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Comentario al artículo El próximo colapso evangélico

La necesidad post-moderna de una fe Viva


Por: Juan Carlos Uhía Arcila
(jcuhia@hotmail.com)

Aunque en algunos puntos disiento del enfoque del autor del artículo
El próximo colapso evangélico (InternetMonk.com march 10, 2009), no
cabe duda de que hay varios aspectos centrales que sirven para
reflexionar sobre el destino de la Iglesia evangélica latinoamericana en
medio de lo que se ha llamado la post-modernidad.

Para empezar, es notorio el olvido que Spencer hace de nuestra


iglesia. La evidencia nos muestra que hoy en día hay una verdadera
fuerza en lo que podemos ofrecerle al mundo. No sólo en términos de
crecimiento sino de madurez. La emergencia de ministerios laicos y de
iglesias comprometidas con las condiciones culturales propias del
mundo latinoamericano muestra que la iglesia en latinoamérica está
lista para empezar a jalonar el desarrollo de una visión muy propia del
evangelismo mundial. Los misioneros latinos ya están partiendo hacia
USA y ya están trabajando en muchos lugares ofreciendo una visión
renovada y fresca de una relación real con Jesucristo.

Sin embargo, para afianzar aún más esta visión latina y para crecer en
la madurez que Dios espera de su pueblo, las lecciones son varias.

El primer aspecto es que necesitamos estar en medio de la cultura y


no fuera de ella. La guerra cultural de la iglesia americana no ha
trascendido, salvo en el hecho de que se mire a los evangélicos como
ignorantes o en un caso más benévolo como atrasados.

Es tiempo de incursionar con mayor profundidad en la educación y en


la ciencia; en las artes y en los medios de comunicación. Lo
importante es entender que nuestra influencia es moral y no política ni
cultural. Hacer esto significa que debemos profundizar en nuestras
raíces: el evangelio y las buenas nuevas en lo personal, en la
singularidad de cada ser.

Algunas de nuestras causas perdidas, como la lucha anti-aborto, la


oposición a las uniones gay o la visión anti-evolucionista, exigen una
mirada más profunda de los principios de la fe. No es en lo político o
en lo legislativo en donde se puede demostrar una posición que, en
muchas ocasiones, raya en la contradicción del evangelio. Se trata de
una referencia distinta que se basa en el amor por el prójimo, así este
no sepa que su condición lo aleja de Dios. El evangelio nos exige
ahondar en lo que la psicología actual nos brinda y en lo que la
misericordia de siempre nos dicta. Nos oponemos al error, pero lo
entendemos y debemos estar al lado de quienes ignoran la
profundidad moral de su proceder.

Lo mismo puede decirse acerca de un discurso antievolucionista que


considera a Darwin como una especie de diablo y en el que la mirada
de la cultura se sorprende frente a una posición que cada vez más
exige confrontar la evidencia científica actual que admite la evolución
como un acto que refleja a un Creador. Habría que mirar con más
detenimiento las últimas profundizaciones en física subatómica y su
aproximación a la necesidad de una pauta ordenadora y reguladora
desde el nivel de las partículas hasta los organismos mismos.

La obsesión de los evangélicos americanos por estos temas nos


permite entender que en nuestro medio apenas están empezando las
escaramuzas y que en lo legislativo —tanto la homosexualidad como
el aborto llegarán a tener cabida, gústenos o no. En el primer caso,
porque el derecho a una vida en sociedad no puede ser tamizado por
confesión religiosa alguna; y en el segundo, porque el estado mirará la
problemática desde la optimización de recursos —incluyendo a las
personas— y no desde una mirada de un ser creado y con propósito.
Pero allí precisamente están los argumentos centrales para iluminar
las conciencias y para prevenir esta terrible práctica.

La iglesia evangélica latinoamericana debe ahondar en la


profundización de la doctrina cristiana y en la vivencia real de una vida
santa. Y punto. Nuestro testimonio debe ser la ofrenda que agrada a
Dios. Y en eso se basa justamente la formación de nuestros hijos que,
entre otras cosas, nos corresponde a nosotros y no a la escuela o a la
misma iglesia.

Queda por último avanzar un comentario sobre la vida de las iglesias


locales. La tentación de construir mega-templos y de predicar un
evangelio comercial de prosperidad debe ser abortada con la mayor
celeridad. Volver a ver la pequeña iglesia como una comunidad que
puede conocer y ahondar en la persona de cada uno de sus
miembros; que muestra el testimonio vivo de cada quien y que apoya
en las carencias y en las dificultades, se impone como la verdadera
vida al modo de las iglesias primitivas. Para ello hay que evitar mirar
las iglesias como corporaciones, cesar en la obsesión enfermiza por
los fieles y en la competencia por modelos de eficiencia y de jerarquía,
propios de la empresa privada.

Y como anexo, vale la pena examinar la necesidad de insistir en una


acción hacia la cultura que la confronte en lo moral y que ofrezca
alternativas para la vida práctica y real a partir de:

• Hablar un lenguaje secular, sin transigir en lo fundamental


pero cercano en las aspiraciones comunes de felicidad y
realización que mantenemos todos los seres humanos;

• Brindar soluciones para los problemas de la cotidianidad,


sin caer en las fórmulas fáciles y muchas veces paganas
de la auto-ayuda o en la práctica del “Existismo”;

• Diseñar y proporcionar herramientas válidas para la


existencia, refrendadas por la Palabra y su acción
vivificante.

No en vano mantenemos una fe que trata profusa y profundamente de


la Vida y que se fundamenta en el Espíritu de Dios sobre el mundo y
sobre todos los seres humanos.

Juan Carlos Uhía; es psicólogo, comunicador social y filósofo. Se


desempeña como conferencista internacional. Autor de libros y
de artículos. Su actividad está orientada hacia la divulgación
secular de las verdades del Evangelio. Junto con su familia vive
en Colombia.

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