Professional Documents
Culture Documents
Seguía llevando con la compostura de sus años el vestido entero de lino con
el chaleco atravesado. La barba de Pasteur, color de nácar, y el cabello del
mismo color, con la raya neta en el centro. La erosión de su memoria cada
vez más inquietante la compensaba con notas escritas de prisa en papelitos
sueltos, que terminaban por confundirse en sus bolsillos. Estaba el tablero
de ajedrez con una partida inconclusa. Sabía que era la partida de la noche
anterior. El comisario descubrió entre los papeles del escritorio un sobre
dirigido al doctor Juvenal. La leyó.
El entierro seria a las cinco. Estaría desde las doce en la casa de campo del
doctor Lácides Olivella, que aquel día celebraba con un almuerzo de gala
las bodas de plata profesionales.
El doctor juvenal Urbino tenía una rutina fácil de seguir. Era un lector de
novedades literarias que le mandaban por correo de parís y de Barcelona. A
los ochenta y un años conservaba los modales faciales de cuando volvió de
parís, poco después de la epidemia grande del cólera morbo.
Tenía una tan metódica, que su esposa sabia donde mandarle un recado si
surgía algo urgente durante el recorrido de la tarde. De joven se demoraba
en el Café de la parroquia antes de volver a casa, donde jugaba ajedrez. Fue
esa época en que vino Jeremiah de Saint-Amour, ya con sus rodillas
muertas y todavía sin el oficio de fotógrafo de niños, y en menos de tres
meses era conocido, porque nadie había logrado ganarle una partida de
ajedrez. El doctor Juvenal Urbino se convirtió en su protector incondicional y
todo fue por el ajedrez. Jugaban a las siete de la noche, después de la cena,
con justas ventajas para el médico por la superioridad notable del
adversario, hasta que estuvieron parejos. Más tarde, don Galileo Daconte
abrió el primer patio de cine, Jeremiah de Saint-Amourfur uno de sus
clientes más puntuales, y las noches de ajedrez fueron deducidas a las
noches que sobraban de las películas de estreno. Entonces se había hecho
tan amigo del médico, que éste lo acompañaba al cine, pero siempre sin la
esposa, en parte porque siempre le pareció que Jeremiah de Saint-Amour no
era una buena compañía para nadie.
La noche anterior habían ido al cine, cada uno por su cuenta, como iban por
lo menos dos veces al mes desde que abrieron el cine. Se reunieron luego
en el laboratorio, ella lo encontró nostálgico,. Tratando de dispersarlo lo
invito a jugar ajedrez, jugaba sin ánimos, hasta que descubrió que iba hacer
derrotado en 4 jugadas más y se rindió sin honor. El médico comprendió que
fue ella quien jugaba.
Él le pidió que lo dejara solo, pues escribiría la carta al doctor Juvenal, que
considerada un amigo del alma.
Al otro lado de la bahía, en el barrio residencial de La Manga, la casa del
doctor Juvenal Urbino estaba en otro tiempo. Era grande y fresco. Nadie
pensaba que aquel matrimonio pudiera tener algún motivo para no ser feliz.
No habían logrado alcanzarlo en tres horas. Así que pidió ayuda a los
bomberos, que en ese tiempo estaban de moda, pero en ese momento,
abrumado por la carta de Jeremiah de Saint-Amour, la suerte del loro le
tenía sin cuidado. Subió a su recamara, donde encontró a Fermina Daza,
frente al tocador. Acababan de celebrar las bodas de oro matrimoniales, y
no sabían vivir el uno sin el otro. Pero los primeros treinta años de vida en
común estuvieron a punto de acabarse porque un día cualquiera no hubo
jabón en el baño, pero al cabo de cuatro meses todo se resolvió.
-Sinvergüenza- Le grito.
El loro le replicó:
El doctor agarro al loro por el cuello con un suspiro de triunfo. Pero lo soltó
de inmediato, porque la escalera resbalo del árbol y él se quedó un instante
suspendido en el aire, entonces alcanzó a darse cuenta de que había
muerto sin comunión, a las cuatro y siete minutos del domingo de
pentecostés.
Fermina Daza estaba en la cocina, trato de correr como pudo gritando, sin
saber aun lo que pasaba bajo las fondas del mango, y el corazón le salto en
astillas cuando vio a su hombre bocarriba, aun con vida, resistiendo ce al
último minuto para que ella tuviera tiempo de llegar. Alcanzó a reconocerlo
a través de las lágrimas del dolor irrepetible de morirse sin ella, y la miro
por última vez para siempre jamás, y alcanzó a decirle con el último
aliento:
Sólo dos actos suyos no parecían acordes con esta imagen. El primero fue la
mudanza a una casa nueva en un barrio de ricos. El otro fue el matrimonio
con una belleza del pueblo, sin nombre ni fortuna, de la cual se burlaban a
escondidas las señoras de apellidos largos hasta que se convencieron de
que les daba siete vueltas a todas por su distinción y su carácter.
Sus hijos eran dos cabos de raza sin ningún brillo. Marco Aurelio, el varón,
medico como él, sin hijos ya a sus cincuenta años. Ofelia, la única hija,
casada con un buen empleado de banco de Nueva Orleans. La tragedia fue
una conmoción no solo entre su gente. Se proclamaron tres días de duelo, la
bandera a media asta en los establecimientos públicos. Un artista de
renombre, pinto un lienzo gigantesco, con un realismo patético, en el que se
veía al doctor subido en la escalera y en el instante mortal en que extendió
la mano para atrapar al loro.
Seria velado en casa, con la libertad de cada quien para llorarlo como
quisiera. No habría el velorio tradicional de nueve noches: solo hasta el
entierro y para visitas íntimas.
La casa quedo bajo el régimen de la muerte.
-Lárgate -le dijo. << Y no te dejes ver nunca más en los años que te quedan
de vida. >> Volvió a abrir la puerta de la calle y concluyo:
Lloró por primera vez, en la tarde del desastre, lloró por su marido y cuando
entro al dormitorio vacío. Abrumada, le pidió a Dios que le mandar al
muerte esta noche durante el sueño. Despertó, se dio cuenta que había
dormido mucho sin morir y que mientras dormía pensaba mas en florentino
Ariza que en el esposo muerto.
La había visto por primera vez una tarde en que Lotario Thugut lo encargó
de llevar un telegrama a alguien que se llamaba Lorenzo Daza. Lo encontró
en los parquecitos de los Evangelios, en una casa de las más antiguas y
medio arruinado que estaba sometida a una restauración radical .en el
fondo del patio dormía un hombre muy gordo de patillas rizadas. Era
Lorenzo Daza había llegado hacía menos de dos años y no era hombre de
muchos amigos. De regreso supo que había alguien más en la casa, una voz
de mujer que repetía una lección de lectura. Al pasar por la venta vio a una
mujer mayor y una niña, ambas siguiendo la lectura. La hija enseñaba a
leer a la madre. Que era incorrecto, ya que la mujer era la tía, la lección no
se interrumpió, pero la niña levantó la mirada para ver quien pasaba y esa
mirada casual fue el inicio de un amor que medio siglo después no había
terminado.
Decidió mandarle una esquela pero la tuvo varios días mientras escribía
más antes de acostarse, así que la carta se convirtió en un diccionario de
libros que se había prendido de memoria e tanto leer en las esperas del
parque. Florentino Ariza no pudo resistir más con su secreto, y se abrió a su
madre, que se conmovió hasta las lágrimas por el candor de su hijo en
asuntos de amores.
Por la noche, el padre de Fermina le contaba que había ido hacer Florentino
Ariza a su casa, y que trabaja en el telegrama. Esto aumento su interés, así
que reconoció a Florentino Ariza desde la primera vez que lo vio leyendo
bajo los árboles del parquecito. Cuando lo vieron también los domingos a la
salida de misa, la tía se convenció de que eso no era casualidad.
Entonces deseó que se cumplieran los pronósticos de la tía, pero sus deseos
no fueron atendidos. Así que esperando el resto del año.
En las vacaciones de diciembre, vio a Fermina Daza y a la tía sentadas bajo
los almendros del portal, Fermina llevaba una túnica de hilos con una
guirnalda en el pelo que le daba la apariencia de una diosa coronada.
Florentino se sentó en el parque, donde fuera visto, y miraba con los ojos
fijos a la doncella.
Pensó que era un encuentro casual, pero no cayó en la cuenta que estaría
ahí todas las tardes de los tres meses.
-Le dijo.
Florentino Ariza no entendió lo que quiso decir, hasta que una tarde en el
parquecito vio la Tía entro a la casa y Fermina se sentó en la otra silla.
Atravesó la calle y dijo: <<Esta es la ocasión más grande de mi vida>>.
-Dámela – le dijo.
Florentino Ariza, de los setenta folios que tenía solo le entrego media
esquela donde le prometía: su fidelidad a toda prueba y su amor para
siempre.
Fermina Daza, se excusó por la demora, y le dio su palabra que tendría una
respuesta. Cumplió. El último viernes de febrero le hizo llevar mediante la
tía Escolástica la respuesta, y trastornado por la dicha no paraba de comer
rosas y leer la carta una y otra vez.
En los primeros tres meses, no paso un solo día sin que se escribieran.
Escolástica comprendió que la sobrina no estaba a merced de un amor
juvenil, y que su propia vida estaba amenazada por aquel incendio de amor.
Pero no tuvo corazón para causarle a la sobrina el mismo infortunio que ella
había pasado. Así que siguieron escribiéndose, con un método simple:
Fermina Daza le escribía y le decía donde esperaba la respuesta. Florentino
Ariza escribía todas las noches sin piedad, mientras que Fermina Daza
contestaba las cartas en el colegio durante las clases, pero las cartas de ella
eludían a cualquier acto sentimental. Una noche, Fermina Daza despertó
asustada por una serenata de violín solo con un valse solo. En la carta de
ese día Florentino le decía que había sido él y que le había compuesto ese
valse, y que llevaba el nombre con que conocía a Fermina Daza en su
corazón: La Diosa Coronada.
Florentino Ariza no estaba preparado para esa respuesta, pero su madre sí,
así que no tenían problemas, habían concretado un plazo de dos años,
cuando ella terminara la escuela secundaria en navidad pediría su mano.
La vida de Florentino Ariza había cambiado. Fue tan eficaz en el trabajo que
Lotario Thugut lo nombro segundo suyo en propiedad. Pero el alemán
consagro su tiempo al hotel de paso, en el que Florentino Ariza se dio
cuenta, que este había pasado hacer el dueño del establecimiento y
empresario de las pájaras del puerto. El gerente, un hombre flaco, tuerto y
de un gran corazón le dijo que disponía de un cuarto permanente. No solo
para sus problemas del bajo vientre, sino también para sus lecturas y cartas
de amor. Mientras transcurría el tiempo para la boda, se la pasaba allí que
en cualquier otra parte.
Esto lo introdujo en los secretos del amor sin amor. Cuando este llegaba del
empleo se encontraba con un palacio poblado de ninfas en cueros. Así que
Florentino convivía con las muchachas, pero ni a él ni a ellas se les ocurría ir
más lejos. Esa era su vida, cuatro meses antes de la fecha para formalizar el
compromiso, cuando se apareció Lorenzo Daza en la oficina del telégrafo.
Se encerró con tranca en el dormitorio sin comer ni beber, cuando por fin le
abrió la puerta, se encontró con una partera herida que nunca más volvería
a tener quince años.
Esa misma semana se llevo a la hija al viaje del olvido. Ella le pregunto para
donde iban y le contesto: <<Para la muerte>>. Antes de vestirse le escribió
a Florentino Ariza una carta de adiós en una hoja arrancada del papel
higiénico. Con las tijeras de podar se cortó su trenza desde la nuca y la
enrolló en un estuche de terciopelo bordado con hilos de oro, mandándola
junto con la carta.
Fue un viaje demente y desde el comienzo del viaje le había vuelto hablar a
su padre. Días después llegaron a Valledupar, a la casa de un tío Lisímaco
Sánchez, donde conoció a Hildebranda Sánchez dos años mayor que ella,
pero que entendía su estado. Compartió con ella su dormitorio quien le
mostro un sobre de Teléfono Nacional. Entonces Fermina Daza se dio cuenta
de que Florentino Ariza sabía el itinerario completo y estableció una
hermandad de telegrafistas para seguir su rastro, hasta la última ranchería
del Cabo de la Vela. Esto le permitió comunicarse durante un año después
de estar ahí, que fue cuando Lorenzo decidió regresar dando por hecho que
su hija había por fin olvidado.
Florentino Ariza le conto que estaba decidido a rescatar el tesoro del galeón
sumergido. Pero después de unas semanas de ilusionarlo con el tesoro, no
lo volvió ni nunca en ninguna parte. Lo único que le quedo de aquel
descalabro, fue el refugio de amor del faro. Donde iba platicar todas las
tardes con el farero. Y cuando menos lo presentía le llegó la noticia de que
regresaba Fermina Daza, cuando llego al puerto (un día después de su
anuncio por problemas de clima).
Llegando a casa, mientras su padre dormía mandó con Gala placidia una
carta de dos líneas: Hoy, al verlo, me di cuenta de que lo nuestro no es más
que una ilusión. La criada le llevo también sus telegramas, sus camelias
secas, y le pidió que le regresar sus cartas y los regalos que ella le había
mandado. En los días siguientes, al borde de la locura, él le escribió
numerosas cartas pero la cridad no se las recibía. Así que le dijo que no le
daría su trenza, hasta que no lo recibiera en persona. No lo consiguió. Dos
días después, le fue regresada la trenza que Florentino Ariza tenía como una
reliquia en su curato. Este no tuvo nunca más la oportunidad de hablar a
solas con Fermina Daza, hasta cuarenta y un años y nueve meses y cuatro
días después, cuando el reiteró el juramento de fidelidad eterna y amor para
siempre en su primer noche de viuda.
Le gusta decir que aquel amor era el fruto de una equivocación clínica. En
parís, paseando del brazo de una novia casual, con los acordeones
lánguidos, los enamorados que no acababan de besarse nunca en las
terrazas abiertas, y sin embargo, él no estaba dispuesto a cambiarlo por su
Caribe en abril.
El joven médico bajó del barco vestido de alpaca perfecta, con chaleco y
guarda polvos, con una barba de Pasteur juvenil y el cabello dividido por
una raya neta. En el muelle lo esperaban sus hermanas y su madre con sus
amigos más queridos.
Todo lo del Caribe, le pareció más pequeño que cuando se fue, más
indigente y lúgubre. Cuando Al antiguo palacio de Marqués de Casalduero,
residencia histórica de los Urbino de la calle, descubrió con el corazón hecho
trizas que le faltaban muchas cosas materiales a su casa, y que faltaba el
dueño de ella; su padre medico también que había muerto de la epidemia
de cólera que asoló a la población seis años antes. La primera noche en su
casa no durmió nada, y cuando escucho los gallos de las cinco se
encomendó a la Divina Providencia, porque no se sentía con ánimos de vivir
un día más en su patria de escombros. Pero fue acostumbrándose a los
bochornos.
Un medico amigo de Juvenal, creyó ver los síntomas del cólera, en una
paciente de dieciocho años, y le pidió que la fuera a visitar. Fue el mismo
día alarmado por la posibilidad de la peste. Llego a la casa y fue atendido
por Gala Placida quien lo llevo hasta el segundo piso y espero ser
anunciado, pero Gala Placida salió con un recado:
-La señorita dice que no puede entrar ahora porque su papá no está en la
casa.
Así que volvió a la cinco. Esta vez Lorenzo Daza le abrió el portón y lo
codujo hasta el dormitorio de la hija. No se sabía quien estaba más cohibido
si el médico o la enferma, pero ninguno se miraba a los ojos. Al final le pidió
a la enferma que se sentara y le bajo su camisón hasta la cintura: el pecho
intacto y altivo, de pezones infantiles resplandeció al instante, apresurada
se cruzo de brazos, pero el médico los apartó, y le hizo la auscultación
directa con la oreja contra la piel, primero el pecho y luego la espalda.
El doctor decía que no sintió nada al conocer a la mujer con la que viviría
hasta su muerte, ya que no veía en ella su adolescencia sino lo apestada. El
diagnostico fue una infección intestinal. Aliviado Lorenzo Daza lo llevo hasta
su carro y le pago.
Empujo las puertas del costurero y le ordeno a la hija que le diera excusas al
doctor.
Después de eso recibió una carta de él, lo único que le suplicaba, era que le
permitiera pedirle a su padre el permiso para visitarla, pero no contesto a
ella, y la quemó.
En octubre llegaron tres cartas más. Las primeras dos entregadas por el
cochero de Juvenal Urbino. Y la tercera fue deslizaba por debajo del portón y
era diferente aparte de anónima, terminaba con una amenaza si Fermina no
renunciaba a su petición con Juvenal seria expuesta a la vergüenza pública.
Se sintió víctima, pero quería saber quién las mandaba. Recibió después
otras dos cartas iguales. Y esto se izo más amargo cuando recibió una
muñeca negra que había creído mandada por el Doctor Juvenal. Le pareció
tan divertida que se acostumbro a dormir con ella. Al cabo de un tiempo se
dio cuenta de que la muñeca había crecido, y pensó que Juvenal Urbino no
era capaz de eso, y se entero que no fue entregada por él, sino por un
vendedor de camarones, del cual nadie daba información concreta. Nunca
se estableció el misterio.
Entonces entendió.
-Lo único que te único que te suplica es que le permitas conversar contigo
cinco minutos.
Enojada se atrevió.
-Es mejor que te entiendas con migo –dijo-, por queque después de mi
puede venir el arzobispo, y con él las cosa son distintas.
También el viaje de Hildebranda había sido impuesto por sus padres, para
alejarla de un amor imposible, por eso se desilusiono cuando supo de lo
Florentino Ariza. Esta le causo a Fermina Daza una crisis de espanto, cuando
fue a buscarlo a la oficina de telégrafo, a primera vista le pareció imposible
que su prima estuviera a punto de enloquecer por él.
-Es feo y triste –le dijo a Fermina Daza-, pero es todo un amor.
Una noche cuando Lorenzo Daza llego ebrio del Café de la Parroquia, toco
la puerta del cuarto de Fermina, ella le abrió y por primera vez se asusto
por su ojo torcido.
Fue todo lo que dijo, nunca se volvió a hablar del tema. El mundo de su
padre era de traficantes y estibadores. Por los días de navidad, vino un
fotógrafo belga que instalo su estudio en los altos del Portal de los
escribanos. Fermina e Hildebranda fueron las primeras en retratarse. Se
vistieron de damas de medio siglo, y terminaron de reírse de ellas mismas.
-Hágame el favor de subir –dijo Juvenal Urbino-. Las llevo a donde ordenen.
Cuando por fin bajaron del auto se despidieron de él con u gesto de mano,
pero Juvenal apretó con fuerza el dedo del corazón de Fermina.
Una noche, se dirigía distraído a los retretes, cuando una puerta se abrió a
su paso, y una mano lo agarro y lo encerró en el camarote. Apenas alcanzó
a distinguir el cuerpo sin edad de una mujer desnuda en las tinieblas, que lo
empujo bocarriba y lo despojo sin gloria de su virginidad. Ambos cayeron
agonizando.
Florentino se dio cuenta que el amor ilusorio de Fermina Daza podía ser
sustituido por una pasión terrenal. Fue así como se empeño en descubrir la
identidad de la violadora maestra. Pero no lo consiguió.
Después recordó a Fermina Daza, sabía que iba a casarse en una boda de
estruendo, se ahogaba en llantos por los celos y rogaba a Dios que Fermina
Daza se fulminara, pero terminaba por darse cuenta que no le era posible
imaginarse el mundo sin ella.
. Florentino tenía dos ventajas a su favor. Uno, era un ojo certero para
conocer a la mujer que lo esperaba. La otra ventaja era que ellas lo
identificaban de inmediato. Eran sus únicas armas. Escribió un libro titulado
Ellas, donde la primera anotación la hizo la viuda de Nazaret. Cincuenta
años, cuando Fermina Daza quedo libre, tenía unos veinticinco cuadernos
con seiscientos veintidós registros de amores continuos.
Un día sin aviso del corazón Florentino Ariza vio a Fermina Daza saliendo de
misa mayor del brazo de su marido. Había asumido su condición de esposa
que Florentino se detuvo un instante para reconocerla. Era otra: la postura
de persona mayor, los botines altos, el sombrero, todo en ella era distinto.
Hasta que vio la curva en su vientre bajo la túnica de seda: estaba encinta
de seis meses. Se sorprendió que formaran una pareja admirable, y se
desprecio así mismo, se sintió feo, pobre e inferior. Así que había vuelto.
Era imposible saber si fue Europa o el amor lo que los hizo distintos, como lo
percibió Florentino Ariza cuando los vio salir de misa.
Cuarto capítulo (resumen):
Empezó por pedirle empleo al tío León XII, presidente de la junta Directiva y
Director General de la Compañía Fluvial del Caribe, y este le dio el empleo.
Primero como escribiente del Director General, pero Florentino Ariza escribía
cualquier cosa con tanta pasión que, hasta los documentos oficiales
parecían de amor. El tío León XII le dijo que si no era capaz de escribir un
manifiesto de embarque sin que rimara, lo pondría a recoger basura en el
muelle. Y lo cumplió, prometiéndole que subiría de puesto poco a poco
como se fuera desempeñando. Fue tal el cumplimiento que paso por todos
los puestos de la empresa en treinta años de consagración
desempeñándolos con una capacidad admirable.
Muchas veces se dolió en secreto que ella no fuera lo que él creía la tarde
que la conoció, y haber hecho el amor con ella, aunque fuera pagado. Pero
una noche en la que se habían quedado solos en la Compañía Fluvial,
Florentino Ariza se apoyo en su paraguas con las dos manos.
-Dime una cosa Leona de mi alma –dijo-: ¿Cuándo es que vamos a salir de
esto?
Ella se quito los lentes sin sorpresa, con un dominio absoluto. Nunca lo
había tuteado.
-Ay, Florentino Ariza –le dijo-, llevo diez años sentada aquí esperando que
me lo preguntes.
Ya era tarde.
-No -le dijo-. Me sentiría como acostándome con el hijo que nunca tuve.
Leona Cassiani fue el único ser humano a quien Florentino Ariza estuvo
tentado de revelarle el secreto de Fermina Daza, y solo le hacía falta el
modo y la ocasión. Estaba pensándolo justo el día que subió las escaleras de
la Compañía Fluvial Juvenal Urbino que apareció en la oficina de Florentino
para avisar que se acercaba un ciclón. Mientras esperaban a que le tío León
terminara su siesta, empezaron a platicar y al final Juvenal Urbino se llevo el
paraguas por accidente de Florentino Ariza, pero este no le reclamo con la
ilusión de que Fermina Daza supiera de quien era.
Y así termino de confirmarse que Juvenal Urbino tenía que morir, para que él
fuera feliz.
La casa abandonada por el padre le dio a Fermina Daza, a la cual le dio vida
de nuevo, restaurando hasta su más mínimo desgaste, se le convirtió en un
refugio propio contra la asfixia del palacio familiar, vivía horas especiales de
madre soltera. Una tarde invernal vio a Florentino Ariza bajo los árboles del
parquecito, tuvo temor de que fuera un aviso de la muerte. Se atrevió a
decirse que tal vez hubiera sido feliz con él, sola con él en aquella casa que
ella había restaurado para él con tanto amor como él había restaurado la
suya para ella. Se dio cuenta de que habían perdido el amor, así que le
apelo al marido, y este se apretó todo lo que le quedaba de hombre y le dijo
que sí, y se fueron a buscar el amor que se les perdió en Europa. Liquidaron
todas sus cuentas y se fueron.
De modo que Florentino Ariza jamás volvería hacer el mismo, mucho menos
después de conocer a Olimpia Zuleta. La conoció por error, cuando
perseguía su paraguas arrebatado por el aire, y la llevo a su caza que
estaba llena de palomas, donde vivía con su marido, y parte de su familia.
Después de un tiempo se enviaban mensajes en una paloma que le había
regalado a Florentino, hasta que seis meses después tuvieron su primer
encuentro en un buque fluvial; pero a florentino se le ocurrió escribirle con
pintura en el pubis: Esta cuca es mía. Esa misma noche, se desnudó frente
delante del marido sin acordarse del letrero, él solo se levanto y trajo una
navaja barbera, la degolló de un tajo. Florentino Ariza no lo supo hasta
muchos días después, cuando capturaron al esposo fugitivo.
Treinta años que habían pasado también para Fermina Daza, que había
tomado posesión de ama y señora de su nueva casa de La Manga, con un
hijo en la Escuela de Medicina como su padre y una hija parecida a ella. En
dos años de estancia en parís por segunda vez en busca del amor perdido,
habían recibido un telegrama avisando a la muerte de la madre de Juvenal,
por lo cual tuvieron que regresar y Fermina Daza venia en cinta, y la
sociedad estaba encantada, tanto que le noticia dio origen a una canción
popular. Pero Fermina se dio cuenta en lo que se había transformado
atreves de los años en: una sirvienta de lujo. Siempre se sintió viviendo en
una vida prestada por el esposo y estando a su santo servicio.
Fermina Daza veía a Florentino Ariza con más frecuencia que se le fue
haciendo natural pero nunca lo vio con indiferencia y se alegraba de las
buenas noticias que le daban sobre él.
Florentino Ariza hacia rondas por la casa de Fermina para verla, pero en casi
un año no pudo ver lo que anhelaba. En el resto del año Fermina Daza no
asistió a ningún evento cívico ni social, decían que la habían visto subir a un
trasatlántico rumbo a Panamá, y un velo negro para q2ue no se le notara la
enfermedad mortal que tenia.