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TALLER DE EXPERIMENTACIÓN VISUAL IV PROF.

JULIO CHÁVEZ GUERRERO

Aproximación al concepto de valor en mi obra plástica.

El cuerpo humano a sido una constante representacional en mi obra plástica desde mis inicios
como pintor. En mis primeros trabajos podían intuirse formas que sugerían un proceso de
transformación y mutilación del cuerpo, con una enorme variedad de propósitos: desde la pura
experimentación lúdica de las formas, como parte de un aprendizaje en constante proceso; hasta
la representación de cuerpos en estados físico-orgánicos adversos, como incisión vigorosa sobre
la piel emocional del espectador. Mis pinturas y dibujos han tratado de mantenerse firmes en una
temática que se posiciona como una metáfora ética y moral sobre el ser humano corrupto o
ultrajado; dicho de otra manera, la carne es un símbolo que en muchos casos presento a manera
de objeto plástico con el cual se puede ejercer una amplia variedad de manipulaciones
significativas: ya sea cargadas con aguda perversidad, ya sea despojadas de todo lineamiento
normativo.

De esta forma, mi trabajo se sostiene como un desafío a los conceptos académicos más
ortodoxos acerca de lo que se define como Arte Plástico; es decir, el carácter ilustrativo de mis
dibujos a tinta y de algunas pinturas con frecuencia han resultado ser un atrevimiento para los
criterios que consideran a la ilustración, disciplina exclusiva del Diseño y la Comunicación
Gráfica masiva, y no como parte integral de las Artes Plásticas actuales. Apelo a lo ilustrativo,
simplemente porque demando de una narración visual maniaca, donde no se pide permiso alguno
del espectador para mostrar lo oculto, lo siniestro y hasta lo prohibido; de ahí que mi trabajo
coquetee con lo pornográfico y con lo obsceno; con la interdicción y el tabú.

Siempre he sido una persona con inquietudes hacia lo monstruoso, hacia los excesos de
una imaginación desparramada en lo violento, en aquello que resulta infame para la mente que
busca tranquilidad y descanso. Encontrar una explicación a estas inquietudes, es una de las causas
de mi trabajo, lo que lo impulsa, y muy probablemente, sea también el eje discursivo con el que –
por medio de cierto manejo retórico-, intento sondear en mi interior y extraer los contenidos
simbólicos yacientes en el sedimento de mi subjetividad.

De esta forma, lo que he vivido, lo que he sentido, lo que he experimentado como existir;
se reúne en mi pensamiento y lucho por conferirle cuerpo, un cuerpo que a la vez tangible –por
medio del dibujo y la pintura hacia la mirada-, sea también un cuerpo que se sostiene en el
esqueleto articulado del sentido: a mi modo de ver, el sentido que trato de componer en mi obra
es, al mismo tiempo, su valor más preciado.

La cosa o el asunto que se aborda en mi trabajo plástico intenta adquirir el sentido en el


grado en que posea las propiedades contenidas en su concepto, en otras palabras; el valor
contenido en mi trabajo lucha por cumplir con la coherencia de su significado. Pienso que para un
pintor, el significado –y la comprensión que se requiere para constatar su fisiología semántica-,
del concepto de una cosa –su obra-, es entonces la unidad con la cual intento establecer mi propia
norma de medida.

Mauricio Zárate Parra 9026904-6 Artes Visuales –pintura- ENSAYOS DE CLASE


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El sentido viene a ser -como ya lo he mencionado-, el parámetro con el cual intento medir
el valor semántico de mi obra, con lo que podría evaluar, que tan acertadamente he llegado a
congregar en mi obra, el resultado coherente de mis indagaciones. Al mismo tiempo, pienso que
ese mismo valor de sentido es lo que puede proyectar a mi obra hacia el reconocimiento por parte
de un público que exige material artístico que sea capaz de sostener un diálogo: cuestionamiento
y respuesta, respuesta y cuestionamiento.

Para que un fenómeno pueda ser medido, primero debemos establecer si éste tiene la
capacidad de ser medido. Si para medir la distancia requerimos de un metro, si para medir el peso
de un cuerpo requerimos de una báscula: ¿cuál sería entonces el instrumento con el que podemos
evaluar una pintura? Intentaré dar respuesta a este cuestionamiento con la descripción de mi
propia experiencia como pintor, en la búsqueda de un discurso preciso, puntual, exacto en sus
objetivos, es decir, en sus cualidades primarias.

Aunque desde un principio los temas perturbadores en mi obra eran cuestionados a partir
de mis propios juicios, no dejaba de tener en cuenta que las imágenes mentales que vagaban por
mi mente eran capaces de generar una incomodidad importante en el espectador de acuerdo a sus
propios juicios. Por lo tanto, comencé a diseñar una estrategia conceptual por medio de la cual,
pudiera acomodar mis inquietudes discursivas de manera que fueran identificables a primera
vista, y que en la indagación de su significado, el espectador me sirviera de guía de acuerdo a sus
reacciones. Si mi trabajo había logrado por lo menos una estrecha aproximación a las intenciones
originales de mi obra; si en el público que observaba mi trabajo se suscitaba la emoción esperada
-asombro o disgusto por ejemplo-, y como consecuencia de ese primer impacto emocional se
producía en el espectador una reflexión lingüística que dedujera el significado de la pieza
acertadamente –de acuerdo a mis propósitos germinales-, entonces concluía que tenía la
herramienta con la cual podía elaborar una valoración de mi propia obra: era el sentido logrado
del contenido conceptual lo que armaba la herramienta de medición inicial de mi trabajo.

Como consecuencia de este hallazgo, decidí concentrarme en un análisis más profundo


sobre los temas que frecuento, entregarme por completo a lo que como ser humano y artista me
apasiona. Para tales fines, estoy al tanto de la literatura que se desprende de las exploraciones que
diversos autores realizan desde sus respectivas disciplinas sobre la violencia, la crueldad, lo
monstruoso y lo abyecto. Ha sido inevitable, que a partir de mi inquietud como artista, surja
entonces una inquietud intelectual, informativa y formativa, con la que pretendo en todo
momento conferir a mi obra plástica otro aspecto valorativo, quizá, desde una perspectiva
platónica en la que ser y valer se corresponden. Si ser es valer, entonces de alguna forma -en el
plano de las ideas-, sería suficiente con la maquinaria intelectual para sostener mi trabajo plástico
como un valor en sí; pero tal posición aún no me satisface del todo como una teoría del valor que
me permita justificar la existencia de mis planteamientos plásticos materializados. Esta posición
solo justifica, desde mi punto de vista, la imperiosa necesidad de hacerse de un arsenal filosofante
que contribuya a la construcción del sentido.

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Como consecuencia del incesante ejercicio que hago de la lectura, he desarrollado la


disciplina de escribir, de acompañar con textos reflexivos a mis obras, pues considero que son
complementos obligados para una contemplación enriquecida de las imágenes que produzco, al
mismo tiempo, que se vuelven una ruta metodológica alterna para conducir el sentido de lo que
pinto. En dichos textos, intento también describir mis obsesiones personales de manera
quirúrgica, sin ningún obstáculo que impida la extroversión de mis indagaciones existenciales.
Pienso que para el pintor que se sumerge en la materia oscura del existir humano, resulta a veces
insuficiente el puro discurso pictórico: la escritura nos consuela en la exhaustiva exploración del
fatalismo, pues funciona -al igual que la pintura-, como una ruta crítica hacia el auto-exorcismo.

Pienso que todo creador tiene sus demonios. Muchas son las manifestaciones artísticas
que nos remiten a estas oscuridades terrenales e infernales depositadas en el basamento de la
mente creativa. Uno de mis pintores predilectos, Francisco de Goya y Lucientes, manifestó en sus
pinturas negras aspectos poco agradables de la condición humana, y que en buena parte
representan las angustias que le invadieron durante sus últimos años de vida. El resultado de estas
obras en La Quinta del Sordo han comprobado su eficacia a lo largo de la historia, como un
pasaje sumamente personal y al mismo tiempo, con una gran consciencia colectiva sobre la
condición humana. Una vez más, el elemento monstruoso trasciende su tiempo, se vuelve
presente porque de alguna forma, sigue siendo un motivo de reflexión vigente en una época en la
que se diversifican los juicios acerca de lo monstruoso, de acuerdo a sistemas de valores
socioculturales en permanente trasmutabilidad.

El valor de la pintura de Goya, reside en gran medida en un discurso plástico coherente


con su tiempo, coherente con sus intensiones. Lo que permite medir ese acierto –desde una teoría
del valor-, es justamente el acierto mismo.

En mi pintura he tratado en todo momento de no traicionar esos principios, aunque sí de


transformarlos con la idea de que puedan clarificarse las zonas oscuras de su semántica. Me
interesa esa claridad porque, si ya de por sí, mi obra se fundamenta en los andamiajes subjetivos
de mi propia existencia, lo menos que puedo hacer como comunicador, como narrador de textos,
es arrojarlos al mundo con un tanto de certeza de que la lectura que se hará de ellos desde el
exterior –no controlado por mi-, será la más cercana al imago mundi que viste mi vida.

Basado en hechos biográficos propios y ajenos, he llegado a concentrar mi atención en la


angustia: extravío permanente en las oscuras llanuras de una razón desperdigada en los excesos.
Mi trabajo plástico no pretende llegar heroicamente a la historia del arte, pretende permanecer en
la memoria de alguien que desee hablar de lo innombrable. Dejar huella en las emociones
humanas por medio de sensaciones preceptúales coherentes con su sentido conceptual, es un reto
dentro de mi producción.

A todas estas consideraciones puede elaborarse la pregunta: ¿Por qué ocuparse de temas
sórdidos habiendo tanta dulzura, tanta poesía, tanto amor en el mundo? Lo único que hago es
mirar al abismo y ver de frente a las desviaciones, a las distorsiones y sobre todo, elaborar un

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puente seguro que permita al espectador ver al precipicio oscuro de esta época, que nos pierde en
un caos, sin brújulas, sin mapas ni coordenadas: que nos arroja al abandono.

El concepto de valor en la obra plástica reside en varios puntos sensibles de su erección


como discurso plástico. En mi pintura y en mi dibujo, pretendo descubrir sus orígenes
ontológicos, estados gestacionales que me permitan tener una visión más clara de sus raíces tanto
ideológicas, como representacionales; en el otro extremo, intentar un desprendimiento paulatino
de la obviedad de la figuración, lo cual no es tarea sencilla, pues durante toda mi vida como
artista plástico la representación figurativa ha sido una cualidad visual del corpus global de mi
trabajo.

Con esto, no quiero decir que intento abandonar la figuración; lo que intento es alcanzar
una manera de abordar el tema de lo monstruoso sin caer en la evidencia inmediata, con la firme
convicción de hacer al espectador, no un Voyeur que se conforma con la contemplación, sino
hacerlo un cómplice en el maltrato, en las dosis de crueldad que son aplicadas a mis personajes:
estar en el linchamiento, con las manos en el rostro tratando de no ver el acto inaudito.
Petrificados ante la imposibilidad de hacer algo, de evitarlo.

Como artista plástico me es difícil desprenderme de aquello que me define como hombre:
una sensualidad que trata de embaucar al espectador de tal forma que éste, al mirar y leer estas
imágenes, no sólo sea testigo de una morbosidad sorprendente, sino que lo atrape y lo haga
partícipe en el ejercicio de lo prohibido.

El valor de mi obra es este: su inmutable y permanente búsqueda de sentido.

Para concluir, me detendré en una obra realizada a finales de 2010 y que es una pieza que
forma parte de una serie que he titulado Ogros. Esta pintura es el resumen de varios años de
trabajo, en los que he buscado una manera de representar alejada de la monstruosidad que se
distingue, por la llana manifestación de la deformidad.

Esta pintura inaugura mi acercamiento a lo monstruoso desde una perspectiva ética: el


monstruo no es ahora el representado, es su acto, sus crímenes lo que definen lo monstruoso
como una acción que en efecto transgrede las normas, pero no sólo por sus cualidades
representacionales en la pintura, sino desde un plano invisible que el espectador percibe como
situación moral.

A partir de esta situación moral es lo que puede ubicar al espectador en uno de dos
estados: como víctima, identificándose con el sufrimiento y la pena del personaje y como el
ejecutante del crimen -que si bien no es obligatoriamente un verdugo-, sí es alguien que persigue
con sus acciones la rotura espiritual, psicológica e intelectual de la víctima. La presencia del
ejecutante a manera de espectador es, hasta cierto punto, el objetivo a consumar en el cuadro. Es
a partir de esa pasividad, de su profunda serenidad que nos percatamos del estado último de la
víctima, su último suspiro inmerso en la satisfacción de un morir anhelado para escapar del
injuria.

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En este trabajo considero diversas categorías de valor. El aspecto técnico de la obra me


habla de valores tecnológicos (hechura, fabricación, escrupulosa selección de materiales), valores
técnicos (ejecución de la pincelada, aplicación de los pigmentos sobre la superficie, modos de
configurar y moldear las formas), valores morales (lo bueno, lo malo), valores estéticos (lo bello
y lo feo) y valores semánticos (la estructuración del sentido).

Estas categorías serían difíciles de encontrarse si no se dispone de por lo menos una


noción clara de una categorización evaluativa, una teoría que valore los elementos que en
conjunto conforman la obra artística.

En esta pintura, recurro también -dentro de los valores estéticos-, a la acrobacia de


presentar lo feo, lo perturbador, como una posibilidad representacional de lo bello. Son las
marcas de aplicación de la pintura -ya sea a espátula o a pincel-, lo que conviene a la imagen en
función de su propósito: los colores empastados, las carnaciones abultadas y las heridas incididas
sobre el rostro, que más que una referencia a la realidad del aspecto físico humano; es pintura que
en sus formas pictóricas desordenadas contribuye a la concreción del sentido.

A un nivel cromático, esta pintura se desenvuelve libremente, permitiendo la aparición de


contrastes cromáticos que al no pertenecer por completo a la realidad, adquieren un valor
significativo particular y polisémico. Los colores apoyan la sensación de opresión, pero al mismo
tiempo apoyan una lectura que puede interpretarse como la presencia misma de una mirada
subjetiva, la del pintor.

La valoración o lo que considero «valores» dentro de este cuadro en particular –y que son
básicamente los mismos principios que rigen mi obra en general-, obedecen a una organización
jerárquica en cuyo grado inferior comprende los valores de lo agradable y desagradable, y cuyos
grados superiores son -en orden ascendente-, los valores vitales y los espirituales. Estos últimos,
corresponden a valores que sobrepasan la esfera existencial del objeto artístico y están a
disposición de los juicios del espectador según su formación, según el modelo que se estructure
en su razón y en sus sentimientos, correspondiente a lo que considere malo o bueno, justo o
injusto, verdadero o falso.

Medir el valor de un objeto artístico es complejo, pues como he tratado de exponerlo en


este ensayo; no es una acción que se limite a las valoraciones estimativas. El sentido –o
articulación semántica coherente-, de la pintura, es para mi modo de ver, un avance en cuanto a
mi manera de entender y comprender una teoría axiológica aplicada al arte; ha resultado en una
unidad de medida que me permite darme una idea, de la forma en que mi obra es elaborada,
apreciada y comprendida.
Mauricio Zárate Parra - Maestría Artes Visuales –pintura- Taller de Experimentación Visual IV

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Ogros IV

óleo sobre tela

100 x 100 cms

2010-2011

Mauricio Zárate Parra 9026904-6 Artes Visuales –pintura- ENSAYOS DE CLASE

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