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El diseño industrial es una actividad que reúne teoría y praxis y que consiste en el
arreglo o “composición” de formas que deben resultar funcionalmente coherentes
con alguna necesidad social (real o creada), generando artículos cuya
característica productiva pertenece al dominio de la proyectación y manufactura
industriales.
En nuestro país la formación profesional académica del D.I. cuenta tan sólo con
poco mas de un cuarto de siglo, mientas que los frutos de la vanguardia del aparato
académico de la Bauhaus (la primera escuela de Diseño), se remonta a mas de 75
años, lo que evidentemente representa de entrada un considerable retraso.
Independientemente de lo que para la práctica y el consumo del diseño representa
éste atraso, me propongo enumerar una serie de factores que han obstaculizado el
desarrollo del D. I. en México a tal grado que en el mercado parece inexistente.
¿Dónde está el diseño industrial mexicano? O mas correctamente: ¿Dónde están los
productos diseñados por mexicanos? Habrá quienes con razón digan que en la casas
de los mismos diseñadores (o de sus familiares o amigos). Hace algunos años
apareció en algunas librerías una especie de catálogo o directorio de diseñadores
mexicanos. Contiene las referencias y “creaciones” de unos 30 ó 40 profesionales
en el área. La mayoría de las muestras son de productos gráficos (logotipos,
ediciones, etc.) y también algunos muebles y objetos, pero prácticamente todos
los ejemplos son fotografías de maquetas o ilustraciones. ¿Qué significa esto? Que
esos diseños no han sido producidos industrialmente. ¿Sirve de algo el diseño si éste
se limita a concebir y a proyectar y nunca se concreta en la producción industrial?
El pueblo (el usuario mexicano) ha tenido que conformarse con productos de diseño
fabricados con una gama de materiales muy pobre y limitada. Las mejores
intensiones del diseñador se ven frustradas ante el hecho de esta carencia
paradójica. Tenemos (¿teníamos?) selvas y bosques de maderas preciosas y no
tanto. Sin embargo, ¿quién puede disponer ahora de un mueble de caoba? ¿Hace
cuánto que no vemos roble o encino? Y por lo tanto, ¿quién los podría diferenciar?
Una exploración rápida por el mercado del mueble popular (no el de las galerías
Chippendale, por supuesto) nos enfrenta al hecho de que solamente tenemos
madera de Oyamel (un pino mexicano no tan fino como el canadiense y de muy
bajo costo cuya madera se usa por los albañiles para cimbras), y una serie de
“aglomerados” (aserrín aglutinado y comprimido), es decir, desperdicio de madera.
Para que no fuera tan notoria esta deficiencia, el empresario mueblero creó por la
década de los 70 (Cuando hizo crisis el hecho de que la mayoría de la producción
maderera se comenzó a exportar), el llamado mueble “estilo colonial”. Sin duda
una forma elegante de vendernos la idea de lo “mexicano”. Estos muebles no son
coloniales (pues entonces tendríamos que hablar de barroco o churrigueresco), son
rústicos, es decir, de poca aplicación tecnológica y precios bajos. Para las elites se
hace lo mismo, pero se agrega valor con el toque “nais” de la madera “apolillada”.
Otro material que está fuera del alcance del diseñador es el plástico. Resulta
igualmente paradójico que siendo México un país petrolero, no tenga la
infraestructura para procesar el “oro negro” y en vez de exportar derivados
exporte crudo. Existen alrededor de 11000 plásticos de ingeniería (industriales), y
sin embargo, el proyectista mexicano debe conformarse con unos 50 que se pueden
adquirir en nuestro mercado y unos 100 que pueden importarse (¡de Taiwan!) de
modo rentable, todos los demás son incosteables.
Algo semejante sucede con los metales; el cobre y el aluminio son caros, los
férreos incluyendo el acero, los encuentra el diseñador en muy limitadas
presentaciones y de las aleaciones mejor no hablamos, ya que requieren
tecnologías productivas con las que no cuenta el grueso de la planta industrial
mexicana. Tal vez la excepción sean los pétreos cuya disponibilidad ha permitido el
desarrollo en ciertas aplicaciones del diseño en la cerámica y el vidrio.
Todos los gobiernos han estado tan deseosos como la industria de usar las
innovaciones tecnológicas como elemento de poder y de cambio. La tecnología
impulsa nuevos métodos de producción y los nuevos productos y servicios
resultantes son factores importantes de desarrollo económico. El cambio
tecnológico esta relacionado con el proceso de industrialización que incluye el
surgimiento de sociedades basadas en el modo de producción capitalista, el
mercado de masas, el comercio internacional y finalmente la globalización.
A pesar de los intentos de Don Porfirio que generaron un cierto auge en la industria
(textiles, los ingenios azucareros, las desfibradoras de henequén), los altos precios
sociales pagados en el esfuerzo por industrializar al país, y la entrega de las
finanzas nacionales al extranjero, el México de principios de siglo no se encontraba
en posición ventajosa con respecto a la tecnología. Como sucede hasta la fecha,
prácticamente había que comprarla toda al exterior si se intentaba crear una
industria (en la forma de máquinas, herramentales, procesos y Know-How).
López Mateos siguió al pie de la letra las indicaciones para el “desarrollo” que
estableció la Alianza para el Progreso de Kennedy (supuesta ayuda para América
Latina a cambio de no afectar intereses norteamericanos), continuó el
endeudamiento y la inversión extranjera y algo desastroso para el ya posible
diseño: se reorietaron las inversiones públicas hacia sectores primarios de la
industria (eléctrico, petrolero, siderúrgico, etc.), es decir, energéticos y materias
primas en lugar de bienes de capital, y se dejó libre el terreno a paticulares para
invertir en la industria de la transformación, por supuesto las transnacionales
desplazaron casi totalmente al capital privado nacional.
De Diaz Ordaz podemos decir que su principal objetivo fue acelerar el crecimiento
económico para poder asegurar al capital altas tasas de ganancia, lo que se logró a
costa de endeudamiento, desigualdad social y un incremento en la dependencia
con el exterior. Echeverría Alvarez aplicó la política económica del Desarrollo
Compartido que reforzó la dependencia comercial, financiera, cultural y
tecnológica aun con la reforma educativa. En el sexenio de López Portillo, se
generó el rezago del ramo manufacturero, se dispararon las importaciones (sobre
todo de artículos suntuarios), hubo una alarmante fuga de capitales, se dieron a
conocer el fallido plan Nacional de Desarrollo Industrial y la Alianza para la
Producción (altas ganancias para empresarios, bajos salarios para los
trabajadores). De la Madrid institucionaliza los “pactos de concertación” y estimula
los procesos industriales de maquila, pero no los de bienes de capital, la
dependencia tecnológica es casi total, a pesar (¿o gracias?) al Conacyt.
Salinas de Gortari nos propuso pertenecer “al mercado mas grande del mundo”,
después de romper con la participación estatal en el sector empresarial que
regresa a los particulares, una vez mas se especula con las oportunidades que
tendría la industria mexicana, en esta ocasión frente al Tratado de Libre Comercio
de Norteamérica. Con Zedillo se firmaron muchos otros tratados (al término de su
gestión con la Comunidad Económica Europea), sin embargo dejo a criterio del
lector el responderse ¿En que han contribuido estos audaces ejercicios
protocolarios al desarrollo real de la industria en México?
Echemos un vistazo a una típica cocina clasemediera en el que coinciden por una
parte, el horno de micro-ondas, la olla de vapor, sartenes de peltre, cazuelas de
barro y por otra, el molcajete, la licuadora y el “pica lica”. Esto no tendría nada
de raro si no fuera por el hecho de que todos estos artículos conservan su valor de
uso de modo igualmente extensivo y en ocasiones indistinto, como calentar las
tortillas en el comal o en un “microwave oven General Electric Plus”.
Se construye una utopía sobre los valores de signo y cambio de los objetos que
entran en contradicción con las necesidades reales y el entorno social específico.
Se subliman los requisitos vivenciales y se recurre a motivaciones tan primitivas
como el adorno. El hombre es un animal que se adorna, y extiende el ornato
personal a su hábitat próximo y no tanto. Para reafirmar socialmente su posición
de clase, el hombre se adorna. Muchos productos artesanales en su oportunidad y
ahora prácticamente todos los industriales, han sido creados para tal fin, y de
paso, llenar algunas necesidades estéticas particulares. ¿Han tomado en cuenta
esto los diseñadores mexicanos al plantear sus diseños? (Cuando ha existido la
oportunidad por supuesto).
De todo esto toman ventaja los mercaderes. Resulta entonces más fácil
convencernos de que el único diseño que vale la pena es el que viene de afuera.
Nos ensartan el “stylig” derrochador y el “confort” de los vecinos de allá arriba; la
“funcionalidad” alemana; el “glamour” francés; la “artisticidad” italiana; la
“tecnología” japonesa; la “racionalidad” nórdica; y así por el “estilo”.
Acordes con la modernidad, quedaron los ejes viajes que nos regaló el versátil
Hank González. En tiempos récord, dio tiempo aún de equipar a estas vialidades
con interesante mobiliario urbano. Los “postes” construidos con armaduras
tubulares a manera de bastidores rectangulares, estaban diseñados con las mejores
intenciones, pero con pocos conocimientos de nuestro modus operandi urbano.
Estos “postes” debían ser los soportes que contendrían las casetas telefónicas; los
depósitos para “basura de mano” (¿Que es eso?); las señalizaciones viales
informativas, preventivas y restrictivas de diferentes clases; y hasta “refugiatones”
para las paradas de los autobuses.
¿Donde están las diseñadores industriales mexicanos? Como decía cierto personaje
de una famosa campaña política: Trabajando Manuel, trabajando...
Aproximadamente al 80% se dedica al Diseño Gráfico.
Léase por favor los siguientes ejemplos entre líneas: por una parte el nombre del
CODIGRAM: Colegio de Diseñadores Industriales y GRAFICOS de México; o el de un
importante despacho: Diseñadores Industriales, S. A., que no se dedica al diseño
industrial, sino al diseño gráfico PARA la industria. Desde los nombres se intenta
aparentar y esconder nuestra triste realidad de exiliados profesionales
(advenedizos o arrimados nos dirían los diseñadores Gráficos más corteses); ni
modo.
Pero no todo es color de hormiga. Existen dos áreas donde sí se está haciendo D. I.
en México: La industria carrocera y la de stands, displays y exhibidores para
exposiciones o puntos de venta. Júzguelos usted mismo.
EL DISEÑO MEXICANO Y LA PROPUESTA
Todo lo expuesto hasta aquí, debe servirnos para entender que el problema del D.I.
en México no es nuevo ni sencillo, y se debe en gran medida a erráticas políticas
gubernamentales y a diversos rasgos particulares y complejos de nuestra cultura,
no atendidas adecuadamente. No se han dado en ningún momento las condiciones
económico - tecnológicas mínimas y suficientes para salir de la premodernidad
industrial y de este modo, poder apropiar procesos diseñísticos integrales que
devengan en productos de correspondencia plena con requerimientos reales (tanto
objetivas: el nivel y forma de vida, como subjetivas: gustos “barrocos y
tropicales”) de los grupos sociales mexicanos.
El Diseño Industrial Mexicano, debe ser capaz de expresar los valores auténticos de
los diferentes grupos sociales y de este modo, participar concretamente en el
progreso, debe educarse y educar. El D. I. debe ser ante todo un humanista
científico, cuyo dominio material sean los objetos y la tecnología. Debe ser un
intelectual capaz de mediar entre las decisiones financiero - productivas de los
empresarios industriales y las verdaderas necesidades de los consumidores -
usuarios.
Roberto Gómez Soto, diseñador industrial, maestro en artes visuales, canditado a doctor en Bellas
Artes e iniciador del arte digital en México. Actualmente coordina la Unidad de Posgrado y Educación
Continua de la Escuela de Diseño del INBA, UPEC; catedrático en el ITESM, Campus Ciudad de México.