Professional Documents
Culture Documents
Feinmann
"Últimos días de la víctima" fue escrita en 1978 pero publicada en 1979 por Jose Pablo
Feinmann, en tres oportunidades se llevó al cine con elencos destacables.
Argumento
El argumento consiste en el deterioro del personaje principal, Mendizábal -un profesional del
crimen, metódico, implacable- quien recibe una orden: debe cometer un asesinato. La víctima se
llama Rodolfo Külpe, tiene entre treinta y treinta cinco años, vive en el barrio de Belgrano y
debe ser eliminado. Eso es todo. Al menos, todo cuanto se le informa a Mendizábal. Esa misma
noche, oculto entre las sombras, éste espera a Külpe durante varias horas, hasta que finalmente
lo ve llegar. Pero no lo mata. A partir de ese momento en que no cumple su trabajo comienza a
desarrollarse una obsesión por su víctima.
Se puede realizar un paralelismo de análisis entre esta novela y el cuento "La Muerte y la
Brújula" de Jorge Luis Borges.
En primer instancia, los personajes tienen una relación de personificación, debido a sus
similitudes en la composición del personaje y la manera de proceder, más allá de que son
parapoliciales. En ambos se podría utilizar el dicho “todos los caminos conducen a Roma”,
debido a que se teje un laberinto alrededor de ambos hombres que pasan de ser Asesinos para
ser los asesinados.
En "La muerte y la brújula", Borges, juega con pares de opuestos (simetría) que se
interrelacionan para conformar una totalidad que es representación del mundo tal como es
pensado y percibido por el mismo Borges. Estos términos opuestos se interceptan e interactúan
construyendo un laberinto (mental y real), representación tanto del tiempo, el día 3; como del
espacio, los cuatro puntos cardinales y haciendo hincapié en el sur, dentro del cual el propio
hombre intenta su búsqueda.
En el caso de Feinmann observamos que esa simetría sucede en los diferentes indicios de los
sucesos que se desencarnarán entre Kulpe y Mendizábal. Esa simetría en la que comienzan a
convivir las cotidianeidades de estos hombres que terminarán por encontrarse cara a cara para
terminar diciéndose y actuando como él otro lo pensó. Lo concreto y lo pensado forman una
dicotomía que se resuelve en el final del cuento para dejarnos más suposiciones y dudas que
presición y lógica.
+ Info
Se puede advertir esta simetría en la novela de Feinmann que nos impacta al final con toda su
ironía.
Parodia
La utilización de la parodia tiene una necesidad al contexto social y cultural que se vivía en la
Argentina.
Feinmann comentó en una entrevista a Página/12, diario que estaba republicando sus obras, que
escribió esa novela para no pegarse un tiro, estaba muy deprimido por la situación política del
país. “La novela no era nada inocente para esos tiempos, pero los militares no se dieron
cuenta, por eso estoy aquí.”
Al comienzo, "Últimos días…" no iba a ser una novela policial negra pero Feinmann lo vio
necesario para explicar lo que estaba pensando. La elección del género y el recurso de la parodia
sirven para hacer una “denuncia” o expresar lo que en ese contexto social, cultural y político se
vivía en Argentina.
Transtextualidad
"Últimos días de la víctima" es una suerte de testimonio contra el poder, y a su vez le responde
matando en su nombre; por consecuencia, podemos concluir comentando que la narrativa de
esta historia nos cuenta en detalle ciertos aspectos oscuros que existían en un determinado
momento negro de nuestra historia argentina, el cómo pudo haber existido tanto terror de Estado
dentro de una guerra que se la declaraba “legal” en perseguir a todos aquellos que estuvieran en
desacuerdo de participar a favor de un orden moral establecido.
Lo que no podía expresar directamente y lo llevó a usar un recurso como parodia de lo que se
vivía. Los ambientes oscuros, lúgubres y depresivos son un factor prescindible para explayar el
ánimo y como recurso del escenario dramático.
Peronismo I
José Pablo Feinmann
El peronismo atraviesa la historia argentina desde la mitad del siglo XX y todavía nadie puede
definirlo de manera unívoca. José Pablo Feinmann militó en el peronismo de izquierda de la
Facultad de Filosofía y Letras en los años 60 y siguió acompañando ese movimiento hasta que,
muerto Perón, este viró hacia la derecha represiva de la Triple A. Desde entonces, ha sido
testigo privilegiado de los diferentes momentos y las diversas caras de este fenómeno único, tan
idolatrado por unos como demonizado por otros.
¿Qué es el peronismo? Pareciera que no tiene definición posible o certera porque siempre
muestra una arista más y vuelve a escurrirse. En esta obra ambiciosa, desmesurada –el primer
tomo va de 1943 al primer regreso de Perón, en 1972–, consigue por fin mostrar en toda su
complejidad y dramatismo los grandes momentos que cambiarían la historia argentina.
Feinmann es el único que podía escribirlo con tanta lucidez y legitimidad.
Peronismo es un libro apasionado y estremecedor. También escalofriante e hipercrítico. Sin
rehuir la polémica o la controversia, echa luz sobre una historia tan oscura como vital, tan
fascinante como trágica: hace pie en la feroz proscripción del peronismo y finalmente
desenmascara a Perón por su participación en hechos aberrantes. Pero no sólo es crítico con
Perón. Todas las máscaras caen. La Argentina queda a flor de piel, sin excusas.
También cae la máscara del autor, quien insiste en afirmar una verdad de la microfísica: el
experimentador forma parte del sistema experimental. Vibrante y desgarrada, es la máxima obra
de José Pablo Feinmann hasta el presente. Acaso, el tiempo lo dirá, debamos dedicarle un lugar
en nuestras bibliotecas en el que –también hasta hoy– sólo a un libro habíamos reservado.
“Un fresco de la cultura política argentina contemporánea, una historia de vida, una biografía
intelectual-filosófica, un folletín trágico, un conjunto de diálogos teatrales... el ensayo, el
diálogo, la meditación, todos géneros clásicos, están ahí. Verdadera pintura de época, con partes
propias del tratadista y un dolor interno muy intenso.”
Horacio González.
—¿Qué es el fascismo?
—Primero sería interesante no diferenciar excesivamente el fascismo del nacionalsocialismo,
pero diría que el fascismo, como el nacionalsocialismo, como el stalinismo, como la Revolución
cubana, tienden a una intervención del Estado en la economía, con lo cual empiezo concediendo
mucho. También el liberalismo interviene en la economía, pero, esos movimientos se
fundamentan en el Estado, y en el fascismo el Estado se encarna en una persona a la que se le
rinde culto y organiza la sociedad de acuerdo a la visión que de ella tiene. Eso sí es fascismo
porque prohíbe a los otros dar su versión de la sociedad. En el caso de la izquierda o del
marxismo, tal como se explicitó en la Unión Soviética, también ocurre algo muy similar, hay un
partido de vanguardia que tiene la doctrina marxista transformada en dogma y una figura
ejemplar, Stalin.
—En esa polémica con Filmus Ud. escribió que “‘los negros’ son el ‘problema’ que aqueja
a los porteños”. ¿Los porteños de clase media son racistas?
—Así es. Son racistas, son homofóbicos. Hay una enorme cantidad de porteños... Vi en un
programa de televisión a un tipo que manejaba un Renault 12 y, como tantos argentinos, dijo
“hay que matarlos a todos”. La frase “hay que matarlos a todos” es típica de la clase media de
derecha. Se soluciona con matarlos a todos, echarlos a todos, hacerlos desaparecer a todos…
—¿Lo que la dictadura interpretó literalmente?
—Claro, literalmente. Pero lo que se pedía con los militares era “queremos vivir tranquilos”.
—Matarlos simbólicamente.
—Matarlos simbólicamente.
—¿Sacarlos de la capital?
—Sí. Con el golpe militar lo que pedían era tranquilidad, basta de muertos. Ahí la gente sabía
que mataban también las bandas de derecha y las bandas de izquierda, porque en ese momento
había bandas realmente.
—¿Al pedir que sacaran tanto a las bandas de izquierda como las de la derecha la cuestión
no era la ideología sino la seguridad?
—Que sacaran a los aparatos armados. Y para eso visualizaban al Ejército como el único que
podía poner orden. Cuando hay un enfrentamiento tan feroz y se le pide al Ejército que ponga
orden, se está pidiendo que mate.
—Nuevamente, ¿mate en sentido simbólico o literal?
—Los militares tenían esto decidido por su cuenta. Desde septiembre del ’75 tenían armados
campos de concentración, la ESMA ya se estaba preparando. El golpe de 1976, sobre todo,
quiso terminar con la Argentina peronista. Con esto quiero decir la Argentina intervencionista,
populista, que concede demasiado. El peronismo fue el problema insoluble de la Argentina
desde el 55, nadie lo pudo solucionar, ni siquiera Perón derechizándose excesivamente pudo.
Entonces, vinieron estos militares y dijeron “acá no hay medias tintas, hay que liquidar a una
generación entera y meter tanto terror en la sociedad como para que no vuelva”. Y volvió el
peronismo, pero muy amigable de la derecha, con muy buenos modales, y malos a la vez,
porque lo hacía Menem, que, como decía Manuel Cané del bruto enriquecido, entraba a los
salones tropezando con los muebles.
—El peronismo siempre despreció a la clase media. En los países desarrollados, la clase
media es la mayoría del país. Si el peronismo lograse el desarrollo, la equidad y la mejor
distribución que proclama desembocaría en una sociedad con pocos pobres y mucha clase
media, ¿no debería preocuparse por representar también a la clase media porque, de tener
éxito, se quedaría sin votantes?
—Es lo que está pasando ahora. La clase media ahora está muy bien y es antiperonista. No se
había visto en mucho tiempo un antiperonismo tan virulento como en estos días. Así que a su
diagnóstico yo lo firmo, me parece brillante. La clase media, enriquecida por el peronismo se
vuelve antiperonista porque se siente oligarca, entonces, cómo no ser antiperonista.
—Personas con altos recursos hay en todos los países, incluso en los países más pobres y a
veces hasta en mayor proporción. Personas con menos recursos también hay en todos los
países, incluso en los más ricos, donde también aplican asistencialismo. Lo que hace a un
país desarrollado es que la mayoría de las personas sean de clase media.
—Lo que tiene que hacer un líder populista es tratar bien a la clase media, no puede perderla.
Lo grave que le está pasando a este gobierno es que a la clase que más ha hecho subir en nivel
económico y social la está perdiendo porque esa clase encuentra en el peronismo algo que nunca
le agradó: el mal gusto. Esa clase además, en la medida en que trepa, empieza a comprar
mejores vinos, a vestirse mejor, a desarrollar el gusto, va a los mejores espectáculos, empieza a
viajar, cada vez se siente más alejada. Piqueteros, cacerolas, la lucha es una sola, chau, ya nos
olvidamos de eso. Cada vez se siente más alejada de las clases bajas y más cerca de las altas, y
un tipo de clase media que tiene cierto nivel económico quiere ser un tipo de clase alta, o por lo
menos ir a los lugares de la gente de clase alta. Con lo cual al gobierno que le ha posibilitado
eso comienza a verlo como un gobierno de corruptos, de ordinarios, de ladrones, de gente de
mal gusto, de peronachos que favorecen a los gronchos.
—¿Precisa el peronismo un líder que lo reconcilie con la clase media?
—Es el gran desafío de todo gobernante en la Argentina. Si yo me pongo a gobernar,
supongamos que soy su vicepresidente, y le damos a la clase media un nivel… Bueno, pero
nosotros somos blanquitos…
—Usted dejó de ser peronista y yo no lo fui nunca, así que no servimos. Mi temor es que el
peronismo crea que le conviene mantener una “adecuada” combinación de pobres con
clase media, siempre con mayoría de pobres, para que de esa tensión extraiga su
justificación y garantía de continuidad.
—No siempre es tan mecánico, ningún proceso puede ser descrito así. Quizá a partir de cierto
momento, a Cristina empiezan a quererla un poco más. Cuáles serían las condiciones para que
Cristina fuera más aceptada por las mujeres, que, en primer término, son tremendamente
machistas en la Argentina, y después por los hombres, que se sienten agredidos por ella porque
se trata de una mujer inteligente, algo que el hombre no acepta y que la mujer tampoco. Una
mujer inteligente es de por sí agresiva. Las mujeres no nacieron para ser inteligentes, eso es lo
que piensan. Cristina habla bien y, como dice Beatriz Sarlo, coloca muy bien los verbos. En la
radio, muy pocos locutores colocan bien los verbos. La inteligencia siempre agrede y Cristina,
no sé si es muy culta, pero es muy inteligente. Si le quitara algo de vehemencia a su discurso,
quizá le está faltando un toque de feminidad, pese a que le reprochan las extensiones, las
carteras... un toque de ternura, de dulzura.
—El machismo es un signo antiguo, el conservadurismo también lo es, por lo que el
chileno difícilmente podría ser menos machista que el argentino. Si en otros países hay
presidentas mujeres que son inteligentes, y no agreden, no debe ser la inteligencia el
elemento que produce esta irritación, como usted marca.
—Por eso le digo que Cristina debe sumar a su capacidad de colocar bien los verbos un toque de
suavidad, de delicadeza, de feminidad. Se la nota crispada, agresiva, y eso puede ser que irrite.
Ahora, haciendo un balance, y que no me llamen cristinista por esto, a mí me deslumbra que por
primera vez un presidente de la República hable sin papeles, piense mientras habla y va
elaborando su discurso, no le tiene miedo a hablar en público sin tener nada preparado. No hay
presidente que haya hecho eso.
—¿A quienes canonizaban la alta literatura Ud. les reconoce talento?
—Aclaro algo. La historia tiene encuentros con objetos de la cultura que los dinamita y los
potencia enormemente. Durante los 80 se impuso, en la academia argentina y en la
norteamericana, el deconstructivismo, el giro lingüístico, la filosofía posestructuralista, y es en
ese entorno donde Ricardo Piglia deja caer su novela Respiración artificial, que fue el encuentro
de una novela con el auge de una teoría. Yo la había leído y me había gustado muchísimo.
Ahora, cuando se produce el fenómeno que desborda de canonización, empecé a preguntarme si
era para tanto, y lamentaba tener que preguntarme eso porque me daba cuenta de que lo hacía
por lo desaforado que ocurría afuera. Sigo diciendo que esa novela me gusta, pero, ¿es el
Ulises?
—En 1975 los países desarrollados concentraron el 66% del producto bruto mundial, en el
2005 pasaron a concentrar el 49% y las proyecciones indican que en 2050 concentrarán el
22%. No porque los países desarrollados vayan a ser más pobres sino porque los países
emergentes pasaron de participar en 1975 del 34% del producto bruto mundial al 51% en
2005 y se estima que representarán el 78% de la economía mundial en el 2050. Sólo los
países del llamado BRIC (Brasil, Rusia, India y China) del 13% del producto bruto
mundial que representaban en 1975 pasaron al 27% en 2005, y alcanzarán el 44% en
2050. Inglaterra, Francia e Italia ya están dejarando de ser parte de las seis mayores
economías del mundo, desplazados por China, India y Brasil.
—O sea que estamos llegando a un mundo donde ya no habría países centrales, porque no
habría periféricos. Los periféricos se transformarían en centrales, con lo cual la noción de
centralidad desaparecería. Tendríamos un socialismo universal, o una comunidad universal de
países igualitarios entre sí. Eso es una utopía, perdóneme…
—¿Es o no es peronismo con derechos humanos?
—Sí, sí. El problema es que Kirchner ha anunciado que va a juzgar a todos, y si juzga a todos
no sabemos dónde se va a detener. El peronismo tiene un gran temor, por eso salió esa pintada:
“No jodan con Perón”. Porque si se empiezan a analizar los crímenes de la Triple A, habrá que
joder con Perón, pinten o no los matones. Por el lado del peronismo, van a llegar a Perón. Y por
el otro lado, no sé dónde van a llegar. Van a llegar, digamos, al sector civil. A Martínez de
Hoz… Ahí tenemos tensión por los dos lados. Una cosa peligrosa que no se sabe dónde se va a
detener, y así como va a caer Perón del lado peronista van a caer otros del otro lado, y va a
haber una sangría que el ejército no va a permitir, y muchos medios tampoco, y muchos
hombres políticos tampoco. Por eso hoy hay una enorme resistencia.Y me interesa mucho que el
peronismo de los derechos humanos se meta con Perón. Yo estoy a favor de la investigación de
la Triple A. Y si hay que llegar a Perón, que se llegue. Es más: aunque no lleguen a Perón,
Perón tuvo una enorme responsabilidad en la Tripe A. Voy a citar una vez más una nota genial
de Barcelona: “Perón era un hombre muy distraído. A su lado, armaban una organización, un
escuadrón de la muerte, pero él era muy distraído y no se daba cuenta”. Lo toma todo así,
irónicamente. Cuando Perón da un discurso y dice: “Hay gente que me propone armar
escuadrones de la muerte”, en la JP, porque yo estaba en la JP de superficie, y nos
aterrorizamos. Porque pensábamos que si alguien le propone escuadrones de la muerte, es que al
tipo lo tiene al lado. Y sabíamos que era López Rega. Perón no podía desconocer lo que estaba
armando López Rega. Y Perón no podía desconocer el currículum de Villar. Villar fue un tipo
formado por los paracaidistas franceses y perfeccionado en la Escuela de las Américas en
tortura. Y lo pone como jefe de la Policía Federal.
—¿Kirchner lo hará?
—Yo no puedo decirlo. Creo que si empieza la investigación de la Triple A van a llegar a
Perón. Kirchner no lo va a poder frenar. Y se va a armar un batifondo en el peronismo, porque
tocarlo a Perón va a ser… va a caer un ídolo.
—¿No es utópico? Porque el apoyo del kirchnerismo es el peronismo, es Moyano…
—Sí, pero si piensan que van a poder frenarlo… Usted sabe cómo son los jueces. Hay jueces
que con tal de lucirse lo van a juzgar a Jesucristo. El juez que libre una causa contra Perón como
responsable intelectual de las acciones de la Triple A se transforma en un Garzón argentino.
—Usted elogió la frase de Cristina Kirchner “piquetes de la abundancia”. Escribió que se
trataba de “algo impecable, de una enorme justeza”. ¿No le parece que se le fue la mano?
—No, si usted ve a la gente que salió a cacerolear, es la gente de la abundancia.
—No dijo cacerolazo, ella dijo piquete de la abundancia.
—Creo que sí, es piquete de gente con dinero, que tiene camiones para ponerlos en las rutas.
¿Usted vio los asados con costillares que se hacen en la banquina? Son bastante impresionantes.
—Usted escribe mucho y sobre temas muy variados, ¿esa incontenible pulsión por escribir
no lo lleva a cometer errores, a ser superficial o a generarse conflictos permanentes e
innecesarios para un intelectual?
—No, es el sentido de mi vida, ni más ni menos, es lo que me permite tolerar todo lo demás.
Tolero al mundo porque escribo.
LITERATURA
Los libros, se sabe, no siguen los mismos períodos que la política: empiezan a ser escritos
mucho antes de que se los conozca y su publicación establece una cronología
dudosa. Sarlo recorre aquí los textos y autores que señalaban, ya antes de 1976, la
emergencia de algo nuevo, una exploración estética y política inédita hasta
entonces. La eficacia de la dictadura —afirma Sarlo— no ha sido tanto la de
silenciar por completo a esos autores, sino la de cortarles la posibilidad de circular
y ser leídos.
Los años anteriores al golpe de estado no fueron, para la literatura, solamente una antesala del
porvenir, donde cada uno esperaba lo inminente y ocupaba el tiempo preparándose para un
hecho que iba a ser tan terrible como duradero. Después de treinta años llegó el momento de
evitar estos anacronismos. No es sencillo: el anacronismo es un rasgo de la mirada sobre el
pasado, ya que una historia sin anacronismo es utópica; pero es engañosa la hegemonía de una
memoria que cree recordar y, en verdad, recuerda poco.
La literatura no está soldada a las mismas periodizaciones que la política. Los libros comienzan
a ser escritos mucho antes de que se los conozca y su publicación establece una cronología
dudosa; los libros vienen de más atrás y siguen escribiéndose secretamente porque, respecto de
la realidad, no tienen el deber del periodismo o de la crónica.
Sin duda, los acontecimientos presionan sobre la literatura; el verbo "presionar" describe bien la
relación de aceptación y rechazo, de persistencia de lo anterior y emergencia de lo nuevo que
caracteriza las relaciones entre el arte y la historia que le es contemporánea. Excepto en el caso
de libros filibusteros, que salen a la captura del presente con espíritu de aventura o de lucro, o
de autores impermeables a los ritmos de lo actual que borran cualquier huella del presente. Es
ilusorio periodizar la literatura como si se tratara de mensajes típicos de los medios donde todo
deriva de las consignas del momento y los cambios no responden a necesidades estéticas sino a
una gestión industrial de lo simbólico.
Rodolfo Walsh
En 1974 o 1975, no era posible prever la magnitud del impacto de la "Carta Abierta a la Junta
Militar" de Rodolfo Walsh, de marzo de 1977, en primer lugar porque la prensa —entre otros, el
diario La Opinión leído por la izquierda intelectual y política—, cuando aludía al futuro golpe lo
presentaba como una intervención que vendría a ordenar la violencia de esos tiempos y no como
una irrupción asesina radicalmente nueva.
La carta de Walsh ("quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos") no se
anunciaba y su escritura fue un acto de imaginación estratégica y no sólo de coraje desesperado.
Su difusión masiva tuvo lugar varios años después, cuando dejó de circular como un samizdat
para convertirse en una de las piezas de la consagración póstuma de su autor, consagración que
no replica el lugar que tenía en los años setenta sino que lo magnifica de modo inesperado en
aquel entonces, sobre la base de cambios políticos, pero también sobre la base de cambios en los
gustos literarios, cuando el non fiction deja de ser un género del periodismo para convertirse en
un género de la literatura.
Sin duda, Ricardo Piglia ya era fanático de Walsh en los setenta, pero el lugar de Walsh (que
hacía varios años que no publicaba un libro completamente nuevo) no era el que hoy ocupa. Y
comienzo por Walsh ya que, visto después de treinta años, parece el escritor emblemático de la
radicalización política que precedió al golpe de estado. Walsh había publicado Quien mató a
Rosendo en el periódico de la CGT de los Argentinos en 1968; ya habían pasado algunos años y
su actividad se había convertido en fundamentalmente política.
La recolocación de Walsh después de 1984 tiene tanto que ver con la ideología (la
reivindicación y el homenaje a los militantes asesinados) como con el giro que en la universidad
tienen los estudios de literatura argentina. Evitar el anacronismo, en este caso, es pensar en un
campo literario donde todavía Walsh no era para todo el mundo el modelo inigualable del
revolucionario y del escritor que atravesaba todos los géneros. Y no lo era, en primer lugar,
porque Walsh fue peronista y eso lo enfrentó con muchos de la izquierda revolucionaria.
Culturas literarias
Una lista corta de lo que circuló en Buenos Aires (sería demasiado optimista decir en la
Argentina) poco antes de que se desatara la represión, permite pensar por dónde andaba la
literatura en esos años. Yo el Supremo, publicado en 1974, fue el hecho editorial y crítico del
año. Se leyó esa novela de Roa Bastos con el aparato conceptual que la crítica literaria ya había
difundido y se la consideró la "verdadera" novela de dictador, colocándola en un escalón
distinto (más elaborado estéticamente) que la clásica de Gabriel García Márquez. Era la
demostración de que una literatura muy sofisticada podía hacerse con el tema del poder y del
discurso del poder.
Un año antes, un prólogo de Ricardo Piglia presentaba El frasquito de Luis Gusmán como la
revolución dentro de la literatura (esa revolución a la francesa, originada en la revista Tel quel,
que cruzaba versión simbólica de la teoría marxista del valor y psicoanálisis). En la misma ruta
de exploración vanguardista, expuesta por la revista Literal de la que formaba parte, Gusmán
publicó Brillos en 1975 y Cuerpo velado en 1979. Ese camino había sido recorrido (si no
inventado) por Osvaldo Lamborghini, el escritor que continuó siendo leído en secreto durante
toda la década del setenta y se convirtió en "partido estético" en los ochenta.
Hacia el final de la dictadura aparecen los primeros libros de Fogwill: poemas y los cuentos de
Mis muertos punk (1980), y de César Aira, que en 1975 había publicado un Moreira
curiosamente contemporáneo a Kincón de Miguel Briante, que también se conoció ese año; por
su parte, Ema la cautiva es de 1981. Desde ese mismo comienzo de los ochenta, tanto Aira
como Fogwill son un polo provocador de una discusión literaria. Las fechas y los libros se
mencionan para señalar que eso sucedió después del golpe de estado pero antes de la transición
democrática.
Volviendo a los años anteriores al golpe. En 1975, se publicó Mascaró de Haroldo Conti, que
desapareció pocos meses después y cuya figura hoy es más borrosa que la de Walsh. Mascaró
fue la apuesta latinoamericanizante de Conti, que su obra anterior no anunciaba. En ella, se
puede leer el movimiento de un escritor bajo la presión de una época. La radicalización parecía
corresponder con el intento de Conti de inscribir su última novela en el espacio del realismo
mágico considerado en ese momento como la estética del escritor que de manera emblemática
apoyaba la revolución cubana, García Márquez. Ese tipo de ficción exuberante no le venía bien
ni a la escritura ni a la sensibilidad de Conti; sin embargo, la opción muestra el modo en que los
sucesos políticos operan sobre un escritor, torciendo incluso un programa estético de varias
décadas. Pero si Conti activó la presión de lo ideológico sobre la literatura, otros casos señalan
en direcciones opuestas,
Para poner otro ejemplo, en los años setenta Andrés Rivera era un escritor casi secreto. Cuando
José Luis Mangieri publicó Otra lectura de la historia en 1982, ese libro fue leído por los muy
pocos que recordaban su literatura militante de los años sesenta. No sólo por las condiciones de
dictadura, sino porque Rivera no había encontrado ni la manera que repite hasta hoy, ni el
público que la aprobó junto con la crítica a fines de los ochenta.
Hay escritores como Héctor Tizón que salen de la dictadura hacia una consagración
relativamente tardía, como si el exilio o una preparación silenciosa hubieran marcado los años
que van entre Sota de bastos, caballo de espadas de 1975 y La casa y el viento de 1984. Hay
autores que transforman su literatura: Osvaldo Soriano dejó la Argentina con Triste, solitario y
final, su novela graciosamente nostálgica, para encontrar en el exilio la forma policial populista
de la Argentina. Como se ve, podrían multiplicarse las persistencias, los pasajes y las
transformaciones. Los ejemplos muestran que las cronologías y los panoramas sostenidos por
una sucesión lineal de libros aparecidos son muy pobres para captar lo que efectivamente estaba
sucediendo.
En ese sentido, mucho más significativo del clima de los años anteriores al golpe es la revista
Crisis, cuya circulación alcanzó varias decenas de miles de ejemplares. Para un público
radicalizado tanto en la versión peronista como en las versiones cubano-vietnamita-
tercermundistas, en ambos casos con un fuerte ingrediente de populismo, Crisis representaba la
literatura, las ideas y el arte (comenzando por su diagramación). En un período en que los
medios audiovisuales todavía no eran todo, la influencia de Crisis era más profunda de lo que
puede influir hoy una revista cultural relativamente masiva.
Esto sucedía en 1975 y se cortó abruptamente durante la dictadura, lo cual prueba que a los
gobiernos autoritarios les resulta mucho más sencillo detener por completo la difusión de una
ideología y una estética que impedir que los escritores sigan escribiendo sus ficciones, incluso
en las peores condiciones y soportando riesgos. Y, por eso mismo, cuando termina una
dictadura no es obligatoria la emergencia de nuevas grandes obras, sino más bien la difusión de
aquellas cuya circulación abierta había sido peligrosa o prohibida: Puig, ausente de la Argentina
en los setenta, avanza en los ochenta hacia un reconocimiento definitivo.
Juan Carlos Martini escribió una obra fuertemente alegórica en España, donde podía optar por
otras formas, menos herméticas, de representación; se trata de La vida entera, publicada en
1980. Las razones de la represión y las de la literatura no se cruzan siempre en el mismo punto.
Piglia publicó Nombre falso en 1975. Están allí sus mejores relatos y el libro se volvió casi
invisible, salvo para un grupo de lectores, durante los primeros años de la dictadura, hasta que,
en 1980, Respiración artificial puso a Piglia en la primera línea: fue el libro esperado, la cifra
de la violencia argentina, según se dijo de inmediato. La novela era cifrada en su representación
de la desaparición y la censura porque iba a circular en la Argentina gobernada por los militares;
pero enseguida se vio que lo era porque ese fue el camino que Piglia iba a seguir también en
condiciones de democracia.
Separarse de la representación realista fue no sólo una forma de escribir durante el gobierno
militar, sino una decisión independizada de los avatares de la política. En cambio, la lengua
costumbrista directa de Flores robadas en los jardines de Quilmes, publicada en la Argentina
en 1980, hizo que la novela de Asís repercutiera como la novela otra, diferente del manifiesto
crítico y nueva interpretación de lo nacional escrito por Piglia. Todo sucedía en los últimos años
de la dictadura y hubo debate abierto en las revistas culturales del underground.
Lo que persiste
¿La política o la represión dejan entonces pocos rastros? Sería estúpido afirmar esto. Urondo,
Walsh, Conti, fueron asesinados, David e Ismael Viñas, León Rozichner, Noé Jitrik (es decir los
escritores que comenzaron en Contorno) fueron al exilio. Escritores como Juan Gelman y Pedro
Orgambide, de la dirección política del peronismo revolucionario, escaparon de la muerte.
Cortázar y César Fernández Moreno denunciaban en París y eso repercutía en Occidente.
Sobrevivir en la Argentina fue una aventura peligrosa para muchos.
Sin embargo, lo que comenzaba a suceder en el inicio de los setenta no se interrumpió: la crítica
al realismo de la representación, la difusión de nuevas teorías sobre la literatura, la llegada de
Benjamin y los formalistas rusos, el uso estético y vanguardista de Lacan o de la teoría marxista
continuaron pese a la dificultad de conseguir los textos en condiciones de persecución y
clausura. De manera paradójica pero explicable, la gloria póstuma de Borges, su reinado, se
estableció y se generalizó bajo los militares y, sin sobresaltos, se consolidó durante la transición
democrática. Lo que se discutió en arte y literatura a la salida de la dictadura responde a un
campo de problemas que no se inscribe en una nueva conversación, sino que se dibujó a fines de
los setenta, cuando no antes.