Estaba sentado sobre el pasto, absorto en esa orquesta de
insectos y perros y un camión a lo lejos, quejándose, o más bien insultando a los demás. A esa hora de la noche ya no se escuchaban muchos motores en las afueras de esa pequeña ciudad. Cada estrella era una pequeña bocinita de la cual escurrían hilos de música, miles de ellos. Cerré los ojos y los miles de hilos se esfumaron y las estrellas también. Se quedaron sólo las pequeñas voces. Podía estar seguro que eran voces, podía distinguir frases, tonos, pequeñas variaciones, como si fueran miles de personitas, diciendo, llorando, riendo. A lo lejos, unos, a unos metros otros, …y de entre el millar, distinguí a uno que sobresalía lentamente por su fineza, por el brillo de su canto, que escalaba en el aire, colándose entre los demas. No quise, a pesar de la curiosidad, abrir los ojos, aunque comencé a sentirme inquieto, en todo mi hemisferio derecho sólo escuchaba ese pequeño grillito, que ahora parecía más grande, o más cerca. Su canto se deslizaba por mis orejas hasta llegar a mi oído, con suavidad y certeza. No tardó mucho en ocupar todo mi campo sonoro, el canto estaba en toda mi cabeza, como si yo mismo pudiera estar dentro del sonido, viajando con él, agarrado de su forma, mientras ondula en el aire. De pronto (y digo de pronto, aunque todo fue muy gradualmente, pero es un instánte en el que te das cuenta del cambio), el sonido se cristalizó, sí, se hizo de cristal. Ya no podia decir que era un grillo, es más, ni siquiera podía decir qué era, pero sabía que estaba llenando mis oídos y que estaba hecho de cristal, un canto traslúcido, inmenso; tenia la forma del cielo. Así continué no sé por cuánto tiempo, sin atreverme a pensar siquiera en abrir los ojos, hasta que esa ola de sonido fue mostrándome sus bordes y pude distinguir un silbido muy fino y muy agudo, como una aguja a la orilla de la gran masa. Y en seguida otro y otro, y no tardé en darme cuenta que la gran masa estaba formada por millones de sonidos como agujas. Éstas, cada una con una variación minúscula respecto de la otra (y yo distinguía una y otra), las contemplaba, jugaba con ellas, las agrupaba, escogía tres o cuatro agujitas y las aislé de las demás, así distinguiía su pequeño tono que me hacía cosquillas en una parte microscópica de mi oído, luego las soltaba y tomaba otras, y las aislaba y sonaban juntas en perfecta armonía. Entonces decidí aumentar la dificultad de mi juego, y aislar más y más micronotas, aun podia distinguir en el fondo la inmensa ola de sonido, pero en el frente, en el primer plano las tenía a ellas. Cuidadosamente escogía de entre las miles, una agujita sonora más y la unía a mi pequeño grupo, el cual cada vez comenzaba a tomar forma. Como esculpir en el aire, estaba haciendo una escultura sonora. Eran cientos y cientos de armónicos que ya había aislado y acomodado, de modo que se empezaba a distinguir algo. Parecía aquel grillo que al principio cantaba más bonito que los otros, entonces me dije: ¨démosle la forma de ese grillo¨. Y con sumo detalle completé la forma de su canto en el aire, desde la afinación hasta los pequeños granitos que le dan color. ¡Lo había logrado! ¡Construí mi propio canto de grillo! No me bastó, en ese momento empecé a seleccionar más microsonidos para esculpir algo más. Me tomó tiempo pero, con el mismo proceso de escoger-aislar pude reconstruir varios grillos más, perros y hasta camiones. Llevaba horas en el pasto sin abrir los ojos, entonces me pregunte: ¨¿Qué pasará si abro los ojos ahora?¨, ¨¿Volverá a ser el mundo de antes?¨ Me invadió un miedo fatal, miedo a la locura, vértigo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo llegué hasta aquí? No pude pensar, estaba confundido, sólo sentía que si abría los ojos nada sería igual. Así entonces, quise reconstruir el paisaje. Pensé que si no reconstruía todos los sonidos que existían a mi alrededor, al abrir los ojos, el mundo sería otro. De la grán masa que llenaba el cielo, ya había ocupado bastante reconstruyendo grillos, perros, camiones, hojas moviéndose, agua cayendo. Pero aún quedaba bastante que no sabia dónde acomodar, entonces pensé en todos los sonidos que no distinguimos en primer plano, pero que muy en el fondo, se encuentran como el ruido de una ciudad, mezclado con el ruido de todos los aviones que vuelan en ése momento en el cielo, mezclado con el ruido de otra ciudad y de las olas del mar de todas las playas, que llegan hasta mi, como el fondo de un paisaje en una masa lejana y sombría. No podía, a pesar de todos mis esfuerzos, darle forma lógica a esos armónicos restantes, así que decidí inventar. Como cuando un pintor hace un retrato. Y con todo el detalle dibuja el rostro y sus contornos. Pero con desinteresadas pinceladas, ¨llena¨ el fondo. Me dispuse a ¨llenar¨ ese fondo, acomodando sonidos con pinceladas burdas, hasta que no quedó nada suelto y, a mi alrededor sonaba el paisaje nocturno con el que habia comenzado. Abrí los ojos.
No entiendo qué pasó, pero ahora el mar tiene el color del ¨ruido blanco¨ de la televisión.