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AIMÉE BLECH

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ENSEÑANZA
TEOSOFICA
(LA EVOLUCION)

BIBLIOTECA CIENTIFICA

Vol. 32

EDITORIAL
CLARIDAD
OFRENDA
Dedicado al ser que en su última encarnación terrenal llamábase

Josefa Guasch de Tassitano


+ Diciembre 13 de 1924

A un filósofo de la antigua Grecia dirigióse un discípulo para participarle que


había elegido esposa, y ansioso de saber la opinión del maestro, expúsole las cualidades
que poseía. Es bella como el sol, díjole. El sabio agachóse al suelo donde había extendida
arena y con una varita trazó en ella un cero. Prosiguió el discípulo. Es muy rica. El sabio
trazó otro cero. Y es muy buena, díjole hesitando. Entonces el sabio trazó un uno delante
de los dos ceros. ¿Por qué? Es que las riquezas se adquieren y se pierden, sean ellas por
buen o mal conducto, y todo lo demás puede durar una existencia. La belleza también
puede perderse o disimularse mediante los artificios modernos, pero que tarde o temprano
la naturaleza se encarga de descubrir. Pero la bondad... la bondad es el patrimonio
adquirido en las etapas de nuestras sucesivas encarnaciones; ella no se compra, ella no se
disimula... y tú, esposa mía, hoy hermana espiritual en la creación fuiste buena... eres
buena... muy buena.
Fuíste buena porque exigías el cumplimiento del deber como lo ruega un niño,
porque honrabas en nuestra mesa al hambriento, perdonabas guiando por la buena senda
al equivocado.
Abandonaste tu cuerpo físico -era tu karma- pero Tú volaste hacia el espacio
infinito donde conocerás el porqué de nuestros afectos y de nuestra afinidad, efectos sin
duda, de nuestras existencias anteriores. Prosigue tu vuelo ascendente, no te detengas a
observar las mezquindades de este plano terrestre. Nosotros sentimos tu pérdida, no con
la desesperación de lo que se ha perdido para siempre sino por la separación momentánea
de quien se ausenta a otro país, donde a nuestra vez infaliblemente tendremos que ir, y si
muy sentido fue el instante de nuestra separación también muy eficaz fue la fortaleza de
ánimo, el consuelo que nos has brindado, los conocimientos que habíamos adquirido de la
supervivencia del alma, y del plan de nuestra evolución en lo infinito de la sapiente
creación.
Prosigue, pues tu vuelo ascendente hacia las regiones del mayor conocimiento, de
los valores reales, y nosotros, los que te hemos amado y que aún debemos actuar en este
plano físico, en esta escuela práctica de perfeccionamiento, te enviamos un pensamiento
amoroso, única ofrenda que te será grata, porque fuiste buena y tu recuerdo nos incitará a
ser buenos, a ser dignos de ti.
Angel Tassitano.
Septiembre 13 de 1925

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ENSEÑANZA TEOSOFICA
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“Deja que tu alma escuche los gritos de dolor de igual modo
que el loto abre su corazón para beber el sol matutino.
“No permitas que el ardoroso sol seque una sola lágrima de
dolor antes de que tú mismo la hayas enjugado en los ojos
afligidos.
“Pero deja que sobre tu corazón vierta la humanidad entera
sus lágrimas y no las borres hasta que desaparezca el dolor
que las causó”
(“La Voz del Silencio”)
H. P. Blavatsky.

A vosotros que sufrís, hermanos y hermanas en humanidad, cualquiera que sea la


causa de vuestras angustias y pesares, un alma que como la vuestra ha sufrido, os dirige
algunas páginas con el vivo deseo de aliviar vuestras penas, de llevaros alguna esperanza,
de hacer brillar un rayo de luz en vuestras tinieblas...
Una restricción, sin embargo, conviene hacer.
Muchos habrá que para nada necesiten estos consuelos, si en la religión que
profesan les sostiene la fe sincera. Estos hallaron al pie de la Cruz, o de otro símbolo
religioso, los consuelos a que sus almas aspiraban. Así es que tan sólo me dirijo a ellos
para decirles:
“Si creés ciegamente en la fe que profesáis, si satisface vuestras aspiraciones,
seguid firmes, puesto que tenéis con el convencimiento la paz y el consuelo. Nada más os
puedo ofrecer.”
Me dirijo aquí aquí a aquellos que carecen de religión, y sobre todo a aquellos
que no creen ya; a aquellos a quienes las dudas destruyeron lenta o brutalmente la fe; a
aquellos a quienes esa fe o confesión, sea cual fuere, no basta a fortalecerles en las duras
pruebas, a explicarles las injusticias aparentes de la vida. A ellos quisiera explicar en esta
obrita lo que es el sufrimiento, cuáles son sus orígenes y objeto, e indicarles el remedio.
No estando aún bien penetrada de la ciencia del alma, de esta divina Sabiduría que
llamamos la Teosofía, tan sólo puedo dar ligeras indicaciones como resultado de su
enseñanza. Mi único deseo sería poder ayudar a mis semejantes; si no lograra mi intento,
cúlpese a mi ignorancia y nunca a la Teosofía.

* *

Todos vosotros que sufrís, no olvidéis que no sois solos, y aunque llevéis
penosamente las grandes cargas de vuestras miserias, buscad de aliviar a la humanidad
que sufre, pues el encerraros en vuestro dolor resultaría egoísta y estéril. ¿Acaso no es el
sufrimiento el lote común de la humanidad? A cada paso tropezamos con el dolor, ya
mudo, ya oculto, o bien exhalando quejas desgarradoras. Si prestáis atención, oiréis en las
grandes ciudades el lamento de todos los sufrimientos físicos y morales. ¡Pobre y
desdichada humanidad! ... Sin embargo, ¡gloriosa humanidad que a la Divinidad engendra
con sus dolores!...

* *

Aún no es el momento de hablar aquí del objeto del dolor, y antes de observarlo
en su conjunto, en su colectividad, oigamos entretanto la enumeración de los dolores
individuales.

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* *
¡Oh tú, hermano mío, que llevas el gran peso de la miseria, ni hogar tienes, ni pan
seguro; no amanece un día que no te traiga la angustia del mañana! Durante las crudas
estaciones de lluvias y de nieves, sin techo que te ampare, suplicando vas de puerta en
puerta sin hallar trabajo que sustente tu vida, luchando y soportando privaciones de todas
clases. ¡Triste y amargo es tu lote!

* *

Tú, hermano, perdiste todo aquello que formaba tu dicha. A la mujer que amabas,
parte de tu ser. La vida hase convertido en una carga penosa. Conoces el vacío de los días
interminables, las angustias del insomnio, y a tus lastimeras quejas tan sólo constesta el
cruel silencio; conoces las tristezas del despertar, aún más amargo, que sucede a las horas
de intranquilo sueño.
¡Y tú, pobre y cariñosa madre, llevabas un ángel en tus brazos, le besabas y
mecías con ternura, porque era el hijo de tus entrañas! De pronto se abrió una tumba y en
ella se sepultó para siempre la carne de tu carne; el lúgubre problema de la muerte
absorbe tu pensamiento sin que logres hallar el descanso ni descifrar la causa de tu
martirio; tú, hermano mío, una enfermedad crónica y sin esperanza te sujeta al lecho del
dolor. No pasa día sin que sufra todo tu cuerpo; pero aún mñas cruelmente sufre tu alma
de la inacción, de la impotencia de todo su ser. ¡En efecto, tu cruz es pesada!

* *

Tú, pobre niña, fuiste engañada en tu más puro afecto; en aquel en que reposaba
toda tu esperanza, no hallaste sino “un sepulcro blanqueado por fuera”, y penetrando un
día en esa guarida, recibió tu corazón la profunda herida; de tan triste experiencia no
puedes borrar el recuerdo amargo; todo lo que en ti había de amor, de alegría y contento,
se trocó en odio, desprecio e ira; éste es un dolor que convierte la vida en un infierno.

* *

Y tú, hermana, siempre fuiste perseguida por la calumnia que no se cansó de


oponer obstáculo tras obstáculo, a pesar de no merecer tal injusticia; obstáculos a tus
proyectos, a tu dicha, de atacar los más puros y nobles de tus actos. Tan cruel prueba
subleva por su aparente injusticia.
Tú, hermana soñabas con la gloria de la celebridad, con un porvenir de artista y te
hallas irónicamente condenada por tu sino a la obscura sombra, al silencio; humildes son
tus trabajos y mezquinas tus obligaciones. Tu sueño de ideal y de heroísmo se ha
desvanecido a cada paso; surgen en tu camino nuevos obstáculos; constantemente has de
doblegar la frente ante un sino tan vulgar que repugna a tu alma ávida de ideales.

* *

Tú, hermana, viertes tus lágrimas en la soledad y el abandono; obligada te ves a


ocultar en ti misma los tesoros de ternura que encierra tu alma; has perdido a tu madre y
sólo ella fuera capaz de sanar las heridas de tu corazón; no tienes marido que con su amor
y energía cuide y vele por tu bienestar; no tienes hijos a quienes rodear de tus cuidados;
en una palabra, por todos lados te ves privada de afectos; tu aislamiento es completo y
cada vez te parece más abrumadora la vida...

* *

Cuál es la causa de esa actitud desesperada, hermano mío? ¡Ahora comprendo!


Creías que tu pasado, lleno de desdichas, estaba enterrado para siempre; creías que
después de tantas luchas habías hallado la paz y que podías dominar tu naturaleza

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inferior: tu alma gozaba dicha infinita en las aspiraciones espirituales. De pronto el
pasado que creías muerto resucita, las tentaciones fatales reviven, los enemigos se alzan
de nuevo más fuertes y más temibles, la naturaleza inferior reclama sus derechos - te
elevaste tan alto sólo para caer de más alto - La vergüenza te humilla, allí yaces vencido,
enojado, no atreviéndote a pensar en el porvenir que quizá te prepare aún peores y más
funestas desdichas.
Tú, hermana mía, sufres moralmente,; fuíste herida en tu fe ciega, esa fe tuya no
estaba edificada sobre la roca. La “letra que mata”, los dogmas estrechos, asfixiantes, de
la ortodoxia y la hipocresía de los que te rodeaban mataron prematuramente tu fe; en vano
quieres abrazarte a ella; en vano imploras al Dios de tu infancia; ya no puedes rezar;
sufres al ver que ya no sabrás hacerlo: el cielo desierto perdió toda su belleza, todo su
esplendor. En vano también llamas de puerta en puerta para conocer la verdad; no hallas
en ninguna parte sino dudas y tinieblas.

* *

En cuanto a ti concierne, hermano mío, tu dolor es aún más noble por ser
impersonal. ¡Sufres por la humanidad! ¡Contemplas la pobre humanidad doliente!...
Penosamente sondeas el desconsolador problema del pauperismo; estudias las
crisis social y moral en las que nos vemos sumidos sin motivo aparente, con el corazón
angustiado: piensas sin cesar en las miserias imposibles de aliviar, en los crímentes que se
cometen ocultamente, en el deseo de gozar que convierte al egoísta en una fiera; piensas
en todos los excesos que podrían evitarse, en las futuras catástrofes que podrían
prevenirse, si la pureza y la justicia estuvieran mejor representadas entre nosotros. Tu
impotencia te abruma y la angustia ahoga tu corazón. De buen grado sacrificarías tu vida
por salvar a la humanidad, esclava de sus pasiones, ignorante y desdichada; un grito sale
de tu pecho. ¿Por qué el mal? ¿Por qué la injusticia? ¿Por qué el sufrimiento?
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En esta enumeración de los dolores terrenales, ¿cuántos no habré olvidado,


cuántos no habré omitido? Angustias de punzante agonía, dolores torturadores y secretos
que se ocultan en las sombras... Cuántos de vosotros, hermanos en el dolor, diréis
leyéndome: “No ha acertado a descubrir otros dolores, ignora la existencia de la pena que
yo sufro, de pruebas más crueles aún; lo que llevo es cruz más pesada que todas las
descritas aquí.” Sin embargo, no olvidéis que nuestra cruz siempre nos parece más pesada
que la de los demás; el dolor del prójimo nos parece más leve y fácil de soportar, pues nos
inclinamos naturalmente a disminuir las angustias de los demás al compararlas con las
nuestras. Todo esto es profundamente humano. Observad la simpatía que nos inspiran los
sufrimientos de nuestros hermanos; aquellos por los que mayor compasión sentimos, son
siempre aquellos que más se asemejan a los nuestros... Esto es también profundamente
humano.
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Mas no me dirijo a vosotros, hermanos míos, para discurrir de psicología, ni para


analizar en vosotros los diversos aspectos del dolor.
Desde el punto de vista puramente teosófico, es como se me debe interpretar. Os
diré, por lo tanto, cuál es, según esta doctrina, la causa del dolor y la utilidad del mismo,
y, por último, os hablaré de su objeto. Me veo, pues, obligada a explicar, aunque
ligeramente, algunos puntos de la enseñanza teosófica. ¡Ojalá logre resolver las dudas de
vuestro espíritu, alumbrar vuestro camino!
Muy arduo de resolver es el problema del sufrimiento, cuestión vital, sin
embargo, ya que interesa directamente a todo ser humano. No existe en el mundo criatura
que no conozca el dolor; no hay progreso alguno verdadero sin sufrimientos, y los seres
que han alcanzado la cima gloriosa de la Evolución, hubieron de pasar por los rudos
senderos del dolor.
¿Es, pues, el dolor una ley? - diréis - ¡No! No es una ley, y si tal fuese, obra
nuestra sería y no de Dios.

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El sufrimiento es tan sólo el resultado inevitable de toda violación de la Ley
divina; en todo ser que sufre, el dolor es la consecuencia de la violación de la Ley, bien
sea en la presente vida, o bien en una existencia anterior, y tan imposible sería evitar ese
sufrimiento como lo es pretender que un niño tocase el fuego sin quemarse; por lo tanto,
nuestros sufrimientos son consecuencias de nuestros actos, palabras o malos
pensamientos, presentes o pasados.
Esta declaración nos revela la existencia de las dos grandes Leyes que
constituyen la base de la enseñanza teosófica, como también la de varias religiones de la
antigüedad: la Ley de la Evolución, en la cual está comprendida la Reencarnación, y la
Ley de Causalidad.
Estas dos grandes Leyes que la Teosofía viene a recordar al mundo moderno, nos
ayudarán a comprender las causas y la utilidad del sufrimiento.
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Mas vuestra primera pregunta será, sin duda, la siguiente: ¿Qué es, pues, esta
nueva religión que apenas sale a la luz pretende ya revelar al mundo la verdad?
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La Teosofía no es una religión nueva, ni siquiera pretende ser una religión. La


Teosofía ha existido en todos los tiempos como base y como síntesis de todas las
religiones y de todas las filosofías religiosas. Es la ciencia del alma, es la antigua
Sabiduría que aparece nuevamente en los tiempos modernos. De ningún modo pretende
esta antigua sabiduría alentar contra las actuales religiones ni presentarse como su
antagonista. No; su objeto es, por el contrario, unirse a ellas en la lucha contra el
materialismo y unirlas al mismo tiempo entre sí, pues cada una declara poseer el
monopolio de la verdad, y no sabe reconocer en las demás esa misma verdad bajo otros
aspectos. Lo que desea la Teosofía es ser un auxiliar de las religiones; ensanchar su
horizonte, casi siempre limitado; reconciliar aquéllas con la Ciencia; aclarar sus símbolos
abandonados al olvido o ignorados; infundir una nueva vida en sus enseñanzas. Esta
sabiduría, rica en conocimientos, que aumentan de día en día, se ofrece a las religiones.
Esto es el resumen de lo que la Teosofía significa.
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Volvamos ahora a las dos grandes Leyes de que os hablaba más arriba, y
consideremos la Ley de la Evolución universal, o mejor dicho, la Reencarnación, que es
su consecuencia natural.
La creencia en las vidas sucesivas del alma es tan antigua como el mundo. Las
antiguas religiones de la India la enseñaron; Pitágoras, Platón y los neoplatónicos la
afirmaron; hasta fue reconocida por Padres de la Iglesia, y Jesús hizo mención de ella a
sus discípulos, como lo atestiguan algunos pasajes de los Evangelios. Si consideráis el
concepto de las vidas sucesivas del alma, desde el punto de vista moral, lo encontraréis,
sin duda, infinitamente más racional, más justo y más satisfactorio que cualquiera teoría
ortodoxa o filosófica. En su consoladora grandeza, en su perfecta justicia destruye la
horrible doctrina de la Predestinación que convierte a un Dios de bondad y amor en un
verdugo, o sea Dios creando las almas para el vicio lo mismo que para la virtud. Creando
acaso un alma pura y virtuosa en sus tendencias, colocándola en un ambiente sano y
conduciéndola luego paternalmente al Paraíso, después de haberla guiado por un sendero
llano y fácil. Esta otra, en cambio, la crea dotada de malos instintos, viciosa, y la rodea de
de un ambiente malsano, de contactos abyectos, que conducen fatalmente a esta alma al
crímen. ¿Acaso en tales condiciones no sería el mismo Dios un criminal? ¿Puede admitir
alguien semejante doctrina tan injusta como monstruosa? Doctrina que a muchos obliga a
exclamar indignados: “¡Si éste es vuestro Dios reniego de él! ¡Prefiero un cielo vacío a
aquel en el cual reina un verdugo!” ¡Ay! El cristianismo tan grande y puro en su orígen,
verdadera religión de amor y de sacrificio, enseñada al Occidente por la hermosa y
admirable figura de Cristo... el cristianismo ha sido en muchos puntos indignamente
desfigurado por falsos cristianos, cristianos de nombre, mas no de hecho, que no
siguieron las Leyes de su divino Maestro...

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* *
¡No! Las almas no se crean viciosas o virtuosas, no hagamos esta ofensa al padre
de todos los seres humanos. Las almas son como a sí mismas se crearon en las muchas
existencias pasadas que unas a otras se sucedieron. Las almas virtuosas son las que han
avanzado en el camino de la Evolución, son almas que por las experiencias adquiridas en
miles de vidas anteriores han vencido en las luchas su naturaleza inferior, desarrollando
lentamente las virtudes que hoy poseen. Los seres viciosos, crueles y débiles, son, por el
contrario, almas jóvenes que no poseen aún la noción del bien y del mal, cuya conciencia,
resultado de innumerables experiencias pasadas, no tienen aún suficiente desarrollo. Estas
almas, jóvenes aún, tienen mucho que aprender en la severa escuela de la vida, en la
escuela del sufrimiento.

* *

He aquí, pues, lo que afirman los teósofos. Aceptad como hipótesis, si queréis, la
idea que os voy a exponer; mas no la desechéis sin antes haberla estudiado bajo todas sus
fases. Las innumerables diferencias que separan las almas entre sí no son sino diferencias
de edad. Hay entre las almas infinidad de grados de desarrollo y edades. Cuanto más
jóven, más ignorante, impulsiva, y esclava de sus deseos y pasiones es un alma, menos
fuerte habla la voz de su conciencia, menos posee la noción del bien y del mal y, por lo
tanto, es menos capaz de razonar. Pero a medida que el alma progresa en el camino de la
evolución – ¡camino tan largo, tan lento, tan monótono en el primer período que atraviesa
la humanidad! – esa alma se transforma, se desarrolla y mejora. Todos los cuerpos
humanos en que habitó, todas las personalidades que revistió - semejantes a las prendas
que usadas se desechan – todas esas personalidades que la representaban sobre la tierra,
que son sus instrumentos de trabajo, le dejan una pequeña herencia de experiencias. Esta
herencia, imperceptible en su principio, aumenta a medida que el alma se desarrolla, y
todas las experiencias, en su mayor parte dolorosas, constituyen a la larga la conciencia.
¡Pensad, pues, cuántas vidas son necesarias para constituir una conciencia delicada!
¡Pensad en los sufrimientos que habrán soportado antes de haber aprendido su lección!
¡Hay tanto que aprender! Pues bien; si el sufrimiento es la consecuencia del mal, como
antes he dicho, éste es, a su vez, el resultado de la ignorancia. El alma ignorante,
arrastrada por sus impulsos, por sus deseos, por sus pasiones brutales como por caballos
desbocados, el alma ignorante comete el mal y lo comete siempre hasta que, a fuerza de
sufrir, viendo que el dolor sigue a las malas acciones, empieza a reflexionar, a sacar la
deducción de sus experiencias y a evitar el mal. En este punto brota la razón, los primeros
gérmenes de la conciencia...
Conciencia bien grosera por cierto en sus principios, pues el alma evita de
cometer una mala acción, no porque ésta sea mala, sino tan sólo para librarse del
sufrimiento como resultado. Sin embargo, con nuevas y continuas experiencias, esa
conciencia se desarrolla y enriquece, y paso a paso la inteligencia se desarrolla también y
se afirma. La Evolución se hace más rápida. Los malos instintos desaparecen; los
impulsos brutales, irreflexivos, las sensaciones y las emociones groseras se transforman
en sentimientos y afectos; el hombre llegado a este punto es desinteresado en sus afectos,
tiene conciencia de su dignidad hasta cierto punto. Pasará aún por un número mayor o
menor de existencias más o menos laboriosas, y llegará al fin a ser un hombre
identificado con el deber.

* *

Fijemos un momento nuestra atención en este punto, y comprendamos que para


un hombre que sale apenas de la infancia, es decir, de las primeras fases de la Evolución,
el deber no es el mismo que el de nuestro grado de evolución. El deber es esencialmente
relativo; a medida que nuestra mente se eleva y que nuestra conciencia se afirma, cambia
de aspecto el deber, se complica, se presenta más exigente. Esto nos obliga a una gran
indulgencia respecto de nuestros hermanos. El deber que no se siente, del cual no se tiene

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conciencia, no es un deber, para cumplir el deber es preciso comprenderlo, penetrarse de
él... El mismo razonamiento se puede aplicar a lo ideal...
* *

Volvamos a nuestra evolución humana. Las vidas se suceden unas a otras y el


hombre identificado con el deber se convierte en un bienhechor de la humanidad. En su
frente brilla la inteligencia, su alma rebosa de nobles aspiraciones, un ideal sublime de
amor y de justicia hace latir su corazón y le conduce al olvido de su personalidad, al
sacrificio de sus gustos y de su bienestar. El principio de Cristo (*)se desarrolla en él. Poco
a poco se separa de los afectos exclusivos para unirse estrechamente al gran Todo, para
identificarse con la humanidad y con Dios. Y disuelta su personalidad en el gran Océano
de Amor universal, sólo aspira ya a vivir por sus hermanos, a revestir un nuevo cuerpo
humano para consagrarse al servicio de los hombres. Tan sólo aspira a enseñar, a
consolar, a compartir con el mundo entero la Paz santa que mora en su alma. Los goces
divinos que le procura su unión con el ser Supremo borraron para siempre todos los goces
de la tierra, que ya no le afectan. Posee esa dicha que nadie puede arrebatarle, que
ninguna vicisitud humana puede turbar jamás. Es el radiante sol que eternamente brilla
por cima de la tempestad enfurecida. El hombre pues, puede en tales condiciones elevarse
siempre más rápidamente, siempre más alto, hacia las gloriosas cumbres que coronan la
evolución humana... hasta alcanzar, al fin, el grado de Maestro. Y ese ser que es más que
un hombre, ese ser que evolucionó al Dios en sí mismo, sigue, no obstante, ascendiendo de
gloria en gloria. Terminada su evolución humana, la Evolución divina sigue aún a través
de otros Universos. ¡El vértigo se apodera de nosotros al considerar esa marcha
gigantesca! ¡Somos tan pequeños, tan limitado es nuestro cerebro! ¿Cómo podríamos
penetrar toda esa gloria? Es más prudente no intentarlo. Procuremos asimilarnos lo poco
que comprendamos; a medida que progresemos, comprenderemos mejor.

* *

Pero sin duda me diréis: ¿De dónde viene esa Evolución humana que termina en
la Gloria? ¿Cuál es su orígen? Su orígen se halla en la noche de los tiempos..., lejos, muy
lejos de nosotros. Podría contestaros aún mejor repitiendo las palabras de Krishna: “El
orígen de los seres vivientes es imposible de alcanzar” (**)

* *

La Teosofía, sin embargo, nos enseña lo siguiente: Cada alma es un rayo divino
que emana del Dios manifestado, o sea la gran Alma universal. Por lo tanto, cada alma es
Dios mismo en potencialidad. Pero es un Dios inconsciente de su propia divinidad, y para
llegar a ser consciente forzosamente ha de sufrir todas las experiencias subhumanas y
superhumanas; descenderá hasta los últimos grados del plano material para ascender
después nuevamente hasta la Divinidad; marchja descendente o involución, luego marcha
ascendente o evolución, durante las cuales transcurrirán infinidad de edades. El alma, o
mejor dicho, la mónada, - pues aún no se la puede llamar un alma, - se encarna en los
reinos elementales, pasa luego a los reinos mineral y vegetal, desde donde una evolución
sumamente lenta la conduce al reino animal, que a su vez desarrolla sus primeras
tendencias hacia la individualidad. Los animales son, pues, en verdad, nuestros hermanos
inferiores como suele llamárselos a veces. No hablaré de esa evolución subhumana tan
interesante por ser el período preparatorio para su paso a la humanidad, el período de la
transformación de la mónada en alma individual: esto nos llevaría demasiado lejos.
Examinemos más bien las deducciones que se pueden sacar de este bosquejo, con el que
he tratado de explicaros la Doctrina de la Reencarnación.

(*)
O sea el principio de amor y de sacrificio que llega a la fluorescencia en el adepto, como se verá
más adelante.
(**)
“El bhagavad Gita”.

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* *

Acabamos de ver que el sufrimiento es la consecuencia del mal, de la violación de la ley,


y que el mal es el resultado de la ignorancia. Por consiguiente, la ignorancia es la base, la
raíz del mal, y para suprimir el sufrimiento se debe cortar esa raíz destruyendo así la
ignorancia.
Ahora bien, ¿cómo destruir la ignorancia? ¿De qué manera se la puede
reemplazar por el fruto de la maravillosa Sabiduría? Por las experiencias. Y esas
experiencias, como ya hemos dicho, son, en la mayoría de los casos, sufrimientos.
Llegamos fatalmente a este punto: que el sufrimiento es útil, que es una oportunidad
bendita, un elemento necesario a la Evolución humana. Sin el sufrimiento que enriquece
nuestra conciencia, que templa sin piedad nuestras almas al principio de la evolución, ésta
sería infinitamente más lenta, pues la conciencia en embrión se desarrolla más
rápidamente en la lucha tempuestuosa cuando el alma es sacudida por las emociones
brutales, por el choque de las pasiones, por todos los dolores de la vida externa. El
sufrimiento es, pues, un elemento indispensable en los albores de la Evolución humana, y
es útil durante todo el período de esta Evolución. Siempre más intensa, más afinada a
medida que crecemos; es el gran crisol donde dejamos las escorias de nuestras pasiones
inferiores, de nuestro egoísmo; más aún: es la Escuela del amor y de la simpatía. Si a
veces se agria, más pronto desarrolla en el corazón el germen de la tierna compasión por
todo lo que sufre. ¿Existe, acaso, algún hombre que jamás haya sufrido? ¿Acaso podría
ese hombre auxiliar a los desdichados, llorar con quien llore, hallar palabras de consuelo
que sirvan de bálsamo a los heridos? ¿Por qué, pues, tanto temor al sufrimiento? ¿Por qué
tratamos de evitarlo a toda costa? Sin embargo, ésta parece ser la nota característica de
nuestra époco; inventamos remedios contra los males más leves...; ¡no sabemos soportar
siquiera un simple dolor de cabeza! Huímos del contacto de la miseria, de la lectura de
escenas repugnantes, de la vivisección, o bien de la pintura de la esclavitud miserable
donde vegetan tantas mujeres, nuestras hermanas, y todo ello por no alarmar nuestro
corazón sensible...

* *

Sin el mal no existiría el sufrimiento. Ahora bien, como el sufrimiento es útil


porque favorece el desarrollo del alma, el mal tiene también su utilidad... Paréceme oíros
exclamar: “¡Qué principio tan inmoral! “ ¿Por qué? Sólo es inmoral aquello que retarda
el progreso del hombre en oposición a la gran ley evolutiva. Para nosotros, teosofistas, la
verdadera moralidad consiste en marchar siempre de acuerdo con esa gran Ley y seguir el
curso de la corriente. El mal es, en realidad, todo lo que nos retrasa, lo que pone obstáculo
a esa corriente poderosa, todo lo que contraría la evolución universal o individual. ¿Qué
puede haber más relativo que el mal? Las pasiones, el egoísmo y la ambición, son
estímulos necesarios para las almas jóvenes, a las que enseñan a luchar, a adquirir fuerza;
desarrollan en ellas el principio de la inteligencia, impulsándolas hacia delante; ¿son
acaso el mal? Un bien inapreciable es la consecuencia de ello; se activa la evolución en
esas almas: su limitada mentalidad, en el grado de desarrollo en que se encuentran, no
permite la profundidad del mal. Pero las pasiones, el egoísmo, la ambición en nuestro
período actual de progreso, es el mal por que ha crecido nuestra marcha, trabajamos
conscientemente contra la gran Ley, de la que, si persistimos en hacerlo, seremos
forzosamente víctimas.
Al alma joven conviene a menudo pasar por la experiencia del mal, porque del
mal nace el sufrimiento. Y el sufrimiento le demuestra que ha marchado contra la Ley.
¿Cómo enseñar a un alma el dominio de sus pasiones, de su naturaleza inferior, si no ha
sufrido por causa de esas mismas pasiones y de los terribles resultados del yugo de la
naturaleza inferior? Por otra parte, ¿cuál podría ser el motor que impulsase a un alma
jóven, sino el estímulo del egoísmo y de la ambición? ¿Es posible progresar por el
sentimiento del deber, por un ideal cualquiera, o por la idea del sacrificio, cuando apenas
posee el alma la noción del bien y del mal, cuando es incapaz de comprenderos? Lo que
necesita ese alma son motivos proporcionados a su grado de inteligencia. ¿Acaso puede

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un niño distraerse con libros científicos o instrumentos de cirugía? “¿Cómo podríamos
aprender jamás lo que es justo si no comprendiésemos lo que es injusto?” - dice Mad.
Besant en uno de sus últimos libros. - “¿Cómo podríamos elegir el bien si no
conociésemos el mal? ¿Cómo reconocer la luz si no existiesen las tinieblas?... La
evolución de la fuerza sólo es posible por medio de la lucha, del combate, de los
esfuerzos y del ejercicio... Los sufrimientos, las decepciones, son las que nos empujan
hacia delante y hacen vibrar las fuerzas de nuestra vida interna, las que, de otro modo,
permanecerían en estado latente.” Reasumiendo lo dicho: el mal consiste para nosotros,
teosofistas, en todo aquello que retrasa la evolución del hombre, en todo lo que constituye
un obstáculo para el progreso. Ahora bien, cuando el mal precipita el progreso, precipita
la evolución, deja de ser un mal, convirtiéndolo entonces en una necesidad. Seamos, pues,
indulgentes para las almas jóvenes y severos para nosotros mismos. Ellas aprenden su
lección, nosotros tenemos que aprender otras que ellos a su vez aprenderán algún día.
Cuando hayan madurado estas ideas en vuestra inteligencia, veréis entonces aclararse el
doloroso problema del mal.
Si leyendo lo que antecede pensarais: “Ya que el mal es un bien, puedo satisfacer
mis pasiones sin escrúpulo alguno”, en ese caso no me habéis comprendido. Estad
seguros de que para vosotros que leéis estos renglones, el mal no es ya un bien. Desde el
momento en que lo comprendéis como mal, es decir, en que vuestra conciencia lo
rechaza, sólo puede dañaros y retrasar vuestro progreso.

* *

Existen, pues, en nuestra humanidad, almas de todas edades, almas que se


encuentran en todos los grados de desarrollo. Existen los hombres niños, como también
los hombres divinos llegados al término de la Evolución humana; aquellos a quienes con
el más profundo respeto llamamos Los Maestros.
Este hecho reduce a la nada la famosa igualdad que tantos hombres reivindican.
¿Cómo podría establecer la igualdad la sociedad, cuando ésta no existe en la naturaleza,
en el Universo? Siempre habrá, como en la familia humana, pequeños y grandes; siempre
habrá hombres ignorantes y otros instruídos; seres puros y otros depravados; el hombre
de genio se codeará siempre con el idiota. Mas si esta gran Ley de la Evolución nos
confirma este principio, a saber, que no existe la igualdad entre los hombres, en cambio
nos ofrece una gran lección, la fraternidad, que es la solidaridad humana.
Todos hemos pasado por los grados inferiores de la Evolución; todos hemos
pasado por las formas animales, por estados de conciencia análogos a los de la
animalidad; tenemos, pues, un deber para con los animales: el de tratarlos con
humanidad, con compasión, de no abusar de sus servicios, de ayudarlos en su evolución
por procedimientos afectuosos. Los que aman a los animales, que viven con ellos, saben
cómo son susceptibles de desarrollo por el afecto. A fuerza de querer, llegan a hacerse
casi humanos en bondad, reflexión e inteligencia. Esto en lo que concierne a los animales.
Elevémonos a planos superiores. Todos hemos traspasado las fases primitivas de la
Evolución humana; todos hemos obrado el mal, sembrando el sufrimiento en nuestro
derredor por satisfacer nuestros deseos egoístas; quizá hayamos sido los peores criminales
- cuando menos hemos conocido todos la más grosera ignorancia. Es deber nuestro, pues,
ayudar a nuestros hermanos más jóvenes, elevar su niver moral, combatir la ignorancia
bajo todas sus formas. En todos los grados de la escala social se impone ese deber hacia
nuestros hermanos más jóvenes, hacia nuestros iguales y hacia nuestros superiores. La
fraternidad, la solidaridad humana, reemplazan ventajosamente la igualdad.
Porque allí donde alimenta la igualdad el odio, la desconfianza y la duda, tiende
con amor la fraternidad sus brazos. Este admirable principio es uno de los privilegios y
una de las fuerzas de nuestra Sociedad Teosófica, esparcida hoy por el mundo entero: más
que el socorro material, ofrecido por otras sociedades puramente filantrópicas, implica
auxilio moral, intelectual y espiritual.(*)

(*)
Como Sociedad, la Sociedad Teosófica se debe al objeto especial para el cual ha sido creado, y
todos sus recursos deben converger hacia el auxilio espiritual, pues tan sólo la luz puede disipar la

10
* *

Imaginaos nuestras innumerables vidas terrestres como una grandiosa ascensión


hacia cumbres en apariencia inaccesibles. La nieve resplandeciente de sus cumbres sólo
puede ser divisada por los viajeros más adelantados, nuestros hermanos mayores, que
marchan con pie firme, sin desviarse de su objeto; los hermanos más jóvenes, los niños de
la humanidad, marchan aún a tientas en el valle obscuro, viéndose detenidos por mil
obstáculos inconscientes respecto al camino que deben seguir. La humanidad, en su
término medio, en infinitos grados de desarrollo, procede a las almas jóvenes y sigue a las
mayores, de buen o mal grado, o bien con confianza plena, en esa peregrinación incesante
cuyo orígen ni objeto distingue. En esa ascención, la fraternidad debe ser considerada
como una inmensa cadena, de la cual es un eslabón cada ser humano. Solo no se puede
ascender, siempre hemos de seguir y guiar a alguien. Por aquel que os tiende la mano
para ayudaros a salvar un precipicio, debéis, como testimonio de gratitud, tender la
vuestra a aquel otro que os sigue rendido por la fatiga; pues la humanidad es una, y todo
auxilio prestado a una de sus criaturas es prestado a todos, y no siempre a aquel que os
ayuda es a quien pagáis vuestra deuda.
Ese sueño de universal fraternidad es el que debemos tratar de poner en práctica.
Sintamos vibrar en nosotros cada ser de la Creación; identifiquémonos con cada uno de
nuestros hermanos; ofrezcámosle lo poco que sabemos, poniéndonos a su servicio, y si un
rayo de la Gran Verdad ilumina nuestro camino, gocemos la dicha infinita de compartirlo
con otras existencias. Trabajando por el bien de la humanidad es como marcharemos
nosotros mismos hacia esa meta lejana, meta que nosotros no podemos imaginar sino de
un modo muy vago, como la gloria resplandeciente.

* *

Antes de pasar al estudio de la Gran Ley de Causalidad, complemento inseparable


de la Ley de la Evolución y de la Reencarnación y que nos aclarará singularmente el
problema del sufrimiento, quisiera primero contestar a algunas objeciones que a menudo
me han sido hechas, las mismas que también pudiérais, quizá, dirigirme.
- ¿Por qué – diréis – necesita el hombre pasar por todas esas experiencias, caer en
el mal y padecer el sufrimiento para alcanzar el estado divino? Si Dios es Poder y Amor,
¿por qué no creó al hombre desde luego perfecto, evitándole así la larga peregrinación del
dolor?
El Logos, es decir, Dios, hubiera podido seguramente crear el ser perfecto: no lo
quiso, pues de haberlo hecho así de golpe hubiese sido crear una máquina, un autómata;
Dios dotó al hombre de libre albedrío; quiso que llegase por su propia voluntad, por sus
experiencias, al Conocimiento, a la conciencia de sí mismo, y por último, a la Divinidad;
quiso que el hombre conociese el mal y el sufrimiento, que padeciese las pruebas penosas
necesarias al desarrollo de su conciencia; quiso que el hombre fuese un ser libre que
elevándose pudiese identificarse con todas sus flaquezas y amarguras pasadas, a fin de
simpatizar con las de sus hermanos, a fin de que en él brotara la flor divina de la
compasión, preparándole de este modo a la misión sublime de Salvador del mundo. Así lo
quiso Dios, no en el sentido vulgar de la palabra, sino en el sentido de la necesidad.

* *

Para se comprendida habré de hablaros ahora, aunque brevemente, del Sacrificio


divino que precedió a la creación de nuestro Universo...

ignorancia, y la ignorancia es la causa de todos los males. Concentrando así sus esfuerzos, ataca la
raíz del mal, y cuando la savia del árbol venenoso se haya agotado, la miseria física desaparecerá
por sí misma. Si, por el contrario, consagrase sus recursos pecuniarios a dar a los necesitados, se
separaría de su misión, y entonces sería como muchas otras Sociedades de Beneficencia, cuya
utilidad es incontestable, y se conformaría con podar las ramas secas sin agotar por eso el
manantial del mal.

11
Según la Teosofía, el Sacrificio divino - la Verdadera Redención, - de la cual la
redención cristiana es un simple reflejo, es Dios mismo, es el Ser Supremo en Su amor
infinito, en la plinitud de su Ser, de Su gloria y de Su majestad divina, limitándose,
encerrándose voluntariamente en todas las formas de Su creación. Su objeto es la
multiplicación divina, es la producción de infinitos millones de seres que desarrollándose
gradualmente, aprenden a ser centros en el Gran Centro – “yos” – en el Gran Yo, dioses
en el Dios infinito. Realmente el Padre, mucho más Padre de lo que nosotros alcanzamos
siquiera imaginar, puesto que Su vida está en todo, puesto que esta Vida divina está en
nosotros, como lo está en las más humildes creaciones de su Universo; es realmente el
Padre, puesto que su divina Conciencia engloba a todas las nuestras vibrando con ellas.
El está en nosotros y nosotros en El. Para explicaros este hecho no hallo sino la siguiente
comparación: Nuestro cuerpo físico es una vida. Ahora bien; ese cuerpo está compuesto
de pequeñas células, y todas estas células poseen su vida propia individual, su
independencia; todas estas células nacen, se desarrollan y mueren, y aunque tienen su
vida propia, forman parte de la vida colectiva del cuerpo, el cual tiene conciencia de las
impresiones percibidas por esas células, y las registra como si fuesen impresiones
personales.
Del mismo modo, pues, la infinita Conciencia de Dios entra en contacto con
nuestras conciencias infinitesimales, de suerte que Su Conciencia omnisciente,
omnipresente, percibe, recibe las impresiones que nos afectan, las impresiones de cada
uno de los átomos que somos comparativamente a El. “Hasta los cabellos de vuestra
cabeza están contados”, dijo Cristo.
Por muy pequeños, humildes e incompletamente desarrollados que seamos, si
hemos gozado tan sólo una vez de la visió de este divino Sacrificio, de esta Grandiosa
Redención, la llama del Sacrificio se encendió al instante en nuestra alma. Nosotros
también deseamos ser el eco de esta Gran Voz de amor, aspiramos a participar de esta
Obra inmensa de salvación, a entregarnos enteramente en cuerpo, alma e inteligencia al
servicio del divino Maestro y de los agentoes de Su Ley.
Mas, desgraciadamente, somos tan poca cosa, que sólo breves momentos
podemos permanecer en tales alturas...; pronto volveremos a caer en nuestra vida de
egoísmo mezquino y vulgar; la llama pura se apaga por falta de vida.
Si habéis comprendido ahora por medio de qué sacrificio el Universo ha sido
creado y evoluciona: por la limitación del Infinito, o sea de Dios, por el don voluntario
del Ser Supremo, comprenderéis también que esta limitación temporal (*) crea la
imperfección temporal. En las condiciones en que Dios se colocó, por amor a nosotros, no
puede obrar en desacuerdo con la ley de la Evolución. No puede crear de repente un
hombre perfecto, un hombre divino, pero puede dar e infundir al hombre Su propia Vida,
todas las potencialidades divinas. El hombre es un Dios inconsciente de su divinidad; no
puede ser consciente, como ya he dicho antes, sino después de haber atravesado todos los
planos de la Evolución, después de haber probado el fruto del árbol del bien y del mal,
después de que lo en la gfs gérmenes de la inteligencia, de la fuerza y del amor,
potencialidades divinas en él, se hayan transformado en cualidades individuales.

* *

Hemos visto, pues que el sufrimiento es una palanca poderosa para elevarnos por
encima del lodo de nuestras pasiones; que es, por lo tanto, una condición favorable y
hasta necesaria al progreso, y que es el gran educador del hombre. Hemos visto que así
como el mal tiene su orígen en la ignorancia, el sufrimiento tiene el suyo en el mal; y no
sólo es esta regla general, sino que se aplica también a todas las cosas individuales y
particulares. Nuestros dolores, cualesquiera que sean, son el resultado de malas acciones,
palabras o pensamientos originados por nosotros en esta vida u otra existencia anterior.
Aquí hemos de tratar de esa gran Ley, llamada por los indios Karma,
complemento indispensable de la Ley de Reencarnación . Puede llamársela de diferentes
maneras: Ley de retribución, Ley de causalidad, o también de Justicia inmanente. Estos

(*)
Temporal, porque su duración es la Evolución completa de un Universo.

12
nombres os explicarán cuál es su funcionamiento y objeto. Si comprendéis el objeto y
acción del Karma en la gran vida colectiva de la humanidad, así como en vuestra vida
individual, veréis resolverse maravillosamente el problema del sufrimiento: habréis
resuelto el misterio del destino humano; veríes resplandecer la justicia divina en todas
partes, allí donde con el corazón lleno de amargura, sólo veis hoy injusticia e iniquidad (*).
A ninguno de nosotros es desconocida esta verdad. Recordadla. ¿Quién no ha
leído las siguientes palabras de San Pablo, el gran Iniciado cristiano? “No queráis
engañaros a vosotros mismos; Dios no puede ser burlado; el hombre recogerá aquello que
haya sembrado.”
Esta es, en pocas palabras, la moral del Karma. Es la Ley de la Causa y del
Efecto, y el efecto está en proporción de la causa que la engendró. Todos los sufrimientos
son deudas que pagamos, sea a los hombres, sea a la Ley divina misma. El Karma coloca
en nuestro camino en la vida actual, como obstáculos conscientes e inconscientes a
nuestra felicidad, como instrumentos de nuestra desdicha, a los seres que sufrieron por
culpa nuestra. Tales son las deudas que pagamos directamente a los hombres.
Si hemos faltado a la Ley sin causar perjuicio alguno especial a un individuo,
pagaremos a la Ley nuestra deuda. El Karma nos castiga en ese caso con acontecimientos
y sufrimientos de los cuales los hombres no son responsables. Pero la palabra castigo no
es la más adecuada aquí, aunque el mal sufrido aparezca bajo la forma de castigo. Implica
esta palabra la idea de un Dios vengativo, y nos recuerda vagamente a Jehovah castigando
a sus hijos. No, la buena ley no castiga, se conforma con enderezar los agravios,
restablecer el equilibrio, dando así una lección útil y justa al imprudente. Si una criatura,
queriendo tocar el fuego se quema la mano, ¿diréis acaso, que es un castigo? Muchos de
nuestros actos están comprendidos en este caso; cometemos el mal por ignorancia y
sobreviene el dolor; ¿es éste un castigo? De ningún modo, es una lección que nos enseña
a no volver a caer en el error. Así es como, gracias a las lecciones severas, a las
experiencias necesarias a todo progreso, nos apartamos poco a poco de la ignorancia. La
Ley de la Evolución es una gran ley de armonía. Cuando ha sido destruído el equilibrio
por un acto culpable, sólo puede restablecerse este equilibrio por medio del sufrimiento
de aquél que realizó el acto. Es la historia de la rama del árbol que, inclinada hacia abajo
por un niño, escapa de sus manos, y recobrando su dirección natural le hiere en la cara.
No busquéis otra explicación a la acción del Karma. “Si el mal se cometió
involuntariamente, injusto es, diréis, pagar las consecuencias.” Sin embargo, ¿cómo fuera
posible evitar las consecuencias ya que es un efecto ocasionado por una causa, u que no
existe causa sin efecto? Tan imposible evitarlo como tocar el fuego sin quemarse. De
todos modos, tened la seguridad de que en la balanza del Karma pesan mucho más los
motivos y las intenciones que los actos. Estos no pueden repercutir sino en el plano físico,
en nuestro mundo material, mientras que las intenciones y los motivos repercuten en los
mundos invisibles donde la acción es mucho más poderosa que aquí bajo. Así, pues, una
acción buena y útil, cuyo móvil haya sido inspirado en el egoísmo, producirá,
seguramente, una dicha relativa; cosa inevitable desde el momento en que esta acción
causó dicha a seres humanos. Pero si aquel que la realizó obró por motivos impuros, no
podrá evitar el correspondiente sufrimiento. Este es un caso mucho más frecuente de lo
que se creee. Un hombre construye un hospital con el objeto de ser admirado y
conquistarse el renombre de bienhechor de la humanidad. Su acción, que habrá dado muy
buenos resultados en el mundo material, le procurará en otra existencia, satisfacciones en
aquel mismo mundo; es decir, se verá rodeado de un ambiente favorable, pero sus
móviles egoístas le causarán sufrimientos morales. En resúmen: tanta más importancia
tiene el resultado de una causa cuanto más importante es su motivo.
A medida que el hombre evoluciona, su Karma se hace más complicado, pues a
cada paso puede engendrar causas kármicas contradictorias. En pocos minutos puede
obrar generosa e injustamente. Los grandes Seres encargados del funcionamiento del
Karma desempeñan un cargo en verdad bien pesado. Estas causas contradictorias, no
pudiendo siempre producir sus efectos en una sola existencia, escogen y reparten el buen

(*)
Léase “Karma” por Mad. Annie Besant, y el capítulo admirable que trata de esta cuestión, en su
libro “La Sabiduría Antigua”, exposición completa de la Teosofía

13
y el mal Karma entre varias existencias, pues si una sola y misma vida no es suficiente
para hacer fructificar varios efectos kármicos, éstos deben esperar en estado latente la
ocasión de manifestarse en otra vida. Todas estas causas Kármicas son las que tejen
nuestro destino, las que nos hacen lo que somos, las que nos colocan en tal o cual país, en
un círculo favorable a su manifestación, las que preparan los grandes acontecimientos
tristes o dichosos de nuestra existencia.
No debemos, por lo tanto, extrañar que nuestras dichas sean pocas y breves; que
la desgracia llame a menudo a nuestra puerta. ¿Acaso no aventaja el mal al bien en
nuestro destino de seres medianamente evolucionados? No os extrañará, sobre todo, si
sabemos cuán grandemente pesan nuestras intenciones y pensamientos en la balanza
kármica. En cambio, nos es de gran consuelo pensar que por el Conocimiento somos más
o menos dueños de nuestro destino. El ignorante es esclavo de sus pasiones y deseos, por
lo tanto, esclavo de su destino. Si, por el contrario, conocemos la Ley, si la
comprendemos, podemos crearnos un Karma favorable por las acciones y pensamientos
puros y caritativos.(*) No podemos evitar que el Karma producido anteriormente nos
alcance, y habremos de pagar todas nuestras deudas; pero podemos neutralizar en parte
los efectos del Karma presente. Citaremos un ejemplo: Si en esta vida hemos hecho daño
a alguien, podemos neutralizar el resultado del sufrimiento que nos espera, tratando de
hacer todo el bien posible a aquella persona y pagando de ese modo nuestra deuda desde
ahora. Ha habido seres tan elevados que, conociendo sus vidas anteriores, pudieron
reparar las faltas cometidas en el pasado.

* *

Acaso me haréis la siguiente pregunta: ¿Cuáles son los sufrimientos kármicos que
pueden producir tal vicio o falta? No se puede establecer una regla general respecto a este
punto. Sería pueril imaginarse, por ejemplo, que si por efecto de un desgraciado accidente
de caza habéis roto una pierna a un amigo, éste se ha ce vengar de igual modo en una
futura existencia; sin duda pagaréis vuestra imprudencia, pero no necesariamente de la
misma forma. La naturaleza del efecto y de la causa pueden no ser semejantes; sin
embargo, siempre y en todas partes hay equivalencia de fuerzas. Ciertas causas producen
con frecuencia efectos equivalenes, cuando se presenta la ocasión favorable en tal o cual
existencia. Un asesinato, por ejemplo, traerá una muerte violenta de la misma naturaleza;
una vida licenciosa originará una vida de sufrimientos físicos. Si el libertinaje ha llegado
hasta la depravación, ésta dará lugar al idiotismo (**); en general, la satisfacción
desmedida de deseos desordenados engendrará privaciones de todo género. La crueldad
es, según dicen, causa frecuente de la locura; la pereza da lugar a la falta de inteligencia;
el orgullo y la vanidad preparan una vida de humillación; el egoísta no tendrá amigos, en
vano los buscará y se verá privado de todo afecto; el que rehuya las ocasiones de progreso
espiritual no hallará más aquellas ocasiones de progresar; la madre que maltrató a su hijo
o que lo descuidó, volverá a encontrarlo en su futura vida, pero para adorarle y perderle
prematuramente. Quizá los niños mártires fueron en su día tiranos o verdugos. Tales son
algunos de los efectos kármicos correspondientes a ciertas causas; pero en general, repito,
no pueden determinarse reglas fijas por la acción del Karma demasiado compleja. Y para
daros una idea de esta complejidad, os diré que la le del Karma no rige tan sólo los
destinos individuales, sino que rige los mundos. Cada nación tiene su Karma, del cual
todos los individuos participan: las guerras, las grandes catástrofes, las epidemias terribles
que a veces diezman los países, son efectos kármicos lo mismo que nuestro destino
individual. “Ten presente que el pecado y el oprobio del mundo son tu pecado y tu

(*)
Este es un móvil casi tan interesado – se dirá – como la moral de la salvación personal.
En realidad, la Teosofía nos enseña una moral más austera: la de “hacer el bien por el
bien”, sin el deseo de la recompensa, ni siquiera el deseo de la aprobación. Pero el hecho de crear
un buen “Karma” no es menos real y puede servir de estímulo a las almas jóvenes que aún no
pueden eliminar toda ambición o todo deseo personal.
(**)
Otras causas kármicas, de las cuales es inútil hablar aquí, pueden producir el idiotismo.

14
oprobio, pues tú eres parte de ese undo Tu Karma está inextricablemente tejido con el
gran Karma”.(***)
Está bien – diréis – pero ¿dónde hallar las pruebas de lo que afirmáis? Es todo
ello tan nuevo, tan diferente de los conceptos a que estamos acostumbrados, que no
podemos oíros sin sorpresa”.
Me permito creer que vinísteis a mí con el alma ávida de consuelo. No me es
posible aduciros aquí las pruebas de la Teosofía, pues esto exigiría mucho espacio y no
cabrían dichas pruebas en nuestro cuadro del problema del sufrimiento, ni lo aclararían
suficientemente. Pero si las ideas que aquí concreto os parecen nobles y consoladoras,
buscad las pruebas que deseáis en nuestras obras teosóficas, profundizad nuestras
enseñanzas, y es probable que después de un estudio completo, después de haberos
sometido a las condiciones necesarias para hallar la verdad, aquello que es tan sólo para
vosotros una hipótesis en este momento, se convierta entonces en una realidad viviente.

* *

Más de una vez se me hizo la siguiente objeción, bien natural por cierto: “Decís
que la ley del Karma es la justicia inmanente...; pero ¿es acaso justo sufrir en esta vida
por faltas cometidas anteriormente y de las cuales ni conservamos el recuerdo?” Objeción
muy natural, repito; sin embargo, no habéis reflexionado en la imposibilidad material de
que la mayoría de nosotros recuerde las vidas pasadas; permitidme, antes de tratar de la
justicia, unas cuantas palabras acerca de esa imposibilidad. ¿Por qué no recordamos las
vidas pasadas? Porque no poseemos el mismo cerebro. El cerebro físico es el instrumento
del alma para una encarnación solamente. Pues bien; si no podemos actualmente recordar
todos los hechos de nuestra juventud e infancia, si con el tiempo aquéllos hechos
impresos, sin embargo, en nuestro cerebro se borraron, ¿cómo queréis recordar hechos
que jamás registró el cerebro? Existen organismos particularmente delicados, cerebros
cuyas células nerviosas, de materia más fina, pueden responder a las vibraciones sutiles
del Ego Superior. En este caso, pueden esos organismos recordar hechos de sus vidas
anteriores con mayor o menor claridad. Por otra parte, la facultad de poder abandonar el
cuerpo a voluntad, facilita también el recuerdo de los acontecimientos del pasado. Mucho
mejor que el cerebro físico, puede el cuerpo astral recibir las impresiones sutiles a las que
me refiero. En el cuerpo mental la precisión de los recuerdos es aún mayor, por ser más
fina la materia que constituye ese cuerpo y por su facilidad en responder a las vibraciones
superiores. Cuando se trata de un hombre cuya evolución está muy adelantada y su estado
de conciencia es superior, hay comunicación directa entre la conciencia física y el Ego
Superior, y así ese hombre halla en su cuerpo causal – cuerpo que sobrevive de
encarnación en encarnación – todo el encadenamiento de sus pasadas existencias. Ha sido
comparado el Ego Superior a un hilo de perlas, y considerada cada perla como una vida.
Comprenderéis, por lo tanto, que desde el momento en que quede establecido un puente
entre la conciencia física (*) y la conciencia superior, poseamos el recuerdo total del
pasado. Es cuestión de tiempo y de paciencia.
Pero, actualmente, por lo que somos hoy, se deduce lo que fuimos antes.
Descontemos todo lo adquirido en la actual encarnación; recordemos las tendencias en
nuestra infancia, nuestras cualidades, defectos innatos, nuestras debilidades y nuestras
fuerzas, nuestros gustos y repulsiones, nuestras simpatías y aversiones, y sin mucho
trabajo podremos reconstruír nuestra personalidad anterior. Hemos de aclarar ahora la
cuestión de la Justicia que se nos presenta con esta pregunta: “¿Acaso es justo sufrir por
faltas cometidas anteriormente? Una pluma más autorizada que la mía, y que trata este
asunto elocuentemente, contestará a esta pregunta.
“¿Puede el olvido borrar las faltas o bien destruir sus consecuencias? ¿Podría
acaso el asesino que hubiese perdido la memoria del crímen cometido ayer, alterar en
(***)
“La Luz en el Sendero”, por M. C.
(*)
La conciencia física es la acción del Ego sobre el cerebro físico, acción muy limitada, pues sólo
un número muy pequeño de las vibraciones que constituyen la acción del ego en su plano, pueden
imprimirse en el cerebro. (Véase para esto y las líneas precedentes, en donde se trata de los
diferentes cuerpos del hombre.)

15
modo alguno el hecho cometido o los resultados del mismo? Los renacimientos no son
sino el mañana de las vidas precedentes, y si las aguas compasivas del Leteo borraron la
imagen de aquéllas, las fuerzas acumuladas en el alma, en el curso de las edades, no por
eso dejan de cumplir su obra en el porvenir.
“Existiría, por el contrario, la injusticia y bajo un cruel aspecto, si el recuerdo
persistiese, pues la visión dolorosa de un pasado lleno de flaquezas vergonzosas, ya que
no fuese manchado por el crímen, sería perpetua; y si además el hombre conociese la
causa de su castigo, como quisieran nuestros contradictores, es decir, si supiera que cada
falta cometida, siempre presente a su vista, trae su expiación particular, y que a cada paso
de su nueva vida se presentará el riguroso vencimiento de la deuda contraída, ¿no sería
acaso desproporcionada la penitencia y mucho mayor que el pecado? Si así fuera, de
todos los pechos humanos saldría un clamor de blasfemia contra una Divinidad que opor
medio del recuerdo transformase la vida en un tormento sin fin, en un eterno terror, que
destruyese toda actividad, toda iniciativa por la ansiedad de la espera; en una palabra, que
sofocase el presente bajo la angustia de la tremenda pesadilla del pasado. Con ser tan
injustos, tan poco compasivos los hombres no imponen al condenado a muerte el
tormento de la anticipación; sólo momentos antes de morir se le anuncia la denegación de
su indulto. ¿Sería acaso la ley divina menos compasiva que la ley humana?
“Nuestra profunda ignorancia nos permite criticar sin temeridad las obras de la
Sabiduría Infinita. Por pocos pasos que demos en el sendero del conocimiento,
obtendremos la prueba de que la Providencia no deja ninguna parte del Cosmos a ningún
ser privado de su tutela paterna, y de que allí donde nuestra ceguedad supone un vacío,
una imperfección, una injusticia, un brillante rayo de luz nos enseña la Vida omnipresente
distribuyendo sin favoritismos algunos, su amor a todos sus hijos, desde el átomo hasta el
radiante Espíritu planetario, cuya conciencia se ha desarrollado hasta el punto de abarcar
el Universo entero. Especialmente después de la muerte es cuando el Alma, libre de sus
envolturas ilusorias, pasa revista imparcial a su última encarnación, siguiendo
atentamente sus actos y sus consecuencias, marcando sus faltas y caídas, sus móviles y
sus causas. En esa escuela es donde ha aumentado su conocimiento y su fuerza; y cuando
en una encarnación futura se presentan las mismas dificultades, está mejor armada para la
lucha, lo que aprendió lo conserva, sabe lo que antes ignoraba, y por medio de “la voz de
la conciencia” – su palabra y su llamada – indica a la personalidad cuál es el deber. Y esa
Sabiduría, hija de la visión de las mil imágenes del pasado, es la mejor memoria, pues en
los numerosos momentos en que precisa decidirnos sin vacilar, no sería posible evocar las
profundidades del pasado, los grupos de recuerdos que se relacionan con la decisión que
hay que tomar, ni revisar los sucesos y deducir de ellos una línea de conducta. La lección
debe haber sido bien aprendiday completamente asimilada durante el reposo iluminado
del Más Allá; sólo entonces es cuando el alma está dispuesta a responder sin demora, y su
grito es claro, su juicio es seguro: haz esto, evita aquello.

“Cuando con el progreso de la evolución un alma ha llegado a imprimir


directamente su vibración – su pensamiento – en el cerebro que ha tenido que afinar y
hacer sensible a su acción, puede, por medio de una acción que purifica toda la naturaleza
humana, transmitir a la conciencia encarnada el recuerdo de las vidas pasadas; pero este
recuerdo cesa desde entonces de ser penoso o peligroso, pues el alma no solamente agotó
la mayor parte de su Karma de sufrimiento, sino que posee la fuerza necesaria para
sostener cuando es necesario su personalidad ante la previsión de lo que llamamos
desgracia.
“Todo llega a su tiempo en la Obra Divina, y en la perfección de su
encadenamiento general ser reconoce la perfección del Creador” (*).

* *

(*)
“Ensayo sobre la evolución humana” (Resurrección de los cuerpos reencarnaciones del alma),
por el doctor Th. Pascal.

16
Quizá habéis leído con sorpresa que nuestros pensamientos y nuestras intenciones
constituyen causas kármicas mucho más importantes que nuestros actos, y que aquéllos
originan mayores sufrimientos. En el mundo, la conducta de un hombre tiene mucha más
importancia que sus pensamientos. Condúzcase ese hombre correctamente, y nada más se
exigirá de él...; poco importa si los móviles que le inspiran son desinteresados, si sus
pensamientos son o no puros. ¡Cuántos hombres se asemejan a esas hermosas frutas tan
sabrosas en apariencia y completamente podridas por dentro! Su vida interna es devorada
por un gusano venenoso: el egoísmo y los pensamientos impuros.
La Teosofía nos señala, respecto a este punto, una dirección moral opuesta a la
que el mundo sigue. Por lo poco que os dije acerca del problema del mal, ya habréis visto
que su código de moralidad no se parece en nada al del mundo.
La Teosofía concede mucha más importancia al dominio del pensamiento que al
de la conducta. Si los pensamientos son puros y nobles, si las intenciones y los motivos
son justos y desinteresados, la conducta será necesariamente buena, y toda vida humana
puede ser así un foco irradiador de lo bueno y lo bello. El hombre cuya conducta es
correcta y sus pensamientos gangrenados, es un verdadero peligro para la sociedad y para
cuantos le rodean. Ved, pues, qué responsabilidad tan tremenda asumimos sólo pensando.
Todo pensamiento se convierte en una fuerza activa en el espacio. No me refiero a esos
pensamientos vagos, sin objeto ni precisión, que se suceden constantemente en nuestro
cerebro, sino a los pensamientos claros y definidos; éstos no sólo a nosotros mismos
perjudican. Estos pensamientos adquieren una especie de vida ficticia y ciertas formas
que los videntes (*) han podido describir. Cuanto más se repite un mismo pensamiento,
más se alimenta su vida. Los pensamientos son atraídos por los medios, por las
superficies pensantes, donde encuentran su afinidad (**). Un pensamiento de amor o de
generosidad reforzará a otros de la misma naturaleza..., así como un pensamiento de
venganza y odio podrá, impresionando un ser débil, impulsarle al crímen si la ocasión de
cometerle se presenta.
Nuestros pensamientos, como se ve, son imanes que atraen a sí pensamientos
correspondientes. Tiene lugar un cambio continuo de individuo a individuo, y este hecho
constituye para nosotros una terrible responsabilidad; pues si ocultamos pensamientos
perversos bajo apariencias de virtud, envenenamos la atmósfera moral y psíquica que nos
rodea, y en particular envenenamos a nuestros hijos, pues los niños son especialmente
receptivos. Ciertamente habréis conocido criaturas precoces semejantes a hombres o
mujeres en miniatura, y tal es su falta de inocencia y naturalidad, que causa inquietud
tanta astucia. Esa desgraciada precocidad de la que suele reírse la gente, es muchas veces
resultado de los malos pensamientosde aquellas personas que les rodearon, pensamientos
de que inconscientemente fueron saturados.
En cambio, en esta vitalidad y persistencia del pensamiento hallamos una gran
fuerza para el bien. Podemos contribuir a elevar el nivel moral de la humanidad; podemos
crear o reforzar pensamientos de amor y de compasión, verdadero bálsamo para los
corazones que sufren; podemos crear en el espacio corrientes de fuerza espiritual que
alcanzarán a las almas piadosas, a las almas que luchan; podemos, en fin, poblar la
atmósfera de fuerzas bienhechoras y consoladoras. ¿No es esto un manantial de dicha y
bendición? ¡Cuántos seres humanos limitados en su campo de acción en el plano físico;
cuántos enfermos, inválidos y ciegos podrían así, si lo supieran, convertirse en
bienhechores de la humanidad! “Se puede estar encarcelado y, sin embargo, trabajar por
la causa” (***)

* *

Hemos hablado del sufrimiento desde el punto de vista general, y de algunas de


sus causas al tratar del Karma. Quisiera ahora hablaros de una de las causas más
(*)
Lo que en Teosofía entendemos por “clarividencia” no es la clarividencia comùn y discutible de
los que echan la buenaventura, sonámbulos, etc. Siempre es la clarividencia verdadera, el
resultado de un gran desarrollo del alma.
(**)
Los cuerpos sutiles de que hablaré luego.
(***)
“La Teosofía practicada cotidianamente”.

17
frecuentes, una causa que a todos abarca, pues todos hemos sufrido por la pérdida de un
ser amado y todos hemos de morir.
La muerte no es, para los Teósofos, el rey de los terrores; no es el fin del destino
humano. No es sino un simple cambio de lugar y estado que asume ciertas condiciones de
vida, diferentes de las condiciones terrestres. Si véis a un teósofo temeroso de la muerte,
podéis decir que no es aún un teósofo. El teósofo verdadero muere tranquilo y confiado.
El sabe lo que le espera y la muerte no es para él el temible, ni siquiera ignoto, misterio
desconocido. Sabe que amigos queridos le darán la bienvenida, le ayudarán en sus
primeros pasos en esa existencia que para él va a principiar. Nada teme. Si fue débil en
esta vida, sabe que habrá de permanecer más tiempo en el mundo astral (que equivale
bastante bien al purgatorio del catolicismo), pero que podrá al poco tiempo hacerse útil y
llevar una existencia de actividad y abnegación; compensación grande de esa
permanencia obligada.
Sabe que por la fuerza del tiempo, por sus esfuerzos y sus propias aspiraciones, se
verá infaliblemente libre de los lazos que le tienen sujeto aún a ese mundo astral y que
entrará en la Vida Celeste, de goces intensos e indescriptibles.
¡Oh, queridos hermanos, cuán poca cosa es la muerte!... ¿Por qué, pues,
representárnosla como la cosa más horrible del mundo? ¿Por qué hacer de ella un abismo
lleno de sombras que nos espera, cuando no es sino un paso más hacia la luz? Los seres
queridos no han muerto; si el velo de materia que nos obscurece la vista se disipara, si
saliéramos de nuestro cuerpo físico, los veríamos sonrientes y tranquilos.
No se sienten ellos más muertos que los sentimos nosotros; en ciertos casos nos
ven y nos quisieran animar, pero nosotros ni los vemos ni los oímos, pues las vibraciones
sutiles de los cuerpos que actualmente revisten, no pueden hallar eco en nuestros cuerpos
groseros (*) y nuestro dolor los entristece, pues verdaderamente los lloramos como si
nunca más los debiéramos volver a ver, como si la inmortalidad, la vida ultraterrestre, no
fuesen para nosotros sino palabras y no realidades.
Y sin embargo, bien a menudo, durante la noche, vamos a reunirnos con ellos,
estamos a su lado tan pronto como nuestra alma se separa del cuerpo físico, por la acción
del sueño. Entonces somos felices junto a los seres amados. Y si al despertar no
conservamos el recuerdo, es debido a que las vibraciones sutiles de la conciencia astral no
pueden transmitirse a nuestro cerebro físico y despertar las correspondientes vibraciones.
A veces, sin embargo, cruzan por nuestra imaginación vagas impresiones durante el día,
semejante a fragmentos de sueño: son, en realidad, fragmentos de recuerdos de nuestra
vida astral, pero cuanto más quisiéramos retenerlos, más pronto se nos escapan.
Sabedlo, pues, vosotros, queridos hermanos, que lloráis a los seres queridos;
llevando una vida pura, sometiéndoos a ciertas condiciones morales y mentales,
desarrollando ciertas facultades que existen en estado latente, podréis conservar el
recuerdo de la vida astral en vuestra conciencia física. Sólo de vosotros depende. Es
únicamente cuestión de tiempo, de voluntad, y de perseverancia; es el desarrollo de la
vida interior, de la espiritualidad, de las facultades internas desconocidas del vulgo.

* *

Para aclarar estas palabras he de exponeros someramente la concepción


septenaria del hombre (**) desde el punto de vista teosófico, y las diferentes regiones en las
que su conciencia puede funcionar, más allá de nuestro mundo físico.
No es el hombre el compuesto rudimentario de cuerpo y alma que nos enseñan las
religiones; en realidad, su composición es mucho más compleja. El hombre perfecto,
según la enseñanza teosófica, es un compuesto de siete principios. Estos siete principìos
funcionan en otros tantos cuerpos, cada uno de los cuales está en relación con aquella
región de nuestro sistema planetario, de la que toma su materia. Muy complicado es esto
(*)
Se trata, sobre todo en este párrafo, de una clase especial de desencarnados, de aquellos que
murieron, ya sea bruscamente, ya en plena juventud , o bien en la fuerza de la vidañ. Sus “cuerpos
astrales” están dotados de una vitalidad tan grande, que aún los retiene prisioneros algún tiempo en
los mundos inferiores del Más Allá.
(**)
El hombre “actual” no tiene más que tres cuerpos desarrollados.

18
para los que hasta ahora sólo reconocían dos factores en el hombre. ¿Pero no es acaso
racional? Sólo nuestro cuerpo físico comprende, desde el punto de vista anatómico y
fisiológico, muchos sistemas importantes y vitales: el sistema digestivo, el sistema
nervioso, el sistema circulatorio, etc.; ¿Y habría de reducirse todo lo que en nosotros
piensa, ama, sufre, y aspira al alma sola?
Nosotros pensamos de modo distinto. El alma, ese algo indefinible, comprende,
en efecto, todas aquellas facultades; pero se manifiesta en diferentes vehículos, los
cuerpos que representan: en uno las emociones, en otro el pensamiento concreto, otro aún
el pensamiento abstracto y el cuarto el amor y el sacrificio.
Una imagen puede ayudarnos a comprender la idea: la del fluído eléctrico que,
según la naturaleza del receptor que atraviesa, se manifiesta bien sea como luz, bien como
movimiento o como acción química. Así como aquel fluído es idéntico, aunque se
manifiesta de distintos modos, según los receptores empleados, así también el alma,
aunque universal, poseedora de todos los poderes, se conserva la misma, aún cuando las
facultades expresadas por medio de los vehículos que ella anima, varíen con la naturaleza
de esos vehículos, traduciéndose, ora por las emociones, ora por el pensamiento o bien
por los afectos y abnegaciones profundos.
Aquellos diferentes vehículos o cuerpos internos se interpenetran, siendo tanto
más sutiles cuanto que pertenecen a una región más elevada. Constituyen en su mayor
parte lo que se llama los siete principios del hombre, y estos siete principios pueden
dividirse en dos grandes clases: los cuatro principios inferiores o personalidad, y los tres
superiores o individualidad. Los primeros son temporales, transitorios; los segundos,
inmortales, eternos.
La idea de las vidas sucesivas os será ahora familiar, ¿no es cierto? Pues bien: la
personalidad no es otra cosa sino la representación de la individualidad en cada vida
nueva, el representante o el instrumento del verdadero hombre, del hombre eterno.
Nuestras personalidades – unas veces masculinas y otras femeninas, sean cuales fueren
las condiciones, modestas o elevadas, bajo un nombre cualquiera, plebeyo o real – no
tienen más objeto, más misión que recoger todas las experiencias necesarias al desarrollo
de la individualidad, experiencias que después de cada muerte terrestre van a sumarse con
esa individualidad.
Ahora bien; los principios que mueren, que no tienen inmortalidad, son:
1º El cuerpo físico.
2º El doble etéreo (*), una especie de cuerpo etéreo que aún pertence al reino
físico, puesto que el éter es la materia más rarificada, más sutil de ese reino. Ese doble
etéreo, imagen exacta del cuerpo físico en todos sus detalles, es el vehículo del tercer
principio:
3º La vida (**) que por medio de ese cuerpo etéreo se esparce por el cuerpo físico y
vivifica todas las células del mismo.
4º La naturaleza emocional del hombre (***), cuyo vehículo es el cuerpo astral,
llamado también alma animal. Ese cuarto principio, por el cual sentimos, sufrimos y
experimentamos todas las emociones del amor, del dolor, no pertenece a nuestro mundo
físico, sino a una región de materia más sutil, por la que pasa el hombre después de la
muerte: el mundo astral, que corresponde con bastante exactitud al Purgatorio.
Llegamos ahora a los tres últimos principios que constituyen a la individualidad
que también llamamos el Yo, el Yo divino. Partiendo de abajo:
5º El alma humana.
6º El alma espiritual.
7º El Espíritu.
El Espíritu es el Dios en nosotros mismos; es la llama que nos dio el verdadero ser. “¿No
sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” - decía San Pablo;
del alma espiritual sólo poseemos el germen y se desarrolla en los últimos grados de la
(*)
Ese doble etéreo, por lo general, es el factor de lo que se llaman las apariciones: se disgrega
poco tiempo después de la muerte.
(**)
La vida no puede morir, ya se comprende; pero después e la muerte vuelve a su orígen, al gran
receptáculo de la Vida Universal.
(***)
Loa animales poseen sólo estos cuatro principios.

19
evolución humana: es el principio de Cristo; es el amor, la devoción, el sacrificio en sus
aspectos más elevados, más sublimes. El alma espiritual emplea como vehículo el cuerpo
espiritual, y naturalmente, mientras aquella sólo es un germen, este último cuerpo no
existe aún.
El quinto principio, o alma humana, es quizás el más importante, dado nuestro
grado actual de evolución; pues es el que une la personalidad a la individualidad: es el
principio pensador en nosotros. Esa alma humana, a la que también llamamos Ego
superior, tiene por vehículo el cuerpo causal, o cuerpo de las causas; es llamado así
porque este cuerpo es el que conserva la esencia de todas nuestras experiencias terrestres,
germen de nuestros Karmas futuros. El Ego superior reside en una región tan elevada – el
mundo mental (cielo) – que no pudiendo influir directamente en nuestra personalidad,
lanza a través del cuerpo astral un rayo de su propia esencia, que penetra en nuestro
cerebro y se manifiesta bajo la forma de nuestra inteligencia cerebral. Podría llamarse a
ese fragmento del Ego superior, Ego personal. Mientras que el Ego superior representa el
pensamiento, en lo que hay de más elevado, de más atinado, hasta diría de espiritual, el
pensamiento abstracto, metafísico, el Ego personal, su hijo, es el dominio del
pensamiento concreto: es el espíritu de análisis y de raciocinio que procede por inducción
y por deducción, que duda y critica; es también nuestra imaginación. Este Ego personal se
expresa por medio de un vehículo también, el cuerpo mental, o cuerpo del pensamiento
concreto. En los grados más elevados de la evolución humana, refleja al Ego superior en
toda su fuerza divina; pero sólo puede vislumbrar vagos rayos de luz, efecto de su
estrecha unión con los principios del hombr, con su naturaleza pasional (*). Después de la
muerte de cada personalidad, este fragmento del Alma vuelve a su raíz, el cuerpo causal,
y todas las experiencias que han sido recogidas en el curso de una u otra de esas
encarnaciones, unidas a los gérmenes abandonados por los cuerpos inferiores,
constituirán el haber kármico del individuo. En esta nomenclatura de los siete principios
del hombre, en su difícil definición – sin la cual la Teosofía sería incomprensible para
nosotros – he omitido los términos sánscritos que hallaréis en las obras teosóficas y que
tienen el inconveniente en general de desanimar al principiante.

De esta breve explicación conviene retener el punto capital siguiente: que precisa
no confundir a la personalidad con la individualidad; no dar una importancia limitada a
esa personalidad, cuyo papel es el de mero instrumento del Yo divino al que representa;
no identificarnos con aquella personalidad, con nuestras sensaciones físicas, con nuestras
emociones y nuestros pensamientos, ni siquiera con nuestra inteligencia concreta.
¡Cuántos sufrimientos no evitaríamos, cuántas fuerzas no adquiriríamos en la lucha, y de
cuánta tranquilidad no gozaríamos si este pensamiento no se apartara jamás de nosotros!
El Yo verdadero, el Yo divino, que sereno asiste a nuestras tempestades humanas
sin tomar parte en ellas, es con el que debemos tratar de identificarnos, aspirando
continuamente a unirnos a él. “A él conviene crecer; mas a mí menguar” – decía San
Pablo hablando de Cristo. Imagen exacta de lo que debe ocurrir en nosotros, cuando
hemos comprendido el lugar que respectivamente ocupan la individualidad eterna y la
personalidad temporal. Es menester que esta disminuya para dejar lugar al constante
desarrollo de la conciencia del Yo divino, del Dios en nosotros. “Yo y el Padre una cosa
somos” - dijo Cristo. Esa unión divina y sublime nos espera a todos en los tiempos
futuros. (**). Mientras tanto, “la verdadera vida del hombre es el reposo en la
identificación con el Espíritu supremo”(***). “No vivas en el presente, ni en el futuro, sino
en lo Eterno”(****).
De las diferentes regiones en donde funciona la conciencia del hombre, según se
manifiesta en uno o en otro de sus cuerpos, de aquellas regiones que son cinco,

(*)
El Ego personal es, no obstante, el puente que enlaza a la personalidad con la individualidad y
que un día debe unirlos definitivamente.
(**)
Véase “El hombre y sus cuerpos” de Annie Besant, libro que da la descripción detallada de la
constitución del hombre, desde el punto de vista teosófico.
(***)
“La Teosofía practicada diariamente”.
(****)
“La Luz en el Sendero”, por M. C.

20
excluiremos tres de ellas, a saber: nuestro mundo físico, que todos conocemos, y las dos
regiones superiores, que se hallan fuera de nuestro alcance.
Os he dicho algunas palabras referentes al mundo astral. Es la región de las
emociones, una región material como nuestro mundo físico, por más que esa materia es
tan sutil que es completamente invisible para nosotros, y que escapa a la observación
científica. Las vibraciones de ese mundo astral se traducen todas por emociones, deseos,
sentimientos o pasiones; he ahí por qué la llamamos región de las emociones. La materia
de la que se compone penetra nuestra materia física, lo mismo que la materia aún más
sutil de la región superior inmediata la penetra a su vez. Hay que considerar, pues, todas
estas regiones como estados diferentes de materia, bien separados o entre sí por la
diferencia de su constitución, penetrándose, sin embargo, los unos a los otros. El hombre,
después de su muerte, pasa directamente al mundo astral. Este mundo se asemeja en
muchos puntos al mundo físico, pues es también material, y todos los objetos físicos están
representados en él. Así como tenemos en este mundo diferentes estados de materia,
como son los sólidos, los líquidos, los gases y los éteres, el mundo astral nos ofrece de
igual modo diferentes combinaciones de materia, y se subdivide en varias y distintas
regiones bien definidas, desde la más densa hasta la más sutil.
El mundo astral del hombre, durante su vida terrestre, está tejido, constituído por
sus emociones. Si sus pasiones, sus emociones, fueron muy groseras, éstas le
construyeron un cuerpo astral formado en gran parte de la materia más grosera del mundo
astral y por esta causa habrá de permanecer más tiempo en las regiones más densas.
La más inferior, entre estas últimas, pudiera compararse a una especie de infierno,
excluída la eternidad de las penas. Los seres muy perversos que llevaron una vida
criminal o degradada, residirán más o menos tiempo en aquella región, sufriendo, efecto
de su misma naturaleza grosera, por la eliminación lenta y dolorosa de sus deseos;
sufriendo por causa de todos los apetitos que ya no pueden satisfacer; tan próximos al
mundo físico se hallan en esa densa región, cuya materia es parecida a la nuestra, que
pueden frecuentar los malos lugares y desgraciadamente inspirar a los hombres, cuya
naturaleza corresponda a las suyas, pensamientos criminales.
No busquéis en otra parte los demonios de la Iglesia..., pero tened presente la
siguiente diferencia:
Los habitantes de las regiones inferiores de lo Astral sólo son demonios durante
un tiempo definido, y por la fuerza todopoderosa de la evolución se purificarán
lentamente de sus pasiones; las moléculas groseras que atrajeron a su cuerpo astral se
agotarán, y podrán pasar sucesivamente a las regiones más elevadas del purgatorio.

* *

Los seres queridos que hemos perdido no residen afortunadamente en esos


desolados lugares. Después de la muerte física, transcurridas unas horas o días de
inconsciencia – el lapso depende de si su muerte fue más o menos rápida, de si murieron
en pleno vigor o en edad avanzada – despiertan tranquilamente en la región del mundo
astral que corresponde a la calidad de materia de la que sus cuerpos astrales están
entonces compuestos. Allí su vida es perfectamente consciente si han desarrollado más o
menos sobre la tierra la facultad del pensamiento; ¿y por qué no habría de ser así? Poseen
un cuerpo que los pone en relación con un mundo tan real, visible y tangible como el
nuestro; experimentan emociones, sentimientos; su facultad de pensar no lucha con tantas
trabas como aquí bajo, puesto que no están obligados a pensar a través de su cerebro
físico. Sienten que viven en la realidad, y si comparan entonces la vida física con la que
llevan, consideran la primera como una ilusión. Cada región, en que la conciencia del
hombre obra en un cuerpo cualquiera, representa para él la realidad, pues entra en
contacto con esa región, vive y piensa en ella, y los habitantes del del mundo astral, y más
aún los del mundo celeste, no juzgan de ningún modo la ilusión como lo hacían en este
mundo. Los seres que hemos querido viven, pues, tranquilos y relativamente dichosos en
esa mansión temporal, si su vida terrestre fue suficientemente pura. Se entregan a sus
ocupaciones favoritas; pueden, como aquí, dedicarse al arte o a trabajos intelectuales. Su
condición depende, naturalmente, de la región de lo Astral en que se hallan. En las alturas

21
de este mundo hasta pueden creer que gozan del cielo, si su ideal religioso no fue muy
elevado, pues allí están representadas todas las formas de las diferentes religiones. Os
debo poner en guardia, sin embargo, contra los peligros a que están expuestos en este
mundo los seres queridos que perdimos; éstos son: el dolor inmoderado de los que los
lloran, y las evocaciones espiritistas.
La gran rueda de la evolución gira constantemente. Después de la muerte física
del hombre, la evolución se apodera de su cuerpo astral. Este cuerpo astral debe
deshacerse gradualmente de sus moléculas más groseras, y por este procedimiento de
purificación elevarse hasta las regiones superiores de lo Astral. Aquella evolución se ve
facilitada y estimulada por los deseos y aspiraciones del alma, y podría retardarse por el
dolor de los parientes y amigos que aquí bajo quedaron. Las continuas corrientes de
pensamientos tristes, las continuas vibraciones dolorosas hieren a la pobre alma y la
despiertan a veces del sueño pacífico en que descansa en los planos inferiores de lo
Astral. Esos remordimientos, ese dolor, lo atraen hacia la tierra, y en lugar de mirar
aquella alma hacia adelante y en alto, fija su atención hacia abajo. Y también sufre,
cuando podría vivir descansada y dichosa si el dolor egoísta e ignorante cesase de
atormentarla. Así es como el vuelo del alma hacia las regiones elevadas puede ser
retrasado por largo tiempo, hasta que comprende aquella alma su error y se dirija
resueltamente hacia la meta celeste.

* *

Las evocaciones espiritistas constituyen un peligro aún mayor. No quiero, por


cierto, criticar aquí la opinión y el método de nuestros hermanos espiritistas. La mayoría
de ellos busca sinceramente la verdad; se encuentran en sus filas apóstoles convencidos y
no debemos olvidar que en estos tiempos modernos ellos fueron los obreros de la primera
hora en el campo de exploración del Más Allá. Muchos teósofos recorrieron el mismo
camino y antes de abarcar el horizonte sin fin de la Teosofía, exploraron el dominio
comparativamente limitado del espiritismo. Unidos en la misma lucha contra el
materialismo, y persiguiendo el mismo fin, espiritistas y teósofos observan métodos bien
diferentes para alcanzarlo. Los espiritistas emplean el método experimental, que más
satisface a la mayoría de los investigadores; buscan los medios de comunicar con el
mundo invisible, con los espíritus de los muertos por medios materiales y los atraen a la
esfera terrestre. Los teósofos se fundan en el conocimiento, la observación y la intuición;
su método consiste en separarse del cuerpo físico, afin de comunicar con el mundo
invisible por medio del vehículo quc corresponde a ese mundo, es decir, el cuerpo astral.
De este modo se hallan en relación directa con los habitantes temporales de las regiones
astrales. Mas este método que la Teosofía enseña a los que quieren trabajar en el mundo
astral, exige una vida pura y pacientes y perseverantes esfuerzos.
Recuerdo en este momento la comparación más sencilla e ingeniosa a la vez, que
he oído a este propósito: “Me parece – díjome un día una amiguita mía – que los
espiritistas cortan las alas a los ángeles para que puedan bajar a la tierra, mientras que los
teósofos se esfuerzan, por el contrario, en desarrollar aquéllas a fin de reunirse con los
ángeles.” De la realidad de los fenómenos espiritistas no dudan los teósofos; pero no
siempre atribuyen a ellos las causas afirmadas por los espiritistas. ¡Tantas fuerzas
misteriosas aún desconocidas existen en la naturaleza, fuerzas cuyo secreto ignoramos!
Los casos de comunicaciones reales y verdaderas entre los vivos y los muertos pueden
ofrecer graves inconvenientes; no sólo el alma invocada puede sufrir retraso en su
evolución post mortem, sino que si se trata de un alma separada bruscamente de su
cuerpo, por muerte violenta, puede ser despertada repentinamente en una esfera inferior
del mundo astral, y en ese caso sufrirá mucho de las condiciones propias de esa esfera y
de su medio ambiente. Si la naturaleza de aquella alma era en extremo pasional – sin ser
por esto verdaderamente mala – echará de menos las sensaciones de la tierra, sufrirá la
privación y tratará de provocar esas sensaciones apoderándose de algún médium.
Sin embargo, algunos muertos – ya que hemos e emplear este término para ser
comprendidos – tienen a veces alguna comunicación urgente para transmitir a algún
pariente de este mundo. Si se les ofrece la ocasión, preferible es para ellos que quede

22
satisfecho su deseo, aún bajo el punto de vista de su propia evolución, pues recobrando
así la paz, pronto recuperarán el tiempo perdido. Si los espíritus quieren alguna vez venir
a nosotros por el método espiritista, no debemos impedírselo, pero no debemos evocarlos
ni asumir la responsabilidad de perjudicar a nuestros hermanos de ultratumba. Roguemos
por ellos y confiémosles al cuidado de los auxiliares invisibles: es lo mejor que podemos
hacer en beneficio de esos espíritus. ¿Qué son esos auxiliares invisibles? (*) – diréis; – aquí
vamos a tratar de uno de los grandes priviliegios de la Teosofía. El conocimiento teórico
de los mundos invisibles conviértese en conocimiento objetivo cuando por los esfuerzos y
la purificación de que os hablé, conseguimos entrar en contacto con esos mundos. Los
auxiliares invisibles son hermanos mayores nuestros que, por su grado de evolución, sus
esfuerzos y paciente trabajo, conquistaron el priviligio de ayudar a la humanidad
póstuma.
No es para ellos la noche una pérdida inútil de tiempo, ni por un sólo instante
abandonan el servicio de la gran causa. Entre los más adelantados de ellos subsiste la
conciencia aún durante el sueño; cuando nos estregamos al descanso y dormimos, ellos se
separan simplemente de su cuerpo físico para atender a su trabajo astral, y fácilmente
comprendéis la naturaleza de ese trabajo: tranquilizar a los recién llegados al plano astral,
consolarlos y ayudarlos a evolucionar hacia la luz.. ¡Cuántas almas infelices traen consigo
sus preocupaciones, sus temores ortodoxos y su pavor del infierno al despertar
bruscamente de este mundo!
Una de las principales misiones de los auxiliares es la de disipar esos temores y
de indicar a aquellas almas el medio de avanzar más rápidamente hacia su objeto, que es,
por el momento, la Vida Celeste. También han de cumplir algunas veces misiones
terrestres, por ejemplo, en los casos de grandes catástrofes o de peligros individuales. ¡A
cuántas vidas humanas no han protegido y salvado de ese modo – como por milagro –
con la venia del Karma! ¡A cuántos seres desgraciados no han consolado, devolviéndoles
la paz del alma! El número de esos auxiliares invisibles es, sin embargo, muy limitado
aún; y es deber de todo buen teósofo hacerse apto a cumplir tan hermosa misión para
poder aumentar así la falange de los ángeles custodios y consoladores.
Y mucho antes de adquirir el poder de abandonar voluntaria y conscientemente
nuestro cuerpo, podemos prestar ayuda a esos nobles Hermanos Mayores. Por medio de
nuestras oraciones antes de entregarnos al sueño, de nuestros deseos y aspiraciones, de
nuestra voluntad de ayudar a una persona determinada, conseguiremos que nuestro
cuerpo astral, ya libre de trabas, se transporte automáticamente allá donde su presencia
sea necesaria, y podremos así servir y socorrer a nuestros hermanos; pues nuestra
conciencia astral en la que nuestro deseo se halla impreso, tan fielmente podrá traducirlo
como lo hubiese hecho nuestra conciencia física.
¡Qué importa, si al despertar nada recordamos! El bien se habrá realizado. El
alma que sufre, hállese o no en su prisión de carne, habrá sido fortalecida por nuestro
afecto, por nuestras palabras de consuelo, por la enseñanza de las grandes verdades que
son nuestra fuerza y alegría. Es también trabajo laborioso el de recordar los hechos de la
vida astral en la conciencia física, y para nosotros, principiantes algún tanto vanidosos, es
preferible el olvido al recuerdo. Persiste a veces en nosotros la impresión, muy lejana
pero clara, de una palabra dicha y oída que casi instantáneamente se desvanece y es lo
suficiente para animarnos en nuestro noviciado. Podría explicaros aquí la diferencia que
existe entre los diferentes sueños y los recuerdos de lo astral, pero no me llevaría muy
lejos.

* *

Si algunos entre vosotros llora aún a seres queridos, tengan la fuerza bastante
para imponer silencio a su dolor, por ser esto no sólo estéril, sino egoísta, ya que aquél se
opone al progreso de aquellos a quienes amó; que no los llamen a sí, pero que vayan a
ellos, no los hagan descender a su nivel, sino, por el contrario, procuren elevarse hasta
aquéllos; sea su amor una fuerza que los impulse hacia adelante y no un obstáculo que los

(*)
Véase “Protectores invisibles”, de C. W. Leadbeater.

23
obligue a retroceder, que sus oraciones sean para ellos como el bálsamo de vida; que sus
pensamientos llenos de confianza, esperanza y ternura, les creen una atmósfera de paz y
de luz. Vivid noble y puramente; no podríais rendir a aquellos seres queridos mejor
homenaje al prestarles mejor servicio, porque cuanto más puras e impersonales sean
nuestras vidas y dedicadas a alguna noble misión, mejor podréis trabajar en el mundo
invisible. No os abandonéis a la desesperación, ni consideréis nuestra vida como
terminada, por faltaros los seres queridos – vivid como si estuviesen a vuestro lado,
procurando atender con el mismo celo e interés a vuestras ocupaciones diarias. Sí, vivid
noblemente... y vivid en paz; – porque volveréis a hallar a los seres queridos, y no sólo
más allá de la muerte, sino también en muchas vidas terrestres; viviréis con ellos, como
habéis vivido en tiempos anteriores.
¿Creéis acaso que los estrechos lazos de cariño, los sentimentos profundos que a
aquéllos os unen nacieron sólo durante esta vida? ¿Acaso no sentís que nuestro cariño
brotó en tiempos infinitamente lejanos? ¿No os parece haberos conocido y querido
siempre? No sólo nos explica la reencarnación más fácilmente los grandes afectos que
absorben nuestra vida entera, sino que también resuelve el problema de nuestras simpatías
a priori, no razonadas, pues reanudamos bien frecuentemente, en un momento dado de
nuestra vida, los lazos formados en nuestras existencias anteriores.
¿De qué mejor modo explicar esas simpatías espontáneas que a veces nos atraen
hacia las almas determinadas que coloca el destino en nuestro camino, almas que de todo
tiempo nos parece conocer, cuando momentos antes de encontrarlas ignorábamos sus
existencia? ¿Cómo explicar esas amistades del momento, tan duraderas sin embargo, y
sobre todo lo que, tratándose de amor, llaman le coup de foudre (*) , o sea, el encuentro de
dos almas que a través de otros cuerpos se reconocen, atraídas irresistiblemente la una
hacia la otra, sin que la personalidad lo sospeche siquiera; tú eres el que yo esperaba, dice
una mirada; tú eres lo que yo siempre he amado, contesta la otra?
El Karma vuelve a ponerlas hoy frente a frente, bien sea para unirlas, para
concederles esa dicha tan completa que casi no es de esta tierra, o bien para separarlas
durante toda esta encarnación, efectos de sus actos pasados, de un amor culpable quizá...
Vivimos a veces muchos años con personas a las que jamás revelamos los
secretos de nuestra alma y que nos limitamos a tratar con cortesía; esos son los recién
venidos en nuestros afectos. A otro, en cambio, que no conocemos, abrimos
espontáneamente nuestro corazón; antiguos y tiernos lazos de amistad y afecto que se
renuevan en la vida actual.
Por la misma razón nos explicamos esas antipatías a dos seres, hermano y
hermano o padre e hijo, extrañas, poco comunes afortunadamente, que separan en una
misma familia; antipatía que no se funda en razón alguna aparente; por la misma causa
nos explicamos esos hogares helados donde juntos viven dos esposos como si fuesen
extraños el uno al otro, semejantes a dos presidiarios unidos por la misma cadena. Nada
tienen que reprocharse mutuamente y sufren ambos, sin el deseo de intentar siquiera
comprenderse uno a otro; no poseen en común cosa alguna, ni penas ni dichas; sólo
delante del mundo se dirigen la palabra; su corazón ulcerado y ávido de afectos a la vez,
no puede, no quiere amar. A esa antipatía la llama generalmente la sociedad
incompatibilidad de carácter, y tiene a veces su orígen en una causa kármica grave. Y si
en su vida actual, gracias a mutuos esfuerzos y concesiones, las flores de la indulgencia,
del amor y del sacrificio no brotan al borde del abismo que los separa, la Ley de Justicia
los vuelve a poner frente a frente en una próxima existencia... y más tarde en otra, y así
sucesivamente, hasta que hayan aprendido el perdón y el amor. Porque “el odio no se
aplaca con el odio – dijo Buddha; – el odio sólo se extingue con el amor.”

* *

¿Os hablaré ahora del Cielo? ¡El cielo! ¡Cómo describir la intensidad de la dicha,
el éxtasis del alma que, deslpués de su segunda muerte (*) despierta entre las ondas de una
luz gloriosa y los acordes de las sublimes armonías llamadas la música de las esferas! El

(*)
Locución francesa que puede traducirse por “amor repentino”.- (N. Del trad.)

24
alma suspira; sólo echa de menos a todos aquellos a quienes ama y dejó tras de sí y a los
que quisiera ver compartir su dicha. Pero ve a los seres queridos que sonrientes la rodean
como si jamás se hubiera separado de ellos. Allí están y la acompañan en ese mundo de
gloria, y ya nada más necesitará este alma. Todas las satisfacciones intelectuales (si era
intelectual), todos los goces del arte más elevado (si amaba las artes), todos los éxtasis de
la devoción (si era religiosa), todas estas cosas serán suyas en el mundo celeste. Gozará
de la dicha más intensa y completa, correspondiente a la naturaleza misma de su alma. Y
así sucede con todas las almas, ya que tan diferentes son las unas de las otras por la edad
y capacidad, que no podría la misma dicha contentarlas a todas.
Siempre será la dicha de esas almas la más intensa y la más elevada que aquellas
sean capaces de concebir, cualquiera que sea la naturaleza de esa dicha. El alma recoge en
el cielo centuplicada la rica y abundante cosecha de todos los actos nobles y
desinteresados, de todos los pensamientos hermosos y puros, de todas las aspiraciones
espirituales; recoge igualmente la cosecha de sus esfuerzos intelectuales y artísticos, de
todos sus trabajos. Aquel que mucho sembró, recogerá con creces largos siglos de dicha
no interrumpida. Y también el ser más inferior en la escala de la evolución, el más
ignorante, el más pobre moralmente, el criminal mismo entrará en el mundo celeste
siempre que tenga a su haber algunos pensamientos generosos o algunos actos de
compasión y bondad.
Breve será su permanencia en el cielo, del que, por lo general, gozará
imperfectamente, pues esa alma no podrá recoger sino la cosecha de su pobre siembra.
Todo el mal llevado a cabo volverá a encontrarlo bajo forma de sufrimientos en su
próxima vida terrestre; mas aquel breve período en un mundo de paz y de gloria, dejará
en aquella alma alguna impresión y contribuirá a su desarrollo. Y esa felicidad celestial
no es – como algunas gentes prácticas y ansiosas de llegar cuanto antes al fin de la
evolución pudieran objetar – una pérdida de tiempo. En el cielo, así como en un inmenso
laboratorio, prodúcese una lenta elaboración. Todas las hermosas y nobles experiencias
del hombre transfórmanse gradualmente en facultades, todas sus aspiraciones se
convierten poco a poco en poderes, y sus esfuerzos terrestres en aptitudes. Gracias a esa
transmutación, el hombre vuelve más rico a la tierra. Habrá recogido el premio de todos
sus esfuerzos intelectuales, de todas sus aspiraciones espirituales, transmutados en
capacidades y virtudes innatas y lo traerá consigo en su próxima encarcación.

* *

“¿Hemos de esperar siempre, pues, en ese regreso a la tierra? – dirán suspirando


algunos – también nos prometen nuestras religiones la dicha celeste, pero no sólo por un
número limitado de siglos, sino por toda la eternidad.”
Fácil es la contestación: ¿puede una cosa limitada tener un resultado ilimitado?
Esto es contrario a todas las leyes de la naturaleza. Tan imposible es una eternidad de
dichas como de sufrimientos (**). ¡El infierno! ¡Qué blasfemia! ¿Cómo atribuírlo a un Dios
de amor? Y si alguno de vosotros persiste en considerar demasiado cortos esos siglos de
felicidad, sólo le diré “Si habéis gozado jamás de la dicha más intensa que pueda un
hombre conocer en esta tierra, sea efecto del amor o de las emociones más puras, ¿cómo
podéis medir vuestra felicidad por su duración? ¿No os habéis dado cuenta jamás de que
un sólo minuto puede contener siglos de dicha, que los días y las horas felices pasan con
la rapidez de un minuto? De igual modo transcurre rápido y eterno a la vez el prolongado
éxtasis del cielo. Existen igualmente en el cielo varias regiones, en las que el alma se
eleva gradualmente; pero esos detalles nada tienen que ver con nuestro presente estudio y
hasta omitiremos también la muerte del cuerpo mental después de la vida celeste, así
como el regreso del alma a la tierra por medio de una nueva encarnación.

(*)
La muerte del “cuerpo astral”, esto es, su disgregación, muerte que nada tiene de persona, ya qeu
consiste simplemente en entrar en un nuevo estado de conciencia, el “estado de conciencia
mental”; es decir, que durante todo el período celeste, obra la conciencia en el cuerpo mental”.
(**)
Sólo me refiero aquí a todos los que forman parte de nuestra evolución humana.

25
* *
Muchos habrá ciertamente entre vosotros deseosos de abordar el misterio
incomprensible de nuestra existencia, a la vez como personalidad sobre la tierra y como
forma de pensamiento viviente, cerca de los seres amados, en el cielo. ¿Cómo fuera
posible semejante cosa? ¿Cómo puedo yo que os hablo vivir en estado de perfecta
conciencia sobre la tierra, ignorando que otro yo mismo o varios otros yos se hallan en el
cielo, cerca de tal o cual amigo?
Trataré de explicároslo. Tratando tan someramente la cuestión de las regiones
astrales y mentales – o sea el Purgatorio y el Cielo – no os dije que en esas regiones el
pensamiento tiene el poder de crear formas.
Existen en aquellas regiones aglomeraciones de una materia particularmente sutil
y maleable que se la llama esencia elemental o monádica. Esta, que es esencia viva – la
mónada en vías de involución, como recordaréis – es el material de construcción de todas
las formas del pensamiento. Bajo el impulso de un pensamiento se elabora como forma
con la rapidez del rayo, forma que persiste más o menos tiempo, según la fuerza y la
duración del pensamiento. En el mundo celeste, el alma, pues, creará con un profundo
pensamiento de amor y de intenso afecto, dirigido hacia el ser amado sobre la tierra, la
forma de ese ser, su imagen exacta, aunque idealizada (*). Conviene tener este primer
punto bien presente. En segundo lugar, os he dicho que nuestro Ego divino – compuesto
de la inteligencia pura y del alma espiritual – reside en la parte superior del Mundo
mental o cielo; os he dicho también que desde esa región no podía ese Ego influir
directamente en las personalidades sucesivas que le representan sobre la tierra, pero que
irradiaba una parte de sí mismo, a fin de animar a esas personalidades, irradiación que
constituye la inteligencia cerebral o Ego personal. Ahora que tenéis esto presente,
representaos al Ego divino en el cielo bajo el aspecto de un pequeño sol enviando sus
rayos en todas las direcciones. Un rayo vivifica a la personalidad sobre la tierra.
Por otra parte, atraído por el pensamiento afectuoso del amigo muerto,
pensamiento que ya habrá producido como efecto crear la imagen exacta de la
personalidad, el Ego divino envía otro rayo que vivificará y animará a esa forma de
pensamiento. Comprenderéis, pues, ahora, cuán viviente es esa inagen animada por una
proyección del Ego mismo; y así es como podemos existir conscientemente, no sólo sobre
la tierra, sino también en el cielo. Vuestra imagen es vuestro segundo yo, y no es más
ilusoria que vuestra personalidad, por persuadido que esté esta última de su importancia
única (**). Y he dicho ya que la ilusión depende siempre del vehículo en el que funciona
actualmente la conciencia (***). En el cuerpo físico, la conciencia trata la vida astral de
ilusoria. En el astral la vida terrestre le inspira compasión. En el mundo astral abarca la
conciencia la ilusión de sus existencias terrestres y astrales igualmente; y con razón, pues,
habiendo ascendido de dos grados, se halla más próxima a la Realidad. Cuanto más nos
elevamos hacia las regiones superiores, más nos acercamos a la Realidad.

* *
A aquellos de vosotros que persistan en considerar la felicidad del cielo como
ilusoria, les diré: Sin esa pretendida ilusión el cielo no sería el cielo. El cielo na de ofrecer
el ideal más intenso, más completo de la dicha, y los corazones llenos de ternura y afecto
no sabrían concebir dicha alguna sin la presencia de los seres amados. ¿Acaso podría una
madre ser feliz si no se viese rodeada de sus hijos, o una esposa si se hallase separada del
marido a quien adoraba?
Me diréis, quizá, que desde el cielo pueden las almas velar sobre los seres
queridos...; mas es un error, porque generalmente hablando, no existe entre el cielo y la
tierrra comunicación alguna, por ser el cielo una región en la que ni el mal ni el
sufrimiento pueden penetrar, pensad en lo que sucedería en el caso opuesto.
(*)
Siendo la materia mental infinitamente más sutil que la materia física, se comprenderá
fácilmente este detalle.
(**)
Es inútil añadir que cuanto más desarrollado esté el Ego, más vivo y consciente será la forma
del pensamiento animada por él.
(***)
La conciencia significa, empleada en ese sentido, un “estado del alma”, y no la voz que habla
en nosotros, resultado de nuestras experiencias.

26
Pensad en las horribles angustias de una madre a ver a sus hijos perderse, a la
desesperación de la esposa viendo a su marido desgraciado por culpa de otra mujer que
fuese mala madre para los hijos pequeños huérfanos...
La Ley divina jamás yerra, no lo dudéis: confiad en el Dios de amor y de justicia,
en el Dios que es el verdadero Padre de todas las criaturas, del Universo entero.

* *

Si me habéis seguido hasta aquí atentamente, habréis formado ya un concepto


general, por bafo e incompleto que sea, respecto al sufrimiento bajo nuestro punto de
visat teosófico. He procurado demostraros que siempre es aquél el resultado de una causa
de la que somos los autores, y que, por lo tanto, cada cual es el árbitro de su destino
bueno o malo; he tratado de probaros que el sufrimiento tiene su utilidad y su objeto; que
es un auxiliar poderos en la Evolución, y que, por último, deja de existir en las alturas
gloriosas alcanzadas por los Hombres divinos.
Anes de separarnos, y si el sufrimiento humano no os asusta ya tanto, si os habéis
reconciliado en parte con él, quisiera revelároslo bajo otro aspecto, un aspecto de sublime
grandeza ante la que debiéramos prosternarnos todos. Penetraremos, pues, en el Sendero
del Dolor (*) del que indicaré en pocas palabras las etapas. A ese sendero del Dolor, que es
también el de la gloria, conduce otro sendero más estrecho, pero menos escabroso, que se
le llama el Sendero de prueba.
¡El Dolor!... ¡La prueba!... ¡Tristes palabras para atraer a los hombres! ¿Quiénes
entre ellos consentirán penetrar en esos senderos y con qué objeto?... ¿Cuáles son? Los
hombres valerosos y leales, aquellos que anhelan cooperar, en la medida de sus fuerzas, a
la gran obra redentora y están prontos a sacrificarse por ella.
¿Con qué objeto? Con el fin glorioso de convertirse algún día en Salvadores del
Mundo. Recorrer en un número determinado de vidas el largo camino de la Evolución,
que exigiría normalmente muchas más existencias, y esto con el fin de cooperar
eficazmente a la Ley divina, para consagrarse por completo a la Humanidad y para
favorecer su marcha progresiva de siglo en siglo, hasta que el último de los seres
humanos haya alcanzado la Liberación. He aquí lo que nosotros entendemos por Salvador
del mundo. Krishna y Buddha fueron los Salvadores de las razas orientales; más tarde, en
época más reciente, fue Cristo el Salvador del Occidente. Mas no por su muerte, no por su
crucifixión conquistó ese título glorioso, sino por Su vida..., por Sus vidas, todas ellas
consagradas al bien de la humanidad.

* *

Quizá protestéis contra estas palabras; quizá consideréis que ofendo vuestros
sentimientos parangonando la gran figura de Cristo con aquellas otras grandes figuras de
Krishna y de Buddha, quienes en nuestra opinión no merecen ser tenidos por seres
divinos... Sin embargo, también ellos son enviados de Dios, Hijos del Padre, hermanos de
Cristo (**).
Fundaron grandes religiones que iluminarosn y condujeron a Dios a millones de
hombres, que de ellas recibieron aquello que necesitaban; de igual modo nos legó Cristo,
a todos los occidentales, las enseñanzas que necesitábamos.

(*)
Léase el hermoso libro “Los tres senderos de perfección”, por Annie Besant, y “Hacia el
Templo”, de la misma autora.
(**)
... y lo proclaman con autoridad. Dice Krishna: “Soy el Camino... piensa en mí. Sírveme,
ofréceme el sacrificio y la adoración: de ese modo vendrás a mí... Los que en mí se refugian y
buscan en mí la liberación de la vejez y de la muerte, aquéllos conocen a Dios, al Alma Divina y al
Karma” (Bhagavad Gita). Buddha dice: “Mi Ley es una Ley de gracia para todos... Aquel que
busca un refugio en Buddha y en la Ley, aquél ve con los ojos de la perfecto Sabiduría... Ese es el
refugio seguro, el refugio supremo, en él está la liberación de todo dolor” (Dhammapada). Más de
una analogía hallamos en esas palabras con las de Cristo: “Yo soy el camino, y la verdad y la
vida”...y... “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargadso, que yo os haré descansar”.

27
Veinte siglos han transcurrido desde que ese Divino Maestro vino a nosotros...
¿Creéis, acaso, que la Divina Sabiduría, hubiese dejado en las tinieblas y en el error, sin
ayuda y redención alguna posible, a las razas que se sucedieron en el mundo a los
millones de almas que se han encarnado en esta tierra antes de Su venida? Pensar así, ¿No
sería dudar de la Sabiduría de Amor y de la Justicia de Dios?

* *

Cristo creció como nosotros; como nosotros, conoció las luchas y el sufrimiento,
y por una larga peregrinación a través de las Edades, fue como llegó a alcanzar el estado
del Ser glorioes al que adoramos, el Fundador y el Jefe supremo de la Cristiandad, sobre
la que vela siempre. ¿No es acaso más grande habiendo llegado a ser el Cristo que si lo
hubiese sido siempre? ¿Es acaso rebajar y humillar su figura el hecho de no considerarlo
como el único Salvador del mundo? ¿Acaso aminora este hecho su Perfección divina, la
Autoridad de su palabra, su infinito Amor a la humanidad? ¿Es más pequeño por el hecho
de haber otros grandes Seres abierto los brazos, como El lo hiciera, a esta Humanidad
doliente y haberse sacrificado por ella?
Triste es confesarlo, pero entre todas las religiones, ninguna es tan desdeñosa de
las otras, tan celosa de su autoridad exclusiva como nuestra religión cristiana. Ella sola es
la bendecida de Dios, la aprobada por Dios, la única proclamación de la Verdad; ella sola
conduce a la salvación.
Semejante exclusivismo privó, como es natural, a la mayoría de los cristianos del
estudio y comparación de las grandes religiones antiguas con la suya – quiero decir del
Induismo, Buddhismo, Zoroastrianismo, de las religiones del antiguo Egipto, de la
Grecia, etc – sólo el Judaísmo es familiar a los cristianos. El Cristianismo, sin embargo,
es sólo una faceta de ese diamante puro que es la Verdad, una de las ramas que arrancan,
como todas las demás, del tronco único, que es la Religión única, la Religión madre, la
Religión universal.

* *

¿Por qué esa intransigencia? ¿Por qué no habrían de pertenecer los cristianos
primeramente a la gran Religión Universal, sin dejar por eso de servir y adorar a su
Maestro? Así, como en un grado inferior católicos romanos y griegos, protestantes
reformados y luteranos y fieles de todas las sects, antes de pertenecer a tal o cual
confesión, llámanse ante todo cristianos, tal hacemos nosotros los Teósofos.
Pertenecemos a la gran Religión universal que la Teosofía viene a recordar al mundo.
Luego somos cristianos, induistas, buddhistas, etc., segín el culto al que pertenecemos, y
la mayoría entre nosotros no abandona su religión particular, no reniega de ella por el
hecho de seguir las enseñanzas teosóficas. Una gran alma, elocuentemente, dijo estas
palabras:
“Para nosotros no existen incrédulos ni herejes algunos. ¿Qué es la herejía? Un
modo distinto de percibir la verdad, y para todos los teósofos, para quienes todas las
religiones son verdaderas, no existe la herejía. Para nosotros existe la Religión y no una
religión. Por lo tanto, jamás decimos a los hombres: Renegad de vuestra religión para
abrazar tal o cual otra. Si sois cristianos – decimos – seguid siéndolo, pero cristianos
espiritualistas y místicos, estudiad a fondo vuestra religión hasta hallar la base, los
cimientos de la misma; no os contentéis con lo externo...”
La Teosofía dirige las mismas palabras a las demás religiones; trabajamos por la
religión Inda, entre los indios; entre los buddhistas, trabajamos por el Buddhismo, y entre
los cristianos, trabajamos por el Cristianismo.
Para nosotros, todas las religiones son divinas; sólo aspiramos a
contemplarlas más grandes, más amplias, más espirituales, más verdaderamente

28
religiosas, en una palabra, para que acepten, como base común, el amor de Dios y el amor
a la Humanidad (*).
Hallamos en un libro cristiano expresadas estas nobles ideas:
“Permaneced en la Iglesia y en la sociedad de la que formáis parte a fin de infundir en
ambas la universalidad del Espíritu puro. Permaneced en el Símbolo en que oráis, pero
concibiéndolo, amándolo y practicándolo por la universalidad del espíritu puro. Penetraos
en tal amor hacia Dios y vuestros hermanos, que no queden excluídos religiones ni cultos
algunos, porque son aquéllos las formas distintas bajo las cuales adoraron y adoran los
hombres un solo y mismo Dios; y sea ese amor tan espiritual, que tranfigure todos los
cultos en un solo y mismo culto, todas las religiones en una sola y misma religión...
“Adorad a Dios en espíritu y en verdad, y todas las diferencias que
separan las religiones unas de otras, se fundirán para vosotros en el amor; sólo veréis en
ellas los aspectos de un solo y mismo Espíritu, las maniferstaciones de una sola y misma
Verdad; y viviendo por el Amor en la unidad de esa religión universal y de ese culto
eterno, edificaréis el templo de la paz, donde todos los hombres acudirán para adorar al
Dios único e indivisible, anunciado por Cristo, cuyo amado apóstol dijo:
“Dios es amor, y el que vive en amor, vive en Dios y Dios en él” (**)

* *

¿Por qué, repito, en vez de fijar nuestra mirada sólo en uno de los rayos de la Luz
divina, no nos atrevemos a contemplar directamente esa Luz misma de la que aquel rayo
emana? ¿La Verdad que se encuentra a la base misma de toda religión y a la que hemos
de servir por cima de todas las religiones? ¡Qué vastos y grandiosos horizontes se abrirían
ante nuestros ojos si nos propusiésemos investigar al orígen mismo de la Vida!... ¡Si
estudiásemos todas las grandes religiones, antorchas distintas, pero encendidas todas a la
misma Llama, y consagradas por la misma Autoridad divina!... ¡Si reconociésemos en los
Fundadores de esas religiones diversas a los mensajeros del mismo Dios de Amor, a los
hijos de un mismo Padre, venidos en diferentes épocas para instruir y salvar a la
Humanidad!

* *

Perdonad esta larga digresión, mas precisaba evitar toda mala inteligencia
aclarando este punto.
Volvamos ahora a nuestra interrumpida Peregrinación del Dolor.

* *
El sendero de la Prueba es el principio de ese Calvario, doloroso por cierto, pero
mil veces más glorioso aún. Al penetrar en él el aspirante, sabe lo que le espera, sabe lo
que se exige de él: una labor paciente, continua en el dominio intelectual, moral y
espiritual; comprende que es poca cosa, pequeño en fuerza de pensamiento, pobre en
virtudes, necesita desplegar todos sus esfuerzos para adquirir la fuerza, el dominio del
pensamiento, la concentración de su espíritu. Precisa que poco a poco consiga hacerse
dueño de su mente y no es empresa fácil.
Cinco mil años hace, Arjuna decía a Krishna (***): “Oh, Krishna; la mente es
inconstante, móvil e impetuosa; es tan difícil de sujetar como el viento”.
Mas el candidato sabe que, sobre todo, ha de aprender a dominar sus pasiones, a
vencer su naturaleza inferior, su egoísmo, a establecer sólidamente la base de su carácter,
a desarrollar en él la abnegación, la espiritualidad, el sacrificio, a aprender a hacer el bien
(*)
Véase en la colección de Conferencias del año 1900 la conferencia titulada “El objeto de la
Sociedad Teosófica”, por A. Besant.
(**)
“Le Regne de l’Esprit pur”. Esta obra se encuentra en la librería Leymarie, 42, rue St. Jacques.
Es, a mi parecer, la interpretación cristiana más hermosa de la universalidad de las religiones... un
nobilísimo ejemplo de tolerancia bajo una forma mística, tan poética como profunda en el
concepto.
(***)
“El Bhagavad Gita”

29
por el bien y no por el deseo de la aprobación, ni siquiera por el deseo del progreso
personal. “Crece como crece la flor, inconscientemente, pero ardiendo en ansias por
entreabrir su alma a la brisa. Así es como debes avanzar, abriendo su alma a lo eterno.
Pero debe ser lo eterno lo que debe desarrollar tu fuerza y tu belleza y no el deseo
de crecimiento. Porque en el primer caso, florece con la lozanía de la pureza, y en el otro
te endureces con la avasalladora pasión de la importancia personal” (*).
Con muchos obstáculos tropezará en su camino el candidato, pues desde el
momento en que el alma ha adoptado cierta actitud interna, una vez resuelta
conscientemente a entregarse sin reserva alguna a esa gran causa de la humanidad, el
alma se ve obligada a luchar contra muchas dificultades y sometida a duras pruebas.
Por su condición actual, ya presiente aquélla lo que le espera en el Sendero del
Dolor. Sabe que el Karma por ella acumulado en muchas existencias pasadas, que en el
caso de la evolución ordinaria aligeraría su peso poco a poco, de vida en vida, caerá sobre
ella en pocas encarnaciones y que habrá que apurar hasta la última gota la copa del dolor.
Mas también sabe que de otro modo no progresaría tan rápidamente, que aquel cúmulo de
antiguas deudas crearía un obstáculo en su camino y afronta valerosamente la tormenta
amenazadora. ¡Mil veces sucumbirá el discípulo ante el continuo asalto de las tentaciones
y muchas derrotas le esperan! Pero el alma fiel está resuelta a vencer en el camino
señalado por los grandes Seres que la precedieron y recobra el valor necesario a la lucha.
Sigue su marcha ascendente rodeada de peligros, cayendo y levantándose a menudo para
volver a subir, y cada vez es más accidentado el camino. Cuando el alma haya divisado la
Luz divina, jamás podrá olvidarla; conocida la meta gloriosa que en plena conciencia se
propuso alcanzar, no le faltarán al alma llena de fe y entusiasmo las fuerzas necesarias a
lograr el fin propuesto, deseosa de ayudar a sus hermanos, pronta a sacrificar su vida por
la causa que está resuelta a servir, y si irresistibles tentaciones sobrevienen, si
sublevándose la naturaleza inferior cede ésta a los impulsos de la pasión, aún en ese caso
no pierde esperanza y no reniega su causa.
Tras de varias existencias de prueba, quizá sea juzgada digna de penetrar en el
Sendero del Dolor. Entonces la gran revelación de la Unidad la colmará de dicha y de luz,
y sentirá vivir en ella al divino Cristo (**).
Entonces verá cara a cara a Aquellos a quienes presentía y veneraba, pero a
quienes aún no había podido contemplar, y guiado por ellos continuará su camino... cada
vez más escarpado, más obscuro...; conocerá el sufrimiento más amargo, más agudo: las
pruebas más crueles surgirán a su paso, porque entonces habrá de satisfacer en muy pocas
vidas, en una o dos existencias quizá, las muchas deudas que aún debe saldar. Deberá
hacer frente cada vez más firme y serena, a la tempestad desencadenada, desarrollar
siempre más y más las virtudes y poderes cultivados previamente en el Sendero de la
Prueba. ¡Cuán ardua es la empresa al parecer insuperable! Pero una mano bendita la guía
y sostiene en el esfuerzo..., la mano de su Maestro..., y esa mano compasiva la ayuda a
sufrir con valor. Así ha avanzado en el Sendero hasta cierto punto... y nuevamente todo se
obseurece, rodéanle las tinieblas; la mano compasiva la ha abandonado; el alma se cree
sola y abandonada; cuando en realidad no se ha separado el Maestro de su lado, las
angustiosas dudas intentan apoderarse de ella. ¿Acaso ha errado el camino? ¿Acaso no
está la verdad allí donde la buscó?... Una terrible tristeza espiritual la invade y de nuevo
apura la copa de amargura. Y a pesar de la tristeza, del abandono, de las dudas que lo
atormentan, de la obscuridad que la rodea, ha de seguir su marcha adelante, continuar
cultivando las virtudes divinas y librándose de todas las trabas terrestres. Y así, siempre
luchando y sufriendo hasta la agonía, pero valiente y resuelta el alma, continúa su
marcha, triunfando de los peligros que la esperan. Debe principiar a cumplir su misión de
Salvador de la Humanidad, sufriendo los dolores que padeció Cristo en Gethsemani,
llevando todo el peso de los pecados y los dolores del mundo. ¡Esfuerzo terrible impuesto
(*)
“Luz en el Sendero”, por M. C.
(**)
La primera “Gran Iniciación”, que nada tiene que ver con las iniciaciones de las que la literatura
corriente habla tan ligeramente, consiste en el despertar del “Principio de Cristo” (alma espiritual o
principio búddhico de la Teosofía), el cual, una vez completamente desarrollado, abre al gran
Iniciado las puertas del adeptado, porque ha alcanzado entonces “la medida de la estatura perfecta
del Cristo”.

30
a las humanas fuerzas..., dolor tan intenso, oh, hermanos míos, que no sabríamos
concebirlo siquiera! Y sin embargo, el alma los acepta y a ellos aspira...; sumisión
sublime a la Voluntad divina, aceptación voluntaria de una cruz pesada como el mundo
mismo. Sufrimiento semejante es sagrado: guardemos silencio y bendigámoslo... si
hemos comprendido.
Alcanzado el término del Sendero de Dolor, ve el alma abrirse al fin ante ella el
santo templo en el que ha de ceñir la corona de la liberación, donde el rugido de la
tormenta no puede ya afectarla, allí donde muere todo dolor; porque ha evolucionado a
Dios en sí misma... y Dios no puede sufrir.
Mas allí también cumple el último, el más sublime de los sacrificios, renunciando
a la Dicha eterna dn la felicidad consciente e indescriptible de su Estado divino y de su
unión con Dios, a fin de consagrarse para siempre al servicio de la Humanidad.
“Aquel que ganó la batalla, que pudiendo aspirar al premio de la misma, exclama,
movido de divina compasión: “Por el amor de ls Hombres renuncio a esta gran
recompensa”, aquel cumple la gran Renunciación. “Es un Salvador del mundo” (*).
A esos hombres divinos llamamos Maestros. Dos de Ellos velan por la Sociedad
Teosífica.
Y ahora, queridos hermanos, ¿qué pensáis de vuestros sufrimientos?
Ante el porvenir subleme que nos espera, ante la meta grandiosa que sólo al
precio de la renuncia y del dolor puede ser alcanzado, ¿no pensáis acaso que hemos de
aceptar valerosamente desde ahora las pruebas que nos están destinadas? ¿No creéis que
debemos considerar el sufrimiento como un auxilio, como un amigo, y aceptarlo como
tal, sin temor, sin cólera, sin desaliento?
Si grandes seres aceptan por el amor y compasión hacia nosotros sufrimientos
que no merecieron, ¿no pensáis que debemos tratar de soportar con perfecta resignación
los dolores que nosotros mismos hemos creado?

* *

Tú, hermano querido, que vives en medio de la pobreza, de las luchas materiales,
efecto acaso del egoísmo de la pasada vida, ¿no comprendes que esos sufrimientos son a
la vez el pago de una deuda y un medio de progreso? Las luchas materiales desarrollan la
energía, la paciencia, la resistencia, cualidades todas que una vida de lujo o de bienestar
no podría enseñarte.
Y si aceptas con valor esta lección, no tendrás en tu próxima vida que volver a
aprenderla.

* *

Tú que perdiste a la mujer que adorabas; y tú, pobre madre, que lloras al hijo de
tu alma, sabed que esos seres queridos, quizá en un pasado lejano vivieron unidos a
vuestra existencia; pero mal conocidos, abandonados y hasta maltratados por vosotros
entonces. La Ley divina os los arrebató ahora convirtiéndolos en instrumentos de su
Justicia... Mas cesad de afligiros; pues los lazos creados por el afecto jamás se
quebrantan. Perduran de vida en vida; volveréis a encontrar después de la muerte a
vuestros seres amados, viviréis unidos de nuevo muchas veces, llenos de amor, sin temor
entonces a la separación dolorosa. Sabéis, además, que los encontraréis durante la noche,
si vuestro pensamiento los busca antes de entregaros al sueño; sabéis que de vuestros
esfuerzos, de vuestra constancia depende el poder comunicar algún día, conscientemente,
con el mundo invisible. Por amor hacia ellos, calmad vuestro dolor y resignaos.

* *

Tú, que una cruel y larga dolencia mantiene en el lecho del dolor, satisfaces
igualmente una deuda kármica; lo que sembraste en una vida terrestre, lo recoges ahora

(*)
“La voz del Silencio”, por H. P. Blavatsky

31
en tu cuerpo físico; sabes que aceptando con resignación tu suerte, crearás un buen
Karma, y sobre todo, tu mayor consuelo es el de pensar que puedes trabajar últimamente,
que si hoy te ves incapaz de hacerlo físicamente, puedes cooperar mentalmente al bien de
la Humanidad.
Tú, pobre niña, engañada por el hombre que tanto amabas, puedes estar segura de
que saldaste con él una gran deuda. Tú le debías ese dolor, y en vez de maldecirle,
bendícele, pues satisfaciste tu deuda y te verás libre de ese fantasma del pasado.
Considera a aquel hombre como un instrumento del destino y abre tu corazón entero a la
compasión y simpatía por todos los seres; no permitas que el odio de él se apodere, y así
la calma sucederá al sufrimiento.

* *

A ti, amigo querido, te persigue la calumnia, sin duda porque fuíste algún día
calumniador a tu vez, y esa dura prueba que te atormenta es el efecto de una causa.
Resígnate con paciencia a sufrir el resultado de las palabras; preferible es agotarla
por completo en una existencia, que no vivir bajo una constante amenaza.

* *

Tú, hermano, que ambicionabas la celebridad, te ves condenado a vivir estrecha y


mezquinamente; ¡saludable lección del Karma es ésta! Estudiando con atención tu
carácter y tus gustos, fácil te será comprenderlo. Consuélate y resígnate en esta vida, pues
las ocasiones de recoger laureles y triunfos, que quizá no ambiciones ya, volverán a
presentarse con frecuencia. Mientras tando, acepta esta vida humilde y obscura como un
medio de desarrollar en ti, las silenciosas virtudes de la paciencia y de la modestia.

* *

Tú, hermana mía, condenada a la soledad y aislamiento de tu corazón, trata de


reconstituir un lejano Pasado, en el que numerosos amigos y verdaderos afectos fueron
por ti rechazados y despreciados... Hiciste sufrir a muchos corazones, y hoy vierten tus
ojos amargas lágrimas; tu corazón, hambriento de ternura, gime solitario... Soporta con
valor tan terrible prueba y no olvides que la gran familia humana te tiende sus brazos.
¡Cuántas miserias que aliviar!... Cuántos corazones que consolar!... Llenos están los
hospitales y las cárceles de infortunados seres que bajo el rayo divino del amor renacen a
la esperanza. Esté siempre inspirado en el amor y la compasión el objeto que te guíe, sea
cual fuere, y todas las flores de los humanos afectos brotarán lozanas en tu próxima vida.

* *

¡Pobre hermano mío, cuyas pasiones debilitan las aspiraciones espirituales, que
lloras tus flaquezas inclinando humillada la frente; en vidas anteriores, sin duda, te
entregaste desenfrenadamente a los placeres sensuales, creando así cuerpos inferiores,
aptos a responder a todas las vibraciones pasionales!
No te dejes abatir y alza la frente; no te identifiques con tu naturaleza
inferior; por el contrario, lucha sin cesar contra ella, ten presente que cada esfuerzo, por
pequeño que fuere, mejora tus condiciones morales y mentales. Y si acaso caes en la
lucha, álzate de nuevo con más valor, sim emplear un tiempo inútil en los
remordimientos, los ojos fijos en el objeto perseguido, aspirando tu ser entero hacia esa
alma divina, que es tu verdadero yo.

* *

¡Hermana mía, vuestra fe religiosa os ahoga, la duda de vuestro espíritu ya no os


permite orar y aspiráis a la Verdad!; sabed que en vidas anteriores percibísteis algún rayo

32
de esa luz divina. Vuestra alma lo sabe, aún cuando lo ignore vuestra conciencia física, y
aquella deja filtrar en vosotros sus penas y aspiraciones.
Acaso también habéis despreciado y combatido a la Verdad, o bien pasasteis a su
lado vendados los ojos por no verla. Esto explicaría el trabajo tenaz, ardiente, pero
infructuoso, de vuestra vida presente.
Sin embargo, no perdáis ánimo; sabed, pues, que al que llame sin descanso, la
puerta se abrirá.
Si después de haber analizado todas las religiones y filosofías contemporáneas no
halláis en ellas nada que satisfaga a la vez la inteligencia y el corazón, venid a nosotros,
hermana mía; la Teosofía es la síntesis y la base de todas las religiones, vierte una luz tan
viva, tan luminosa, sobre el orígen, el destino y el fin del hombre, que hallaréis
seguramente en ella la paz y la dicha.

* *

Tú, en fin, hermano mío que constantemente y con el corazón oprimido piensas
en esta pobre humanidad que sufre de todas las miserias que no puedes aliviar, de todas
las llagas que no sabes curar, y de todos los dolores que no logras calmar. Sabes ahora
que no hay injusticia, que el mal y el sufrimiento son necesarios al alma en su evolución,
que las duras y amargas experiencias desarrollan al hombre y qu le purifica el dolor.
Sabes que gira sin cesar la rueda de la Ley divina aportando a cada cual el fruto de sus
actos, buenos y malos. Sabes que el mal es pasajero, que sólo el bien es eterno y triunfará
infaliblemente; que la evolución conducirá a todos los humanos a la Liberación Final, a la
Felicidad.
Tú, lector amigo, también luchaste y sufriste. Sabes que las duras lecciones
pasadas de la experiencia hicieron de ti el hombre virtuoso que eres hoy. Así, pues, no
temerás que a su vez aprendan los demás aquellas lecciones, y con el corazón lleno de
compasión, pero rebosando paz y serenidad, bendecirás a Dios y a la Justicia eterna.

¡Sursum Corda!

FIN

33

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