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rematar, su familia lo abandona. Tras años de padecer la más terrible soledad decide
autoridades establecen como móvil del suicidio su desventura. Sin embargo, nadie
posibilidad de recomponer su vida, golpeó su dedo meñique del pie derecho contra la
pata de una de las sillas del comedor y, enceguecido por la ira, se arrojó al vacío.
hechos por sí mismos, aislados, carecen de importancia real; pero, cuando estos casos
entramado de absurdos que dejan sin piso cualquier lógica. Son esos incidentes, los
complejos, los que me interesan y los que componen mayormente esta reunión de
relatos cortos. Aun así, el lector no conocerá jamás, ni siquiera de mi boca, pues yo
también los desconozco, los desencadenantes de lo que se cuenta aquí. Trate usted,
A K. L.
Mi hermana
llamó Ester, la sirvienta (o asistente, como le gustaba llamarla a papá; decía que nadie
era digno de ser servido y mucho menos él, un simple arriero del eje cafetero).
Ester es una buena mujer, algo sonsa como dice mi hermana Eugenia, pero
quiere a papá, es leal y de confianza. Ha estado en casa desde que yo tenía quince
años, tres años antes de mi accidente. Precisamente era Ester la que decía que no
había nada que hacer conmigo, que sólo se podía esperar la muerte, que había visto
hombres más grandes y más machos morir por menos que eso. Sin embargo papá
manera, no le importaba mucho; que del único que se podía esperar algo importante
en esta vida era de mí. No se refería a que consiguiera el éxito monetario que mis
hermanos buscaban, sino al éxito humano que ya nadie busca, lo que quiera que eso
signifique.
Lo único que me reprochaba papá era que nunca me gustó leer. Ni los libros
leyendo, absorto en las letras, distante. Me decía que era necesario cultivar la
estómago. Por eso me pedía que leyera, que no importaba si se era débil de músculos
libros, no importaba cual. Lo abría en cualquier página y miraba las letras, las
palabras. No miraba lo que ellas decían, no leía el libro. Simplemente jugaba con esos
garabatos que papá miraba durante horas enteras y, durante horas enteras yo los
miraba como emulándolo. No es que no supiera leer. Mamá me enseño cuando yo era
muy niño. Pero con los libros de papá era diferente. Ya era lo suficientemente mágico
hacer lo que él hacía, como para que me distrajera la historia que en las letras se
escondía.
realidad papá se preocupaba poco por ellos. Veía a Héctor como a un desagradecido
Nunca entendí los motivos de mi papá para juzgar así a mis hermanos. Yo
nunca tuve un interés real y jamás di las gracias por nada. Sin embargo yo era
diferente para él. Alguna vez le pregunté por qué. “Lo veo en tus ojos”, fue su
respuesta.
papá, sólo por que sabe que de esta recaída no se levantará más. Y no sólo eso,
No tengo nada en contra de Beatriz, sólo que desde que mi hermano se casó
con ella, dejó de comunicarse con papá. No creo que fuera la influencia directa de
ella. Como ya dije, o como decía papá, no esperaba ningún agradecimiento de Héctor.
En cambio la niña es preciosa. Tiene los ojos de mamá y es la única que habla
mano buscando los dibujos que jamás encontraría. Me trajo a la memoria mis hábitos
hablar con nadie, excepto con papá. Por eso me entusiasmaba hablar con Mariana. Ni
siquiera con mamá hablé mucho mientras ella estuvo viva. Ella nunca me entendió.
Siempre le molesto que yo mantuviera la cabeza en otro mundo, como ella decía. Le
irritaba verme sentado en la chambrana del corredor lateral, mirando hacia donde
para mí, aunque duraba muy poco, porque cuando me preguntaba en qué estaba
Imaginaba que era gracias a las moras que el cielo se enrojecía en los atardeceres.
Con mis hermanos tampoco tuve mucha comunicación. Ellos me miraban con
recelo, tal vez presintiendo la evidente predilección de papá por mí. Con ellos no me
interesaba mucho hablar. Sólo lamento no haberme podido comunicar más con
mamá.
Ni siquiera hablo mucho con Ester. De hecho, aunque vivimos en la misma
casa y ninguno de los dos sale nunca, nos encontramos realmente poco en el día. Ella
nunca entra y yo mismo me sirvo la comida que ella deja sobre el fogón.
incrementó luego del accidente en el caballo cuando tenía dieciocho años. Llevaba un
vacaciones de mitad de año volví a visitar a papá y a Ester. Mamá ya había muerto
(murió cuando yo tenía doce años) y mis hermanos vivían en otras ciudades.
desaparecido del cerco frente al río, al sur. Yo no era y nunca fui buen jinete y
estando en el corral me caí del caballo y me golpeé en la cabeza contra una piedra.
accidente. Luego me enteré que estuve al borde de la muerte y que mis hermanos
viajaron a visitarme. Supe también que por esos días papá cayó enfermo.
Cuando recobré el conocimiento papá estaba en cama y todos decía que había
sido producto de la tensión de mi accidente. Es otra de las razones por las cuales mis
hermanos me miran con recelo. Mi hermana dice que si el accidentado hubiera sido
ocasiones le pregunta por mí y mi hermano le toma la mano y le contesta que por ahí
debo estar.
Se la pasa caminando por la casa, quejándose por el abandono en que está sumida y
conversando con Beatriz sobre cualquier cosa. Eugenia nunca se ha interesado por
nada realmente
Supongo que luego mis hermanos volverán a sus ciudades y sólo regresaran a
vacacionar con amigos o con sus familias, como si esto fuera un chalet o algo por el
preocupo por mí cuando papá muera. Será un golpe del que me he estado preparando
todo este tiempo. Yo seguiré acá, con Ester seguramente, pero sumido en la total
soledad.
II
Parece que a papá no le importó que hubiera viajado todos estos kilómetros
sólo para estar con él antes de que muera. Volver a la finca no es muy sano para mí.
Era evidente que al que más quería de los tres era a Esteban. Solamente
hablaba con él, y con Eugenia y conmigo sólo se limitaba a decirnos lo necesario. No
culpo al viejo. Esteban era el único que lo escuchaba cuando él narraba sus historias
apócrifas. Ellos eran los que preferían vivir soñando, mientras que Eugenia y yo
por la biblioteca y por la habitación de Esteban que permanece cerrada. Parece que
está buscando algo y ella sabe muy bien que es. Es la primera vez que viene conmigo
ha hecho saber. A Beatriz parece no importarle y dice que simplemente son cosas de
niños.
Ayer en la tarde la encontré revisando los libros de papá. No le dije nada.
Simplemente me quede observándola largo rato, mientras ella seguía husmeando algo
papá. Creo que leí todos los libros que hay allí. Incluso los de veterinaria. Fue en
vano pasar tantas tardes en esa cárcel que configuraba los libros, tratando de
Trataba de engañar a papá haciéndole creer que me había dejado atrapar por
las historias, pero no era cierto. Me acercaba a él para hablarle del insecto y él
para mí. Lo único que quería era que me hablara. No importaba de qué. No importaba
también la biblioteca, y nadie quiere hacer nada al respecto. Creo que lo mejor es que
que Eugenia quiera quedarse con ella y yo tampoco quiero. Sólo nos recuerda a mamá
y hace más insufrible su ausencia. Nos recuerda también el abandono al que nos tuvo
lo llamáramos. No estoy muy seguro de que sea verdad. Papá nunca fue así, nunca
De todas maneras no puedo evitar querer a papá. Tal vez lo quiero por que es
mi padre o por que aún espero que me dé el reconocimiento que siempre quise. Pero
su actitud es desmotivadora.
momento pensé que me iba a decir que le alegraba verme, que me había extrañado.
Pero no. Sólo me pregunto por Esteban. Parece que eso si no lo recuerda.
No tuve el valor para decirle que Esteban había muerto ese día en el cerco. Tal
vez lo habría perturbado nuevamente como cuando sucedió. Lo perturbó de tal forma
la muerte. Es mejor dejar que olvide. Eso puede hacerle bien, aunque yo no creo que
viva más de unos días. Yo simplemente le contesté que por ahí andaba.
REHABILITACIÓN
— ¡Aló! ¿Doctor Zapata? Eh... Que bueno que lo encuentro. Disculpe que lo
llame a estas horas... Pero... ay doctor... no se imagina lo que acaba de pasar. Tenía
una reunión muy importante en el trabajo y, como supuse que nos tardaríamos, llamé
a Julio para que no me esperara a comer. Pero la reunión no tardó tanto como supuse
y llegué a casa mucho antes de lo que había imaginado. Me imagino... que mucho
encontr... perdón. Lo encontré otra vez en las mismas. ¿Se acuerda que usted me
había dicho que en cualquier momento podía reincidir? Pues bien, doctor, ¡Reincidió!
mañana y los jueves el doctor Zapata sólo trabajaba hasta las seis de la tarde, día que
aprovechaba para compartir la comida con su esposa y sus dos hijas y para descansar
director. Los demás días de la semana se acostaba entrada la madrugada, incluso los
nuevos y más eficaces tratamientos. De manera que es de suponer que una llamada
había impuesto cuando abrió la clínica. —Por favor señora Méndez, cálmese por un
segundo y escúcheme. Las recaídas en estos casos son muy comunes pero no dejan de
preocupar. Lo primero que debemos hacer es tratar de hablar con él. Hágalo
inmediatamente y trate de establecer las razones por las cuales el joven siente la
necesidad de estos elementos tan perjudiciales para él. Pero, es muy importante, no
hijo no hubiese sido más sólida desde un principio; de esa manera hubiese podido
permitido hablar con él tranquilamente ahora que volvía por las viejas y peligrosas
sendas. Pero eso no había sido nunca posible. Desde la muerte de su esposo el
contacto con su hijo era de manera eventual. Debía dejarlo solo mientras ella
estaban establecidas aunque el doctor Zapata le dijese que cualquier persona, sin
importar sus circunstancias, estaba expuesta el peligro. Ella sabía que por más
convincente que pudiese sonar, su hijo nunca hablaría con ella y mucho menos sobre
—Vamos, Julio, por favor. Déjate de niñerías y dime por qué lo has hecho,
que necesidad tenías de recurrir de nuevo a esas cosas. ¿Acaso te falta algo? ¿No te
das cuenta que lo único que haces es atrofiarte el cerebro? Mira que esas cosas sólo
una mirada recelosa era lo único que recibía de su hijo. Solamente una madre puede
saber el dolor que se siente cuando el hijo de sus entrañas está envuelto en problemas
de esta magnitud.
ahora o llamo a la policía y a ellos si tendrás que hablarles... Bueno, si no vas a hablar
marchó a su habitación llevándose con ella el objeto del pecado y dejando el acuerdo
que fueran las seis de la mañana para arreglarse y dirigirse junto a su hijo a la clínica.
Miró el reloj de la mesa de noche, eran las cinco y veinte. Trataría de dormir al menos
cuarenta minutos. Vio también esa cosa que tan atormentada la tenía. Era innegable.
Era llamativo, enigmático, incluso seductor, pero ¿por qué? Sólo era cuadrado, no
muy grande, algo grueso y forrado en cuero. Tenía unas inscripciones a uno de sus
lados y en la parte superior. Sintió infinita curiosidad por leerlas, pero con profundo
pared. El libro cayó al suelo y quedó abierto. Allí permaneció hasta la noche que la
señora Méndez regresó de la clínica sin su hijo que se había quedado recluido una vez
más.
que se preparara para el viaje. A las siete ya estaban en camino. La clínica estaba a
tres pisos y cinco oficinas en la primera planta y veinte habitaciones en las otras dos,
calificado y con el espíritu altruista de todos los miembros del equipo médico: el
tornaran agresivos.
El auto con Julio y su madre entró por un portal grande con rejas de hierro
forjado siempre abiertas y con un ícono en la parte superior que exhibía un joven
alado, tal vez ícaro, en pleno vuelo perdiendo sus alas y una mano bajó él esperando
cordialmente, les dio la bienvenida y les indicó que el doctor Zapata los esperaba en
su oficina.
La señora Méndez abrió la puerta de roble sin golpear y, tomando a su hijo del
sus manos y comenzó a jugar con sus pulgares, como pretendiendo no interesarle lo
tampoco he tenido muchas ganas de hablarle. Usted es un profesional, mire a ver qué
qué volviste a coger esos odiosos libros. ¿Acaso alguien te convence de hacerlo?
Julio levantó los ojos sin mover su cabeza, miró primero a su madre y luego
lanzo una mirada despectiva contra el doctor. Una pequeña sonrisa salió de su boca y
conteniendo su disgusto propuso a la mujer que lo dejara a solas con Julio. La madre
—¿Realmente crees que lo que está pasando es gracioso?— Dijo el doctor con
cierta mirada inquisidora. —Para ti es un chiste o una diversión o una forma de evadir
tu vida. No te das cuanta que estás enfermo. Estás destruyendo tu vida. Yo entiendo
que tengas curiosidad, pero eso no justifica que te hagas daño como lo estas haciendo.
empezó como una forma práctica de comunicación, eso está bien. Pero mira cómo se
desbordó y a dónde llevó al planeta. En el pasado era normal encontrarse en las calles
con grandes edificios de pecado e insanidad, porque no se trata únicamente de un
contenía miles y miles de libros. Incluso había otros sitios donde, a cambio de unos
gente toda, o casi toda, estaba completamente enajenada. Abandonaron otras prácticas
a favor de contaminar su mente con esas cosas con letras. ¿Te parece que esa es
disminuido radicalmente. Por desgracia aún existen enfermos entre nosotros. Pero no
pasará mucho tiempo antes de que las autoridades capturen a los pocos libreros que
doctores. — Dijo Julio rompiendo con el silencio que se había impuesto desde el
dijo que era necesario que su hijo pasara la noche en la clínica y que mañana verían
qué se podría hacer. Llamaron a una de las enfermeras y le pidieron que instalara al
joven en una de las habitaciones del tercer piso, donde se encontraban recluidos los
inspeccionar la casa entera. Las sospechas del doctor eran ciertas, bajo el colchón de
la cama de su hijo halló tres libros más de los que ella se cuidó de no leer ni siquiera
arrojado la noche anterior. Lo tomó junto con los otros y los quemó en la cocina.
sólo ante la presencia de un asiduo lector sino de un hombre con una memoria
prodigiosa. Anoche en la terapia de grupo que se llevó a cabo luego que usted se fue
Julio, además de no sentir ningún remordimiento ante lo que había hecho, presumía
las enfermeras y los terapeutas, él contestaba con una cita de alguno de los tal vez
cientos de libros que ha leído. Incluso llegó a insinuar que ya había hecho sus
llanto. Sintió que ya había perdido completamente a su único hijo y que, a pesar de
—No se preocupe, aún hay cosas que se pueden hacer. Esta mañana temprano
tuvimos una junta médica para examinar el caso de Julio. Estábamos todos los
reemplace sus inclinaciones literarias por otras de tipo sexual. Agotada la primera
lobotomía.
—Está bien doctor— Dijo ella. —Esta tarde paso por allá para asentar mi
autorización.
nuestras ciudades atestadas, los perros callejeros, tengo una idea diferente de lo
Tu, linda, dedica uno de tus días, al menos una de tus tardes, a examinar
el comportamiento de esos caninos que pasean por nuestra ciudad, sin dueño, sin
Tantas veces hemos visto sus cadáveres en medio de una avenida y, como
establece que los perros no saben cruzar las calles y que son torpes.
Si a ti, mañana te arroya un auto ¿se podría asegurar que no sabías cruzar
las calles, cuando las has cruzado todos los días de tu vida? ¿Se podría inferir
que la raza humana no está en capacidad de llevar a cabo tan cotidiana labor? ¿O
unos hermosos ojos verdes? Sabes que no. Que esta conclusión es otro abuso que
ojos verdes. No tenemos más datos para dilucidar las circunstancias que
al perro unos segundos antes de ser arroyado. Si fue asaltado por la duda
de que el único medio para salvar su alma era sucumbir ante el guardabarros de
un auto azul. O si, lo que sería muy noble, el difunto animal sólo pretendía
vengar la muerte de un primo suyo que fue atropellado tres días atrás por un
parte de su tiempo a cortejarla. Agacha sus orejas, templa un poco su cola pero
la mantiene baja y sube un poco sus párpados dándole una apariencia de
cursis epístolas.
que los humanos, el grupo de machos sigue con disciplina a la hembra para
convencerla de que sucumba en sus brazos, en este caso, patas. Al igual que en
el caso de los humanos, nuestro perro mirará con rencor y de manera amenazante
a sus contendientes.
aspecto, es que el perro macho tiene mucha más paciencia y mucha más
sabe, al igual que los humanos femeninos, una perra jamás elegirá a un
ridículas.
acercará y la perra también agachará sus orejas. El perro cree tener toda la
confianza, se lanza sobre su amada pretendiendo tenerla sólo para él. Pero, las
hacen entender a su pretendiente que su tarea apenas comienza y que aún debe
agotadoras jornadas de tira o afloja, nuestro perro, que para ese momento se
encuentra tan contaminado por el amor que ya ha perdido el sentido del autorespeto y
de la dignidad, logra entrelazarse con su amada en un nudo que para unos es erótico,
para otros es escandaloso, para otros curioso, pero para nuestro animal, sublime.
manera violenta. Nuestro ingenuo animal supone que las cuestiones del amor se
perra de su vida y que ella pronto volverá a él cuando se le haya pasado el efecto
del desbordado amor. El corazón del canino se llena de orgullo y de esperanza.
cree que ha pasado el tiempo prudente para renovar los vínculos con su hembra,
chocolatas, por orejas bajas, cola tensa pero agachada y párpados levantados.
otro macho, pero rápidamente comprende que su congénere no es más que una
víctima más de las tradiciones sentimentales del reino canino. Se aleja de ellos
que lo alberga y se atormenta con el recuerdo de los planes tan maravillosos que
había ideado. Ya el futuro para el animal no será lo que él imaginó que sería.
Decide que continuar con su vida sería un acto de tortura y se lanza al
sucedido.
hay cierta magia en este tipo de desengaños, y que no les importará atravesar por
el tortuoso, pero bello proceso de seducir a una perra. Seguirán caminando por
las calles de la ciudad en busca de una hembra que esté receptiva para sus
encantos. Al fin y al cabo, saben los perros que la ilusión y el desengaño hacen
A Pindana
chaqueta eran la única vía para liberarte, para liberarme, para liberarnos a
nuestras vidas.
¿Que qué hago aquí? Ya sabes, todo afuera tan así, tan apasionado, tan
pensando en que te vi esta mañana, pero no eras tú. Ibas en un auto que no
era el tuyo y con unas personas que no eran tus personas; yo, pensando
además en que mataron a Bernardo y que la ciudad nunca había estado tan
y tenías tal vez quince años y tenías unos braquets que le daban a tu risa una
inocencia y una fealdad que te hacían ver tan bella, como una adolescente que
aún no se rasura las piernas y se ve tan hermosa, tan poco sexual y tan
sublime y que luego cuando se las rasura se ve tan bella también pero de una
irrigaba sangre a cada uno de los rincones de su cuerpo, aunque además era
consumiera.
Pero ¿dónde están tus braquets? ¿Dónde están tus quince años? Todo
eso quedó atrás, en el pasado que fue tan solo esta mañana y que al mismo
de los recuerdos o del pasado. Todo es tan lejano y tan reciente. Bismarck y
Napoleón están hace poco, como también está hace poco Bernardo y como
años. En fin, tú muy bien lo sabes y ahora lo sé muy bien yo: los recuerdos y
Las piedras las recogí de la calle luego de que alguien las arrojara.
bolsillo pero de pronto quise tener piedras y aerosoles, pero no encontré los
aerosoles, nadie los arroja y por consiguiente no había ninguno abandonado
en el suelo, lo que sí había, y en abundancia, eran piedras, así que escogí las
más redondas y las más uniformes y me las eché al bolsillo, pensaba que si
iba a arrojarlas contra algo o contra alguien, por ejemplo, contra la alcaldía o
contra el alcalde, era mejor escoger las más bellas o las que más se acercaran
a la belleza, era obvio que lanzar una piedra debía se un acto estético y no
Te veías feliz en el auto, que, ahora que lo pienso era un corsa gris y
hace nueve años no se habían creado los corsa grises, pero esto no tiene
importancia, esto es sólo un hecho incidental, ¿cuándo fue la primera vez que
viste un corsa gris? No creo que hace más de tres años, lo que confirma que
un auto como este. Sin embargo te veías feliz, se notaba que eras feliz y que
ahora eres feliz y más aún cuando estás conmigo; pero si es lógico, la
piedras que tengo en el bolsillo, aunque las podría lanzar contra algún auto,
arrojar las piedras o arrojar simplemente una y conservar la otra para que no
has sonreído un par de veces y pude ver que no tenías braquets y que sin
braquets te ves tan hermosa pero no más ni menos hermosa que cuando los
Solo venía a decirte que mataron a Bernardo y que tengo unas piedras
eras tú que aún tienes quince años y que siempre tendrás braquets aunque te
los hayan quitado hace no sé cuanto tiempo. También quería decirte que ya
no soy un facho y que nunca más lo seré, porque tengo una piedra o dos, así
como todos esos hombres de izquierda que eran la mano derecha de Bernardo
al que mataron y que todos afuera en la ciudad están tan felices porque
mataron a Bernardo y por que la muerte de Bernardo les causo tanto dolor y
tanta tristeza que los hizo arrojarse a las calles para lanzar piedras y consumir
la ciudad con su fuego, la misma ciudad por la que circula un auto corsa gris
El plan de la profesora Sofía era muy simple y muy noble, que todos los
conocer más de cerca la situación de los niños de nuestra edad, carentes de recursos.
grande, mejor conocido como cebollero, nos esperaba en la puerta de la escuela, para
el viaje que tardaría dos horas. Las expectativas de la profesora eran ambiciosas, que
idea del paseo escolar; mis expectativas incluían algo más, tener la oportunidad de
Lina era, sin lugar a dudas, la niña más linda del salón, tenía un cabello negro
largo, ni lacio ni crespo; los ojos profundos y negros también, en su mirada podía
perderse cualquier persona por horas, como yo lo hacia; el cuerpo, delgado, de una
niña de nueve años, contenía una abrumadora energía sexual que, en ese momento,
1
Ninfa. f. MIT Divinidad femenina que vivía en las fuentes, los montes, los ríos y los bosques; como
las sílfides, náyades y oreádeas, etc. ║ fig. mujer hermosa. ║ fig. prostituta.║ Labio menor de la vulva.
║ ZOOL insecto que ha pasado ya del estado de larva y prepara su última metamorfosis.
completamente desnuda; fue la primera mujer que espié en el sanitario. De carácter
sereno, voluntad firme, de sonrisa contundente, y de una madurez que podía dejarnos
atónitos, Lina era algo así como un ícono para todos nosotros; siempre sabía qué
incluso, he llegado a sospechar que algunas de las niñas del grupo, también lo
estaban, o al menos eso parecía, pues la miraban con admiración y casi con devoción.
Las maestras la querían por su dulzura y por el interés que demostraba en clase.
nunca se confirmaron y que hoy parecen inverosímiles, como que Julio, el niño que
decían era su novio, le había hecho el amor en el baño de mujeres, que ella se había
desnudando completamente, mientras que él tan solo se había quitado los pantalones;
que en el patio trasero del colegio, el que queda al lado del salón de primero, Lina
había cobrado una suma de dinero, que ya no puedo recordar, para dejarlos mirar bajo
su falda, y que luego había doblado el monto, prometiéndoles que se quitaría los
panties; que a Alzate lo había tomado del pene para convencerlo de que le regalara el
parte, sentía que agredían la reputación de la mujer que yo amaba y por otra, dado
que fueran verdad, lamentaba que no hubiera sido yo el protagonista. Es así como el
viaje a la vereda era mi excusa perfecta para confirmar o rebatir los rumores; o se
a una niña de nueve años, mencione elementos abismalmente ajenos a su edad, pero
Los días previos al viaje establecí con ella una comunicación corta pero
que en nuestras casas nos empacaban para comer, pero hablábamos poco, o casi nada.
evitábamos.
pedí el favor a El Cali, mi mejor amigo, que no se sentara conmigo en el bus, ese
puesto estaba reservado para Lina, aunque ella no lo supiera. Mi amigo era un niño
nombre, tal vez nunca lo llame de otra manera. Él, que era el único en el mundo que
alcanzara el éxito. Cuando ella subió al bus, me buscó con su mirada y vio que el
asiento al lado mío estaba libre, sin siquiera pensarlo se acercó a mí, sonrió y se
yo le sonreía como un idiota y ella me sonreía como un ángel; luego de un rato, tras
un embate de valor de mi parte, le tome la mano y ella me lo permitió. Así seguimos
los niños de San Fermín, luego un almuerzo juntos y dedicar la tarde para jugar. Para
que la integración fuera exitosa, nos reunieron en grupos de cuatro personas en el que
tenía que haber, al menos, un niño de la vereda. Como es obvio, elegí conformar el
grupo con Lina, con Cali y el cuarto sería escogido casi al azar; sin embargo, la
elección no la hice yo sino que fue Lina la que opto por un niño rubio y de contextura
pequeña de nombre Fernando, que parecía haberse quedado sin compañeros. El nuevo
se debatía entre la timidez del que se siente inferior y la superioridad del que es
anfitrión. Las profesoras del mi colegio y las del Nacional, se alternaron durante todo
de ciencias sociales y de religión, en las que poco pudimos hablar con nuestros
resto del día para mí, comenzó a vislumbrarse; cuando buscaba la mirada de Lina,
descubría, para mi pesar, que sus ojos estaban puestos en Fernando; mostraba un
con salpicón para tomar. Mi profesora Sofía, dejándonos dudar de los principios que
tomáramos la sobremesa, aludiendo a la falta de calidad del agua con la que contaban
los habitantes de esta zona y previniéndonos de una posible amibiasis. Yo tenía
mucha sed y mucha angustia por el trato de Lina hacia Fernando, de manera que no
salpicón, sino dos más que robe de la olla en que lo habían preparado. Ya ni siquiera
buscaba los ojos de ella, de antemano sabía que no era a mí a quien estaban mirando.
lo que estaba pasando; sin embargo, de haberlo hecho, el viaje para mí habría
hubiera hecho más feliz, o me hubiera devuelto la calma, ya que mis celos no tenían
razón de ser, al fin y al cabo, ella y yo sólo éramos compañeros de clase, ni siquiera
hablábamos como dos amigos. Además no era tan valiente como para hacerlo. Tenía
tenia la culpa de nada, incluso, parecía avergonzarse ante las miradas de ella, así que
Cuando finalmente nuestras maestras nos liberaron del plan trazado y nos
para mí y que, finalmente, motiva el que yo escriba esta historia. Nosotros cuatro
la envío a una zanja a unos diez metros de donde nos encontrábamos. Fernando se
ofreció a ir por ella y Lina, como era de esperarse y para mi pesar, se ofreció a ir con
él. Mientras Fernando se agachaba para recogerla sin tener que meterse él también en
llegamos Lina sonreía, con esa sonrisa de ella, que abarca el mundo entero; Fernando
estiró, primero la pelota, y luego sus brazos para que le ayudáramos a salir. Lina se
agacho para ayudarlo, pero cuando parecía que lo iba a tomar de las manos, ella
retiraba las suyas; así lo hizo una y otra vez, hasta que dejó de ser gracioso para
Fernando, que le pidió, suplicante pero fingiendo un tono de voz desafiante, que
dejara de jugar con él y que lo ayudara a salir, o que lo hiciéramos Cali o yo.
Supongo que ni él ni yo lo hacíamos por temor a que corriéramos la misma suerte que
había corrido el nuevo niño. Yo reí para restarle dramatismo a la situación y para que
seguro, dado el gesto inexpresivo en la cara de Lina, que se tratara sólo de eso.
Fernando seguía en el agujero, sin atreverse a salir por sus propios medios.
Nosotros seguíamos mirándolo sin hacer nada, cuando Lina comenzó a patear el
suelo, lanzándole arena en la cabeza; Fernando únicamente se cubría los ojos. Lina
nos miró y nosotros obedecimos la orden que ella nos dio sin necesidad de decir nada,
comenzamos a lanzarle arena también. Ya para ese momento nuestro anfitrión sabía
que no era un chiste lo que estaba pasando. No sé muy bien por qué participábamos
del incidente, si para ese momento los celos que pude haber sentido por ese niño, ya
vendría después. Lina nos miró fijamente y -¿si lo matamos a pedradas?- nos dijo.
Supongo que mi rostro se puso inusitadamente rojo, pues sentí un calor insoportable
en mi cabeza. Cali salió corriendo hacia la escuela, pero yo me quedé con ella y con
Fernando, que para ese momento ya había comenzado a llorar. Yo quería mantener la
compostura y no parecer un cobarde ante ella, pero tampoco quería matarlo. Una
genialidad pareció asomarse en mi mente, o al menos eso creí en ese momento, pues
le dije –no vale la pena, es simplemente un campesino- haciéndole entender a ella que
no era valor lo que me faltaba, sino motivación. Ella me miró y me sonrió como de
costumbre; se agacho, recogió una roca pequeña y se la lanzó, sin causarle ningún
daño; luego se alejó. Esperé unos cuantos segundos para alejarme también, sin ayudar
me seguí viendo con ellos. De regreso a Manizales, Lina se sentó al lado mío
Lo que me despertó no fue la luz del sol que entraba abruptamente por la
ventana; ni el ruido que hacía Teresa en la cocina. Lo que me despertó fue el sonido
—Le tengo una noticia que le puede interesar. Acabo de recibir una llamada
antes o algo.
tengo que viajar. Al fin y al cabo soy egresado de allá, les debo unas cuantas cosas.
dejaba salir de su boca una gran emoción. Me pregunté por qué yo no sentía lo
mismo.
—Ah, jefe, la persona con la que hable parecía muy interesada, incluso
entusiasmada. Dijo grandes cosas de usted, como que usted era de las personalidades
más insignes que habían salido de la institución, o algo así, y dijo que usted era sin
reconocimiento por parte de la gente con la que crecí y con la que me formé. No sé si
se debía al hecho de que por primera vez en varios años estaba solo en casa. Clara
la niña con ella. Se habían ido hacía ya tres días y regresarían pronto, el lunes a más
tardar. Los dos primeros días desde que se fueron las extrañé mucho, pero me
dedique a escribir más de la cuenta y el tiempo se pasó rápido. Pero hoy todo era
a las ocho y luego me siento en el escritorio. Trabajó casi en horario de oficina pero
comemos fuera, veo las noticias y me acuesto no más tarde de las diez.
la cama. Bajé al primer piso y encontré a Teresa en la sala. Cuando me vio se dio un
—Señor, pensé que había salido. ¿Se siente bien? –preguntó ella también.
tanto.
Subí nuevamente a mi cuarto. Entré en el baño, esta vez sin organizar la ropa
que iba a ponerme, como lo hago todos los días. Abrí la llave del agua pero no entré
cuando salí, Teresa había puesto una muda de ropa sobre la cama que ya estaba
siguiente libro, pero esta vez no pude hacer nada, ni siquiera me senté en el escritorio.
Saqué unas carpetas de mi época de estudiante, tal vez quería contagiarme algo de
cosas por el estilo. También encontré una foto en la que estábamos Clara y yo en un
congreso en Cali. Ambos sonreíamos, pero en ella se veía más sinceridad. Llevaba el
cabello corto y libre. Fue eso lo primero que me atrajo de ella, su cabello, denotaba
carácter, en él se resumía todo el espíritu de Clara: fuerte y libre. Supongo que como
yo era y soy un hombre acartonado y riguroso, una mujer como ella tenía que
enloquecerme, y lo hizo. Es la única mujer que he amado en toda mi vida. Sentí cierta
ternura con el rostro joven de la fotografía y fue cuando me percaté de que no había
pensado en ella ni en la niña en todo el día. Pensé en llamarla para contarle lo del
homenaje; tal vez podía alcanzarme allá y aprovechar el tiempo para ver a sus amigos
de la Universidad, sería importante que estuviera presente cuando pasara todo. Sin
embargo no la llamé.
Ese día pasó casi desapercibido, sólo deambulé por la casa. Los dos días
pero como anunciando que en cualquier momento la velocidad iba a cambiar. Como
cercanas preocupadas por mi actitud. Les extrañaba llamar y que Teresa les dijera que
disponible y que nunca descansaba. Clara también llamó, me dijo que notaba
Pero a ella le respondí que no lo sabía, que algo raro estaba pasando. De cualquier
forma le dije que no había de qué preocuparse y le conté lo del homenaje, únicamente
estaba cansada de estar lejos de casa y me extrañaban. Por último me hizo prometerle
que visitaría al médico. Le dije que lo haría sabiendo de antemano que incumpliría
esa promesa.
Algunas cosas cambiaron el jueves con respecto a los días anteriores. El sol no
desaparecido y me sentía sereno. Sin embargo también desperté muy tarde, incluso
más tarde que los otros días. La hora del desayuno ya había pasado y baje a almorzar
de mala gana. Teresa no insistió más en si mi salud estaba bien, lo que significó un
alivio para mí. Cuando, después de haberme bañado, me vestía en la habitación, note
–no lo había notado hasta ese momento— que un fuerte aguacero arreciaba. Abrí la
cayendo frente a mí, las calles desoladas y los ríos que se formaban en el pavimento,
asomado a la ventana, el friso del techo impedía que me mojara y olía a muebles
Tenía que sentir el agua bajo mis zapatos. Caminé durante un par de horas hasta que
me dolieron los pies, como yo quería que pasara. Ya era de noche y entré a un bar. No
un hombre menudo y con rostro bonachón. Le calculé no más de treinta años y vestía
un jean algo envejecido, una camisa blanca con un chaleco negro. Llevaba unas
una vanidad hasta ese momento desconocida por mí. Asentí e inmediatamente su
impresiones al respecto, de relaciones que encontraba con otros autores. Era evidente
que me encontraba ante un lector avezado. Me preguntó por mis influencias literarias
con un tormento fingido o con un optimismo recalcitrante. Éste parecía ser de los
sintiera cómodo. Puse música, imaginé que le gustaría escuchar jazz, y así fue.
Aunque yo quería dirigir la conversación hacia cosas más triviales, el hombre insistía
regalado hacía poco tiempo. Le hablé de Clara y de la niña, del amor que sentía por
ellas; le hablé, además, de los procesos que se siguieron para la consecución de mis
sentido. Este hombre me veía como a un héroe y mi vida había transcurrido sin
mesa donde come Teresa mientras yo preparaba unos emparedados. Saqué los
la sala vi, sobre la mesa de centro, uno de mis libros que mi invitado había estado
ojeando. Decidí regalárselo y lo firmé con una dedicatoria. “Para mi más fiel
admirador y amigo”.
haberle servido algo de licor, le extendí mi mano con el obsequio. Lo tomó con
Cogió el libro con la mano izquierda y me estiró su mano derecha para estrechármela
agradecerle. No sólo se trata de este libro, sino de todo. Créame, sus libros me dieron
corazón, como no lo había sentido durante todos estos últimos días. Ahí estaba yo,
responsabilizaba de su vida. Yo, un tipo cualquiera, sin ceremonias, sin razones, sin
dibujó en mi cara, pero se fue transformando lentamente. Ya no era una sonrisa sino
casa. Me callé y lo miré a los ojos, sin soltar su mano. Tomé el cuchillo con el que
había partido el queso en mi mano izquierda y le hice una profunda herida en su
mesa, manchando la comida. Hasta que al fin lo solté. Lo vi salir huyendo de la casa,
dando saltos y alaridos, dejando un camino con su sangre. Seguí riendo durante unos
cuantos segundos más hasta que caí exhausto en la silla. Permanecí allí un rato hasta
que tuve fuerzas para ir a mi habitación. Mientras me dirigía hacia allá vi tirado en el
suelo, al lado de la mesa, el libro que le había regalado a mi más fiel admirador y
amigo. Pensé que era una descortesía de su parte el no habérselo llevado y volví a
sonreír.
con mi esposa y mi hija. Sabía, además, que tenía que prepararle una buena excusa a
Teresa para justificar el desorden de la cocina. Y sabía que a partir de mañana todo