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Nota preliminar:
El origen de este trabajo está en las páginas que tuve que dedicar a la situación de
Italia en la biografía de Jorge Maniaces para explicar su aventura occidental en el
contexto apropiado. Después de haber reflejado los acontecimientos de un momento tan
destacado como fue el de la segunda invasión normanda de 1041 me pareció que sería
una continuación lógica explorar el antes y el después de aquellos sucesos para obtener
así una síntesis de la segunda dominación bizantina en el sur de Italia. Como el periodo
ya tratado abarcaba los hechos del periodo 1030-1043, el objetivo inicial fue realizar dos
trabajos por separado, uno que comenzase con el reinado de Basilio I y cubriese hasta el
final de la gobernación de Basilio Boioannes y un segundo a modo de epílogo que
resumiese los acontecimientos y la rápida decadencia de la dominación bizantina desde
la rebelión de Maniaces en 1043 hasta la toma de Bari en 1071. Finalmente he optado
por presentar el conjunto como un todo y para evitar el salto en la narración he
reutilizado (ligeramente modificados) algunos pasajes y mapas que en el trabajo de
Maniaces cubrían la historia general, lo que me ha permitido además incluir algunas
hermosas ilustraciones del Skylitzés Matritensis a las que no tuve acceso en diciembre de
2003 cuando esa biografía estaba siendo redactada. El atento lector de aquel trabajo
queda advertido pues del previsible déjà vu.
En segundo lugar un apunte referido a la transcripción de los nombres propios. He
experimentado dudas con los correspondientes a los personajes lombardos, habida
cuenta de la escasa presencia de éstos en textos en castellano que pudiesen servir de
referencia. ¿Es preferible Landulfo o Landolfo? ¿Pandolfo o Pandulfo? ¿Ariquis, Arichis,
Aricis, Arequis? Sinceramente en muchos casos es difícil optar por una de las opciones
ya que todas ellas parecen aceptables, así que he intentado ser consistente en el uso
confiando en la bondad de mi elección. Asimismo respecto a los nombres griegos también
he intentado, en la medida de mis escasos conocimientos, realizar una transcripción
siguiendo las sabias recomendaciones de Eva Latorre Broto, mi guía para estas
ocasiones. Mi más sincero agradecimiento para Eva y desde este momento reclamo,
estoica y enteramente para mi persona, la autoría y responsabilidad de cualquier
despropósito en el trabajo que a continuación se desarrolla.
ÍNDICE
− Introducción
− Italia bizantina: 867-983
− La reconquista de la Italia Meridional (880-886)
− El asentamiento de la dominación bizantina
− La amenaza árabe
− La organización administrativa
− Años de inestabilidad
− La lucha por Sicilia
− Siracusa capta
− La expedición a Sicilia de 964
− El regreso del Imperio Germánico
− La campaña de Otón II
− Reformas administrativas: la instauración del catepanato
− Italia bizantina: 983-1030
− El hostigamiento de los piratas musulmanes
− Años turbulentos
− La aparición de los normandos
− La primera invasión normanda
− La época del catepán Basilio Boioannes
− Italia bizantina: 1030-1043
− La expedición a Sicilia
− La segunda invasión normanda
− Maniaces en Italia
− El fin de la Italia bizantina: 1043-1071
− Las actividades del príncipe de Salerno
− El gobierno de Argyros y la batalla de Civitate
− La última resistencia
− Bari 1071
− Apéndice: Economía y Sociedad en la Italia bizantina
La estructura poblacional
La configuración de la ciudad
La estructura social
− Bibliografía
Introducción
Cuando en 867 la flota del drongario del plöimon imperial Nicetas Ooryfas echaba el
ancla ante las costas de Ragusa, hoy en día Dubrovnik, Bizancio estaba preparado de
nuevo para reclamar su derecho a decidir en los asuntos de Italia tras la desaparición del
exarcado un siglo atrás. En estos momentos los territorios controlados por el Imperio se
reducían a algunos reductos en la región de Otranto y muy lejos quedaban ya los días en
que en las tierras italianas se escuchaba con acatamiento la voluntad de Constantinopla.
De entre los antiguos territorios dependientes el ducado de Nápoles había derivado
insensiblemente hacia un estado de autonomía tácita que le llevó a seguir una línea
política independiente alejada ya de la colaboración con Bizancio, como se puso de
manifiesto en 812 cuando el duque Antemio contestó negativamente a la petición del
patricio de Sicilia para que hostigase a los piratas que acababan de saquear Ischia ese
mismo año. La ruptura de lazos de los napolitanos con su antigua metrópoli se reflejaba
también en planos más simbólicos con la ausencia de consultas con el Imperio a la hora
de decidir el relevo de sus líderes o la omisión del nombre del emperador en las monedas
acuñadas por el ducado. Más al norte, Venecia seguía respondiendo afirmativamente a las
solicitudes de Constantinopla pero ya como una entidad política que seguía su propio
camino e intereses.
A mediados del siglo IX el principal actor de la política peninsular era Luis II, rey de
Italia desde 844 y emperador de los francos en 850. Luis asumió como una de las
principales tareas de su reinado, obligación heredada de su cargo como rey de los
lombardos, el liderar la lucha contra los piratas árabes que asolaban sistemáticamente el
litoral italiano. Ya en 812 tenemos noticias de incursiones piráticas en la región pero su
presencia se hace mucho más sentida desde 836 cuando acuden al reclamo del duque
Andrés de Nápoles para protegerse de las agresiones lombardas. Empleados como
mercenarios a sueldo de todos los estados italianos en el sur pero también sirviendo a sus
propios intereses y los de los Aglábidas de Sicilia y norte de África su presencia pasó a
ser una amenaza demasiado clara, especialmente a partir de 839 cuando estalló la guerra
civil en el principado de Benevento entre Radelquis y Sikenulfo que provocó diez años
después la segregación de Salerno sancionada por la famosa Divisio de 849. Los árabes se
mostraron infatigables en sus correrías: en 838 Brindisi fue saqueada y en 840 y 841
Tarento y Bari sufrieron la misma suerte. En 846 tuvo lugar la famosa incursión aguas
arriba del Tíber y el saqueo de los suburbios de Roma, incluida la basílica de San Pedro
que tanta conmoción provocó en la Cristiandad. Ese mismo año otra fuerza árabe volvió a
ocupar Tarento y la convirtió en un emirato autónomo dedicado al comercio,
fundamentalmente de esclavos, y al pirateo. Al año siguiente Bari sufrió la misma suerte.
La propia Roma fue salvada de nuevo en 849 cuando una flota de napolitanos unida a
barcos de Amalfi y Gaeta derrotó ante Ostia a una armada árabe. El victorioso Cesario,
hijo del duque Sergio de Nápoles, fue honrado como salvador de Roma por el jubiloso
pontífice.
En la década de 850 los recién llegados aprovecharon esas bases y el desorden político
en las tierras italianas para recorrer el país en profundidad saqueando y sometiendo las
poblaciones locales a su voluntad. Los señores lombardos habitualmente no corrían
peligro resguardados en sus ciudades, pero carecían de los medios para defender su
territorio adecuadamente, sin olvidar el hecho de que casi todos utilizaban los servicios de
los mercenarios árabes para saquear las tierras de sus vecinos. Expulsar a los musulmanes
de Italia requería de una fuerza mayor que sólo podía estar en manos del emperador
carolingio. Desgraciadamente incluso para Luis II la tarea resultó ser mucho más dura de
lo esperada, comenzando por la ciudad de Bari contra la que realizó sucesivas campañas
en 847, 852, 866-67, 869 hasta tomarla finalmente dos años después.
En esos años la mirada de Bizancio volvió a posarse sobre Italia. La pugna sostenida
con el Papado sobre el control religioso de la recién convertida Bulgaria había demostrado
a Constantinopla que valía la pena presionar en Italia para persuadir al pontífice a
inclinarse ante los intereses de Constantinopla. Por ello cuando a finales de la década la
flota griega comenzó a mostrar su pabellón en aguas del Adriático, posiblemente poco
después del establecimiento del thema naval de Dalmacia, muchas novedades se estaban
gestando en el panorama político de la región.
Las depredaciones de los piratas sarracenos en las costas dálmatas hicieron por fin
inevitable la llamada de socorro a Constantinopla en 867. Una escuadra de casi 400
chelandia, al decir de los fantasiosos historiadores francos y 140 según otras fuentes, se
apostó frente a la ciudad de Ragusa y forzó la apresurada huida de los sitiadores que
optaron por atravesar el Adriático y dedicarse a saquear las costas de Apulia en lugar de
enfrentarse a los poderosos navíos imperiales. Pronto los jefes serbios de la región se
apresuraron a acogerse a la protección de la remozada autoridad bizantina, lo cual fue
aprovechado por parte del jefe de la expedición para reafirmar la influencia imperial sobre
la zona. Al año siguiente, mientras Luis II se preparaba para una nueva tentativa contra
Bari, se acordó el envío de apoyo naval bizantino para la empresa, aunque no está claro si
la iniciativa partió del monarca franco o fue una sugerencia del emperador Basilio. En
marcha estaba por aquel entonces el proyecto de alianza entre los dos Imperios mediante
el compromiso entre el primogénito de Basilio, Constantino, y Ermengarda, la hija de
Luis. Lamentablemente la empresa conjunta y la nonata alianza acabaron desastrosamente
cuando la flota que había arribado ante las costas de Bari con la misión de ayudar en la
campaña y recoger a la joven princesa se encontró con que Luis había hecho regresar a
buena parte de sus tropas y sólo mantenía el sitio con algunos centenares de hombres. El
propio Luis no estaba ya presente, pues se había retirado a Venosa a conferenciar con su
hermano Lotario y no parecía muy dispuesto ahora a concluir el tratado. Furioso, el
drongario Nicetas se alejó de la ciudad y llevó a la flota al golfo de Corinto no sin haber
mostrado antes su cólera por la conducta de Luis, lo que estuvo a punto de provocar un
enfrentamiento armado con los francos. Posteriormente el monarca intentó excusar su
conducta y arreglar la situación aunque el proyectado matrimonio finalmente nunca tuvo
lugar. La colaboración volvió a establecerse a partir del año siguiente en un período en el
que la flota bizantina se mostró muy activa, realizando también incursiones contra los
piratas eslavos apostados en la desembocadura del Narenta y contra sus bases en territorio
dálmata.
Por fin, tras varias campañas infructuosas, las tropas de Luis II hicieron su entrada en
Bari el 2 de febrero de 871. De inmediato el monarca se propuso extender su ofensiva a la
ciudad de Tarento considerando que Apulia no se podría asegurar en tanto esta plaza
continuase en manos musulmanas. Las dificultades para la empresa eran muchas debido a
la fácil comunicación de los tarentinos con Sicilia. En esos momentos una pequeña
escuadra bizantina al mando del patricio Jorge prestó su colaboración en las tareas del
bloqueo, pero a sus escasos chelandia les resultó imposible establecer un cierre total del
puerto. La desesperada necesidad de una fuerza naval de la que carecía el Imperio franco,
unido a la nueva amenaza que suponía la alianza del Duque Sergio de Nápoles con los
musulmanes, animó a Luis II a proponer a Basilio una alianza en firme en la que la tierra
quedaría para los francos y el mar para los griegos. Como premio último Sicilia regresaría
a las manos de sus antiguos dueños y Luis ofreció su ayuda para hacer avanzar la empresa
bizantina en la isla.
Tan buenos propósitos se vieron frustrados por un nuevo fracaso diplomático. Peor
todavía, la embajada franca que se encontraba en Constantinopla a principios de 870 se
enredó en disputas sobre la cuestión de Focio y la jurisdicción sobre la iglesia búlgara,
dejando a un lado su misión original. El emperador acusó a los enviados de su mala
disposición al tiempo que rehusó ratificar el título imperial al monarca franco que Focio
había prometido hacer reconocer. La cuestión de fondo que yacía tras este enfrentamiento
era la pretensión de Luis II de considerarse Emperador de los Romanos y no de los
Francos, entrando así en conflicto directo con la posición del soberano de Constantinopla.
Alejados, pues, por sus intereses divergentes ambos se decidieron a continuar la guerra en
Italia contra los musulmanes por separado. La flota imperial abandonó en esos momentos
las costas italianas para actuar sobre las bases piratas de Creta, persiguiendo a sus
enemigos a lo largo de las costas del Peloponeso hasta dispersarlos. Por su parte Luis
tampoco pudo continuar su campaña sobre el siguiente objetivo, Tarento. Una
conspiración urdida por el duque Adelquis de Benevento en agosto de 871 le convirtió en
prisionero de éste durante unos meses. Sólo la promesa de no buscar venganza sobre los
conjurados y no amenazar el territorio de Benevento le permitió volver a recuperar la
libertad. Muy afectado por este suceso no emprendería ya grandes acciones en Italia y su
muerte en 875 marcó el fin de la intervención de la monarquía carolingia en el sur. Sólo
entonces tras la desaparición del animoso y desafortunado Luis volvieron los barcos de
Bizancio a luchar de nuevo contra los sarracenos en Italia.
El fracaso de los francos fue la señal para la reanudación de una vigorosa
contraofensiva musulmana especialmente desde la colonia radicada en Tarento. Pronto
sus algaradas recorrieron toda la Italia del sur llegando en sus incursiones a las cercanías
de Benevento, mientras que por mar los corsarios árabes aprovecharon la falta de
vigilancia en el Adriático para llegar hasta el fondo del golfo de Venecia y saquear
Comacchio. Para entonces el gobierno bizantino estaba convencido de que el Adriático y
las posesiones imperiales en Iliria estarían siempre a merced de los piratas en tanto que
éstos encontrasen refugio y apoyo en el litoral italiano, Se hizo pues necesaria la
intervención en tierra firme y la ocasión vino dada muy pronto por la petición de socorro
que los lombardos de Apulia dirigieron al gobernador bizantino de Otranto, que acababa
de recibir las promesas y juramento del príncipe Adelquis II de Benevento en 873. En
obediencia a esos acuerdos se abrieron las puertas de Bari a las tropas encabezadas por el
baiulos Gregorio, primicerio y protospatharios imperial, que se hizo dueño de la ciudad
en nombre de Basilio el 25 de diciembre de 876 enviando luego a Constantinopla como
rehenes a algunos de los principales ciudadanos junto con el gastaldo encargado de su
gobierno hasta la llegada de las tropas bizantinas.
El rápido asentamiento de las fuerzas imperiales en Bari no fue muy del agrado de
Adelquis, que no esperaba una presencia demasiado visible de los recién llegados, lo que
le llevó a intentar tratar directamente con los musulmanes pero para entonces ya se había
establecido en Bari una fuerte guarnición que aseguraba el dominio de la ciudad para los
bizantinos. Constantinopla ganó así una posición privilegiada para controlar ambas costas
del Adriático y afirmó su intención de reclamar protagonismo transformando la nueva
posesión en la sede del strategos como una base firme desde la que empezar a
desempeñar de nuevo un papel relevante en la política italiana. Basilio concedió plenos
poderes a su representante para llevar adelante el juego diplomático con los estados
lombardos y las dotes de gobierno y habilidades de Gregorio le permitieron desempeñar
con eficacia las funciones de su cargo hasta 885.
Como representante del emperador Gregorio no tardó en establecer contacto con los
actores relevantes en la escena italiana, particularmente con el papa Juan VIII, que en
estos años buscaba ayuda desesperadamente para hacer frente a la amenaza de las flotas
piratas sarracenas que a finales de 876 volvían a asomarse a la desembocadura del Tíber.
El basileo respondió afirmativamente a la petición del pontífice y ordenó a Gregorio que
enviase algunos barcos hacia el litoral de Campania. Sabemos que a finales de 879 un
pequeño destacamento naval, al mando del espatario Gregorio, el turmarca Teofilacto y el
conde Diógenes se apostó ante Nápoles y derrotó a los musulmanes. Aliviado, el papa
felicitó calurosamente a sus salvadores pero insistió en que debían llegar hasta Roma y
defenderla por tierra y mar de nuevas amenazas. Al año siguiente los barcos regresaron y
colaboraron en la protección de las tierras de la Santa Sede. Durante ese periodo las
relaciones entre Roma y Constantinopla alcanzaron una armonía que rara vez se volvió a
disfrutar posteriormente.
El éxito de Bari, aunque valioso, no pudo compensar la calamitosa fortuna de las
armas imperiales en otros frentes, particularmente en Sicilia. Mientras la flota de Nicetas
Ooryfas se ocupaba de recorrer las costas griegas en busca de piratas el litoral siciliano
quedaba a merced de los ataques de los musulmanes de Palermo. Siracusa estaba siendo
sometida a un duro asedio en esos momentos y durante semanas esperó en vano el socorro
de una flota que al mando del navarca Adriano debía llegar en su auxilio. Demorado en
las costas del Peloponeso Adriano conoció la noticia de la toma de la ciudad en mayo de
878 sin tiempo ya para poder prestarle el socorro tan desesperadamente implorado. La
conquista de Siracusa ofreció a los musulmanes una base ideal para emprender la
conquista definitiva de Calabria por lo que, animado con el reciente triunfo, el emir de
África envió de inmediato una flota de 60 galeras de buen porte hacia el Jónico para
saquear las costas griegas.
Escarmentado Basilio por el fracaso en la empresa de Siracusa quiso atajar de raíz las
nuevas incursiones y dirigió contra la flota sarracena al plöimon imperial al mando del
sirio Nasar, que había sustituido entretanto en el cargo a Nicetas Ooryfas. La flota
imperial, compuesta por 45 navíos, consiguió expulsar de las aguas del Jónico a los
incursores, tras sorprender y aniquilar una escuadra árabe de 16 galeras en el puerto de
Metona, y se dirigió después a toda vela hacia las costas de Sicilia. Las primeras velas de
la armada se dejaron ver ante Nápoles en octubre de 879 y probablemente fue entonces
cuando de la flota se separó el contingente destinado a proteger las costas de Campania a
petición del papa. Tras reagrupar la escuadra Nasar inició su ataque en la costa
septentrional de la isla, al este de Palermo. En Milazzo, en las cercanías de las islas
Lípari, se libró un gran combate que resultó victorioso para los bizantinos, y tras el
encuentro Nasar pudo dedicarse a perseguir el rico tráfico mercantil organizado entre
Sicilia y el continente. De la riqueza del botín obtenido dieron cuenta los cronistas
afirmando que el precio del aceite en Constantinopla cayó en aquellos días hasta alcanzar
valores irrisorios. Animado por el éxito de la empresa la flota se aprestó a llevar adelante
la segunda y más importante fase de la operación que tenía como objetivo desembarcar en
tierra italiana los primeros ejércitos imperiales que esas costas veían en más de un siglo.
Bizancio regresaba con fuerza a sus antiguos dominios y lo hacía reclamando su derecho
de propiedad.
En esos momentos Bizancio era ya el principal poder en Italia meridional ante el que
los principados lombardos se inclinaban, aunque debe recordarse en todo momento la
fragilidad de las alianzas en la inestable política italiana. Los señores lombardos apoyaban
en cada momento a aquel que pudiera beneficiarles más y no vacilaron nunca en cambiar
de bando sin el menor escrúpulo cuando la ocasión lo aconsejaba. Esa había sido siempre
la situación y los hechos demostrarían que tales prácticas seguirían siendo aplicadas en las
décadas venideras.
La posición de Bizancio en la península había vuelto a ser tan fuerte como a
principios del VIII y en consecuencia se beneficiaba de una actitud más complaciente por
parte del papado, que en estos años intentaba afirmar su independencia respecto a los
designios de los sucesores de Luis II y por ello estaba más que dispuesto a probar la vía
bizantina. Los gobernantes del sur de Italia aceptaban presurosos los títulos otorgados por
la corte imperial, imitaban sus usos y modas y reconocían, aunque con intermitencia, su
autoridad como lo prueba que en estos años en Nápoles las monedas volviesen a a incluir
el nombre del emperador después de más de un siglo, y más llamativo todavía que
también en estos años se introdujesen iguales usos en las monedas acuñadas en Salerno y
Benevento. Estos hechos sin embargo no pueden ocultar la realidad de la posición
bizantina en Italia, que era muy diferente de la existente, por ejemplo, en Asia Menor.
Buena parte del territorio oficialmente administrado por el Imperio en Italia estaba en
realidad fuera del control directo del estratego. La autoridad bizantina, siguiendo una
práctica sancionada por la experiencia de siglos, dependía de las habilidades diplomáticas
de sus oficiales, del trato con las élites locales, del control de los rivales y también del
pago de generosos tributos a los piratas de Sicilia y Norte de África, y sólo cuando era
imprescindible se recurría al uso de la fuerza. Cuando el emperador León VI elogiaba a
Nicéforo Focas por su trato cuidadoso a los lombardos evitando el pillaje y la toma de
esclavos o renunciando a imponer pesadas contribuciones se reconocía implícitamente
que la autoridad imperial sólo podía ser mantenida en Italia a través de su aceptación por
parte de las poblaciones locales.
Mientras se desarrollaban así los asuntos italianos la protección de la recién
conquistada Calabria exigía continua vigilancia. Hacia 888-889 los árabes sicilianos
intentaron un nuevo ataque, esta vez en la región de Reggio. Una flota bizantina atravesó
el estrecho de Messina pero fue derrotada por completo cerca de Milazzo. La noticia del
desastre provocó el pánico en la región impulsando a los habitantes de las villas a
abandonar sus hogares y buscar refugio en el interior. La situación mejoró poco después
cuando el drongario Miguel hizo prisionero al jefe de la flota árabe y volvió a controlar el
paso del estrecho. En los años siguientes las discordias internas en Sicilia permitieron que
Calabria experimentara un breve respiro.
Tras recuperar Bari Constantino y buena parte de sus tropas se embarcaron de vuelta a
Constantinopla. El nuevo gobernante Simbaticio era probablemente de origen armenio y
en su titulatura se proclamaba “protoespatario imperial, estratego de Macedonia, Tracia,
Cefalonia y de Longobardia”, lo que constituye en el caso de ésta última la primera
mención documentada de un thema con esa denominación. Simbaticio disponía al
comienzo de su mandato de más tropas que sus antecesores por lo que se dispuso, para
evitar el riesgo de una nueva revuelta, a someter directamente a la autoridad imperial a los
lombardos de Benevento en donde entretanto Urso, todavía un niño, había sucedido a su
padre Agión tras la muerte prematura de éste. El 18 de agosto de 891 Simbaticio llegó con
su ejército ante los muros de Benevento y encontró una decidida resistencia por parte de
la población local. Un asedio de tres meses obligó finalmente a los beneventanos a
capitular el 18 de octubre. El estratego Simbaticio de inmediato transfirió la gobernación
de la provincia desde su sede en Bari hasta la nueva posesión y fijó allí su residencia
convirtiéndola en la nueva capital de los territorios imperiales en Italia. Debido al hecho
de que la denominación bizantina para el principado de Benevento era Longobardia,
término opuesto a Gran Longobardia que designaba al desaparecido reino lombardo, muy
posiblemente cabe deducir que el thema de Longobardia fue constituido en ese preciso
momento tras la conquista de Benevento en octubre de 891 y mantenido su denominación
mucho después de que el principado abandonase la órbita de influencia del gobierno
bizantino en Italia. Desde la nueva capital Simbaticio empezó a despachar la
administración ordinaria, como lo muestran unos privilegios de confirmación de bienes en
favor de Montecassino fechados en junio de 892. En ese mismo mes las tropas bizantinas
ocuparon Siponto, al pie del Gargano.
En agosto de 892 Simbaticio fue relevado en el mando y sustituido por el patricio
Jorge, protoespatario imperial, estratego de Cefalonia y de Longobardia al que ya en estas
fechas vemos confirmando privilegios a los monjes de San Vicente de Volturno.
El nuevo estratego deseaba hacer con Capua y Salerno lo mismo que su predecesor
había realizado con Benevento. Bajo el pretexto de combatir a los musulmanes del
Garellano comenzó el asedio de Capua que se demostró infructuoso. Al no conseguir
ningún resultado realizó una intentona por sorpresa sobre Salerno que consiguió cerrar sus
puertas a las tropas bizantinas obligándolas a batirse en retirada sin obtener ningún
resultado.
Tras la muerte de Jorge en julio de 894 llegó a Italia como sucesor el patricio
Barsacio, que volvió a establecer su residencia en Bari dejando en Benevento como
delegado al turmarca Teodoro. Fue éste el momento elegido por los beneventanos para
intentar la expulsión de la guarnición bizantina y deshacerse así de un detestado ocupante.
En su ayuda acudió Guido, margrave de Espoleto, que en agosto de 895 llevó sus tropas
ante las murallas de la ciudad. Los intentos de Teodoro por recibir refuerzos desde Bari
fueron inútiles ante la colaboración de la población local con los atacantes a los que hizo
entrar en la ciudad en secreto y colaboró con entusiasmo en la expulsión de la pequeña
guarnición bizantina que sólo pudo salir sin daño tras el pago de un fuerte rescate. Tras la
victoria Guido retuvo durante dos años el control de Benevento en lugar de devolver al
poder a la antigua dinastía. En los años siguientes la ciudad cambió de dueño en varias
ocasiones hasta que en 899 Atenulfo de Capua, asociado con su hijo Landulfo, fundó una
nueva dinastía que habría de prolongarse hasta finales del siglo XI.
La amenaza árabe
Con el comienzo del siglo X la amenaza árabe volvió a hacerse omnipresente en
Calabria y Campania. El foco principal del peligro estaba en la colonia musulmana en el
Garellano, establecida alrededor de 880 en un enclave permanente solidamente protegido
en las alturas de la orilla derecha del río y desde el que salían con regularidad bandas para
saquear y pillar las ciudades lombardas. A la amenaza permanente de los piratas del
Garellano se unió desde 900 la amenaza sobre Calabria de los árabes africanos liderados
por el emir de Cairuán Ibrahim Ibn Ahmed. Tras haber consolidado su posición en África
envió a su hijo Abdallah para someter a sus súbditos sicilianos en rebeldía. El desembarco
del ejército africano en Mazara el 1 de agosto de 900 provocó un aluvión de refugiados
que buscaron socorro entre los griegos de Taormina, todavía en posesión del Imperio,
mientras otros optaron por la mayor seguridad del continente.
Dueño ya de Palermo Abdallah se dirigió contra los cristianos de Taormina y Catania
mientras un ejército se concentraba en Reggio para apoyar a los cristianos de la isla y
entrar en negociaciones con los musulmanes rebeldes. En 901 Abdallah pasó al
continente, dispersó las tropas bizantinas que allí estaban apostadas y sometió Reggio a
pillaje. El botín obtenido fue inmenso, acrecentado por las contribuciones que las
ciudades de la región se apresuraron a ofrecer para ahorrarse la suerte de sus vecinos.
Durante este tiempo hizo su aparición una escuadra bizantina a la altura de Messina pero
fue derrotada por Abdallah que, tras una nueva incursión en Calabria, regresó a Palermo
para poner en orden su administración. Al año siguiente su padre renunció al poder y
reclamó a su hijo a África para que ocupase su puesto. Él antiguo emir proclamó entonces
su voluntad de llevar la guerra santa a sangre y fuego a Sicilia y ese mismo año puso sitio
a Taormina que sucumbió tras una heroica resistencia. El terror entre la población
cristiana ante la crueldad demostrada por el antiguo emir provocó una oleada de
refugiados que afluyó a Calabria, pero tras ellos llegaba el propio Ibrahim. El 3 de
septiembre de 902 el sanguinario caudillo musulmán atravesó el estrecho con todo su
ejército y avanzó arrasando todo ante si hasta el valle del Crati. Su avance fue tan rápido
que imposibilitó la llegada a tiempo de los refuerzos bizantinos desde Constantinopla.
Despreciando a los emisarios de las ciudades que corrían a someterse ante él Ibrahim
llegó ante Cosenza a finales de septiembre. La noticia de esta repentina invasión provocó
el terror en toda Italia meridional acrecentada por las amenazas del caudillo africano de
llegar hasta Roma para destruir “la ciudad de ese ridículo viejo Pedro”. Las ciudades no
se hacían ilusiones sobre la amenaza que se cernía sobre ellas. En Nápoles, por ejemplo,
el cónsul Gregorio, tras consultar con el obispo Esteban y otros principales decidió
destruir el Castellum Luculli, la fortaleza que se erigía en el cabo Miseno por temor a que
los árabes lo utilizaran como base permanente. Toda la población tomó parte en el
proceso de derribo del bastión y de él luego se trasladaron los restos de San Severino, que
allí se custodiaban, para ser solemnemente transferidos a Nápoles en octubre.
Entretanto los habitantes de Cosenza, tras intentar en vano parlamentar con sus
atacantes se prepararon para un asedio largo que comenzó con el asalto del 1 de octubre
que consiguieron rechazar. Pero la muerte repentina de Ibrahim el 23 de ese mismo mes a
causa de la disentería puso fin al bloqueo. El desmoralizado ejército árabe renunció al
asedio y el sucesor de Ibrahim, su nieto, se contentó con cobrar un rescate de guerra y
ordenó la retirada, lo que supuso un respiro para las atormentadas poblaciones de la
región.
Tras este episodio no se registraron nuevos ataques en Calabria hasta 914. La atención
musulmana estaba en esos momentos centrada en otras prioridades, en Sicilia donde la
guerra civil había estallado y en África donde los Aglabíes fueron desplazados en 909 por
los Fatimíes, lo que fue aprovechado por los sicilianos para romper sus lazos con África y
pasar a depender directamente de Bagdad. El ataque de 914 tuvo escasas consecuencias
por la disposición del gobierno bizantino a tratar con los sicilianos que se comprometieron
a cesar en sus agresiones a cambio del pago de una contribución regular.
Pero si la situación en Calabria era más pacífica no ocurría lo mismo en Campania,
donde continuaban los combates contra los árabes del Garellano. Entre 880 y 915 las
bandas de saqueadores recorrieron libremente los valles del Volturno, el Liri y los
afluentes del Tíber partiendo no sólo desde su base principal sino también desde otros
enclaves en Sepino y Boiano. En 903 derrotaron a los cristianos en las orillas del río y dos
años más tarde, en 905, se unieron a sus tradicionales aliados napolitanos para derrotar a
las tropas de la ciudad de Capua. Poco después sin embargo Atenulfo, el señor de Capua,
consiguió atraer a los napolitanos a una liga de la que también formó parte la ciudad de
Amalfi. Los aliados pretendieron construir un puente sobre pontones para atravesar el río
pero los sarracenos, ayudados por la gente de Gaeta, se arrojaron sobre los aliados y
acabaron con buena parte de ellos.
Por esa misma época las bandas musulmanas hicieron de nuevo su aparición en las
cercanías de Roma y ocuparon la región de la Sabina y las villas de Narni y Nepi. En su
avance llegaron a controlar el valle del Tíber al norte de Roma y tras atravesar el río se
adentraron en Tuscia y convirtieron en su base el monasterio abandonado de Farfa. Los
efectos en la región se hicieron notar. Las crónicas de esos años nos hablan de un
panorama desolador. En 905 las villas aparecían desiertas, las iglesias abandonadas se
desmoronaban y en palabras del monje del Monte Soracto “desde hace treinta años los
sarracenos reinan en el estado romano”. Los peregrinos que se dirigían a Roma
experimentaban grandes dificultades para alcanzar la ciudad y con frecuencia se veían
detenidos por bandas árabes que les obligaban a pagar fuertes cantidades para permitirles
continuar su camino. Tal y como narra Gregorovius:
“Tan pronto como los peregrinos del Norte en ruta hacia Roma atravesaban los
Alpes se encontraban con su camino cerrado por los moros de España que estaban
fortificados desde 891 en Fraxinetum en el sur de Galia. Tras haberse rescatado a sí
mismos allá los peregrinos caían luego en manos de los sarracenos en tierras de Narni,
Rieti y Nepi. Ningún peregrino llegaba a Roma con ofrendas, y esta situación se prolongó
durante treinta años. Cualquier traza de gobierno central en la región había
desaparecido y cada villa, cada fortaleza y abadía estaban reducidas a sus propios
recursos.”
Impotentes en su debilidad los señores lombardos sólo pudieron mirar hacia Oriente
en busca de su salvación. Llegaba la hora de acudir de nuevo al basileo de
Constantinopla.
En estos primeros años del siglo el gobierno bizantino, ocupado en otros frentes, no
había prestado mucha atención a los asuntos de Campania, más allá de la concesión de
algunos subsidios a los príncipes de la región. Por ello el señor de Capua y Benevento,
Atenulfo, se decidió por la apelación directa al basileo enviando en 909 a su hijo Landulfo
para solicitar el envío de un ejército imperial. León acogió favorablemente la embajada y
prometió su apoyo a condición que el príncipe reconociese expresamente su condición de
vasallo del Imperio. Durante estas negociaciones murió Atenulfo y su hijo regresó a
Capua con el permiso del emperador e investido con el título de patricio imperial. Con él
gobernaba su hermano Atenulfo II pero era Landulfo con su nueva dignidad quien se
podía codear en la jerarquía oficial con su par el príncipe de Salerno o el gobernador del
thema. Para resolver el problema que planteaba la colonia árabe del Garellano era
indispensable separar a Nápoles de la alianza con los sarracenos, lo que se consiguió en
911 tras la firma de un tratado con el duque Gregorio que tuvo como punto principal la
constitución de una alianza ofensiva entre Nápoles y Capua-Benevento contra los árabes,
aunque este acuerdo demostró tener tan poca vida como el que se firmó en tiempos de
Atanasio pues cuando lleguen las tropas bizantinas poco tiempo después Nápoles y Gaeta
seguirán estando de nuevo en paz con los musulmanes.
La muerte de León VI en 912 y los tiempos de inestabilidad que se sucedieron
retrasaron el envío de las tropas prometidas. Mientras tanto el papa Juan X, en la sede
pontificia desde marzo de 914, buscó el concurso del margrave Alberico de Espoleto para
expulsar a las bandas sarracenas del valle del Tíber. Tras contactar también con Landulfo
y aconsejado por éste envió una embajada a Constantinopla para pedir como sus
antecesores Juan VIII y Esteban V la ayuda de la corte imperial. En tanto se
intensificaban las acciones diplomáticas la defensa se fue organizando alrededor de
Espoleto y Salerno. Un notable de Rieti encabezó un pequeño ejército que consiguió
expulsar a los musulmanes del valle alto del Anio. Poco después los habitantes de Nepi y
Sutri consiguieron otra victoria cerca del Tíber lo que obligó a las bandas árabes a un
repliegue táctico a través de la llanura del Lacio para fortificarse en el campamento del
Garellano, mientras tras ellas llegaban las tropas de Roma y Espoleto acaudilladas por el
Papa y el margrave Alberico.
Pronto llegaron refuerzos de importancia al campamento cristiano: el nuevo estratego
de Longobardia, Nicolás Picingli, acudió a Campania con las tropas a su mando
reforzadas por destacamentos enviados directamente desde Constantinopla. En su marcha
hizo un alto ante Nápoles para obligar al duque Gregorio a abandonar la alianza con los
árabes. La demostración de fuerza unida a la seducción del oro y la promesa de un título
oficial convencieron al duque y a su socio el hypatos de Gaeta para reconocer la autoridad
bizantina y romper su alianza con los musulmanes. Por su parte el señor de Gaeta obtuvo
la confirmación de la donación papal de la villa de Fondi que ya le había sido concedida
por Juan VIII en 882.
Tras solucionar esta cuestión en 915 la liga cristiana se reunió por fin a orillas del
Garellano. La flota bizantina comenzó a entrar en la desembocadura del río en el mes de
junio mientras las tropas terrestres maniobraron para formar un cerco sobre el
campamento fortificado. En la acción estaban presentes todos los señores principales de la
Italia Meridional: el duque Gregorio, Atenulfo de Capua y Guaimar de Salerno
acompañados del conde Berenguer de Friuli y del margrave de Espoleto que combatían al
frente de sus tropas al igual que el Papa. Al mando de la coalición se situó el estratego
Picingli que comenzó a dirigir las operaciones al pie de la colina principal donde se
concentraba la defensa sarracena. Durante tres meses se bloqueó concienzudamente el
recinto hasta que, acuciados por la necesidad, los asediados se decidieron a intentar la
salida en agosto siguiendo el consejo en secreto de los señores de Nápoles y Gaeta. Tras
incendiar el campamento los árabes intentaron la huida en grupos reducidos a través de
los montes vecinos por donde fueron perseguidos por los cristianos de modo que pocos
pudieron escapar con vida.
La victoria del Garellano hizo desaparecer de la península la última colonia
musulmana y liberó la Campania y la Italia central de sus incursiones. El beneficio para
Bizancio fue ver su autoridad reconocida en toda la Italia meridional desde Gaeta hasta el
monte Gargano, con los señores de Nápoles y Gaeta portando orgullosamente las
dignidades conferidas por el emperador. En recuerdo de la gran victoria el hypatos Juan I
hizo construir en la orilla del río una torre fortificada sobre la tierra en la que ahora Gaeta
volvía a señorear.
La organización administrativa
Tras la caída de Taormina en 902 nada quedaba ya del antiguo thema de Sicilia del
que Calabria había sido en tiempos un ducado. Desde el siglo VIII su estratego tenía a su
cargo, además de la propia isla, los ducados de Calabria y Otranto junto con Nápoles, que
desde 755 empezó a desarrollar una política independiente del Imperio liderada por el
duque Esteban, miembro de la aristocracia militar local y elegido por vez primera por sus
conciudadanos en lugar de serlo por su superior en Sicilia. Estos ducados sufrieron desde
mediados del IX la transformación administrativa que los convirtió en turmas
igualándolos así con la tipología organizativa vigente en el resto del estado bizantino.
Ahora un estratego pasó a residir en Reggio, prueba quizás de la relación estrecha que
todavía debía existir con las comunidades cristianas que mantenían un cierto grado de
independencia en algunas comarcas al oeste y al sur de Messina. En la propia Calabria el
territorio comprendido por la demarcación administrativa era mayor que el existente a
principios del VIII al extenderse también al valle del Crati con las villas de Cosenza y
Bisignano. Por contra la tierra de Otranto que antes había formado parte de la región
calabresa pasó a depender del nuevo thema de Longobardia. En esta época se produjeron
algunas actuaciones de repoblación. Basilio I reconstruyó Galipoli y la repobló con
griegos de Heraclea del Ponto. En Calabria se asentaron parte de las tropas auxiliares
armenias que llegaron a Italia con Nicéforo Focas, así como 1.000 esclavos liberados de
la viuda Danielis, la famosa terrateniente del Peloponeso. Otros 3.000 libertos de la
misma procedencia fueron enviados a Apulia más tarde, ya durante el reinado de León VI.
En el terreno eclesiástico sin embargo las circunscripciones fijadas en la época de León
VI reprodujeron la antigua distribución, y así por ejemplo el obispado de Galipoli en la
tierra de Otranto siguió dependiendo de la sede calabresa de Santa Severina. Desde el
reinado de Basilio I la villa de Otranto fue residencia de altos funcionarios bizantinos,
pero fue la ciudad de Bari, tras la ocupación por el baiulos Gregorio la que desde el
principio se constituyó en capital del nuevo thema de Longobardia y residencia por tanto
del gobernador bizantino en la península.
El estratego radicado en Bari estaba encargado de una doble misión militar y
diplomática: como político debía entrar en contacto con los príncipes lombardos y
coordinar su participación en las luchas contra los sarracenos. Y debido a que Bizancio
consideraba que todos los estados de Italia meridional seguían estando bajo su soberanía
el gobernador era el encargado de hacer llegar a los señores de Benevento, Capua,
Salerno, Nápoles, Amalfi y Gaeta los despachos que la cancillería imperial enviaba
significativamente en forma de órdenes (keleusis), procedimiento administrativo utilizado
con los súbditos del Imperio en contraposición a grammata, las cartas imperiales dirigidas
a aliados independientes. Durante todo el período las relaciones con los pequeños estados
pasaron por fases alternantes de paz y tensión que pueden ser seguidas e interpretadas
fácilmente por el estudio de la datación de la documentación de la época que utilizaba los
años de gobierno del Imperio cuando estaba en buenas relaciones con Constantinopla o
los de la autoridad local en momentos de desencuentro. De la misma forma en el primer
caso eran citados los títulos otorgados por Bizancio o bien silenciados si las relaciones no
eran buenas en el momento de la redacción del documento.
El estratego debía también intervenir en Campania para influir sobre la política local
en defensa de los intereses del Imperio. Pero también tenía que guerrear en colaboración
con los estrategos de otros themata que acudieron a Italia sucesivamente enviados por el
emperador para afirmar el dominio de Bizancio en la península. Probablemente el primer
gobernador de Longobardia fue Gregorio, sucedido por Teofilacto en 886 y en el
desempeño de su cargo no deben ser confundidos con hombres como Esteban Majencio o
Nicéforo Focas, militares investidos con poderes extraordinarios para una campaña
específica a cuyo término debían regresar a Constantinopla. Sabemos también del patricio
Jorge, que residía en Tarento hacia 887-888, donde quiso obligar a sus habitantes a
escoger un obispo griego que reconociese la jurisdicción de Constantinopla, pero no
podemos conocer con absoluta certeza si este oficial era o no gobernador de Longobardia.
El primer oficial que se declara expresamente estratego de Longobardia es Simbaticio,
el conquistador de Siponto y Benevento en 891. Resulta significativo en estos años que
los oficiales al mando lo son también de Cefalonia en las islas del Jónico, que parecen
haber compartido durante unos años al mismo gobernador posiblemente hasta que las
necesidades organizativas en Italia exigieron de nuevo la división en dos
circunscripciones. Por estos mismos años, perdida prácticamente Sicilia salvo las plazas
de Taormina, Aci y Rametta que cayeron en 902, se fue afirmando en las fuentes la
denominación de Calabria como thema aunque en la nomenclatura oficial el cargo de
estratego de Sicilia siguió apareciendo regularmente. Sólo entre 938 y 956, según
Falkenhausen, puede datarse la creación oficial del thema de Calabria, pues ya en esa
última fecha Mariano Argiro utilizó esa titulación aunque probablemente la
reorganización administrativa llevaba ya algunos años en funcionamiento. En ocasiones
puntuales los themata de Calabria y Longobardia fueron reunidos temporalmente en un
único mando, como fue el caso durante los gobiernos de Basilio Cladon en 938, de
Mariano Argiro en 956 o de Nicéforo Hexacionites en 965, debido posiblemente a la
necesidad de reemplazar a un general caído en combate o reclamado a Constantinopla. En
otros casos el motivo fue agrupar más eficazmente las fuerzas de ambas
circunscripciones, pero en cualquier caso la administración de ambos themata volvió
luego a recibir sus gobernadores independientes.
Aunque en estos años no se advierte una delimitación clara de los límites de la
provincia se pueden distinguir tres zonas reconocibles en la Italia meridional. En primer
lugar la región del litoral del Adriático alrededor de Bari y Siponto, Tarento y el valle del
Crati en donde la autoridad bizantina estaba solidamente establecida. En segundo lugar las
tierras del antiguo condado de Capua, alrededores de Benevento y Salerno donde los
príncipes lombardos seguían ejerciendo el control. Y en tercer lugar una zona intermedia
en la que la autoridad no estaba claramente definida y se inclinaba sucesivamente a favor
de unos u otros en medio de una lucha sorda de influencias en la que se pueden apreciar
los intentos por parte de la administración bizantina de ir sustituyendo pacientemente el
protectorado vago por un control más directo. Los medios empleados para atraer a los
indecisos incluían el soborno, el otorgamiento de títulos y dignidades y la promesa de
ingresos regulares en metálico por parte de la administración imperial. La generalización
de tales prácticas derivó en excesos que fueron ya denunciados por León VI en sus obras,
en las que se queja de las malas costumbres adoptadas por los oficiales que permanecían
durante un tiempo prolongado en Italia contagiados, según sus palabras, “por la avidez de
los lombardos y su deseo de lucro”. Una práctica política de estas características costaba
cara y debía ser financiada mediante contribuciones siempre en alza, pero los
gobernadores italianos no recibían ingresos de Bizancio con regularidad, tal y como nos
informa Constantino VII en el Libro de las Ceremonias, por lo que en muchas ocasiones
debía ser el propio thema el que subviniese a sus necesidades. El peligro de
sublevaciones y descontento ante las cargas económicas impuestas por ello a las
poblaciones locales era pues un peligro real del que se dieron alguna muestra las
rebeliones de 887 en Bari y 894 en Benevento. Sin embargo durante los primeros años del
siglo X la situación se mantuvo tranquila y sólo sería a partir de la década de 920 cuando
comience a reproducirse un ciclo constante de revueltas e inestabilidad política en la
región.
Años de inestabilidad
La paz de que gozaba Calabria se interrumpió bruscamente en 917 con la reanudación
de los ataques piráticos, esta vez encabezados por los gobernantes fatimíes que en ese año
habían derribado el emirato independiente de Palermo. Desde Mahdia se enviaron nuevas
expediciones que asolaron las costas calabresas sin otro objetivo que saquear y tomar
prisioneros y descartando objetivos más ambiciosos a excepción del incidente aislado que
fue la toma temporal de Reggio en 918. La respuesta de las autoridades bizantinas ante la
reanudación de los ataques fue tratar de llegar a un acuerdo económico. El estratego de
Calabria Eustacio, uno de los chambelanes del emperador, ofreció a los musulmanes el
pago de un tributo de veintidós mil piezas de oro, posiblemente a finales de ese mismo
año, lo que puede explicar el cese de las incursiones en el período siguiente.
Poco tiempo después Eustacio fue sustituido en el cargo por Juan Muzalon (también
llamado en las fuentes Bizalon). El nuevo estratego tomó una decisión impopular al elevar
los impuestos para poder hacer frente al tributo y su actuación dió lugar a una revuelta en
la que pereció asesinado, poco tiempo después de la llegada al poder de Romano I
Lecapeno, posiblemente entre 921 y 922. En su ayuda los sublevados pidieron auxilio a
Landulfo de Capua. En abril de 921 se produjo también la muerte en Ascoli Satriano del
estratego de Longobardia Ursileon durante un enfrentamiento contra los príncipes
lombardos venidos en ayuda de los habitantes de Apulia en rebeldía. Tras hacerse dueños
de Ascoli, Landulfo de Capua y su hermano Atenulfo extendieron su dominio a toda la
región en un acto de declarada rebeldía a la autoridad imperial. Una fuente alternativa
para estos hechos está disponible en las cartas del patriarca Nicolás Mstikos que en esos
años mantuvo una activa correspondencia con diversos personajes de relevancia en Italia,
entre ellos el propio Landulfo. Por ellas se conoce que los sublevados se apresuraron a
enviar cartas a Constantinopla responsabilizando de los hechos al fallecido estratego y
reafirmaban su voluntad de mantenerse leales a Bizancio a condición de que no se
castigase a los culpables y se nombrase como nuevo gobernante de Longobardia al propio
Landulfo. La corte bizantina respondió con cautela ante esas propuestas sabedora del
peligro que encerraban. Aunque no se conocen los detalles exactos de las negociaciones
se documenta a partir de 925 en los documentos oficiales de Capua la desaparición de los
títulos de patricio y anthypatos que antes portaba el príncipe, signo inequívoco de la
ruptura de relaciones. Sabemos también que Landulfo se retiró finalmente de Apulia
porque volvió a invadirla pocos años después.
El Mahdi aceptó la ratificación de la tregua que se había firmado en Oria poco antes
aunque la paz demostró ser poco duradera ya que al año siguiente se produjo un nuevo
ataque, esta vez a cargo del emir de Sicilia acompañado por el jefe eslavo Sabir al mando
de una armada de más de cincuenta galeras que llegaron para asediar Tarento. El 15 de
agosto de 928 la ciudad cayó por asalto y según las fuentes árabes más de 6.000 cristianos
perecieron y los supervivientes fueron deportados como esclavos a África. Ese mismo año
otro jefe eslavo, Miguel Vysevic de Zaclumia, atacó y saqueó Siponto. Por su parte Sabir,
tras la toma de Tarento remontó las costas del Tirreno e impuso cuantiosos rescates a las
ciudades de Salerno y Nápoles. Tras volver sobre sus pasos Sabir entró en el Adriático y
superando el promontorio del Gargano entró en Térmoli tras haber dispersado a unos
cuantos navíos bizantinos que intentaron ofrecerle resistencia.
Tras la muerte del Mahdi en 934 las ciudades y villas de Calabria dejaron de pagar el
tributo anual y la revuelta en Sicilia de los habitantes de Agrigento de 937 a 941 que
arrastró a buena parte de la isla distrajo la atención de los musulmanes que dejaron
tranquilas las costas italianas por algunos años. Los bizantinos, muy interesados en la
prolongación de ese conflicto, sostuvieron la causa de los rebeldes enviándoles entre 937
y 939 barcos cargados de trigo para asegurar su sustento.
La delicada situación ante los repetidos ataques musulmanes fue aprovechado a su vez
por los príncipes lombardos para liberarse de un protectorado no deseado ya. En 926
Landulfo de Capua, esta vez aliado con Guaimar de Salerno, invadió nuevamente Apulia.
La ruptura simbólica con Bizancio había tenido lugar ese año ya con el cese de las
menciones a títulos bizantinos en las cartas y privilegios otorgados por esos príncipes pero
ahora la rebeldía abierta se tradujo en el recurso a las armas. Las tropas aliadas de ambos
principados atacaron a los bizantinos pero fueron vencidas en un primer encuentro. En
socorro de los coaligados acudió Teobaldo, margrave de Espoleto, y con su ayuda los
aliados consiguieron derrotar a su vez a los imperiales. La rebelión afirmada con estos
apoyos externos se prolongó hasta 934.
Mientras estos acontecimientos tenían lugar el príncipe de Salerno por su parte había
invadido Lucania y el norte de Calabria. Sólo se tienen noticias confusas de los combates
en la región aunque hay registros de un enfrentamiento en Basentello, entre Acerenza y
Venosa, contra las tropas del estratego Anastasio. Según un testimonio posterior de
Liutprando de Cremona Landulfo permaneció en Apulia durante cinco años antes de ser
desalojado por un contraataque bizantino.
La respuesta de la corte imperial llegó en 934 cuando el patricio Cosmas fue
despachado rumbo a Italia con una pequeña escuadra compuesta por once chelandia a la
que acompañaba un contingente de 415 rusos en siete barcos largos. Excepcionalmente
para esta expedición contamos con cifras precisas que se nos han conservado en el Libro
de las Ceremonias. Los soldados escogidos que la componían eran sobre todo de
caballería: 200 hombres de los themata de los Tracesios y de Macedonia, y una
representación de la guardia imperial compuesta por 98 scholarioi, 608 neoi scholarioi,
31 soldados de la gran Heteria y 46 de la Heteria media, 71 basilikoi, 35 hombres del
Arithmos y un grupo de federados entre los que aparecían turcos, armenios y jázaros hasta
un total de 1.453 soldados. Una fuerza tan pequeña no desembarcaba para combatir sino
para ofrecer una escolta rutilante a su jefe, llegado como embajador en nombre del
emperador para negociar con los príncipes lombardos.
Pronto tuvo lugar una entrevista entre Cosmas y Landulfo en la que el primero, que
había conocido tiempo atrás a su interlocutor, razón por la cual había sido elegido por el
emperador para esta misión, invitó al lombardo a abandonar las tierras ocupadas y a
volver a la gracia de su favor exponiéndole los peligros a los que se enfrentaba por su
rebeldía ante su señor. A pesar de sus esfuerzos la cuestión quedó indecisa, aunque
Landulfo posteriormente accedió a retirarse de Apulia.
Para convencer con argumentos persuasivos al renuente Landulfo en 935 una nueva
misión llegó de Constantinopla, también formada por once barcos de la flota imperial, que
trasladaba a Italia al protoespatario Epifanio encargado de transportar los presentes que
sellaban la alianza del Imperio con Hugo de Provenza, rey de Italia desde su coronación
en Pavía en 926, contra los señores lombardos. Epifanio traía un rico cargamento de telas
de seda, mantos finamente bordados, perfumes, incienso y joyas destinados a sus nuevos
aliados entre los que descollaba el margrave de Espoleto, vecino de sus rivales lombardos
y que ahora cambiaba de bando. Una alianza de estas características era demasiado para
Salerno y Capua. Atenulfo en nombre de Capua y Benevento, y Guaimar y Guaifer, como
señores de Salerno aceptaron a regañadientes firmar la paz y acabar con la revuelta
aunque su mala disposición al entendimiento se puso de manifiesto al año siguiente
cuando Atenulfo volvió a atacar territorio bizantino, esta vez en Siponto pese a la
oposición del estratego Basilio Cladon. Los enfrentamientos se reproducirían años
después, pues hay noticia de un combate en Matera alrededor del año 940 contra el nuevo
estratego de Longobardia, probablemente Teognosto Limnogalacto.
Es en estos años de frecuentes contactos con el rey Hugo cuando la flota bizantina,
aprovechando la paz momentánea con los árabes sicilianos, hizo aparición con frecuencia
en el Mediterráneo occidental dejándose ver por las costas de Córcega y Cerdeña y
persiguiendo a los piratas árabes hasta las costas francesas. La operación más significativa
tuvo lugar en Fraxinetum (actual La Garde-Freinet, al norte de Saint-Tropez) en la costa
provenzal en 941 y a petición del monarca franco que deseaba la colaboración de los
barcos imperiales provistos de fuego griego para desalojar a los piratas árabes allí
establecidos. Romano Lecapeno contestó afirmativamente a la petición de ayuda al
tiempo que solicitó el envío de una hija del rey para su nieto Romano, el hijo de
Constantino VII y futuro emperador. Hugo se apresuró a contestar atemorizado que sólo
tenía una hija, ilegítima pero muy hermosa. Tras considerar la cuestión Romano consideró
finalmente aceptable a la joven Berta y aprobó el ofrecimiento. En 944 el estratego de
Longobardia Pascual acudió a la corte para recoger a la muchacha que marchó hacia el
este acompañada por el antiguo obispo de Parma y un suntuoso cortejo. A su llegada a
Constantinopla Berta fue rebautizada como Eudocia y en septiembre de ese año contrajo
matrimonio con el joven Romano, aunque la joven princesa no llegó a ver consumado su
matrimonio al morir prematuramente en 949. Si la alianza matrimonial fracasó en último
término tampoco fueron satisfactorias las operaciones militares pues, si bien la flota
bizantina consiguió dispersar a los barcos árabes establecidos en la costa provenzal, la
colonia musulmana resistió todavía medio siglo más antes de ser eliminada.
En estos últimos años del reinado de Romano I Bizancio también reestableció
relaciones con Cerdeña, que desde la caída del exarcado de África había quedado
abandonada a sus propios medios al igual que Córcega que probablemente carecía
entonces de cualquier estructura política estable. Por la sigilografía se conocen los
nombres de algunos hypatoi y duques sardos durante los siglos VII y VIII lo que permite
suponer que la estructura administrativa imperial se mantuvo en cierta medida. Sabemos
también que en 935 la isla fue saqueada por los piratas árabes lo cual nos informa
indirectamente de la ausencia de una administración musulmana en Cerdeña.
Precisamente de mediados del X se conservan referencias en el Libro de las Ceremonias a
los arcontes sardos que, según se explica, recibían órdenes directas (keleusis) del gobierno
de Constantinopla. Han sobrevivido de esta época algunas inscripciones en varias iglesias
en las villas de Villasor y Sulcis datadas entre 930 y 1000, en las que se hace referencia al
arconte denominándolo Torquitorio como portador en un caso del título de protoespatario
imperial y en otro de espatario lo cual ha llevado a Runciman a sugerir que se tratase de
un cargo local más que de un nombre propio.
En enero de 945 comenzó la etapa de gobierno personal de Constantino VII tras la
exitosa conspiración contra su suegro en diciembre anterior. Constantino quiso mantener
el papel de Bizancio como actor principal en los asuntos italianos e intercambió
embajadas con Berenguer, el sucesor de Hugo. Precisamente en una de ellas en 949 figuró
ya Liutprando, el obispo de Cremona que nos ha dejado un testimonio de su primer viaje a
Constantinopla en su Antapodosis.
Italia meridional gozó de un tiempo de paz en sus relaciones con los sarracenos de
Sicilia y África, todavía ocupados en sus contiendas civiles. A pesar de todo, las
autoridades bizantinas mantuvieron una prudente vigilancia en prevención de posibles
sorpresas especialmente en momentos delicados como la preparación de la expedición a
Creta de 949. En los meses previos la flota imperial se mostró muy activa en los
apostaderos occidentales para supervisar los movimientos de los árabes de Sicilia y
África. En Dirraquio se estacionaron siete navíos ousiai y en Calabria otros tres para
prevenir posibles incursiones en Grecia y Dalmacia. Tres de estos barcos al mando del
ostiario y nipsistiario Esteban llegaron incluso hasta las costas españolas en sus misiones
de vigilancia mientras que ante África se apostó el protoespatario y asekretis Juan con tres
chelandia y cuatro dromones. Similares precauciones se tomaron en el resto de las costas
del Imperio.
La agitación política en Sicilia redundó en beneficio de Bizancio y no sólo por la
tregua en las incursiones sino también por las oportunidades comerciales que surgieron
entonces al tratar con los sublevados sicilianos que necesitaban urgentemente grano del
continente. El tráfico de trigo en dirección a los mercados árabes proporcionó enormes
ganancias al entonces estratego de Calabria Crinités Caldos al obtener el grano de los
calabreses a muy bajo precio y revenderlo luego a sus clientes más allá del mar. El
escándalo provocado por estos manejos provocó una investigación imperial que supuso el
cese de Crinités y la pérdida de todos sus bienes.
En 947 la guerra civil concluyó por fin en Sicilia y el nuevo emir Al Hassan se
apresuró a reclamar al estratego de Calabria el pago del tributo que desde hacía años había
sido descuidado. Ante la amenaza de nuevas incursiones los calabreses pidieron auxilio a
Constantinopla que contestó preparando una nueva expedición a occidente. La flota al
mando de Macroioannes transportaba un ejército a las órdenes del patricio Malaceno y
desembarcó en Otranto en 951 para unir sus fuerzas a las tropas del estratego Pascual. Por
su parte Al Hassan, después de recibir un refuerzo de 7.000 jinetes y 3.500 infantes desde
África, comenzó en julio el asedio de Reggio que al poco se rindió tras la huida de sus
habitantes a las montañas. Remontando hacia el norte atacó la plaza fuerte de Gerace pero
la noticia de la llegada inminente del ejército bizantino obligó al emir a pactar una tregua
con los lugareños a cambio del cobro de un tributo. Tras arreglar este asunto Al Hassan
condujo a su ejército en busca del enemigo. En su avance barrió la débil resistencia de las
avanzadas imperiales y sin oposición atravesó el Crati y puso sitio a Cassano donde
también recibió tributo. Tras comprobar que el ejército rival no aparecía por ningún lado
Al Hassan dio media vuelta y regresó a Messina.
En la primavera de 952 el ejército árabe volvió a atravesar el estrecho y chocó con el
ejército imperial cerca de Gerace el 7 de mayo. En el combate encontró la muerte
Malaceno y Pascual logró escapar a duras penas. Tras la victoria se reinició el asedio a
Gerace interrumpido el año anterior pero de nuevo no llegó a su término por la llegada en
verano del asekretis Juan Pilato venido de Constantinopla para tratar de la paz. En el
acuerdo posterior los bizantinos debieron aceptar la construcción de una mezquita en
Reggio obligándose a respetar sus actividades y reconociendo el derecho de asilo en ella
para los refugiados musulmanes que pudiera haber en la región. De cualquier modo esta
tregua no detuvo los ataques de los piratas que siguieron azotando la región y en algunos
casos obligando a las poblaciones de algunas villas a huir hacia el norte en busca de
condiciones de subsistencia más seguras.
En estos años el thema de Longobardia había sido atacado repetidas veces por los
húngaros. Hacia 938 habían sometido a tributo al monasterio de Montecassino y
sembrado el terror en la región de Salerno. En 947 volvieron a hacer su aparición en
Apulia llegando en sus incursiones hasta Otranto. Posiblemente la acción combinada de
sus ataques y la miseria provocada en las poblaciones locales supuso un acicate para la
renovación de las contiendas civiles en la región con el estallido de nuevos conflictos
entre las autoridades bizantinas y la población lombarda. Tenemos noticias de una
sangrienta revuelta en Bari en 946 y entre ese año y 950 Ascoli y Conversano se
declararon en rebeldía y cerraron sus puertas a los funcionarios imperiales. La respuesta
fue la organización de una nueva expedición.
En 955 llegó a la península el anthypatos y patricio Mariano Argiro con tropas tracias
y macedónicas. Su misión, además de vengar la derrota ante los árabes en Calabria, era la
de someter de nuevo a la autoridad imperial a Nápoles, cuyo duque Juan había establecido
una alianza con Capua y Benevento. El patricio, investido de la autoridad absoluta en
Italia como lo atestigua su título de estratego de Calabria y Longobardia, se dirigió desde
Otranto al encuentro de los napolitanos mientras una flota al mando de Crambeas y
Moroleon avanzaba a lo largo del Tirreno sirviéndole de apoyo. A su paso por Campania
Mariano Argiro entabló contacto con Gisulfo, príncipe de Salerno, que en 956 retomó
nuevamente el título de patricio y una vez ante Nápoles la sometió por la fuerza
imponiendo la renovación de los antiguos juramentos de fidelidad al Imperio. Tras
restablecer la situación en el norte Argiro regresó para enfrentarse a los árabes. Un nuevo
ejército sarraceno al mando de Ammar, un hermano de Al Hassan, acantonado en Palermo
desde el invierno de 956, se preparó para pasar en la primavera del año siguiente a
Calabria pero su acción fue retrasada por las operaciones del protokarabos Basilio que al
mando de una pequeña fuerza naval destruyó la mezquita de Reggio y hostigó las costas
sicilianas llegando a tomar Termini. En 958 por fin los dos hermanos reunieron sus tropas
y se dispusieron a pasar al continente. Sin embargo no se conoce bien cómo terminó la
campaña pues las fuentes griegas hablan del retorno apresurado de los árabes a Sicilia y
las crónicas musulmanas celebran una victoria sobre Mariano Argyro y el envío de
numerosos prisioneros a Sicilia. Durante su regreso la flota árabe se vio sorprendida por
un temporal en el que perdió la vida Ammar. Pronto se acordó una nueva tregua que
duraría hasta la época de la desastrosa expedición a Sicilia ya durante el reinado de
Nicéforo Focas pero la paz llegaba tarde para Calabria. Los testimonios de los
contemporáneos hablan de un país despoblado por las invasiones y arrasado por la
depredación que obligó incluso a la marcha de muchos de los ascetas y monjes moradores
de las cavernas que allí estaban asentados.
Tras la llegada de la paz a Italia meridional llegó la hora de que Bizancio volviese su
mirada sobre Sicilia. La isla había sido teatro de continuos combates desde principios del
siglo IX y su control por parte de los árabes condicionó siempre la vida de las provincias
italianas del continente. Con la llegada de un gobierno decidido a pasar a la ofensiva
quizá el Imperio podría recobrar las posesiones tanto tiempo perdidas y afirmar así su
dominio en el Mediterráneo occidental.
Siracusa capta
Durante los primeros años de la década de 870 la inestabilidad política en la Sicilia
musulmana había impedido la realización de acciones de relieve. Sin embargo las
continuas campañas durante decenios habían reducido las posesiones bizantinas en Sicilia
a Siracusa y Taormina, siendo especialmente importante la primera por su tamaño, la
calidad de sus fortificaciones y su excelente puerto. Los árabes sicilianos eran
conocedores de ello y desde los primeros años del reinado de Basilio centraron sus
ataques en la gran ciudad portuaria. Las intentonas de 868, 869 y 873 acabaron en fracaso
debido a la carencia de los medios adecuados para tan gran empresa, a la discordia
política interna que trababa cualquier acción de relieve y al escaso apoyo prestado por los
gobernadores aglabíes de África del Norte.
Esta situación cambió con el nombramiento de Ibrahim b. Ahmed como nuevo
soberano africano. Decidido a solucionar definitivamente el problema que Siracusa
planteaba ordenó el envío de la flota africana a la isla para actuar de común acuerdo con
las tropas sicilianas. Las operaciones militares fueron dirigidas por el nuevo gobernador
Ga’far b. Mohamed, que comenzó su mandato en 877 con una expedición para saquear las
cosechas en los alrededores de Siracusa, Catania, Taormina y Rametta. Tras estos
movimientos preliminares sus tropas avanzaron hasta ocupar los suburbios exteriores de
Siracusa y desde agosto de ese año se estableció el asedio de la ciudad por mar y tierra.
Los defensores estaban bien pertrechados para resistir, pero esta vez sus atacantes
llegaban decididos y preparados para vencer. Entre sus armamentos destacaban gran
número de máquinas de asedio, alguna de las cuales por su tamaño y terribles efectos
destructores causó gran pavor entre los defensores. Una vez completado el cerco los
atacantes comenzaron a bombardear la ciudad día y noche sin dejar respiro a los
siracusanos.
Frente a esta amenaza manifiesta sorprende comprobar que el gobierno imperial
reaccionó de un modo muy ineficaz. Sólo unos cuantos barcos de guerra se acercaron
hasta el puerto pero la flota árabe apostada allí los pudo rechazar sin esfuerzo. En aquellos
momentos las galeras que hubieran debido acudir a toda vela al socorro de la ciudad
estaban siendo empleadas en la capital en el transporte de materiales para la construcción
de la Nea, la nueva iglesia dedicada al Salvador, a los Archiestrategas y a San Elías. El
retraso en disponer de estos barcos para su envío a occidente fue fundamental para
provocar la pérdida de Siracusa, aunque algunos autores como Vogt achacan el retraso de
la flota a la desidia de su comandante. Otros autores aducen también que la necesidad de
vigilar Chipre, recuperada recientemente, distrajo medios navales que hubieran podido ser
empleados en Sicilia.
Por fin parte de la flota imperial al mando de Adriano fue enviada en auxilio de
Siracusa pero aquel, una vez llegado a Monemvasia se detuvo durante largo tiempo en su
puerto de Hierax a la espera de vientos favorables para cruzar a Sicilia. La noticia de la
caída de la ciudad sorprendió a la flota todavía en aguas de Grecia.
Mientras tanto en el interior de la ciudad sitiada los efectos del sitio se estaban
haciendo notar en la disminución paulatina de las reservas de víveres. Como relata
Vasiliev siguiendo las noticias transmitidas por el monje Teodosio, presente en la ciudad
en la época del sitio:
“Los precios de los alimentos subieron: el celemín de trigo cuando se podía
encontrar, costaba 150 sous de oro, el celemín de harina más de 200; había que pagar un
nomisma por dos onzas de pan; un buey destinado a la carnicería costaba 300 sous de
oro y se pagaba de 15 a 20 nomismas por una cabeza de caballo o de asno. No quedaban
aves de corral ni aceite ni frutos secos, tampoco había queso, legumbres o pescado. La
gente comenzó a comer hierba, pellejos de animales, huesos pelados que encontraban en
la fuente de Aretusa e incluso, de creer a Teodosio, se comían los cadáveres de los
muertos y de los niños. El hambre, a causa del recurso a tales extremos para calmarla,
provocó una epidemia que hizo morir a los siracusanos a millares.”
Ante tal situación la defensa comenzó a debilitarse. Los árabes, dueños de los accesos
por mar, destruyeron las fortificaciones que defendían la entrada a los dos puertos de
Siracusa, las llamadas braquiolia. En medio de continuos bombardeos una de las grandes
torres en el puerto grande se derrumbó y al cabo de cinco días buena parte del lienzo de
muralla que la rodeaba se vino abajo provocando una gran brecha en el sistema defensivo.
A partir de entonces los ataques se concentraron en ese punto frente a unos defensores que
combatieron con heroísmo durante veinte días y sus noches en medio de un campo de
batallas sembrado de muertos.
En la mañana del 21 de mayo de 878, en un momento de tranquilidad durante el cual
el patricio y buena parte de la guarnición se había retirado de las murallas para un breve
reposo, los árabes comenzaron un violento bombardeo con sus máquinas de asedio. En
ese instante sólo estaba en la brecha un pequeño destacamento al mando de un oficial
llamado Juan Patriano. Un impacto afortunado tronzó la escala de madera que
comunicaba la zona de la brecha con la torre derruida y dejó aislados a los defensores.
Ante el tumulto el patricio, que en esos momentos estaba tomando un bocado se levantó
apresuradamente y corrió a toda prisa hacia las murallas pero llegó tarde para evitar el
daño. Los asaltantes habían llegado ya a la brecha y aniquilaron a los hombres de
Patriano, que murió combatiendo allí mismo. Tras eliminar esa resistencia inicial los
árabes se desplegaron en el interior de la ciudad. Un pequeño grupo de defensores intentó
organizar la resistencia creando una barrera cerca de la iglesia de San Salvador pero
pronto fueron aniquilados. Tras derribar las puertas del edificio los atacantes se
precipitaron sobre una multitud de refugiados que en su interior había y los mataron a
todos. El patricio, que se había encerrado en una torre con 70 soldados, intentó resistir
durante algún tiempo más pero al día siguiente tuvo que rendirse y al cabo de una semana
fue ejecutado. La dignidad con la que se comportó en sus últimos momentos impresionó
incluso al comandante árabe Abu Ishaq, chambelán del emir aglabí. Los soldados que
habían sido hechos capturados con el patricio junto con otros prisioneros fueron llevados
a las afueras para ser muertos a pedradas y a lanzazos. Uno de los defensores llamado
Nicetas de Tarso, que había llegado a ser muy conocido de los musulmanes durante el
sitio por sus insultos al Profeta fue torturado hasta la muerte con gran crueldad por sus
captores.
El propio Teodosio, autor de una carta sobre la toma de Siracusa, sufrió la suerte del
cautiverio. Él mismo nos hace saber en su obra que se encontraba con el obispo Sofronio
en la iglesia en el momento en que se produjo el ataque. Cuando llegó la noticia de la
caída de la ciudad el pánico se apoderó de los presentes. Mientras los asaltantes
saqueaban los barrios cercanos el obispo, Teodosio y otros dos eclesiásticos se
deshicieron de sus ropajes y se refugiaron en el altar donde se pidieron perdón de sus
pecados temiendo llegada su última hora. Por fin los soldados árabes hicieron su entrada
en la iglesia con las espadas desenvainadas. Uno de ellos se acercó al altar y vio a los
religiosos orando. Reconociendo entre ellos al obispo se abstuvo de atacarles y preguntó
dónde se encontraba la sacristía en la que sabía se guardarían los ornamentos sagrados de
mayor valor. Sin sufrir otro mal que el pillaje de los vasos sagrados y demás objetos
preciosos los cautivos fueron conducidos a través de la ciudad hasta ser conducidos ante
el emir que se había establecido en una iglesia y fueron luego encerrados en una cámara
pequeña y sucia.
La ciudad padeció terriblemente el saqueo tras los nueve meses de sitio. Se calcula un
total de 4.000 muertos en las ejecuciones inmediatamente posteriores a la conquista
además de un enorme botín que pasó a manos de los vencedores. Sin embargo no todos
los defensores sufrieron la triste suerte de su comandante en jefe. Algunos mardaítas del
Peloponeso y otros soldados que estaban en la ciudad en esos momentos consiguieron
escapar y alcanzar las costas griegas hasta llegar a Monemvasia, donde encontraron a
Adriano y le informaron de las tristes noticias de las que eran portadores. Adriano decidió
regresar a Constantinopla y temeroso de la ira del emperador se refugió en el altar de
Hagia Sofía. Basilio se conformó con enviarlo al exilio.
Los árabes permanecieron en Siracusa durante dos meses tras la victoria. A finales de
julio regresaron con el botín y los prisioneros a Palermo, donde fueron triunfalmente
recibidos por el pueblo.
El monje Teodosio, todavía prisionero, fue llevado ante el gobernador de Sicilia ante
el cual tomó la palabra para defender la religión ortodoxa. Fue conducido a una lóbrega
prisión en la que se hacinaban africanos, tarsiotas, judíos, lombardos y griegos entre los
que se encontraba el obispo de Malta, capturado unos años antes durante la conquista de
la isla.
La flota de socorro tan desesperadamente necesitada hizo su aparición ante el puerto
de Siracusa cuando ya todo había concluido. Los barcos musulmanes se enfrentaron en
combate con ella y les tomaron cuatro galeras cuyas tripulaciones fueron ejecutadas.
Los desgraciados cautivos tuvieron que esperar siete años a su rescate, que tuvo lugar
durante un intercambio realizado en 885, posiblemente el momento en el que Teodosio
recobró la libertad. Para Bizancio la caída de Siracusa fue un duro golpe. Incluso el propio
León VI escribió dos poemas sobre el tema y el Patriarca Nicolas el Místico en sus cartas
echó toda la culpa a la negligencia de Adriano. En el plano político este fracaso obligó a
Basilio a renunciar a sus planes para la isla, falto de medios para intervenir decisivamente
en Sicilia, y a prestar su atención preferente a la entrada de sus ejércitos de regreso a la
península italiana en los últimos años de su reinado.
En el mismo año de la caída de Siracusa el gobernador de Sicilia fue asesinado en
Palermo por sus propios servidores. En el verano de 879 su sucesor, Husayn b. Rabah
realizó una expedición contra Taormina, ahora la fortaleza más importante en poder de los
bizantinos en la isla. En los combates que tuvieron lugar los griegos perdieron a su jefe,
un patricio llamado Crisafios.
Tras tomar Siracusa los musulmanes sicilianos comenzaron a realizar expediciones
con Italia meridional y las islas del Jónico como objetivo. En algunos casos el éxito no
acompañó la empresa, como en 880 cuando una flota de 16 naves que saqueaba el
Peloponeso fue sorprendida en Metona por los barcos de Nasar que, operando en
conjunción con el estratego del Peloponeso Juan de Creta, sorprendieron en un ataque
nocturno a sus enemigos y aniquilaron la flotilla hundiendo algunos barcos y capturando
otros, que fueron entregados como ofrenda a la iglesia del lugar. De allí Nasar zarpó en
dirección a Sicilia y saqueó las costas de Palermo capturando gran número de barcos
mercantes y haciéndose con una gran provisión de aceite. Luego la flota tomó rumbo a
Reggio, donde se preparaba la expedición de Procopio y León Apostypos. Posiblemente
entonces, tras un encuentro afortunado con la flota árabe en Punta Stilo, se separó de la
armada un destacamento con destino a la desembocadura del Tíber donde se apostó para
impedir las acciones de las bandas piráticas que hostigaban en esos años los territorios de
la Santa Sede.
Un nuevo gobernador, al Hasan b. al Abbas, deseoso de borrar el recuerdo de la
derrota del año anterior emprendió en 881 una nueva campaña contra Taormina y Catania
en el transcurso de la cual derrotó al estratego Barsacio. La situación mejoró ligeramente
para Bizancio a finales de ese año y en 882 cuando consiguieron vencer en dos
encuentros, siendo especialmente notable la segunda victoria en Caltavuturo conducidos
por el estratopedarca Musilices. Este fracaso determinó la caída del gobernador al Abbas
y su sustitución por Mohamed b. al Fadl que reemprendió las incursiones por todo el
territorio griego y fue capaz de rechazar los chelandia que en esos momentos se
dedicaban a saquear la costa norte de la isla. En una nueva batalla los imperiales
perdieron 3.000 hombres y vieron reducidas sus posesiones a los territorios en la costa
oriental de la isla, en la llanura comprendida entre los montes Peloritanos y el Etna. No
obstante, la división entre los musulmanes sicilianos, la inestabilidad y poca duración de
sus gobernadores y el frágil equilibrio de las relaciones con África impidieron en esos
años la unificación de todas las fuerzas para aplicar el golpe definitivo a la debilitada
posición de Bizancio en la isla.
Con el comienzo del reinado de León VI la situación en Sicilia fue empeorando. El
nuevo soberano no albergaba esperanzas de una reconquista e intentó desde el principio
conservar lo que quedaba ofreciendo treguas a sus adversarios a la vista del infortunio de
sus armas. En 888 la flota imperial se enfrentó a los barcos árabes en aguas de Milazzo.
La batalla terminó en un auténtico desastre para los griegos que perdieron más de 10.000
hombres. La mala suerte de las armas bizantinas provocaba el pánico también en Italia
meridional, donde las tradiciones nos muestran a los ascetas Elías el Joven, Elías el
Espeleota y Arsenio recibiendo premoniciones del desastre y abandonando Italia para
establecerse temporalmente en Patrás por sus problemas con el estratego de Calabria
Nicetas Boterites.
Durante la década de 890 las relaciones entre árabes y bizantinos en Sicilia fueron
pacíficas debido a los enfrentamientos continuos entre sicilianos y aglabíes de África. La
situación cambió cuando el despótico emir Abu Ishaq Ibrahim (875-902), tras aplastar una
rebelión en tierras africanas y deseoso de acabar con la resistencia a su autoridad en la
isla, hizo zarpar en 900 a su hijo Abu’l Abbas Abdala hacia Sicilia con una gran flota.
Abu’l Abbas aplastó con enorme crueldad la revuelta y tras la caída de Palermo en
septiembre de ese año provocó la huida de millares de ciudadanos con sus familias que
buscaron refugio entre los cristianos de Taormina. Queriendo aprovechar la circunstancia
un patricio fue enviado a la ciudad con un ejército y más tropas se concentraron en
Reggio al tiempo que llegaba a Messina una flota desde Constantinopla. Por su parte
Abu’l Abbas no había permanecido inactivo y tras sojuzgar Palermo, estando ya avanzado
el otoño marchó contra Taormina y Catania que hostigó sin mayores resultados. Tras
preparar una nueva expedición durante el invierno, el 25 de marzo de 901 envió una flota
al mar mientras él mismo conducía a sus hombres al asedio de la villa de Demona que
bombardeó durante unos días con sus balistas. En esos momentos Abu’l Abbas recibió la
noticia de los grandes preparativos que los bizantinos estaban realizando en Reggio, por
lo que decidió levantar el asedio y dirigirse a Messina desde donde se embarcó con
dirección al punto de concentración del enemigo. Tras una breve resistencia Reggio cayó
el 10 de julio y en la ciudad los vencedores se entregaron a una auténtica masacre. Tras
reunir 15.000 cautivos y un enorme botín Abu’l Abbas recibió la sumisión de las
poblaciones vecinas que pagaron tributo para no sufrir la misma suerte que Reggio. De
regreso a Messina los árabes tuvieron tiempo de enfrentarse a la flota bizantina y hundirle
30 embarcaciones.
Tras esta expedición triunfal Abu’l Abbas pudo regresar a Palermo de donde partió en
902 rumbo a África, en la que se necesitaba su presencia. Hartos del gobierno cruel de
Ibrahim los musulmanes de Túnez pidieron a su señor supremo en Bagdad Mutadid que
pusiera fin a su gobierno. El jalifa ordenó a Ibrahim que abandonara el mando en favor de
su hijo y el destronado emir, tras obedecer a su señor, anunció su deseo de llevar la yihad
a tierras cristianas. En el verano de 902 Ibrahim desembarcó con un ejército en Trapani e
hizo su entrada en Palermo el 8 de julio. De inmediato envió una expedición en dirección
a Taormina, la última plaza fuerte importante en poder de los bizantinos y en la que éstos
tenían en estos momentos concentradas todas sus tropas. Conocemos el nombre de los
jefes militares al mando en Taormina durante el verano de 902, el drongarios ton plöimon
Eustacio, el patricio y estratego de Sicilia Constantino Caramalo y un comandante de la
flota llamado Miguel Caracto.
Los bizantinos no se encerraron tras los muros de Taormina esperando el ataque del
enemigo, sino que salieron a su encuentro con decisión. Tuvo lugar una batalla
encarnizada en la que la suerte del encuentro estuvo durante mucho tiempo en duda.
Finalmente los árabes de Ibrahim fueron capaces de sobreponerse de su derrota inicial y
consiguieron arrollar a sus enemigos parte de los cuales consiguieron reembarcarse
mientras el resto se acogía al refugio de la fortaleza a la que pronto se le puso sitio. Las
noticias del peligro que acechaba a Taormina llegaron pronto al emperador pero por
fatalidad, al igual que sucediera durante el reinado de Basilio, la flota que hubiera podido
acudir de inmediato en socorro de la ciudad estaba nuevamente ocupada en la
construcción de dos iglesias en la capital, una en recuerdo de Teófano, la primera mujer
del emperador, y la segunda la de San Lázaro.
Privada de auxilio Taormina cayó el 1 de agosto de 902. Los defensores fueron
ejecutados y las mujeres y niños llevados como esclavos. Fiel a su carácter Ibrahim se
comportó con crueldad con los enemigos de la fe y no dudó en matar al obispo de la
ciudad Procopio cuando se negó a abjurar de sus creencias.
Al igual que sucediera en 878 la caída de Taormina fue muy sentida en Bizancio,
donde no faltaron los reproches hacia la negligencia del gobierno tal y como se refleja en
las cartas del Patriarca Nicolás. Los éxitos de Ibrahim provocaron el pánico en la misma
capital, pues se creía que pretendía avanzar contra la propia Constantinopla. Asustado el
emperador reforzó la guarnición y envió a Sicilia refuerzos insuficientes que fueron de
nula utilidad para mejorar la situación. Los jefes al mando en Taormina consiguieron
escapar al cautiverio y regresar a Constantinopla. A su llegada Miguel Caracto acusó a su
colega Caramalo de traición y éste fue condenado a muerte en un primer momento,
aunque la mediación del Patriarca transformó luego la pena capital en el castigo de la
tonsura. Caracto fue nombrado a continuación estratego de Sicilia.
El infatigable Ibrahim no se contentó con este éxito y de inmediato envió
destacamentos en diversas direcciones para atacar los territorios todavía en poder de los
griegos. Así cayó Demona mientras que Rametta ofrecía pagar tributo. Los vencedores
exigían a las poblaciones locales la rendición sin condiciones y la conversión al Islam;
tras hacer abandonar las plazas a sus ocupantes se dedicaron a destruir las fortificaciones
convirtiéndolas en inservibles para futuras rebeliones.
Los preparativos para una expedición de esta magnitud duraron meses y sólo al año
siguiente estuvo el ejército dispuesto para levar anclas rumbo a occidente. Las tropas
griegas partieron de sus bases a finales del verano de 964 y desembarcaron en Messina. El
espectáculo del ejército en campaña debió ser abrumador para los contemporáneos: según
confesión de testigos contemporáneos los barcos de transporte eran los mayores que
habían salido de los astilleros del Imperio y estaban acompañados de numerosos navíos
dotados con fuego griego. Los soldados se contaban entre los mejores y más escogidos y
ofrecían una elocuente estampa de los nuevos ejércitos bizantinos preparados para
grandes campañas ofensivas. Acompañaba al ejército un numeroso tren de máquinas de
asedio transportadas en navíos especiales.
La campaña de Otón II
En enero de 981 Otón II hizo su entrada en Roma. Había franqueado los Alpes en
diciembre anterior para acudir a la ciudad santa con el objetivo de reafirmar la autoridad
imperial siempre expuesta a los cambios de humor de la levantisca aristocracia romana y
apoyar a su devoto pontífice Benito VII reafirmándolo en la sede papal. A su llegada Otón
recibió los preocupantes informes de la situación en el sur. El emperador, que tenía
entonces sólo veintiséis años de edad pero una amplia experiencia de muchas campañas
en las fronteras del norte, se decidió por actuar de inmediato con el doble objetivo de
expulsar a los árabes y aprovechar la debilidad de los bizantinos, que en estos momentos
además se tenían que enfrentar a nuevas insurrecciones locales, para apoderarse de las
tierras que ya había reivindicado su padre años atrás. La paz existente entre ambos
Imperios en esos momentos obligaba a utilizar como excusa la amenaza árabe para
justificar la intrusión germana en las posesiones bizantinas. Las autoridades en Bari no
fueron engañadas con estas pretensiones y desde el primer momento advirtieron el grave
peligro que se estaba gestando por lo que de inmediato enviaron embajadores para
solicitar de Otón la renuncia a su empresa. Sabemos que el patricio Romano delegó en el
monje Sabas la misión de influir en el emperador y arreglar un acuerdo con él.
La expedición de Otón II coincidió en el tiempo con la insurrección de algunas villas
en Apulia, pues sabemos que en 981 Trani, Ascoli y Bari se habían declarado en rebelión.
Tras abandonar el territorio controlado por sus vasallos lombardos el emperador llegó a
Lucera en septiembre de 981 pero la noticia de graves disturbios en Salerno le obligó a
dar la vuelta. En marzo de ese año había muerto su gran aliado Pandolfo I y los
salernitanos habían aprovechado el alejamiento de los soldados germánicos para expulsar
a su segundo hijo Pandolfo llamando en su lugar al duque de Amalfi Manson III. El 4 de
noviembre Otón llegó a Nápoles, donde fue bien recibido por el patricio Sergio III, celoso
sin duda de las ventajas que el golpe había proporcionado a su rival amalfitano. A
principios de diciembre el emperador llegó ante los muros de Salerno decidido a tomarla
por la fuerza pero la resistencia de la ciudad le obligó a llegar a un acuerdo con Manson,
que retuvo el control de la villa para sí y para su hijo Juan I a cambio de que ambos
reconociesen su soberanía. El ejemplo de Salerno fue pronto imitado por los ciudadanos
de Benevento que expulsaron al hijo mayor de Pandolfo I, Landulfo IV, y proclamaron a
su primo Pandolfo II. En esos momentos sólo Capua mostraba su adhesión a la causa
imperial pero Otón renunció a perder más tiempo en la resolución de las interminables
querellas de los estados lombardos y se decidió a reemprender la invasión de Apulia con
un brillante ejército en el que figuraban los arzobispos de Colonia y Mayence y los
obispos de Cambrai y Verdún. Además estaban presentes contingentes suabos y bávaros
encabezados por Otón, el sobrino del emperador, el obispo de Augsburgo, el abad de
Fulda y una multitud de señores llegados de toda Alemania en un significativo precedente
de lo que serían las cruzadas un siglo después. La emperatriz Teófano acompañaba a su
marido en la expedición.
El ejército germano inició su marcha desde Salerno el 6 de enero de 982 y penetró en
territorio bizantino haciendo alto ante Matera el 25 del mismo mes. Desde allí se trasladó
en marzo a las cercanías de Tarento. No se conocen con seguridad los detalles de esta fase
de la campaña pero parece bastante probable que el emperador no haya sido capaz de
penetrar en las ciudades asediadas y aunque sabemos que prestó ayuda a las poblaciones
en rebelión conocemos también que ésta logró sostenerse por poco tiempo tras la derrota
de Otón en Colonna pues sabemos que el nuevo catepán Caloquiro Delfinas volvió a
recuperarlas durante ese mismo año 982.
Tras haber pasado casi cinco meses en Apulia Otón II condujo su ejército en dirección
a Calabria y tras atravesar el Crati fue en busca del ejército árabe. Las noticias de la
aparición del ejército germano llegaron en mayo a Abul Kassim que procedió de
inmediato a proclamar la yihad y se apresuró a remontar la costa de Calabria con todas
sus tropas para hacer frente al enemigo. Otón mientras tanto, tras haber dejado en
Rossano a Teófano con el obispo Dietrich de Metz y el tesoro imperial, avanzó hacia el
sur y derrotó a la vanguardia árabe en las cercanías de Crotona obligándoles a replegarse.
Pocos días antes, posiblemente en el puerto de Tarento, había entrado en conversaciones
con los protokaraboi de dos grandes chelandia armados con fuego griego que allí habían
recalado. Otón carecía de medios navales de reconocimiento y convenció a aquellos para
que zarpasen en busca de noticias del enemigo. Pronto los marinos le informaron de que
el ejército musulmán se retiraba a toda prisa, lo que produjo en el joven monarca el deseo
de partir de inmediato con sus tropas más escogidas en persecución de los fugitivos.
Dejando atrás toda la impedimenta las tropas avanzaron a marchas forzadas hasta alcanzar
en la mañana del 13 de julio a las avanzadillas del ejército de Abul Kassim. Viéndolos de
lejos y desconocedor de las tácticas de su rival Otón creyó enfrentarse a tropas muy
escasas y dio de inmediato la orden de ataque. Lo que parecía una escaramuza en la playa
cercana al Cabo Colonna se convirtió pronto en una batalla generalizada debido a un
conocimiento muy deficiente de las posiciones que ocupaba su enemigo. Creyendo tener
enfrente sólo a una pequeña parte del ejército árabe Otón se lanzó al ataque al frente de
sus tropas. Abul Kassim detuvo la marcha para revolverse y hacer frente a la masa de
atacantes y dispuso a sus hombres para formar una barrera al borde del mar. En un clima
de febril exaltación religiosa muchos guerreros germánicos hicieron sus testamentos en
frente de sus camaradas antes de lanzarse a la carga. Tras ello partieron al encuentro del
enemigo. En un terrible choque cuerpo a cuerpo ambos bandos se batieron con igual
fiereza hasta que una carga por el centro logró romper la línea árabe y llegar hasta los
estandartes del emir. Una cruenta pugna tuvo lugar alrededor de las insignias que finalizó
con la muerte de todos los árabes que allí combatían, entre los que se encontraba el propio
Abul Kassim, derribado por un golpe mortal en la cabeza.
El sacrificio de este valeroso grupo permitió que el resto del ejército árabe pudiera
reagruparse y volver a la lucha aunque la noticia de la muerte de su jefe hizo cundir el
desaliento entre las filas y provocó su retirada desordenada bajo los golpes de los
caballeros alemanes. Otón se creyó vencedor de la jornada y queriendo aprovechar el
impulso ordenó a sus agotados hombres que emprendieran de inmediato la persecución de
los fugitivos. El combate había tenido lugar en medio del calor sofocante de mediados de
julio, en condiciones muy duras para hombres pesadamente acorazados y poco
acostumbrados a soportar ese clima ardiente. A pesar de ello el ejército cristiano se lanzó
a la persecución a través de caminos difíciles bordeados por el mar a su izquierda y
escarpadas montañas a su derecha en un terreno salpicado de torrentes y muy propicio
para las emboscadas. Era la ocasión que esperaban sus enemigos, muy acostumbrados a
ese tipo de guerra y ardiendo en deseos de venganza. Agrupados en las alturas observaron
como los cristianos se desorganizaban en su apresurada persecución y se prepararon para
dar el contragolpe decisivo esperando el momento propicio.
Este llegó cuando divisaron al propio Otón que se había adelantado imprudentemente
con algunos caballeros en persecución de un grupo de jinetes que huían por la orilla. De
repente surgieron árabes por todas partes que se abalanzaron desde las alturas con fieros
rugidos y el ejército germano se vió asaltado súbitamente por tres lados y obligado a
combatir de espaldas a la costa. El combate se convirtió muy pronto en una carnicería en
la que los cristianos debieron elegir morir por la espada o arrojarse al mar. Esta lucha sin
piedad duró hasta la noche, momento en el que muchos murieron sin saberlo a manos de
sus camaradas en medio de la terrible confusión. La lista de los magnates y señores
principales caídos era escalofriante. En la batalla perecieron Ricardo, el portador de la
lanza del emperador, el conde Otón, jefe de los guerreros francos, los margraves Bertoldo
y Gunther de Misnia, los condes Tietmar, Bezelin, Gebard, Ezelin, Burcardo, Dedi,
Conrado, Irmfrido, Arnoldo e innumerables guerreros y caballeros menores. Por su parte
la iglesia perdió al obispo Enrique de Augsburgo y al abad Werner de Fulda entre otros
muchos de los que, como dijo el cronista Tietmar de Merseburgo “sólo Dios sabe el
nombre”. Otro contemporáneo se lamentaba amargamente:
“Allí pereció bajo la espada de los infieles la flor de la patria, el ornamento de la
rubia Germania, la juventud tan querida para el emperador, que debió asistir a la
masacre del pueblo de Dios bajo la espada de los sarracenos, la gloria de la cristiandad
hollada bajo los pies de los paganos.”
También los señores lombardos tuvieron que lamentar sensibles pérdidas por su
alianza con el emperador pues en la batalla cayeron Landulfo, príncipe de Capua, hijo
mayor de Pandolfo I y otro hijo de éste, Atenulfo además de sus sobrinos Ingulfo,
Vadiperto, Guido de Sessa y el marqués Trasamundo de Tuscia.
Los supervivientes no encontraron alivio a sus sufrimientos tras la batalla. El tórrido
calor y la sed hicieron perecer a muchos de los agotados fugitivos y muchos más fueron
hechos prisioneros para ser llevados atados y desnudos a la venta como esclavos en los
mercados de Palermo, Mahdia y Cairo.
Entre los supervivientes se encontraba el propio emperador que pudo escapar
milagrosamente con vida. Rodeado de enemigos consiguió romper el cerco y huir seguido
por su sobrino Otón, el duque de Baviera. Mientras cabalgaba a rienda suelta por la costa
divisó a poca distancia dos embarcaciones. Se trataba de los dos chelandia con cuyos
capitanes había estado en contacto pocos días antes. En ese momento su agotado caballo
se detuvo negándose a seguir adelante. Un judío de nombre Calónimo que le seguía
desmontó y le ofreció su montura a la que Otón subió de un salto para seguir cabalgando
hacia el mar. Lanzándo su caballo en medio de las olas pidió a gritos a la tripulación del
navío más cercano que le salvasen de los perseguidores que ya se acercaban pero el navío
se alejó sin detenerse. Desesperado, Otón regresó a la costa y descubrió que sus
perseguidores, ignorantes de su identidad, se habían alejado en busca de otras víctimas. A
su regreso a la orilla sólo encontró a Calónimo, que no le había querido abandonar
mientras que el duque de Baviera había continuado la huida. A lo lejos los dos hombres
divisaron otro grupo de jinetes árabes que se dirigía hacia ellos. Desesperado Otón se
lanzó de nuevo al mar intentando alcanzar otro barco que se veía a lo lejos. Entretanto sus
perseguidores habían llegado hasta la orilla y mataron de inmediato al fiel judío pero no
se atrevieron a seguir al caballo de Otón, que nadaba con fuerza en dirección a la
embarcación haciéndole signos para que se detuviesen. El capitán, al ver al jinete que
intentaba escapar de una muerte segura, se compadeció y dió órdenes de recoger al
agotado caballero. Una vez a salvo la mayor preocupación de Otón fue la de ser
descubierto y llevado a Constantinopla de modo que intentó ocultar su identidad pero fue
reconocido por un oficial de origen eslavo llamado Xolunta que en otro tiempo había
servido a sus órdenes. Compadecido el hombre le hizo en secreto señales para que no
revelase su nombre y convenció al capitán de que el jinete era un noble germano por el
que podría obtener un gran rescate, pero que sería necesario dirigirse a Rossano para
cobrarlo, pues allí estaba depositado el tesoro imperial. El capitán consintió en ello y al
día siguiente la embarcación fondeó en el puerto para entrar en tratos sobre la liberación
del cautivo. Xolunta pudo descender a tierra con el pretexto de negociar el rescate y así
enviar un aviso a Teófano y al obispo de Metz. Muy pronto ambos acudieron angustiados
al muelle para negociar acompañados de una larga hilera de bestias de carga que
transportaban el tesoro imperial. Al ver esto el protocarabos ordenó echar el ancla para
iniciar las negociaciones mientras el obispo salía en una lancha con algunos oficiales en
dirección al chelandion. Los bizantinos, confiados, dejaron subir a bordo al obispo
Dietrich que, bajo algún pretexto, consiguió que Otón cambiase su cota de mallas por una
vestimenta más ligera. En un momento de descuido el emperador se arrojó por la borda y
empezó a nadar en dirección a la costa. Un marinero intentó detenerlo pero fue muerto
por Liuppo, uno de los hombres del séquito del obispo. Los griegos, repuestos de la
sorpresa, intentaron iniciar la persecución pero los caballeros germanos empuñaron sus
espadas y les hicieron retroceder. Simultáneamente numerosas embarcaciones salieron de
la orilla cargadas de guerreros en defensa de su príncipe. Por fin Otón pudo alcanzar la
orilla y fue puesto a salvo por sus hombres en medio de la desbordada alegría de todos.
Fiel a su compromiso comunicó al barco bizantino que estaba dispuesto a recompensar
magnificamente sus servicios, pero el capitán no se fió de la palabra de su antiguo
prisionero e hizo vela de inmediato para alejarse de Rossano.
Tras alcanzar la playa Otón se dirigió de inmediato a reencontrarse con Teófano. Aquí
los cronistas sitúan un episodio singular: en medio de la alegría del encuentro y alterada
por las angustias padecidas la emperatriz hizo comentarios desdeñosos sobre la valía de
los ejércitos germanos, lo que provocó el furor de Otón y una disputa entre ambos
esposos, la única seria durante su matrimonio, que provocó un distanciamiento durante
meses de lo que puede dar muestra indirecta la evidencia de que hasta el mes de julio del
año siguiente el nombre de la emperatriz no apareció al lado del de su esposo en los
diplomas imperiales.
De inmediato Otón abandonó Rossano y se dirigió a Cassano adonde llegó antes de
acabar el mes de julio. Desde allí atravesando las montañas del Mercurion pasó a tierras
de Salerno el 2 de agosto y el 18 de ese mes hacía su entrada en la propia capital. Desde
allí Otón marchó a Capua, la única capital lombarda en la que tenía partidarios fieles,
donde invistió como nuevo príncipe a Landenulfo, cuarto hijo de Pandolfo I, y se preparó
para regresar a Roma y rehacer su ejército.
La batalla de Colonna fue un desastre para ambos bandos. Los árabes tras la pérdida
de su jefe tuvieron que regresar a Sicilia pero en Italia y el Imperio lo único en lo que se
reparó fue en la tremenda derrota de Otón y la pérdida de su ejército. En medio de la
enorme conmoción que sacudió toda Alemania estallaron revueltas en las fronteras del
Elba y los propios servidores del emperador criticaron la ligereza e imprudencia de su
aventura italiana mientras que en el norte de Italia las poblaciones se sublevaron contra
los obispos como partidarios demasiado fieles de la voluntad de su señor y se negaron a
obedecer los decretos imperiales. Para animar a sus partidarios en el mes de junio de 983
Otón convocó en Verona una gran asamblea en la que los señores de Alemania e Italia
volvieron a proclamarlo rey de Germania e Italia al igual que a su hijo Otón entonces con
tres años de edad. Queriendo borrar el recuerdo de su fracaso Otón se propuso organizar
una nueva expedición en la que sólo pudo reclutar tropas italianas debido a las muchas
pérdidas que sus súbditos alemanes habían sufrido y a la necesidad de proteger las
fronteras en el noreste.
En septiembre Otón II llegó a la región de Larino en Benevento preparado para iniciar
la nueva campaña pero la noticia de la muerte del Papa Benito VII y el temor a una
revuelta en Roma hicieron dar marcha atrás al emperador. En la ciudad santa Otón se
aseguró de que su canciller, el obispo Pedro de Pavía, fuese proclamado como Juan XV.
Poco después el emperador cayó enfermo de disentería y falleció el 7 de diciembre de 983
a los veintiocho años de edad. Su cuerpo fue enterrado en San Pedro cerca del sepulcro de
los Apóstoles. Con la muerte de Otón se puso fin a una época de intervenciones
germánicas en Italia. Harán falta más de cuarenta años para volver a ver a un emperador
alemán interviniendo con su ejército en tierras de Apulia.
Mientras tanto en Sicilia los árabes, debilitados por la pérdida de su carismático jefe,
no reemprendieron sus incursiones hasta 986 por lo que las autoridades bizantinas,
espectadores pasivos de los últimos acontecimientos, terminaron obteniendo un provecho
por el debilitamiento de todos sus rivales, también incluso en el caso de los lombardos,
que habían perdido a los príncipes de Capua y Benevento en la jornada de Colonna y que
en estos momentos no estaban en disposición de ofrecer una oposición decidida a los
avances bizantinos. Los últimos rebeldes en Apulia se sometieron a Caloquiro Delfinas y
los obispos latinos, que habían defendido la causa del Imperio, fueron recompensados por
el catepán con importantes privilegios.
Años turbulentos
Aunque Bari había sorteado el peligro todavía siguieron menudeando los ataques
árabes en otras zonas, principalmente en Calabria: en julio de 1006 llegó a Italia un nuevo
catepán llamado Alejo Jifias, muy posiblemente el Alejo Caronte padre de Ana Dalasena
citado por Ana Comneno en su Alexíada, y el 6 de agosto tuvo lugar cerca de Reggio otra
gran batalla naval, aunque esta vez fue la marina de Pisa la que sirvió bien a los intereses
de Bizancio. A pesar de todo el peligro y las incursiones no cesaron inmediatamente pues
en 1009 las bandas musulmanas volvieron a invadir el valle del Crati y ocuparon de nuevo
Cosenza.
A partir de estos momentos la amenaza en las costas se alejó gracias a la colaboración
de las flotas de las ciudades estado del norte. A ello contribuyó también la recuperación
de Dirraquio desde 1005, evento reconocido por la aristocracia de Apulia como un hecho
remarcable al permitir la reapertura del tráfico y el comercio con Bizancio. Sin embargo
las dificultades para las autoridades bizantinas no se acabaron porque en los primeros
años del siglo XI se asistió a un recrudecimiento de la agitación en las comunidades
locales, presas de continuas luchas intestinas. Fue durante el mandato del nuevo catepán y
anterior estratego de Samos, Juan Curcuas, llegado en mayo de 1008 para reemplazar a
Alejo Jifias, fallecido en algún momento entre marzo y agosto de 1007, cuando estalló
una grave revuelta merecedora de ser recogida en la crónica de Skylitzés, más seria que
todas las producidas a lo largo del medio siglo anterior y que habría de tener
repercursiones de gran trascendencia en las décadas posteriores.
El 9 de mayo de 1009, poco después de la llegada a Bari de Curcuas, se inició en la
ciudad una revuelta encabezada por el adinerado ciudadano Meles o Melo. Éste, quizá de
origen armenio, fue lo suficientemente hábil para arrastrar a los habitantes a un desafío
abierto a la autoridad griega, lo que no era un hecho nuevo pues con relativa regularidad
se habían sucedido en los dominios bizantinos motines y asonadas en los cuales no es
necesario vislumbrar un deseo de desligarse del destino de Bizancio. Tales revueltas
frecuentemente estallaban por causas e individuos concretos: no contra el Imperio sino
contra un determinado funcionario, por el odio hacia algún magnate (que portaba títulos y
dignidades bizantinos) en una secuencia que se repitió una y otra vez en las principales
villas de Apulia.
Posiblemente también el factor económico debe ser tenido muy en cuenta, al no estar
limitados los catepanes por un monto fijo en la fijación de los impuestos imperiales, lo
que podía llevar a situaciones de abuso y sobrecarga fiscal que eran muy mal recibidos
por las poblaciónes locales, especialmente en momentos como el invierno de 1009 que
fue recordado en las crónicas por su excepcional crudeza. Tras la eliminación de la
amenaza musulmana seguramente las actividades comerciales en la ciudad de Bari
recibieron un nuevo impulso y es posible que los comerciantes y gentes adineradas de la
villa recibieran de muy mal grado las cargas financieras que el nuevo catepán fijase a su
llegada. Precisamente se nos dice que Meles era el ciudadano más rico de Bari, aquel que
tenía más que perder con el aumento de la carga fiscal y el más interesado en que la
situación no progresase en esa dirección. No es descartable que el objetivo político de
Meles fuese el de crear una estructura política similar a los ducados de Amalfi o Venecia,
ciudades con intereses marítimos como los de Bari, y quizá lo confirma el hecho de que
posteriormente fuese premiado con el título de Dux Apuliae por el emperador germánico.
La insurrección en Bari se extendió con rapidez a Trani, y pronto se llegó al combate
entre ambos bandos, con una sangrienta lucha en las cercanías de Bitonto. La milicia
barense fue derrotada en el encuentro con las tropas del catepán, pero pudo conservar el
control de la ciudad para los sublevados. Es posible que por aquella época hubiese otro
choque, esta vez en Montepeloso y que los rebeldes contasen con la ayuda de bandas de
sarracenos que permanecían en la región.
En enero o febrero de 1010 murió también Juan Curcuas y en su sustitución llegó en
marzo el protoespatario Basilio Argiro, llamado Mesardonites, estratego de Samos
acompañado en calidad de lugarteniente por el estratego de Cefalonia León Tornicio,
apodado por su baja estatura Contoleón. Los dos oficiales pusieron sitio a Bari desde el 11
de abril. Tras un asedio de dos meses los barenses capitularon permitiendo al catepán la
ocupación de la ciudadela en junio. Mesardonites exigió a los vencidos la entrega de su
cabecilla Meles pero éste huyó en el último momento acompañado por su cuñado Datón.
No tuvieron la misma suerte su mujer Maralda y su hijo Argyros, que fueron enviados a
Constantinopla como rehenes. Décadas después su hijo volvería a Italia para tener un
destacado papel en la escena política, aunque en un contexto totalmente diferente. Para
prevenir la amenaza de futuras revueltas Mesardonites ordenó la construcción en la
cercanía del puerto del Praitorion, de la residencia fortificada del gobernador en el lugar
donde luego a finales del siglo se erigiría la iglesia de San Nicolás.
Mientras tanto el huido Meles llegó en su escapada hasta Ascoli, que también se había
manifestado a favor de la revuelta, pero los éxitos de Basilio Mesardonites habían
entibiado los entusiasmos revolucionarios de los amotinados y Meles no se consideró
todavía a salvo, por lo que optó por buscar asilo entre los principados lombardos, primero
en Benevento, luego en Salerno que le denegaron su apoyo y finalmente en Capua, donde
estableció su residencia.
Tras someter Bari y convertirla de nuevo en sede del gobierno del thema Basilio
Mesardonites emprendió un viaje a Campania para afirmar la soberanía del basileo en la
zona, forzando a los príncipes lombardos a mantener al menos una apariencia de sumisión
a Constantinopla, devolviendo así el prestigio a la causa imperial y desanimando con ello
a los rebeldes de Apulia. En octubre de 1011 se encontró en Salerno con monjes de
Montecassino a los que extendió un diploma confirmando la protección de sus dominios
en Apulia. Es posible que el catepán hubiese emprendido también este viaje para intentar
prender al fugitivo Meles, pero éste consiguió finalmente sustraerse a su vigilancia en la
corte de Pandolfo II de Capua, con lo que el príncipe lombardo afirmó frente a Bizancio
su deseo de mantener una total independencia del Imperio.
La llegada del cuerpo expedicionario bizantino puso fin a las discordias internas de
los musulmanes sicilianos que acordaron unir esfuerzos para hacer frente a la invasión.
Cerca de Rametta salieron al paso de las tropas imperiales con una fuerza estimada en
50.000 hombres. La batalla que tuvo lugar de inmediato fue encarnizada y tras una dura
pugna finalmente los bizantinos lograron imponerse. Este éxito abrió las puertas de Sicilia
al ejército de Maniaces que pudo así proseguir su marcha bordeando la costa oeste. A
finales de 1038 habían sido conquistadas ya trece poblaciones pero estos éxitos no
lograban ocultar la dificultad de la campaña por la naturaleza agreste de las tierras
sicilianas. Sólo tras muchos padecimientos pudo llegar el ejército ante los muros de
Siracusa en el comienzo de 1040. De inmediato se puso sitio a la ciudad y los imperiales
se vieron envueltos en continuas escaramuzas y choques en las frecuentes salidas que
intentaban los defensores. En estos enfrentamientos destacó especialmente Guillermo
Brazo de Hierro, que alcanzó fama por matar en combate singular a un caid que había
sembrado el terror entre los sitiadores por sus proezas en la lucha. Las poderosas defensas
de Siracusa provocaron que el sitio se prolongase dando tiempo al emir Abdallah para
reunir fuerzas llegadas de toda Sicilia y de África y agruparlas en la región montañosa de
la isla. A la cabeza de más de 60.000 soldados intentó un movimiento audaz atacando por
retaguardia al ejército acampado ante Siracusa. Ante esta maniobra Maniaces se vió
obligado a levantar el sitio y retroceder con su ejército para hacer frente a la nueva
amenaza. Avanzando por las laderas occidentales del Etna el ejército imperial hizo alto en
la llanura de Troina, al noroeste del volcán, en una localidad donde tiempo después se
construiría un castillo que llevó el nombre del general bizantino.
En Troina le estaba esperando Abdallah con todo su ejército atrincherado en un
campamento fortificado. Los árabes habían tenido tiempo para preparar cuidadosamente
su posición y sembraron la llanura circundante con abrojos metálicos para estorbar el
ataque de la caballería imperial. Lamentablemente para sus intereses no tuvieron en
cuenta la costumbre bizantina de herrar sus cabalgaduras, lo que convirtió en inútil esta
estrategia.
Con el enemigo a la vista Maniaces dispuso sus tropas según la acostumbrada
formación en tres cuerpos que deberían entrar sucesivamente en combate. Cuando se
entabló el combate cuerpo a cuerpo la fortuna acompañó a los bizantinos al descargar una
fuerte tormenta que levantó grandes nubes de polvo que cegaron a los árabes.
Desorganizadas las filas el ejército de Abdallah fue incapaz de resistir el ímpetu
incontenible de la primera carga de caballería pesada. Pronto la batalla se convirtió en una
masacre en la que perecieron a millares los soldados musulmanes y en la que nuevamente
los normandos encontraron ocasión para sobresalir por la fuerza de su brazo.
El derrotado emir huyó con muchas dificultades y sólo a duras penas consiguió llegar
hasta la costa desde donde se dirigió a Palermo. Mal recibido por la población local, se
vió obligado a abandonar la isla y refugiarse en África. Su lugar fue ocupado por Hassan
Ad Daula, hermano del fallecido Akhal. Fue una gran victoria que tuvo un gran éxito en
toda la isla y que ha dejado para el recuerdo en Troina el nombre de “Fondaco dei
Maniaci” dado a la llanura en la que tuvo lugar.
La batalla, que tuvo lugar en la primavera o el verano de 1040, proporcionó a
Maniaces el control de la zona oriental de la isla y abrió las puertas de Siracusa al ejército
imperial que hizo en ella una entrada triunfal en medio del entusiasmo de la población
cristiana local. El descubrimiento por esas fechas de los restos de la vírgen y mártir Santa
Lucía en la ciudad contribuyó a un clima de exaltación general que ponía en boca de
todos el nombre del artífice de tantos éxitos. En la memoria local ha sobrevidido este
recuerdo con la denominación de “castillo de Maniaces” que se le dió a la fortaleza
bizantina que se erige en la ciudad.
Fiel a su temperamento el general no se relajó en el momento de la victoria. Antes de
Troina había encargado al almirante Esteban la tarea de vigilar cuidadosamente las costas
de la isla para impedir la huida del emir en caso de derrota. Pero la ineptitud de Esteban le
hizo incapaz de cumplir con su misión. Abdallah escapó y sobre el almirante cayó de
inmediato la ira implacable de Maniaces. Haciendo acudir a su presencia al inepto oficial
lo cubrió de injurias y le acusó ante el emperador de traición y cobardía. Tan grande fue
su cólera que llegó a maltratarlo físicamente acusándole de cobarde, afeminado y
“proveedor de los placeres del emperador”. Este acceso de cólera provocaría muy pronto
funestas consecuencias para la carrera del general.
Maniaces en Italia
Miguel IV, el emperador que había enviado a prisión a Maniaces, falleció en
diciembre de 1041. Su sucesor Miguel V y su esposa Zoé, deseosos de enderezar la suerte
de los asuntos occidentales, liberaron al general y lo reenviaron a Italia con el título de
magistros, catepán de Italia y strategos autokrator de los tagmata de Italia tras hacer
llamar de vuelta a Sinodiano. Maniaces desembarcó en Tarento a finales de abril de 1042
con un nuevo ejército reforzado con contingentes albaneses, los arvanitai que pasaron
luego a constituir uno de los cuerpos extranjeros permanentes en el ejército imperial. En
el momento de su llegada sólo seguían en poder de Bizancio las plazas de Brindisi,
Otranto, Tarento, Trani y Oria.
Entre tanto sus adversarios no habían permanecido ociosos, habían tenido cinco meses
de desgobierno bizantino para maniobrar y establecer alianzas con las ciudades de Apulia.
Tras haberse malquistado con el principado de Benevento negociaron con los principales
de Bari y propusieron a Argyros reconocerlo como su señor. Éste, seducido por la
propuesta, repitió el comportamiento de Arduino e hizo entrar de noche a los normandos
en la ciudad y allí concluyó un acuerdo definitivo con ellos recibiendo en febrero de 1042
el título de duque y príncipe de Italia con los guerreros normandos como vasallos. Éstos
seguían el mismo procedimiento utilizado con éxito en otras ocasiones: imponer su
participación, hacerse temer, reconocer en teoría la soberanía de los antiguos amos del
país para luego desequilibrar la situación en su propio provecho. Es posible que en lo
tocante a Argyros su proyecto fuese llegar a una futura reconciliación con Bizancio previa
aceptación de los hechos consumados y con la secreta esperanza del catepanato por
entonces vacante.
La llegada de Maniaces trastornó todos esos cálculos y dejó a Argyros como un
simple rebelde, tal y como su padre lo había sido en tiempos, por lo que se vio obligado a
vincular su destino más estrechamente a los recién llegados del norte. Avanzando en su
propósito reclamó la ayuda de los normandos de Aversa y reunió varios miles de soldados
que se aprestaron a combatir al ejército imperial acampado bajos los muros de Tarento.
Pero Maniaces rehuyó el combate y optó por refugiarse tras los muros de la ciudad a la
espera de una oportunidad favorable. Los normandos intentaron en vano provocar a los
bizantinos a un encuentro en campo abierto y se contentaron con saquear la región de
Oria. Tras reconocer la imposibilidad de asediar una plaza poderosa como Tarento se
replegaron pronto hacia el norte en mayo de ese año.
En el litoral adriático Trani, la plaza más importante después de Bari, mantuvo la
fidelidad al emperador y rehusó negociar con Argyros. Su ejemplo fue imitado por
Giovinazzo con peor suerte pues Argyros apostó su ejército ante la plaza y la tomó el 3 de
julio de 1042 después de tres días de sitio sometiéndola a pillaje y asesinando a los
funcionarios bizantinos en ella refugiados. De allí pasó a Trani, a la que sometió a asedio
durante más de un mes hasta que los acontecimientos de Constantinopla provocaron un
vuelco en la situación.
Entretanto Maniaces había salido en junio de Tarento con su ejército barriendo delante
de sí las bandas de normandos que encontraba a su paso. Castigó cruelmente a los
habitantes de Matera acusándoles de trato con el enemigo y demostró ser tan despiadado
como sus enemigos normandos, arrasando los campos, quemando las cosechas y
asesinando a centenares de campesinos. Desde Matera Maniaces se dirigió hacia el este y
sometió a Monopoli al mismo castigo y a la misma demostración de crueldad y
ensañamiento: muchos ciudadanos fueron ahorcados y otros enterrados vivos, pero las
ciudades no le abrieron sus puertas por ello. Con todos estos hechos Maniaces se ganó
una reputación de tirano abominable en la región y perjudicó muy gravemente la suerte de
la causa bizantina en Italia. Mientras tanto en Constantinopla se sentaba en el trono un
nuevo emperador y la llegada al poder de Constantino Monómaco en julio supuso malas
noticias para la fortuna de Maniaces.
Durante la época de sus mandatos en Asia Menor el general había adquirido grandes
propiedades en el thema de los Anatólicos. Algunas de esas tierras eran vecinas de las de
un poderoso señor, Romano Esclero, nieto del famoso Bardas. Pronto las relaciones entre
ambos se deterioraron y Maniaces, que debió ser un hombre de genio pronto, amenazó de
muerte a Esclero. Éste, amedrentado, abandonó sus tierras y desde entonces experimentó
un odio feroz por su antiguo vecino. La situación era delicada para Maniaces por cuanto
Romano tenía muy buenas conexiones en la corte, al ser su hermana la amante del
emperador. El momento para la venganza llegó cuando su rival tuvo que ausentarse para
guerrear en Italia. Romano, seguro del apoyo de Monómaco, saqueó las propiedades de
Maniaces y yendo más allá en la ofensa, ultrajó a su mujer. Cuando el general fue
informado de estos penosos acontecimientos experimentó una cólera indecible, cólera que
se convirtió en exasperación al saber que el emperador, a instancias de su rival, había
decidido finalmente destituirlo de su puesto. En ese momento Maniaces, considerando
muy peligroso regresar a Constantinopla como un simple particular, optó por la única
solución que veía a su alcance, la revuelta.
En esos momentos las noticias llegadas de Constantinopla le decidieron a rebelarse,
sabedor de que la pérdida de favor de la corte y la llamada a la capital suponían de nuevo
la prisión. La llegada al poder de Constantino Monómaco y el favor que éste propiciaba a
su mortal enemigo Romano Esclero no auguraban más que desgracias para su carrera.
Puesto al corriente de todos los detalles comenzó a incitar en secreto a sus soldados contra
Monómaco.
En septiembre de 1042 desembarcó en Otranto una representación del basileo. El
patricio Pardos, el protoespatario Tubaces y el arzobispo Nicolás llegaron portadores de
un crisóbulo dirigido a Maniaces con el que el emperador pretendía reconciliarse con su
exasperado general. Pardos además debía sucederle en el cargo de catepán. Maniaces,
conocedor en secreto del contenido del documento, al principio les dispensó una favorable
acogida pero la torpeza del enviado muy pronto empeoró las cosas. El comportamiento
arrogante de Pardos fue demasiado para el genio del general que dió órdenes de inmediato
a sus hombres para detener al patricio al que al cabo de pocos días hizo asesinar en unas
caballerizas tras someterlo a muchas vejaciones. El protoespatario Tubaces sufrió la
misma suerte pocos días después. El secreto se había desvelado y tras la favorable
reacción de sus hombres Maniaces se decidió por fin en octubre de 1042 a asumir las
insignias imperiales del poder supremo y se hizo proclamar emperador por sus tropas,
decidido a emprender la lucha a vida o muerte por el poder. Su empresa requería oro y
Maniaces lo encontró apropiándose de los fondos de la embajada, unas fuertes sumas
destinadas a comprar la retirada de los normandos.
Anteriormente, en julio, otra delegación imperial se había encontrado con Argyros,
que estaba asediando Trani en esas fechas, y le presentaron un crisóbulo en el que se le
comunicaba el perdón del emperador y se le conferían los títulos de patricio y vestes si
demostraba su fidelidad al Imperio y atraía a los normandos al servicio de Bizancio. Ello
suponía aceptar definitivamente la presencia de éstos en los territorios bizantinos
intentando obtener a cambio un provecho para los intereses del Imperio. Argyros aceptó
el trato y obligó a los normandos a levantar el sitio de Trani, quemó las máquinas de
asedio y se dirigió de nuevo a Bari hacia donde también se encaminaba su rival.
Maniaces después del asunto de la embajada partió a marchas forzadas desde Otranto
con parte de su ejército. Pretendía presentarse en Bari y utilizar el oro recién ganado para
comprar el favor de los magnates de la capital y atraerlos a su causa. Pero la brutalidad
que había demostrado en el trato con la población local lo había vuelto odioso e
impopular, y los magnates decidieron mantenerse fieles a Argyros y a Bizancio. Tras ser
incapaz de llegar a un acuerdo con su rival Maniaces se volvió hacia los normandos, pero
éstos, con el recuerdo fresco de sus difíciles relaciones en Sicilia rehusaron también y sólo
un pequeño número se unió a su ejército. Ante este fracaso Maniaces decidió no perder
más tiempo en Italia y llevar su ejército al otro lado del Adriático para intentar su suerte
hacia el corazón del Imperio, allí donde se jugarían todas las bazas. Por ello tras ser
rechazado de Bari se replegó sobre Tarento que se había convertido en la base de
operaciones de su ejército y preparó el embarque de sus tropas hacia Grecia. Los
normandos saqueaban la región y la población local mostraba una disposición muy poco
amistosa hacia el rebelde por el duro trato que había recibido de su parte, por lo que
Maniaces decidió abandonar la ciudad y marchar sobre Otranto para desde allí dejar Italia.
En estos momentos, en febrero de 1043 había llegado a Bari Basilio Teodorocano el
antiguo compañero de armas de Maniaces y nuevo catepán de Italia. Argyros con las
milicias locales de Bari y contingentes normandos rodeó Otranto mientras que una flota
bizantina mandada por Teodorocano bloqueó el puerto. Pero siendo un hombre de
recursos Maniaces encontró la forma de apoderarse de unos barcos, forzó su salida de
puerto en ese mismo mes y puso proa rumbo a Dirraquio.
La última resistencia
Tras sellar su alianza con el Papado Roberto Guiscardo emprendió de nuevo las
operaciones en los territorios para él destinados. En 1060 sometió Troia y en la primavera
de ese mismo año recibió el homenaje de las poblaciones de Brindisi y Tarento al tiempo
que sus hombres expulsaban a la guarnición bizantina de Oria. Pero en estos momentos el
principal asunto era el control de Calabria. Desde 1056 había comenzado a realizar
incursiones partiendo de sus posiciones en el valle del Crati acompañado por su hermano
menor Roger. Sus tropas llegaron hasta la inmediación de Reggio saqueando y obteniendo
rehenes, aunque las principales poblaciones como Crotona, Gerace, Santa Severina,
Rossano o la propia Reggio mantuvieron su independencia.
De vuelta en Apulia Guiscardo encomendó a su hermano Roger la prosecución de la
conquista. Éste se asentó en las cercanías de Vibona, donde luego se construiría la gran
fortaleza de Mileto, y desde allí comenzó sus algaradas. Por medio de depredaciones y
ataques constantes sembró el terror en toda la región del Aspromonte. Frente a él las
autoridades bizantinas estaban divididas. Por razones desconocidas el estratego de
Calabria León Trymbos hizo ejecutar en 1058 a algunos magistrados civiles (scribones)
de Crotona y la población enardecida se rebeló y le obligó a huir. A los males de la guerra
se unieron también los estragos causados por la terrible sequía de la primavera de 1058 y
sus secuelas en forma de hambre y disentería que diezmaron a la población.
Entretanto en el bando normando se produjo un enfriamiento en las relaciones entre
Roberto y Roger. Siendo ambos hombres ambiciosos colisionaron entre sí a causa del
reparto del botín, lo que fue aprovechado por los calabreses para retomar Nicastro y
aniquilar su guarnición normanda. Por fin Roberto y Roger arreglaron sus diferencias y
reemprendieron las operaciones sobre la región. Reggio, donde habían hallado refugio los
altos funcionarios bizantinos que todavía se mantenían en la zona, era la única ciudad que
no se avino a parlamentar.
En el otoño de 1060, tras someter a Brindisi y Tarento, los normandos pusieron sitio
por fin a Reggio. Tras una encarnizada resistencia la ciudad capituló y los dos
funcionarios bizantinos (probablemente el estratego de Calabria y el krités) se encerraron
en la vecina Scilla con parte de la guarnición bizantina, aunque al poco tiempo fueron
obligados a embarcarse para Constantinopla mientras la población concluía un tratado con
los normandos. Roberto Guiscardo en esa época residía ya en Reggio, donde se hizo
reconocer como duque de Calabria. En estos momentos los funcionarios bizantinos de alto
rango habían sido ya obligados a abandonar la región, y sólo quedaban los jefes de la
aristocracia local, ellos mismos funcionarios de bajo nivel. Abandonados a su suerte
entraron en tratos con los normandos. Éstos, una vez asegurada su posición, ofrecieron
condiciones aceptables a las poblaciones locales imponiendo un tributo no más oneroso
que el cobrado por las autoridades bizantinas y permitiendo que se mantuviese la
autonomía local, con lo que pudieron establecer su dominio, al menos de forma aparente.
A pesar de todo seguía viva la llama de la resistencia que aprovechaba cualquier
coyuntura favorable para manifestarse. En el valle del Crati los indígenas se beneficiaron
del alejamiento de los jefes normandos para alzarse en armas, como en Agello, cerca de
Cosenza. Por la misma época diputados de varias ciudades calabresas llegaron a Amalfi y
Roma buscando una alianza contra los nuevos ocupantes.
La reacción normanda ante la resistencia local fue la creación de colonias militares
usando los mismos procedimientos que los bizantinos en Asia. Trasladaron a poblaciones
enteras reduciendo a cenizas sus enclaves, como en el caso de Policastro que fue destruida
y su población transportada a Nicotera. Con prisioneros sicilianos se pobló Scribla, tras el
comienzo de las operaciones en Sicilia en 1061 luego de la toma de Messina.
El gobierno bizantino no volvió a enviar tropas a Calabria tras los sucesos de 1060,
pero ello no supuso el fin de sus esfuerzos por recuperar sus posesiones en las tierras
italianas porque a finales de ese año desembarcaron nuevas tropas comandadas por un
miriarca, como es llamado en las fuentes y que quizá deba ser interpretado como un
merarca, obedeciendo las órdenes del nuevo emperador Constantino Ducas. En rápida
sucesión los bizantinos reconquistaron Tarento, Brindisi, Oria y Otranto, a la vez que se
internaban en Apulia hasta llegar ante los muros de Melfi. Ante las desconcertantes
noticias Roberto Guiscardo regresó a toda prisa de Sicilia y acometio a los bizantinos.
Tras someter Acerenza obligó a los imperiales a abandonar el sitio de Melfi. En 1062
volvió a tomar Brindisi y Oria haciendo prisionero al miriarca bizantino. Ante estos
fracasos los bizantinos se desmoralizaron y adoptaron en adelante una actitud mucho más
pasiva, debido posiblemente también a la falta de medios. Por ello los dos catepanos que
se sucedieron en Bari, Marulés en 1061 y Siriano en 1062 se vieron obligados a
mantenerse a la defensiva.
Ante el fracaso en las operaciones militares se recurrió la vía diplomática. El
emperador participó muy activamente entre 1061 y 1064 en la lucha por la sucesión del
Papa Nicolás II. La derrota final de su candidato puso bien en claro la imposibilidad de
formar una coalición antinormanda y que la única posibilidad para detener el avance de
Guiscardo era apoyar a las poblaciones que todavía resistían y sembrar la división entre
los caudillos normandos, celosos del poder de Roberto y descontentos con su primacía.
Bari 1071
Mientras Roberto Guiscardo preparaba en colaboración con Roger un ataque sobre los
musulmanes de Palermo, los barones normandos en Apulia se dedicaron metódicamente a
reconquistar las poblaciones tomadas por los bizantinos durante su intervención. Un tal
Godofredo tomó en 1063 Tarento y Móttola, y pronto cayeron también Matera y Otranto.
En 1064 desembarcó en Bari el catepán Abulcaré y pudo enviar algunos refuerzos a las
ciudades que aún resistían. En esos momentos Bizancio controlaba todavía parte del
litoral, desde la península de Gargano hasta las cercanías de Brindisi, aunque el catepán
no pudo impedir que las gentes de Bari llegaran a una tregua con Guiscardo debido a la
escasez de sus reservas. A la resistencia se unió el duque de Dirraquio Pereno, también
encargado de la defensa de las costas italianas, que se puso en contacto con normandos
descontentos como Jocelin de Molfetta, Roberto de Montescaglioso, Roger Touboeuf,
Abelardo (hijo de Umfredo de Hauteville y por tanto sobrino de Guiscardo), y Amigo el
hijo de Gautier. Estos nobles se dirigieron a Dirraquio para parlamentar con el
representante del emperador y allí fueron espléndidamente recibidos. Tras asegurarse sus
servicios se les envió de nuevo a Italia donde entre 1063 y 1064 es probable que ocuparan
las ciudades antes mencionadas en nombre del basileo.
Guiscardo reaccionó con rapidez y volvió para castigar a los rebeldes. Algunos, como
Jocelin, huyeron a Constantinopla y entraron al servicio del Imperio, otros obtuvieron el
perdón y recuperaron el favor del duque de Apulia. Había sido la de los bizantinos una
iniciativa condenada a fracasar ante la falta de tropas para sostener una acción más
decidida que no podía ser ganada sólo a base de sobornos.
En 1066 el arzobispo de Bari pidió otra vez ayuda a Constantinopla. La respuesta fue
el envío de una flota al mando del duque de Dirraquio Miguel Mauricas que transportaba
contigentes varegos. En 1067 las tropas de Mauricas consiguieron ocupar Brindisi y
Tarento. En la primera se instaló una fuerte guarnición al mando del experimentado
oficial Nicéforo Caranteno que se mostró muy activo organizando salidas contra las
bandas de saqueadores normandos que se movían libremente por las cercanías.
Así pues a la muerte de Constantino Ducas en mayo de 1067 la situación en Italia no
era peor que en 1060 y los normandos no habían logrado avances permanentes de
importancia desde entonces. La ocupación de Calabria era inestable y en Apulia, en la
zona de Bari, Otranto y Tarento, se concentraba la resistencia más tenaz, sostenida en
todos los casos principalmente por la población local pues no se detectan en esta época
guarniciones bizantinas de gran importancia numérica.
Consciente de ello Roberto Guiscardo renunció a la conquista de Sicilia y concentró
sus energías en la toma de Brindisi y Bari no dudando en reunir a todos sus vasallos para
intentar un esfuerzo supremo. Fruto de ello fue la caída de Otranto, en la que de creer lo
narrado en el Strategikon de Cecaumenos estaba acantonada una guarnición de rusos y
varegos al mando de uno de los Malapetzes o Malapezzi, y por fin entabló el asedio de
Bari en agosto de 1068.
La noticia llegó a Constantinopla en circunstancias muy delicadas para el Imperio ante
el continuo hostigamiento de los turcos en las fronteras orientales. En el momento en que
Romano II Diógenes comenzaba sus campañas en Asia el llamamiento desesperado de la
población de Bari en demanda de ayuda no pudo ser atendido inicialmente y la ciudad
tuvo que hacer frente en solitario a los normandos.
Como maniobra previa Guiscardo declaró ante las autoridades locales su deseo de
reclamar el poder que hasta su muerte había detentado Argyros, fallecido ese mismo año.
Al ser rehusado su derecho se convirtió en su pretexto para iniciar el ataque. Cuando una
pequeña fuerza de reconocimiento se adelantó hasta los muros de la ciudad el intento fue
visto con burla por los bariotas, acostumbrados a incursiones similares durante muchos
años. Pero pronto la llegada del ejército principal mostró a las claras que esta vez el
intento iba en serio y estaba acompañado por el contundente argumento de poderosas
máquinas de asedio y una flota desplegada ante el puerto en una línea contínua unida por
gruesas cadenas de hierro.
Conscientes los asediados de la gravedad de la situación pidieron socorro de nuevo a
Constantinopla. El emperador estaba ocupado en esos momentos en los preparativos de
una nueva campaña contra los turcos, pero el gobierno no podía ignorar la petición de
auxilio de su mayor bastión en Italia. Por ello se aprestó apresuradamente una flota con
armas y provisiones al mando de Esteban Paterano. La flota llegó a Bari en enero de 1069
y fue interceptada a la entrada del puerto por los normandos. En el combate que siguió
doce barcos griegos fueron apresados pero el resto consiguió abrirse paso y reforzar con
su cargamento las defensas de la ciudad. Estos refuerzos fueron acogidos con entusiasmo
por la población y les dió ánimos para prolongar una resistencia que se fue extendiendo
durante ese año y el siguiente de 1070 con pocos avances por una y otra parte. Los
combates se sucedieron ante los muros de la ciudad. Los normandos, en su deseo de
asegurar más el cerco, obstruyeron el puerto con grandes bloques de piedra, un puente y
una torre fortificada, aunque estas obras fueron pronto destruidas por los asediados. El
grave deterioro de la moral que la duración del sitio estaba causando entre los sitiadores
quiso ser superado con una intentona sobre Brindisi, la única otra plaza restante en poder
todavía de Bizancio, pero la expedición fue sorprendida en una emboscada por los griegos
y permitió un breve alivio a los asediados, aunque finalmente Brindisi acabó cayendo en
manos de los normandos.
La perspectiva de otro invierno de asedió decidió a Guiscardo a solicitar la ayuda de
su hermano Roger, que llegó desde Sicilia con una flota. Eso hizo mejorar la situación,
combinado con sus esfuerzos para minar la resistencia interior mediante el apoyo a la
facción local pronormanda.
En Bari la situación había mejorado tras la arribada de una flota mercante con víveres,
pero la discordia estalló finalmente en el interior ante la pugna entre dos bandos. Uno de
ellos, liderado por Argyrizo, uno de los ciudadanos más ricos de la población y apoyado
por el dinero normando, era partidario de negociar con Guiscardo, mientras que el otro,
comandado por Bizantios Guirdelicos, defendía la resistencia a ultranza. Un intento de
asesinato de Guiscardo fracasó y finalmente Bizantios cayó asesinado por los hombres de
Argyrizo. La crítica situación en la ciudad había provocado una nueva llamada de auxilio
a Constantinopla. Ante el éxito de misiones de aprovisionamiento anteriores el gobierno
bizantino aprestó en Dirraquio una flota de veinte barcos cargados con alimentos, armas y
refuerzos al mando de Jocelin, uno de los normandos que se había pasado al servicio del
emperador tras rebelarse contra Guiscardo. Su flota atravesó el Adriático sin incidentes y
llegó a la vista de Bari donde le esperaban los ansiosos ciudadanos. Desgraciadamente
para su causa la inusual actividad en el puerto esa noche alertó a los normandos que
tuvieron tiempo de aprestar sus barcos y dirigirlos contra el convoy entrante. En un
confuso combate nocturno los normandos de Roger fueron capaces de concentrar su
ataque en la nave capitana y hacer prisionero al jefe de la expedición. Los bizantinos
perdieron además nueve barcos aunque los normandos no escaparon sin pérdidas incluido
uno de sus navíos que se fue al fondo con ciento cincuenta caballeros acorazados al volcar
por un desplazamiento brusco de estos a una de las bordas.
Este combate fue un durísimo golpe para las esperanzas de los asediados. Fracasaba
así el último intento de ayuda desde el exterior y sin abastecimientos no podían sostenerse
por más tiempo, ya que durante el invierno habían agotado las provisiones en los
almacenes y la moral era ahora muy baja. Las voces que clamaban por un acuerdo con los
sitiadores fueron cada vez más fuertes y dieron poder al bando de Argyrizo. Cuando en
definitiva sus partidarios se hicieron con el control de una de las torres de la muralla
Paterano se decidió por fin a parlamentar ante el temor de ser traicionado desde dentro y
mientras aún estaba en condiciones de obtener un buen trato. La buena disposición de
Guiscardo facilitó un acuerdo rápido. El 15 de abril de 1071 Roberto y Roger hicieron su
entrada en Bari poniendo fin a treinta años de lucha por el dominio de la Italia del Sur.
Basándose en los acuerdos que se habían establecido a lo largo de los años con las
autoridades de la ciudad se mantuvo en gran medida la administración local, aunque el
beneficiario de la recaudación de sus impuestos pasó a ser su nuevo señor normando y no
Constantinopla. De acuerdo con la costumbre normanda la comunidad juró obediencia a
su nuevo duque y se vió cargada con nuevas obligaciones militares, incluidas la de aportar
fuerzas navales cuando se requiriese. Los bariotas mantuvieron la posesión de sus
propiedades incluidas aquellas que habían sido saqueadas por los normandos durante el
asedio. En muchos aspectos el acuerdo se trataba más de un tratado que una pura
rendición, pero la causa de ello no radicaba en la bondad de Guiscardo sino en el
reconocimiento de que llegaba el momento de modificar los métodos y gobernar un país
como un estadista y no como un caudillo de bandoleros.
Los vencidos fueron tratados también con clemencia: se concedió permiso a Esteban
Paterano para regresar a Constantinopla y muchos oficiales bizantinos fueron liberados
tras una breve estancia en prisión. Sólo el rebelde Jocelin tuvo que pagar con la prisión de
por vida el alzamiento ante su antiguo señor. Guiscardo devolvió a los aristócratas locales
las tierras y dominios de los que se había apoderado y protegió a la ciudad de los abusos a
manos de otros señores normandos. A cambio pidió su ayuda en forma de hombres y
barcos para la empresa de Sicilia, que tendría como fruto la caída de Palermo en enero de
1072 tras cinco meses de sitio. El hecho simbólico es todavía más significativo, pues con
la toma de Bari la autoridad del duque de Apulia tomaba una base definitiva frente a sus
connacionales normandos, le reafirmaba como el señor de Italia del sur así como el
sucesor del basileo en el dominio de las tierras que durante siglos pertenecieron al
Imperio bizantino.
La estructura poblacional
Desde la antiguedad Italia meridional se singularizó por una densidad de población
relativamente alta con una red de núcleos urbanos que superaron las vicisitudes de las
guerras del siglo VI y el asentamiento de lombardos y árabes de modo que cuando los
bizantinos volvieron a establecerse en la región se encontraron con una tierra en la que el
poblamiento seguía siendo mayoritariamente urbano. La actuación inicial de las
autoridades fue remediar los daños causados por la guerra y promover el asentamiento de
nuevos ciudadanos que pudiese compensar las pérdidas sufridas, pero poco a poco se
inició el proceso de creación de nuevos asentamientos (kastra). Especialistas como Martin
y Noyé distinguen dos oleadas de fundaciones impulsadas por la administración bizantina.
La primera puede situarse a finales del IX y la segunda en la primera mitad del XI. En el
primer caso los esfuerzos de fortificación se detectan en villas como Nicastro,
Montescaglioso, Cosenza, Santa Ágata, la construcción de la ciudad portuaria de
Monopoli y los enclaves de Giovinazzo y Molfetta, ya activos durante el X. Paralelamente
los esfuerzos de colonización en zonas poco pobladas en estos años hicieron aparecer los
enclaves de Umbriatico, Cerenzia, o Isola Capo Rizzuto.
El segundo esfuerzo fundacional tuvo un marcado carácter defensivo como se puede
deducir de la cuidadosa elección de los lugares de ubicación de los nuevos enclaves, en su
mayor parte kastra cuyos nuevos habitantes estaban sometidos a la tasa de kastroktisia.
Las alturas, el control de las rutas terrestres o la desembocadura de los ríos se
constituyeron en los factores fundamentales a la hora de decidir dónde se erigiría el nuevo
emplazamiento. Los ejemplos mejor conocidos de estos procesos de fundación son los de
Catanzaro y Troia de los que ha sobrevivido documentación detallada. En el caso de
Catanzaro, en Calabria, las autoridades imperiales reunieron a las poblaciones del entorno
y las asentaron en un recinto amurallado en el que fue construida una iglesia y un edificio
administrativo (praitorion). Posiblemente el periodo más fecundo fue durante el gobierno
de Basilio Boioannes, que estableció en la Capitanata varios asentamientos fortificados
como defensa de las fronteras norteñas ante lombardos, germanos y normandos. En estos
años aparecieron nuevos núcleos de población en Melfi, Civitate, Dragonara, Castel
Fiorentino, Montecorvino, Tertiveri, Biccari y Rapolla aunque es el proceso de fundación
de Troia sobre el que estamos mejor informados ya que conocemos el documento jurídico
que lo regló, un eggraphon fechado en junio de 1019. Por él sabemos que fueron
instalados en la nueva ciudad lombardos venidos del vecino condado de Ariano Irpino que
se habían pasado al bando imperial y en cuya presencia fueron demarcados los límites del
territorio por parte de funcionarios imperiales al tiempo que se reglaba el herbaticum para
los foráneos. Poco después, en 1023, le llegó el turno a Móttola, erigida sobre una colina
que dominaba el paso de la Via Apia por la región para vigilar las actividades de los
saqueadores árabes que habían vuelto a hacer sentir su presencia en esas tierras. Por esa
misma época la antigua ciudad calabresa de Santa Ágata fue refundada en un lugar
fortificado de las proximidades y rebautizada muy adecuadamente con el nombre de
Oppido.
La configuración de la ciudad
El territorio ciudadano contaba con un sector densamente poblado intra muros y una
zona fuera de las murallas con características más rurales como las que podemos
encontrar ejemplificadas en el caso del chôrion de Boutzanon situado en la turma de las
Salinas, cerca de Reggio y que ha sido estudiado por Guillou. Los chôria, a la vez
comunidades rurales y circunscripciones fiscales basadas en la responsabilidad colectiva
de sus miembros frente a la administración, pagaban las tasas a la administración en una
suma global, como lo registra el pago de 36 nomismata al catepán Mesardonites en 1016
por parte del pequeño burgo fortificado de Palagiano. El representante de la comunidad,
un calígrafo llamado Cinamo, recibió del catepán un recibo justificatorio del pago que
Palagiano debería conservar. Los habitantes del chôrion tenían la posibilidad de asegurar
la permanencia de la propiedad de las tierras dentro de la comunidad ejerciendo el
derecho de adquisición preferencial (preempción o protimesis) de los vecinos en caso de
la venta de una propiedad. Cuando en la primera mitad del XI Juan Casifis compra una
tierra con olivares al judío Manasses en Buterito, cerca de Bari, se encuentra con la
oposición del clérigo Romualdo, vecino del judío, que aduce el derecho de protimesis y
accede a vendérsela a éste por el precio de compra. Al reprocharle Romualdo que haya
querido comprar indebidamente una propiedad que por proximidad le correspondía con
más derecho a él Juan le contestó “que sería mejor que un vecino la hubiese adquirido
antes que entrase un extranjero”. El concepto de estabilidad de la propiedad comunal
estaba firmemente establecido.
La estructura típica de una población presentaba un núcleo habitado rodeado de
pequeñas huertas tras las cuales estaban situados los proasteia, propiedades de gente
acomodada residentes en la ciudad trabajadas por sus siervos allí instalados y los agridia
donde vivían y laboraban los campesinos propietarios. Las ciudades más desarrolladas
presentaron habitualmente un modelo de triple corona en torno al núcleo habitado a partir
del cual se extendían huertos para el consumo doméstico, tierras arables con viñedos,
moreras y árboles frutales y finalmente zona de pastos y bosque de aprovechamiento
comunal. Las dimensiones del territorio urbano variaban de un caso a otro: en el caso de
Troia con distancias desde el centro urbano que oscilaban entre los 7 y los 22 Km.,
mientras que en el caso de Tricarico, conocido por un diploma de Gregorio Tarcaniotes de
1001 o 1002, el área de influencia tenía un radio de 5-7 Km.
La siempre inestable situación política obligó a las ciudades y villas a protegerse con
murallas. Generalmente las ciudades contaban sólo con un recinto aunque Bari constituye
la excepción con una doble muralla en la parte de tierra aunque la ribera carecía de
defensas. También está documentada la existencia de torres defendiendo las puertas y
poternas. Era muy frecuente la edificación en la parte interna de los muros de defensa, lo
que en algunos casos suponía un peligro para la defensa de la plaza como lo atestigua el
testimonio de Cecaumeno en su Strategikon en relación con la toma de Otranto por los
normandos. El autor recomienda a los comandantes que destruyan todos los edificios
adosados a las murallas para reducir el peligro de un asalto por traición desde esos puntos
débiles. En algunos casos la fortificación tenía lugar dentro de la propia ciudad al ser
erigido un recinto amurallado interior como en los casos de Tarento, donde Romano I
construyó un frourion tras una revuelta o los diversos ejemplos de praitoria o residencias
fortificadas de los gobernadores imperiales, la más famosa de las cuales fue la construida
en Bari en 1011 por Basilio Mesardonites tras la primera revuelta de Meles. La autoría se
conoce por una inscripción en verso encastrada en un muro de la basílica de San Nicolás
en la que Mesardonites se atribuye el levantamiento de la muralla con ladrillos “duros
como la piedra” y la construcción de una arcada fortificada y un vestíbulo “para librar de
sus temores a los soldados del campamento” así como una pequeña iglesia dedicada a San
Demetrio. Se trataba de un conjunto residencial amplio que cumplía además las funciones
de centro militar, judicial y fiscal del thema además de servir como morada para el
catepán. En el complejo había viviendas, oficinas, acuartelamientos para las tropas, una
prisión y también tierras de cultivo tanto en el interior como en el exterior. El cuidado de
la salud espiritual de sus moradores quedaba bien cubierta con cuatro iglesias o capillas
dedicadas a San Basilio, Santa Sofía, San Eustracio y San Demetrio y sobre la que
después fue edificada la basílica de San Nicolás. El conjunto no parece haber sobrevivido
más allá de la década de 1080, ya que sabemos que en 1087 la iglesia de San Eustracio y
los otros santuarios fueron derribados para dejar sitio a la nueva construcción que
albergaría los restos de San Nicolás de Myra. Otro praitorion está documentado en
Reggio en su calidad de capital del thema de Calabria.
Poco se sabe de las construcciones domésticas. Desde el siglo X parece ser que gran
parte de las moradas eran construidas con piedra conviviendo con otras de madera. Las
coberturas eran de teja, tablas o paja. En Calabria en esta época se data una tipología de
vivienda troglodítica excavada en roca con ejemplos como los de Gerace o Santa Severina
en los que se han encontrado moradas con una estructura muy simple: sala de estar,
alcoba y depósitos para el agua y los alimentos. En las viviendas urbanas era frecuente la
existencia de pequeñas cámaras-almacen abovedadas en el bajo y un primer piso con una
estancia común (triclinum), una o varias cámaras (cubicula) y en ocasiones una galería.
Los edificios solían rematar en una terraza y disponen en ocasiones de patio privado
aunque generalmente varias viviendas se agrupaban en torno a un patio común y se
empleaban escalas de piedra o madera para acceder a las estancias. En el caso de la
Capitanata está documentada además la presencia de silos en el exterior de las casas.
Las ciudades más antiguas presentaban un desarrollo urbanístico más avanzado con
calles a las que daban las viviendas mientras que en las ciudades de nueva creación del XI
se advierte una organización mucho más cerrada con casas separadas sólo por muy
estrechas callejuelas destinadas a permitir el paso y evacuar las aguas. La catedral se
encuentra en el centro de la población y desde ella se suceden los círculos cerrados
habitacionales. En las poblaciones de nueva planta anteriores al XI no se advierte un plan
urbanístico y los edificios se amontonan en capas sucesivas mientras que los núcleos
urbanos surgidos de la oleada fundacional de la época de Boioannes se caracterizan por la
presencia de una larga calle longitudinal llamada platea que articulaba el conjunto urbano
como se puede atestiguar en las ruinas de Catanzaro, Troia, Fiorentino u Oppido mientras
que las calles perpendiculares aparecen desiguales, estrechas e irregularmente repartidas.
Mucho más numerosas son las alusiones en las fuentes a las abundantes
construcciones religiosas (iglesias públicas y privadas, monasterios y hospicios) que
salpicaban las ciudades y que estaban atendidas por un personal muy numeroso: sólo en el
caso de Bari durante el siglo XI conocemos al menos 23 iglesias, monasterios y capillas
dentro del recinto urbano además de la iglesia episcopal de Santa María. Pero también se
encuentran documentados otro tipo de edificación con funciones eminentemente
ciudadanas como son los baños públicos (balneum, loutron) que en muchos casos eran
administrados por las autoridades monásticas como los conocidos en Reggio o Stilo en
Calabria y Melfi o Bari en Basilicata y Apulia respectivamente.
La estructura social
En las fuentes griegas la población italiana aparece dividida estereotipadamente en
tres clases: arcontes, hiereis y laos, esto es magnates, clero regular y secular y pueblo
llano. La aristocracia estaba formada por los señores dueños de latifundios,
frecuentemente ostentando títulos de la escala administrativa bizantina y ejerciendo en
muchos casos funciones oficiales. Junto a ellos estaban los oficiales bizantinos de alto
rango, militares (estrategos, catepanes) y civiles así como algunos miembros de las
familias lombardas de los principados vecinos. Algunas familias de origen local
desempeñaron durante generaciones cargos de importancia y mantuvieron su
preeminencia incluso durante la dominación normanda como fue el caso de los Maleinos
de Stilo (sobre los que en principio no tenemos fundamento para relacionar con la
poderosa familia homónima y coetánea del Asia Menor). El primer Maleinos calabrés
aparece a mediados del X y es el Gregorio exactor de impuestos mencionado en la Vida
de San Nilo en relación con los motines en Rossano de 965. Otros miembros de la familia
aparecen en las fuentes hasta finales del siglo XII siempre desempeñando cargos de cierta
relevancia. Otro caso es el de los Mesimerios de Catanzaro entre los que encontramos
obispos y monjes en diversos momentos o los Ankinareses de Rossano, algunos de cuyos
miembros como León y Eufemio detentaron el cargo de turmarca a mediados del XI. Los
Malapezzi de Bari, probablemente uno de los cuales era el Malapetzes mencionado por
Cecaumeno, poseían una torre fortificada cerca de la iglesia de San Nicolás y en 1051
estuvieron implicados en las revueltas que tuvieron lugar en Bari. Uno de ellos, Nicolás,
fue juez bajo Bohemundo así que podemos asegurar que la familia siguió prosperando
bajo los nuevos amos de la ciudad.
En muchos casos el mayor problema para seguir la evolución de una familia es la
ausencia de apellidos, salvo en el caso de Calabria como se ha visto en los ejemplos
anteriormente citados. A pesar de ello es posible seguir hasta cierto punto la sucesión de
padres e hijos en posesión de los mismos cargos: el topotereta Faraco era hijo de Maraldo,
a su vez protoespatario y topotereta de Polignano en 1019. En 1035 había en Trani dos
turmarcas llamados Maraldo, tío y sobrino respectivamente. En 1028 un privilegio
firmado en Tarento tuvo como testigos a Adralestos, hijo del protoespatario Pedro y nieto
del protoespatario Juan, Teofilacto, hijo del turmarca León y nieto del citado Juan, el
turmarca Constantino, hijo del espatarocandidato León y finalmente el turmarca Juan. La
tendencia en cualquier caso es a un aumento de la presencia en la documentación de
nombres bizantinos en detrimento de los lombardos.
Como norma los altos funcionarios bizantinos al mando de las provincias no podían
ser originarios de las mismas y su mandato, salvo excepciones, no duraba más allá de tres
o cuatro años pero durante éste ejercían el poder absoluto en la región. Sus idas y venidas
eran escrupulosamente registradas en las crónicas locales, otorgaban privilegios y
confiscaban propiedades a los rebeldes. Significativamente la figura del strategos como
personaje hostil o amistoso con respecto al santo es una constante en las Vidas de monjes
santos compuestas en esta época y que constituyen una preciosa fuente de información
para el período.
Relacionado con el hecho de que el catepanato de Italia desde mediados del X era uno
de los puestos de más alto rango de la administración provincial bizantina muchos de los
altos oficiales al mando durante este período de los que conocemos el apellido provenían
de los primeros niveles de la aristocracia bizantina: Argyros, Docianos, Curcuas,
Cecaumeno, Crinités, Tarcaniotes, Jifias, etc. mientras que otros pertenecían a un segundo
nivel como los Cladon, Skepides, Amiropulo o eran hombres hechos a sí mismos como el
famoso Maniaces. Sólo en un par de ejemplos, Ursoleón (posiblemente un italiano,
muerto en una sedición en 921) y el duque Argyros a partir de 1051 se puede testimoniar
un origen local para los gobernantes que en cualquier caso no supuso un mayor apoyo por
parte de la población italiana.
La tarea de un gobernador no era sólo defender la provincia contra la amenaza
exterior sino también proteger los intereses del emperador, en ocasiones si era necesario
contra los propios lugareños, y evitar la tentación de adquirir propiedades para sí aunque
conocemos casos que indican lo contrario a través del arriendo y la práctica de la
enfiteusis. Sabemos que el baiulos Gregorio adquirió monasterios e iglesias de por vida y
alquiló por un período de 29 años las propiedades del monasterio de Montecassino en
Apulia aunque devolvió todo a su marcha en 885. O que la katepanissa Teoctista
disfrutaba de una proasteia dedicada al gusano de seda que era propiedad de una iglesia
de Reggio. Y también conocemos otros modos ilegales de enriquecimiento como el de
Crinités con el comercio de grano con Sicilia. En este caso hubo sanción pero es muy
probable que otros hayan salido impunes.
Otra de las obligaciones del gobernador era la construcción de edificios públicos. Ya
conocemos la actividad fundacional de Basilio Boioannes en Capitanata o el pretorio
edificado por su predecesor Mesardonites en la propia Bari. Otros oficiales como
Constantino Caramalo, uno de los últimos defensores de Taormina en 902, construyó en
sus cercanías la fortaleza de Castro Mola. Por lo que respecta a construcciones privadas o
fundaciones eclesiásticas probablemente los catepanes y strategoi prefirieron invertir en
sus hogares sabedores de la limitación de su estancia en tierras italianas. Sabemos por
ejemplo que el sucesor de Boioannes, Cristóforo Burgaris, fundó con su mujer e hijos la
iglesia de Panagia de Calceon en Tesalónica, posiblemente su hogar. Otro caso conocido
es el de Eustacio Skepides que está en activo en Italia en 1042 como estratego de Lucania.
Eustacio debía ser capadocio ya que se han encontrado en las cercanías de la villa
anatólica de Soganli algunas construcciones que parecen guardar relación con él. La
iglesia de Karabas Kilise construida en 1060/61 por el protoespatario Miguel Skepides y
la de Gök Kilise con el nombre del protoespatario del crisotriclio, hypatos y estratego
Juan Skepides. Significativamente en ésta última se encuentra una representación de San
Eustacio, prueba posiblemente de la estrecha relación entre ellos.
La condición de foráneo del gobernador impulsó a muchos a mantener amistosas
relaciones con la jerarquía eclesiástica de la provincia y con los monjes locales famosos
por su santidad como medio de establecer un lazo con las poblaciones locales y ganarse su
bendición en sus empresas militares y también para la salvación de su alma. Un medio
para ganarse ese favor era la concesión de donaciones a iglesias y monasterios como hizo
el praipositos Basilio Pediadites, comandante en Sicilia en 1041, entregando su manto
oficial (skaramangion) a la iglesia de San Nicolás de Calamizzi en Reggio. El admirador
de San Nilo y estratego de Calabria Basilio ofreció al santo 500 nomismata que había
ganado durante la campaña de Creta en 961. Nilo declinó la oferta y le sugirió que se los
ofreciera al obispo. Ejemplos de conductas similares aparecen con frecuencia en las
fuentes.
No hay constancia de que la familia de los gobernadores les acompañase a Italia
durante el periodo de su mandato, pues posiblemente considerasen preferible la
comodidad de su residencia o fuesen retenidos en el hogar familiar por el emperador
como garantía de la lealtad del oficial. En algunos casos se sabe que los hijos del catepán
o estratego acompañaron a su padre como inicio de su aprendizaje del servicio oficial. Por
otra parte resulta significativa la conexión entre algunas poblaciones y diversos oficiales
incluso tiempo después de su estancia en Italia. El nombre de familia de algunos de ellos
aparece con frecuencia en determinadas ciudades: Argyros es usado reiteradamente en
Bari y Curcuas en Tarento. Hay Tarcaniotes en Monteverde y Malaceno en Gerace,
Crinités en Mercurion e incluso un Jorge Maniaces en el Tarento del siglo XII.
Posiblemente en todos estos casos no se trata de descendientes de estos oficiales sino de
clientes o descendientes de sirvientes liberados.
El pueblo llano (laos) estaba formado por los artesanos y pobladores de la ciudad, los
campesinos y pequeños propietarios. Entre ellos están documentadas diversas
profesiones: médicos, fabricantes de zapatos, tejedores, panaderos, carniceros, artesanos
del cuero, obreros, herreros, bodegueros, cambistas, etc. aunque no se ha documentado la
existencia de asociaciones o corporaciones.
En las fuentes latinas la terminología usada es maiores/nobiles, mediani y
minores/cunctus populus, derivada de las leyes lombardas según las cuales la población
era dividida en tres clases en función de su capacidad económica para la guerra. Según
esta los maiores et potentes eran aquellos que podían disponer de caballos, coraza, yelmo
y lanza y disfrutaban de los beneficios de al menos siete propiedades mientras que los
mediani poseían caballo, yelmo y lanza y al menos 40 yugadas de tierra dejando en último
lugar a los minores a los que sólo se les exigía arco y flechas. En los años cuarenta del
siglo XI las milicias urbanas armadas a la ligera (contaratoi o conterati) pasaron a tener
un papel destacado en la política urbana, destacando por su actuación en los momentos de
crisis y revuelta.
En ocasiones el conjunto de la población tomaba parte en ciertos actos jurídicos: en
992 en Polignano un topotereta de las scholae, un turmarca, el obispo, tres gastaldos, un
juez y otros treinta personajes ofrecieron al monasterio de San Benito los bienes de un
donante en nombre de todo el pueblo. En mayo de 1054 los habitantes de Monopoli
garantizaron al abad de San Nicolás que el monasterio no tendría que hacer frente a
ninguna carga achacable a la ciudad. Por otra parte toda la población participaba en el
proceso de elección del abad. Y en otras ocasiones era la comunidad colectivamente la
receptora de algunos derechos como el nomistron que compartían Troia y Vacarizza por
los rebaños que pacían en los campos comunes. De todas formas en los momentos de
peligro los textos dejan entrever que los notables tenían la potestad de constituirse en
tribunales para decidir las cuestiones colectivas.
La vida no debió ser fácil en la Italia meridional a juzgar por los testimonios escritos y
dejando aparte las rebeliones y estallidos más espectaculares como la rebelión de Meles
hay muchas indicaciones de la violencia política que imperaba. Tomando sólo como
ejemplo las crónicas de la ciudad de Bari, de las que se han conservado tres redacciones
distintas, las entradas para cada año registran regularmente los asesinatos y luchas entre
miembros de la aristocracia local. En 960 Adralestos e Ismael combaten. El mismo Ismael
muere en 975. Asesinato del obispo de Oria a manos del protoespatario Porfirio en 979.
Muerte del protoespatario Sergio por el pueblo de Bari en 987. Quema de las casas del
hikanatos Juan en 1036 y 1047. En 1035 muere el obispo Bizantios en Bari, conocido por
su oposición al partido griego. Su sucesor, el protoespatario Romualdo no place al
gobierno imperial y de inmediato es enviado al exilio a Constantinopla en compañía de su
hermano obligando a los bariotas a realizar una nueva elección.
En muchas ocasiones no podemos conocer las causas de tales brotes de violencia pero
sería una equivocación identificarla solamente en términos de una actitud pro o anti
bizantina. Probablemente se trataba de luchas por el poder local entre las familias más
importantes de la ciudad en las que se buscaba al aliado del momento que en unos casos
podía ser la autoridad bizantina y en otros los señores lombardos o el emperador
germánico. En cualquier caso la fidelidad a cualquier bando era de corta duración y las
alianzas cambiaban rapidamente en función de los intereses del momento. Sería también
un error identificar a los portadores de nombres griegos o de títulos oficiales como
probizantinos y a los lombardos como contrarios ya que los cargos y funciones de la
administración bizantina siguieron largo tiempo en ejercicio tras el final de la presencia
griega en Italia. Muchos aristócratas que habían servido a Bizancio entraron al servicio de
los nuevos señores normandos como los Maleinos calabreses, que aparecen en las
crónicas durante todo el siglo XII ejerciendo diversos cargos. También las mismas
familias que detentaron el poder en las ciudades con Bizancio siguieron al frente después,
incluso conservando sus dignidades y títulos imperiales y los de sus padres. El caso de la
familia Alferanites es típico: procedentes de un barrio de Bari del que retuvieron el
nombre, Juan tes Alferanas y su hermano el topotereta Bizantios sirvieron a las órdenes de
Basilio Boioannes y estuvieron presentes en la fundación de Troia en 1019. Años después
otros miembros de la familia siguieron ostentando títulos bizantinos y participando en la
vida política de la ciudad y ya en época normanda un Grimoaldo Alferanites fue capaz de
erigir a Bari en un principado independiente por breve tiempo antes de ser aplastado por
Roger II en 1132.
Al referirse al estudio de otros grupos sociales más desfavorecidos no parece que los
esclavos hayan constituido una parte importante de la población italiana aunque siguieron
existiendo y apareciendo en la documentación jurídica no obstante con una presencia
bastante minoritaria. Por su parte los extranjeros y foráneos son citados con cierta
frecuencia en las fuentes aunque no parecen haber sufrido especiales desventajas con
respecto a los naturales de la población. Parece haber existido una activa movilidad
residencial dentro de las regiones administradas por Bizancio sin que ello haya supuesto
un problema especial para las autoridades ciudadanas. Sin duda también era un factor a
favor la presencia constante de guarniciones imperiales cuyos integrantes llegaban de
otras partes del Imperio y que tendieron a forjar lazos con la población local. Hombres de
la región póntica, eslavos del Peloponeso asentados mayoritariamente en colonias en la
región del Gargano y norte de Calabria y de los que hay numerosos testimonios en la
primera mitad del XI, prisioneros paulicianos y sobre todo armenios que llegaron en
cantidades notables hasta formar comunidades como la que existió en Celia en la Via
Trajana, cerca de Bari. Los recién llegados pronto emparentaron con los lugareños y en la
segunda generación se servían ya del derecho lombardo para la vida diaria como el resto
de la población italiana. Nombres de raigambre armenia como Kurtikés, Krikorikios
(Gregorio) o Meles (Mleh/Ismael) se hicieron muy familiares en la región de Bari. Tan
notoria era su presencia ya en los primeros tiempos de la presencia bizantina que en un
privilegio emitido por Simbaticio en 892 a favor del monasterio de Montecassino se
prometía proteger al monasterio de las interferencias de oficiales y funcionarios griegos,
armenios y lombardos.
Otra comunidad presente en la península fue la hebrea. A finales del IX había ya
importantes enclaves en Apulia y Lucania que están documentadas al menos desde el
siglo V en plazas como Venosa, Lavello o Brindisi. Una de las más celebres fue la de
Oria, famosa por la crónica del Rabí Ajimaz, pero en cualquier caso encontramos judíos
indistintamente en tierras lombardas y bizantinas donde no encontraban oposición para
moverse libremente y adquirir propiedades a condición de que en éstas no estuviera
edificada una iglesia cristiana. El florecimiento de estas comunidades motivó la creación
de barrios enteros hebreos en ciudades como Bari o Salerno.
Cuando los bizantinos comenzaron su reconquista en el tercer cuarto del IX las
grandes ciudades estaban al mando de gastaldos lombardos enviados desde Salerno o
Benevento con atribuciones civiles y militares. Bajo su mando no es probable que pudiese
subsistir una administración municipal autónoma, como tampoco lo fue con la
administración bizantina que ya con León VI había hecho promulgar la abolición de
aquella y de los privilegios de los bouletai.
Las evidencias existentes parecen dar como seguro que la mayor parte de los cargos
en la Italia bizantina eran desempeñados por indígenas a excepción del puesto de
gobernador y un reducido número de altos cargos militares y civiles. Incluso el puesto de
lugarteniente (ek prosopou tou thematos) fue adjudicado a miembros de la aristocracia
local. Los niveles medios de la administración siguieron estando en manos de la gente que
conocía el idioma, pues el latín siguió siendo el idioma empleado en Apulia incluso
durante la dominación bizantina, y los usos y leyes locales, que siguieron basándose en la
tradición legal lombarda.
La ciudad poseía terrenos comunales de aprovechamiento compartido y que podían
ser alienados con el consentimiento de todos los ciudadanos, frecuentemente en forma de
dotaciones o donaciones en favor de monasterios o iglesias en cuyo caso la ciudadanía
tenía la opción compartida con los monjes de elegir al abad. En ocasiones dos o más
ciudades acordaban el disfrute conjunto de prados y bosques en los respectivos territorios
comunales sin pago de tributo (derecho de pasto conocido como nomistron o herbaticum),
como fue el caso del pacto entre Troia y Vacarizza.
La economía de la región estaba basada en la agricultura (trigo candeal y cebada de
invierno) y la tierra era la base de la riqueza individual en forma de viñedos en el centro y
sur de Apulia y cereales en el norte de la provincia. Parece ser que los olivos no se
cultivaban en masa sino como ejemplares aislados en los campos, jardines y viñedos en el
modelo llamado por los especialistas de coltura promiscua en el que se mezclaban
árboles, viñedos y cereales y la expansión de aquellos no se produjo más que a partir de
mediados del XI, al igual que con el castaño y el nogal, que eran cultivados para obtener
una harina de sustitución. En Calabria, además del vino y la aceituna se cultivó con
intensidad la morera cuyas hojas eran indispensables para la industria de la seda. La
sericultura conoció un gran esplendor en estos años. En 1050 el brebion o inventario de la
metrópolis de Reggio contabilizaba cerca de 24.000 moreras en la parte sur del thema de
Calabria y éstas eran cultivadas por sus hojas, no por su fruto. La producción reportaba a
la metrópolis unos ingresos de 2.085 taria de oro o sus equivalentes 521 nomismata cada
año. Los vestidos de seda eran considerados objetos de lujo y frecuentemente utilizados
como moneda de cambio por su valor en oro. En ocasiones los sueldos, subsidios y
tributos eran pagados directamente en tejidos de seda, práctica seguida también con los
pagos efectuados a extranjeros: a mediados del X los pechenegos fueron recompensados
con tejidos de seda (chareria) y brocados de oro por impedir las incursiones rusas en el
Quersoneso y en 922 se pagó con vestiduras de seda a los húngaros para que devolviesen
a los prisioneros capturados durante sus correrías por Italia. También la producción de la
miel calabresa fue lo suficientemente importante como para acompañar a la seda en las
exportaciones a Egipto.
No hay evidencia de prácticas ganaderas a gran escala en Italia en esta época, sólo se
documentan bovinos, ovejas y cerdos y siempre en poca cantidad. En el norte de Apulia
sin embargo sí se mencionan rebaños y prácticas trashumantes pero no tenemos datos
sobre su tamaño o a quién pertenecían.
En los primeros años del siglo X se desarrollaron intensos trabajos de preparación de
tierras cultivables (chôraphia) a partir de bosques y landas como se documenta a partir de
los testimonios de las actividades de numerosas fundaciones monásticas en todo el sur de
Italia. Comenzando con un pequeño núcleo cultivado pronto se fueron desarrollando
pequeñas células económicas que contaban con molinos de agua y salinas como
complementos más habituales. En un periodo de quince años una fundación podía crecer
lo suficiente como para atraer la atención del catastro y la administración imperial y ser
reconocida como chôrion, circunscripción a efectos fiscales, e inscrita en los
correspondientes registros. En ocasiones el favor de las autoridades suponía la exención
de impuestos: en mayo de 1054 el duque Argyros otorgó al higúmeno Ambrosio para su
monasterio de San Nicolás la liberación del pago del mitaton, angareia, kastroktisia,
chreia kai chortasmata (tasas de origen militar), de la provisión de barcas (kontourai) y
de reclutas (kontaratoi) que serían pagadas en su lugar por los habitantes de Monopoli.
Otra fuente de ingresos era el servicio a la administración bizantina y se esperaba ver
recompensada la fidelidad a la causa imperial en tiempos de disturbios. El gobierno
gratificó generosamente a los súbditos que se destacaban por su lealtad. El juez Bizantios
de Bari, que permaneció fiel al emperador durante la rebelión de Maniaces fue
recompensado por el catepán Eustacio Palatino en diciembre de 1045 con la villa de
Fulianon, cerca de Bari, cuyos habitantes a partir de entonces debieron pagar tasas e
impuestos a su nuevo señor que además tendría la potestad de poder atraer nuevos
pobladores a sus tierras y a las de una aldea cercana deshabitada. Aún más, Bizantios fue
investido con el poder jurídico sobre su gente con excepción de los cargos capitales. En
otro ejemplo Basilio, un constantinopolitano del barrio de Krommidou que había servido
en Italia durante diez años como lorikatos kai protomandator epi tou basilikou
armamentou, un oficio asignado al arsenal de Bari, fue recompensado por sus servicios en
1032 con una pequeña vivienda en la ciudad que pudo vender por 24 nomismata antes de
regresar a casa. Otra forma de concesión imperial fue la entrega de un monasterio en
kharistiké. El emperador o su representante entregaba una fundación imperial a un laico,
habitualmente por tres generaciones, para que lo protegiese y patrocinase aunque en
realidad suponía el total usufructo de la propiedad y de sus rentas. Tal fue el caso de la
concesión por un sigillion fechado en noviembre de 999 de la administración del
monasterio imperial de San Pedro en Tarento con sus campesinos exkoussatoi (exentos de
pagar al fisco), tres barcos y varios viveros de peces a favor del espatarocandidato
Cristóforo Bocomaqués y de su hijo Teófilo por los servicios del primero en la lucha
contra los árabes. La concesión tendría validez durante la vida de ambos tras lo cual el
Estado volvería a recuperar sus bienes.
Otro medio de incrementar la riqueza individual era la práctica de alquilar tierra a un
interés bajo a instituciones eclesiásticas o monásticas, pero la obligación de pagar una
fuerte suma inicial para establecer el alquiler impidió el acceso a esta modalidad salvo a
una minoría de propietarios adinerados. Hay indicios de que entre los miembros de la
aristocracia local también se practicaba el comercio. El Anonimus Barensis informa
esporádicamente de la actividad de mercantes y navieros que comerciaban con los
territorios orientales del Imperio y en las crónicas se mencionan regularmente los
naufragios de barcos mercantes señal de un tráfico intenso en la capital de Apulia.
La moneda bizantina volvió a circular en Italia tras la reconquista pero tanta o mayor
presencia tuvo el tari arabe, con el valor de un cuarto de nomisma y utilizado como
moneda divisionaria. La difusión del tari alcanzó también a ciudades como Nápoles,
Salerno o Amalfi donde su uso era habitual e incluso eran acuñados. Desde principios del
siglo XI los solidi fueron relegados a un papel de moneda de cuenta frente al empleo real
de los solidi skiphati y los taria. El tari continuó en uso durante la época normanda como
única moneda real hasta la reforma de Federico II ya en el siglo XIII.
Al contrario que los funcionarios llegados desde fuera de Italia la aristocracia local se
apresuró a reinvertir sus ganancias en la fundación de iglesias privadas y monasterios en
las que frecuentemente deseaban ser enterrados. Para la salvación de su alma las nuevas
iglesias eran dotadas con generosidad para poder ofrecer servicios litúrgicos a
perpetuidad. En algunos casos se trataba de instituciones modestas pero en ocasiones
estos proyectos encerraban objetivos más ambiciosos. En 1015 el monje Nikón y su hijo
el turmarca Ursoleón entregaron al abad de San Ananías unas tierras en Oriolo, en el norte
de Calabria. El abad fue requerido para que construyese un castillo para proteger a la
población de la zona de la amenaza árabe. Dentro de las murallas tendría que erigirse un
monasterio en el que Nikón deseaba vivir el resto de sus días. La carta fundacional fue
firmada ocho miembros de la aristocracia local, prueba del interés despertado por el
proyecto entre la población de Oriolo. Siguiendo la costumbre bizantina era habitual en
estos casos que el fundador retuviese la potestad para controlar la elección del abad y del
administrador y en muchos casos se documentan sustituciones por el descontento ante la
gestión de los encargados para el puesto. Fundaciones de este estilo fueron San Menas,
construida por la familia Ankinareses en Rossano, San León de Catania fundada en
Gerace por el taxiarca León Maurutzico y su mujer o las iglesias de Todos los Santos o
San Pedro en Bari por obra del domestico Teudelmano y el protoespatario Sergio.