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subjetividad
Síntesis
En esta clase, nos proponemos pensar en los encuentros y en los
desencuentros entre la escuela, los profesores, los jóvenes adolescentes y sus
familias. Así, nos centramos en las nociones de juventud, adolescencia y
pubertad pensadas —al igual que en las dos primeras clases de este bloque—
como un entramado histórico y social en el que se construyen las
subjetividades.
Interrogantes
¿Cuáles son los diferentes modos de pensar la juventud y la adolescencia?
¿Qué lugar ocupa la construcción de identidades en la constitución de la
subjetividad? ¿En qué medida la escuela reconoce este proceso? ¿Cómo se
posiciona frente al mismo? ¿Qué puede ofrecer la escuela para alojar la
construcción de identidades? ¿Cómo incide la relación de los jóvenes con la
palabra y, en particular, con la palabra de los adultos en ese proceso y en un
marco social complejo como el actual? ¿Cómo pensar el currículum escolar en
relación con ese proceso?
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Bandas de jóvenes, fanáticos del rock o del fútbol, pibes chorros, bailanteros,
hackers, fanáticos de las computadoras, militantes del boleto estudiantil,
drogadictos, anoréxicas, lolitas, estudiantes con uniforme, estudiantes con
guardapolvo, estudiantes. Seguramente, no nos alcanzan las categorías para
nombrarlos y nombrarlas. Se trata de nombres que dan cuenta de que todos y
cada uno de ellos se encuentran atravesando un "drama subjetivo" del que
intentaremos dar cuenta en este apartado.
El profesor Martínez descubrió que Horacio le "robó" el libro que había dejado
sobre el escritorio, ya que sólo él se había quedado terminando el examen para
poder salvar la nota del primer bimestre. No se trataba de un libro cualquiera.
Era el "abc" para preparar sus clases de historia del Siglo XX y tenía anotaciones
suyas de cuando fue a escuchar a su autor, el profesor Erick Hobsbawm, que
había estado de paso por Buenos Aires. Para él, había sido una experiencia que le
cambió la manera de pensar los temas y de dictar sus clases.
El profesor les contó a sus alumnos, también en esa clase, que había recurrido a
unos apuntes que guardaba de aquella charla, porque no había encontrado el
libro para preparar el tema, a pesar de haber dado vuelta su biblioteca. Ese libro
que tanto significaba para él puesto que le había "dado vuelta" su manera de
pensar el tema y su materia.
Imaginen que la situación del relato anterior tiene otro final. Horacio permanece
callado en la clase mientras el Profesor Martínez habla, pero no hay encuentro en
la esquina y, por consiguiente, no hay devolución del libro.
¿Cuáles consideran que pueden ser las estrategias a seguir frente a una situación
semejante? ¿La prevención? ¿La disuasión represiva? ¿La denuncia y el castigo?
¿Silenciar el hecho? ¿Intentar modificar comportamientos? ¿Promover acciones
que recompongan lazos de solidaridad? ¿Qué otras estrategias les parecen
posibles?
El Prof. Martínez apostó a que detrás del robo no había un pibe chorro, sino un
sujeto movilizado por alguna circunstancia. Un sujeto con un deseo, por eso
un sujeto.
Parece una anécdota inocente, frente a las situaciones que —sabemos hoy—
viven muchos jóvenes, para quienes robar es dar de comer a sus hermanos o
procurarse la campera que no les es provista, o es la posibilidad de comprar
droga y hasta, a veces, de participar en tomas de rehenes.
Pero la anécdota resulta elocuente para apreciar la posición del adulto que
puso por delante al sujeto a quien le supuso un deseo, el de tener un libro,
antes que el estigma o la sanción del nombre "chorro". Suponerle un deseo es
darle la oportunidad de entrar y salir del personaje chorro. Denunciarlo o
sancionarlo como tal es contribuir a dejarlo instalado en ese lugar.
Sabemos que adoptar esta posición implica para los adultos interpelar sus
propios prejuicios, sus propios malestares. Pero ocurre que hoy la brecha
abierta entre la generación de jóvenes y la generación de adultos conlleva el
riesgo de encontrarnos sin una pasarela para llegar a los representantes de
toda una edad que se alejan de los ideales que construimos para ellos: son los
chorros, los pankis, las lolitas, los hackers, los tatuados, las madres
adolescentes que conviven todos, en las mismas aulas. Sin embargo, cuando
logramos establecer contacto con esos "seres extraños" terminamos por
percibir que aspiran a descubrir valores, y valores rigurosos, aspiran a
encontrar una razón para vivir, aunque muchas veces digan que su suerte ya
está echada y que su destino está jugado. Se trata de leer allí al personaje
que asumen, más que a un adulto que ya es, aunque ellos mismos así
se lo crean. Leer allí un personaje es aceptar que hay un sujeto que está
constituyéndose.
También aquí hay que apostar a una asimetría con el adulto, ya que la
puesta en acto demasiado temprana de la estructura implica que el sujeto no
puede asumir aún las consecuencias de su propio acto. Esto requiere también
de espacios protegidos, que pasan por no abandonar dicha asimetría, lo que
implica entender que estamos cada vez más frente a un sujeto que
anticipadamente pone en acto su estructura, es decir, su personaje en una
escena real. La asimetría implica no olvidar que allí está jugado un
personaje.
La adolescencia como hecho de discurso da cuenta de esta asimetría
necesaria. Diferentes discursos reconocen que se trata de un sujeto "en
tránsito", en tanto que el pasaje o la transición temporal es un aspecto
siempre invocado: desde la endocrinología se trata de un período de una
sensacional transformación glandular, cuyas manifestaciones se evidencian en
los caracteres sexuales secundarios y encuentran una visible traducción en el
comportamiento. Se observa también en el terreno laboral, en el de la
sexualidad, en el campo cognitivo, en el discurso mediático. Donde encuentra
quizás sus referencias más firmes es en los códigos legislativos donde los lazos
sociales pretenden ser regulados. Más allá de la creciente tendencia que, dada
la gravedad de los actos realizados por individuos cada vez más jóvenes,
intenta anticipar la edad de la responsabilidad legal, la actualidad de ese
debate —como veíamos antes— pone de manifiesto que la adolescencia es
jurídicamente concebida como un tránsito que va desde la inimputabilidad
hasta la plena capacidad, es decir, el momento considerado apto para la
subjetivación de la ley. Es un recorrido que supone, como ya dijimos, figuras
intermedias que pautan su trayecto: la primera mayoría de edad, el derecho al
voto, la mayoría definitiva, la emancipación. El derecho sanciona a la
adolescencia como un estado de semi-responsabilidad o de semi-
irresponsabilidad, depende desde dónde se lo mire, que incide necesariamente
en la posición subjetiva de quien es sancionado, que se constituye
indefectiblemente en relación con esa sanción.
Aceptar esto tiene como efecto aceptar que el adolescente no goza aún de
verdadera independencia, ya que se trata de una época en que estas
sucesivas identificaciones se desenvuelven mientras se produce un pasaje del
ámbito privado endogámico a la exogamia de lo público. Es un pasaje
complejo y doloroso que requiere de acompañamiento por parte de adultos. Es
el pasaje de los primeros adultos de referencia que cumplen la función paterna
a otros alternativos, a espacios de referencia y pertenencia representados por
diferentes instituciones que apuntalan este proceso de constitución por fuera
del espacio familiar o más íntimo.
"Los pájaros que mudan de plumaje son desdichados. Los seres humanos
también mudan en el momento de la adolescencia y sus plumas son plumas
prestadas; se dice a menudo que el adolescente que comienza a perder sus
antiguas identificaciones toma el aspecto de algo prestado. Sus ropas no parecen
ser las suyas, ya se trate de vestidos de niños, ya de vestidos de adultos; y
sobre todo ocurre lo mismo con sus opiniones: son opiniones tomadas en
préstamo. El primero que creó esta metáfora, este empleo de la palabra
prestado, como si uno llevara ropas de otro, como si uno hiciera gestos de otro,
como si uno pronunciara palabras de otro, había adivinado muy bien lo que son
las dificultades de identificarse consigo mismo a través de las identificaciones con
los demás y hasta qué punto es difícil que la identificación consigo mismo resulte
cómoda."
Estas mudas suelen llevar al joven a montar una puesta en escena. Hoy es el
niño que demanda cuidados y reclama escandalosamente no haber sido tenido
en cuenta a la hora de elegir una comida, una película, la visita a un pariente,
la mayor atención a un hermano. Mañana monta en cólera porque se tocó su
mochila, se entró en su cuarto, se ordenó su placard. Suelen confundir o
asustar al adulto, confusión o susto que es posible neutralizar en tanto no se
pierda de vista que se trata de un ensayo que requiere no ser denunciado
como tal. Requiere de un adulto que acompañe al niño que es por momentos y
al adulto con su privacidad que pretende ser en otros. ¿Cómo se ubica
entonces el adulto? Entrando en la escena, prestándose al juego.
"El actor que representa Hamlet se identifica tan perfectamente con su personaje
que podría improvisar, o bien podría incurrir en deslices verbales que serían
deslices de Hamlet. Por ejemplo, en la escena del sepulturero, cuando Hamlet
sostiene en la mano el cráneo de Yorrick en lugar de decir: "Ah, pobre Yorrick"
cometería un desliz verbal y diría "Ah, pobre Hamlet". Hasta Shakespeare habría
podido incurrir en ese desliz al escribir la obra y podría haber corregido y poner
Yorrick, y luego pensándolo mejor, podría haber vuelto a poner Hamlet, por
considerarlo mejor. Se trata de una forma de identificación entre los dos
personajes. Pero se podría pensar que otro actor se identifique también con
Hamlet, con una identificación más alienante, dando muerte realmente al otro
actor que representa a Polonio detrás de la cortina.
Otro ejemplo, ahora escolar, nos permite avanzar sobre esta idea de cómo, en
el espacio transicional, el sujeto, que se identifica y desidentifica, va jugando
personajes que desarrollados en un ámbito de cierta protección permiten una
salida a la escena del mundo real, con mayores recursos o herramientas.
Veamos qué nos dijo Florencia, quien fue presidenta del Centro de
Estudiantes de su colegio:
"La diversidad que hay en el colegio te prepara para la vida. Conviven chicos de
la villa con la hija del artista famoso, que sale cada día de su casa con veinte
pesos en el bolsillo. Es una enseñanza para la vida. Podés ser de un sector social
y aprender cómo viven los demás.
Y todo eso se pudo hacer gracias a que tuvimos el apoyo de las autoridades del
colegio. Salimos con los chicos a las 10 de la mañana para pedir por el arreglo
del edificio y no me tatuaron una triple A en el pecho."
Se trata, del lado de los adultos, de no creerles, en tanto allí sigue habiendo
un adolescente o una adolescente inmersos en un proceso vinculado con las
identificaciones, que hace que transcurran por un estado "pasajero" de
vulnerabilidad, tanto por la labilidad y hasta la fractura, muchas veces, de los
lazos sociales y familiares. A esto se suma la puesta en suspenso de su
ingreso al circuito productivo, con el supuesto fin de promover la continuidad
de su instrumentación y capacitación, supuesto de una supuesta burguesía en
ascenso social, que hoy se halla en cuestión. Esto es, en la crisis de nuestro
sistema socioeconómico, hallamos fuertemente obstaculizado el proceso de
pasaje de este sujeto social, condicionado tanto por el debilitamiento de sus
espacios de pertenencia —con todas las variantes de sector social y cultural
que podamos imaginar— como por la falta de canales articuladores e
intermediarios en cuanto a escenarios sociales de inserción adolescente.
Cuanto más consistente se presenta el joven, esto es, más plantado en una
palabra de apariencia firme, con una intransigencia persistente —muchas
veces bajo la forma de una rebeldía contestataria—, más está al servicio de
mostrar la inconsistencia de un adulto que se le presenta aún muy consistente.
Por tanto, la férrea necesidad de demostrar la inconsistencia del adulto, que
en apariencia da para pensar que se trata de una manifestación de
independencia, en realidad da cuenta de una mayor dependencia del joven, de
una autonomía aún débil. Este movimiento consistencia/inconsistencia es
particular en cada joven, y sus avatares dependen de cuán consistente es el
adulto para él y de qué posibilidades tiene el adulto de dejarse tornar
inconsistente por parte del joven.
Comparen esos usos con el uso del lenguaje que ustedes hacían en su
adolescencia.
En el trayecto que progresa desde la falta de palabra (en latín, infans) hacia la
búsqueda de una palabra propia, la enunciación del sujeto suele ser afirmada
a través de la sistemática oposición a los enunciados del adulto. Es de la
enunciación de los adultos precisamente de la que intenta apartarse, ya sea
que esté encarnada en padres o profesores. Se trata de la puesta en escena
de una pantomima de separación, que ataca el discurso del adulto en un
intento de desalienación, de un pensar por sí mismo. Si los adultos le han
dado el pensamiento con las palabras, el joven entiende que puede fundar un
pensamiento propio en las palabras que le sean ajenas.
La decepción respecto del discurso de los adultos que encarnan las figuras
parentales — contemporánea a la revalorización del grupo— encuentra en la
jerga, insignias que aseguran una pertenencia extra familiar. Encuentra un
soporte en el colectivo generacional, allí donde a veces el partido, la secta, la
parroquia o alguna otra forma de militancia, con sus fuertes liderazgos, vienen
a suplir y a prolongar la figuras de los adultos idealizados en la infancia.
Vimos hasta aquí cómo la relación ambigua e inconsistente de los jóvenes con
la palabra, en ese tránsito hacia la construcción de una palabra propia, está
íntimamente ligada a la necesidad de transitar una separación de los adultos
de quienes dependen.
A este respecto, Winnicott (1999) aporta algunas ideas que pueden ser
interesantes. Él plantea que no se trata de combatir la crisis de la
adolescencia, ni de curarla, ni de abreviarla, sino más bien se trata de
acompañarla y de explotarla para que el sujeto obtenga de ella el mejor
partido posible. En todo caso hay que aceptarla. El considerar a la
adolescencia como un "estado patológico normal", según Winnicott, hace
pensar que se trata de un paso inevitable pero de un paso que no deja de
presentar riesgos.
El lugar de la educación
Por cuestiones muchas veces vinculadas con los costos, estas opciones suelen
ser desechadas o no son amplias. Pero entendemos que cada profesor, en el
marco de su propia materia puede generar alternativas para que los alumnos
ensayen, por ejemplo, darles la oportunidad de que una unidad del programa
pueda ser elegida por ellos, sin dejar de acompañarlos.
La institución escolar puede sostener algún ideal que trascienda los marcos
familiares, de los que el joven necesita sustraerse. Puede asumir una función
de protección y de responsabilidad. Contribuir a que el sujeto no quede
totalmente marginado del mundo ofreciéndole la cultura. Pero para ello la
escuela, también producto de la misma lógica fundacional que la familia, debe
modificar sus estrategias.
¿Qué lugar ocupan los contenidos, muchas veces sofisticados, en este proceso
de acompañamiento? Se trata de acompañar para recuperar el sentido,
privilegiándolo frente a toda la arquitectura disciplinar y didáctica.
La adaptación del adulto al joven permite que entre ambos surja un campo
que no es otra cosa que el campo del juego. Se trata de abrir el espacio
transicional, en estos tiempos en los que el adolescente descubre —con mayor
virulencia que en otros— lo que hubo de fracaso en la generación que lo
precedió. Si el adulto no soporta que lo recuse y opone su autoridad a
la violencia del adolescente, la respuesta podrá ser un a violencia
redoblada. Ponerse a la escucha del adolescente no quiere decir que
debamos perder nuestros puntos de referencia. Lo que nos parece importante
destacar es que toda intervención intempestiva del adulto puede agravar la
situación conflictiva del joven.
Hoy en día los jóvenes no buscan tanto la promoción social como una
razón para vivir y nosotros solemos ser cada vez más impotentes en cuanto
a poder ofrecerles esa razón.
Para finalizar, transcribimos el diálogo con una joven de 19 años que refleja
la importancia que pueden tener para los jóvenes sus profesores.
—¿Qué es para vos una buena escuela: una escuela que permita pasar la
adolescencia?
—Es una escuela en la que cada alumno tenga nombre y apellido y no sea un
número, como cuando se da el presente con el número administrativo. Una
escuela que tenga un cuaderno para cada alumno, que es como el documento de
identidad del colegio. Te identifica en qué año estás, aparece tu dirección, el
nombre de tus viejos, las materias. Tu vida en el colegio figura en el cuaderno.
Es igual que el documento de identidad, donde figura cuando votás.
En una escuela así nadie pierde su identidad. Hay profesores de calidad.
Eso es un buen profesor. Un profesor que tiene como obligatorio educar, que sus
alumnos aprendan y no ir a cumplir un horario y a cobrar un sueldo. Aunque los
profesores son personas y lo necesitan. No como los que cuando estás en una
situación difícil, optan por la más fácil: expulsarte, mandarte a la psicopedagoga
o darte el pase.
Ahora, ¿puede ser que un equipo docente piense en cada uno de sus 1600
alumnos, cuando además algunos se desmayan de hambre?"
"Para que los chicos se comprometan hace falta un equipo de adultos que quiera
al colegio y que se comprometa.
Igualmente vas a encontrar a los chicos que escriben las paredes. No sé si es
espíritu destructivo, si uno quiere entender por qué son las cosas. Porque quizás
algunos no tienen un cuarto donde escribir sus paredes, y escribiendo las
paredes del colegio lo sienten más suyo..."
"Que haya sido un debate fuerte que el colegio no tenga una imagen mala en el
barrio para que los vecinos manden a los chicos y no cierren cursos, ese es un
debate que no lo podía creer, que los chicos se planteen esos debates..."
"Un colegio que te contiene, acorde a los tiempos que corren, que tiene un
programa para chicas embarazadas, con horarios especiales, régimen de faltas.
Una "pendeja" así te muestra que en la Argentina que se está decayendo, no
dejarla decaer, le permite que siga estudiando..."
El testimonio transcripto nos deja ver que la escuela es —en gran medida—,
para los jóvenes, su grupo de profesores y cuánto valoran que los adultos
insistan en enseñar, esto es, que no dimitan de su función.
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Cierre
Hasta aquí hemos desarrollado algunas ideas que esperamos contribuyan a
pensar diferentes maneras de hacer más habitables las escuelas para los
jóvenes. Hasta la próxima clase.
Bibliografía
A continuación detallamos la bibliografía citada en la clase, la referencia de la
bibliografía básica y la bibliografía de consulta organizada en Itinerarios de
lectura.
Bibliografía citada
BOURDIEU, Pierre (1990) "La juventud no es más que una palabra", en
Sociología y Cultura. Grijalbo, México.
DAVIS Natalie Z. (1996) citada en " Los guardianes del desorden. Rituales de
la cultura juvenil en los albores de la era moderna " en Levi G. y J. C. Schmitt,
Historia de los jóvenes Tomo I. Santillana/Taurus, Madrid.
MARGULIS, M. (1996); La juventud es más que una palabra. Bs. As., Biblos.
PERROT, Michelle (1996) "La juventud obrera. Del taller a la fábrica " en Levi
G. y J. C. Schmitt, Historia de los jóvenes Tomo Il. Santillana/Taurus, Madrid.
Bibliografía básica
GAGLIANO, R. S. (1998) "Muertes y transfiguraciones de la vida adolescente
en la Argentina de fin de siglo", en Revista Propuesta Educativa, N† 18,
FLACSO-Argentina.
Bibliografía de consulta
Itinerarios de lectura
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