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La Restauración Salinista

José Luis Sierra V.

Digámoslo de entrada y con toda claridad: lo que se vislumbra en el horizonte político


nacional no es el retorno del PRI a Los Pinos sino la restauración del salinato, la
expresión más elitista, antinacional, autoritaria y corrupta del priísmo, la que se dio al
agotarse el modelo presidencialista y con la descomposición de su sustento, el
binomio Partido-Gobierno.

Consecuencia directa de las reformas salinistas fue el encumbramiento de los grupos


de PODER FÁCTICO en la estructura de intereses y decisiones en el país, proceso
que corrió paralelo a la crisis y el desmantelamiento del modelo presidencial
autoritario que, por más de 70 años, había tenido vigencia en México. El fracaso
estratégico del salinismo (que empezó con el asesinato de Colosio y culminó con el
encarcelamiento de su hermano y la huelga de hambre en San Bernabé) no dejó a
su abanderado en la inopia, pues además de una fortuna cuyas dimensiones y
alcances remiten a la fantasía, Carlos Salinas logró preservar la función de
“intelectual orgánico” de los grupos de poder que él ayudó a conformar y a
entronizarse.

Inteligente y bien informado, paciente y previsor, Salinas sabe recurrir al o a los


especialistas indicados para conocer de alguna materia o campo que no domina y
que necesita abordar. Durante años trabajó en las sombras, incluso viviendo en el
extranjero, apostándole al olvido, sabedor de que la memoria flaca es uno de los
grandes defectos de la sociedad mexicana y una de las mejores armas de los
políticos.

Su regreso a México, en las postrimerías del sexenio foxista, fue planeado al detalle.
Como estudiadas fueron las formas de reinserción en la vida política y cada una de
sus esporádicas apariciones. La presidencia del PRI en manos de Roberto Madrazo
fue una medida alentada por Salinas, aunque éste tenía muy claro que Madrazo era
uno de los lastres del salinismo de los que tendría que deshacerse si quería hacer
realidad su anhelo restaurador. La candidatura de Madrazo resultó nefasta para el
salinismo, empeñado que estaba Salinas en sabotear la candidatura de López
Obrador y su posible triunfo electoral. Las urgencias electorales llevaron a restarle
votos al PRI en beneficio del PAN y de su candidato, medida que formó parte de una
estrategia que hizo de los poderes fácticos, por primera vez, los grandes electores.

La debacle madracista del 2006 dio oportunidad de que Carlos Salinas pudiera
imponer condiciones y personas en un PRI maltrecho y saqueado, apoyado
principalmente en figuras caciquiles y en el control que sobre el propio PRI y sobre
buena parte del escenario nacional ya ejercían los gobernadores priístas. Para ese
entonces ya estaba en marcha el proyecto Peña Nieto y el grupo de los
gobernadores era el bastión operativo y financiero.
Carlos Salinas apuesta por Peña Nieto no para que regrese el PRI a Los Pinos, sino
para restaurar el salinismo, su proyecto de modernización nacional con la óptica del
neoliberalismo, reñido con la historia y con las tradiciones. El salinismo aspira a
dividir al país en poderes estancos, dejando al entramado institucional que
conforman el Congreso, los partidos, la Suprema Corte y el propio presidente en un
nivel secundario, como subordinados de los poderes fácticos: Iglesia, grandes
monopolios y corporaciones empresariales; intereses extranjeros; ejército; medios de
comunicación; conferencia de gobernadores…

El pasado 28 de diciembre, de manera sorpresiva, Carlos Salinas se apareció en las


calles de Mérida, platicando con la gobernadora ante ojos y oídos, cámaras y
grabadoras, de los periodistas. Más tarde ofreció una desacostumbrada conferencia
de prensa y, al segundo día de su visita, se entrevistó con la gobernadora en el
Palacio de Gobierno. El episodio yucateco marca el cambio de rumbo en el proceder
de Carlos Salinas: constituye el momento en que considera conveniente –necesario,
tal vez- “dejarse ver”, hacer saber a los mexicanos que es de él “la mano que mece
la cuna”…

El motivo de la visita de Salinas, lo sabemos ahora, fue mediar en el conflicto


personal que surgió por la candidatura de Humberto Moreira para dirigir al PRI y con
la invitación que éste le hizo a la gobernadora Ortega para que formara parte de su
fórmula, como Secretaria del Comité Directivo. El rechazo virulento de la yucateca
(en parte, por negarse a ser segunda de nadie; pero también porque vislumbró la
entrega del gobierno de Yucatán a Emilio Gamboa, avasallado también por la
imposición de Moreira) y la repercusión que éste pudiera tener en el Grupo de los
Gobernadores y en la tersura del relevo priísta motivó la visita de Salinas y su pública
actuación en lo que ahora se sabe es SU proyecto y, como tal, está bajo SU absoluto
control y responsabilidad.

Sin restar un ápice a las indudables capacidades que tiene Carlos Salinas de Gortari
como operador político, necesario es recordar los numerosos fracasos que cosechó
al responder con medidas equivocadas a situaciones críticas que le tocó afrontar.
Recuerdo sólo algunos: el torpe manejo del asesinato de Colosio y sus secuelas; los
conflictos de grupo que llevaron a la muerte de su cuñado José Francisco y a la de
Mario Ruiz Massieu, a la de su propio hermano Enrique; el pésimo manejo de la
sucesión que propició los “errores de noviembre”, la ruptura con el presidente Zedillo
y la pataleta de San Bernabé con la que trató de generar un conflicto mayor tras la
detención de su hermano, su operador financiero de mayor confianza. Concluyo este
recuento con la tragicomedia de los vídeos de Bejarano y el intento de abortar, por
todas las vías y a cualquier precio, la candidatura de Andrés Manuel López Obrador.

¿Por qué sugiero tener presentes las luces y las sombras de la operación política de
Carlos Salinas al acercarse la elección del 2012? Porque su proyecto de restauración
conservadora, si bien corresponde a una estrategia consistente y probada, que
cuenta con muchos e importantísimos agentes y soportes, se finca en un supuesto
que vemos endeble y que será, sin lugar a dudas, el factor que estará sujeto a
evaluación en los próximos meses: qué tanto la sociedad mexicana olvidó lo que
Carlos Salinas hizo durante su presidencia y qué tanto extravió referencias de lo que
representa como protagonista político.

Pudiéramos enfrascarnos en una larga e interminable discusión sobre la edad de los


votantes o el grado de madurez de la ciudadanía a la hora de escoger entre
imágenes y proyectos, no voy a abonar ese camino, simplemente quiero terminar
estas reflexiones destacando el efecto que ha tenido en elecciones estatales
recientes la convocatoria a votar “contra el PRI”, dejando al ánimo y al grado de
desarrollo de cada votante aportar los argumentos y las razones para impedir el
regreso de un pasado que, a juzgar por los resultados en esos estados, no se quiere
volver a vivir.

En próxima entrega analizaré similitudes y diferencias entre el MAXIMATO y el


SALINATO, dos pasajes de la vida nacional que involucran a personajes autoritarios
que aplican proyectos unipersonales ante situaciones críticas por el agotamiento de
un modelo de control autoritario y la consiguiente dispersión del poder en fuerzas y
liderazgos locales.

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