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LA IZQUIERDA CAMPESINA E INDIGENA EN BOLIVIA

El Movimiento Al Socialismo (MAS)

Fernando Mayorga*

El 9 de junio de 2005 concluyó, de manera provisional, una aguda crisis política con
la segunda renuncia presidencial en veinte meses y un acuerdo preliminar para adelantar las
elecciones generales previstas, inicialmente, para mediados de 2007 y ahora convocadas
para la primera semana de diciembre de 2005. El período constitucional iniciado en agosto
de 2002 ha quedado trunco y la posesión de tres presidentes de la República en un lapso de
algo más de dos años y medio es la evidencia de la profundidad de la crisis política.
Gonzalo Sánchez de Lozada, elegido presidente en agosto de 2002 mediante una segunda
vuelta congresal, se vio obligado a renunciar y a huir del país como resultado de una
revuelta popular que concluyó el 17 de octubre de 2003 con la sucesión constitucional en la
figura del vicepresidente Carlos Mesa, que condujo la gestión gubernamental sin
participación de partidos en el poder ejecutivo ni apoyo de una bancada parlamentaria
oficialista. Otra ola de protestas sociales y el agravamiento de las pugnas entre el poder
ejecutivo y el poder legislativo abrió una coyuntura de intensa conflictividad que culminó
con la renuncia de Carlos Mesa en los primeros días de junio de 2005 y la presidencia de la
República fue asumida por Eduardo Rodríguez, cabeza de la Corte Suprema de Justicia,
como último eslabón en la cadena de sucesión constitucional y con el mandato específico
de convocar a elecciones generales1. Esta fría crónica de hechos que concluyen con la
preservación de la democracia no desdeña la gravedad de los acontecimientos vividos en el
transcurso de un conflicto que sacudió al país durante tres semanas con cercos campesinos,
manifestaciones multitudinarias, bloqueos en las principales carreteras, paros cívicos y
huelgas de hambre y un espacio de discursividad política polarizado con consignas de
nacionalización, autonomías regionales, asamblea constituyente, golpe de estado,
insurrección, gobierno civil-militar, “cierre” del parlamento, renuncia presidencial e,
inclusive, voces agoreras que alertaban sobre el riesgo de una “guerra civil”. El saldo fue la
muerte trágica de un trabajador minero y la certeza de que la crisis política se ha
transformado en un rasgo habitual de la democracia boliviana.

Una crisis política que es resultado de un proceso vinculado, entre otros factores, al
agotamiento del proyecto estatal instaurado desde mediados de la década de los ochenta –
en torno a la articulación hegemónica del neoliberalismo económico y la democracia
representativa sustentada en pactos partidistas- y a una compleja transición hacia la
configuración de una nueva forma estatal, cuyos contornos son inciertos debido a la
inexistencia de un proyecto político con capacidad para articular la diversidad de demandas
sociales. Bolivia, desde principios de este siglo, vive transformaciones -y enfrenta retos de
cambio- en el modelo económico, el sistema político, el tipo de Estado y en el proyecto de
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nación, en un contexto de fragmentación social, polarización política y confrontación


ideológica que expresan diversas fracturas o clivajes (mercado/estado, regional y étnico-
cultural) y dificultan la articulación de un nuevo principio hegemónico capaz de establecer
nuevas pautas de relación entre estado, política, economía y sociedad.

En este contexto se sitúa el renovado protagonismo de la izquierda boliviana que se


inicia en las elecciones presidenciales de 2002 (Ver Cuadro 1) a través de nuevas
expresiones partidistas, como el Movimiento Al Socialismo (MAS) y el Movimiento
Indígena Pachacuti (MIP), después de alrededor de quince años de actuación marginal en el
escenario parlamentario. El actual período democrático se inició en 1982 con el gobierno
de Hernán Siles Zuazo a la cabeza de la Unidad Democrática y Popular (UDP), frente
conformado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI), el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Comunista de Bolivia (PCB),
merced a su victoria electoral en los comicios de 1980 pero impedido de asumir la
presidencia por un golpe de estado. La izquierda, a través de la UDP, el Partido Socialista-1
(PS-1) y otras agrupaciones menores obtuvo la mitad de la votación nacional (Ver Cuadro
2) pero estas fuerzas no conformaron una coalición gubernamental y la UDP, sin mayoría
parlamentaria, inició una gestión que naufragó en una aguda crisis económica y política
debido a la imposibilidad de responder a las demandas sociales canalizadas por los
poderosos sindicatos obreros y campesinos y al boicot de una oposición partidista con
supremacía en el parlamento. El resultado fue el acortamiento del mandato presidencial y el
adelantamiento de elecciones generales que concluyeron con la victoria en las urnas del ex–
dictador Hugo Bánzer Suárez y su partido de derecha, Acción Democrática Nacionalista
(ADN), y con la elección congresal de Víctor Paz Estensoro, candidato del centrista
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), como presidente de la República. En los
comicios de 1985, las fuerzas de izquierda disminuyeron su votación hasta alrededor del
8% (Ver Cuadro 3) y ese fue el promedio que obtuvieron en las sucesivas elecciones
generales de 1989, 1993 y 1997 (Ver Cuadros 4, 5 y 6). Desapareció el MNRI, la izquierda
vinculada al sindicalismo obrero se fragmentó y el MIR se transformó en un partido
pragmático que terminó estableciendo alianzas con partidos de derecha y, además,
surgieron dos partidos de cuño neopopulista, Conciencia de Patria (Condepa) y Unidad
Cívica Solidaridad (UCS), que entre 1989 y 1999 concentraron los votos de un tercio del
electorado con fuerte arraigo en sectores populares.

En junio de 2002, se produjo la emergencia de nuevos partidos de izquierda y


liderazgos de raigambre campesina e indígena que modificaron la trama de la
representación política y los contenidos de la discursividad política. La fundación del MAS
en 1999 y del MIP en 2000 marca un nuevo ciclo en la historia de la izquierda boliviana
porque son organizaciones políticas que surgen del mundo sindical campesino e indígena
con líderes propios -como Evo Morales y Felipe Quispe, respectivamente2-, cuya
trayectoria a la cabeza de entidades sindicales los catapultó al escenario electoral como
candidatos a la presidencia esgrimiendo nuevas demandas (asamblea constituyente, tierra y
territorio, nacionalización de los hidrocarburos) y nuevas identidades (étnico-culturales)
que los diferencian nítidamente de la izquierda tradicional vinculada al movimiento obrero
o universitario y conducida por dirigentes provenientes de los sectores medios urbanos.
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En su primera participación electoral, el MAS obtuvo un sorprensivo segundo lugar


y Evo Morales disputó la presidencia de la República en la segunda vuelta congresal, tal
como establece la norma constitucional cuando ningún binomio obtiene la mayoría absoluta
en las urnas. En conjunto, la izquierda alcanzó un cuarto de la votación general y una
representación similar en el congreso, sin embargo, este proceso electoral tuvo un sello
peculiar porque fue la primera incursión exitosa de campesinos e indígenas en la arena
parlamentaria a través de organizaciones políticas propias y la primera vez en la historia
republicana que un candidato proveniente de estos sectores tiene posibilidades de acceder a
la presidencia de la República.

¿Cuáles son las razones del surgimiento de nuevas fuerzas de izquierda, como el
MAS, con capacidad de disputar el poder político? ¿Qué rasgos presenta en términos
organizativos, discursivos y de acción política? Finalmente, ¿cuáles son las características
de su desempeño político-electoral y sus perspectivas en un contexto político signado por la
crisis?

En lo que sigue, trazaremos (i) los rasgos generales del contexto de crisis
inaugurado al inicio de la presente década al influjo de las protestas sociales que
cuestionaron el modelo económico y la capacidad representativa del sistema político, (ii) la
recomposición del sistema de partidos como efecto de los resultados electorales de junio de
2002 y de la coyuntura de crisis política inaugurada en octubre de 2003 prestando atención
al papel de la izquierda en este proceso, (iii) los orígenes, trayectoria electoral, desempeño
político y características del MAS, y finalmente, (iv) las perspectivas del sistema de
partidos ante el nuevo escenario electoral establecido por la convocatoria anticipada a
comicios generales previstos para diciembre de 2005.

De la estabilidad política a la crisis hegemónica

Entre 1985 y 2002, el sistema político se caracterizó por la centralidad del sistema
de partidos sometido a una lógica de pactos y acuerdos que fortalecieron los rasgos de
presidencialismo parlamentarizado del régimen de gobierno (Mayorga René 2002). Las
gestiones gubernamentales bajo esta modalidad de funcionamiento, denominada
convencionalmente democracia pactada, se sustentaron en coaliciones de gobierno con
mayoría parlamentaria y en acuerdos entre oficialismo y oposición.3 Un multipartidismo
moderado, con cinco fuerzas parlamentarias relevantes y tres partidos con presencia
alternada en el manejo del poder gubernamental, que se reprodujo bajo una tendencia
centrípeta predominante merced a la capacidad hegemónica de un proyecto de reforma
estatal asentado en una política económica que, mediante el ajuste estructural, procedió al
desmantelamiento del Estado intervencionista vigente desde la década de los cincuenta, y
en un modelo de gobernabilidad basado en el sistema de partidos, la conformación de
coaliciones mayoritarias y el establecimiento de acuerdos entre oficialismo y oposición.
Sin embargo, pese a la estabilidad macroeconómica, los saldos negativos del proceso de
capitalización de las empresas estatales destinado, desde 1996, a atraer inversión extranjera
para propiciar crecimiento económico y generar empleo pusieron en cuestión la legitimidad
del modelo económico y surgieron posturas contestatarias que, desde el año 2000, se
tradujeron en intensas protestas sociales contra la capitalización de las empresas públicas y
el debilitamiento del papel del Estado en la economía. Asimismo, la democracia pactada
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paulatinamente perdió su capacidad incluyente y representativa porque fue utilizada de


manera instrumental por los socios de las coaliciones gubernamentales transformando su
mayoría parlamentaria en un “rodillo” que excluyó a las fuerzas de oposición parlamentaria
y sometió la administración del aparato estatal a una lógica de reparto de cargos públicos
bajo criterios clientelistas y prebendales.

El proceso electoral de 2002, pese a que concluyó con la elección de Gonzalo


Sánchez de Lozada como presidente con el apoyo de una coalición conformada por MNR y
MIR, puso en evidencia la mengua de la capacidad hegemónica del proyecto estatal
inaugurado en 1985 puesto que surgieron nuevos actores políticos, como el MAS, MIP y
NFR4, esgrimiendo un discurso contestatario al neoliberalismo, a partir de posturas
nacionalistas y estatistas, y una crítica acerba a los partidos tradicionales5.

La irrupción de nuevos contenidos discursivos en el escenario político y el respaldo


electoral a fuerzas emergentes fueron algunos de los resultados de la acción de
movimientos sociales y organizaciones sindicales que desplegaron una serie de acciones de
protesta que pusieron en evidencia los límites de la democracia pactada para la
representación de intereses y canalización de demandas sociales y el cuestionamiento a un
modelo económico que no cumplió sus objetivos. La denominada “guerra del agua” en
Cochabamba, en abril de 2000, fue el primer acontecimiento que marca el inicio de un ciclo
de protestas sociales que tuvo como característica principal la ausencia de mediaciones
partidistas, la impugnación a la privatización de las empresas de servicios públicos, la
debilidad estatal para sofocar las protestas mediante sus aparatos represivos y,
particularmente, la organización de la acción colectiva bajo nuevos parámetros
organizativos asentados en sindicatos, juntas de vecinos, comunidades indígenas y otros
actores sociales, como los campesinos regantes, e inéditas modalidades de organización
urbana bajo la figura de “coordinadoras” por la defensa de los recursos naturales. Esta
protesta urbano-rural coincidió con el inicio de movilizaciones campesinas e indígenas en
la zona del altiplano a través de bloqueos de carreteras que adquirieron una fuerza inusitada
y obligaron al gobierno de turno a negociar con los dirigentes de la Confederación Sindical
Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB). En septiembre y octubre de ese
año, la protesta campesina e indígena en el altiplano adquirió contornos de un
levantamiento generalizado porque se combinó con los bloqueos de carreteras realizados
por los campesinos productores de hoja de coca en la zona del trópico cochabambino
convertidos, desde fines de los 80, en una fuerza sindical con enorme capacidad
organizativa para enfrentar la política de erradicación de plantaciones de coca que se había
constituido en el tema crítico de las relaciones bilaterales entre los gobiernos de Bolivia y
Estados Unidos. Paralelamente, con antecedentes desde 1990, los pueblos indígenas de los
llanos y a la amazonía realizaron una serie de extensas marchas que tenían como meta la
sede de gobierno, reclamando tierra y territorio, reconocimiento de derechos colectivos y
mayor participación ciudadana.

Al unísono con las demandas sectoriales, estas protestas plantearon reivindicaciones


políticas siguiendo una larga tradición del sindicalismo boliviano y porque en su seno
actuaban los líderes y partidos de izquierda emergentes del mundo campesino e indígena.
Varios de los nuevos contenidos de la discursividad política actual surgieron de estas
protestas, como es el caso de la demanda de asamblea constituyente que fue esbozada
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inicialmente por los pueblos indígenas de las tierras bajas, adquirió una fuerza especial
después de la “guerra del agua” y los levantamientos campesinos de 2000, se convirtió en
un elemento central del debate electoral en el año 2002 y, desde entonces, es uno de los
temas cruciales de la crisis política porque apunta, entre otros temas, a la modificación del
sistema de representación a partir de una propuesta de mayor participación campesina e
indígena. Aconteció algo similar con las demandas de “recuperación” de la propiedad
estatal de los recursos naturales, porque a partir de la expulsión de la empresa transnacional
encargada del servicio de agua potable en Cochabamba, en abril de 2000, se han producido
acciones análogas en otras ciudades como El Alto, en enero de 2005. Sin duda, este retorno
del nacionalismo estatista -como antítesis del neoliberalismo- adquirió nuevos matices y
mayor importancia cuando se inició el debate en torno a la exportación de los cuantiosos
recursos gasíferos explorados y explotados por empresas extranjeras bajo la política de
capitalización que terminó desmantelando la antaño monopólica empresa estatal del rubro
hidrocarburífero. La industrialización y exportación de gas natural reabrió el debate sobre
el papel del Estado en la economía durante el proceso electoral de 2002 y el predominio de
posiciones nacionalistas y estatistas se puso de manifiesto en la revuelta popular que
provocó la caída de Sánchez de Lozada en octubre de 2003. A partir del debate
hidrocarburífero y lo acontecido con las inversiones extranjeras en los servicios de agua
potable, las propuestas de nacionalización apuntan a otros sectores de la economía y han
sido incorporadas a las propuestas que esgrime la izquierda boliviana para el debate en la
asamblea constituyente en su intención de “refundar el país” y “desmontar el
neoliberalismo”.

Si el tema de la exportación de gas natural estuvo en el núcleo de la protesta social


que culminó con la renuncia de Sánchez de Lozada, la demanda de asamblea constituyente
fue un factor de constante enfrentamiento entre la oposición parlamentaria y la coalición
oficialista conjuntamente el debate sobre los resultados de la capitalización de las empresas
estatales mediante inversiones extranjeras. La revuelta popular de octubre de 2003 tuvo
como antecedente una violenta protesta urbana, a principios de febrero, que terminó
incendiando edificios públicos y sedes de partidos oficialistas y provocando saqueos y
vandalismo ante la ausencia de fuerzas policiales amotinadas y militares que se enfrentaban
en la plaza Murillo, sede del palacio presidencial y del parlamento. La protesta estaba
dirigida contra el “impuestazo” y era una expresión de rechazo a la política económica que
pretendía disminuir el déficit fiscal mediante la elevación de impuestos al salario. La
indefensión estatal ante la protesta y la posterior represión militar que provocó varias
víctimas fatales pusieron en evidencia el grado de deslegitimación del modelo económico y
establecieron los límites estrechos de la acción gubernamental. Este fue el antecedente del
denominado “octubre rojo” -por las decenas de víctimas fatales de la represión policial y
militar- que se inició como una acción de protesta contra supuestos planes de exportación
de gas natural por Chile, tuvo como protagonistas a juntas de vecinos, sindicatos mineros y
organizaciones campesinas e indígenas -secundariamente, a los partidos de oposición- y se
concentró en las ciudades de El Alto y de La Paz y en las zonas rurales del altiplano, donde
se produjo la primera acción punitiva del ejército. La “guerra del gas” culminó con la
renuncia de Sánchez de Lozada y la presidencia en manos de Carlos Mesa, un destacado
periodista sin adscripción partidista que ejercía el cargo de vicepresidente, siendo decisiva
la posición del MAS en apoyo a la sucesión constitucional para la resolución democrática e
institucional de esa coyuntura crítica. El gobierno de Carlos Mesa se inició con el
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predominio de actores sociales y políticos de filiación izquierdista cuyas demandas se


concretaban en un referéndum vinculante para redefinir la política hidrocarburífera
mediante una nueva ley y la convocatoria para la realización de una asamblea constituyente
dirigida a “refundar el país”. Debido a la derrota de los partidos de la coalición
gubernamental, el MAS se convirtió en la fuerza política más importante del país, sin
embargo, la correlación de fuerzas en el parlamento quedó relativamente intacta y este
hecho tendría consecuencias decisivas para el decurso de la gestión gubernamental de
Carlos Mesa que adquirió contornos inéditos en relación a la gestión política puesto que
marca el fin de la democracia pactada e inaugura un proceso de transición con derrotero
incierto.

Los avatares de una transición

A partir de octubre de 2003, la política boliviana adquirió nuevos contornos porque


el flamante gobierno no se sustentó en una coalición de partidos, el poder ejecutivo carecía
de apoyo parlamentario mediante una bancada oficialista y la división convencional entre
oficialismo y oposición no se expresaba en tendencias constantes sino en alianzas
circunstanciales de acuerdo a los temas de la agenda congresal. Con todo, los partidos
tradicionales -MNR, MIR y ADN- que habían ejercido de manera alternada la conducción
gubernamental durante casi dos décadas, se transformaron en oposición parlamentaria, en
cambio, el MAS adoptó una postura ambigua pese a coincidencias puntuales con el
presidente de la Republica en temas cruciales, como la realización del referéndum y la
asamblea constituyente, conducta que fue estigmatizada como “oficialista” por grupos y
dirigentes de izquierda sin presencia en el parlamento y con influencia en algunos
movimientos sociales y sindicatos que protagonizaron los hechos de octubre.

Este nuevo mapa de actores sociales y políticos tuvo inmediatos efectos


institucionales con la aprobación de una reforma constitucional en febrero de 2004 que
incorporó instituciones de democracia directa como el referéndum, la iniciativa legislativa
ciudadana y la asamblea constituyente. Asimismo, y como un intento de responder a la
crisis de legitimidad del sistema de partidos, se incorporaron nuevas pautas para la
competencia electoral incorporando otros actores, bajo la figura de agrupaciones
ciudadanas y pueblos indígenas, con el criterio de romper el monopolio partidista en la
representación política, una demanda también enarbolada por la izquierda para cuestionar la
“partidocracia”.

En octubre de 2003 se inauguró una fase con el sello de la primacía de la política


pero sin la centralidad partidista que caracterizaba a la democracia pactada y circunscribía
la toma de decisiones a las relaciones entre poder ejecutivo y poder legislativo en una
lógica de subordinación a los dictámenes presidenciales. Además, las decisiones de los
espacios institucionales de la política se sometieron a la influencia de la acción directa de
movimientos sociales de diverso cuño, aunque el carácter de las demandas sociales y sus
exigencias procedimentales (referéndum, asamblea constituyente, nueva ley de
hidrocarburos) condujeron a su inevitable tratamiento en el ámbito legislativo.
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La importancia del parlamento con mayoría opositora y la carencia de fuerza


congresal por parte del gobierno, sumados al descrédito de los partidos de oposición y a la
popularidad del presidente de la República, se tradujo en una temprana relación de mutuo
bloqueo institucional entre el poder ejecutivo y el poder legislativo. Esto ocurrió en
aspectos secundarios, como nombramientos de autoridades, y en temas cruciales, como la
política hidrocarburífera. Las relaciones entre el poder ejecutivo y legislativo también se
vieron entorpecidas por la estrategia comunicacional que adoptó el presidente de la
República. Sin aparato ni cuadros partidistas, la eficacia del discurso de Carlos Mesa se
apoyó en el uso de medios de comunicación masiva y en la apelación argumentativa
mediante continuos “mensajes a la nación”, interpelando a la ciudadanía como audiencia y
utilizando a la opinión pública como medio de presión al parlamento en detrimento de las
mediaciones institucionales. Y aunque las encuestas otorgaban un elevado porcentaje de
apoyo a la figura presidencial este estilo de acción política fue perdiendo eficacia
interpelatoria, además, la evaluación de los costos negativos que implicaba la carencia de
representación parlamentaria llevó al poder ejecutivo a propiciar la conformación de una
bancada parlamentaria a partir de la articulación de una corriente oficialista compuesta por
diputados y senadores de diversos partidos, hecho que fue considerado como un acto hostil
y provocó una reacción corporativa de las bancadas partidistas exacerbando la pugna entre
poderes.

Por otra parte, la incorporación de nuevas instituciones tornó más complejo el


proceso decisional político, tal como ocurrió con el referéndum vinculante como
mecanismo de participación del pueblo en tanto cuerpo electoral para la definición de
políticas estatales en temas cruciales. La realización del referéndum sobre los
hidrocarburos, en julio de 2004, con una nítida victoria de las preguntas orientadas a la
elaboración de una ley que recupere la propiedad estatal de los yacimientos, incremente los
impuestos a las empresas extranjeras y restituya la presencia predominante de la empresa
estatal en la cadena productiva, puso de manifiesto una tendencia a la modificación de la
política económica prevaleciente en los últimos veinte años. Empero, la elaboración y
aprobación de la nueva ley de hidrocarburos demandó diez meses de tratamiento congresal
en un proceso sometido a múltiples dificultades, motivadas por los intereses de los sectores
empresariales, inversores extranjeros, movimientos sociales y por las diversas
interpretaciones del poder ejecutivo y de las bancadas parlamentarias respecto al tenor de
las preguntas del referéndum; finalmente, la norma aprobada fue cuestionada por la
generalidad de los actores políticos y sociales y la utilidad del referéndum puesta en duda.

Empero, esta complejización del proceso decisional y la creciente polarización en el


sistema de partidos adquirió contornos más preocupantes porque otra intensa movilización
social, en enero de 2005, modificó el escenario político a partir de la irrupción de otros
actores sociales, como los comités cívicos de Santa Cruz y Tarija -regiones en las cuales se
encuentran los yacimientos gasíferos más importantes- y sectores empresariales, opuestos a
la nacionalización y la asamblea constituyente. Estos sectores esgrimieron otras demandas
como la convocatoria a un referéndum sobre autonomías departamentales, una propuesta de
descentralización política orientada a la reestructuración del Estado unitario y centralista, y
la elección ciudadana de autoridades políticas departamentales (prefectos) en detrimento de
la prerrogativa presidencial de su designación directa. El planteamiento de estas propuestas
se originó en el departamento de Santa Cruz –pujante región de la zona oriental que fue
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relativamente ajena a los acontecimientos de octubre de 2003, focalizados en la zona


altiplánica- mediante acciones de protesta que incluyeron huelgas, bloqueos, marchas y un
multitudinario cabildo que cuestionó la autoridad estatal pero terminaron siendo
canalizadas legalmente a través de la recolección de miles de firmas de ciudadanos
solicitando la convocatoria a referéndum .

A partir de entonces, a la agenda de octubre (nacionalización de hidrocarburos y


asamblea constituyente) se contrapuso la agenda de enero (referéndum sobre autonomías
departamentales y elección de prefectos) y el accionar parlamentario se dividió de manera
más compleja porque las bancadas partidistas actuaban de manera indistinta de acuerdo a
los temas en cuestión --a pesar de la existencia de una confrontación central entre el MAS
que defiende la agenda de octubre, y los partidos tradicionales que promueven la agenda
de enero- y porque en algunas circunstancias fueron desplazadas por las brigadas
departamentales que respondían a intereses y presiones regionales, erosionando aún más la
fragilidad de las directrices partidistas. Así, a los actores sociales y políticos divididos por
orientaciones programáticas disímiles en torno a la política hidrocarburífera y la asamblea
constituyente se sumó una fractura en términos regionales (occidente versus oriente), con
fuerte carga identitaria y revestida de una nítida ideologización (unidad nacional versus
separatismo) poniendo en evidencia la importancia análoga adquirida por el clivaje regional
respecto al clivaje étnico-cultural y al clivaje estado/mercado.

Una de las consecuencias de esta modificación en el escenario político fue la


renuncia de Carlos Mesa, y luego, una propuesta gubernamental de acortamiento de
mandato y convocatoria a elecciones generales. Esto ocurrió en marzo de 2005 y aunque
ambas iniciativas fueron rechazadas por el parlamento, el presidente de la República atacó
duramente al MAS asumiendo el discurso de los adversarios de Evo Morales, acusado de la
autoría de los bloqueos y las protestas callejeras. Esta ruptura de la relación cooperativa
entre el MAS y el gobierno y el énfasis del discurso presidencial en la culpabilidad de Evo
Morales provocó que las manifestaciones de apoyo de sectores medios urbanos hacia la
figura del presidente de la República aparezcan revestidas de consignas anticampesinas y
antiindígenas, saliendo a relucir la faceta racista del clivaje étnico-cultural. La impugnación
a la conducta del MAS también estaba orientada a incidir en el debate congresal sobre la
nueva ley de hidrocarburos –la comisión respectiva estaba presidida por un diputado del
MAS- sobre cuya versión preliminar el poder ejecutivo tenía más críticas que coincidencias
puesto que cada uno entendía de manera distinta la recuperación de la propiedad estatal de
los hidrocarburos”. Pese a las diferencias, esta norma legal expresaba una nueva resolución
del clivaje estado/mercado porque anulaba la antigua ley favorable a los inversores
extranjeros y restituía el protagonismo de la empresa estatal en el rubro estableciendo,
además, un incremento en los impuestos y la adecuación obligatoria de los contratos
actuales a las nuevas disposiciones legales. Esta ruptura y la promulgación de una ley que
no contentó a nadie –ni al poder ejecutivo, ni al MAS, ni a los empresarios- provocó una
segunda ola de protestas sindicales sobre el tema hidrocarburífero con la consigna radical
de nacionalización. El MAS adoptó una postura centrista frente a dos posiciones
maximalistas -de los empresarios que exigían el veto presidencial a la nueva ley por su
carácter confiscatorio y algunos sectores radicalizados (maestros, universitarios, juntas de
vecinos) que la desechaban porque no interpretaba la demanda de nacionalización-, puesto
que defendió la aprobación de la nueva ley pero planteó su modificación, mediante
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procedimiento legislativo, para disputar la demanda de nacionalización despojándola de sus


contenidos radicales que se orientaban a la “expulsión” de las empresas extranjeras.

Sin embargo, si la nacionalización de los hidrocarburos dividía el accionar de la


izquierda partidista y sindical, estos actores coincidían en el pedido de convocatoria a la
asamblea constituyente y en el rechazo al referéndum sobre autonomías departamentales.
Precisamente, la crisis política de junio que concluye con la renuncia de Carlos Mesa tiene
como una de sus causas centrales la imposibilidad de conciliar en el congreso un
cronograma que permita la realización simultánea de ese referéndum y la elección de
constituyentes, propuesta defendida por el MAS. Ante el empantanamiento parlamentario,
no ajeno a estrategias conspirativas del MNR, MIR y NFR, el presidente de la República
emitió un decreto convocando a la realización de ambas consultas electorales pero las
cartas estaban echadas y se constituyó en el último fallido recurso político de Carlos Mesa
antes de su renuncia definitiva. En las calles, la protesta social por la nacionalización había
adquirido contornos de una movilización similar a la de octubre de 2003 y la crisis política
fue resuelta, de manera preliminar, con otra sucesión constitucional llegando a su fin el
primer intento de gestión gubernamental sin coalición partidista ni mayoría parlamentaria.
Después de este fracaso, y con la deslegitimación de la democracia pactada a cuestas, los
desafíos son enormes para un sistema de partidos sujeto, en los últimos tres años, a
modificaciones en su composición y en sus pautas de interacción, cuyas características
analizamos a continuación.

Recomposición del sistema de partidos

Desde octubre de 2003, el sistema de partidos está sometido a un intenso proceso de


recomposición, cuyos antecedentes se remontan a los resultados electorales de junio de
2002 y que marcan el comienzo del fin de la democracia pactada. Si bien las negociaciones
post-electorales del año 2002 concluyeron con la conformación de una coalición
gubernamental y una mayoría parlamentaria en torno a un partido tradicional, a la usanza
de los anteriores cuatro gobiernos, la caída de Sánchez de Lozada marcó el inicio de una
nueva fase en el funcionamiento del sistema de partidos e introdujo un sello de
incertidumbre respecto a su derrotero debido al acortamiento del período constitucional y a
la convocatoria a elecciones generales para diciembre de 2005. En suma, el sistema de
partidos boliviano enfrenta una situación de crisis que expresa los cambios que se han
sucedido en el último lustro, después de una década de estabilidad, y que se pondrán de
manifiesto en el nuevo escenario electoral.

En lo que sigue, efectuamos un balance de este proceso considerando los resultados


de los comicios presidenciales de 2002, los cambios acontecidos desde octubre de 2003,
prestando atención a la realización del referéndum y el impacto de elecciones municipales
de diciembre de 2004, y la redefinición del escenario político con el adelantamiento de los
comicios para elegir presidente y renovar el parlamento.

Comicios de 2002 e irrupción de la izquierda

Los resultados de la elecciones de junio de 2002 modificaron de manera sustantiva


la composición del sistema de partidos que, después de más de diez años de funcionamiento
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estable con base en cinco partidos políticos (MNR, ADN, MIR, UCS y Condepa) con
capacidad para conformar coaliciones gubernamentales, sufrió la irrupción de nuevas
fuerzas políticas (MAS, NFR y MIP) que enarbolaron posiciones contestatarias a la política
económica y al modelo político vigentes desde 1985 y ocuparon tres de las cinco posiciones
de privilegio entre los partidos con presencia parlamentaria. Es decir, las posturas
contestatarias circunscritas, en cierta medida, a la acción de los movimientos sociales
tuvieron su expresión en el escenario parlamentario a través de la presencia de fuerzas de
izquierda, como el MAS y el MIP, denotando un desplazamiento de las relaciones de
antagonismo entre movimientos sociales y partidos políticos -que se manifestaron a partir
de las protestas sociales de 2000 con una impugnación general a la “partidocracia” y al
neoliberalismo- hacia un política agonal caracterizada por la existencia de alternativas
electorales de diversa impronta programática y con capacidad de disputar el poder político.

Para comprender las consecuencias de este cambio es preciso esbozar, brevemente,


las fases por las que transcurrió el sistema de partidos desde 1982. Después de una fase
fundacional, entre 1982 y 1985, que se expresó en el desplazamiento del corporativismo
sindical por la representación partidista y el encauzamiento del conflicto político a las
pautas institucionales de la dinámica parlamentaria entre oficialismo y oposición, se inició
una fase de adaptación y estabilidad que transcurrió entre 1985-2002 y se caracterizó por el
predominio de una tendencia centrípeta en el sistema de partidos merced a la articulación
hegemónica de la democracia representativa y el neoliberalismo económico que incentivaba
el establecimiento de una lógica de pactos para la conformación de gobiernos de coalición,
con la presencia alternada de tres partidos en la conducción presidencial (MNR, MIR y
ADN) y el surgimiento del neopopulismo como corriente política expresada en dos nuevos
partidos (UCS y Condepa) que se adaptaron tempranamente a las pautas de funcionamiento
del sistema de partidos (Mayorga Fernando 2001). Esta fase tuvo un hito importante en
1997 con el ingreso de los dos partidos neopopulistas en la coalición gubernamental que
apoyó la gestión presidencial de Hugo Bánzer Suárez pero empezó a mostrar señales de
agotamiento, a partir de 1999, a raíz de la crisis que sufrieron ambos partidos por los
resultados negativos que obtuvieron en las elecciones municipales de ese año (Ver Cuadro
7) y por la emergencia de nuevos actores políticos que ingresaron a disputar el espacio
ocupado por Condepa y UCS con un discurso de cuestionamiento al modelo económico y a
los partidos tradicionales. Precisamente, estos nuevos actores políticos, sobre todo aquellos
vinculados a -o surgidos de- movimientos sociales y sindicatos, son los protagonistas que
irrumpen en el escenario político en los comicios de 2002 y su presencia marca el inicio del
fin de la fase de estabilidad del sistema de partidos.

Las negociaciones post-electorales concluyeron con la elección de Sánchez de


Lozada como presidente mediante el establecimiento de un pacto entre MNR y MIR
reproduciendo la lógica de la democracia pactada puesto que se trataba de la combinación
faltante entre partidos que habían ejercido la titularidad gubernamental, sin embargo, el
hecho más relevante era la presencia parlamentaria de NFR, MAS y MIP que desplazaron a
ADN y UCS, con escasa votación, y a Condepa, que perdió su personería jurídica (Ver
Cuadro 1).

Los cambios no se limitaron a estos desplazamientos en la preferencia electoral sino


que se manifestaron en la presencia de nuevas interpelaciones en la discursividad política,
11

puesto que MAS, NFR, y MIP esgrimieron posiciones contestatarias al proyecto estatal
vigente desde 1985. Este nuevo escenario político e ideológico provocó un desplazamiento
de la tendencia centrípeta que caracterizaba las interacciones en el seno del sistema de
partidos por una tendencia a la polarización. Esa tendencia centrípeta no era resultado del
simple despliegue de cálculos estratégicos de los partidos en función de la estabilidad
política y el acceso a recursos de poder sino expresaba el predominio de un centro
ideológico que ordenaba las prácticas y los discursos de los actores políticos como
expresión de la capacidad hegemónica de un proyecto estatal basado en la articulación de
una política económica dirigida reducir el intervencionismo estatal en la economía y una
lógica de pactos partidistas como procedimiento para resolver la titularidad gubernamental
y dotar de mayoría parlamentaria al gobierno de turno.

A partir de 1982, el sistema de partidos se (re)estructuró en torno a dos clivajes o


líneas de conflicto: autoritarismo/democracia y estado/mercado, cuya resolución se
condensó en una nueva matriz estatal que combinaba democracia representativa y
neoliberalismo económico como elementos que, una vez superados el autoritarismo militar
y el intervencionismo estatal, empezaron a ser cuestionados a partir de la emergencia de
nuevos clivajes y/o nuevas dimensiones de esas líneas de conflicto que se expresaron a
través de nuevas fuerzas políticas, tales como los partidos campesinos e indígenas. Entre
estas dimensiones de conflicto sobresalen demandas de rediseño institucional para
promover una mayor participación ciudadana en los asuntos públicos y propuestas de
transformación del sistema de representación política como expresiones del clivaje étnico-
cultural que pone de manifiesto la exclusión política y discriminación social de los
campesinos e indígenas. Asimismo, el resurgimiento del nacionalismo en relación a la
explotación de los recursos naturales replantea el clivaje estado/mercado a partir de la
restitución del protagonismo estatal en la economía y recupera los códigos del discurso del
nacionalismo revolucionario expresados en la antinomia nación/antinación, en la cual, la
nación es sinónimo de voluntad popular y soberanía estatal y la antinación expresa
intereses oligárquicos y dominación colonialista. En cierta medida, estos clivajes o
contradicciones marcaron el debate político en el proceso electoral de 2002 puesto que la
mayoría de las propuestas programáticas incorporaron en su oferta electoral la revisión de
la ley de capitalización o la reversión de las empresas públicas al dominio estatal, así como,
la convocatoria a una asamblea constituyente para modificar la Constitución Política del
Estado bajo el criterio de ampliación de la participación ciudadana e inclusión política de
las mayorías campesinas e indígenas. Estos temas, en los meses posteriores, definieron las
relaciones entre oficialismo y oposición impidiendo su tratamiento en el congreso y
condujeron a la oposición a adoptar acciones extraparlamentarias que culminaron con la
renuncia de Sánchez de Lozada y la desarticulación de la última coalición de gobierno de
esta fase de estabilidad del sistema de partidos.

Octubre de 2003, referéndum y elecciones municipales de 2004

Como vimos, el proceso electoral de 2002 se caracterizó por la emergencia de


fuerzas políticas que esgrimieron nuevas demandas y produjeron una polarización política
que desplazó la tendencia centrípeta que había caracterizado el funcionamiento del sistema
de partidos en la década de los noventa. Esta polarización se exacerbó con la conformación
12

de la coalición gubernamental entre MNR y MIR y la presencia de partidos de izquierda en


la oposición parlamentaria. Se produjo, pues, la última combinación posible entre los
partidos tradicionales que habían ejercido el poder gubernamental desde 1985 y cuya suma
de votos no superaba el cuarenta por ciento de apoyo en las urnas, asimismo, la
conformación de la coalición de gobierno prescindía, por primera vez desde 1989, de la
presencia de fuerzas políticas emergentes, las cuales, en conjunto, alcanzaron alrededor de
la mitad de la votación. La polarización en el sistema de partidos se combinó con el
conservadurismo en la coalición de gobierno6.

Cumplido el primer año de gestión gubernamental se produjo una ampliación de la


coalición de gobierno con el ingreso de NFR a las filas oficialistas en un afán de debilitar a
la oposición y disponer de una mayoría parlamentaria cercana a los decisivos dos tercios de
votos en el congreso. Empero, esta mayoría resultó ineficaz y evidenció los límites de su
manejo arbitrario cuando, por ejemplo, se realizó una cuestionada elección del Defensor del
Pueblo, desoyendo los reclamos de la oposición parlamentaria y las observaciones de
diversos sectores sociales. Empero, la consecuencia negativa más evidente del ingreso de
NFR a la coalición de gobierno fue el fracaso de un intento de concertación propugnado por
la Iglesia católica, puesto que la oposición parlamentaria, circunscrita al MAS y al MIP,
dejó de ser considerada por la coalición de gobierno como interlocutora válida para la
definición de los temas conflictivos suponiendo que la mayoría parlamentaria eliminaba la
necesidad de un acuerdo con la oposición y que el respaldo de las Fuerzas Armadas era la
garantía del control represivo de las protestas extraparlamentarias. En suma, inoperancia de
la coalición gubernamental, ilegitimidad de las decisiones congresales y exclusión de la
oposición del proceso de concertación fueron los elementos que caracterizaron la situación
política antes del inicio de las protestas de octubre de 2003.

Es decir, la política institucional se recluyó a sus pautas instrumentales y se afincó


en la lógica de coalición mayoritaria, prescindiendo de la oposición en la interacción
parlamentaria y apostando al control policial y militar de la protesta, en cambio, la acción
política de la oposición parlamentaria se desplazó a las calles adoptando medidas de
presión para influir en las decisiones gubernamentales subordinándose a los movimientos
sociales y sindicatos. El desenlace fue la renuncia presidencial y la desarticulación de la
coalición de gobierno después de una revuelta popular que derivó en una solución política
apegada a la norma constitucional merced a la decisión del MAS –cabeza de la oposición
en el parlamento y en las calles- de viabilizar la elección congresal del vicepresidente
Carlos Mesa.

Después de octubre de 2003, las demandas de nacionalización de los hidrocarburos


y asamblea constituyente –enarboladas por el MAS y otras fuerzas de izquierda- fueron
encaminadas a su tratamiento institucional mediante la aprobación de una reforma
constitucional en febrero de 2004 que introdujo el referéndum, la iniciativa legislativa
ciudadana y la asamblea constituyente como mecanismos mediante los cuales “el pueblo
delibera y gobierna” y expresan la forma democrática “participativa” del régimen de
gobierno. Asimismo, se introdujo una norma dirigida a menoscabar la centralidad partidista
a través de la incorporación de agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas en la
competencia electoral dando curso a una demanda de eliminación del monopolio partidista
13

en la representación política, vigente en los últimos cincuentas años. Es decir, los hechos de
octubre tuvieron consecuencias institucionales, empero, estas reformas tendrían efectos no
esperados para su promotores, tanto en el referéndum y en los comicios municipales
realizados en 2004 como en la utilización de la iniciativa legislativa ciudadana y del
referéndum -por parte de fuerzas rivales al MAS- para promover una propuesta de
autonomías departamentales en contraposición a la asamblea constituyente.

Sin una definición convencional de bloques parlamentarios –oposición y


oficialismo- el comportamiento congresal estuvo sometido a las presiones externas de
actores sociales (comités cívicos, sindicatos, entidades empresariales) que ahondaron los
problemas internos en los partidos expresados en fracturas en todas las bancadas
parlamentarias importantes. De la lógica de pactos que operaba como un chaleco de fuerza
porque subordinaba la labor congresal al poder ejecutivo se transitó a un accionar
autónomo que exacerbó los rasgos parlamentaristas del sistema de gobierno debido a la
debilidad política del presidente de la República cuyo “origen” de mandato era
permanentemente evocado por sus rivales y por sus propios voceros.

Aparte de la influencia de estas pautas de relación entre poder ejecutivo y legislativo


en la conducta de los partidos, estos enfrentaron dos eventos electorales –un referéndum y
elecciones municipales- que pusieron en evidencia las tendencias de cambio en el escenario
político.

El referéndum vinculante sobre los hidrocarburos se realizó nueve meses después


del cambio de gobierno y la mayoría de los partidos adoptaron una actitud pasiva, excepto
el MAS que asumió un protagonismo directo en la elaboración de las preguntas de esa
consulta y en la movilización de su aparato partidista-sindical para promover el voto por el
“sí” en tres preguntas y por el “no” en las dos restantes7. Además, su decisión fue
determinante para anular un boicot promovido por sectores radicales de izquierda, que
criticaban las preguntas del referéndum porque no expresaban la demanda de
nacionalización, y el tibio rechazo de sectores empresariales que consideraban que las
preguntas estaban orientadas a ahuyentar la inversión extranjera. Los partidos de oposición
inicialmente optaron por obstaculizar el proceso mediante la dilación del tratamiento de la
respectiva ley de convocatoria, impugnando las resoluciones del organismo electoral
respecto al carácter obligatorio de la participación ciudadana y estableciendo el criterio de
mayoría absoluta de votos para que dicha consulta adquiera carácter vinculante. Algunos
partidos optaron por la anulación de la consulta a través de demandas de
inconstitucionalidad que fueron rechazadas por la instancia judicial correspondiente, luego,
promovieron la abstención y el “no” en confrontación con el presidente de la República y el
MAS, mientras otros apostaron al voto afirmativo en las cinco preguntas para distinguirse
de las posiciones del MAS. Otra posición opositora adoptaron algunas organizaciones
sociales que llamaron al voto nulo, blanco o pifiado como expresión de rechazo a las
preguntas y considerando que, en coincidencia con algunos partidos de oposición, estaba en
juego una suerte de “plebiscito” respecto a la gestión presidencial.

Los resultados fueron un triunfo para el presidente de la República y para el MAS,


en ese último caso porque la orientación del voto demostró la fuerza de su arraigo electoral
en las regiones donde había vencido en los comicios de 2002. El “sí” venció en las tres
14

primeras preguntas con porcentajes de 86%, 92% y 87% y en las dos restantes con 54.8% y
61.7%, considerando los votos válidos y no los votos emitidos. Esta diferencia en las
preguntas 4 y 5 se explica porque el MAS desplegó una campaña por el “no” en ambos
casos y la distribución del voto muestra la eficacia de esa interpelación puesto que su
consigna venció en las regiones donde había obtenido el primer lugar en los comicios de
2002, demostrando su implantación territorial y la consistencia de las redes sindicales y
sociales articuladas en torno a la figura de Evo Morales (Romero 2004).

Con el antecedente de esa votación, pese a su carácter y especificidad, las elecciones


municipales realizadas cinco meses después ratificarían la fuerza del MAS, convertido en la
fuerza política más importante del sistema de partidos pese a que los resultados no
estuvieron acordes con sus expectativas ni con los temores de sus rivales.

En diciembre de 2004, el MAS obtuvo el primer lugar nacional con el 18.48 % de


votos mientras que los partidos de la ex-coalición (MNR, con 6.65%, MIR con 7.09% y
NFR, con 2.99%), sufrieron una merma considerable denotando el desgaste provocado por
su presencia en el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada. El caso más expresivo fue el de
NFR que perdió inclusive en su bastión electoral, Cochabamba, donde había vencido en las
tres anteriores elecciones municipales con mayoría absoluta. Otro partido emergente en los
comicios de 2002, el MIP, disminuyó su votación y ahondó su crisis interna traducida en la
división de su bancada parlamentaria y la renuncia de Felipe Quispe a su curul. Estos
desplazamientos en las preferencias electorales se tradujeron en el fortalecimiento de
fuerzas locales y en la incursión de nuevos partidos en el escenario político. Así, por
ejemplo, el Movimiento Sin Miedo (MSM), una agrupación de izquierda8 que venció en la
sede de gobierno y ocupó el segundo lugar a nivel nacional con 8.7% de la votación,
mientras que Unidad Nacional (UN) y Plan Progreso (PP), flamantes organizaciones
conducidas por ex-dirigentes del MIR obtuvieron porcentajes similares a los alcanzados por
los partidos tradicionales (Ver Cuadro 8) y, en el segundo caso, con una significativa
victoria en la ciudad de El Alto, uno de los municipios más poblados y, sin duda, el más
complejo por la historia reciente. Además, la aparición de estas nuevas organizaciones
políticas después de los hechos de octubre era un síntoma de la crisis interna del MIR que,
en el caso, del MNR asumió un carácter más grave porque no tuvo figuras de renovación y,
por ejemplo, en la zona en la que mantiene su arraigo electoral –Santa Cruz- su principal
figura participó como candidato de una agrupación ciudadana.

En suma, el MAS se constituyó en el único partido con relativa presencia nacional


pero su desempeño electoral se ensombreció porque no venció en ninguna de las
principales ciudades pese al despliegue de una estrategia electoral dirigida a los sectores
medios urbanos con la postulación de candidatos de perfil intelectual y profesional. Por su
parte, los restantes partidos, nuevos y tradicionales, asumieron el carácter de fuerzas
regionales. Esta distribución de la votación, con un partido vencedor con menos del veinte
por ciento y los cinco siguientes con una votación que osciló entre cinco y nueve por
ciento, muestra un cuadro de alta dispersión del voto.

Esta dispersión se explica por la especificidad local de los comicios municipales y


por el desgaste de los partidos tradicionales, sin embargo, también se trataba del primer
evento electoral con la participación de agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas que -
15

pese a no tener un desempeño relevante, excepto en los casos en que fueron utilizadas por
candidatos provenientes de partidos en una suerte de “reciclaje político”- ampliaron la
oferta electoral y fragmentaron la votación puesto que se inscribieron alrededor de
cuatrocientas siglas repartidas en 324 municipios en disputa y obtuvieron, en total,
alrededor de un tercio de la votación. Vale resaltar que el partido más perjudicado con esta
participación inédita fue el MAS puesto que muchas organizaciones campesinas e
indígenas que actuaron como sus aliados en los comicios generales de 2002 optaron, en esta
oportunidad, por una acción autónoma y, en algunos casos, en disputa respecto al partido
de Evo Morales.

Considerados, generalmente, como una muestra de apoyo o rechazo a los partidos


en función de gobierno, puesto que se realizan a mitad del período presidencial, estos
comicios municipales adquirieron otro sentido porque no concurrieron candidatos
oficialistas y los partidos enfrentaron en las urnas los efectos de los cambios provocados
por los hechos de octubre de 2003. Sin embargo, la crisis política tenía manifestaciones
pendientes y los hechos de junio –seis meses después de los comicios municipales-
condujeron a otra modificación del escenario político con consecuencias para el sistema de
partidos y para las estrategias electorales de las fuerzas políticas.

Hacia un nuevo escenario electoral

Como vimos, la crisis política de junio de 2005 fue resuelta mediante renuncia
presidencial y sucesión constitucional y con un preliminar acuerdo político para aprobar la
convocatoria a elecciones generales. Esto implicaba el acortamiento del período
constitucional mediante la modificación de un artículo de la Constitución Política del
Estado o la renuncia colectiva de los parlamentarios, exigida por amplios sectores de la
población. Después de intensas negociaciones y ante la amenaza del gobierno de convocar
a elección de presidente y vicepresidente de la República sin renovación del congreso –tal
como establecía la norma constitucional-, los partidos optaron por aprobar una reforma
constitucional que permitió adelantar las elecciones generales para diciembre de 2005.

Este acuerdo político implicó, además, la conciliación de las demandas contenidas


en la agenda de octubre (nacionalización de hidrocarburos y asamblea constituyente) y en
la agenda de enero (referéndum sobre autonomías departamentales y elección de prefectos)
mediante el establecimiento de un cronograma electoral que establece la realización
conjunta de los comicios generales y la elección de prefectos en diciembre de 2005 y la
realización simultánea del mencionado referéndum y la elección de constituyentes en julio
de 2006. Es decir, se trata de la aceptación tácita de un empate entre actores políticos y
sociales que enarbolan propuestas contrapuestas y que, además, se enfrentan en torno al
tema de los hidrocarburos que no fue resuelto con la promulgación de la nueva ley.

La postergación de estas demandas para su posterior tratamiento en la arena


parlamentaria pone al descubierto la debilidad generalizada de los partidos y la ausencia de
un proyecto político con capacidad hegemónica para articularlas en una nueva forma
estatal. Por ello, el debate electoral estará centrado en el papel del Estado en la economía
debido al fracaso del proceso de capitalización de las empresas públicas y la erosión de la
16

legitimidad del neoliberalismo antaño predominante, asimismo, el modelo centralista de la


organización político-administrativa del Estado estará sometido a la discusión en torno al
grado de descentralización por la vía de las autonomías departamentales mediante la
elección directa de autoridades políticas en el nivel subnacional y las prerrogativas
conferidas a los nuevos gobiernos departamentales. El diseño de un nuevo modelo de
gobernabilidad democrática dependerá del debate en torno a la institucionalidad política a
partir de criterios de inclusión, particularmente de identidades étnicas, y de eficacia de las
reglas para prevenir la reiteración de la crisis política. Es fácil advertir que el tratamiento de
estos temas no se agota en el proceso electoral, más aún, en la medida que el referéndum
sobre autonomías departamentales y la asamblea constituyente se llevarán a cabo
posteriormente, la definición de los contornos de la nueva forma estatal es un proceso que
tiene, en los comicios generales de diciembre de 2004, simplemente un punto de partida.

Por lo pronto, este escenario electoral es la antesala de una nueva recomposición en


el sistema de partidos tomando en cuenta las transformaciones ocurridas en los últimos tres
años y sus consecuencias en la mayoría de las fuerzas políticas. Uno de los protagonistas de
esta nueva fase en la historia del sistema de partidos será, sin duda, el MAS, cuyas
características analizamos antes de evaluar las perspectivas de los viejos y nuevos partidos
de una democracia sometida a la incertidumbre provocada por una crisis política que
pretende ser resuelta, de manera preliminar, mediante una consulta electoral a la ciudadana.

MAS: de la protesta a la propuesta

Orígenes y desempeño electoral

La historia de este partido presenta los avatares típicos de adaptación al entorno


institucional puesto que el origen de su conformación está imbricado con la trayectoria del
sindicalismo campesino y no transcurre de manera sincrónica con la historia de la sigla del
partido que sufrió varias vicisitudes antes de convertirse en el referente de la izquierda
boliviana. Los orígenes de la emergencia del MAS tienen doble ruta: por una parte, se
enmarca en el debate en el seno de la CSUTCB en torno a la decisión de conformar un
“instrumento político” de los sindicatos campesinos y los pueblos indígenas, empeño que
data de la década de los noventa y se enmarca en la conmemoración de los 500 años del
descubrimiento de América Latina. Por otra, se asienta en la fortaleza de las organizaciones
sindicales de los campesinos productores de hoja de coca,que adquiereron un protagonismo
peculiar debido a la importancia que tiene la “lucha contra las drogas” en las relaciones
bilaterales entre Bolivia y Estados Unidos, y en las relaciones entre los sindicatos y
organizaciones de izquierda tradicional con reducido apoyo electoral y escasa presencia
parlamentaria.

Desde 1992, diversos congresos de la CSUTCB resolvieron encarar la organización


de un partido político pero las divisiones internas y las pugnas entre sectores impidieron
una acción orgánica, más aún, este tema fue motivo de una disputa adicional entre diversos
dirigentes. Estas circunstancias impidieron la participación electoral de este sector con una
organización propia, motivo por el cual, en 1997, algunos dirigentes postularon como
candidatos de una fuerza de izquierda, la Izquierda Unida, vinculada al PCB y obtuvieron
17

alrededor del 4% de la votación nacional (Ver Cuadro 6) con una fuerte concentración de
su electorado en las zonas de influencia de los sindicatos de campesinos productores de
hoja de coca puesto que su principal dirigente, Evo Morales, fue candidato a diputado
uninominal consiguiendo la votación más alta del país Las razones de esta participación
bajo una sigla de la izquierda tradicional no tienen que ver solamente con la irresolución de
las disputas internas en la CSUTCB sino con el fracaso de un intento de obtención de
personería jurídica ante la Corte Nacional Electoral para un partido denominado Asamblea
por la Soberanía de los Pueblos (ASP) propiciado por algunas organizaciones sindicales
campesinas y, particularmente, cocaleras. Este intento fracasó por las pugnas de liderazgo
entre Evo Morales y otros dirigentes campesinos hasta que, a principios de 1999, la
utilización de una sigla –MAS- permitió a los seguidores de Evo Morales participar en las
elecciones municipales de 1999. Esta sigla correspondía a una minúscula organización de
izquierda proveniente de una división en el seno de un partido tradicional en extinción –
Falange Socialista Boliviana- y había obtenido su personería jurídica en 1987 y ofreció su
nombre al partido en ciernes de Evo Morales, denotando las dificultades para su
incorporación formal al escenario político electoral. Las pugnas al interior del sindicalismo
campesino en su organismo matriz nacional provocaron que el apoyo electoral al MAS se
circunscriba a las organizaciones sindicales de la zona del trópico y de los valles del
departamento de Cochabamba, obteniendo alrededor de 80 mil votos en los comicios
generales de 1997 -con la sigla IU- y algo más de 65 mil –como MAS- en los comicios
municipales de 1999 (Ver Cuadros 6 y 7). Se trataba de una votación concentrada
regionalmente que le permitió acceder al parlamento con cuatro diputados uninominales y
controlar varios municipios en zonas rurales. La labor del MAS era marginal y secundaria
en el parlamento, empero, las acciones de protesta de los sindicatos cocaleros revestían
particular importancia debido a los conflictos provocados por la política de erradicación de
plantaciones de hoja de coca implementada bajo presión norteamericana. En enero de 2002,
la presión norteamericana adquirió otro matiz puesto que Evo Morales fue expulsado del
parlamento con la acusación de haber “abusado de su inmunidad parlamentaria” para
“incitar a cometer acciones violentas que luego generaron graves delitos penales”, en
referencia a los enfrentamientos entre campesinos productores de hojas de coca y fuerzas
policiales que provocaron varias víctimas en un conflicto suscitado por disposiciones
gubernamentales relativas a la comercialización de la hoja de coca. El voto de 104
parlamentarios de los 127 que componen la Cámara Baja adoptaron esa decisión contra un
diputado opositor y sus consecuencias políticas se reflejarían en los comicios de junio de
ese año.

La injerencia norteamericana asumió un carácter análogo durante el proceso


electoral de 2002, puesto que el embajador norteamericano realizó declaraciones públicas
en contra de Evo Morales y su partido advirtiendo al electorado sobre las consecuencias
negativas que tendría la victoria de un candidato presidencial “vinculado al narcotráfico”.
Contra todos los pronósticos, el MAS obtuvo el segundo lugar con 20.94% de la votación y
su candidato pasó a disputar la presidencia de la República en la segunda vuelta congresal
frente a Gonzalo Sánchez de Lozada del MNR que había obtenido el 22.46% (Ver Cuadro
1). Con victorias electorales en cuatro de los nueve departamentos y una importante
representación parlamentaria en senadores y diputados, el MAS se convirtió en la segunda
fuerza política del país. La fuerza regional asentada en los sindicatos de los campesinos
productores de hojas de coca se transformó en un partido nacional que agrupa
18

organizaciones sindicales, comunidades indígenas y sectores urbanos de las ciudades de la


región occidental del país. Empero, al margen de las vicisitudes de la coyuntura electoral,
este desempeño tiene que ver con un contexto político que había sufrido varias
modificaciones al influjo de la crisis del modelo económico y la erosión de la legitimidad
de los partidos tradicionales, porque aparte del apoyo al MAS, la votación obtenida por
NFR y el MIP denotaba la capacidad interpelatoria de los discursos contestatarios. De ese
porcentaje cercano a la mitad del electorado, la mayoría se orientó a dos partidos de
izquierda con base campesina e indígena y con liderazgos de nuevo cuño, ajenos a la clase
política tradicional. El MAS y el MIP se convirtieron en los partidos de oposición al
gobierno pero se trataba de fuerzas parlamentarias con arraigo en diversos sindicatos y
sectores sociales organizados por lo que su labor opositora combinó la acción congresal –
confinada a la inercia por efecto de la mayoría parlamentaria oficialista- con la acción
directa en las calles. Los sucesos de octubre de 2003 tuvieron como antecedente una serie
de protestas de campesinos aymaras de la zona de influencia del MIP y una marcha
nacional de protesta convocada por el MAS contra la política del gobierno de Sánchez de
Lozada en torno a la exportación de gas natural.

Después de la caída de Sánchez de Lozada, el MAS se transformó en la principal


fuerza política, merced a la crisis de los partidos de la ex-coalición. Su influencia fue
notoria en el proceso del referéndum sobre hidrocarburos puesto que definió el contenido
de algunas preguntas de la consulta y propició la participación ciudadana a contramano de
posiciones de otros grupos de izquierda que optaron por el boicot y en oposición a sectores
empresariales que cuestionaban el referéndum. Los resultados fueron favorables a sus
directrices poniendo en evidencia su arraigo electoral puesto que en las zonas donde había
vencido en los comicios de 2002 se registraron votaciones afines a sus consignas en una
proporción relativamente similar.

La adopción de una posición moderada y centrista provocó un incremento de


percepciones positiva respecto a la figura de Evo Morales en las encuestas y su partido se
convirtió en el favorito en las elecciones municipales de diciembre de 2004, en las que
obtuvo el primer lugar con 18.48% de la votación aunque sin victorias en las ciudades más
importantes; otra fuerza de izquierda, el Movimiento Sin Miedo (MSM), venció en el
municipio de La Paz y alcanzó una votación de 8.74% a nivel nacional obteniendo el
segundo lugar, seguido del MIR y el MNR (Ver Cuadro 7). Es decir, las consecuencias de
los cambios provocados por los hechos de octubre de 2003 se manifestaron con una
tendencia del voto favorable a la izquierda y adversa a los partidos tradicionales, sin
embargo, otro dato relevante es la disminución de votación favorable al MIP (de 6.09% en
2002 a 2.43%) y a NFR (de 20.91 en 2002 a 2.99%), denotando las dificultades que
enfrentan estos partidos de nuevo cuño para consolidarse como fuerzas relevantes. La
crisis de los partidos de la coalición que apoyó a Gonzalo Sánchez de Lozada, los
problemas internos en el MIP, la debacle de NFR, el surgimiento de nuevos partidos con
arraigo regional, la exacerbación de la personalización de la representación en el nivel
municipal y la apertura nuevas modalidades organizativas provocaron “una inédita
dispersión del voto nacional” (Romero 2005: 40) que tuvo, sin embargo, la novedad de la
victoria electoral de la izquierda.
19

La victoria electoral del MAS fue considerada una derrota política pese a que se
constituyó en el único partido con presencia nacional, porque no obtuvo el control de
ninguna de las alcaldías de capitales de departamento, El descenso en su votación, respecto
a los comicios generales de 2002, se explica por varias razones entre las que vale resaltar el
carácter localista de la representación y el debut de agrupaciones ciudadana y pueblos
indígenas en la competencia electoral. Aunque estas no tuvieron una participación
auspiciosa, la presencia de estas candidaturas provocó una mayor dispersión en las
preferencias electorales y la mengua de la votación en algunos partidos, particularmente en
el caso del MAS que, en el pasado, había articulado una suerte de coalición político-social
con la presencia de organizaciones sindicales y comunidades indígenas que, en diciembre
de 2004, optaron por una participación directa en el ámbito municipal. La consolidación de
su base electoral, predominantemente rural, ratificó su perfil campesino e indígena y
aunque, a diferencia de sus adversarios, no sufrió un menoscabo en sus “cotos de caza” no
enfrentó exitosamente el desafío de incursionar con similar fuerza en los centros urbanos
más importantes y en aquellas regiones en las que no existen redes sindicales ni
comunitarias que suplan sus carencias orgánicas.

Características organizativas, estilo de acción y discurso político

El MAS es un partido atípico en términos organizativos. Su vínculo con los


sindicatos agrarios y comunidades indígenas le proporcionan rasgos peculiares puesto que
las fronteras entre movimiento sindical y organización política son difusas. Su origen
vinculado al debate en el seno de la CSUTCB respecto a la creación de un “instrumento
político” de los sindicatos campesinos y los pueblos indígenas establece esa característica
central de su momento fundacional porque las decisiones se asumen bajo las pautas del
asambleísmo de raigambre minera que, después de la revolución de 1952, impregnó la
cultura política de las organizaciones sindicales campesinas. El papel de su líder expresa
esa imbricación puesto que Evo Morales es jefe del partido y máximo dirigente de las
Federaciones de Trabajadores Campesinos del Trópico de Cochabamba, una entidad que
agrupa a los productores de hoja de coca de esa región. Su elección como diputado y su
participación como candidato presidencial no modificó su rol como dirigente sindical y, de
manera análoga, los dirigentes de las organizaciones de base (sindicatos, centrales
campesinas y federaciones regionales) asumen puestos de dirección en la organización
política y cargos de representación en el parlamento y en los consejos municipales, por lo
tanto, responden a criterios de selección que provienen de su desempeño sindical. Tanto la
selección de candidatos como la adopción de decisiones coyunturales se someten a esta
lógica asambleísta de corte sindical y, de manera análoga, las directrices del partido se
traducen en pautas para la acción sindical. En el despliegue de su estrategia electoral este
núcleo organizativo sindical se amplió mediante alianzas estratégicas con otros sectores
organizados que siguen pautas similares, por ejemplo, en las comunidades indígenas de
otras regiones y a través de acuerdos electorales con grupos políticos de la izquierda
tradicional que se subordinaron a las directrices de las organizaciones sindicales. Las
decisiones coyunturales y las definiciones tácticas del partido generalmente son resultado
de su aprobación en reuniones de las organizaciones sindicales en las cuales las directrices
de Evo Morales son determinantes.
20

Aunque existen antecedentes de participación electoral de dirigentes sindicales sin


mediación partidista, en la década de los cuarenta, y la acción política es un rasgo típico
del sindicalismo boliviano, el MAS es un hecho inédito de autorepresentación popular en el
seno de la izquierda boliviana. Su base social predominantemente campesina e indígena le
confieren, además, un carácter peculiar puesto que recoge tradiciones organizativas y
costumbres autóctonas que no formaban parte del acervo organizativo de la izquierda
boliviana. Con un discurso que asienta su legitimidad en la “consulta a las bases”, el MAS
recrea, sin embargo, las pautas autoritarias que caracterizan la conducta de los partidos
políticos de izquierda que operan bajo la lógica del centralismo democrático y el
caudillismo que predomina en la política en general, sin embargo, se constituye en el único
partido boliviano que comporta mecanismos de rendición de cuentas de lo obrado por los
dirigentes, aunque nunca se han realizado elecciones internas con el criterio del voto
individual sino bajo la premisa de la aclamación o selección de dirigentes o candidatos en
asambleas que no involucran a toda la militancia sino a los afiliados a algunos sindicatos.
Estas características parecen dar cuenta de un incipiente proceso de institucionalización
partidista que convive con un elevado grado de normatividad sindical en alguno ámbitos de
la red organizativa que forma parte del partido. Sin duda, desde una lectura de formalidad
institucional, como su apego a la Ley de Partidos Políticos, estamos ante una organización
política en ciernes, empero, considerando su densidad organizativa proveniente del mundo
sindical se trata del partido político menos sujeto a la lógica caudillista y poco propenso al
riesgo de una “oligarquización” en sus filas.

Esta mixtura de pautas organizativas también incide en su estilo de acción política


que combina la labor parlamentaria del partido con medidas de presión extraparlamentaria
encaradas por los sindicatos –bloqueos de carreteras, marchas, huelgas de hambre- que
ponen en evidencia una conflictiva relación con la democracia representativa. La consigna
esgrimida por Evo Morales después del proceso electoral como el principal desafío del
MAS, “transitar de la protesta a la propuesta”, refleja esta tensión entre una tradición
sindical contestataria a las políticas estatales mediante la acción directa y una estrategia
política que pretende ampliar su capacidad interpelatoria. Con una historia matizada, desde
mediados de la década de los ochenta, por enfrentamientos con las fuerzas policiales y
militares en el marco de la política de erradicación de las plantaciones de hoja de coca y
movilizaciones callejeras para plantear sus demandas, los métodos de lucha de los
sindicatos cocaleros se combinan con la labor parlamentaria del partido.

Sin embargo, los resultados son ambiguos puesto que la consecución de objetivos
mediante acciones extraparlamentarias se ha traducido en un desprestigio creciente ante
otros sectores sociales, principalmente de clase media urbana, que estigmatizan la conducta
del MAS con la figura del “bloqueo” de calles y carreteras, un método antidemocrático que
es utilizado de manera recurrente por diversos sectores sociales pero que es atribuido al
MAS como rasgo predominante de su accionar. Esto pese a su activa participación en la
realización del referéndum en julio de 2004, opuesta al rechazo de otras fuerzas de
izquierda, y a pesar de su apego a soluciones institucionales en los conflictos de octubre de
2003 y junio de 2005.

El discurso de este partido combina varios códigos ideológicos que recupera de la


izquierda boliviana pero se distingue nítidamente del reduccionismo clasista y obrerista de
21

los partidos marxistas. Rescata la crítica indigenista al nacionalismo revolucionario y su


proyecto de homogeneización cultural pero no esgrime el particularismo de las posturas
multiculturistas que caracteriza el discurso de otros sectores sindicales y partidos indígenas,
como el MIP. Su crítica al neoliberalismo se traduce en un rescate del nacionalismo
estatista de los años cincuenta que se refuerza con una postura “antiimperialista” resultante
de su enfrentamiento directo a la política norteamericana de erradicación de plantaciones de
hoja de coca, aunque su posición en torno a los hidrocarburos tiene matices respecto a la
propuesta de nacionalización planteada por otros sectores de izquierda y su participación en
los debates parlamentarios se orientó hacia una propuesta de nacionalización sin
confiscación ni expropiación. En la medida que el MAS se mueve en dos campos, el de la
subcultura de izquierda y en la discursividad política general, su discurso realiza
concesiones retóricas a sus adversarios de izquierda y asume posiciones cercanas a un
nacionalismo maximalista pero matiza su interpelación cuando compite con sus rivales de
“derecha” u “oligárquicos”.

Otro elemento que lo distingue de la izquierda tradicional es su apelación a


reivindicaciones étnico-culturales, empero su discurso no asume el carácter de un proyecto
indigenista excluyente, tal como acontece con el MIP y su propuesta de “nación aymara” ni
con otras posturas milenaristas que plantean la “refundación” de Bolivia como Collasuyo.
Su rescate de lo étnico-cultural no se contrapone al nacionalismo pero resignifica la noción
de pueblo –el sujeto revolucionario de los discursos populistas y nacionalistas- con la
noción de “pueblos indígenas”, como unidades que forman parte de una nación boliviana
multiétnica y pluricultural. Su confrontación con la política norteamericana de erradicación
de plantaciones de coca está revestida de otro componente cultural que se resume en “la
defensa de la hoja sagrada de la coca” aunque su postura no contradice con los postulados
del neoliberalismo que critica, puesto que rechaza la intervención gubernamental –
boliviana o norteamericana- para regular la producción y la comercialización de la hoja de
coca cuyos volúmenes de producción y precios de venta se definen por el libre juego de la
oferta y demanda en el mercado mundial de la droga. En esa medida, no es un “movimiento
al socialismo” sino un partido de izquierda nacionalista con base campesina y
reivindicaciones étnico-culturales, por ello, su nombre original -Asamblea por la Soberanía
de los Pueblos- que algunas veces adjuntó a su sigla expresa de mejor manera su propuesta:
es “asamblea” porque rescata la lógica sindical y comunitaria para la toma de decisiones, es
“soberanía” porque su lucha se despliega contra la injerencia norteamericana y por el
fortalecimiento del Estado frente a las empresas transnacionales, y se refiere a “los
pueblos” porque desplaza la noción de pueblo, como la alianza de clases del nacionalismo
revolucionario o como frente popular de la izquierda marxista, por la idea de “pueblos
indígenas”, portadores de una cosmovisión que resistió quinientos años de dominación
colonial y explotación capitalista. Se trata, pues, de un discurso complejo por efecto de la
confluencia de elementos ideológicos de diversa impronta que se combinan de manera
precaria y denotan una debilidad programática.

La figura de su líder, Evo Morales, sinteriza en cierta medida estos rasgos del
discurso del MAS por su papel dirigente a la cabeza de los sindicatos campesinos
productores de hoja de coca enfrentados a la política norteamericana, por su trayectoria en
el campo de la izquierda sindical y partidista y porque es el primer indio9 con posibilidades
de ocupar la presidencia de la República en una sociedad caracterizada por la
22

discriminación social de la mayoritaria población campesina e indígena y su exclusión


fáctica del escenario político hasta comienzos del siglo XXI. Con la irrupción del MAS y
del MIP, la izquierda boliviana inaugura un tercer ciclo en su historia. De los partidos
obreros de carácter marxista de la posguerra del Chaco y los partidos socialistas y
socialdemócratas de origen universitario surgidos en la década de los setenta y decisivos en
la transición democrática a los partidos campesinos e indígenas que esgrimen propuestas
nacionalistas y proyectos de sociedad multiétnica y pluricultural en el marco del juego
democrático electoral.

Con un base electoral estable, arraigo social, fortaleza organizativa –aunque con
déficit de institucionalización- y un liderazgo propio, este partido expresa la irrupción de
nuevas demandas y nuevas identidades en la política boliviana, con capacidad de incidir en
el decurso del proceso democrático y en el cariz de las reformas estatales, merced a su
conversión en una fuerza relevante en el sistema de partidos.

El sistema de partidos ante un nuevo proceso electoral

El recuento de los acontecimientos políticos y electorales de los últimos años


muestra el debilitamiento generalizado de las fuerzas que configuraron el sistema de
partidos como resultado de las elecciones de 2002, exceptuando al MAS que expresa la
consolidación de la izquierda como una corriente política relevante. Este mapa de actores
políticos se modificará de nueva cuenta por efecto de los comicios generales previstos para
diciembre de 2005 porque, paralelamente al debilitamiento de la mayoría de los partidos,
surgieron nuevas organizaciones políticas que disputarán su presencia en el sistema de
partidos.

Son los prolegómenos de una nueva modificación en la composición en el sistema


de partidos aunque con la reiteración de los rasgos de multipartidismo polarizado presentes
desde los comicios de 2002. Esta tendencia se mantiene porque el próximo escenario
electoral se caracteriza por la existencia de posturas ideológicas opuestas en torno a los
clivajes estado/mercado, étnico-cultural y regional, sin embargo, el mapa de fuerzas
políticas que representan estas posturas no está definido de manera nítida, particularmente
con relación a la defensa y continuidad del modelo económico implementado desde la
década de los ochenta o al impulso de la demanda de autonomías departamentales que
contrastan con las propuestas de nacionalización o reivindicaciones étnicas esgrimidas por
la izquierda de manera más unitaria. Precisamente, la izquierda tiene posibilidades de
aglutinarse en torno al MAS como principal fuerza política que represente las demandas de
nacionalización y asamblea constituyente, en cambio, los partidos tradicionales, nuevos
partidos y otras fuerzas electorales se disputarán la representación política de un proyecto
que tiene como su principal adversario al MAS.

A partir de este preliminar mapa electoral no es posible esbozar los rasgos del nuevo
sistema de partidos, sin embargo, una mirada a las perspectivas electorales de los diversos
partidos permite vislumbrar algunas tendencias al respecto y, para ello, abordamos el
análisis de los diferentes partidos considerando la relación entre liderazgo, consistencia
23

organizativa, arraigo electoral, propuesta programática y aptitud para establecer alianzas


electorales en los comicios generales de diciembre de 2005.

El MAS y las alianzas en la izquierda

El MAS es el único partido que dispone de una base electoral relativamente


nacional, consolidada en los últimos comicios municipales. Dispone, asimismo, de
capacidad de movilización a partir de la fortaleza organizativa de los sindicatos campesinos
y otras organizaciones sociales que no forman parte de la estructura partidista pero actúan
siguiendo sus directrices. Su unidad organizativa no está en riesgo y se refuerza por el
carácter incuestionable del liderazgo de Evo Morales cuyo doble rol de dirigente sindical y
jefe político refuerza su capacidad de conducción unitaria. A partir de su crítica al
neoliberalismo y a la “partidocracia” ha elaborado una difusa propuesta programática que
combina el nacionalismo estatista en lo económico y reivindicaciones étnico-culturales en
lo político que pretenden plasmarse en la asamblea constituyente –su principal objetivo-,
definida como un evento destinado a “refundar el país”, consigna que pone en evidencia los
límites de su capacidad para desplegar una acción hegemónica que le permita ampliar su
radio de interpelación electoral.

El perfil sociológico de su base electoral, las características de las organizaciones


sociales que lo secundan, la condición étnica de su líder y la orientación ideológica de su
propuesta lo convierten en la principal fuerza política de la izquierda con expectativas de
victoria electoral. Sin embargo, esos atributos adquieren un cariz negativo debido a la
asociación negativa que varios segmentos poblacionales, principalmente urbanos,
establecen entre la conducta del MAS y las protestas sociales. Si el desafío del MAS era
“transitar de la protesta a la propuesta”, en los últimos meses se agudizó la percepción
generalizada de que la protesta -los bloqueos- es el rasgo predominante de su accionar. Sin
duda, el desafío central que enfrenta el MAS es superar su “encierro identitario”, de
raigambre campesina e indígena, y su estigma de “bloqueador” como un rasgo de conducta
antidemocrática. En ese afán, el MAS encaró el nuevo escenario electoral con una probable
alianza con el MSM, es decir, un acuerdo preliminar entre los dos partidos más votados en
las elecciones municipales de diciembre de 2004 y que presentan rasgos complementarios
puesto que el MSM es una fuerza regional que tiene su bastión electoral en la ciudad de La
Paz, donde venció en las elecciones municipales de 1999 y 2004 con apoyo –cercano a la
mitad del electorado en la última contienda- de diversos sectores sociales de esa urbe y con
una fuerte presencia juvenil. Se trata, sin duda, de una estrategia dirigida a romper ese
cerco identitario y, además, a propiciar la convergencia de las distintas agrupaciones
sociales y políticas de filiación izquierdista en torno a este núcleo compuesto por las dos
fuerzas electorales más importantes. Estas circunstancias favorecen la posibilidad de un
liderazgo único en las filas de la izquierda mediante la conformación de un “frente amplio”,
susceptible de articular una diversidad de actores sociales y políticos que comparten de un
sustrato común, esto es, su oposición al neoliberalismo y su crítica a los partidos
tradicionales.
24

Este primer intento de alianza modificará, sin duda, las expectativas y las estrategias
de otros sectores vinculados a la izquierda sindical y a algunos movimientos sociales. Una
convergencia electoral en torno a la candidatura de Evo Morales también tendrá efectos
importantes en las condiciones de producción discursiva del MAS porque la inexistencia
de una candidatura rival en el campo de la izquierda mitigará la necesidad de una
radicalización de sus posiciones, imprescindible para ampliar su capacidad de interpelación
en el proceso electoral.

Un hecho que puede favorecer sus aspiraciones electorales es la improbable


participación electoral del MIP y NFR, los partidos que surgieron, junto con el MAS, en los
comicios de 2002, esgrimiendo discursos contestatarios. El MIP, aparte de una mengua en
su votación en los comicios municipales, enfrenta problemas internos traducidos en la
división de su reducida bancada y la renuncia de su jefe nacional a su curul. Por su parte,
después de obtener el tercer lugar en las elecciones generales de 2002, NFR no logró
transformar su apoyo electoral en la conformación de una organización que exceda las
fronteras de Cochabamba, su bastión electoral durante diez años, donde fue derrotado en
los comicios municipales de 2004. Su ingreso a la coalición gubernamental dos meses antes
de octubre de 2003 y una conducta parlamentaria errática provocaron divisiones en sus
filas. El único aspecto intangible es el liderazgo de su jefe nacional, Manfred Reyes Villa,
quien ha optado, inicialmente, por participar como candidato a prefecto por el departamento
de Cochabamba anulando sus aspiraciones presidenciales. En estas circunstancias, ambos
partidos tienden a convertirse en fuerzas irrelevantes en el escenario electoral.

Los partidos tradicionales y sus dilemas

Los partidos tradicionales enfrentan diversos problemas relativos a fortaleza


organizativa, arraigo electoral, propuesta programática, liderazgo y aptitud para establecer
alianzas electorales.

El MNR presenta conflictos internos provocados por la ausencia obligada de su jefe


nacional, Gonzalo Sánchez de Lozada –radicado en Miami-, que se han traducido en la
fractura en su bancada parlamentaria y cuestionamientos a los dirigentes sustitutos que
deben encuadrar su comportamiento a directrices emanadas del extranjero que ponen en
cuestión su autoridad. No se vislumbra una tendencia interna con capacidad de asumir una
conducción unitaria del partido ni un liderazgo con aptitud para remplazar la figura de
Sánchez de Lozada como candidato presidencial. Además, carece de propuestas respecto a
los temas de la agenda política, excepto la defensa de sus posturas contrarias a la
nacionalización y a la asamblea constituyente o su adecuación a las demandas de
autonomía departamental como parte de una estrategia de supervivencia y también como
una actitud reactiva respecto al MAS. Por otra parte, este partido –el de mayor arraigo
electoral en la historia contemporánea- sufrió un proceso de regionalización que se puso de
manifiesto en los comicios municipales de 2004, con un apoyo concentrado en la zona
oriental del país. Sin posibilidades de renovación de liderazgo, con dilemas en la
conducción partidista, sin reformulación programática y un electorado concentrado
regionalmente, el MNR enfrenta en condiciones desfavorables el nuevo escenario electoral
y, por ello, tiene escasas posibilidades de establecer alianzas en torno a su sigla o candidato.
Su estrategia se orientará a preservar el apoyo electoral en la zona oriental, principalmente
25

en Santa Cruz, y transformarse en la expresión partidista de los sectores empresariales y


cívicos que promueven las autonomías departamentales, aunque en ese afán debe enfrentar
pretensiones similares de otros partidos, como el MIR, y de otras figuras políticas, como el
ex–presidente Jorge Quiroga.

El MIR enfrenta una realidad similar aunque su pragmatismo le otorga un amplio


margen de acción para articular de manera indistinta los temas de la discursividad política,
tal como ocurrió con la demanda de asamblea constituyente en el proceso electoral de 2002
o la propuesta de autonomías departamentales e, inclusive, la nacionalización de los
hidrocarburos en la actualidad. Las pugnas entre corrientes internas de índole regional y la
ausencia de pautas institucionales para renovar el liderazgo de Jaime Paz Zamora provocó
la dimisión de importantes dirigentes que terminaron forjando sus propias organizaciones
partidistas. También sufrió la división de su bancada parlamentaria y las consecuencias de
su presencia en el gobierno de Sánchez de Lozada se manifestaron en las elecciones
municipales de 2004 en las que alcanzó el seis por ciento de votos aunque obtuvo una
victoria en la capital del departamento de Tarija. Este hecho resultó decisivo para una
reformulación de su estrategia puesto que Jaime Paz Zamora, su jefe desde la fundación del
partido y cuatro veces candidato presidencial, optó por presentarse como candidato a
prefecto por ese departamento abriendo una posibilidad de renovación de liderazgo en su
partido. El protagonismo de sus parlamentarios en la defensa de la propuesta de autonomías
departamentales propugnada por Santa Cruz y el repliegue de su jefe al espacio electoral
regional de Tarija le proporciona ventajas en la disputa por convertirse en la fuerza política
representativa de esos departamentos, con una importancia económica decisiva porque
contienen los yacimientos de gas natural y una incidencia electoral importante porque son
los distritos electorales con menor presencia de la izquierda y mayor rechazo al MAS. Por
estas características, el MIR tiene varias opciones para enfrentar los comicios venideros sin
augurios negativos. En suma, con posibilidades de resolver sus problemas internos de
renovación de liderazgo, mantener su bastión electoral y ampliar su presencia en otras
regiones, el MIR aparece como uno de los partidos tradicionales con posibilidades de
mantener su vigencia en el escenario político a través de una candidatura propia o formando
un frente con alguno de los nuevos partidos.

Los nuevos partidos y las agrupaciones ciudadanas

Una novedad de los comicios municipales de 2004 fue la emergencia de dos nuevos
partidos organizados por ex –dirigentes del MIR. Se trata de Plan Progreso (PP) de José
Luis Paredes y Unidad Nacional (UN) de Samuel Doria Medina que obtuvieron,
respectivamente, el quinto y sexto lugar con porcentajes que bordean el seis por ciento de la
votación nacional. En el primer caso, Paredes fue alcalde reelecto con mayoría absoluta en
la ciudad de El Alto –con una importancia política y electoral decisiva en el contexto
nacional- y aunque su votación se concentró en esa urbe, este dato le proporciona –
precisamente- un interesante margen de negociación que se amplía porque carece de
candidato presidencial y, en esa medida, se perfila como una organización política
susceptible de formar parte de un frente electoral enfrentado al MAS, su principal rival en
El Alto.
26

En el segundo caso, el partido de Samuel Doria Medina no obtuvo ninguna victoria


importante en los comicios municipales pero logró su propósito de estructurar una
organización política con presencia en varios departamentos sobre la base de conductas
distintivas respecto a su ex–partido con la realización de elecciones internas para nominar
dirigentes y candidatos. En cierta medida, la participación electoral de UN se inscribe en
una estrategia de construcción partidista paralela a la forja de una imagen de su jefe como
candidato presidencial merced a su prestigio empresarial, al despliegue de una labor
filantrópica que evoca el estilo de los partidos neopopulistas y a una intensa campaña
mediática. Situado en los primeros lugares en las encuestas de opinión, el jefe de UN
pretende ocupar el espacio de los partidos tradicionales a partir de un discurso crítico
respecto a Evo Morales y, en esa medida, tiene coincidencias con otras fuerzas para
articular alianzas a partir de sus aspiraciones presidenciales.

Finalmente, está la figura de Jorge Quiroga a la cabeza de una agrupación ciudadana


y, remotamente, como candidato de ADN. Jorge Quiroga fue presidente de la República
entre 2001 y 2002, debido a la renuncia de Hugo Bánzer Suárez por razones de salud. En
los comicios de 1997 había participado como candidato vicepresidencial por ADN y
asumió la presidencia por sucesión constitucional y mantuvo el apoyo de la coalición
gubernamental. A la culminación de su breve gestión renunció a su partido pero esta
decisión no implicó su alejamiento de la política porque intentó –fallidamente- formar una
corriente política en ocasión de la realización de los comicios municipales de 2004
mediante el establecimiento de una red de candidatos a alcalde de diversos partidos y
agrupaciones ciudadanas. Pese a su enfrentamiento con el MNR tiene afinidades
ideológicas con Gonzalo Sánchez de Lozada y tiende a ocupar su lugar en el espectro
político aunque mantuvo un cauto y llamativo silencio ante los acontecimientos de octubre
de 2003 y junio de 2005. En este caso, se trata de un liderazgo fuerte pero sin organización
política, sin posturas explícitas ante los temas del debate actual y con una importante
intención de voto favorable en las encuestas. En el escenario electoral aparece como el
principal contendiente de Evo Morales y esta posición le otorga un amplio margen para
establecer alianzas en torno a su candidatura presidencial.

En suma, las elecciones generales provocarán otra modificación en la composición


del sistema de partidos aunque la polarización que caracteriza su dinámica actual no
muestra señales de mitigación a pesar de las estrategias electorales de los diversos partidos
que orientarán sus ofertas programáticas a una posición centrista para cautivar al votante
medio. La recomposición se expresará en la consolidación de la izquierda como actor
relevante después de veinte años de presencia marginal en la política institucional pero con
otros contenidos programáticos y perfil identitario, debido al carácter predominantemente
campesino e indígena del MAS y su propuesta nacionalista. Por otra parte, el ocaso de los
partidos tradicionales, particularmente del MNR y ADN, provocará su desplazamiento por
nuevas fuerzas políticas bajo la conducción de liderazgos renovados. Y este es otro dato del
fin del ciclo de la democracia pactada porque, después de dos décadas, la izquierda ocupa
un lugar preponderante y los líderes que estuvieron en el centro de la escena política en las
décadas pasadas –Bánzer, Paz Zamora y Sánchez de Lozada- sucumbieron al paso del
tiempo o a las vicisitudes de la historia. La renovación generacional en el liderazgo político
puede promover la gestación de un nuevo estilo de acción política que exige el
desplazamiento de la democracia pactada por un pacto democrático que no puede limitarse
27

al protagonismo exclusivo de los partidos a pesar de su renovación y debe incluir a una


sociedad civil que mediante la rebelión ha demostrado los límites y la erosión de la
legitimidad de la política institucional. Restituir esa legitimidad perdida es el principal
desafío de la democracia boliviana.

Cochabamba, julio de 2005

Bibliografía

Albó, Xavier 2002 Pueblos indios en la política (La Paz: Plural/Cipca)

Mayorga, Fernando 2001, Neopopulismo y democracia. Compadres y padrinos en la


política boliviana (La Paz: Plural)

Mayorga, René 2002 “La metamorfosis del sistema de partidos” en Opiniones y Análisis
(La Paz:Fundemos), Núm. 60.

Quispe, Ayar 2003 Indios contra indios (La Paz:Nuevo Siglo)

Romero, Salvador 2004 “El referéndum 2004: una interpretación de los resultados”, en
Opiniones y Análisis (La Paz: Fundemos), Núm. 70.

Romero, Salvador 2005 En la bifurcación del camino. Análisis de los resultados de la


Elecciones Municipales 2004 (La Paz:Corte Nacional Electoral).

Notas
* Boliviano. Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctor en Ciencia
Política por la FLACSO, sede México. Catedrático en la Carrera de Sociología y director general del Centro
de Estudios Superiores Universitarios (CESU) de la Universidad Mayor de San Simón en Cochabamba,
Bolivia. Autor de varios libros y ensayos sobre democracia, neopopulismo, partidos y discurso político.

1. Ante la renuncia de Carlos Mesa y la inexistencia de vicepresidente en ejercicio, le correspondía asumir la


jefatura de gobierno al presidente del Senado; en caso de una declinación personal de esta autoridad la
sucesión debía recaer en el presidente de la Cámara de Diputados y, en caso de una decisión análoga, recién
entonces le correspondía a la cabeza de la Corte Suprema de Justicia asumir la presidencia de la República.
Esto, que parece un juego de palabras, oculta la trama de intereses políticos en juego, puesto que los
presidentes del Senado y de Diputados son miembros de los partidos políticos –Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) y Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR)- que formaron la coalición
parlamentaria que eligió a Sánchez de Lozada. La doble “declinación” personal fue resultado de
movilizaciones callejeras de sectores sindicales (mineros, campesinos, maestros), invocaciones de la Iglesia
católica, huelgas de hambre realizadas por alcaldes y dirigentes sociales en varias capitales y “sugerencias” de
las Fuerzas Armadas, así como, de la presión de los partidos de izquierda con representación parlamentaria,
particularmente del Movimiento Al Socialismo (MAS), promotor de las protestas en las calles, e inclusive de
una interpelación mediática del presidente renunciante que pidió esa declinación personal porque existía el
riesgo de una “guerra civil”. Esta amplia y casual convergencia de actores disímiles tuvieron como
motivación común evitar los riesgos de una ampliación y radicalización de las protestas y una eventual
28

intervención militar en tareas represivas, con incalculables consecuencias, o un golpe de estado que
interrumpa el período de estabilidad democrática más largo de la historia política boliviana.

2. Nacido en una comunidad aymara en el departamento de Oruro y emigrado a la zona de producción de hoja
de coca a principios de la década de los ochenta, Evo Morales es el jefe del MAS desde su fundación en 1999.
En junio de 2002 fue elegido parlamentario con el mayor porcentaje de votos obtenidos por un diputado
uninominal y alcanzó el segundo lugar como candidato presidencial. Si incursión en la arena parlamentaria se
produjo en 1997, siendo elegido diputado uninominal como parte de la bancada del frente Izquierda Unida,
sigla que fue utilizada por los sindicatos de productores de hoja de coca para incursionar en la escena política
y obtener cuatro curules. Es el principal dirigente de las cinco federaciones sindicales de campesinos
productores de hoja de coca de la región tropical de Cochabamba, iniciando su carrera sindical como
secretario de deportes en 1981 hasta asumir el cargo de secretario ejecutivo en 1988, siendo reelecto hasta la
fecha pese a los debates internos respecto a su doble condición de dirigente sindical y líder político. Felipe
Quispe, aymara originario de una comunidad cercana al lago Titicaca, fue candidato presidencial en 2002, su
primera incursión electoral, y elegido diputado por el departamento de La Paz, empero, a los pocos meses
renunció a su curul debido a discrepancias en la reducida bancada del MIP, fundado en noviembre de 2000.
Sin carrera sindical previa y a partir de la fama que adquirió por su apresamiento bajo la acusación de
terrorismo y levantamiento armado al mando de un grupo de activistas de filiación indigenista y marxista, se
hizo cargo de la conducción de la confederación nacional de sindicatos campesinos en 1998, Pese a su
protagonismo en los levantamientos campesinos, su liderazgo fue impugnado y la CSTUCB se fracturó en
2001 en dos tendencias, una de ellas vinculada al MAS. Al respecto, Quispe 2003 y Albó 2002.

3. Después de la experiencia negativa de la UDP, se formaron cinco gobiernos de coalición: entre 1985-1989,
el gobierno de Paz Estenssoro del MNR con el apoyo –circunscrito al parlamento- de ADN; entre 1989-1993,
Paz Zamora del MIR con apoyo de ADN; entre 1993-1997, Sánchez de Lozada del MNR con apoyo de UCS
y MBL; entre 1997-2002, Bánzer Suárez de ADN con apoyo del MIR, UCS y Condepa. En 2002, es reelegido
Sánchez de Lozada del MNR con apoyo del MIR y UCS y, posteriormente, NFR. Los acuerdos entre
oficialismo y oposición, particularmente aquellos suscritos en 1991 y 1992, permitieron encarar una serie de
reformas institucionales, incluida una modificación parcial de la Constitución Política del Estado, y redefinir
la orientación de las políticas públicas.

4. Nueva Fuerza Republicana es un partido fundado en 1997 en torno a la figura de Manfred Reyes Villa,
alcalde de la ciudad de Cochabamba durante la década de los noventa y elegido con mayoría absoluta en tres
ocasiones, antes de postular a la presidencia en 2002. Estableció una alianza con ADN en 1997 para apoyar la
candidatura de Hugo Bánzer Suárez y participó en la coalición gubernamental entre 1997 y 2001. Obtuvo el
tercer lugar en los comicios presidenciales de 2002, con una diferencia menor a mil votos respecto al MAS, y
formó parte de la oposición al gobierno de Sánchez de Lozada hasta su incorporación a la coalición oficialista
en agosto de 2003, dos meses antes de la revuelta popular de octubre de ese año que precipitó la caída del
gobierno. Más afín a los partidos neopopulistas y dotado de un difuso discurso municipalista, NFR carece de
los elementos ideológicos y de la base social sindical que caracterizan a la izquierda pese a coincidencias
programáticas durante el proceso electoral, además, su presencia en las dos últimas coaliciones de gobierno lo
sitúa más cerca de los partidos tradicionales que de las fuerzas de izquierda.

5. Utilizamos esta denominación para referirnos a las organizaciones políticas fundadas con anterioridad a la
transición democrática y que han tenido una presencia estable en el sistema de partidos durante este período
democrático. El MNR es un partido en vigencia desde la década de los cuarenta y actor central de la
revolución nacionalista iniciada con la insurrección de 1952. El MIR se fundó a principios de los años setenta
y como corriente de orientación socialdemócrata jugó un papel importante en la transición democrática. ADN
es un partido de tinte conservador organizado en 1979 en torno a la figura del ex-dictador Bánzer. Aunque
provienen de distintas vertientes ideológicas convergieron en una posición centrista afín al neoliberalismo en
economía y a la democracia representativa en política pese a su filiación nacionalista (MNR), izquierdista
(MIR) y fascista (ADN). El ejemplo más nítido de la capacidad hegemónica de ese centro ideológico fue el
establecimiento de la alianza entre MIR y ADN en 1989, después de ser enemigos en el golpe de estado de
1971, porque ADN se adscribió plenamente a las pautas de la democracia representativa apoyando a Jaime
Paz Zamora y el MIR se hizo cargo de la administración de un modelo económico que cuestionó en su
campaña electoral.
29

6. Es preciso señalar que paralelamente a la renovación en el sistema de partidos se produjo la profundización


de un aspecto deficitario vinculado al escaso grado de institucionalización de sus unidades constitutivas,
puesto que la implementación de la Ley de Partidos Políticos sigue siendo una asignatura pendiente que,
ahora, corre un riesgo mayor para su puesta en vigencia. Esta fue promulgada a fines de 1999, empero la
adecuación del funcionamiento de los partidos a sus normas fue pospuesta y no existen posibilidades de que
se revierta esta tendencia. En el transcurso de 2000, los tres partidos de mayor tradición y capacidad
institucional –MNR, MIR y ADN- tuvieron serios inconvenientes para aplicar normas de democracia interna
en la elección de sus dirigentes y sus comicios internos fueron motivo de impugnación por parte de los
perdedores o, bien, los sectores en disputa terminaron por modificar las reglas para evitar impugnaciones a la
legitimidad de los resultados y riesgos de división interna. Si esto aconteció con partidos de larga trayectoria y
experiencia organizativa es obvio que los nuevos partidos presentan características organizacionales menos
consistentes como para suponer que su funcionamiento se encuadre en criterios institucionales, es decir, que
se adapte a las exigencias de la Ley de Partidos Políticos. No hay que perder de vista que toda organización
política enfrenta continuamente desafíos de adecuación al entorno institucional, aunque en este cometido
adquieren un peso especifico las rasgos del momento fundacional de cada organización política. El origen
caudillista de NFR y la escasa autonomía del MAS y el MIP respecto a las organizaciones campesinas y/o
indígenas son elementos que influyen negativamente en la posibilidad de un funcionamiento partidista
ajustado a normas de democracia interna. Es evidente que, en relación al MAS y MIP, si su fortaleza electoral
radica en las organizaciones campesinas este dato se convierte en una dificultad para su funcionamiento
institucional como partido, debido a su subordinación a las demandas sectoriales de sus bases electorales y a
las pautas informales –de cultura sindical- que inciden en la toma de decisiones. Este balance pone de
manifiesto que la renovación en el sistema de partidos presenta otra faceta problemática que cuestiona las
posibilidades de su consolidación institucional.

7. La primera pregunta se refería a la abrogación de la Ley de Hidrocarburos promulgada en 1996 por


Gonzalo Sánchez de Lozada. La segunda inquiría sobre la recuperación de la propiedad de todos los
hidrocarburos en boca de pozo para el Estado boliviano. La tercera pregunta indagaba sobre el acuerdo o
desacuerdo con la refundación de la empresa estatal petrolera y su participación en la cadena productiva. La
cuarta se refería a la política internacional del presidente Carlos Mesa que planteaba utilizar el gas como
recurso estratégico para solucionar el enclaustramiento marítimo del país. Finalmente, la quinta pregunta
estaba dirigida a indagar acerca de la exportación del gas sobre la base de una política nacional que asegure el
consumo interno y fomente su industrialización, establezca impuestos y/o regalías a las empresas en un
cincuenta por ciento del valor de la producción de petróleo y gas y destine esos recursos a salud, educación,
caminos y empleos. El debate posterior se concentró en el tema tributario y las interpretaciones sobre el
porcentaje que, en algunos casos, podía implicar la virtual anulación de los contratos vigentes con los
inversores extranjeros y, en consecuencia, el riesgo de demandas de indemnización.

8. Partido fundado en 1999 para postular a Juan del Granado, figura destacada en la izquierda boliviana por su
papel en el juicio de responsabilidades contra el ex –dictador García Meza, como candidato a alcalde en la
ciudad de La Paz. En diciembre de 2004 fue reelecto con una amplia ventaja sobre sus rivales y su partido
alcanzó el segundo lugar a nivel nacional aunque su votación se concentró en ese distrito. Proveniente de una
de las divisiones del MIR, el MSM es un partido que pregona un municipalismo con fuerte sesgo étnico-
cultural y asume las demandas de nacionalización y asamblea constituyente.

9. Las ideas y las creencias, decía Ortega y Gasset, se distinguen porque “ideas tenemos”, en cambio,
“creencias somos”. Es decir, no son los juicios los que nos constituyen como sujetos en la interacción social
sino los prejuicios y, en la sociedad boliviana, los prejuicios tienen rostro étnico. La discriminación tiene
múltiples facetas, se manifiesta en las palabras de uso corriente en la vida cotidiana y se reproduce en el
espacio público: si el término “indígena” presenta connotaciones positivas en el espacio de discursividad
política (pueblos indígenas, derechos indígenas) , en cambio, el término “indio” es peyorativo y remite a una
taxonomía en la cual son indios los quechuas, aymaras, guaraníes, chiquitanos, ayoreos y otros, y esa
clasificación los sitúa en el último lugar de una imaginaria jerarquía social que no se modifica por la
condición económica ni la formación educativa. Por lo tanto, el poder político era (y es, y se trata de un
prejuicio colectivo inclusive internalizado por las propias víctimas de la discriminación) considerado como un
espacio reservado a las èlites criollas y, secundariamente, mestizas, independientemente de su condición
30

económica y su formación profesional. La construcción de democracia, entre otros procesos, empezó a


modificar estos prejuicios y los resultados electorales de 2002 se constituyeron en una demostración positiva
de ese empeño, sin embargo, la intensa polarización que caracteriza la crisis política actual y el debate sobre
la transición estatal ha situado este clivaje étnico en el centro de la discursividad política con un
recrudecimiento de discriminación. La posibilidad de que Evo Morales sea presidente es una muestra de los
cambios que ha sufrido la sociedad, empero, el rechazo taxativo a esa posibilidad por su condición étnica,
“porque es indio” –razón a la que se pueden sumar las diferencias ideológicas y políticas pero no anteponer-
saca a relucir la debilidad de las ideas y el peso de las creencias en una sociedad que se reproduce con estos
atavismos a cuestas y, quizás por ello, emprende procesos de cambio.
31

Cuadros

Cuadro 1
Elecciones nacionales, 2002

Partido Votación Porcentaje


MNR 624.126 22.46
MAS 581.884 20.94
NFR 581.163 20.91
MIR 453.375 16.32
MIP 169.239 6.09
UCS 153.210 5.51
ADN 94.386 3.40
MCC 17.405 0.63
PS 18.162 0.65
Condepa 10.336 0.37

Votos emitidos: 2´994.065

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Corte Nacional Electoral.

Cuadro 2
Elecciones nacionales, 1980

Partido Votación Porcentaje


UDP 507.173 34.1
MNRA 263.706 17.0
ADN 220.309 14.8
PS-1 113.959 7.7
FDR 39.401 2.6
PRA-A 36.443 2.4
MNRU 24.542 1.6
FSB 21.372 1.4
AFIN 17.150 1.2
MITKA-1 17.023 1.1
PUB 10.308 1.1
MITKA 15.852 1.1
PRIN-A 15.724 1.1
Votos emitidos: 1´489.484

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Corte Nacional Electoral.


32

Cuadro 3
Elecciones nacionales, 1985

Partido Votación Porcentaje


ADN 493.737 28.6
MNR 456.704 26.4
MIR 153.143 8.9
MNRI 82.418 4.8
MNRV 72.197 4.2
PS-1 38.786 2.2
FPU 38.124 2.2
MRTKL 31.678 1.8
PDC 24.079 1.4
FSB 19.958 1.2
MRTKL 16.269 0.9
POR 13.712 0.8
ACP 12.918 0.8
MNRI-1 11.696 0.7
IU 10.892 0.6
FNP 9.635 0.6
AUR 9.420 0.5
ARENA 8.665 0.5
Votos emitidos: 1´504.060

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Corte Nacional Electoral.

Cuadro 4
Elecciones nacionales, 1989

Partido Votación Porcentaje


MNR 363.113 23.1
ADN 357.298 22.6
MIR 309.033 19.6
CONDEPA 173.459 11.0
IU 113.509 7.2
PS-1 39.763 2.5
MRTKL 22.983 1.5
FULKA 16.416 1.0
FSB 10.608 0.7
MIN 9.687 0.6
Votos emitidos: 1´415.870

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Corte Nacional Electoral.


33

Cuadro 5
Elecciones nacionales, 1993

Partido Votación Porcentaje


MNR 585.837 33.8
Acuerdo Patriótico 346.813 20.0
CONDEPA 235.428 13.6
UCS 226.820 13.1
MBL 88.260 5.1
ARBOL 30.864 1.8
ASD 30.286 1.7
VR9 21.100 1.2
FSB 20.947 1.2
EJE 18.176 1.0
IU 16.137 0.9
MKN 12.627 0.7
Independientes 8.0960 0.5
Votos emitidos: 1´731.309

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Corte Nacional Electoral.

.
Cuadro 6
Elecciones nacionales, 1997

Partido Votación Porcentaje


ADN 485.209 22.3
MNR 396.216 18.2
CONDEPA 373.516 17.2
MIR 365.113 16.8
UCS 350.742 16.1
IU 80.599 3.7
MBL 67.152 3.1
VSB 30.214 1.4
EJE 18.32 0.8
PDB 10.378 0.5
Votos emitidos: 2´177.558

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Corte Nacional Electoral.


34

Cuadro 7
Elecciones municipales, 1999

Partido Votación Porcentaje


MNR 408.824 20.4
MIR 319.399 16.0
ADN 292.803 14.6
UCS 237.094 11.8
NFR 166.173 8.3
MSM 116.652 5.8
MBL 89.505 4.5
CONDEPA 80.857 4.0
MAS 65.425 3.3
PS 55.823 2.8
VR-9 43.713 2.2
FSB 43.364 2.2
FRI 37.833 1.9
PCB 22.502 1.1
KND 8.216 0.4
PDC 7.538 0.4
MPP 4.607 0.2
MRTKL 1.473 0.1
Votos emitidos: 2´124.509
Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Corte Nacional Electoral.

Cuadro 8
Elecciones municipales, 2004

Partido Votación Porcentaje


MAS 494.422 18.48%
MSM 233.827 8.74%
MIR-NM 189.733 7.09%
MNR 177.913 6.65%
PP 176.022 6.58%
UN 157.514 5.89%
NFR 79.975 2.99%
UCS 74.192 2.77%
ADN 68.111 2.55%
MBL 67.393 2.52%
MIP 65.132 2.43%
MOVIBOL 40.840 1.53%
FRI 12.766 0.48%
ASP 6.178 0.23%
35

VIMA 5.647 0.21%


FREPAB 1.982 0.07%
PDC 1.310 0.05%
Votos emitidos: 1’852.957

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Corte Nacional Electoral.

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