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Historia Económica de México David Mitre Becerril

La economía mexicana durante la Gran Depresión y los años treinta

La Economía Mexicana durante


La Gran Depresión y los Años Treinta:
Lázaro Cárdenas el último revolucionario

“Cárdenas era un verdadero revolucionario porque había entendido lo obvio: la revolución


consiste en cambiar la realidad, no en cambiar la conciencia sobre la realidad”
Enrique Krauze

1. Introducción
A más de noventa años de la instauración del Estado pos-revolucionario, pocos nombres
sobresalen tanto como el de Lázaro Cárdenas. Y no sólo por la expropiación petrolera-
símbolo de nacionalismo y orgullo mexicano-, sino por su labor en la construcción de un
sistema político que aún impera en la actualidad. Durante décadas, la Revolución Mexicana
fue la bandera de la mayoría de los políticos, por lo que es válido preguntarnos si Lázaro
Cárdenas verdaderamente fue el último revolucionario, para lo cual abordaré esta
interrogante en dos pasos: en primer lugar, verificar si Cárdenas se ajusta a la definición de
revolucionario, para luego analizar si no hubo otro revolucionario después de él, lo cual
anularía la idea de que fue el último revolucionario.

2. Desarrollo
La definición de revolucionario es “lo perteneciente o relativo a la revolución, cambio
violento en las instituciones políticas y mudanza en el estado o gobierno de las cosas”
(Diccionario Enciclopédico, 1981: 1154-1155). Lázaro Cárdenas puede ser catalogado como
revolucionario por dos razones: ser partícipe de la Revolución Mexicana y por hacer un
cambio en las instituciones mexicanas, particularmente del sistema político.
Cárdenas era el legítimo heredero de Calles y de la generación iniciadora de la Revolución,
así como el responsable del cumplimiento de sus postulados, habiendo luchado por ellos
desde su adolescencia. Se incorpora a las fuerzas revolucionarias en julio de 1913, bajo las
órdenes del General Guillermo García en Apatzingan, Michoacán. A partir de este momento
inició su carrera militar que abarcaría desde que comanda el 22° Regimiento de la división
de caballería incorporada al Cuerpo del Ejército del Noroeste hasta convertirse en el
Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas como presidente de la República. Este
desempeño, al lado de sus jefes sonorenses, lo lleva a ascender en su carrera política al
ocupar la gubernatura de Michoacán para luego suceder a Plutarco Elías Calles como
Presidente (Krauze, 1987: 31-35).
Antes que ver por la libertad electoral o la división de poderes en cualquier nivel, el Estado
tiene una misión revolucionaria y tutelar. Cárdenas lo resumió así en su último informe de
gobierno como gobernador: “No es posible que el Estado, como organización de los

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servicios públicos, permanezca inerte y frío, en posición estática frente al fenómeno social
que se desarrolla en su escenario. Es preciso que asuma una actitud dinámica y consciente,
proveyendo lo necesario para el justo encauzamiento de las masas proletarias señalando
trayectorias para que el desarrollo de la lucha de clases sea firme y progresista” (Krauze,
1987: 45). A partir de esto es que realiza la integración de los diversos grupos y clases
sociales del país en un amplio y eficaz sistema político, sistema en el que se combinan el
aparato estatal, el partido de la revolución y el sistema sindical. Simultáneamente, se
combinan la retórica revolucionaria, el lenguaje socializante, las razones del Estado
revolucionario, las instituciones codificadas en la constitución política del país y los
liderazgos populistas. La retórica revolucionaria se puede apreciar en el llamado a la
adhesión de campesinos, obreros y militares al gobierno; en la política de la paz social –
armonía entre el capital y el trabajo-; en el combate a los caudillos civiles y militares que
desafiaban el poder estatal; y en las tensiones con los intereses del imperialismo,
principalmente norteamericano (Ianni, 1977: 15). Por lo tanto es bajo este gobierno que el
poder estatal aparece y opera como un poder nacional, que se impone a las fuerzas político-
económicas locales, regionales y extranjeras. Todo esto enmarcado en un estado de derecho
protegido por la Carta Magna de 1917, documento que ha sido el eje rector del Estado pos-
revolucionario, ya que le confiere al gobierno los instrumentos políticos, jurídicos y
administrativos básicos para formular y aplicar políticas de toda índole.
Sin embargo, esta idea de aglutinar a diversos grupos bajo la autonomía del Estado no era
nueva, pues es Calles quien reúne bajo el Partido Nacional Revolucionario (PNR) a casi
todas las fuerzas políticas del país, pronunciando el fin de la era de los caudillos y abriendo
la era del Estado Constitucional, por lo que se dice que fue Calles quien fundó el sistema
político contemporáneo: “Calles había empezado a institucionalizar la Revolución, y fue
Cárdenas el que completó el proceso” (Meyer, 2001: 131).

Como buen revolucionario, el cambio que implantó en las instituciones de la época no sólo
lo hizo a través de discursos como el del 16 de febrero de 1936: “Considero de mi deber
hacer una especial insistencia en el hecho de que los puntos fundamentales del programa
revolucionario son de carácter económico, social y educativo. Transformar el medio
económico del modo que lo venimos haciendo, como una interpretación de los postulados
inscritos en las leyes, y buscar en la organización del proletariado la defensa de éste para
que alcance todas sus reivindicaciones, así como trabajar sin descanso por la elevación del
nivel cultural de nuestro pueblo, eso es lo esencial de una obra revolucionaria de gobierno
en nuestro país y en el tiempo que vivimos” (Cárdenas, 1972: 23-24).
Esta transformación quedó plasmada en varios aspectos, uno de ellos fue la reforma agraria,
clave política del régimen en 1936 y 1937: repartió más de 20 millones de hectáreas durante
su administración, siendo el programa agrario más amplio en todo el periodo pos-
revolucionario. Además le sirvió de arma política para abatir a los enemigos y de
instrumento para promover la integración nacional y el desarrollo económico, ya que los

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campesinos eran instados a organizarse, vinculándolos al aparato del Estado. De igual forma,
Cárdenas concebía al ejido como la institución que regeneraría el campo, liberaría al
campesino de la explotación y fomentaría el desarrollo nacional (Knight, 2001). A través de
esta reforma se empiezan a cristalizar algunos de los ideales de la Revolución, sobre todo
para los que lucharon junto a Zapata, dando origen a esa famosa frase de que “al fin me hizo
justicia la Revolución”.
Otro aspecto del cambio fue la educación pública la cual debía estar en consonancia con las
necesidades colectivas y los deberes de solidaridad humana y de clase imperantes de la
época. Por lo tanto, se tenía que “socializar la escuela” bajo normas cooperativas y
sindicales, imbuir en niños y adultos sentimientos de fraternidad y solidaridad, dejar a un
lado los conocimientos inútiles transmitidos dogmática y cruelmente. Los maestros, en suma,
debían convertirse en agentes del cambio social, portadores de la nueva ideología
revolucionaria. Y como agentes revolucionarios, eran expertos en asuntos sindicales y
cooperativistas, por lo que empezaron aconsejar a los peones a que se organizaran y pidieran
tierras. Por esta razón, los centros de enseñanza pasaron a convertirse en focos de
fermentación ideológica donde se distribuían las grandes ediciones de propaganda socialista
financiadas por el Gobierno. (Krauze, 1987: 45-48)
El gobierno adoptó una actitud intervencionista ante las relaciones laborales. El arbitraje
pasó a ser sistemático, generalmente a favor de los trabajadores, bajo la premisa de que si los
empresarios eran incapaces de evitar la parálisis industrial, el Estado intervendría. Esta
manera de actuar tenía como fin último la organización sindical como base de la política, lo
cual culminó con la formación de la nueva central Confederación de Trabajadores de México
(CTM), brazo importante del nuevo partido político y del Estado. Este control obrero, de la
mano de la educación socialista, servían a una visión lejana y optimista: una democracia
obrera que diese cuerpo a las virtudes cardenistas del trabajo arduo, el igualitarismo, la
sobriedad, la responsabilidad y el patriotismo (Knight, 2001). Desgraciadamente este
objetivo no llegaría a cumplirse, pues no desapareció el sindicalismo irresponsable.
La industria del petróleo era de propiedad extranjera en su totalidad y la intención de
Cárdenas era ajustar a las compañías petroleras a las necesidades nacionales como redactaba
el Plan Sexenal de 1933. Aunado a la idea que se tenía del petróleo: símbolo sagrado de
identidad e independencia de la nación, donde las compañías petroleras representaban un
imperialismo perverso; trajo como consecuencia la expropiación petrolera, punto álgido del
sexenio cardenista. A pesar de que la industria era sana en potencia, el boicot extranjero y la
Segunda Guerra Mundial anulaban los pronósticos optimistas que se habían hecho (Knight,
2001).

Luego del periodo presidencial de Cárdenas, le sucedió Manuel Ávila Camacho. Al igual que
Cárdenas, fue un militar que se unió a la Revolución en 1914 para años más tarde convertirse
en jefe del Estado Mayor del General Lázaro Cárdenas durante la gubernatura de éste último.
Años más tarde como Secretario de Guerra y Marina busca y obtiene la candidatura

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presidencial en medio de una campaña sucia y dudosa. Ávila Camacho cultiva una retórica
moderada, abogando por el respeto a la familia, la religión y la cultura nacional. Bajo su
sexenio se inicia la modernización de la ciudad de México, naciendo una clase media fuerte.
Gran parte de la derecha disidente de 1940 se incorporó a la política oficial, provocando un
desplazamiento del régimen hacia la derecha; la izquierda se encontraba haciendo de
instrumento en lugar de dirigir la política. Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, se
repetía el mensaje de patriotismo, la unidad del hemisferio y el esfuerzo productivo, con lo
que se mantiene el consenso nacional. La educación se aleja del socialismo, primero en
espíritu, luego en nombre al convertirse en la escuela del amor, enmarcada por su proyecto
cívico-educativo y unificador a nivel nacional. En relación a la reforma agraria, el ejido fue
relegado a segundo plano y se cambió su funcionamiento interno: siendo un accesorio
productivo de la próspera economía industrial y urbana, a la vez que los ejidatarios pasaban a
ser los clientes más dóciles del partido oficial. El reparto agrario también se vio afectado,
disminuyendo su intensidad y calidad de las tierras repartidas. Ahora los ejidatarios se
encontraban ante una creciente inseguridad que intensificaba su dependencia clientelista:
escasez de créditos, ataques políticos e incluso pérdida de su tierra, especialmente donde su
valor subía a consecuencia del turismo o de la urbanización; mientras que los terratenientes
podían contar con la neutralidad, cuando no con el apoyo decidido, del gobierno central.
Aunque la modalidad colectiva se conservaba cuando se consideraba rentable, ahora se veía
sujeta a los imperativos del mercado mundial (Knight, 2001). Por lo tanto, a Ávila Camacho
no puede ser considerado del todo como un revolucionario, ya que por un lado sí lo fue al ser
partícipe en los movimientos armados, pero no en base a la definición arriba descrita en la
cual se tiene que cambiar de manera violenta las instituciones políticas.
De Miguel Alemán en adelante, la sucesión presidencial significó la profesionalización del
ejército pues su alto mando ya no sería un militar de carrera, sino alguien proveniente de la
carrera política. Dando como resultado el traspaso del poder a una generación nueva y
tecnócrata para la cual la Revolución tenía menos de experiencia personal que de mito
conveniente (Knight, 2001).

3. Conclusión
En base al perfil y desarrollo político-económico de Lázaro Cárdenas, plasmado en la mayor
injerencia del Estado en la vida económica, traducido en la reforma agraria, la educación
socialista, la expropiación petrolera y la organización sindical, se puede apreciar que fue un
verdadero revolucionario, no sólo por su participación activa en la lucha revolucionaria, sino
sobre todo por culminar con el cambio en las instituciones políticas del país,
específicamente el sistema político empezado por Calles, con lo cual cae dentro de la
definición de revolucionario.
En cuanto a si fue el último revolucionario, es una cuestión que no queda del todo clara, ya
que depende de si consideremos a Ávila Camacho un revolucionario, pues participó

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activamente en la Revolución Mexicana; sin embargo, no cumple con la definición de un


revolucionario en lo que respecta a cambiar las instituciones políticas de manera violenta.

4. Bibliografía
Cárdenas, Lázaro (1972) Ideario político: problemas de México. Ediciones Era, México,
pp.12-40.
Diccionario Enciclopédio Hachette Castell vol. 05 (1981) Ed. Castell, España, pp. 1154-
1155.
Ianni, Octavio (1977) El Estado capitalista en la época de Cárdenas. Ed. Era, México,
pp.15-50.
Knight, Alan (2001) México: 1930-1946 en Problemas de la Realidad Mexicana
Contemporánea: De la Revolución Mexicana al Desarrollo
Estabilizador, México, ITAM, pp. 135-228.
Krauze, Enrique (1987) Lázaro Cárdenas: General misionero. Fondo de Cultura Económica,
México, pp. 35-112.
Meyer, Jean (2001) México: Revolución y reconstrucción en los años veinte en Problemas de
la Realidad Mexicana Contemporánea: De la Revolución Mexicana
al Desarrollo Estabilizador, México, ITAM, pp. 121-131.

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