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Rafael de’ logales Méndez Ve) Te eet UN Sencar 4h a "§ ee I PROLOGO Ningin venezolano ha vivido tan peligrosa- mente como el general Rafael de Nogales Méndez. Lo conoci en Londres en la etapa final del régimen gomecista, época de incertidumbres. Bajo los entre- velos de la espesa niebla, su figura vivamente tropi- cal parecia recobrar la fuerza del picacho andino. Solia Hegar a las 9 de la noche al centro espafiol situado en Cavendish Square, en impecable traje de etiqueta, caballero de mondculo y flor en el ojal, a intercambiac opiniones en alta voz con la crema de la intelec.ualidad iberoamericana que alli se daba cita. Era su presencia como un receso fortuito den- tro de la fatigante fog britanica que solia escurrirse por las rendijas de los pesados pérticos a matizar de Spleen nuestros espiritus acostumbrados a una Ila- marada de sol. El general de Nogales era el hombre-noticia. Daba la impresién de una mente en permanente vigilia, con los ojos brillandole en la penumbra como dos brasas y ufa cierta actitud nerviosa sobre- saltada de soldado en Ia estrategia. De aspecto esceutador y febril, tez bronceada y pelo aindiado a lo Gaitan, su inconfundible tipo andino no faltaba nunca en los grandes rotativos ingleses, ya cindién- dosele el homenaje como héroe de la primera gue- tra mundial, ascendido a general de Divisién en Turquia, donde al mando de 12.000 soldados turcos habia vencido a 35.000 armenios, tomandose a Van, la capital, en pocas horas. 5 O se comentaba el escAndalo de su ultimo libro El saqueo de Nicaragua, que habia provocado una demanda de Norteamérica a 1a casa editora por la suma fabulosa de $ 250.000, prohibiéndoio de la circulacién, mientras en Inglaterra se reeditaba sin tomar en cuenta otras opiniones. El escritor habia denunciado hechos tan graves que obligaron al Pre- sidente Roosevelt a retirar los marines de Cen- troamérica. Su vida de continuadas aventuras bélicas y lan- ces de honor se revivian y prolongaban hasta la madrugada en aquel club de elegancia e inreligencia, donde el ilustre venezolano solia ser el punto cul- minanee de la atenci6n mundial. Personajes famo- sos como don Fernando de los Rios, eminencias como Ramén Pérez de Ayala, oradores torrentosos como don Américo Castro, principes, condes y con- desas de la atistocracia europea, un publico hetero- géneo nunca menor de cien personas entre profeso- res de Salamanca, Coimbra, Oxford y Cambridge, le rendian diariamente pleitesia y no perdian ocasién de escuchar extasiados sus innumerables anécdotas. Asistia también a aquella certulia la juvenil pareja de veinte afios, el poeta Manuel Altolaguirre y su mujet Concha Méndez, debatiéndose en la odi- sea de publicar su 1547, bella revista poética que vio la luz en Londres con la fecha del nacimiento del autor del Quijote. Entre ellos estaba yo, trémula corteza de la juventud, plena de ignorancia e inex- periencia, viviendo en aquel fascinante recuento una pelicula de cowboys, admirando el lance de un mosquetero o vibrando bajo el émulo de un mo- derno Miranda la apasionante aventura de la gran guerra. Por ello nunca entendi bien —y atin a la distan- cia no lo entiendo— por qué la embajada venezo- lana, cuyo titular era el doctor Escalante, tildaba duramente a su coterr4neo de “comunista y peli- 6

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