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REDONDEZ

Acababa de dar la una y la luna diluía la pesada atmósfera de la


tarde madrileña. Ella estaba allí, en la calle, en el paseo, esperando. El llegó con
andar siseante y, como si la conociese de toda la vida, le dijo en tono grave:

-En un mundo podrido y sin ética, a las personas sensibles sólo nos
queda la estética. -Y, abandonando la solemnidad, aclaró:- No, cariño, no es mía,
es de un sabio, Maquinavajas.

Luego la mala fortuna hizo evidente su estado al dejar que se le


escapara un:

-¡Hipp!

Tal vez por eso, tal vez porque no asumía que su destino fuera la
calle, ella permaneció anclada en su mutismo. El en cambio, dando marcha a su
lengua al tiempo que acariciaba la redondez de su generosa teta, prosiguió:

-La barahúnda se ha instalado entre la ética y la estética. Esta


mañana sin ir más lejos, al llegar al trabajo, me topo con un corro de buzos
centripetado en torno a una revista con imágenes del segundón de Carlomagno.
La sirena ha dejado sola a la revista y ha expandido por la nave juicios y
comentarios:

Que si qué orgía, que si vaya anchuras, que si blandongas y


pendulantes, que si vaya tipos, que si escasez de juventud, que si gorduras, que
si... Nada de los fajitos azules enmaletados hacia desagües o cuentas
fantasmas; nada de cómo se financia el GAL; nada de las supuestas amistades
narcas; tampoco del tráfico de armas merced al que luego se asan entre sí los
negritos tribales o del domund; nada de cómo evitar que con los sustanciosos
descuentos de nuestra nómina se alimente la cloaca secreta, nada de esa ley
que todos de acuerdo acaban de aprobar para freírnos a los trabajadores y,
ordenada, muérete de risa, a la solidaridad intercurrante.

Y explícame tú, ¡Curvilínea divinidad!, por qué esa obsesión por las
orgías siempre que nadie haya sido molestado o violentado; a qué viene
pontificar sobre cánones femeninos; qué hay contra las blanditas cuando las
hay juguetonas hasta el éxtasis y cariñosas hasta el infinito; qué sentido tiene
reducir los valores todos al de juventud. Pero, espera, lo de la gordas..., es
demasiado. Yo que desde mi primera visión del no-yo, que no fue otra que la
redonda y desarrollada, sin desmerecer, teta de mi nodriza, he vivido en pos
del volumen y la redondez, fingiendo encontrar belleza ante las escuálidas y
dentegosas de los massmedia del muslamen, ¡Hipp!..., ¿qué te estaba diciendo?.
Es igual. Te he encontrado a ti, toda volúmenes, toda guedondeces, toda
pechugas, toda nalgas.

El cambalache y la falta de criterio llega al paroxismo y se


pretende enchiquerar a todo un director general de la guardia, al síndico y al
firmante de los billetitos colorados, marianitos, en las mazmorras reservadas
al decimotercer estado: jóvenes, idealistas, insumisos, mangutas de poca
monta, sidosos, parados y fracasados familiar escolar y socialmente. ¡Que
atropello a la razón!, de hacerlo, no habría océano para tanto tiburón.

¡Chist!, un momento -exclamó. Y, levantando el índice de su mano


izquierda con énfasis, preguntó-: ¿Qué dices tú, compendio de la esfera, a
todo esto?

Ella no parecía dispuesta a responder y tampoco daba la impresión


de que a él le pesara el monólogo, pues no buscó la respuesta en los labios
gruesos de ella. Por el contrario, hundió los suyos en el ombligo femenino para
luego encaminarlos en dirección sur.

Ella no dijo nada, mas sí se escuchó otra voz.

-¡A ver!, tú. ¿Qué haces aquí? -espetó el munipa que acababa de
abandonar su pareja en el vehículo.

-¡Identifíquese, agente! ¡Hipp!, ¿de Roldán o de Ferragut? -


respondió nuestro hombre encarándose al policía.

Tuvo la suerte de topar con un agente a quien, con sólo dos meses
en el cuerpo, el uniforme y la pistola aún no habían tenido tiempo de modificar
el alma y que decidió seguirle la broma inquiriendo a su vez:

-¿Quién es Ferragut?
-Moreno llegado en patera el 711 y, encima, aliado de vascos que
por cierto esperan a Karolus en Roncesvalles para lapidarle el karolusmóvil
desde lo alto. Pero no dan en el blanco, él no es blanco.

-¿Quién es el blanco?

-¿Quién va a ser?, el Poder.

-¿Dios?

-No, a dios ya no lo utilizan en estos paralelos, son ellos, los de


siempre, los que pusieron a Clodoveo, a Franco, a Plinio, a Adolfus, a Karolus y a
Philippo de Macedonia, !hipp!, de frutas.

-Venga, vete a casa y duerme la mona. Sé sumiso. No quiero verte


por aquí en la próxima ronda.

Dicho esto se dirigió al vehículo municipal donde su compañero fumaba


ducados a la escucha de referencias a cerca de la noche madrileña. Nada más
irse:

-¿Te das cuenta?, gordita mía. Ha ido bien servido. En cuanto lo


he visto me he dado cuenta de que se trataba de un agente del Cesid; me ha
debido de ver cara de insumiso y por eso ha venido. Pero a lo que íbamos, tú
con este cuerpo tan rotundo seguramente convendrás conmigo en que lo curvo
lo grueso y lo redondo es la sal de la vida.

-Sí y de la muerte -dijo una voz fugitiva.

En aquel momento ella, una escultura de Botero en bronce de 969


kilos giró sobre la redondez de sus nalgas aplastando entre sus pechos y el
negro asfalto del paseo de Recoletos a nuestro currante. Algunos aseguraron
que la redonda se había mareado por estar hasta el culo de cocaína. Otros
dijeron que las voluminosas curvas eran asesinas asalariadas por el Poder.

Pero sólo aquella mofletuda preñada supo que su giro se había


debido al impulso del fugitivo escondido en su verde vientre tocado de coleta y
peluquín de nombre Luís y exjefe de la guardia civil.
JAVIER MINA, Pamplona, junio de 1994

Publicado en “Antojos de Luna” 12-1995

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