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La VUELTA DE LOS Dias James LAUGHLIN (1914-1997) E.ioT WEINBERGER a ualquier consideracién de | y sigue siendo la Estacion Central James Laughlin y de New Directions debe empezar con La Lista: una lista cuya enun- Ciacién es ‘abruma- dora en conjunto y sorprendente en sus detalles. New Directions fue Ungaretti, Valéry, Vittorini, Nat- hanael West y Tennessee Wi- Iliams. En una época en que estu- vieron medio olvidador —hoy parece incre(ble— ND mantuvo en circulaci6n a Henry James, F. Scott Fitzgerald, Evelyn Waugh, E.M. Forster, William Faulkner. ‘Durante décadas las Gnicas edicio- nes de Baudelaire y Rimbaud fue- ron las suyas. Y New Directions fue 52 Vurita 254 ENERO DE 1998 para la poesfa norteamericana de vanguardia: Pound, Williams, HLD., Rexroth, Patchen, Oppen, Reznikoff, Olson, Duncan, Cree- ley Sn Snyder Lever, Fengher, (Corso, McClure, Rothenberg, An- tin, y para una nueva generacién por Michael Palmer, Susan Howe, Forrest Gander. Laughlin fue ms que el mayor edi- ‘tor norteamericano del siglo XX; su editorial fue el siglo XX. ‘Todo escritor tiene una histo- ria de conversion —“el libro que hizo que quisiera convertirme en. escritor’— y en el caso de casi to- fotogrificas en blanco y negro de los libros de New Directions eran inconfundibles en los anaqueles de las ibrerfas y compraba cual- quiera sabiendo que, si New Di- rections lo habfa publicado, ha- brfa que leerlo. Suele atribuirse el éxito de Laughlin a su riqueza, pero las co- 25 no son tan simples. Claro que era heredero de una fortuna del acero: el enorme letrero de Jones & Laughlin dominaba las colinas de Piresburgh. En una entrevista de hhace unos afios, Laughlin mencio- 1 al paso que el dia que se grads en Harvard en 1936 su padre le dié cien mil délares para que se inicia- ra en el mundo. (Mis padres, en 1936, tenfan ambos buenos ¢s, vivian modestamente una vida de clase media, y su ingreso combi- nado era dos mil dolares al afio). El un playboy. En realidad, se convir- ‘to en un playboy, pero un playboy devoto de la liverarura. ‘Hay que entender de qué me- dio provenfa Laughlin: los baro- nes del acero de Pittsburgh; los Mellon, los Carnegie, los Frick. Presbiterianos escoceses que con- dlveibulla seg la blur del hombre que habfa sido lo bastante inteligente para ganarla. Esto que- rfa decir, por una parte, que los Mellon, ios Camegie y ios Frick eran generosos al financiar las Fundaciones, Mu- que bres. Por la otra, que podfan ser cuando sus metaféri- cos hijos se revelaban, reprimien- do abiertamente a los huelguistas asesinar a los lideres clas fundiciones de aero. Laughlin nunca pag6 porque mataran a ningtin escritor —ni siquiera un resefista— pero sf de- dicé su fortuna a buenas obras. Aparte de él, pocos ricos herede- ros se han involucrado en aven- turas editoriales, y todas ellas tuvieron muy corta vida o se transformaron répidamente en empresas comerciales. El dinero suele desperdiciarse en los ricos. Laughlin no sélo dedieé su vi- da a la ocupacion poco vistosa de hacer libros; ademas, y casi expe- cionalmente, no puso su nombre a su editorial. Su Gnico signo de propia monumentalizacién fue tuna pequefia Ifnea que aparecta en la pdgina legal de cada libro, con una extrafia preposicién: “Los libros de New Directions se publican para James Laughlin”. No por: para. Era un guifio al le- gado de Andrew Camegie. ‘Su riqueza pudo haberlo Ileva- do a.una larga lista de mediocrida- des. Sino lo hizo fue debido no s6- lo a su evidente perspicacia lineraria, sino a su compromiso con la moderidad y lo “nuevo”, a su conocimiento —hoy extinto entre los editores norteamericanos— de varias lenguas europeas, y su dispo- sicién a escuchar a los escritores (no a los crticos, resefiseas, agen- tes y murmuradores) en la bisque- da de nuevos escritores. La vida de Laughlin es un cruce de caminos. Su profesor de clisicos en la prepa- ratoria, Dudley Fitts, lo puso en ‘contacto con Pound, quien lo llews a W.C. Williams, quien lo llev6 a ‘Nathaniel West. Pound condujo a Henry Miller que condujo al Sidd- hartha de Hesse, el campanazo que ‘sustent6 a docenas de poetas oscu- 08. Williams condujo a Rexroth ‘que condujo a Snyder que condujo a Bei Dao; Dame Sitwell a Dylan Thomas; Eliot a Djuna Barnes; ‘Tennessee Williams a Paul Bowles. Era, ante todo, un creyente fundamentalista en el dicho de Pound de que a un escritor le to- ma por lo menos veinte afios ser reconocido. (Hoy son o veinte minutos, 0 cuarenta afios). Mien- tras otros editores tratan sus tftu- los coma pescado fresco, New Di- rections ha sido el Gnico que ha mantenido casi todos sus libros en circulacién durante décadas. Fue otra herencia olvidada del capitalismo del siglo XIX —la idea de la inversién a largo pla- 20— al cabo fue redituable. La ‘extrafia jerigonza de ayer esti en el examen final de hoy. Ni grande ni pequefia, New Directions sobrevive como la dilt- ma editorial literaria indepen- diente importante de los Estados Unidos, y la nica lucrativa que conozco que nunca ha publicado un libro para ganar dinero. Pero gana dinero. ND es una lecci6n ‘que nadie ha aprendido, la tortuga que hace camino pasando ante las. ruinas de contratos multimillona- ios y campafias de publicidad de bros que s6lo unos eutantos quie- en hoy y nadie querré mafiana. Pound le dijo al Laughlin de 20 afios que nunca serfa poeta, y que deberfa hacer algo stil, como ser editor. Pound —que tenfa nor- ‘malmente una capacidad extraori- dinaria para descubrir escritores jévenes— estaba tan equivocado en este caso que puede sospechar- se que haya accuado en su propio interés. Laughlin continué escri- biendo, pero durante casi toda su vida lo hizo a medias en secreto. Solo en los tiltimos afios empez6 a publicar con regularidad lo que se convertirfa en una pequefia mon- tafia de poemas, ensayos, memo- rias y relatos. En su poesta desarrollé un len- ‘guaje directo y sin adomos apren- dido en los griegos y los latinos, y en Williams y Rexroth. Invent6 Ia Gnica forma prosédica nueva en a poesfa americana desde la Iinea en tres pasos de Williams: cada linea, compuesta en méqui- nade escribir, no puede tener més de una letra més o menos larga que la anterior. Una idea loca, que funcion6, Junto con Rexroth, fue el autor de poemas largos, na- rrativos, autobiogréficos que per- manecen como poesfa pura al ‘mismo tiempo que pueden como prosa. Y excribié, siguiendo a sus maestros griegos, latinos y ‘sinscritos, tal vez la Gnica poesia erética norteamericana ingeniosa de este siglo. (Es curioso que la mejor poesia erética heterosexual de Estados Unidos haya sido “= crita mayormente por tnujeres de eded avanzada.) Abo” ra que los poetas ya no puedan pedicle a Laughlin que los lea, tal ‘ver empiecen a leerlo a él El estilo de su prosa es una combinacién extrafia y muy en- tretenida de un erudito que habla en un inglés norteamericano lla- no, un joyceano adicto a los re- truécanos y la clase de lenguaje que se oye en las locas comedias de los treinta —la jerga de esos ‘excéntricos de smoking que ha- blaban a toda velocidad. No hay nada como sus escritos erfticos, especialmente shora que los eriti- cos literarios emplean un lengua- je més propio de los astrofisicos. Laughlin fue el dltimo vetera- no noteamericano de la revolu- cién de la palabra, el lrimo con recuerdos pesonales de todos los maestros del movimiento moder- ‘no. Le cambié una llanta al coche de Gertrude Stein, identificé el cadéver de Dylan Thomas en la morgue, le envié sapatillas de ba- Het a la esposa de Céline después de la guerra, fue salvado de desba- rrancarse de un risco por la red pa- rm cazar mariposas de Nabokov, le ‘pagé al psiquiatra de Schwartz y a los abogados defensores de Pound, s2c6 a Merton de contrabando del monasterio para ir a beber. ‘Vivi6 desde la primera guerra mundial hasta Ia primera web ‘mundial, esos monstrucsos ochen- ‘a afios del planeta en los que los EweRo DE 1998 © VusLTA 254 53 jOvenes escritores desearfan haber | envié a Clinton —a quien Ilama- vivido. Tenia el “desprecio de sf” | ba “Risuefio"— una copia del de los demasiados altos; podta de- | ABC de Economfa de Pound como saparecer durante meses para ira | regalo inaugural; era ensimismado ‘esquiar a Alta, el lugar vacacional | y generoso, hedonista y depresivo, que fund6; lo obsesionaban los | obstinado y notablemente recepti- doppelgangers, aunque pocos mor- | vo. Aquellos a quienes publics y tales eran de su talla; sus maneras | aquellos a los que no publics, recordaban extrafiamente a Geot- | nunca dejaron de quejarse de él; ge Bush; su biblioteca personal era | las ovejas pacfan en sus prados de incomparable y la habfa lefdo to- | Connecticut. da; jugaba golf con James J. An- gleton; sentia pasion por Ia India; | Traducciém de Mercedes Orozco eraun atleta y un hipondriaco; le Carta de Madrid NOSTALGIANDO CON SUSAN SONTAG BLAS MATAMORO & ara la edici6n espafiola de | quiere bien, sospechosa de sus su libro Styles of Radical | preferencias. Sus lectores acaba- Will (Estilos radicales, tra- | mos compartiendo sus vaivenes, duccién de Eduardo Goligosky, | pensando con ella, y esto es lo Alfeguara), Susan Sontag ha es- | mejor que puede oftecernos un crito un breve posfacio, donde | escritor. defiende la radicalidad de los | _Aparte, hay ciertas complici- afi sesenta frente a esta otra, ra- | dades “generacionales” (fea pala- dicalmente conformista década | bra, no hallo otra) que me acer- de los noventa. También admite: | can a Sontag. Edades similares, “Lo que amaba entonces sigo | escape provisional a un final améndolo hoy. Peto los objetos | amenazante (céncer, dictadura de mi ardor eran mas frégiles de | militar), memoria de un tiempo lo que imaginaba”. Inteligente y | compartido en la juvenil parcela hhonesta, Sontag acepta el decreto | de la vida que guarda los necesa- de la historia, que nos aleja del | rios entusiasmos primeros. Es ver- pasado como de un amor extin- | dad que ella se entusiasm6 por fnuido. En efecto, seguimos aman- | Bergman y Godard, que a mi do lo que amébamos, que es eter- | siempre me sburrieron, el uno por no (por eso lo amamos) pero noa | anticuado y el otro por pseudo- quien amdbamos, porque es mot- | moderno, pero la espera de una tal y desaparece con el tiempo. | gran renovacién politica y cultu- Me gusta Sontag, aunque no | ral en el mundo del sesenta nos me gusta todo lo que dice. Me | afecté en medidas comparables. gusta més lo que va diciendo, el | Naturalmente, hay una dife- espectéculo de una inteligencia | rencia de peso, la que va de Ia alerta y preocupada por lo que | Argentina de mi juventud a los 54 VURTA 254 ENERO DE 1998 Estados Unidos de la suya. Si re- bobino la pelicula, veo un mundo que de bipartito se torna triparti- to. Aparece una zona que escapa ala divisién de la conferencia de Yalta-Postdam, un mundo tercia- rio confusamente agrupado en tomo a Nasser, Mao, De Gaulle y —para la ufanfa argentina— anunciado por Perén. La astucia de la historia, como siempre, mantenfa sus naipes boca abajo. ‘Cuando los descubrié, el resulta- do fue mas bien sorpresivo. Relefdas hoy, las paginas de Sontag sobre Estados Unidos y ‘Vietnam describen otra perspecti- vva: son el documento de una nor- teamericana autocompasiva y fi- lial, hija de un pafs enorme que ella, con involuntaria megaloma- nfa, considera una suerte de Im- perio del Mal (més o menos, lo que Ronald Reagan opinaré, afios ms tarde, de la Union Soviéti- ca). Sociedad conservadora y acorralada, maximo exponente de ese céncer de la historia huma- na (sic) que es la raza blanca (sic), victima de su adolescencia proiongada, la civilizacién norte- americana destruye viejas cultu- ras, rompe el equilibrio ecolégico del planeta y pone en peligro la vida misma de la especie. Ms 0 menos, lo que alborozaba a Marx yy Engels y terminé entristeciendo patéticamente a los marxistas del sesenta. En términos freudianos (que Sontag recoge): la neurosis de la cultura, el resultado de la historia. Una contradictoria fe Ja violencia que se compensa 0 se desgarra al enfrentarse con su propio e insaciable moralismo. El entusiasmo de Sontag por el Vietnam que lucha contra los Estados Unidos es la fascinacién por esa humanidad sin historia, inocente y puro, ese conglomera- do de bons sauvages rusonianos ‘que son seres unitarios e ignoran. la disociacién de nuestra subjeti- vidad (0 sea: la base de nuestra vida moral) y carecen de heren-

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