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Su regreso a México, en las postrimerías del sexenio foxista, fue planeado al detalle.
Como estudiadas fueron las formas de reinserción en la vida política y cada una de
sus esporádicas apariciones. La presidencia del PRI en manos de Roberto Madrazo
fue una medida alentada por Salinas, aunque éste tenía muy claro que Madrazo era
uno de los lastres del salinismo de los que tendría que deshacerse si quería hacer
realidad su anhelo restaurador. La candidatura de Madrazo resultó nefasta para el
salinismo, empeñado que estaba Salinas en sabotear la candidatura de López
Obrador y su posible triunfo electoral. Las urgencias electorales llevaron a restarle
votos al PRI en beneficio del PAN y de su candidato, medida que formó parte de una
estrategia que hizo de los poderes fácticos, por primera vez, los grandes electores.
La debacle madracista del 2006 dio oportunidad de que Carlos Salinas pudiera
imponer condiciones y personas en un PRI maltrecho y saqueado, apoyado
principalmente en figuras caciquiles y en el control que sobre el propio PRI y sobre
buena parte del escenario nacional ya ejercían los gobernadores priístas. Para ese
entonces ya estaba en marcha el proyecto Peña Nieto y el grupo de los
gobernadores era el bastión operativo y financiero.
Carlos Salinas apuesta por Peña Nieto no para que regrese el PRI a Los Pinos, sino
para restaurar el salinismo, su proyecto de modernización nacional con la óptica del
neoliberalismo, reñido con la historia y con las tradiciones. El salinismo aspira a
dividir al país en poderes estancos, dejando al entramado institucional que
conforman el Congreso, los partidos, la Suprema Corte y el propio presidente en un
nivel secundario, como subordinados de los poderes fácticos: Iglesia, grandes
monopolios y corporaciones empresariales; intereses extranjeros; ejército; medios de
comunicación; conferencia de gobernadores…
Sin restar un ápice a las indudables capacidades que tiene Carlos Salinas de Gortari
como operador político, necesario es recordar los numerosos fracasos que cosechó
al responder con medidas equivocadas a situaciones críticas que le tocó afrontar.
Recuerdo sólo algunos: el torpe manejo del asesinato de Colosio y sus secuelas; los
conflictos de grupo que llevaron a la muerte de su cuñado José Francisco y a la de
Mario Ruiz Massieu, a la de su propio hermano Enrique; el pésimo manejo de la
sucesión que propició los “errores de noviembre”, la ruptura con el presidente Zedillo
y la pataleta de San Bernabé con la que trató de generar un conflicto mayor tras la
detención de su hermano, su operador financiero de mayor confianza. Concluyo este
recuento con la tragicomedia de los vídeos de Bejarano y el intento de abortar, por
todas las vías y a cualquier precio, la candidatura de Andrés Manuel López Obrador.
¿Por qué sugiero tener presentes las luces y las sombras de la operación política de
Carlos Salinas al acercarse la elección del 2012? Porque su proyecto de restauración
conservadora, si bien corresponde a una estrategia consistente y probada, que
cuenta con muchos e importantísimos agentes y soportes, se finca en un supuesto
que vemos endeble y que será, sin lugar a dudas, el factor que estará sujeto a
evaluación en los próximos meses: qué tanto la sociedad mexicana olvidó lo que
Carlos Salinas hizo durante su presidencia y qué tanto extravió referencias de lo que
representa como protagonista político.