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Pintura Sonora

Francisco Eme

Estaba sentado sobre el pasto, absorto en esa orquesta de


insectos y perros y un camión a lo lejos, quejándose, o más bien
insultando a los demás. A esa hora de la noche ya no se escuchaban
muchos motores en las afueras de esa pequeña ciudad. Cada estrella
era una pequeña bocinita de la cual escurrían hilos de música, miles
de ellos. Cerré los ojos y los miles de hilos se esfumaron y las
estrellas también. Se quedaron sólo las pequeñas voces.
Podía estar seguro que eran voces, podía distinguir frases, tonos,
pequeñas variaciones, como si fueran miles de personitas, diciendo,
llorando, riendo. A lo lejos, unos, a unos metros otros, …y de entre el
millar, distinguí a uno que sobresalía lentamente por su fineza, por el
brillo de su canto, que escalaba en el aire, colándose entre los demas.
No quise, a pesar de la curiosidad, abrir los ojos, aunque comencé a
sentirme inquieto, en todo mi hemisferio derecho sólo escuchaba ese
pequeño grillito, que ahora parecía más grande, o más cerca.
Su canto se deslizaba por mis orejas hasta llegar a mi oído, con
suavidad y certeza. No tardó mucho en ocupar todo mi campo sonoro,
el canto estaba en toda mi cabeza, como si yo mismo pudiera estar
dentro del sonido, viajando con él, agarrado de su forma, mientras
ondula en el aire. De pronto (y digo de pronto, aunque todo fue muy
gradualmente, pero es un instánte en el que te das cuenta del
cambio), el sonido se cristalizó, sí, se hizo de cristal.
Ya no podia decir que era un grillo, es más, ni siquiera podía decir qué
era, pero sabía que estaba llenando mis oídos y que estaba hecho de
cristal, un canto traslúcido, inmenso; tenia la forma del cielo.
Así continué no sé por cuánto tiempo, sin atreverme a pensar
siquiera en abrir los ojos, hasta que esa ola de sonido fue
mostrándome sus bordes y pude distinguir un silbido muy fino y muy
agudo, como una aguja a la orilla de la gran masa. Y en seguida otro
y otro, y no tardé en darme cuenta que la gran masa estaba formada
por millones de sonidos como agujas. Éstas, cada una con una
variación minúscula respecto de la otra (y yo distinguía una y otra),
las contemplaba, jugaba con ellas, las agrupaba, escogía tres o cuatro
agujitas y las aislé de las demás, así distinguiía su pequeño tono que
me hacía cosquillas en una parte microscópica de mi oído, luego las
soltaba y tomaba otras, y las aislaba y sonaban juntas en perfecta
armonía.
Entonces decidí aumentar la dificultad de mi juego, y aislar más y
más micronotas, aun podia distinguir en el fondo la inmensa ola de
sonido, pero en el frente, en el primer plano las tenía a ellas.
Cuidadosamente escogía de entre las miles, una agujita sonora más y
la unía a mi pequeño grupo, el cual cada vez comenzaba a tomar
forma. Como esculpir en el aire, estaba haciendo una escultura
sonora.
Eran cientos y cientos de armónicos que ya había aislado y
acomodado, de modo que se empezaba a distinguir algo. Parecía
aquel grillo que al principio cantaba más bonito que los otros,
entonces me dije: ¨démosle la forma de ese grillo¨. Y con sumo
detalle completé la forma de su canto en el aire, desde la afinación
hasta los pequeños granitos que le dan color.
¡Lo había logrado!
¡Construí mi propio canto de grillo!
No me bastó, en ese momento empecé a seleccionar más
microsonidos para esculpir algo más. Me tomó tiempo pero, con el
mismo proceso de escoger-aislar pude reconstruir varios grillos más,
perros y hasta camiones.
Llevaba horas en el pasto sin abrir los ojos, entonces me
pregunte: ¨¿Qué pasará si abro los ojos ahora?¨, ¨¿Volverá a ser el
mundo de antes?¨ Me invadió un miedo fatal, miedo a la locura,
vértigo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo llegué hasta aquí?
No pude pensar, estaba confundido, sólo sentía que si abría los ojos
nada sería igual. Así entonces, quise reconstruir el paisaje. Pensé que
si no reconstruía todos los sonidos que existían a mi alrededor, al
abrir los ojos, el mundo sería otro.
De la grán masa que llenaba el cielo, ya había ocupado bastante
reconstruyendo grillos, perros, camiones, hojas moviéndose, agua
cayendo. Pero aún quedaba bastante que no sabia dónde acomodar,
entonces pensé en todos los sonidos que no distinguimos en primer
plano, pero que muy en el fondo, se encuentran como el ruido de una
ciudad, mezclado con el ruido de todos los aviones que vuelan en ése
momento en el cielo, mezclado con el ruido de otra ciudad y de las
olas del mar de todas las playas, que llegan hasta mi, como el fondo
de un paisaje en una masa lejana y sombría.
No podía, a pesar de todos mis esfuerzos, darle forma lógica a esos
armónicos restantes, así que decidí inventar. Como cuando un pintor
hace un retrato. Y con todo el detalle dibuja el rostro y sus contornos.
Pero con desinteresadas pinceladas, ¨llena¨ el fondo.
Me dispuse a ¨llenar¨ ese fondo, acomodando sonidos con pinceladas
burdas, hasta que no quedó nada suelto y, a mi alrededor sonaba el
paisaje nocturno con el que habia comenzado. Abrí los ojos.

No entiendo qué pasó, pero ahora el mar tiene el color del ¨ruido
blanco¨ de la televisión.

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