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Sey Neo he 02 ATLANTI S COJMPLEX ArtEmis FOWL LA HORA DE LA VERDAD Eoin CoLFER. Traduccién de Ana Alcaina montena El papel utilizado para la impresin de este libro ha sido fabricado a partir de madera procedente de bosques y plantaciones gestionadas con los més altos esténdares ambientales, garantizando una exploracidn de los recursos sostenible con el medio ambiente y beneliciosa para las personas. Por este motivo, Greenpeace acredita que este libro cumple los requisitos ‘ambientales y sociales necesarios para ser considerado un libro «amigo de los bosques». El proyecto «Libros amigos de los bosques» promueve la conservacién y el uso sostenible de los bosques, en especial de los Bosques Primarios, los altimos bosques virgenes del planeta. ‘Titulo original: Artemis Fow! and the Atlantis Complex ‘Adaptacién del diseiio de la cubierta: Random House Mondadori Primera edieién: febrero de 2011 © 2010, Eoin Colfer © 2011, Random House Mondadori, S.A. Travessera de Gracia, 47-49. 08021 Barcelona © 2011, Ana Alcaina Pérez, por la traducei6 Hustracion de la cubierta: Kev Walker Quedan prohibidos, dentro de los limites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproduccién total o parcial de testa obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrénico © mecé- nico, el tratamiento informitico, el alquiler o cualquier otta forma de ce- sin de la obra sin la autorizacién previa y por escrito de los titulares del copyright. Dicijase a CEDRO (Centro Espaiol de Derechos Reprogrifi- cos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escancar algtin frag- mento de esta obra. Printed in Spain - Impreso en Espatia ISBN: 978-84-8441-703-3 Depésito legal: B. 1499-2011 Compuesto en Fotocomposicién 2000, S. A. Impreso y encuadernado en Industrias Grificas Printer Ctra, Nacional If, Km, 600 08620 Sant Viceng dels Horts GT 17033 Para Ciaran, que escucharaé muchas historias de rugby ARTEMIS FOWL: DE MAL En FATAL HABIA una vez un chico irlandés que tenia una sed de co- nocimiento insaciable, de modo que fue leyendo un libro tras otro hasta que su cerebro se Hené de astronomia, cilculo, fi- sica cudntica, poetas romanticos, ciencia forense y antropolo- gia, entre un millar de otros temas. Sin embargo, su libro fa~ vorito era un delgado volumen que nunca habia Hegado a leer él mismo. Se trataba de un libro viejo, encuadernado con tapas duras, que su padre solia leerle antes de acostarse y que levaba por titulo La olla de oro; contaba la historia de un per- sonaje codicioso que secuestra a un duendecillo en un inten- to inttil de robarle a la criatura todo su oro. Cuando el padre terminaba de leer la Gltima palabra de la Ultima pagina —que siempre era «Fin»—, cerraba la tapa de cuero desgastado, sonreia a su hijo y le decia: «La idea de ese chico no era del todo mala, Con un poco mis de planifica- cién, todo le habria salido a pedir de boca», que era una opi- nién poco habitual en un padre. Bueno, de un padre respon- Za FORO w AA-AHUPH)-B+- 10 sable, para ser mAs exactos. Sin embargo, aquel no era un ti- pico padre responsable: se trataba de Artemis Fowl Primero, el capo de uno de los mayores imperios criminales del mundo. El hijo tampoco era demasiado tipico: era Artemis Fowl Se~ gundo, que no tardaria en convertirse en un personaje formi- dable por méritos propios, tanto en el mundo de los humanos como en el universo de las criaturas mgicas que habitaban el mundo subterraneo. «Con un poco mis de planificacién —pensaba Artemis Se- gundo a menudo, cuando su padre le daba un beso en la frente—. Solo un poco mis de planificacion...» Y se quedaba dormido y sofiaba con el oro. A medida que el joven Artemis se iba haciendo mayor, pensaba con frecuencia en La olla de oro. Llegé incluso al ex- tremo de investigar durante las horas de clase y se sorprendié al descubrir una gran cantidad de pruebas fehacientes sobre la existencia de las criaturas mAgicas. Aquellas horas de estudio y planificacién no fueron mas que alegres distracciones para el nifio hasta el dia en que su padre desaparecié en el Artico, después de un pequefio «malentendido» con la mafiya rusa. El imperio Fowl se derrumbé rapidamente, con acreedores que aparecian de la nada y deudores que se escabullian y corrian a esconderse en esa misma nada. «Depende de mi ~se dio cuenta Artemis— reconstruir nues- tra fortuna y encontrar a mi padre.» Asi que desempolvé la carpeta donde guardaba toda la in— formacion sobre el mundo de los duendes: raptaria a una criatura magica y la devolveria a las propias criaturas a cam- bio de oro, mucho oro. ROGER RY URI ZR 1S OB i «Solo un genio juvenil podria evar a cabo ese plan con éxito —concluy6 correctamente Artemis—. Alguien lo bastan- te mayor para comprender los principios del intercambio co- mercial, pero todavia joven para creer en la magia.» Con la ayuda de su mds que competente guardaespaldas, Mayordomo, el joven de doce afios Artemis Fowl Ileg6 a capturar de hecho a un duende y mantenerlo cautivo en el sétano reforzado de la mansién Fowl. Sin embargo, aquel no era un duende cualquiera; en realidad, ni siquiera era un duen- de, sino una duende, y bastante humanoide, por cierto. Lo que Artemis habia considerado hasta entonces la retenci6n temporal de una criatura inferior ahora se parecia incomoda- mente al secuestro en toda regla de una nifia. Hubo otras complicaciones, ademés: aquellos duendes no eran como los seres magicos mas bien atontados de los cuen- tos de hadas, sino que eran unas criaturas expertas en el ma- nejo de toda clase de artilugios de alta tecnologia, con mu- cho caracter, miembros de un escuadrén de élite de la policia Ja unidad de Reconocimiento de la de las criaturas m4gic: Policia de los Elementos del Subsuelo, también Lamada PES, por utilizar su acrénimo. Y Artemis habia secuestrado a Holly Canija, la primera capitana femenina de la historia de la uni- dad, una accién que, desde luego, no le habia granjeado las simpatias de los habitantes armados hasta los dientes del mun- do subterraneo. Sin embargo, a pesar de una absoluta falta de conciencia y de todos los intentos de la PES por frustrar sus planes, Arte- mis logré hacerse con su dichoso oro y a cambio liber6 a la capitana elfa. @CBOFRARD1SORBUCIRE-Z- Y entonces, bien esta lo que bien acaba? Pues lo cierto es que no. En cuanto la Tierra se recuperé del primer enfrentamiento en décadas entre duendes y humanos, la PES descubrié un complot para abastecer a las bandas de goblins con fuentes de energia para sus léseres Softnose. ;Quién era el sospechoso nt- mero uno? Artemis Fowl. Holly Canija se levé al muchacho irlandés a Ciudad Refugio para interrogarlo, pero descubrié, para su asombro, que en realidad Artemis Fowl era inocente. Los dos Ilegaron a un pacto inquietante, por el que Artemis accedia a localizar al proveedor de los goblins si Holly le ayu- daba a rescatar a su padre de la banda de mafiosos rusos que lo mantenja prisionero. Ambas partes cumplieron sus respectivas partes del trato y, entretanto, desarrollaron un respeto y con- fianza mutuos que se sustentaban sobre la base de un sentido del humor muy agudo y peculiar, que ambos compartian. O al menos, asi era hasta hace poco. En tiempos més re- cientes, las cosas han cambiado. En algunos aspectos, él sigue siendo muy agudo, pero una sombra se ha abatido sobre el ce- rebro de Artemis. Hubo un tiempo en que Artemis veia cosas que nadie mds podia ver, pero ahora ve cosas que en realidad no existen... BRO VUREDRA- Z-iCOURGsS CAPITULO I: FRIAS VIBRACIONES Vatnajéxut, istanvias VATHAjOKULL es el mayor glaciar de Europa, con una superficie de mds de ocho mil kilémetros cuadrados de un blanco azulado ce- gador. Esta deshabitado en su mayor parte, con un paisaje dominado por la desolacién, y ademas, por razones cientificas, era el lugar perfecto para que Artemis Fowl hicie- se una demostracién exacta, ante las criaturas magicas, de como pensaba salvar el mundo. Ademis, un paisaje espectacular nun- ca estaba mal para una presentacién de las suyas. Una parte de Vatnajékull donde si suele verse cierto mo- vimiento de humanos es el restaurante Gran Brocheta, ubi- cado a orillas de la laguna glaciar, adonde acuden a comer los grupos de turistas que visitan los hielos desde mayo has- ta agosto. Artemis habia quedado con el duefio en aquel es- tablecimiento «cerrado por fin de temporada» la mafiana del primero de septiembre, muy temprano. El dia que cumplia quince afios. FeV+- RIB IOV- HGS RIAD 14 Artemis conducia su motonieve de alquiler por el terreno plagado de ondulaciones de Ia orilla de Ja laguna, donde el glaciar se precipitaba en pendiente sobre un charco negro sal- El viento rugia a su alrededor como la multitud entusiasmada de picado de un singular mosaico de placas de hielo rota: un estadio, arrojandole proyectiles en forma de aguanieve que le aguijoneaban la nariz y la boca. El espacio era inmenso, in- conmensurable, y Artemis sabia que sufrir un percance en aquella tundra desierta equivaldrfa a una muerte ripida y do- lorosa... 0, como minimo, a sufrir la humillaci6n extrema ante los flashes de los tiltimos turistas de la temporada, lo cual era ligeramente menos doloroso que una muerte dolorosa, pero perduraba mucho més tiempo en la memoria. El duefio del Gran Brocheta —un islandés fortachon que lucia orgullosamente tanto un bigote de morsa del tamaiio de un cormoran gigante como el improbable nombre de Adam Adamsson- estaba en el porche del restaurante, haciendo cru- jir los huesos de sus dedos y golpeando con los pies en el sue- lo al ritmo que marcaba con la cabeza, mientras se reia del tor- pe avance de Artemis por la orilla congelada de la laguna. Eso si que es una entrada triunfal —dijo Adamsson cuan- do Artemis Iegé dando un frenazo a la terraza del restauran- te-. Caramba, hadur madur... No me refa tanto desde que mi perro intenté morder su propio reflejo. Artemis esboz6 una sonrisa cefiuda, sabiendo que aquel hombre se estaba burlando de su habilidad al volante, o me- jor dicho, de la falta de ella. —Grrr... —grufié, bajéndose del vehiculo con el cuerpo tan tieso como el de un vaquero después de conducir su ma- Web OR 1 REBAGR Res CHASM: nada durante tres dias, de perder su caballo y de haberse vis- to obligado a montarse en la vaca mas gorda del rebafio. Entonces el anciano se eché a reir a carcajadas. —Ademis, grunes como mi perro... Artemis Fowl no tenia por costumbre hacer entradas tan aparatosas y ridiculas, pero sin la compaiiia de su guardaes- paldas, Mayordomo, no habia tenido mis remedio que con- fiar en sus propias habilidades motoras, famosas por su esca- sez. Uno de los sabihondos del sexto curso de la Escuela Saint Bartleby’s, el heredero de un imperio hotelero, habia bautizado a Artemis con el apodo de Pie Izquierdo Fowl, como si tuviera dos pies izquierdos y no pudiese dar patadas aun balén de fiitbol con ninguno de los dos. Artemis habia tolerado aquella burla durante una semana aproximadamente y luego habia comprado la cadena hotelera del joven herede- ro, lo que acabé de golpe con las burlas y los motes. —Confio en que todo esta listo, :verdad? —dijo Artemis, fle- xionando los dedos dentro de sus guantes solares. Noté que tenia una mano incomodamente caliente: el termostato de- bio de golpearse al bordear un obelisco de hielo a un kilé- metro de la costa. Arrancé el cable de alimentacién con los dientes; no habia demasiado peligro de hipotermia, ya que la temperatura otoal apenas rozaba los cero grados. ~Yo también me alegro de verte —dijo Adamsson—. Por fin nos vemos cara a cara finalmente. A Artemis no le entusiasmaba la idea de forjar una rela~ c on duradera como parecia estar proponiéndole Adamsson: no tenia espacio en su vida en ese momento para hacer otro amigo en el que no confiaba. A PRROR RARBG -BY FRA DRBI 16 —No tengo intencién de pedirle la mano de su hija en ma~ trimonio, sefior Adamsson, asi que creo que podemos saltar- nos todo el ceremonial para romper el hielo. No se sienta obligado. ;Est4 todo listo? Todo el ceremonial para romper el hielo que Adam Adams- son llevaba preparado en la garganta se le derritid y el hom- bre asintié con la cabeza media docena de veces. ~Todo esta a punto. Tu caja esté en la parte de atras. He preparado un bufet vegeta ductos del spa Laguna Azul. También he colocado algunos asientos, tal comio solicitaste en tu lacénico correo electréni- iano y bolsas de cortesia con pro- co. Aunque todavia no ha llegado ninguno de los componen- tes de tu grupo, excepto ti, después de todos mis esfuerzos Artemis extrajo un maletin de aluminio del portaequipajes de la motonieve. No se preocupe por eso, setor Adamsson. ¢Por qué no se vuelve a Reykjavik y se gasta parte de esa cifta exorbitan~ te que me ha cobrado por usar un par de horas su restaurante de tercera categoria? A lo mejor encuentra algtin tocon de ar bol solitario y aburrido dispuesto a escuchar sus problemas. «Un par de horas. Tercera categoria. Dos mas tres es igual a cinco. Bien.» Ahora le tocé el turno a Adamsson de proferir un grufido, y las puntas de su bigote de morsa le temblaron ligeramente. No hay necesidad de ser tan grosero, joven Fowl. Ambos somos hombres hechos y derechos, :no es asi? Los hombres tie- nen derecho a un poco de respeto. Ah, si? Tal vez deberiamos preguntirselo a las ballenas, gno cree? O tal vez a algtin vison? fR-CBY CRER-UAR- DBR: 17 Adamsson fruncié el cefio y arrugé la cara curtida por el viento hasta convertirla en una uva pasa. —De acuerdo, ya capto el mensaje. No hace falta que me hagas responsable de todos los crimenes de la humanidad. Los a los de tu ge- neracion se os da mejor que a nosotros cuidar del planeta. adolescentes sois todos iguales. Ya veremos si Artemis accioné el pestillo del maletin exactamente veinte veces antes de entrar de una zancada en el restaurante. —Créame, los adolescentes no somos todos iguales —dijo al pasar junto a Adamsson—. Y pienso hacerlo mucho mejor. Habia mas de una docena de mesas en el interior del restau- rante, todas con sillas apiladas en la superficie, a excepcién de una, que habia sido cubierta con un mantel de hilo y estaba llena de botellas de agua de glaciar y bols spa para cada uno de los cinco comensales. s de cortesia de un «Cinco —pens6é Artemis—. Un buen ntimero. Sélido. Pre- decible. Cuatro por cinco son veinte.» Artemis habia decidido recientemente que el cinco era su ntimero. Pasaban cosas buenas cuando habia algtin cinco de por medio. El ser racional y légico que habia en él le decia que aquello era absurdo, pero no podia pasar por alto el he- cho de que las tragedias de su vida habian ocurrido en afios no divisibles por cinco: su padre habia desaparecido y habia sido mutilado; su viejo amigo, el comandante Julius Remo de la PES, habia sido asesinado por la famosa duendecilla Opal Koboi, ambos sucesos en afios que no contenjan el nt- mero cinco, Artemis media un metro cincuenta y cinco, y pe- BR TRB Re BRE R- 8 AVA 18 saba cincuenta y cinco kilos. Si tocaba algo cinco veces o un miiltiplo de cinco, entonces se podia confiar en ese algo. Una puerta permaneceria cerrada, por ejemplo, o un tope prote- geria esa puerta, como cabia esperar. Aquel dia todo eran buenas sefiales. Cumplia quince afios. Tres veces cinco. Y su habitacién de hotel en Reykjavik ha- bia sido la namero cuarenta y cinco. Incluso la motonieve que lo habia Ievado hasta alli tenia una matricula que era un miiltiplo de cinco, y presumia de un motor de arranque de cincuenta centimetros ctibicos. Todo era positivo. A la reu- nién solo iban a acudir cuatro personas, pero con él incluido hacfan cinco, asi que no tenia por qué cundir el panico. A una parte de Artemis le horrorizaba su recién adquirida super: ticién por los ntimeros. «Contrélate, hombre. Los Fowl no confiamos en la suerte, olvida ya esas obsesiones y compulsiones ridiculas.» Artemis abrié el cierre del maletin haciendo un clic para apla- car a los dioses de los ntimeros —veinte veces, cinco por cua- tro— y sintié que se le apaciguaba el corazon. «Voy a acabar con esta mania mia maiiana mismo, cuando este trabajo esté terminado.» Se pased por delante del atril del mattre hasta que Adams~ son y su quitanieves hubieron desaparecido tras un promon- torio de nieve curvo que podria haber sido la espina dorsal de una ballena, luego esperé un minuto mis, y el estruendo que armaba el vehiculo se fue desvaneciendo hasta convertirse en la tos de un anciano fumador. BOR R-URTA BE O@ORVECTHR: 19 «Muy bien. Es hora de hacer negocios.» Artemis bajé los cinco escalones de madera hasta la plan- ta principal del restaurante. «Excelente, buena sefial», pensd. Prosiguié su avance sorteando una serie de columnas ador- nadas con reproducciones de la mascara de Stora-Borg hasta que lleg6 a la cabecera de la mesa que ya estaba dispuesta. Los asientos estaban de cara hacia él y un tenue brillo, ligero co- mo una bruma, titilaba sobre la superficie de la mesa. —Buenos dias, amigos —dijo Artemis en gnémico, obligan- dose a pronunciar las palabras en aquella lengua magica con un tono de absoluta seguridad, casi jovial-. Hoy es el dia en que salvaremos al mundo. La bruma pas6 a adquirir un aspecto mis eléctrico, crepi- tando con interferencias de neén blanco que la atravesaban y rostros que surcaban sus profundidades como fantasmas a pun- to de salir de un suefio. Las caras se materializaron y les salie- ron torsos y extremidades. Aparecieron unas pequenas figu- ras, como nifos. Eran como niios, pero no iguales: aquellos eran los representantes de las criaturas mAgicas, y entre ellos se hallaban, quizd, los tinicos amigos de Artemis ~Salvar el mundo? ~dijo la capitana Holly Canija, de la Unidad de Reconocimiento de la PES. El mismo Artemis Fowl de siempre, y lo digo con sarcasmo, porque eso de «sal- var el mundo» no es nada propio de ti. Artemis sabfa que tenia que sonreir, pero no podia, asi que en vez de hacerlo se puso a sefialar faltas en los demas, algo que si era muy propio de él. ~Necesitas un amplificador nuevo para el escudo, Potrillo -le dijo a un centauro que trataba de encontrar el equilibrio UBB BRB 20 de forma mas bien torpe en una silla disefiada para seres hu- manos-. Se veia el resplandor que emanaba tu cuerpo desde el porche delantero. :Y ti te consideras un experto en tec- nologia? ;Cudntos afios tiene ese que llevas? Potrillo estampé un casco en el suelo, un tic nervioso que mostraba cada vez que sentia irritacién, y la raz6n por la que nunca ganaba a las cartas. —Yo también me alegro de verte, Fangoso. —¢Cuantos afios? —No lo sé. Cuatro, tal vez. lase de niimero es ese? —Cuatro. ;Lo ves? ;Qué Potrillo puso mala cara. —iQué clase de niimero dices? Es que ahora hay clases, Artemis? Ese amplificador durara otros cien afios. No le ven- drian mal unos ajustes, tal vez, pero eso es todo. Holly se levanté y se acerc6 a la cabecera de la mesa. Es que tenéis que empezar a pelearos ya, vosotros dos? 3No empieza a aburriros un poco, después de tantos afios? Sois como un par de chuchos marcando territorio. —Apoyo dos finos dedos en el antebrazo de Artemis—. Déjalo en paz, Artemis. Ya sabes lo sensibles que son los centauros. Artemis no podia mirarla a los ojos. En el interior de su bo- ta de nieve izquierda, contd veinte movimientos con el dedo gordo del pie. —Muy bien. Cambiemos de tema. —Por favor —dijo la tercera criatura magica que habia en la habitacién—, hemos atravesado toda Rusia para venir hasta aqui, Fowl. Asi que gpodemos cambiar de tema y abordar el que nos ha reunido? APSR VP -DRIWA- ar Saltaba a Ja vista que a la comandante Raine Vinydya no le hacia ninguna gracia estar tan lejos de su querida Jefatura de Policia, Habia asumido el mando de la comandancia general de la PES unos afios antes, y se vanagloriaba de supervisar per- sonalmente todas las misiones en curso. —Tengo operaciones en marcha que debo supervisar, Arte- mis: los duendecillos provocan muchos disturbios, reclaman- do la puesta en libertad de Opal Koboi, que sigue en prisién, y ha vuelto a estallar la epidemia de los sapos deslenguados. Por favor, ten la bondad de empezar cuanto antes. Artemis asintié con la cabeza, Vinyaya estaba mostrando- se abiertamente hostil, y esa era una emocién en la que se podia confiar, a menos que, por supuesto, fuese un farol y la comandante firese una fan secreta suya, 0 a menos que fuera un farol doble y realmente sintiese hostilidad hacia él. «Eso parece una locura ~se dio cuenta Artemis—. Incluso para mi.» Aunque apenas llegaba al metro de estatura, la comandan- te Vinyaya tenia una presencia formidable, y alguien a quien Artemis no subestimaria jam4s. A pesar de que la comandan- te tenia casi cuatrocientos afios de edad hablando en términos migicos, ni siquiera se la podia considerar una elfa de media- na edad y, en cualquier caso, tenia un fisico imponente: del- “yuda y cetrina, con las pupilas felinas reactivas que ocasional- ‘mente se veian en los ojos de algunos elfos, pero ni siquiera ‘ein rareza era su rasgo fisico mis distintivo. Raine Viny4ya te- fa una melena de pelo plateado que parecia absorber toda la luz que hubiese a su alrededor antes de irradiarla en ondula- ci@nes que caian en cascada sobre sus hombros. thd VI-RBEVOCKE-iBI-GCRUV A 22, Artemis se aclaré la garganta y olvid6 los nameros por un instante para centrarse en el proyecto, o, tal como preferia Ila~ marlo él, EL PROYECTO. Al final, siendo realistas, aquel era el unico plan que importaba. Holly le golped el hombro con suavidad. —Est4s un poco palido. Mas pilido incluso que de costum- bre. ;Est4s bien, cumpleafiero? Artemis la miré al fin a los ojos —uno de color avellana, el otro azul-, enmarcados por una frente ancha y un flequillo caoba que Holly se habia dejado crecer recientemente. —Hoy cumplo quince afios ~murmuré Artemis—.Tres cin- cos. Eso es buena sefial. Holly pestafied. «Artemis Fowl murmurando?» ¥ ni siquiera habia hecho ninguna referencia a su nuevo peinado... Normalmente, lo primero que hacia Artemis Fowl era meterse con cualquier cambio en el aspecto fisico de cualquiera. Ah... Hummm... Supongo que si. :Dénde est& Mayor- domo? :Asegurando el perimetro? No, le he dicho que se vaya. Juliet lo necesitaba. —3No habra pasado algo grave? —No, no es grave, pero necesario. Un asunto familiar. Con- fia en que ta cuidards de mi. Holly apreté los labios como si acabara de probar algo amargo. —:Confia en que otra persona sabra cuidar de su protegi- do? 3Estas seguro de que estamos hablando de Mayordomo? —Por supuesto. Y, de todos modos, es mejor que no esté aqui. Cada vez que mis planes salen mal, él esta cerca. Es ab- 23 solutamente imprescindible, de vital importancia, que esta reu- nién se leve a cabo y que nada salga mal. Esta vez Holly se quedé boquiabierta, en estado de shock. ‘Tenia un aspecto casi cémico. Si habia entendido correcta- mente a Artemis, acababa de echarle la culpa a Mayordomo, nada mas y nada menos, del fracaso de otros planes anterio- res. 3A Mayordomo? Pero si era su mis firme aliado... —Buena idea. En ese caso, sigamos adelante. Los cuatro de- beriamos ponernos pezufias a la obra cuanto antes. Era Potrillo el que acababa de hablar, pronunciando en voz alta el temido ntmero, sin calibrar las’ consecuencias. «Cuatro. Muy mal niimero. El peor, sin lugar a dudas. Los chinos odian el ntimero cuatro, porque suena como la pala- bra con que designan la muerte.» Casi peor que decir el ntimero cuatro era el hecho de que solo hubiera cuatro personas en la habitacién. Por lo visto, el comandante Camorra Kelp no habia podido asistir. A pesar de la histérica aversién que sentian el uno por el otro, Arte- mis desed que el comandante estuviera alli en ese momento. —~Dénde esti el comandante Kelp, Holly? Crefa que iba a venir. No nos vendria mal un poco de seguridad. Holly se levanté de Ja mesa, tiesa como un palo en su mono azul, con un racimo de bellotas reluciendo en su pecho. -Camorra... El comandante Kelp ya tiene bastante con lo ue tiene en la Jefatura de Policia, pero no te preocupes. Un. escuadrén de operaciones tacticas de la PES al completo est& #obrevolando la zona en estos momentos, en una lanzadera blindada con escudo. Ni un zorro de las nieves podria llegar “fasta aqui sin que le chamuscaran la cola. MY 0 PLUBR-&-V)-KRYH-1d 24 Artemis se quité la chaqueta y los guantes para la nieve. —Gracias, capitana. Tu profesionalidad me tranquiliza. Por curiosidad, gcudntos seres mAgicos componen un escuadrén de la PES? ;Exactamente? —Catorce —dijo Holly, arqueando una ceja irregular. —Catorce. Hummm... Eso no es muy... ~¥ entonces se le iluminé la cara—. Y un piloto, ademas, supongo... —Catorce, incluido el piloto. Con eso tenemos de sobra para enfrentarnos a cualquier escuadrén de humanos que se nos ponga por delante. Por un momento, parecié como si Artemis Fowl fuese a darse media vuelta y salir huyendo de la reunién que él mismo habia convocado. Un tendén le palpitaba en el cuello, y con el dedo indice daba golpecitos en el respaldo de la silla. A con- tinuacién, Artemis tragé saliva y asintié con un nerviosismo que se le escap6 como un canario que trata de salir de la boca de un gato antes de ser engullido. —Muy bien. Tendremos que conformarnos con catorce. Por favor, Holly, siéntate. Dejadme que os explique el proyecto. Holly retrocedié lentamente, escudrifiando la cara de Ar- temis para ver si detectaba la chuleria que solia impregnar las arrugas de su sonrisa. No vio ni rastro de ella. «Sea cual sea este proyecto —pensé—, es muy importante.» Artemis dejé su maletin encima de la mesa, lo abrié e hizo girar la tapa para dejar al descubierto una pantalla en el inte- rior. Por un momento, su pasién por toda clase de artilugios electronicos afloré a la superficie y logré esbozar una sonrisa leve en direccién a Potrillo. La sonrisa no consiguié que los la- bios se le alargaran mas de un centimetro. PHERGB-YID-RUL VGH MOCO 25 —Mira. Esta cajita de aqui te va a gustar. Potrillo se rid. —jPor todos los astros! :Es eso... es posible que sea, nada mas y nada menos que... un ordenador portatil? Nos has deja- do a todos mas que impresionados con tu genialidad, Arty. El sarcasmo del centauro provocé la queja de los presentes. —éQué pasa? —se defendié—. Es un simple ordenador porta- til. Ni siquiera los seres humanos pueden esperar que alguien se quede impresionado por ver un portatil. -Si conozco bien a Artemis dijo Holly. nante esta a punto de ocurrir. :Acaso me equivoco? —Juzgalo por ti misma —dijo Artemis, presionando el pul- gar contra un escaner que habia en el maletin. » algo impresio- El escdner parpade6, analizando el pulgar con el que habia hecho contacto, y acto seguido, emitié una luz verde, pues aca~ baba de decidir aceptarlo. No sucedié nada durante un segun- do o dos, y luego, un motor incorporado en el interior del maletin empez6 a emitir un zumbido, como si dentro hubie- ra un gato pequenio desperezindose, satisfecho. —jUn motor! —exclamé6 Potrillo—-. Menudo acontecimien- to... Las esquinas metalicas reforzadas de la tapa saltaron de gol- pe, se separaron por propulsién a chorro del maletin y se ad- hirieron al techo. Simultineamente, la pantalla se desplego has- ta medir m4s de un metro cuadrado, con barras de altavoces a lo largo de cada lado. —Asi que es una pantalla gigante —dijo Potrillo-. Todo esto no es mas que ostentacién pura y dura. Lo tinico que necesi- tabamos eran unos pares de gafas virtuales. Yo -U)-@OKO- BRIO K-) VIG 26 Artemis apreté otro botén del maletin y las esquinas me- talicas adheridas al techo se convirtieron en proyectores, vo- mitando chorros de datos digitales que se fusionaron en el centro de la sala para formar una maqueta rotatoria del pla- neta Tierra. La pantalla mostraba el logotipo de la empresa In- dustrias Fowl rodeado de una serie de archivos. —Un maletin holografico —dijo Potrillo, encantado de no sentirse impresionado todavia—. Hace afios que los tenemos. No es un maletin holografico, el maletin es completa- mente real —lo corrigié Artemis—. Pero las imagenes que ve- réis si son holograficas. He hecho algunas actualizaciones con el sistema de la PES. El maletin esta sincronizado con varios satélites, y los ordenadores de a bordo pueden construir ima- genes en tiempo real de objetos que no se encuentran dentro del rango de alcance de los sensores. —Yo tengo uno de esos en casa —murmuré el centauro-. Para la consola de juegos de mi hijo. ~Y el sistema cuenta con un dispositivo de inteligencia in- teractiva para que yo pueda construir o modificar las maque- tas a mano, con guantes virtuales —continué Artemis. Potrillo fruncié el ceiio. —Est4 bien, Fangoso. Eso est4 muy bien. —Pero no pudo evi- tar afiadir una coletilla—: Para tratarse de un humano. Las pupilas de Vinydya se contrajeron bajo la luz de los pro- yectores. ~Todo esto es muy bonito, Fowl, pero todavia no sabemos cual es el objetivo de esta reunion. Artemis entré en el holograma e introdujo las manos en dos guantes virtuales que flotaban por encima de Australia. PRL HUIAEB+- BV POGRe: 27 Los guantes eran ligeramente transparentes, con gruesos digi- tos tubulares y un revestimiento mas bien rudimentario, de un. material similar al poliestireno. Una vez mis, el sensor del ma- letin estuvo parpadeando durante largo rato antes de decidir si aceptaba las manos de Artemis. Los guantes vibraron suavemen- te y se contrajeron para formar una segunda piel alrededor de sus dedos, cada nudillo resaltado por un rotulador digital. -La Tierra -empez6 a decir, resistiéndose al impulso de abrir la carpeta con sus notas y hacer un recuento de las pa- labras. Se sabia aquel discurso de memoria. »Nuestro hogar. Ella nos alimenta, nos alberga. Su grave- dad impide que nos precipitemos volando hacia el espacio y que nos quedemos primero congelados para descongelarnos de nuevo y morir abrasados por el sol, nada de lo cual impor- tarfa en realidad, dado que nos habriamos asfixiado mucho an- tex, Artemis hizo una pausa para oir las risas y se sorprendié de no oirlas—. Era una pequefia broma. He leido en un ma- nual sobre presentaciones que las bromas sirven para romper el hielo. Y he Ilegado a incluir, de hecho, una referencia al hielo en mi broma, asi que mi chiste estaba compuesto por vurios planos. Eso era un chiste? -exclamé Vinydya-. He sometido a Inis oficiales a consejos de guerra por cosas mucho menos graves, ~Si tuviera alguna fruta podrida, te la tiraria —afiadié Po- trillo-. Por qué no te dedicas a la ciencia y dejas los chistes Para personas con experiencia? Artemis arrug6 la frente, incémodo porque habia impro- visado y ahora ya no estaba seguro de cuantas palabras habia UCBAL-PIVAE BR QIN RBRAR- 28 en su presentacién. Si terminaba con un miltiplo de cuatro que no fuese también miltiplo de cinco, podria ser muy ma- lo. gY si empezaba de nuevo? Pero eso era hacer trampa, y los dioses de los niimeros se limitarian a sumar los dos discursos juntos, y no ganarfa nada con eso. «Complicado. Cuesta tanto Ievar bien la cuenta..., inclu- so para mi.» Pero seguiria adelante, porque era imprescindible que EL PROYECTO se presentase en ese preciso instante, aquel dia, para que EL PRODUCTO pudiese empezar a fabricarse de inmediato. Asi que Artemis puso freno a la incertidumbre que sentia en su coraz6n y se lanzé a realizar la presentacion con entusiasmo, sin apenas detenerse a tomar aliento, por si lo abandonaba su valor. —El hombre es la mayor amenaza para la Tierra. Nosotros despojamos al planeta de sus combustibles fésiles y luego vol- vemos esos mismos combustibles en contra del planeta a tra- vés del calentamiento global. —Artemis apunté con un dedo virtual a la pantalla ampliada, abriendo un archivo de video tras. otro, ilustrando un punto con cada uno de ellos-. Los glaciares del mundo estan perdiendo hasta dos metros del re- cubrimiento de hielo por afio, lo que supone mas de ocho- cientos mil kilémetros cuadrados solo en el Océano Artico en los tltimos treinta afios. —A sus espaldas, los archivos de video mostraban algunas de las consecuencias del calenta- miento global. »Alguien tiene que salvar al planeta —afirmé Artemis-. Y me he dado cuanta, al fin, de que ese alguien soy yo. Por eso soy un genio. Es mi razon de ser. Ze BPRU-EHOEGR-BR-UHU-BH 29 e6 la mesa con su dedo indice. u: top? Refugio, con mucho apoyo entre la po- blaciém, que pee que hay que dejar que continée el calenta- iniento global. Asi los seres humanos se extinguiran y volve- remos a recup?@ : a Artemis esta ‘ U nto obvio, comandante, pero no son solo los —Un argum' d? —Abrié unas cuantas ventanas mas con imaé- humanos, everd™ . , de-video ¥ 19% “Tiatusas mdgicas vieron escenas,con osos enes de video 2 1 8 1 413d varados en los témpanos de hielo, alces en olares escudlii 24 pom dos Vivos por un aumento de la poblacién de Michigan con P , ' 908 arrecifes de coral blanquecinos, desprovis- garrapatas, y u/ de vida. tos por comple »Son todos i neta los que poSibe™m en realidad. Potrillo esta?” bastante molesto con la presentaci6n. Tilo esta’ 2 no hemos pensado en eso, Fangoso? ¢Crees aces que Be problema en SonereNS no ha estado en las preo- cupaciones:de jodos los cientificos de Refugio y ‘Atlantis? Pa- ra ser sincero, es? charla me parece muy paternalista. ‘Artemis se encogid de hombros. . o €s importante. Mi opinién tampoco es im- Vinyaya golP' ar el planeta. preparado para ese argumento. yos seres que viven encima o debajo de este pla- —3Crees qui ~Tu opinion ™ portante. La Ti" Holly se inc™ —No me dig®* —Creo que 3 ~ 4 un bufido. Potrillo sok ™ oe . . yer si lo adivino: :piensas envolver los ice- —3En serio? disparar lentes de refraccién en la atmésfe- bergs tal vez? ;O °*P 1a necesita ser salvada. pord en el asiento. que has encontrado la solucién. Ba weg j RB CU ORGGRE HOU 30 ra? ;Qué te parece una cobertura de nubes personalizada? ;Me voy acercando? —Lo que se est4 acercando es la destruccién del planeta —dijo Artemis—. Ese es el problema. —Cogié el holograma de la Tierra con una mano y lo hizo girar como si fuera una pe- lota de baloncesto—. Todas esas soluciones podrian funcionar, con algunas modificaciones, pero requieren mucha coopera- cién entre estados y, como todos sabemos, los gobiernos hu- manos no han aprendido a compartir sus juguetes. Tal vez dentro de cincuenta afios las cosas podrian cambiar, pero para entonces ya sera demasiado tarde. La comandante Viny4ya siempre se habia sentido orgullo- sa de su capacidad para leer entre lineas e interpretar una si- tuacién, y en ese momento su instinto le aullaba con fuerza al oido como el rugido de las olas del Pacifico. Aquel era un acontecimiento histérico: hasta el mismisimo aire parecia eléc- trico. —Vamos, humano —dijo con calma, con una voz marcada por la autoridad—. Dinoslo. Artemis us6 los guantes virtuales para destacar las areas gla~ ciares de la Tierra y redistribuy6 la masa de hielo para con- vertirla en un cuadrado. —Cubrir los glaciares es una idea excelente, pero incluso aunque la topografia fuese asi de simple, un cuadrado plano, se necesitarian varios ejércitos y medio siglo para poder hacer el trabajo. —Bueno, no sé yo... —repuso Potrillo—. Parece que los ma~ dereros humanos van a acabar con las selvas tropicales mucho mis rapido. BEIVCORERHGRU-IE-PBdIVOSH: 31 —Los que se mueven al margen de la ley lo hacen mucho mas rapido que quienes se ven restringidos por ella, que es donde entro yo. Potrillo cruzé las patas delanteras, lo que no resulta facil pa- ra un centauro en una silla. —Cuéntame. Soy todo orejas. —Lo haré enseguida —dijo Artemis-. Y te estaria muy agra- decido si reprimieses las expresiones habituales de horror e incredulidad hasta que llegue a la conclusién. Tus exclama- ciones de asombro cada vez que presento una idea son de lo mis pesado, y me hacen dificil seguir la cuenta. ~jOh, dioses! —exclamé Potrillo-. Increible. Raine Vinyaya lanzé al centauro una mirada de advertencia. —Deja ya de comportarte como un trol toro, Potrillo. He recorrido un largo camino para llegar hasta aqui y tengo mu- cho frio en las orejas. —gLe pellizco un grupo de nervios al centauro para que se calle? -pregunté Holly con una leve sonrisa—. He estudiado todas las técnicas para neutralizar a centauros y a humanos, por si algan dia las necesitamos. Os podria dejar fuera de comba- te a todos con un dedo o un lapiz resistente. Potrillo estaba un ocherita por ciento seguro de que Holly se estaba marcando un farol, pero de todos modos se tapé los ganglios de las orejas con los dedos. —Muy bien. Me quedaré calladito. —Asi me gusta. Sigue, Artemis. —Gracias. Pero ten a mano tu lapiz resistente, capitana Ca- nija. Tengo la sensacién de que podria reaccionar con cierta in- credulidad. Z BUBR@OR1E)-DARRBA-A- 32 Holly Canija se dio unas palmaditas en el bolsillo y le gui- Aid un ojo. —Un 2 B de grafito duro, no hay nada mejor para un rapi- do destrozo de organos. Holly estaba bromeando, pero habia algo que la preocu- paba. Artemis sintié que sus comentarios servian para camu- flar la ansiedad que, por lo que fuese, estaba sufriendo. Se fro- té la frente con el pulgar y el dedo, empleando aquel gesto para disimular y observar a su amiga de reojo. Holly también tenia arrugada la frente, y en sus ojos se percibia la sombra de la preocupaci6n. «Lo sabe —se dio cuenta Artemis, aunque no sabia qué era lo que podia saber Holly exactamente—. Sabe que algo ha cam- biado, que los ntimeros pares se han vuelto contra mi. Dos doses son cuatro criaturas mAgicas escupiendo mala suerte so- bre mis planes.» Entonces Artemis reflexioné sobre la frase que acababa de pronunciar y, por una fraccién de segundo, vio su propia lo- cura con claridad meridiana, y sintié una pesada serpiente de panico enroscada en el estomago. «3Y si tengo un tumor cerebral? se pregunté—. Eso expli- caria las obsesiones, las alucinaciones y la paranoia. :O y si es simplemente un trastorno obsesivo compulsivo? El gran Ar- temis Fowl vencido por una dolencia comin.» Artemis probé un momento con un viejo truco de hipno- terapia. «Imagina que est4s en un lugar muy bonito, en algdin lugar donde te hayas sentido feliz y a salvo.» 3Feliz y a salvo? Hacia mucho tiempo que no se sentia asi. Bh - BITRE: VCO BHUs PRUAR 33 Artemis dejé volar la imaginacién y se sorprendié sentado en un pequefio taburete en el taller de su abuelo. Su abuelo parecia un poco mis astuto de como lo recordaba Artemis, y le guifié un ojo a su nieto de cinco afios y dijo: «Sabes cudntas patas tiene ese taburete, Arty? Tres. Solo tres, y ese no es un buen ntimero para ti. No, en absoluto. El tres es casi tan malo como el cuatro, y todos sabemos a qué suena el cuatro en chino, zno es asi?» Artemis se estremecié. Aquella enfermedad le estaba dis- torsionando incluso los recuerdos. Apreté con fuerza el dedo indice y el pulgar de la mano izquierda, hasta que las yemas de los dedos se volvieron blancas, un pequefio truco que ha- bia descubierto por si mismo para conseguir calmarse cuando el panico de los ntéimeros se hacia demasiado fuerte, pero al- timamente el truco ya no surtia tanto efecto como antes, y en. ese caso no habia funcionado en absoluto. «Estoy perdiendo la compostura —pens6 con muda deses- peracién—. Esta enfermedad me esta derrotando.» Potrillo se aclaré la garganta y pinché la burbuja de enso- fiaciones de Artemis. —iHola? ;Fangoso? Hay gente importante esperando a que hables. Venga, empieza de una vez. Acto seguido, intervino Holly. -;Estds bien, Artemis? A lo mejor necesitas tomarte un des- nso... Artemis casi se echa a reir. ;Tomarse un descanso durante una presentacién? Si lo hacia, ms le valia colocarse al lado de alguien que Ievase una camiseta donde se leyese: «Este de aqui a mi lado est4 loco». tHE E-DER-UBTIRIRUORE- 34 —No. Estoy bien. Este es un proyecto muy importante, el més importante. Quiero estar seguro de que mi presentacién. es perfecta. Potrillo se incliné hacia delante hasta que su silla, ya de por si inestable, se tambaleé peligrosamente. -No tienes muy buen aspecto, Fangosillo. Pareces... —El centauro se mordié el labio inferior, buscando la palabra ade- cuada—. Derrotado. Artemis, pareces derrotado. Que era lo mejor que podia haberle dicho. Artemis se irguid. —Creo, Potrillo, que alo mejor no se te da demasiado bien interpretar las expresiones faciales de los humanos. Tal vez nuestros rostros son demasiado pequefios. No estoy derrota- do, ni cansado, de ningéin modo. Solo estoy midiendo cada una de mis palabras. —Pues a lo mejor deberias medirlas un poco mis rapido -le aconsejé Holly con delicadeza~. Estamos muy expuestos aqui. Artemis cerré los ojos, serenandose y recobrando la com- postura. VinyAya tamborileaba sobre la mesa con los dedos. —Se acabaron los retrasos, joven humano. Estoy empezan- do a sospechar que nos has involucrado en uno de tus famo- sos planes. —No. Se trata de una propuesta muy seria. Por favor, escu- chadme. —Es lo que estoy intentando. Es lo que quiero. He recorri- do un largo camino para eso exactamente, pero lo tinico que haces es presumir con tu maletin. URE: FORRRU ORE ®- 1 ROO@R 35 Artemis se Ilev6 las manos a la altura del hombro, el mo- vimiento para activar sus guantes virtuales, y dio unos golpe- citos sobre el glaciar. —Lo que tenemos que hacer es cubrir un rea importante de los glaciares del mundo con una capa reflectora para frenar el derretimiento, El recubrimiento tendria que ser més grue- so en los bordes, donde el hielo se esta derritiendo mas rapi- damente. También estaria bien que pudiéramos tapar los agu- jeros mas grandes de los sumideros glaciares. En un mundo perfecto, habria un montén de cosas que estarian bien —dijo Potrillo, haciendo afiicos una vez mas su promesa de guardar silencio eY no te parece que tu gente estard un pelin molesta si empiezan a aparecer de las profun- didades de la tierra pequefias criaturas en naves espaciales y se ponen a enmoquetar la cueva de Papa Noel con papel reflec- tante? -Ellos... Nosotros... si, se molestarian un poco. Por eso es por lo que esta operacién tiene que Ilevarse a cabo en secreto. ~;Cubrir los glaciares del mundo en secreto? No tienes mas que pedirlo. ~Acabo de decir, y creia que estabamos de acuerdo, que te guardarias tus opiniones para ti. Estas pullas constantes son ago- tadoras, la verdad. Holly le guifié un ojo a Potrillo, haciendo girar un lapiz en- tre los dedos. -El problema de recubrir los icebergs ha sido siempre @6mo colocar la capa reflectante —prosiguié Artemis—. Pare- ¢erfa que la Gnica manera de hacerlo seria a echar a rodar la @apa como si fuera una alfombra, ya sea de forma manual o PRUE GR-CRGR-Z-OBHR IIE 36 desde la parte posterior de algtin tipo de vehiculo oruga para nieve. —Lo que no puede ser una operacién muy secreta —replicé Potrillo. —Exacto. Pero zy si hubiera otra manera de colocar una ca- pa reflectante, una manera aparentemente natural? —Trabajar como lo hace la naturaleza? —Si, Potrillo. La naturaleza es nuestro modelo, siempre de- beria serlo. La habitacién parecia estar calentindose por momentos, a medida que Artemis se acercaba a su gran revelacién. —Los cientificos humanos han estado luchando para hacer sus plasticos o sus peliculas reflectantes lo bastante finas co- mo para poder trabajar con ellas, pero lo bastante fuertes como para resistir los elementos. —Idiotas. —Equivocados, centauro. No son idiotas, eso seguro. En tus propios archivos... —Si, consideré la posibilidad de la pelicula reflectora bre- vemente. Pero ;cdmo has visto ti mis archivos? No era una verdadera pregunta. Hacia mucho tiempo que Potrillo se habia resignado al hecho de que Artemis Fowl fue- se un hacker con el mismo talento que él mismo. —La idea basica es buena. Fabricar un polimero reflectante. Potrillo se mordisqueé los nudillos. —La naturaleza. Usar la naturaleza... —2Qué es lo més natural aqui arriba? —dijo Artemis, dando una pequefia pista. -E] hielo —contesté Holly-. El hielo y... FRBREAGkY+- ROBIE 37 -La nieve —susurré el centauro, en un tono casi reveren- cial~. Por supuesto. D’Arvit! Por qué no se me...? Es la nie- ve, verdad? Artemis levanté las manos enguantadas, y unos copos de nieve holografica lovieron sobre ellas. —La nieve —dijo, mientras la ventisca se arremolinaba a su alrededor—. Nadie se sorprenderia por la nieve. Potrillo se puso en pie. —Amplia la imagen —ordené—. Ampliala y mejérala. Artemis tocé un copo holografico y lo congelé en el aire. Con un par de pellizcos, amplié el sucedaneo de copo de nieve hasta que su anomalia se hizo visible: era irregularmen- te regular, un circulo perfecto. -Una nano-oblea —dijo Potrillo, olvidandose por una vez de disimular lo impresionado que estaba~. Una nano-oblea electronica auténtica. :Inteligente? Muy inteligente —confirmé Artemis-. Tanto como para saber como darse la vuelta cuando Ilega a la superficie y con- figurarse para aislar el hielo y reflejar el sol. ~De modo que impregnamos la totalidad del area nu- bosa? ~Exactamente, hasta el maximo de su capacidad. Potrillo se adentré en el tiempo holografico haciendo cho- gar los cascos contra el suelo. ~Y luego, cuando se rompa, tendremos cobertura. =Progresiva, eso es verdad, pero eficaz pese a todo. =Fangosillo, te felicito. Artemis sonrié, volviendo a ser el de siempre por un mo- mento. @MkK- AGRE PA:EG)N +8 - AGH: 38 —Bueno, ya iba siendo hora. Vinydya interrumpié el festival del amor por la ciencia. —A ver si lo he entendido bien. :Disparas esas obleas a las nubes y luego caen con la nieve? —Exacto. Podriamos dispararlas directamente a la superficie en los casos mAs graves, pero creo que, por seguridad, seria me- jor que las naves alimentadoras sobrevolasen la cubierta de nu- bes protegidas con el escudo. —zY puedes hacerlo? —Podemos hacerlo. El Consejo tendria que aprobar la crea- cién de una flota entera de lanzaderas modificadas, por no ha- blar de una estacién de seguimiento. A Holly se le ocurrié algo. —Esas obleas electrénicas no se parecen mucho a los copos de nieve. Tarde o temprano algiin humano con un microsco- pio se percatara de la diferencia. —En eso tienes raz6n, Holly. Tal vez no deberia meterte en el mismo saco con el resto de la PES con respecto a tu nivel de inteligencia. —Gracias, creo. —Cuando se descubran las obleas, cosa que ocurrira inevi- tablemente, pondré en marcha una campajfia en Internet que explicar su presencia al mundo, diciendo que se trata de un subproducto de una planta quimica de Rusia. También sefia- Jaré que, por una vez, nuestros residuos realmente estan ayu- dando al medio ambiente, y me ofreceré voluntario para fi- nanciar un programa que extender su cobertura. —:Hay algiin factor contaminante? —quiso saber Viny4ya. —No lo creo. Las obleas son totalmente biodegradables. OR AOU 2829-18 A) BO IRB: 39 Potrillo estaba entusiasmado. Se paseé por todo el hologra- ma entrechocando los cascos y aguzando la vista delante del disco de silicio ampliado. —Parece una muy buena idea. Pero ;lo es realmente? No esperards que las criaturas pongan el dinero de un presupues- to tan colosal y prolongado para un proyecto sin tener nin- guna prueba, Artemis. Que nosotros sepamos, podria tratar- se de otra de tus estafas. Artemis abrié un archivo en la pantalla. —Aqui estan mis extractos bancarios. Sé que son exactos, Potrillo, porque los he encontrado en tu servidor. Potrillo ni siquiera se molest en sonrojarse. —Si, parecen correctos. —Estoy dispuesto a invertir todo lo que tengo en este pro- yecto. Con eso deberia bastar para mantener cinco naves en el aire durante un par de afios. Al final, habr4 beneficios, co- mo es natural, cuando las obleas empiecen a producirse. Debe- tia recuperar mi inversién entonces, tal vez incluso conseguir unos beneficios respetables. Potrillo casi dio una arcada. «Artemis Fowl invirtiendo su propio dinero en un proyecto. Increible.» ~Por supuesto, no espero que las criaturas acepten nada de le yo diga asi, de buenas a primeras. Después de todo, no siem- pre he estado —Artemis se aclaré la garganta— muy dispuesto a eompartir la informacion en oc: Vinyaya se rid sin ganas. yMuy dispuesto, dices? Me parece que estas siendo un ones anteriores. poco benevolente contigo mismo, para ser un secuestrador y Wi extorsionador, Artemis. ;No siempre has estado muy dis- MY BR PRE DR GOLDERS 40 puesto? Por favor... Yo misma, sin ir mas lejos, estoy dispues- ta a comprarte tu idea, pero no todos los miembros del Con- sejo son tan caritativos contigo. —Acepto vuestras criticas y vuestro escepticismo, y por eso he organizado una demostracién. —Excelente —exclam6 Potrillo con entusiasmo-—. Pues cla- ro que habria una demostracién... ;Para qué otra cosa si no nos habrias traido hasta aqui? —Exacto, gpara qué si no? —¢Para realizar otro intento de secuestro y extorsién? —su- girié Vinydya maliciosamente. —Eso fue hace mucho tiempo —espet6 Holly, en un tono que, por regla general, no adoptarfa para dirigirse a un supe- rior—. Quiero decir... eso fue hace mucho tiempo, coman- dante. Artemis ha sido un buen amigo de las criaturas. Holly Canija estaba pensando concretamente en la vez en que, durante la rebelién de los goblins, las acciones de Arte- mis Fowl le habian salvado la vida de milagro, a ella y a mu- chos seres magicos mis. Vinydya también parecia recordar la rebelién de los goblins. —Muy bien. Es el momento de concederte el beneficio de la duda, Fowl. Tienes veinte minutos para convencernos. Artemis se dio cinco palmaditas en el bolsillo del pecho pa- ra comprobar que llevaba su teléfono. —No deberia tardar mas de diez —dijo. Holly Canija era una experta negociadora con rehenes y des- cubrié que, a pesar de la importancia del tema, su atencidn se S&-VUOSUIGBRIS EO -URBL&+s es 41 desplaz6 rapidamente de Jas nano-obleas electrénicas hacia lon estos de Artemis Fowl. Aunque hizo algtin que otro co- inentario a medida que se iba desarrollando Ja demostracién, era lo tinico que podia hacer para no tomar la cara de Arte- Mix en sus manos y preguntarle qué le pasaba. «Tendria que subirme a una silla para llegarle a la altura de la cara —se dio cuenta Holly-. Ahora mi amigo casi es un hombre hecho y derecho. Un humano de pies a cabeza. Tal vez esté luchando contra su innata sed de sangre y la lucha lo enté volviendo loco.» Holly estudié a Artemis con atencién. Estaba palido, mas que de costumbre, como una criatura de la noche. Un lobo de las nieves, tal vez. Los pémulos afilados y la longitud de la eara de forma triangular acentuaban la impresién. Y puede que fuse la escarcha, pero Holly creyé ver una franja de co- lor gris en sus sienes. «Parece mayor. Potrillo tenia raz6n: Artemis parece alguien. derrotado.» Luego estaba aquello de los ntmeros. Y lo de tocarlo todo, Los dedos de Artemis no se estaban quietos. Al princi- pio parecia fruto del azar, pero siguiendo una corazonada, Holly conté las veces y no tardé en descubrir el patr6n. Todo @ran cincos o miltiplos de cinco. «D'Arvit... pensd—. El complejo de Atlantis.» Hizo una rapida bisqueda en la Wicca-pedia y encontré lin breve resumen: «Complejo de Atlantis. Psicosis comin en- tre los delincuentes con sentimiento de culpa, diagnosticada per primera vez por el doctor E. Dypess, de la Clinica de Ce- tebrologia de Atlantis. Otros sintomas incluyen el comporta- wo BR BY -MOUGRIRE GA- 42, miento obsesivo, la paranoia, los delirios y, en casos extre- mos, trastornos de personalidad miltiple. El doctor E. Dy- pess también es conocido por su exitosa cancién “Tengo el cerebro dividido por tu culpa”». Holly pensé que lo dltimo seguramente era un guifio hu- moristico propio de la Wicca. Potrillo habia llegado a la misma conclusién sobre Artemis y se lo dijo exactamente asi en un mensaje de texto que en- vid con un zumbido al casco de Holly, que estaba en la mesa. delante de ella. Holly se tocé el visor para invertir la lectura y, a continua- cién, leer las palabras. «Nuestro chico se esti obsesionando. Atlantis?» Holly activé un teclado en gnémico en el visor y escribid Jentamente, para no lamar la atencién. «Puede ser. ;Cincos?» Envié el mensaje. «Si, cinco. Un sintoma clasico.» A continuaci6n, segundos mis tarde: «j{Una demostracién! Genial. Me encantan las demostra- ciones.» Holly logr6é mantener una expresiOn seria por si a Artemis le daba por dejar de contar y miraba hacia donde estaba ella. Potrillo nunca podia concentrarse en algo concreto demasia~ do tiempo, a menos que fuera uno de sus queridos proyectos. Debia de ser algo propio de los genios. Parecia como si los elementos islandeses contuviesen la respi- racién para la demostracién de Artemis. El aire inmévil esta- POR *DERFIRE-OT MIP REVOGR- 43 ba rasgado por jirones de bruma que flotaban como gasas in- maculadas. Las criaturas magicas notaron que los sensores térmicos de Mus trajes vibraban levemente al seguir a Artemis al exterior, hacia la parte posterior del restaurante. La parte de atras del establecimiento de Adam Adamsson resultaba atin menos im- presionante que la delantera. Fuesen cuales fuesen los apaticos esfuerzos que se hubiesen dedicado a convertir el Gran Bro- cheta en un lugar acogedor y hospitalario, era evidente que no se habian hecho extensivos a la parte posterior del edifi- clo, Un mural de ballenas, que parecia pintado por el propio Adanisson, como si hubiese utilizado un zorro Artico a modo de pincel, se detenia bruscamente sobre la puerta de servicio, decapitando asi a una pobre ballena yubarta. Ademis, en va- tlos puntos, amplias extensiones de yeso se habian descascari- Mado de la pared y habian caido en el barro y la nieve. Artemis condujo al pequefio grupo hacia una lona que cu- bria lo que parecia un cubo de grandes dimensiones. Potrillo solté un resoplido. -l)éjame ver si lo adivino: parece una simple lona normal y corriente, pero en realidad es tela de camuflaje con retro-~ proyeccién colocada de manera que parece una simple lona, qa que si? Artemis dio dos pasos ms antes de contestar, y luego hizo sefias a todos para que se quedaran en su sitio. Una gota de su- dor le resbalaba por la espalda, provocada por el estrés de es- tar perdiendo la batalla ante su comportamiento obsesivo. »No, Potrillo. Parece una lona porque es una lona —dijo, y afladio—. Si, una lona. Es una lona. IADR O-GIUORAUGH+-6R- UDG 44 Potrillo pestafie —3«Si, una lona. Es una lona»? 3Es que estamos en una de las operetas de Gilbert y Sullivan? —Eché la cabeza hacia atras y enton6é-: «Soy un centauro, si, un centauro es lo que soy.» Esto no te pega nada, Artemis. —Potrillo esta cantando —dijo Holly. Eso tiene que ser ile- gal, decidme que si, por favor... Vinydya chasqueé los dedos. —iBasta ya, nifios! Callaos y reprimid vuestro impulso na- tural de interrumpir a todas horas. Estoy ansiosa por ver esas nano-obleas en accién antes de subirme a una lanzadera rum- bo al cdlido niicleo de nuestro planeta. Artemis hizo una leve reverencia. —Gracias, comandante, se lo agradezco. «Cinco de nuevo —pens6 Holly~. Cada vez hay mas prue- bas.» Artemis Fowl hizo girar su mando en direcci6n a donde es- taba Holly Canija, como si estuviera presentandose a si mis- mo ante el piblico en un teatro. —Capitana, seré mejor que retires ttt la lona. Se te da de ma- ravilla destrozar cosas. Holly estaba practicamente entusiasmada por tener algo que hacer. Habria preferido mantener una seria conversacién con Artemis, pero al menos enfrentarse a una caja no imiplicaba tener que ingerir mas hechos cientificos. —Ser4 un placer —dijo, y se abalanzé sobre la lona como si hubiera insultado a su abuela. De repente aparecié un cuchillo que adornaba los nudillos de su mano derecha, y tres cuchilla- das certeras mis tarde, Ja lona cay6 revoloteando al suelo. BR Uh) GRP UVR GBD GH BR: 45 ~Y ya puestos, por qué no abres la caja también, capitana Canija? :Te importa? —dijo Artemis, deseando poder colar una palabra adicional para reforzar la frase. Inmediatamente, Holly se encaram6 a la caja y le asesté va- trios golpes con gesto decidido, hasta partirla en varios trozos. ~jCaramba! —exclamé Potrillo—. Eso me ha parecido ex- cesivamente violento, incluso para ti. Holly bajé al suelo y dejé una leve huella en la nieve. —jQué va. . Cos tapa. El pie ra- pido, un arte marcial milenario inspirado en los movimientos de los depredadores. ~Perd6n por no ponerme a dar saltos de entusiasmo ante un tema realmente tan fascinante. .. -se mof6 Potrillo, dando un bostezo. Artemis se alegré del intercambio de pullas, ya que aque- Ho des légico. Mientras las criaturas mgicas disfrutaban de su toma y da fe curvara un momento y luego encorvé los hombros, pero alguien se dio cuenta. =zArtemis? Era Holly, por supuesto. =gSi, capitana Canija? =g«Capitana»? 3Es que somos dos extraiios, Artemis? ! Mas bien es una cienci jaba la atencién de su falta de contacto con el mundo habitual, el muchacho dejé que su columna vertebral Artemis se tosié en la mano. Holly sospechaba algo. Tenia que acallar sus sospechas. No tenia mas que decir el ntimero en voz alta. »gExtrafios? No. Hace mas de cinco afios que nos cono- @eimos. QUA R-VOFD AREDRE D8 46 Holly dio un paso hacia él, con los ojos muy abiertos de preocupacién bajo la curva anaranjada de su visera. ~Todo esto del cinco, Arty. Me tiene preocupada. No eres el mismo Artemis de siempre. Artemis pas6 junto a ella hacia el contenedor que habia en Ja base de la caja. —gY qué otro Artemis iba a ser? —le solt6é bruscamente, cortando cualquier posible cuestionamiento sobre el estado de su salud mental. Aparté con impaciencia un pedazo de la bruma helada como si estuviera obstaculiz4ndole el paso de- liberadamente, y luego sefialé con su teléfono mévil hacia el contenedor para abrir los cierres electrénicos. El contenedor parecia y hacia el mismo ruido que una nevera normal y co- rriente, porque era un aparato achaparrado, de color blanco perlado y emitia un leve zumbido. —Justo lo que més falta les hace aqui en Islandia —mascullé Potrillo—: mas mAquinas de fabricar hielo. ~Ah, pero una maquina de fabricar hielo muy especial —sefialé Artemis, abriendo la puerta del frigorifico—. Una ca- paz de salvar los glaciares. —:También fabrica helados? —pregunté inocentemente el centauro, deseando que ojala su viejo compafiero de andan- zas Mantillo Mandibulas estuviese alli para poder chocar esos cinco, una practica tan pueril y pasada de moda que sin duda habria vuelto loco a Artemis... si no fuera porque ya estaba loco. —Has dicho que era una demostracién —intervino Viny4- ya-. Asi que demuéstranos algo ya de una vez. Artemis lanz6é una mirada asesina a Potrillo. BRUT ESV GRY-AZALY-OBUR 47 Sera un placer, comandante. Atencién. Dentro del contenedor habia un artilugio cuadrado de cromo que parecia un cruce entre una lavadora de carga su- perior y un cafién pequefio, aparte de la maraiia de cables y chips ubicada debajo de la parte central. -El Cubito de Hielo no tiene un disefio demasiado atrac- tivo, lo reconozco —dijo Artemis, activando el equipo me- diante un disparo de sefial infrarroja procedente del sensor de su teléfono-. Pero pensé que era mejor poner en marcha la produccién inmediatamente en lugar de pasar otro mes me- jorando el disefio de la carcasa. Formaron un corto alrededor del dispositivo, y Artemis no pudo evitar pensar que, si los estuviese vigilando un satélite, parecerian un grupo de niiios jugando a algo. Vinyaya tenia la cara pilida y le castafteteaban los dientes, @unque la temperatura apenas estaba por debajo de los cero grados. Hacia frio en términos humanos, pero era mucho mis incémodo para un ser magico. Vamos, humano. Enciende ya este Cubito de Hielo. No tenemos enano que perder. Una expresién propia de las criaturas magicas con la que Artemis no estaba familiarizado, pero ya adivinaba lo que po- din significar. Miré su teléfono. -Enseguida, comandante. Lanzaré la primera hornada de hano-obleas en cuanto cualquier cacharro volante que atra- viese el espacio, sea cual sea, se mueva. Holly consulté la lectura del comunicador de su visor. No hay nada moviéndose en el espacio aéreo, Fangosillo. No hay nada més que una lanzadera protegida con escudo que IROQ*ROHRIU OM ABALBA: 48 te hara mucha pupa si intentas poner en practica alguna de tus triquifiuelas. Artemis no pudo reprimir un gemido. —No hay ninguna necesidad de que me sueltes una de tus charlas, capitana. Te aseguro que hay una nave descendiendo a través de la atmésfera. Mis sensores lo captan con toda claridad. Holly empujé la mandibula hacia adelante. —Pues mis sensores no captan nada. —Es curioso, porque mis sensores son vuestros sensores —res- pondié Artemis, Potrillo estamp6 una pezufia contra el suelo y resquebrajé el hielo. —jLo sabia! ;Es que ya nadie respeta nada? Artemis se encogié de hombros. —Vamos a dejar de fingir que no nos pasamos la mitad del tiempo espidndonos los unos a los otros. Yo leo vuestros ar- chivos y vosotros leéis los archivos que yo os permito robar. Hay una aeronave que parece estar dirigiéndose directamen- te hacia nosotros, y tal vez vuestros sensores la captarian si uti- lizaseis algunos de los mismos filtros que utilizo yo. Holly se acordé de algo. 20s acordiis de la nave de Opal Koboi? :La que constru- yo en su totalidad con mena sigilosa? Nuestros técnicos no po- dian detectarla, pero Artemis sf. Artemis arque6 las cejas, como queriendo decir: «Si hasta la agente de policia lo entienden. —Simplemente, busqué lo que deberia estar alli pero no es- taba: gases de efecto ambiental, contaminaci6n residual y esa clase de cosas. Siempre que encontraba un vacio aparente, FEVO BR -UHE-GHUM-10Of I&e- 49 también encontraba a Opal. Desde entonces he aplicado la misma técnica a mis exploraciones generales. Me sorprende que no hayas aprendido todavia ese pequefio truco, consultor «experto» Potrillo. ~Tardaré aproximadamente dos segundos en sincronizar con nuestra lanzadera y realizar una prueba de ambiente. Vinyaya fruncié el cefio y fue como si su irritacién se pro- pagara por el aire como una ola de calor. —Pues hazla entonces, centauro. Potrillo activé los sensores de sus guantes y se colocé un monéculo amarillo sobre un ojo. Una vez equipado con la tec- nologia inalambrica, realiz6 una complicada serie de parpa- deos, guifios y gestos mientras interactuaba con un sistema virtual invisible para todos excepto para él. Para cualquiera que lo estuviera observando, pareceria como si el centauro hubiese inhalado pimienta mientras dirigia una orquesta ima- ginaria. No era un especticulo demasiado agradable, y por eso la mayoria de la gente sola utilizar siempre hardware con cables. Al cabo de bastante mas de dos segundos, Potrillo dejé re- pentinamente de ejecutar sus estrambéticos ejercicios y apoyd Jas palmas de las manos sobre sus rodillas. ~Esta bien —dijo, jadeando—. En primer lugar, que quede claro que yo no soy un simple técnico. Y, en segundo lugar, @t posible que un vehiculo espacial no identificado de gran- des dimensiones se dirija hacia nosotros a gran velocidad. Holly desenfundé su arma inmediatamente, como si pu- diera derribar de un disparo a una nave espacial que ya se es- tuviese precipitando sobre ellos. VORGAIRU-AD-UMVIVORE+- 50 Artemis corrié junto a su Cubito de Hielo, extendiendo los brazos con aire maternal, y luego se paré en seco, literal- mente, a medida que una fuerte sospecha iba anidando en su corazon. -Es tu nave, Potrillo. Admitelo. —No, no lo es —protesté Potrillo—. Si ni siquiera tengo aero- nave. Voy al trabajo en cuadrocicleta. Artemis trat6 con todas sus fuerzas de vencer la paranoia, hasta que le temblaron las manos, pero no parecia haber otra explicacién para la llegada de una nave extrafia precisamente en aquel momento. —Estas intentando robarme mi invento. Es igual que aque- Ila vez en Londres, cuando trataste de intervenir en la opera- cién del Cubo B. Holly no aparté la mirada del cielo, pero se dirigié a su amigo humano. —Yo salvé a Mayordomo en Londres. A Artemis le temblaba ya todo el cuerpo. —;Seguro? :O lo volviste contra mi? —Sus propias palabras le repugnaban, pero salian a través de sus labios como escara- bajos asomando por la boca de una momia~. Fue entonces cuando 0s aliasteis contra mi, no es cierto? ;Cudnto le ofre- cisteis? Durante una larga vaharada de nicbla, Holly se quedé sin habla, pero entonces dijo: —zOfrecerle algo a Mayordomo? Mayordomo jamais te trai- cionaria. ;Nunca! ;Cémo puedes pensar eso, Artemi Artemis se miraba los dedos como si esperase que fuesen a atacarlo y estrangularlo en cualquier momento. 10 MUDIRER + -BV FR ORG R- 51 —Sé que estas detras de todo esto, Holly Canija. Nunca me has perdonado por el secuestro. —Necesitas ayuda, Artemis —respondié Holly, harta ya de no abordar el problema directamente-. Creo que es posible que suftas una enfermedad. Puede que tengas algo que se Ila- tna el complejo de Atlantis. Artemis se tambaleé hacia atras y se chocé con los cuartos traseros Potrillo. ~Lo sé —dijo lentamente, observando cémo su propia res- pira confuso. Veo cosas, sospecho de todo el mundo... El cinco. El cinco est4 por todas partes. -Como si fuésemos capaces de hacerte dafio, Artemis... i6n cobraba forma ante él-. Ultimamente, todo es muy dijo Potrillo, acariciando el pelo alborotado del muchacho. =No lo sé. :No lo hariais? ;Por qué no? Tengo la misién mas importante que puede haber en la Tierra, mas impor- tante que la vuestra. Holly estaba llamando a la caballeria. ~Hay una nave de mantenimiento en la atmo —dijo a tra- véx de su intercomunicador, utilizando la jerga propia de los tloldados, que parecia m4s confusa que hablar con claridad—. Bajad hasta mis siete para evacuaci6n. Ipso facto. Una aeronave de las criaturas magicas se hizo visible a sie- f@ metros de altura. Se materializ6, pieza por pieza, de proa a popa, y los soldados que iban en el interior se hicieron visi- bles un breve instante antes de que se solidificase la carcasa. Agquella imagen parecié confundir atin mas a Artemis. =4Es asi como me vais a detener? :Me vais a asustar para que me suba a bordo y luego me robaréis mi Cubito de Hielo? ALM IOC+BRS-UIGRHGIIRY |: ag —Contigo siempre hay algiin cubo de por medio —comen- t6 Potrillo, sin que viniera a cuento—. ;Qué tienen de malo las esferas, con lo bonitas que son? ~iY ta, centauro! —dijo Artemis, sefialandolo con un dedo acusador—. Siempre metido en mi ordenador. ;También estas dentro de mi cabeza? Vinyaya se habia olvidado del firio. Se quité el pesado abri- go de encima para ganar libertad de movimientos. —Capitana Canija, el humano loco es tu contacto: contré- lalo hasta que salgamos de aqui. No podia haber usado una frase menos afortunada. —3Controlarme? Es eso lo que has estado haciendo todo este tiempo, capitana Canija? Ahora Artemis estaba tiritando, como si una corriente de aire frio le recorriera todo el cuerpo. —Artemis —dijo Holly en tono apremiante—. ;No te gusta- ria dormir un ratito? :Echar una cabezadita en algéin lugar ca- lentito? La idea de una buena siesta se acomod6é en algiin rincén del cerebro de Artemis. -Si, Dormir... Puedes hacer eso, Holly? Holly dio un lento paso hacia delante. ~Por supuesto que puedo. Solo se necesita un pequeiio en- canta, Cuando te despiertes, seras un hombre nuevo. Los ojos de Artemis se hicieron de gelatina, —Un hombre nuevo... Pero ;qué pasa con EL PROYEC- TO? «Ahora, con cuidado —pens6 Holly-. Hay que moverse con suavidad.» BERIT RPRE: 8-BOR BE BOR-DE- 53 —Podemos ocuparnos de eso cuando te despiertes. -Empe- 26 a hablar insuflando una imperceptible cantidad de magia a cada una de sus palabras; a Artemis le sonaria como el tinti- neo de unas campanas de cristal en cada consonante. —Dormir... —dijo Artemis, en voz muy baja para que el volumen no rompiera en afiicos la palabra. Dormir, tal vez sofiar... ~2Y ahora citamos a Shakespeare? —exclamé Potrillo-. De verdad tenemos tiempo para esto? Holly le hizo callar fulminandolo con la mirada, y luego dio otro paso hacia Artemis. —Solo unas pocas horas. Podemos Hevarte lejos de aqui, de lo que viene de camino por el aire. —Lejos de aqui’ ~Y entonces podremos hablar sobre el proyecto. El piloto de la lanzadera suaviz6 su maniobra de acerca- miento, trazando una huella de poca profundidad en la su- —repitié el muchacho atribulado. perficie con su estabilizador trasero. La cacofénica fragmen- acion de las placas de hielo, tan finas que parecian de azticar glas, basté para que las pupilas de Artemis se engrosasen de nuevo. -No -exclamé, con voz chillona esta vez—. Nada de ma- gia. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Quedaos quietos en vuestro sitio. Una segunda aeronave hizo acto de aparicién, materiali- zAndose de repente en la lejana linea del horizonte, como si se hubiese estrellado contra él a través de una dimensién al- ternativa. Enorme y elegante como el helado en espiral de un cucurucho, equipada con propulsores traseros y un motor BOB dO MOCOh +1) AMD - 54 independiente que se separé del cohete principal y salié dis- parado dando vueltas en las tupidas nubes grises. Para ser una nave tan gigantesca, hacia muy poco ruido. Artemis se quedé perplejo al ver aquello. «Alienigenas? —fue lo primero que pens6, pero luego, se dijo: Un momento, no, no son alienigenas. Yo he visto esto antes. Un esquema por lo menos.» Potrillo estaba pensando exactamente lo mismo. —2Os digo una cosa? Esa nave me resulta familiar. Fragmentos enteros de la nave gigante parpadeaban ha- ciéndose visibles e invisibles, alternativamente, a medida que se iba enfriando desde su brusca entrada en la atmésfera, o reen- trada, tal como se veria después. —Es una de las naves de vuestro programa espacial —dijo Ar- temis con tono acusador. —Puede ser —admitié Potrillo, al tiempo que un rubor de culpabilidad le teiia las mejillas traseras, otra raz6n por la que siempre perdia jugando al péquer-. Es dificil saberlo con tan- tos movimientos erraticos y todo eso. La lanzadera de la PES aterrizé al fin y accioné una esco- tilla en el lado de babor. ~Todos dentro —-ordené Vinyaya—. Tenemos que poner tie- rra y aire de por medio entre nosotros y esa aeronave. Potrillo iba tres o cuatro pasos por delante. —No, no, es una de las nuestras. No deberia estar aqui, pe- To todavia podemos controlarla. Holly solté un bufido. —Si, ya lo veo. Hasta ahora la has estado controlando estu- pendamente. HYUN AOCOR-1 bw 1B 55 Aquel comentario fue la gota que colmé el vaso de la pa- clencia del centauro, y al final, exploté, alzandose majestuo- 4amente sobre las patas traseras para, acto seguido, estrellar los eascos delanteros contra la fina capa de hielo del suelo. ~{Ya basta! —rugié—. Tenemos una sonda espacial abalan- vandose sobre nosotros. Y aunque su generador nuclear no llegue a explotar, la onda expansiva del impacto bastard por si tola para destruirlo todo en un radio de veinticinco kiléme- tros, asi que, a menos que esa lanzadera vuestra pueda viajar a otra dimensién, subirnos a ella nos resultar4 tan dtil como lo seria tu presencia en un congreso cientifico. Holly se encogié de hombros. ~Muy bien, y entonces, :qué sugieres? ~Te sugiero que te calles y me dejes a mi solucionar el pro- blen El término «sonda» suele evocar la imagen de un pequefio satélite, tal vez con algunos contenedores para muestras en la bodega, y puede que equipado con varios paneles solares de maxima eficiencia adheridos a la parte posterior. Sin embar- G0, aquella maquina era el polo opuesto de esa imagen: era enorme y de movimientos violentos, puesto que sacudia el alre al atravesarlo a bandazos, avanzando a saltos y trompico- Aes, y arrastrando tras de si motores sujetos con una especie de cadenas como si fueran esclavos. Ese cacharro... -murmuré Potrillo, al tiempo parpadea- ba para activar su monéculo—. Parecia mAs simpatico cuando lo disefié. Los soldados recibieron érdenes de mantener sus posicio- Nes, y la totalidad del grupo no pudo hacer otra cosa mas que HH -UdT6Od -MIORU -REHL-R- 56 observar cémo la nave gigante se abalanzaba sobre ellos, emi- tiendo un sonido cada vez mis fuerte a medida que se activa- ba su dispositivo de insonorizaci6n. La friccién atmosférica tiraba de la sonda dando zarpazos, arrancindole enormes pla- cas octogonales del casco. Y durante todo ese tiempo, Potrillo trataba desesperada- mente de hacerse con el control de la nave. —Lo que estoy haciendo es intervenir las antenas de la nave para conseguir introducirme en el ordenador de la sonda, a ver si puedo encontrar el fallo y entonces tal vez programar una agradable suspensién a treinta metros de altura. Tampo- co estaria mal un poco mis de escudo. —Menos explicaciones —dijo Viny4ya, apretando los dien- tes— y mis arreglar ese trasto. Potrillo siguié en su linea de decir tonterias mientras con- tinuaba trabajando. —Vamos, comandante. Sé que ustedes los militares se pi- rran por estas situaciones de tensién. Mientras se producia aquel intercambio, Artemis perma- neci inmévil como una estatua, consciente de que, si se aban- donaba a los temblores, estos lo engullirian tal vez para siem- pre y estaria perdido. «Qué ha sucedido? —se pregunté—. Soy 0 no soy Artemis Fowl? Entonces se dio cuenta de algo. «Esa nave tiene cuatro motores. Cuatro.» «Muerte.» Como para confirmarle sus pensamientos, 0 incluso moti- vado por esos pensamientos, un rayo anaranjado de energia Vd AlRVORALLRUKIIRIA 57 ‘@parecid en el morro de la nave. Se dirigia hacia ellos, emi- tlendo un sonido muy desagradable y recordando mucho a un tayo exterminador en la antesala de la muerte. Energia naranja —sefialé Holly, apuntandola con un arma \neorporada en el dedo-. Té eres el encargado de dar las ex- plicaciones, Potrillo, Explica eso. «No te preocupes, inteligencia inferior —repuso Potrillo, desplazando los dedos por el teclado a toda velocidad—. Esa fave no va armada. Es una sonda cientifica, por el amor de lon dioses. Ese rayo de plasma es una herramienta para cortar el hielo, nada mas que eso. Artemis ya no pudo contener los temblores por mas tiem- po, y su delgado cuerpo empezo a dar sacudidas. Cuatro motores —dijo, con los dientes castafieteandole-. Bl e~c-cuatro es la muerte. Vinydya hizo una pausa cuando se dirigia a la pasarela para argeder tte le escapé de la capucha. ~Muerte? :De qué esta hablando? Antes de que Holly pudiera responder, el haz de plasma na- la nave. Se volvié, y un mechén de cabellos de ace- taija Xe puso a burbujear alegremente un momento y luego dinpard directamente al motor de la lanzadera. No, no, no —dijo Potrillo, hablando como si se dirigiera wh alumno travieso—. Eso no est4 nada bien. Observaron horrorizados cémo la lanzadera se consumia @h Una bola de fuego abrasador, que hizo que la carcasa me- tilicw se volviera transparente el tiempo suficiente para que prdieran ver cOmo los soldados se retorcian dentro de la fave, MA HOR) PBR+-B EBREY &- 58 Holly bajé unos metros y se dirigié en picado hacia Vinya- ya, que estaba abriéndose camino entre las llamas para resca~ tar a sus soldados, atrapados en el interior. —jComandante! Holly Canija se movié con rapidez y alcanz6 a agarrar un guante de Viny4ya antes de que uno de los motores de la nave explotara y Holly saliera despedida dando vueltas a través del aire Ilameante hacia el tejado del restaurante Gran Brocheta. Se qued6 sacudiendo los brazos y las piernas en el tejado de piza~ rra como una mariposa clavada con un alfiler, mirando estiipi- damente el guante que sostenia en la mano. El software de re- conocimiento de su visor mostraba Ja cara de la comandante Vinydya y un icono de advertencia parpadeaba con suavidad. «Lesién grave del sistema nervioso central con resultado de muerte», anunciaba un texto que aparecia en su pantalla. Holly sabia que el equipo estaba repitiéndole lo mismo al oido, pero ella no lo ofa. «Por favor, aislen la zona y Ilamen a los servi- cios de emergencia.» zLesién grave con resultado de muerte? Aquello no podia estar pasando de nuevo. En ese nanosegundo, su memoria retrocedié hasta la muerte de su anterior comandante, Julius Remo. La realidad volvié a imponerse con una ola de fuego que convirtié el hielo en vapor e hizo estallar los sensores de ca- lor de su traje. Holly hundié los dedos en la nieve sucia del tejado y to- m6 impulso para incorporar la parte superior de su cuerpo. La escena se desarrollaba a su alrededor como una pelicula mu- da, ya que los filtros de sonido de su casco se habian expan- VAY: ChBS- DE- CKEOw-UdIOETO 59 dido y roto en el nanosegundo transcurrido entre el estallido y el golpe. Todos los ocupantes de la nave habian desaparecido... eso estaba claro. «No digas que han desaparecido, di mejor que han muer- to... eso es lo que ha pasado.» —jReacciona! —se dijo en voz alta, golpeando el tejado con el pufio para enfatizar cada silaba. Ya habria tiempo para llo- rar después; la situacién critica no habia pasado todavia. «:Quién no ha muerto?» Ella no estaba muerta. Le manaba sangre de alguna herida, pero estaba viva. Las suelas de sus zapatos echaban humo. «Vinyaya... |Oh, dio: «Olvidate de VinyAya por ahora.» Y en un montén de nieve por debajo de los aleros vio ga- lopar las patas de Potrillo, pero del revés, boca abajo. «3No es gracioso? :Deberia reirme?» Pero :donde estaba Artemis? De repente, los latidos del corazon de Holly le reverberaron en los oidos y la sangre se Je agolpé en las sienes. «Artemis.» A Holly le resulté mis dificil de lo que se suponia poner- se en cuclillas, y en cuanto logré apoyar firmemente las rodi- llas en el suelo, los codos cedieron y acabé prdcticamente en Ja misma posici6n en la que habia empezado. «Artemis. ;Dénde estas?» Luego, por el rabillo del ojo, Holly vio a su amigo co- rriendo a través del hielo. Aparentemente, Artemis habia re- sultado ileso, salvo por una ligera cojera en la pierna izquier- BRO-RDRY CURB -w-DE-COMs- 60 da. Se alejaba lenta pero decididamente de la nave en llamas. Lejos del estruendo y el ennegrecimiento del metal, que iba contrayéndose, y del goteo de mercurio de la mena sigilosa, que habia alcanzando al fin su punto de fusién. «Adénde vas?» No estaba huyendo, de eso estaba segura. De hecho, Arte- mis parecia avanzar directamente hacia la trayectoria de la son- da espacial, que seguia su movimiento descendente. Holly traté de gritar para advertirlo. Abrié la boca pero so- lo pudo toser humo. El aire sabia a humo y a batalla. —Artemis —acerté a decir con aliento entrecortado después de varios intentos. Artemis la miré. —Ya lo sé! Je respondié, gritandole con la voz quebrada—. Parece como si el cielo se estuviera cayendo, pero no es ver- dad. Nada de esto es real, ni la nave, ni los soldados, nada de todo eso. Ahora me doy cuenta. Veras, he estado... sufrien- do alucinaciones. —jReacciona, Artemis! —grit6 Holly, sin reconocer su pro- pia voz, sintiendo como si su cerebro enviase sefiales a la boca de otra persona~. Esa nave es real. Te aplastara. —No, no, ya lo veras. —Artemis sonreia confiadamente—. Un producto de mi trastorno delirante, eso es lo que es esa nave. Simplemente he construido esta vision a partir de un viejo recuerdo, uno de los planos de Potrillo que examiné sin que él lo supiera. Tengo que enfrentarme a mis problemas psico- logicos. Cuando ya me haya demostrado a mi mismo que to- do es producto de mi imaginacién, entonces podré retenerlo ahi dentro. BRAVHE AVR: 61 Holly avanzé a gatas por el tejado, sintiendo un hormigueo por todo el cuerpo a medida que la magia reparaba sus érganos internos. Estaba recuperando la fuerza, pero muy lentamente, y las piernas le pesaban como si fueran tuberias de plomo. —Esctichame, Artemis. Confia en mi. —jNo! —grité Artemis~. No confio en ninguno de voso- tros... Ni en Mayordomo, ni siquiera en mi propia madre. ~Artemis se encogié de hombros-. Ya no sé qué creer ni en quién confiar, pero si s¢ que no puede haber una sonda espa- cial haciendo un aterrizaje forzoso precisamente aqui, y justo en este momento. Las probabilidades en contra son demasia- do astronémicas. Mi cerebro me esta jugando malas pasadas y tengo que demostrarle quién manda aqui. Holly escuch6é mas o menos la mitad de su perorata, pero habia oido lo suficiente para darse cuenta de que Artemis se estaba refiriendo a su propio cerebro, en tercera persona, lo que era una sefial inequivoca de alarma, independientemen- te de las teorfas psicolégicas que se suscribieran. La nave seguia su inexorable avance hacia ellos, indiferen- te a la falta absoluta de fe, por parte de Artemis, en su exis~ tencia, enviando ondas de choque a diestro y siniestro. Para tratarse de un simple recuerdo, la verdad es que parecia muy real, pues cada una de las placas exhibja las marcas de las vici- situdes del viaje espacial. En el cono del morro Ievaba gra- badas unas largas estrias irregulares, como cicatrices provocadas por unos rayos, y unas muescas que parecian perdigonazos salpicaban el fuselaje. Faltaba un trozo semicircular irregular en uno de los tres alerones, como si una criatura del espacio sideral le hubiese pegado un mordisco a la nave al pasar, y ha- XOROAB VE BRAIMEA RORY bia unos liquenes de colores extrafios ocupando el cuadrado que una placa del casco habia dejado vacante. Incluso Artemis no tuvo més remedio que admitirlo. —No parece una nave particularmente etérea. Debo de te- ner una imaginacién mucho mis desbordante de lo que pen- saba. Dos de los silenciadores de Ia nave estallaron en rapida su- cesin, y el rugido del motor inundé la béveda de cielo gris. Artemis sefialé a la nave con un dedo rigido. —jNo eres real! —grité, aunque no oja sus propias palabras. La nave habia descendido lo bastante para que Artemis pu- diese leer el mensaje escrito en varios alfabetos y pictogramas en el cono del morro. —En son de paz —murmuré, y pensé: «Cuatro palabras. Muerte». Holly también estaba pensando, en imagenes de tragedia y destruccién que desfilaban por su mente de forma intermi- tente como las luces de un vagén de tren, pero habia otra idea que se iba abriendo paso firmemente a través del caos. «No puedo llegar a él desde este tejado. Artemis va a mo- rir, y yo no puedo hacer otra cosa mas que mirar.» Y acto seguido, tuvo un pensamiento de lo mis curioso en el dltimo momento. «Mayordomo me va a matar.» Bho @V-RIOFHU-US OR BA] VA: CAPITULO 2: LA PRITICESA DE jADE Y EL OSO LOCO La nocue anterior En Cancin, México EL HOMBRE que conducia el Fiat 500 de alquiler mascullaba una maldicién tras otra mien- tras su pie gigantesco machacaba los pedales di- minutos del freno y el acelerador, después de que #1 coche, también infimo, se le hubiese calado por enésima vez. Tal vez me resultaria un pelin més facil conducir esta mi- Watura de coche si pudiera sentarme en el asiento trasero para no tener las rodillas encajadas en la barbilla», razond el hombre. ¥ después de pensar eso, se detuvo bruscamente jun- toa la orilla que rodeaba la espectacular laguna de Cancin. Wajo el reflejo de la luz ge un millar de faroles que titilaban #1) lox balcones de las suites de lujo, realizé un acto de van- dalitimo en el Fiat que sin duda le descontarian de la fianza y, poriblemente, lo catapultaria al primer puesto en la lista ne- gra de la compatiia de coches de alquiler Hertz. Ax{ est mucho mejor—grufié el hombre, y arrojé el asien- to del conductor por Ja ventanilla. KIS ORR AOOR: CBRO: MIO 64 «La culpa es toda de esos de Hertz —pens6, siguiendo su pro- pio razonamiento-—. Eso les pasa por insistir en darle un coche de juguete a un hombre de mi envergadura. Es como inten- tar cargar balas del calibre 50 en un revélver Derringer de bolsillo. Completamente absurdo.» Se acomodé como pudo frente al volante y, conduciendo desde el asiento trasero, se incorporé a la caravana de coches, que, a pesar de ser ya cerca de la medianoche, iban mis apre- tujados que los vagones de un tren. «jYa voy, Juliet! —Apreté el volante como si pudiera ser una amenaza para su hermanita—. Voy de camino.» Por supuesto, el conductor de aquel Fiat tan chapuceramen- te remodelado no era otro que Mayordomo, el guardaespal- das de Artemis Fowl, aunque no siempre lo habian conocido por ese nombre. A lo largo de su carrera como mercenario, Mayordomo habia adoptado muchos «nombres de guerra» para proteger a su familia de posibles represalias. Una banda de piratas somalies lo conocia como el Caballero George; en Arabia Saudita, habia prestado sus servicios durante un tiem- po con el nombre de Capitan Steele (Artemis lo habia acu- sado mis adelante de sentir debilidad por lo melodramiatico), y durante dos afios, una tribu peruana, los isconahua, solo co- nocia al misterioso gigante que protegia a su pueblo de una agresiva multinacional maderera como «el fantasma de la sel~ va». Naturalmente, desde que se convirtiera en el guardaes- paldas personal de Artemis Fowl, ya no tuvo tiempo para mas proyectos paralelos. Mayordomo habia viajado hasta México ante la insistencia de Artemis, a pesar de que no habia tenido que insistir de- @wmURFbe-VUVECR: UH 1 hUG 65 Masiado una vez que Mayordomo hubo leido el mensaje en el teléfono inteligente de su protegido. Esa mafiana, estaban 1 plena sesién de artes marciales cuando habia sonado el te- \étono, Era una versién polifénica del «Miserere» de Morri- one, lo que significaba que habia llegado un mensaje. Nada de teléfonos en el dojo, Artemis le habia reprendi- de Mayordomo-. Ya conoces las reglas. Artemis habia descargado un golpe mis sobre la platafor- Ma, un movimiento seco con la izquierda con muy poca flerza y atin menos precision, pero al menos ahora sus golpes aterrizaban dentro de la plataforma. Hasta hacia nada, los golpes de Artemis se desviaban tanto del objetivo que, en el €ano de un combate de verdad en la calle, cualquier transein- te podia correr mas peligro que el agresor. ~S{, conozco las reglas, Mayordomo —dijo Artemis, jadean- do mientras pronunciaba la frase—. El teléfono est apagado, feguro, Lo he comprobado cinco veces. Mayordomo se quité una almohadilla, que en teoria pro- tegia las manos del portador de cualquier golpe, pero en este @ano protegia los nudillos de Artemis de una manaza tan gran- de como una pala. Puede que el teléfono esté apagado, pero suena de todos niodos. Artemis inmovilizé un guante entre las rodillas y tiré de él para sacar la mano. =S{, lo tengo en modo de emergencia. Seria una irrespon- sabilidad por mi parte no comprobarlo. =Hablas un poco raro —coment6é Mayordomo-. Como... farpado 0 algo asi... ¢Estas... contando las palabras? WHS RIG TOV-FHBL RGR THE 66 —Eso es claramente ridiculo... si —contesté Artemis, son- rojandose—. Solo escojo con cuidado todo, —Corrid hacia su teléfono, que habia disefiado él] mismo con una plataforma operativa que combinaba la tecnologia de los seres magicos con tecnologia humana~. El mensaje es de Juliet —dijo, con- sultando la pantalla tactil de siete centimetros. El malhumor de Mayordomo se disip6 de inmediato. —gJuliet enviando un mensaje de emergencia? ;Qué dice? Sin contestar a su pregunta, Artemis le pasé el teléfono, que parecié encogerse cuando la mano gigantesca de Mayordo- mo lo envolvid. El mensaje era breve y urgente. Cinco palabras solamente. «Tengo problemas, Domovoi. Ven solo.» Mayordomo apreté el teléfono con los dedos hasta que la carcasa empez6 a resquebrajarse. Los nombres de pila de to- dos los guardaespaldas de la categoria del Diamante Azul se guardaban celosamente en secreto, y el mero hecho de que Ju- liet hubiese invocado su nombre para Ilamarlo era un claro in- dicio del grave peligro en que se encontraba. —Naturalmente, te acompafio, Mayordomo —afirmé Arte- mis con rotundidad—. Mi teléfono puede rastrear esa llamada hasta localizar su procedencia casi exacta, y podemos estar en cualquier lugar del mundo en menos de un dia. Las facciones de Mayordomo delataban la lucha que se es- taba librando entre su faceta de hermano mayor y el profesio~ nal frio y distante que habitaba en su interior. Al final, el pro- fesional se alz6 con la victoria. —No, Artemis. No puedo poner tu vida en peligro. —Pero... DBR UBBIR BR UILIMOVUG: 67 —No. Yo tengo que ir, y tii vas a volver a la escuela. Si Ju- liet se ha metido en algin lio, tengo que actuar con rapidez, y si ademas tuviera que cuidar de ti, seria una responsabilidad doble para mi. Juliet sabe que me tomo mi trabajo muy en se- rio, y nunca me pediria que fuera solo a menos que la situa- cién fuese realmente peligrosa. Artemis empezé a toser. —No sera realmente peligrosa... Tal vez Juliet est4 mas bien... incémoda, pero seguro que no corre ningiin peligro real. De todos modos, deberias salir cuanto antes... Le arrebaté el teléfono de las manos y tocé la pantalla. —Canctin, México, ahi debes ir. Mayordomo asintié con la cabeza. Aquello tenia sentido. Juliet estaba de gira con un grupo de lucha libre mexicano, la~ brandose una reputacién para su personaje, la Princesa de Jade, y rezando por recibir esa llamada magica de la World Wrest- ling Entertainment. —Canctin —repi . Nunca he estado alli. No hay dema- siado trabajo para la gente como yo. Demasiado seguro. —Tienes el jet privado a tu disposicién, naturalmente —dijo Artemis, que luego fruncié el cefo, pues no estaba satisfecho con la longitud de la frase—. Esperemos que esto no sea més que un simple... malentendido. Mayordomo miré bruscamente a su joven protegido. Al muchacho le pasaba algo, estaba seguro de ello, pero en el rin- cén de su cerebro reservado a la preocupacién por el prdji- mo, en esos momentos solo habia espacio para Juliet. —Esto no puede ser un malentendido —dijo en voz baja, y luego afiadié con més firmeza—: Y quienquiera que sea el ZBR PPR: MRUBRIEB-@ OB 68 causante del envio de este mensaje, se va a arrepentir. —Para dejar bien claro esta tiltima afirmacién, dejé que su faceta de hermano mayor aflorase a la superficie por un momento y golpeé a un maniqui de entrenamiento con tanta fuerza que la cabeza de madera salié disparada por los aires y gir sobre la colchoneta de entrenamiento como si fuera una peonza. Artemis recogié la cabeza del suelo y le dio unas palmadi- tas en la coronilla media docena de veces —Si, me parece que ya se debe de estar arrepintiendo —dijo, con un murmullo similar al crujido de las hojas secas. mis © menos. Asi que en esos momentos, Mayordomo avanzaba con lenti- tud exasperante por el trafico de Canciin de tltima hora de la tarde, con la cabeza y los hombros aplastados contra el techo del Fiat. Se habia olvidado de reservar un coche, por lo que no habia tenido mas remedio que aceptar lo que aquella buena sefiora de Hertz tenia en el aparcamiento. Un Fiat 500. Un coche estupendo para desplazarse por la ciudad en el caso de un adolescente enclenque, pero no tanto para un mastodon- te de cien kilos de peso. «Un mastodonte de cien kilos desarmado...», cay6 en la cuenta Mayordomo. En general, el guardaespaldas siempre Ilevaba consigo unas cuantas armas a todas las fiestas que es- tuviese a punto de aguar, pero en este caso, el transporte aéreo regular era mAs rapido que el jet privado de los Fowl, por lo que Mayordomo no habia tenido mas remedio que abando- nar su arsenal en casa, incluida su querida Sig Sauer, lo que por poco le arranca una l4grima. Habia tenido que enlazar g B+, U@- RED eV Z- ORGAO 69 con el siguiente vuelto de conexién en Atlanta, y a los mari- nes de la aduana no les habria sentado nada bien que alguien intentase entrar en Estados Unidos armado hasta los dientes, sobre todo si tenia toda la pinta de pretender atentar contra la Casa Blanca con varios cinturones de municién. Mayordomo se habia sentido algo asi como huérfano des- de que habia dejado a Artemis atrés. Durante mas de quince afios, habia pasado la mayor parte de su tiempo comprometi- do con actividades relacionadas con Artemis. Al verse practi- camente solo viajando en business class de un vuelo transat- lantico, con varias horas de inactividad forzada, sin poder dormir por la preocupacién que sentia por su hermana, sus pensamientos derivaron de forma natural hacia Artemis. Ultimamente, su protegido habia cambiado, de eso no habia ninguna duda. Tras su regreso de Marruecos el afio anterior, donde habian salvado una especie en peligro de extincién, habia sufrido un cambio radical en su comportamiento, defi- nitivamente. Artemis parecia menos abierto de lo habitual, y eso que, normalmente, era tan abierto como la camara aco- razada de un banco suizo. Ademds, Mayordomo se habia dado cuenta de que Artemis parecia obsesionado con la colocacién de los objetos, algo a lo que el propio Mayordomo se mos- traba siempre muy atento, pues lo habian entrenado para considerar cualquier objeto de un edificio como un arma po- tencial o un fragmento de metralla. Con frecuencia, Artemis entraba en una habitacién que su guardaespaldas ya habia examinado y despejado y empezaba a colocar las cosas de nuevo en su sitio. Y cada vez que hablaba, lo hacia de una manera un tanto extrafia. En general, el chico siempre habla- &BIR-OOS+1V AMY 8 -BILIA- 70 ba de forma casi poética, pero tiltimamente parecia impor- tarle menos lo que decia que el nimero de palabras que ne- cesitaba para conseguirlo. Cuando el Boeing comenzé su descenso sobre Atlanta, Ma- yordomo decidié que iria a hablar con Artemis padre en cuan- to volviese a la mansién Fowl y le expondria abiertamente sus preocupaciones. Si bien era innegable que su trabajo con- sistia en proteger a Artemis de cualquier peligro, resultaba di- ficil hacerlo cuando el peligro venia del propio chico. «He protegido a Artemis de los troles, los goblins, los de- monios, el gas de los enanos y hasta de los humanos, pero no puedo garantizar que mis habilidades, en conjunto, consigan salvarlo de su propio cerebro. Lo que hace atin més impres- cindible que encuentre a Juliet y me la eve de vuelta a casa conmigo lo antes posible.» Al final, Mayordomo se hart6 de avanzar a paso de tortuga por la arteria principal de Canciin y decidié que llegaria antes a pie. Se detuvo bruscamente en una parada de taxis y, obviando los gritos de indignacién de los conductores, pas6 por delan- te de las hileras de hoteles de cinco estrellas a paso ligero. No le resultaria dificil localizar a Juliet: su cara aparecia en todos los carteles publicitarios del centro de la ciudad. «jGran combate de LuchaSlam! Una tnica semana en el Gran Teatro.» A Mayordomo no le acababa de gustar la imagen de Juliet en los carteles. El artista le habia desfigurado su hermoso ros- tro para hacer que su hermana pareciera atin més agresiva, y su @ ORB -B-@EFR-BORSDE- COOK 71 postura era, obviamente, solo para la foto. Puede que queda- ra bien sobre un cartel, pero era una posicién que la dejaba expuesta ante un gancho dirigido a los rifiones. uliet nunca se dirigiria a un adversario de esa manera.» Su hermana era la mejor luchadora que habia visto nunca, y demasiado orgullosa para pedir ayuda a menos que no tu- viera otra opcién, por eso su mensaje era tan preocupante. Mayordomo corrié tres kilémetros sin sudar gota, abrién- dose paso a través de las hordas de turistas, hasta que llegé a la fachada de estuco y cristal del Gran Teatro. Habia mas de una docena de porteros con chaquetas rojas arremolinados en tor- no a las puertas automiaticas, recibiendo sonrientes a la multi- tud, que corria para asistir al especticulo principal. «Por la parte de atras —decidid—. La historia de mi vida.» Mayordomo rodeé el edificio pensando que no estaria mal, solo una vez, entrar en alguna parte por la puerta principal. Tal vez seria en otra vida, cuando se hiciera demasiado viejo para aquel negocio. «Pero :qué edad tengo que tener para eso? —se preguntd—. Ahora que lo pienso, con todos esos viajes a través del tiem- po y las curaciones de las criaturas magicas, ya ni siquiera es- toy seguro de cudntos afios tengo en realidad.» En cuanto Mayordomo llegé a la puerta de atras, se olvidd de cualquier otro pensamiento que no fuese la tarea que tenia entre manos: localizar a Juliet, descubrir cual era la causa de sus problemas y solucionarla sin provocar demasiados dafios cola~ terales. Atin quedaban diez minutos antes del comienzo del es- pectaculo, asi que con un poco de suerte podria llegar hasta su hermana antes de que la sala se Ilenase de demasiada gente. BODROURBR+ MLVUORG+- RIB 72, La tinica medida de seguridad que habia en la puerta de atras era una sola camara de vigilancia. Por suerte, aquel era un teatro normal y corriente, y no la sala de conferencias de un hotel de lujo, porque entonces habria montones de piscinas en la parte de atras, junto con multitud de turistas, un grupo de salsa y, seguramente, media docena de guardias de seguri- dad privada. Todo ello le permitié deslizarse en el interior del teatro sin que nadie lo advirtiera y se limité a saludar a la c4mara con la mano al entrar, tap4ndose el rostro. Mayordomo no encontré un solo obstaculo de camino a los camerinos del teatro. Pasé junto a un par de luchadores dis- frazados que compartian una bebida electrolitica, pero apenas le dedicaron una mirada de refilén, probablemente dando por sentado que era uno de ellos. Por su aspecto, estipido y gran- dullén, seguramente el que hacia de malo. Como en la mayoria de los teatros, en el Gran Teatro habia kilémetros de pasillos y pasadizos secretos que no estaban in- cluidos en los planos que Mayordomo se habia descargado en su teléfono inteligente de la interpedia de Artemis, que conte- nia una pagina dedicada especificamente a planos con todos los que se hubiesen subido alguna vez y también otros que Artemis habia robado y subido él mismo. Después de doblar varias esquinas initilmente, hasta el excelente sentido de la orientacién de Mayordomo estaba fallando, y el enorme guar- daespaldas sintié la tentacién de, sencillamente, golpear las paredes para atravesarlas y crear la ruta mds corta a su destino: el camerino de los artistas. Mayordomo Ilegé al fin a la puerta del camerino, justo a tiempo para ver cémo los tiltimos componentes del grupo de FOU AHS -OIIEY = 8-UE &-B: 73 lucha libre se dirigian al escenario; parecian las distintas partes de un dragén chino, todos con sus trajes de licra y seda. Cuando el ultimo de ellos desaparecié, dos enormes gorilas formaron una barrera de carne y misculo, cerrando el acceso a los bastidores. «Yo puedo con esos dos —pensé Mayordomo-. Eso no se- ria ningin problema, pero entonces apenas tendria unos se~ gundos para encontrar a Juliet y sacarla de aqui y, conociendo a mi hermana, querré mantener una conversacion complicada y, en definitiva, intitil antes de que esté lista para irnos. Tengo que pensar como Artemis, como el Artemis de antes, y plan- tearmelo con calma. Si acttto con torpeza, lo mas probable es que acabemos muertos los dos.» Mayordomo oyé los aullidos y los gritos de la multitud cuando los luchadores salieron al escenario. El ruido queda- ba amortiguado por las puertas dobles, pero se ofa con mis cla- ridad desde el camerino. Asomé la cabeza en el interior y vio un monitor colgado en la pared donde aparecian imagenes de lo que sucedia en el ring. Muy comodo. Mayordomo se acercé a la pantalla y buscé a su hermana. Alli estaba, en la esquina del ring, realizando unos ostentosos ejercicios de calentamiento més de cara a la galeria que para calentar los misculos de verdad. Si Mayordomo se hubiese visto sus facciones normalmente inexpresivas en ese momen- to, se habria quedado sorprendido por la sonrisa carifiosa, casi sofiolienta, que asomaba a sus labios. «Ha pasado mucho tiempo desde la altima vez que te vi, hermanita.» Juliet no parecia correr ningtin peligro inmediato, de he- cho, parecia estar disfrutando de la atencién de la multitud, le- U-DIRGRGR-AIIISFR-A BA: 74 vantando los brazos para recibir mds aplausos y sacudiendo el anillo de jade que le rodeaba la cola de caballo trazando unos ochos imaginarios en el aire. La multitud también la adoraba. Varios chicos jévenes ondeaban pancartas con la imagen de Juliet, y unos pocos se atrevieron a rociarla con confeti con forma de coraz6n. Mayordomo fruncié el entrecejo. Definiti- vainente, tendria que vigilar muy de cerca a esos jévenes ca~ balleros en particular. Mayordomo se permitié relajarse un poco, aflojando los de- dos con un movimiento que, como maximo, cinco personas en todo el mundo serian capaces de advertir. Seguia en esta~ do de maxima alerta, pero ya podia admitir ante si mismo que lo que més temia era haber llegado demasiado tarde. «Juliet esta viva. Y parece sana. Sea cual sea el problema, po- dremos resolverlo entre los dos.» Entonces decidié que la opcién ms prudente seria obser- varlo todo desde donde estaba. Tenia una visién clara del cua- drilatero y, en caso necesario, podria Iegar al lado de su her- mana en cuestién de segundos. El combate inaugural comenzé con el sonido de una an- ticuada campana de ring, y Juliet dio un salto espectacular y aterriz6 como un gato en la tercera cuerda. —jPrincesa! jPrincesa! —gritaban los espectadores. «La favorita del ptiblico —pensé Mayordomo-. Natural- mente.» Saltaba a la vista que la contrincante de Juliet era la mala. Se trataba de una mujer enorme, con el pelo rubio platino cor- tado al cero y un traje de licra de color rojo sangre. —jFuera! —exclamé el publico. AVERB+*RIOBIU+ USGOR-UR 73 Como la mayoria de los luchadores del circuito, la recién llegada, de aspecto descomunal, Ilevaba una miscara que le cubria los ojos y la nariz y que iba atada en la parte posterior con un alambre de pias de aspecto muy desagradable que Ma- yordomo sospechaba que era de plastico en realidad. Juliet parecia una mufiequita comparada con aquella gi- ganta, y a primera vista no daba la impresién de ser un com- bate muy igualado. Su rostro enmascarado perdié una pizca de su arrogancia y la mujer miré hacia su rincén solicitando asistencia, pero se encontré con la indiferencia de un entre- nador que se encogié de hombros y que, con la tipica boina de entrenador de boxeo, parecia recién salido del estudio de filmacién de una pelicula de lucha libre. «Este combate esta ya amafiado —se dio cuenta~. Aqui no hay ningin peligro.» Acercé una silla a la pantalla y se instalé para ver a su her- mana. EI primer asalto fue lo suficientemente suave para los ner- vios de Mayordomo. Luego, en el segundo asalto, Juliet se acer- cé un poco mas a su adversaria y recibié un golpe con una ve- locidad sorprendente. Oooh. —{Destrézala, Sansonetta! —gritaron algunos espectadores me- nos misericordiosos. «Sansonetta —pens6 Mayordomo-. El nombre le va que ni pintado.» No estaba preocupado. Por lo que habia visto del comba- —exclamé la mayor parte de la multitud. te, Juliet podia derrotar a Sansonetta al menos de una docena de maneras distintas, en la mayoria de las cuales ni siquiera le & 06h BhAhs-ROKIR-ULA- 76 haria falta usar las manos. Una era teéricamente posible com- binando un falso estornudo con una caida repentina. Mayordomo empezé a preocuparse cuando advirtié la pre- sencia de una docena de hombres vestidos con gabardina que se desplazaban sigilosamente a lo largo de la pared del fondo hacia el ring. «3Gabardinas? ;En Canciin? Por qué iba alguien a llevar una gabardina en México si no ocultaba algo?» La imagen era demasiado granulosa para que Mayordomo pudiese captar demasiados detalles, pero habia algo extraiio en aquellos tipos y la forma en que se movian. Con paso de- cidido, furtivo, pegindose a las sombras. «Tengo tiempo —razoné Mayordomo, dandole ya forma a su plan-. Tal vez no sea nada, pero podria serlo todo. No pue- do correr riesgos estando en juego la vida de Juliet.» Miro a su alrededor en el camerino para ver si habia algo que pudiera utilizar como arma. No hubo suerte: lo tnico que encontré fue un par de sillas, un montén de brillo de labios y mascara de pestafias, y un batil con disfraces. «No voy a necesitar brillo de labios ni mascara de pestafias», se dijo Mayordomo, al tiempo que metia la mano en el bail. Juliet Mayordomo sentia un poco de claustrofobia en los bra- zos de su oponente. —Venga, Sansi —susurré—. Me estas asfixiando. Sansonetta estampé los pies planos sobre Ja lona, lo que provocé un clamor en forma de abucheos entre el auditorio, mientras fingia estar apretandole el cuello a Juliet. BEV U -AIRCOCRFH+: UPBHU- 77 —Esa es la idea, Jules —susurré, alargando las vocales con su acento de Estocolmo-. Yo caliento al piblico, grecuerdas? Y en- tonces ti me derrotas. Juliet volvié la cabeza hacia la multitud de tres mil perso- nas y emitié un dramitico aullido de dolor. —Matala! —gritaron los mas compasivos. —Matala y partela por la mitad! —gritaron los que no eran tan compasivos. ~jMatala, partela por la mitad y después hazla picadillo! ~aullaron los miembros del piblico francamente crueles, f- cilmente identificables por las consignas violentas de sus ca- misetas y también porque babeaban sin parar. —Cuidado, San: —Una mascara muy bonita, por cierto. El atuendo de Juliet era tan bonito que bastaba para hacer de ella la favorita del pablico: una malla de jade muy ajustada y un pequeiio antifaz sobre los ojos, que en realidad era un paquete de gel recubierto de purpurina. «Ya que tengo que llevar una mascara —habia razonado Ju- liet—, que al menos sea buena para mi piel.» Se prepararon para el golpe maestro de Sansonetta: un sal- to desde arriba, ayudado por la increible fuerza de sus brazos. Por lo general, si a sus rivales les quedaba una chispa de ener- gia después de esa maniobra, Sansi se limitaba a abalanzarse sobre ellos y, normalmente, con eso bastaba. Sin embargo, como Juliet era la favorita, no estaba previsto que la maniobra se desarrollase como de costumbre. Al pablico de los comba- tes de lucha libre le gustaba ver a su héroe tan en aprietos como fuese posible pero sin llegar a perder. . Me estas moviendo la mascara. BY @&U-UERUOCIOEHBRY:wY 78 Sansi anuncié su maniobra preguntando a la multitud si que- rian el machaque corporal. —gLo querrréis? -grit6, exagerando su acento. —jSi! -aullé la multitud, que golpeaba el aire con los pu- fos. —El machaque corrrporrral? —jMachaque! —entonaron—. ;Machaque! jMachaque! Otros corearon otras consignas bastante mis violentas, pe- ro los de seguridad enseguida se desplegaron a su alrededor. —| Querréis machaque! {Yo machacarrr! -Generalmente, San- sonetta habria dicho «jPues tendréis machaque!» Pero a Max, el promotor/manager de LuchaSlam, le gustaba que usase el maximo ntmero de erres posible al final de la palabra, algo que, por alguna razon, hacia enloquecer a la gente. De modo que se incliné hacia atras y lanzé a la desafortu- nada Princesa de Jade hacia la lona del ring, y eso habria sido el fin de no ser porque, de algtin modo, la Princesa de Jade consiguié girar en el aire y aterrizar sobre los dedos de los pies y de las manos, y esa ni siquiera era la parte mas impre- sionante. La parte mas impresionante fue cuando dio un sal- to hacia atras de nuevo y empezé a sacudir la cabeza, de tal modo que el anillo de jade que Ievaba entrelazado en su cola de caballo rubia golpeé a Sansonetta en la mandibula ¢ hizo que aterrizase en el suelo panza arriba. Sansonetta gemia y protestaba de dolor, al tiempo que se frotaba la mandibula para que se le enrojeciera y rodaba por el suelo como una morsa encima de una roca ardiendo. Era una gran actriz y, por un momento, Juliet temié que el anillo de jade le hubiese hecho dafio de verdad, pero San- PRU-ULMIGVORE V-VsVBRE- 79 si le guifié un ojo disimuladamente y supo que atin estaba haciendo comedia. —:Has tenido ya bastante, Sansonetta? —pregunté Juliet, en- caramdndose Agilmente a la tercera cuerda—. ;O todavia quie- res mas? —No —mascullé su supuesta rival, que entonces decidié co- lar mas erres para Max—. No quierrro mas. Juliet se dirigié al piblico. —3Le atizo un poco mis? «No, no —respondié un publico imaginario—. No le pegues mas, que seria de barbaros.» Sin embargo, el publico real dijo cosas como: —jMatala! —iDale su merecido! —Enséfiale lo que es el dolor. —Y se referian, naturalmen- te, a un dolor mucho mis insoportable que el dolor habi- tual. «Me encanta esta gente», pensd Juliet, y se tird desde la ter- cera cuerda para asestar el golpe de gracia. Habria sido un especticulo de gran belleza. Una maravi- llosa voltereta doble en el aire rematada por un bonito coda- zo demoledor en pleno estémago, pero alguien salié de entre las sombras y atrap6 a Juliet en el aire para, acto seguido, arro- jarla sin contemplaciones a la esquina del ring. Varios agreso- res mas, muy musculosos, aparecieran sin hacer ruido y se abalanzaron sobre Juliet hasta que lo tinico que se veia de la muchacha era una pierna enfundada en verde. Entre las sombras, donde observaba la escena detras de una de las torres de iluminacién, Mayordomo sintié cémo una bo- RIDA IVABAH-+Z-PO+ 1d bBGH: 80 la amarga de miedo le bajaba hasta la boca del estémago y murmuré: —Ahi es cuando intervengo yo. —Su tono fue mucho més despreocupado de como se sentia en realidad. La multitud seguia aplaudiendo la legada inesperada de la Brigada de Luchadores Ninja, con sus caracteristicos disfraces negros debajo de las gabardinas, quienes sin duda se habian presentado alli para vengar la reciente derrota de su maestro a manos (y pies) de la Princesa de Jade en QuadroSlam, en Ciudad de México. En muchos combates solian aparecer por sorpresa algunas estrellas invitadas, pero la Brigada entera de los ninjas era un regalo inesperado. Los ninjas eran una intrincada maraiia de extremidades que salian disparadas sin cesar, cada miembro desesperado por ases- tar un golpe a la Princesa de Jade, y no habia nada que aque- Ila delgada nifia pequefia pudiese hacer salvo encajar cada uno de ellos. Mayordomo subié al ring sin hacer ruido. El elemento sorpresa solia marcar la diferencia entre la victoria y la derro- ta en situaciones «peliagudas», aunque si Mayordomo era sin- cero consigo mismo, tenia que admitir que, en el fondo, por lo general consideraba que las probabilidades estaban siempre a su favor, incluso en este caso, cuando lo superaban en ni- mero doce contra uno. Doce contra dos, si Juliet atin estaba consciente, lo que equivalia a seis contra uno, que era practi- camente un mano a mano. Momentos antes, Mayordomo habia sentido un poco de vergiienza con aquel traje prestado @sRIBAIVRIRE-ORURIBA Be 81 con una malla de piel de oso de imitacién y una mascara, pero ya se le habia pasado ahora que acababa de ordenar a su cerebro que activase ese espacio frio que él Hamaba el modo de combate. «Esas personas le estan haciendo dafio a mi hermana», pen- s6 mientras un hilo ardiente de ira hacia que se resquebrajara su coraza helada de profesionalismo. Era hora de ponerse manos a la obra. Con un grunido totalmente acorde con su disfraz de Oso Loco, Mayordomo se subié al ring rodando por debajo de la cuerda inferior, atraves6 la lona dando un par de zancadas y embistié a los ninjas con una impresionante economia de mo- vimientos. No hubo ningin mondlogo preliminar amena- zante, ni siquiera un simple pisotén en el suelo para anunciar su IHegada, lo cual ciertamente no fue demasiado cortés. Se li- mité a empezar a derribar a los ninjas como si fueran una to- rre de piezas de madera. A continuaci6n siguieron treinta segundos donde una su- cesion de brazos y piernas salian disparados por todas partes, y se oyeron unos gritos agudos que habrian sido la envidia de cualquier adolescente histérica entre el piblico de un con- cierto de su idolo favorito, hasta que, al fin, Juliet salié de de- bajo de la marafia de extremidades. Mayordomo vio que su hermana habia salido ilesa y son- rid detras de la mascara. —Hola. Lo he conseguido. Y como agradecimiento a que acabara de salvarle la vida, Juliet le hincé cuatro dedos rigidos en pleno plexo solar, de forma que lo dejé sin aliento. 16-ORIIR D-ORKIRI+- WIG 82 —Aaargh... —grufié y luego, exclamé-: ;Einnnnnn? —que se suponia que queria decir: «;Se puede saber qué demonios estas haciendo?». Un par de los ninjas se habian recuperado ya y trataron de ensayar algunos de sus estilizados movimientos sobre su ata- cante, pero solo obtuvieron unos cuantos bofetones con la ma- no abierta. —Un momento —les espet6 Mayordomo, jadeando una vez més y lanzindoles una mirada asesina-. Necesito un minuto para tratar un asunto familiar. Algo brillé en la esquina del angulo de vision de Mayor- domo, moviéndose a gran velocidad, dibujando una imagen borrosa en el aire. Su mano izquierda salié disparada automa- ticamente para atrapar el anillo de jade que su hermana lleva~ ba sujeto en la cola de caballo rubia —jCaramba! —exclamé Juliet-. Nadie habia hecho eso nun- ca... —2En serio? —repuso Mayordomo, dejando caer el anillo de jade—. ¢Nadie? Juliet abrié los ojos como platos detras de su mascara. —Nadie, excepto... Hermano, zeres ti? Antes de que Mayordomo pudiera responder, Juliet esqui- vo y noqueé con el antebrazo a un ninja que podia haber es- tado intentando embestirlos por sorpresa, 0, de hecho, haber intentado escapar de lo que se habia convertido en un ring con gritos de dolor auténtico en vez de la pantomima de la agonia convincentemente fingida. —3Es que no habéis oido a este hombre? jNecesitamos un poco de tiempo para un asunto familiar! +R FOL R)-BR- PRE HR-UBB 83 Los ninjas se encogieron contra las cuerdas, lloriqueando. Incluso Sansonetta parecia un poco preocupada. —Hermano, estoy en mitad de un ajuste de cuentas. ¢Qué estis haciendo aqui? —pregunt Juliet. ‘Tal vez otras personas habrian tardado algunos minutos mas en darse cuenta de que alli pasaba algo raro, pero no Mayor- domo. Tras afios y afios protegiendo a Artemis, habia aprendido a sumar dos y dos en menos que canta un gallo. —Es evidente que tt no has enviado ningan mensaje para que acudiera en tu auxilio. Tenemos que salir de aqui para que pueda averiguar qué est4 pasando. El labio inferior de Juliet sobresalié por debajo del supe- rior, transportando a Mayordomo diez afios atr4s, cuando él le habia prohibido que se afeitara la cabeza. —No puedo irme asi como asi. Tengo a mis fans esperando que me ponga a hacer ruedas sobre el ring y que te deje fue- ra de combate con mi maniobra especial, la marca de la casa. Era cierto. Los seguidores de la Princesa de Jade estaban dando saltos en sus bancos, clamando la sangre de Oso Loco. —Si me voy, aqui podria haber un motin. Mayordomo dirigié la vista a la pantalla gigante colgada del techo y vio un primer plano de su propia cabeza miran- do a la pantalla, lo que bastaba para provocarle un dolor de cabeza a cualquiera. Una voz procedente de cuatro antiguos altavoces cénicos sujetos a las esquinas de la pantalla retumbé por toda la sala. —2Quién es ese de ahi, amigos? ;Es Oso Loco, que ha ve- nido a dar su merecido a su vieja enemiga, la Princesa de Jade? BIR-BR-VCILAPOVUG -A-BAR- 84 Juliet levanté la barbilla. —Es Max. Siempre intentando sacar provecho de todo. —Juliet, no tenemos tiempo para esto. —Sea quien sea —prosiguié Max—, no vamos a dejarle salir de aqui con nuestra princesa, verdad que no, amigos? A juzgar por la clamorosa y prolongada reaccién, a los es- pectadores, que habian pagado su entrada, no les hacia nin- guna gracia la idea de que Oso Loco saliera de alli tranquila- mente con la princesa. Las exclamaciones entre el piblico eran muy variopintas, y Mayordomo habria jurado que las paredes temblaban ligeramente. Mayordomo dio tres pasos rapidos hacia el lateral del ring y llamé6 con el dedo a un hombrecillo que sostenia un mi- créfono. Se sorprendié al ver que el hombrecillo se subia a la mesa de un salto, estampaba un pie en su propio sombrero, y lue- go se ponia a gritar por el micréfono. —iMe estas amenazando, Oso Loco? ;Después de todo lo que he hecho por ti? Cuando esos guardas forestales te en- contraron viviendo con los osos pardos, :quién te acogié en su casa, eh? Max Schetlin, ese fue. :¥ asi me lo pagas? Mayordomo hizo caso omiso de tanta palabreria. —De acuerdo, Juliet. Tenemos que salir de aqui ahora. No tenemos tiempo para todo esto. Alguien ha querido quitar- me de en medio. Es posible que sea alguien resentido con Ar- temis Fowl. ~Tendrds que ser muchisimo mis especifico, hermano. Ar- temis tiene mas enemigos que ti, y eso que ti tienes unos cuantos en este momento. LU RQ OLB -QYU VR 1RVU- 85 Era cierto. La cosa empezaba a ponerse muy fea, y parte de lo mis feo era puro cuento, pero el ojo avezado de Mayordo- mo divisaba a decenas de fanaticos de Ia lucha en las primeras filas que parecian a punto de asaltar el ring. «Tengo que hacer una demostracién —pens6—. Tengo que demostrarle a esta gente quién manda aqui.» —Fuera del ring, Juliet. Ahora mismo. Juliet abandoné el cuadrilatero sin rechistar. Mayordomo tenia esa expresién en su rostro. La ultima vez que le habia visto esa mirada, su hermano habia agujereado a golpes el cas- co del yate robado de un pirata somali, y habia provocado el hundimiento de la embarcacién en el golfo de Adén. —No le hagas ningtn dafio a Sansonetta —le ordend—. So- mos amigas. Mayordomo negé con la cabeza en sefial de desaprobacién. —;Amigas? Ya sabia yo que estabais fingiendo. Sansonetta y los ninjas estaban ocupados haciendo postu- ritas en el rincén mis alejado del ring. Daban pisotones en el suelo y lanzaban pufietazos y amenazas sin egar a atacar real- mente. Cuando Juliet estuvo a salvo fuera de las cuerdas, Mayor- domo volvié a su rincén y estampé el hombro contra la pro- teccién del poste. El impacto sacudié el poste en su sitio. —Oso Loco esta muy loco —entoné Max—. Est destrozan- do el ring. :Vais a quedaros de brazos cruzados, ninjas? Ese hombre esta profanando el mismisimo simbolo de nuestro le- gado deportivo. Al parecer, la Brigada Ninja estaba dispuesto a dejar que profanasen un poco su simbolo si eso significaba no ser ata- Uboth- VO-Bh-BVIOUVEIR- OR 86 cados por el hombre-montaiia que habia destrozado su pira- mide con la facilidad con que un nino derriba un castillo de naipes. Mayordomo volvié a sacudir el poste, y esta vez lo desen- caj6 de su sitio. Levanté la barra de metal, pas6 por debajo de Jas cuerdas y después empezé a retorcer el ring con sus pro- pias manos. Ese movimiento era tan inaudito que pasaron varios se- gundos hasta que los espectadores Iegaron a creerse lo que veian sus ojos. A lo largo de los afios siguientes, la maniobra pasaria a ser conocida como el «retorcimiento» y elevaria al verdadero Oso Loco, que estaba durmiendo la mona en el callej6n de detras del teatro, a la condicién de luchador supe- restrella. Hasta el propio Max Schetlin se qued6 sin habla mientras su cerebro trataba de procesar lo que estaba sucediendo. Mayordomo aproveché el asombro general para hacer gi- rar rapidamente el poste de la esquina media docena de ve- ces, haciendo que otros dos soportes salieran despedidos de su sitio. «Esto no es tan dificil como parece —reflexioné Mayordo- mo, viéndose a si mismo en la pantalla gigante—. Este ring no es mas que una tienda de campafia del revés. Hasta un ado- lescente bien alimentado podria derribarlo.» Recogié los tres postes en sus brazos, haciéndolos girar habilmente y provocando que el ring se retorciese cada vez mas y mas fuerte. Dos de los ninjas tuvieron la suficiente lucidez para qui- tarse de en medio mientras pudiesen, pero la mayoria estaba Udbh- bb V-@- RHROFRA 87 con la boca abierta, y un par que creian estar sofiando se sen- taron y cerraron los ojos. Mayordomo sefialé con la cabeza a Sansonetta. Es su turno, sefiorita. Sansonetta lleg6 a hacer una reverencia, que estaba total- mente fuera de lugar, y pasé por debajo de la cuerda, junto eon un ninja lo suficientemente listo para reconocer una opor- tunidad de salvar el pellejo cuando la tenia delante. El resto del grupo se fue juntando cada vez mas a medida que Ma- yordomo iba tensando cada vez mis la cuerda. Con cada giro aba los chirridos de las bobinas de cuerda vieja y los emidos de las personas atrapadas en su interior. La multitud empezaba a darse cuenta de lo que estaba pasando y comen- prove 46 a proferir gritos de 4nimo y entusiasmo con cada giro. Al- gunos de los espectadores pedian alegremente a Mayordomo que estrujase a los ninjas hasta dejarlos sin aire en los pulmo- Nex, pero el guardaespaldas se contenté con aplastarlos a todos €omo si fueran pasajeros del metro de Londres en hora pun- ta, Y una vez inmovilizados, los traslad6 a un lado del ring y volvid a colocar el poste en su sitio. Y ahora, me voy —dijo—. Y os aconsejo que os quedéis quictos hasta que abandone el pais, como minimo, porque si fo lo hacéis, voy a estar muy, pero que muy enfadado. Mayordomo no tenia el poder magico del encanta, pero pe- fe a cllo, su voz resultaba muy convincente. Esta bien, oso, tranquilizate —dijo el tinico ninja que lu- efa un paiiuelo blanco en la cabeza, posiblemente el lider del §rupo-. Te estas apartando mucho del guion. Max se va a po- Wer como una fiera. be KR: 88 Re SO-UGERU+:U- 88 —Deja que yo me preocupe por Max —le aconsejé Mayor- domo-. Ti preoctipate de que no me tenga que preocupar por ti. El cefio del ninja se veia a través de las arrugas de su pa- fiuelo. —jCémo? ;Por quién tengo que preocuparme? Mayordomo hizo rechinar los dientes. Dialogar no era tan facil como hacian creer en las peliculas. —No te muevas hasta que yo me haya ido. ;Entendido? —Si. Deberias haber dicho eso. —Ya lo sé. Desde el punto de vista de un guardaespaldas, fallaban tan- tas cosas en aquella situaci6n que Mayordomo sucumbié a la desesperacién. Se volvié hacia su hermana. —Basta ya. Tengo que ir a algiin sitio y pensar. Algiin sitio donde no haya licra, por favor. Esta bien, Dom. Sigueme. Mayordomo se bajé de la plataforma. —2Podrias dejar de pronunciar mi nombre en voz alta? Se supone que es un secreto. —No para mi. Soy tu hermana. —Puede ser. Pero aqui hay miles de personas y montones de cémaras. ~Pero no he dicho tu nombre completo. No he dicho Dom-o-. —jNo lo hagas! —le advirtié Mayordomo-. En serio. La puerta estaba a apenas veinte metros de distancia, y el viejo toma y daca de las disputas familiares devolvié la alegria al coraz6n de Mayordomo. BDU PBL-URTH-BR-URIOBRER- 89 «Creo que vamos a conseguirlo», pensé en un raro mo- mento de optimismo. Momento en el cual la imagen de la pantalla grande fue sus- Htuida por un par de ojos rojos brillantes y gigantescos. Y aun- que los ojos rojos suelen relacionarse con cosas desagradables emo los vampiros, o las irritaciones provocadas por el cloro ¥ la conjuntivitis, aquellos ojos rojos en concreto parecian amis- twiios y dignos de una absoluta confianza. De hecho, cualquie- ¥@ que mirara a las fluidas profundidades en forma de remoli- non de aquellos ojos sentia que todos sus problemas estaban a punto de resolverse, siempre y cuando hiciera lo que el due- fio de aquellos ojos le decia que hiciera. Mayordomo vio sin querer aquellos ojos en su visién pe- tifrica, pero agaché la cabeza rapidamente. «La magia de las criaturas —adiviné—. Toda esta gente esta @ punto de ser victima de un encanta.» »Miradme a los ojos —dijo una voz desde todos los altavo- e@s de la sala, La voz logré penetrar incluso en las cmaras y las teléfonos del pablico. =Caramba. .. -dijo Juliet en un tono monocorde que no en- tajaba con la supuesta expresividad de la palabra—. Realmen- te tengo que mirar a esos ojos. Juliet podria haberse sentido reacia a hacer lo que aquella var tedosa le ordenaba si hubiese podido retener algiin re- euerdo de su experiencia anterior con las criaturas magicas. Lamentablemente, esos recuerdos habian sido borrados por @ompleto de su mente. -Bloquead todas las salidas -ordené la voz—. Bloquead to- dav Jax salidas. Utilizad vuestros cuerpos. VAROBR- OCRAHOR- GOUGH-- 90 Juliet se quité la mascara, que le impedia ver con claridad Ja pantalla. —Hermano, tenemos que bloquear las salidas, con nuestros cuerpos. Mayordomo se pregunté cuanto podria empeorar la situa- cion, mientras cientos de fans de la lucha libre extasiados su- bian por los pasillos para bloquear fisicamente las entradas y sa- lidas. «3“Bloquead las salidas con vuestros cuerpos”? Ese duende si que sabe dar érdenes especificas.» Mayordomo no albergaba ninguna duda de que a aquella orden pronto le seguirfa otra, y no crefa que fuese: «Y ahora, juntad vuestras manos y cantad canciones de marineros». No, estaba seguro de que de aquella pantalla no iba a salir nada bueno. Ahora matad al oso y a la princesa —dijo la voz entrecor- tada, pues algunas de las palabras Ilegaban con retraso, afia- diendo una ese sibilante a la princesa. «Matad al oso y a la princesa. Estupendo.» Mayordomo advirtié un destello de mala intencién en los ojos de su hermana cuando esta se dio cuenta de que él era el oso. {Qué haria, se pregunté, cuando cayese en la cuenta de que ella era la princesa? «No importa —decidié—. Podriamos estar muertos los dos mucho antes de que eso suceda.» —Matad al oso y a la princesa —murmuré Juliet en perfec- ta armonia con el puiblico hipnotizado. ~Y tomaos todo el tiempo del mundo —continué la voz ma- gica, ahora infundida con una nota alegre-. Que se prolon- RORIR: UBHB+10 HUIIRHSA-

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