que vio la curva en su vientre bajo la túnica de seda: estaba encinta
de seis meses. Se sorprendió que formaran una pareja admirable, y se
desprecio así mismo, se sintió feo, pobre e inferior. Así que había vuelto.

Fermina Daza había llegado a su noche de bodas con las brumas de la


inocencia, ya que pensaba ya que pensaba que la perdida de la virginidad
era algo sangriento. De modo que su fiesta de bodas, transcurrió para ella
las vísperas del terror. Y mientras ella estaba en el altar mayor de la
catedral Florentino Ariza deliraba de fiebre, muriéndose por ella.

Juvenal Urbino era consciente de que no la amaba. Se había casado porque


le gustaba su altivez y por vanidad suya, pero cuando ella lo beso por
primera vez se dio cuenta de que no había ningún obstáculo para inventar
un buen amor.

Era imposible saber si fue Europa o el amor lo que los hizo distintos, como lo
percibió Florentino Ariza cuando los vio salir de misa.
Cuarto capítulo (resumen):

El día que Florentino vio a Fermina Daza, se puso a pensar como si


dependiera de él que un día Juvenal Urbino tendría que morir, no savia
cómo ni cuándo pero estaba dispuesto a esperar, así fuera hasta el fin de
los siglos.

Empezó por pedirle empleo al tío León XII, presidente de la junta Directiva y
Director General de la Compañía Fluvial del Caribe, y este le dio el empleo.
Primero como escribiente del Director General, pero Florentino Ariza escribía
cualquier cosa con tanta pasión que, hasta los documentos oficiales
parecían de amor. El tío León XII le dijo que si no era capaz de escribir un
manifiesto de embarque sin que rimara, lo pondría a recoger basura en el
muelle. Y lo cumplió, prometiéndole que subiría de puesto poco a poco
como se fuera desempeñando. Fue tal el cumplimiento que paso por todos
los puestos de la empresa en treinta años de consagración
desempeñándolos con una capacidad admirable.

El tío León XII no dejaba de contarle a Florentino de su padre Pio Quinto


Loayza. Florentino conservo siempre un libro de versos que era de su padre,
donde encontró una sentencia que parecía suya: Lo único que me duele de
morir es que no sea por amor.

El drama de Florentino Ariza mientras fue calígrafo de la compañía Fluvial


del Caribe, era que no podía eludir su lirismo, porque no dejaba de pensar
en Fermina Daza, y nunca aprendió a escribir sin pensar en ella. Cuando lo
pasaron a otros cargos, le sobraba tanto amor por dentro que no savia que
hacer con él, y se las regalaba a los enamorados en el Portal de los
Escribanos, a donde iba después del trabajo. Ni siquiera les hacía preguntas,
el solo escribía, y se daba cuenta de su pena de amor por lo blanco del ojo.
Su recuerdo más grato fue de una pareja, que terminaron casándose, y solo
cuando tuvieron su primer hijo se dieron cuenta por una conversación
casual, de que las cartas de ambos habían sido escritas por el mismo
escribano, y por primera vez fueron juntos al Portal para nombrarlo padrino
del niño.

Mientras él daba los primeros pasos en la Compañía Fluvial del Caribe y


escribía cartas gratis en el Portal de los Escribanos, los amigos de juventud
de Florentino Ariza tenían la certidumbre que lo estaban perdiendo poco a
poco y sin regreso. Y era la verdad no era el mismo, y nunca volvería a
serlo. Tener a Fermina Daza fue siempre su único objetivo en la vida, que
convenció a Tránsito Ariza de proseguir la restauración de la casa para que
estuviera en estado de recibirla en cualquier momento en que ocurriera el
milagro. Compro la casa de contacto y empezó la renovación que duro tres
años. Fue cuando Tránsito Ariza manifestó los primeros síntomas de su
enfermedad sin remedio, su memoria se le escurría por las goteras, y eso no
era bueno para su negocio. Así que lo Florentino lo liquido el negocio de
empeño y con ese tesoro termino amueblando la casa.

Florentino Ariza tenía muchos compromisos, pero nunca flaquearon los


ánimos para acrecentar sus negocios de cazador furtivo. Después de la
experiencia con la viuda de Nazaret, siguió por el camino de los amores
callejeros, con la ilusión de encontrar un alivio para el dolor de Fermina
Daza. Pero, iba cada vez menos al hotel de paso.

Abandonaba la oficina a las cinco de la tarde, para comenzar sus


volantearías de gavilán pollero. Al principio se conformaba con lo que le
deparara la noche, y las llevaba a donde podía y a veces hasta donde no
podía.

En la época en la que se la pasaba en el faro, llego su teoría sobre las


mujeres y sus aptitudes para el amor. Desconfiaba del tipo sensual, su tipo
era el contrario. Había tomado notas de eso en su libro El Secretario de los
Enamorados, pero Ausencia Santander le voleó al derecho y al revés con su
sabiduría de perro viejo, y le enseño lo único que tenía que aprender para el
amor: que la vida no la enseña a nadie.

Ausencia Santander había tenido un matrimonio, de cual quedaron tres hijo.


Nunca quedo claro quién dejo a quien, o si fue al mismo tiempo, cuando él
se fue son su amante de siempre y ella se sintió libre para recibir por la
puerta principal a Rosendo de la Rosa, capitán de buque fluvial. Fue el
mismo quien llevo a Florentino Ariza a almorzar a la casa, que era un primor
de artesanías que el capitán Rosendo de la Rosa traiga de cada viaje. De
tanto tomar aguardiente casero Rosendo de la Rosa se quedo dormido, y
Ausencia Santander tuvo que pedirle ayuda a Florentino Ariza para
arrastrarlo a la cama del cuarto y para desvestirlo. Después en un fogonazo
se desvistieron ambos y siguieron desvistiéndose siempre que podían, a
escondidas del capitán. Después la fue visitando con menos frecuencia.

En un tranvía de mulas conoció a una pajarita desamparada cuyo nombre


no conoció, y con la que apenas alcanzo a vivir media noche frenética. Se
llevo el susto de su vida cuando llegaron por ella los cancerberos y una
enfermera del manicomio de la Divina Pastora, ya que se había escapado de
este. Como compensación del destino conoció también en un tranvía de
mulas a Leona Cassiani, que fue la verdadera mujer de su vida. Esta le pidió
un empleo en la Compañía Fluvial del Caribe y Florentino Ariza la llevo con
el jefe de personal el cual le dio un puesto de ínfima categoría que
desempeño con serenidad y modestia.

Y subió de puesto gracias a un memorando que le entrego a Florentino Ariza


en el cual el tío León XII la consagro como su tocaya Leona y la nombro
asistente suya. En tres meses había abarcado el control de todo, y en las
cuatro siguientes llego a las puertas de la secretaría general, pero se negó a
entrar porque estaba a un solo escalón por debajo de Florentino Ariza.
Quería seguir estando bajo órdenes de florentino, pero en realidad él estaba
bajo órdenes de ella. Fue tanto así que pensó que le estaba serrando el
paso, pero Leona Cassiani lo puso en su lugar.

Muchas veces se dolió en secreto que ella no fuera lo que él creía la tarde
que la conoció, y haber hecho el amor con ella, aunque fuera pagado. Pero
una noche en la que se habían quedado solos en la Compañía Fluvial,
Florentino Ariza se apoyo en su paraguas con las dos manos.

-Dime una cosa Leona de mi alma –dijo-: ¿Cuándo es que vamos a salir de
esto?

Ella se quito los lentes sin sorpresa, con un dominio absoluto. Nunca lo
había tuteado.

-Ay, Florentino Ariza –le dijo-, llevo diez años sentada aquí esperando que
me lo preguntes.

Ya era tarde.

-No -le dijo-. Me sentiría como acostándome con el hijo que nunca tuve.

Leona Cassiani fue el único ser humano a quien Florentino Ariza estuvo
tentado de revelarle el secreto de Fermina Daza, y solo le hacía falta el
modo y la ocasión. Estaba pensándolo justo el día que subió las escaleras de
la Compañía Fluvial Juvenal Urbino que apareció en la oficina de Florentino
para avisar que se acercaba un ciclón. Mientras esperaban a que le tío León
terminara su siesta, empezaron a platicar y al final Juvenal Urbino se llevo el
paraguas por accidente de Florentino Ariza, pero este no le reclamo con la
ilusión de que Fermina Daza supiera de quien era.

Y así termino de confirmarse que Juvenal Urbino tenía que morir, para que él
fuera feliz.

Al final no le revelo el secreto, y entonces supo que en alguna noche


incierta del futuro, en una cama feliz con Fermina Daza, iba a contarle que
no había revelado el secreto de su amor ni siquiera a la única persona que
se había ganado el derecho de saberlo.

Le quedo la nostalgia de sus años jóvenes, y el recuerdo vivido de los Juegos


Florales. Él fue uno de sus protagonistas, había participado varias veces, por
la atracción adicional que tenía: Fermina Daza que era quien leía los sobres
lacrados de los ganadores, preguntándose que iba a suceder cuando leyera
su nombre. Pero nunca paso.

Fue ahí donde conoció a Sara Noriega una maestra de Urbanidad e


Instrucción Cívica, con quien tuvo un amorío clandestino, hasta que le hablo
mal de Fermina Daza, y su encanto termino. La relación con Sara Noriega
fue de las relaciones más largas y estables de Florentino Ariza, aunque no
fue la única en esos cinco años.
Fermina Daza había rechazado a Florentino en un destello de madurez que
pago de inmediato como una crisis de lastima. Entonces fue cuando tuvo la
revelación de los motivos. Dijo <<Es como si no fuera una persona sino una
sombra>>. Pero aun así se sentía atormentada por la culpa que era el único
sentimiento que era capaz de soportar. No lo había olvidado, de vez en
cuando veía hacia el parquecito buscándolo pero nunca lo vio, solo decía:
<<Pobre hombre>>. Juvenal Urbino no tenia las mismas pretensiones que
Florentino Ariza, sus cartas no eran apasionadas, solo le ofrecía bienes
terrenales: seguridad, orden, felicidad, solo cifras que sumadas podían
parecerse al amor: casi al amor. Solo Dios el esfuerzo que había hecho para
no hablar con Florentino Ariza para hablar con él a solas, conocerlo a fondo,
para estar segura de que su decisión impulsiva no iba a precipitarla a una
más grave. Y todo empezó cuando regreso del viaje de bodas, tomo
posesión del antiguo palacio del Marqués de Casalduero y se dio cuenta de
que estaba prisionera en la casa equivocada, y pero aun, con el hombre
equivocado. Teniendo que soportar los malos tratos de la suegra, y a las
cuñadas locas. Tenía la sensación de estar en casa ajena. La obligo la
suegra a tomar clases de arpa, y fue en esa época en la que ya no eran los
amantes cautivos de siempre, uno de los dos siempre estaban cansados. Iba
desgracia sobre desgracia, Fermina Daza tuvo que afrontarla verdad de los
negocios del padre. El gobernador cito a Juvenal Urbino para ponerlo al
corriente de los desmanes del suegro y lo resumió en una frase: <<No hay
ley divina ni humana que ese tipo no se haya llevado por delante>>.Juvenal
interpuso todo el peso de su poder y logro cubrir el escándalo, y Lorenzo
Daza salió del país y regreso a su tierra en un barco que no regresara
jamás. Se fue llorando por Fermina y su nieto diciendo que era inocente de
todo cargo. Después Fermina Daza recibió la noticia de su muerte. Lo más
absurdo de la situación de ambos era que nunca parecieron tan felices en
público como en aquellos años de infortunio.

La casa abandonada por el padre le dio a Fermina Daza, a la cual le dio vida
de nuevo, restaurando hasta su más mínimo desgaste, se le convirtió en un
refugio propio contra la asfixia del palacio familiar, vivía horas especiales de
madre soltera. Una tarde invernal vio a Florentino Ariza bajo los árboles del
parquecito, tuvo temor de que fuera un aviso de la muerte. Se atrevió a
decirse que tal vez hubiera sido feliz con él, sola con él en aquella casa que
ella había restaurado para él con tanto amor como él había restaurado la
suya para ella. Se dio cuenta de que habían perdido el amor, así que le
apelo al marido, y este se apretó todo lo que le quedaba de hombre y le dijo
que sí, y se fueron a buscar el amor que se les perdió en Europa. Liquidaron
todas sus cuentas y se fueron.

Al contrario de lo que pensaba Fermina, Florentino estaba en el trasatlántico


de Francia viéndolos bajar, y él era tal como ella lo veía: la sombra que
nunca conoció.
Tampoco Florentino Ariza estaba en su mejor momento. El trabajo era más
intenso, su habito de cazador furtivo y crisis final de Tránsito Ariza, en el
extremo de volverse contra él, termino sin memoria hasta que murió.

De modo que Florentino Ariza jamás volvería hacer el mismo, mucho menos
después de conocer a Olimpia Zuleta. La conoció por error, cuando
perseguía su paraguas arrebatado por el aire, y la llevo a su caza que
estaba llena de palomas, donde vivía con su marido, y parte de su familia.
Después de un tiempo se enviaban mensajes en una paloma que le había
regalado a Florentino, hasta que seis meses después tuvieron su primer
encuentro en un buque fluvial; pero a florentino se le ocurrió escribirle con
pintura en el pubis: Esta cuca es mía. Esa misma noche, se desnudó frente
delante del marido sin acordarse del letrero, él solo se levanto y trajo una
navaja barbera, la degolló de un tajo. Florentino Ariza no lo supo hasta
muchos días después, cuando capturaron al esposo fugitivo.

Florentino Ariza enterró a su madre en el Cementerio del Cólera. Un


domingo que visito él cementerio se dio cuenta de golpe cuanto tiempo
había pasado desde que Fermina Daza que le dijo que si se casaba con él, y
hasta entonces se había comportado como si el tiempo no pasara para él
sino para los otros. Puso de referencia la espera de Fermina Daza y
descubrió que se le estaba pasando la vida, lo estremeció un escalofrió.

-¡Carajo –se dijo aterrado-, todo hace treinta años!

Treinta años que habían pasado también para Fermina Daza, que había
tomado posesión de ama y señora de su nueva casa de La Manga, con un
hijo en la Escuela de Medicina como su padre y una hija parecida a ella. En
dos años de estancia en parís por segunda vez en busca del amor perdido,
habían recibido un telegrama avisando a la muerte de la madre de Juvenal,
por lo cual tuvieron que regresar y Fermina Daza venia en cinta, y la
sociedad estaba encantada, tanto que le noticia dio origen a una canción
popular. Pero Fermina se dio cuenta en lo que se había transformado
atreves de los años en: una sirvienta de lujo. Siempre se sintió viviendo en
una vida prestada por el esposo y estando a su santo servicio.

Hastiada de su incomprensión, ella le pidió un regalo en su cumpleaños: que


hiciera él por un día los oficios domésticos. El acepto divertido, pero fracaso,
Fermina Daza asumió el mando. Muerta de la risa asumió el mando de la
casa. La lección fue útil, ambos sabían que no era posible vivir juntos de
otro modo: nada en este mundo era más difícil que el amor.

Fermina Daza veía a Florentino Ariza con más frecuencia que se le fue
haciendo natural pero nunca lo vio con indiferencia y se alegraba de las
buenas noticias que le daban sobre él.

Fermina vendió la casa de su padre porque no podía soportar el dolor de la


adolescencia, la visión del parquecito y todo tropezaba con Florentino Ariza,
pero se daba cuenta que no eran recuerdos de amor, si no de compasión.
Se aferró al esposo, después de todo lo que había pasado la vida había de
depararles todavía otras pruebas mortales, pero ya no importaba: estaban
en la otra orilla.

Quinto capítulo (resumen):

En las festividades del nuevo siglo, se hizo un viaje en globo, por la


iniciativa de Juvenal Urbino. Los dos fueron en el viaje, junto con otras
personas, el globo no se pudo volver a ocupar así que tuvieron que regresar
en barco tres días después. Esa y otras locuras, eran imágenes que se le
venían a la mente a Florentino Ariza, como una noche que entro al Mesón
de don Sancho, un restaurante, donde vio a Fermina Daza en el gran espejo
del fondo, desde esa noche y casi durante un año le ofreció al propietario
del Mesón dinero o favores a cambio del espejo. Cuando por fin cedió, colgó
el espejo en su casa, pero no por los primores del marco carísimo, sino que
había sido ocupado durante dos horas por la imagen amada.

Casi siempre que se encontraban la veía con su marido siempre a un lado,


tomándolo del brazo. Juvenal Urbino lo saludaba con un afecto cálido,
mientras que Fermina Daza solo era de manera impersonal, no había duda
vivían en mundos divergentes.

Florentino Ariza hacia rondas por la casa de Fermina para verla, pero en casi
un año no pudo ver lo que anhelaba. En el resto del año Fermina Daza no
asistió a ningún evento cívico ni social, decían que la habían visto subir a un
trasatlántico rumbo a Panamá, y un velo negro para q2ue no se le notara la
enfermedad mortal que tenia.

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