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Serge Latouche (Vannes, 12 de enero de 1940), es un economista francés reconocido

defensor e investigador del sistema económico denominado decrecimiento.

Contenido
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 1 Datos biográficos
 2 Obras
 3 Referencias
 4 Enlaces internos
 5 Enlaces externos

[editar] Datos biográficos


Nació en Vannes en 1940, vive en París y es profesor emérito de Economía en la
Universidad París-XI[1]. Está casado y tiene tres hijos.

Se define como objetor del actual modelo de crecimiento económico. Defiende un


cambio de dicho modelo. Mantiene que el actual crecimiento económico es insostenible
y hay que frenarlo y decrecer.

Sus propuestas de decrecimiento coinciden y se apoyan en las del también economista


rumano Nicholas Georgescu-Roegen.

En 1998 recibió el Premio europeo Amalfi de sociología y ciencias sociales

Obras
 La apuesta por el decrecimiento: ¿cómo salir del imaginario dominante? (Le
pari de la décroissance, 2006), Icaria-Antrazyt, 2008, ISBN 978-84-7426-984-0
 Pequeño tratado del descrecimiento, 2009, Icaria

Serge Latouche advierte que el modelo


económico actual conduce directamente
al desastre
9 de abril de 2007

El prestigioso economista francés Serge Latouche ha pronunciado una conferencia


en la Universidad de Barcelona en el marco de las jornadas sobre Decrecimiento,
'idees per desfer el creixement i desfer el món' que se celebraron en varios lugares
de la ciudad entre el 7 y el 11 de marzo, organizadas por la Entesa pel decreixement.
La conferencia de Latouche se ha centrado en explicar el sentido de su teoría del
decrecimiento, que ha expuesto en numerosos libros y escritos, especialmente en el
artículo ‘Por una sociedad en decrecimiento’, publicado en Le Monde Diplomatique en
el año 2003. Latouche ha sido reconocido por sus trabajos en antropología económica
y ha dirigido su crítica a la ortodoxia en los planteamientos de la teoría económica
actual.

Las preguntas clave

En una sala completamente llena, Latouche ha iniciado su intervención citando a


Woody Allen, en referencia a las tres preguntas clave para la humanidad formuladas
por el cineasta: ¿de dónde venimos? ¿hacia dónde vamos? ¿y qué hay para
cenar hoy? Una metáfora con humor, que ha querido hacer suya por introducir una
visión extremamente crítica del mundo actual .

Respeto a la primera pregunta ha dicho que venimos de una sociedad en la cual el


crecimiento ha dejado de ser una manera de satisfacer necesidades reales para
devenir como finalidad en sí mismo, mientras genera necesidades ficticias 'El
crecimiento ha devorado la economía y hemos pasado de ser una sociedad con
crecimiento a una sociedad de crecimiento' De esta premisa se deriva, según
Latouche 'una dictadura del mercado en qué los gobiernos ya no deciden'.

La segunda cuestión ha servido al conferenciante por afirmar con rotundidad - y lo ha


hecho varias veces- que vamos hacia la 'catástrofe'. Ha citado, para ilustrarlo, toda
una serie de documentos y estudios desde el Club de Roma de los años 70 hasta el
informe del panel de científicos sobre el cambio climático, pasando por el informe
Stern.

La respuesta a la última pregunta le ha permitido mencionar las dificultades que


tiene gran parte de la humanidad por alimentarse, mientras que una pequeña parte
sufre los problemas derivados de un exceso de alimentación como la obesidad y otras
enfermedades: 'comemos demasiada carne, demasiadas grasas, demasiadas de todo'
- ha subrayado- como un reflejo claro de la pérdida de la medida que comporta la
sociedad del crecimiento ilimitado. Sobre esta última idea, Latouche ha afirmado, de
nuevo con humor, que 'hace falta ser loco o quizás economista por creer que el
crecimiento puede ser indefinido con un planeta con recursos limitados'. Por completar
esta explicación ha hecho una analogía entre ciertas especies de algas que colonizan
los lagos y la incidencia de la economía industrial sobre el planeta en los últimos 200
años. El punto en común entre estos dos procesos es que al inicio son lentos pero,
cuando más tiempo pasa, más velocidad adquieren.

Un modelo con tres patas

Según Latouche los fundamentos de la sociedad del crecimiento son la


publicidad, la obsolescencia programada [es decir una caducidad programada de
los productos de consumo] y el crédito. Sobre la primera ha dicho que supone 'una
polución visual, sonora y espiritual y a bulto de todo un consumo de recursos
completamente innecesario para la finalidad que persigue'. Y ha remarcado que 'cada
francés recibe 50 kilos de publicidad en papel al año'. Con respecto al segundo
concepto - obsolescencia programada- Latouche ha querido denunciar que si las
personas no ceden a la persuasión publicitaria y rehusan de cambiar los objetos que
tienen 'habrán de convertirse en consumidores forzados puesto que los objetos hoy se
fabrican de tal manera que duran poco; cuando se estropean sale más caro repararlos
que comprar de nuevo'. Finalmente se ha referido al crédito como una opción que
permito endeudarse cada vez más y ha puesto de relieve que muchos economistas
saben que esta situación es insostenible pero no dicen nada.

El decrecimiento como eslogan

Ante un cierto desconcierto de parte del público, Serge Latouche ha dicho que el
decrecimiento no es ningún concepto. 'Se trata - ha revelado- de un eslogan mediático
creado por escandalizar, por crear impacto' En este sentido ha querido dejar claro que
hacer decrecer la economía porque sí, sin objetivo o alternativa, seria tan absurdo
como hacerla crecer sin finalidad. El decrecimiento, para Latouche, es una
posibilidad de atreverse a pensar un mundo diferente y sobre todo de 'salir de la
economía' una expresión utilizada por él desde hace tiempo.

Esta actitud, para la cual hace falta un esfuerzo intelectual, es en cualquier caso
'urgente' puesto que la forma de vida actual y el modelo económico que resulta no son,
según Latouche, 'ni sostenibles, ni deseables'. Hace falta pues - ha indicado - un
cambio de paradigma para una nueva economía, con un enfoque completamente
diferente al actual y con nuevas herramientas de medida, puesto que las tradicionales
variables macroeconómicas no reflejan bien la realidad en toda su complejidad. En
este sentido, ha mostrado la disparidad existente entre un indicador diseñado por
valorar el grado de satisfacción de las personas y el crecimiento del PIB entre 1950 y
el año 2000 a los Estados Unidos; mientras este último ha ido siempre arriba en medio
siglo, el primero, denominado GPI (Genuine Progress Indicator) se mantiene igual, e
incluso baja últimamente. Un hecho sin duda contradictorio con la idea bien
establecida que el consumo incrementa sin cesar la satisfacción individual.

Momento para la utopía

Serge Latouche ha dicho que el decrecimiento es una utopía pero que es


'absolutamente necesario' por provocar un cambio que, de no producirse 'nos trae
directamente al desastre'. De alguna manera ha dejado entrever que esta utopía
podría hacerse realidad cuando se pusiera en marcha una clase de círculo virtuoso. La
llave de este círculo seria el cambio de valores sobre el significado de riqueza
pobreza y bienestar que comportaría la emergencia de nuevos conceptos y una
reestructuración de la economía actual, si bien exigiría 'salir del capitalismo aunque
manteniendo el mercado'. Esto llevaría a relocalizar la producción y en consecuencia
se frenaría la globalización - que Latouche ha vinculado al incremento exponencial de
la impronta ecológica- El consumo de recursos, a su vez, se moderaría y esto, con la
reutilización y el reciclaje, como culminación, conduciría de nuevo al inicio - en este
caso a retroalimentar los nuevos valores.

Por demostrar la viabilidad de esta utopía, Latouche ha finalizado la conferencia


haciendo un ejercicio de traducción del contenido del círculo virtuoso del decrecimiento
a un hipotético programa político en Francia, que defendería - ha subrayado
irónicamente- en el supuesto de que se presentara a las próximas elecciones
presidenciales. En este programa se encontrarían medidas cómo: internalizar las
externalidades; hacer pagar el verdadero precio del transporte; fomentar la
agricultura biológica y local; aprovechar el aumento de la productividad por
reducir el tiempo de trabajo; promover el ahorro energético; establecer una
moratoria en la búsqueda científico-técnica y penalizar la publicidad. Latouche ha
dicho que creía en todos los aspectos del programa pero que 'de resultar elegido
como presidente con unas medidas como estas sería asesinado en una semana'. El
economista francés sabe que la sociedad puede ser reacia a muchas medidas y
piensa que el decrecimiento como forma de pensar todavía lo tiene muy difícil por
pesar el mundo de las ideas políticas, pero está plenamente convencido de que vale la
pena intentarlo.

Serge Latouche, portavoz de la filosofía del


decrecimiento

El activista francés ataca la adicción al consumo


de la sociedad occidental y propone una serie de medidas para frenarla
En los últimos años, el francés Serge Latouche se ha convertido en el portavoz y el
referente más conocido de la filosofía del decrecimiento, una crítica constructiva al
paradigma imperante de crecimiento ilimitado. Escritor, articulista y activista de la
simplicidad, Serge Latouche ha visitado recientemente España y ha dedicado unos
minutos de su apretada agenda a Integral.
El movimiento del decrecimiento que representa nació a finales de los años 70 de la
mano de pensadores críticos con el desarrollo y la sociedad de consumo como Iván
Illich, André Gorz, Cornelius Castoriadus o François Partant, pero es hoy cuando
sobresale más que nunca como un proyecto social, económico y político frente a la
sociedad del perpetuo crecimiento. Y ello es así porque son muchas las razones que en
el momento actual cuestionan la lógica del crecimiento económico. Por un lado,
padecemos una crisis de diversa índole (económica, financiera, ecológica, social,
cultural…) y, por otro, el aumento de nuestra renta per cápita en los últimos decenios ha
corrido paralelo a una aparente disminución de nuestro grado de satisfacción vital. Por
poner un ejemplo, sólo en 2005 los franceses adquirieron 41 millones de cajas de
antidepresivos, mientras que el 49% de los norteamericanos aseguraba que la felicidad
se hallaba en retroceso, frente a un 26% que consideraba lo contrario.
Existen razones suficientes, por lo tanto, para revisar de manera profunda el actual
modelo de progreso y ver si revierte en justicia y en dicha para todos. Eso es,
esencialmente, lo que propone Latouche a través del movimiento del decrecimiento. “Es
un eslogan provocador –puntualiza el economista– que aglutina a los ateos de la religión
del crecimiento y a los agnósticos del progreso con el objetivo de romper el lenguaje
estereotipado de los adictos al productivismo.”
El punto de partida es el siguiente: las sociedades occidentales se han hecho adictas al
crecimiento y la capacidad regeneradora de la Tierra ya no puede atender nuestra
demanda. El mejor indicador para calibrar esta desproporción es la huella ecológica, que
mide la superficie del planeta necesaria para mantener las actividades económicas. Dada
la actual población de la Tierra, para ser sostenibles se considera que cada uno de
nosotros debería limitarse a consumir 1,8 hectáreas de ese espacio bioproductivo. Sin
embargo, para sostener nuestro actual nivel de vida, los españoles, por ejemplo,
necesitamos cinco hectáreas por persona y año. Si todos los habitantes del planeta
vivieran como nosotros, harían falta tres planetas, y seis, si tomáramos como referente
el modelo de vida de Estados Unidos. La mayor parte de los países africanos, por el
contrario, consumen menos de 0,2 hectáreas de espacio bioproductivo, una décima parte
del planeta. Ésta es la advertencia que lanza Serge Latouche: “Si de aquí a 2050 no
modificamos esta trayectoria, la deuda ecológica corresponderá a 34 años de
productividad, o a 34 planetas.”

Gastar con sentido común


Para reducir la huella de nuestros excesos, los defensores del enfoque decreciente
abogan por producir y consumir de una manera distinta. Frente al temor de sus
detractores, que se echan las manos a la cabeza porque creen que decrecer significa
retroceder a la Edad de Piedra o a la Edad Media, Latouche responde: “Para Europa, y
para España en concreto, volver a la impronta ecológica de los años 70 no significa
regresar a las cavernas. En los 70 comíamos igual o incluso mejor que hoy. Ahora
consumimos tres veces más petróleo y energía para producir las mismas cosas que
entonces. La diferencia es que el yogur de hoy, por ejemplo, no tiene nada que ver con
el yogur que consumíamos hace 30 años. El de antes se hacía con la vaca del vecino y el
de ahora lleva 9.000 kilómetros detrás. Sin contar que pagamos por otros servicios
incorporados, como el embalaje y el envasado. La clave está en producir y consumir a
nivel local, además, claro, de limitar la tendencia actual al hiperconsumo.”
Sin embargo, recortar nuestro consumo no es la receta que gobiernos y empresarios
insisten en prescribirnos. “Nuestros gobiernos –señala Latouche– están cerca de la
esquizofrenia porque saben perfectamente que el sistema camina hacia el colapso. El
síntoma más evidente es el cambio climático, pero también la extinción acelerada de
especies, la propagación de enfermedades relacionadas con la contaminación y el
declive que a la larga comportará el fin del petróleo. El problema es que los políticos no
han sido elegidos para cambiar el sistema. El poder no les pertenece a ellos, sino a las
grandes empresas transnacionales que actúan como los traficantes de la droga
alimentando nuestra adicción al consumo para perpetuar así la lógica del sistema. No
son capaces de imaginar otro modo de vida. El crecimiento negativo que vivimos es
dramático, pero hay que relativizarlo. Recibimos mucha propaganda mediática con el
fin de volver a comenzar y repetir los mismos errores. Berlusconi, por ejemplo, ha
llegado a expresar que debemos renunciar a Kioto para relanzar la industria
automovilística. Está claro que hay que frenar el desempleo, pero el primer paso en la
lógica del decrecimiento sería reducir el tiempo de trabajo.”
En efecto, compartir el trabajo y aumentar los placeres es una de las claves en la receta
del decrecimiento. Sus pensadores advierten de que no se trata de desmantelar el
sistema de un plumazo, sino de iniciar un proceso de transición para reducir ciertos
sectores industriales –automovilístico, militar, aviación y construcción–, revisar la
durabilidad de los productos, fragmentar el espacio monetario, relocalizar la
producción, disminuir en dos tercios nuestro consumo de recursos naturales y generar
más empleo verde, entre otros cambios posibles. Trabajar menos y de otra manera
puede significar, desde la óptica decreciente, reapropiarnos del tiempo, reavivar el gusto
por el ocio, recuperar la abundancia perdida de sociedades anteriores y permitir el
florecimiento de los ciudadanos en la vida política, privada y artística, así como en el
juego o la contemplación. “Lo que es absurdo es pedirle a un trabajador que hace 60
horas semanales que se lea los 600 folios del futuro Tratado Europeo. ¡Eso es una
caricatura de la democracia!”, ironiza Latouche.

Menos es más
Otra parodia es el concepto de crecimiento o desarrollo sostenible que ha centrado el
discurso ambientalista de los últimos 20 años. “Es significativa la ausencia de verdadera
crítica a la sociedad de crecimiento en la mayoría de los discursos medioambientalistas,
que se van por las ramas con planteamientos sinuosos sobre el desarrollo sostenible.
Éste ha encontrado su instrumento favorito en los mecanismos de desarrollo limpio,
tecnologías que ahorran energía o carbono bajo forma de ecoeficiencia, pero seguimos
en el campo de la diplomacia verbal porque el desarrollo sostenible, en el fondo, no
pone en duda la lógica suicida del desarrollo. El ecocrecimiento –asegura Latouche– es
objetivo del nuevo capitalismo verde, del márketing y de lo mediático.”
El decrecimiento, por el contrario, se plantea como un cambio profundo de paradigma y
como una modificación de las instituciones que lo conforman a favor de una solución
razonable: la democracia ecológica. Ya trabajan para ello numerosos grupos locales que
se autogestionan para decrecer en toda Europa y también nuevas iniciativas que se
proyectan en la misma línea.
“Si yo decido reducir mi consumo de petróleo, pero mi vecino no hace lo mismo, el
resultado que produciré es que él tenga más petróleo para consumir, pero no habrá un
cambio sustancial importante a nivel global. Por ello –sugiere Latouche–, son mejores
las iniciativas colectivas, como los grupos de familia que se organizan para que la huella
ecológica del colectivo disminuya. Este tipo de experiencias son mucho más
interesantes.”
Una de las propuestas más novedosas es la que se engloba bajo el movimiento de
Ciudades en Transición, que ha empezado en Inglaterra e Irlanda y que utiliza el
concepto de “resistencia” para valorar la capacidad de un grupo o de un sistema para
resistir los cambios en su entorno, tales como el declive del petróleo o el aumento de la
temperatura. En opinión del economista, “se trata de reabrir el espacio para la inventiva
y la creatividad dependiendo de los valores y de los objetivos de cada sociedad. El
decrecimiento es un sueño de hoy, pero hay que trabajar para convertirlo en realidad
mañana”.

Los pilares del decrecimiento


Es necesario hacer frente a la desmesura del sistema, que se podría traducir en la raíz
“hiper-” de “hiperactividad”, “hiperdesarrollo”, “hiperproducción”,
“hiperabundancia”… Para conseguirlo, el movimiento del decrecimiento propone
aplicar las ocho “R”:
Revaluar. Sustituir los valores dominantes por otros más beneficiosos. Por ejemplo,
altruismo frente a egoísmo, cooperación frente a competencia, goce frente a obsesión
por el trabajo, humanismo frente a consumismo ilimitado, local frente a global, etc.
Reconceptualizar. Significa mirar el mundo de otra manera y, por lo tanto, otra forma de
interpretar la realidad, que pasaría por redefinir conceptos como los de riqueza-pobreza
o escasez-abundancia.
Reestructurar: Adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales en función
de la nueva escala de valores.
Relocalizar: Producir localmente los bienes esenciales para satisfacer todas nuestras
necesidades.
Redistribuir: Implicaría, básicamente, un reparto distinto de la riqueza.
Reducir: Hacer lo posible para disminuir el impacto que tienen en la biosfera nuestras
maneras de producir y consumir, además de limitar los horarios de trabajo y el turismo
de masas.
Reutilizar y Reciclar: La mejor forma de frenar el despilfarro y alargar el tiempo de
vida de los productos.
Por Esther Mira

Degrowth movement
[edit] 'Buy Nothing Day'

Buy Nothing Day occurs on the Friday following Thanksgiving Day in the United
States. This is the unofficial first day of the Holiday shopping season. Typically retail
stores offer goods for dramatically reduced prices, prompting consumers to buy more.
Buy Nothing Day is a rejection of this unabashed consumption.

[edit] Degrowth Vancouver

More than 300 people gathered in Vancouver from 29 April till 2 May 2010 to envision
a healthy society without an expanding economy.[19][20]

[edit] Criticism
[edit] Liberal critique

Supporters of economic liberalism believe that economic growth brings about the
creation of wealth, by increasing employment, improving quality of life, and providing
better education and healthcare, in other words, there should be more resources in order
to make and improve on more things. From this point of view, degrowth constitutes
economic recession and is a destroyer of wealth.

An additional liberal criticism of degrowth is that progress is increasingly linked to


knowledge rather than the use of physical resources, and that the progress of technology
will solve the world's environmental problems. Free-market environmentalism is a
position that argues that most environmental problems are caused by a lack of property
rights and the extension of such to include externalities.

[edit] Self-regulation of the market

Supporters of the self-regulation of the market believe that if a particular non-renewable


resource becomes scarce, the market will limit its extraction via two mechanisms:

 an increase in price (supply and demand)


 an increase in funding for the development of alternatives (i.e. renewable energy,
recycling, etc.)

This position argues that allowing market forces to take effect is the most rational way
of solving the problem, and consider that these forces are more efficient than centralized
decision systems (see economic calculation, dispersed knowledge, tragedy of the
commons). Market capitalism can take advantage of the exploitation of energy sources
that were not economically viable 10 or 20 years prior, because under new conditions
the required economic growth will necessitate their use.

In response to the theories of Georgescu-Roegen, Robert Solow and Joseph Stiglitz


noted that capital and labor can substitute for natural resources in production either
directly or indirectly, ensuring sustained growth or at least sustainable development.[21]

[edit] Creative destruction

The concept of degrowth is founded on the hypothesis that producing more always
implies the consumption of more energy and raw materials, while at the same time
decreasing the size of the labor force, which is replaced by machines. This analysis is
considered misleading from the point of view that technological progress allows us to
produce more with less, as well as provide more services. This is what is known as
creative destruction, the process by which the "old" companies from a sector (as well as
their costly and polluting technologies) disappear from the market as a result of the
innovation in that sector that brings down costs while consuming less energy and raw
materials in exchange for increased productivity.

At the same time, this reduction in costs and/or increase in profits increases the ability
to save, which simultaneously allows for investment in new advances, which will
replace the old technologies.

[edit] Marxist critique

Marxists distinguish between two types of growth: that which is useful to mankind, and
that which simply exists to increase profits for companies. Marxists consider that it is
the nature and control of production that is the determinant, and not the quantity. They
believe that control and a strategy for growth are the pillars that enable social and
economic development. According to Jean Zin, while the justification for degrowth is
valid, it is not a solution to the problem.[22]

[edit] Third world critique

The concept of degrowth is viewed as contradictory when applied to lesser-developed


countries, which require the growth of their economies in order to attain prosperity. In
this sense the majority of supporters of degrowth advocate the attainment of a certain,
acceptable level of well-being independent of growth. The question of where the
balance lies (i.e. how much the developed nations should degrow by, and how much the
developing nations should be allowed to grow), remains open.

[edit] Technological critique

Supporters of scientific progress argue that it will solve the problems of energy supply,
waste and the reduction of raw materials. This ideology draws inspiration from the
Enlightenment to develop an optimistic technologist vision. They point to the reduction
in the relation between energy consumption and production (or energy intensity) over
the past twenty years. They propose that research into nuclear energy could provide
temporary energy alternatives to the oil crisis, while technologies such as nuclear fusion
come online.
This argument is contrasted by the data obtained by the Global Carbon Project in 2007,
which notes the stagnation in the aforementioned decrease in energy intensity, which is
one of the variables of the Kaya identity, which tends to show that either the economic
downturn, or demographic decline are essential to prevent ecological disaster.

[edit] See also


 Uneconomic growth  Club of Rome
 Downshifting  Limits to Growth
 Simple living  Blueprint for Survival
 Genuine Progress Indicator  Political ecology
 Ezra J. Mishan  Transition Movement
 Serge Latouche  Power Down: Options and Actions for a
 Nicholas Georgescu-Roegen Post-Carbon World
 Edward Goldsmith  Wealth, Virtual Wealth and Debt

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3.31.2010
Cities and Degrowth?
This past 26-29 March Barcelona hosted the second international conference on
economic degrowth for ecological sustainability and social equity, attracting hundreds
of people from over 40 countries to learn about and collectively explore the subject.
Faced with the multiple and complex challenges of climate change and social inequities
(among others) due to Western consumption patterns, degrowth is about a voluntary
reduction of the size of the economic system, proposing a framework for
transformation to a lower and sustainable level and mode of production and
consumption. Alongside this reduction of scale, degrowth is also about decolonising the
imaginary, shifting values from ‘more is better’ towards qualitative relations and
behaviour, as well as decommodifying and pushing back the market rationality that
dominates most societies around the world.
While the first international conference in Paris in April 2008 explored and proposed
in essence this sort of a paradigm shift, largely through panel discussions and paper
presentations, the heart of the Barcelona conference laid in 30 interactive working
groups, each on an important topic related to economic degrowth for ecological justice
and social sustainability. These working groups were tasked with collectively
developing the important research and political proposals to move the degrowth
agenda forward in various areas, from topics ranging from work-sharing, property
rights and basic income/income ceilings to agro-ecology/food sovereignty, demography
and cities.
With a diverse group of about 20 people from different backgrounds, countries and
languages, the working group on Cities and Degrowth proved to be a challenging topic
and conversation, starting from the basis of defining how a ‘degrowth’ city is different
from an ecological or sustainable city. A wide range of issues were discussed, from
infrastructure, city sprawl, resource production and consumption, urban agriculture
and green spaces to having diversity while maintaining cultural identity, bottom up
driven urban planning and if urban population limitation is compatible with the
degrowth agenda – with concerns expressed over potential Malthusian interpretations
of such issues. While there was general agreement on the need for example to roll back
sprawl, remove automobile dependent development, create multifunctional spaces,
generate energy locally and through small-scale sources, there was uncertainty on if
degrowth equates to limits on urban densities or what to do about the control and
power of developers. Were we talking about post-capitalist space? Or at least post-
neoliberal spaces? Furthermore it was recognised that context is critical, as solutions
for the ‘North’ are likely not the same as the ‘South’, and that scale, from town to
megacity, must be taken into consideration.

The two political proposals, among over half a dozen, that emerged as priorities from
the session included to 1) reshape and reform current cities instead of building
(eco)cities and (eco)neighbourhoods from scratch and 2) to relocalise urban life with
multifunctionality (i.e. public space as a commons) in mind. The two research
proposals include the need to explore how the decentralisation of political power in the
city relates to bottom-up processes and the degrowth agenda, addressing concerns
around democracy and the concentration of power, and how Lefebvre’s right to the city
– the right of all urban dwellers to take part in the production of the city, transforming
social, political and economic relations in urban spaces – connects to degrowth.

So how do you think cities will look after degrowth? Can we plan for degrowth, and if so
how (multifunctional urbanism, etc.)? The discussion continues, as most of us left with
many more questions than answers

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