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Desde el camino…
PRIMEROS PASOS.
Este es el primer número de Sal y Luz. Esta publicación que con mucho entusiasmo
iniciamos los Laicos Sagrados Corazones, quiere llegar hasta ustedes para compartir
vivencias, reflexiones e iniciativas vinculadas a esta misión que creemos fundamental en
la vida cristiana del laico: seguir a Jesús desde la vida cotidiana.
La nuestra es una publicación que pretende lo que dice el titular principal: ser sal y luz
dentro de nuestro compromiso laical. No pretendemos dar normativas de la vida y
organización laical, buscamos más bien generar un espacio de encuentro de nuestras
experiencias que a la vez que anime nuestro día a día, sea capaz de movernos a
reflexionar e ir elaborando una manera de ser laico viviendo en el mundo y desde el
corazón de la Iglesia. Es por ello que les pedimos que esta hoja sea siempre leída en el
contexto de una reunión comunitaria o de equipo, comentando su contenido a cada paso.
Sobre la mesa…
HACIA UN PERFIL DEL LAICO.
Lo vivido en todos los grupos y experiencias eclesiales -sobre todo en América Latina- nos
habla de la necesidad de consolidar la opción de vida laical como un derrotero de
compromiso cristiano auténtico, con la potencialidad de enriquecer la comunión y la
misión en nuestra Iglesia. Para ello, muchas personas y grupos han desarrollado ya
experiencias pastorales en donde este tema ha venido dando frutos muy valiosos. Sin
embargo, podemos decir que al tiempo que se dan estos avances, se mantienen también
ciertos prejuicios que impiden un mayor desarrollo de este camino.
Desde este sencillo espacio creemos que los seglares que hoy estamos construyendo este
testimonio cotidiano requerimos de un esfuerzo adicional para consolidar esta experiencia.
Necesitamos juntar nuestros esfuerzos por levantar un paradigma de Iglesia que coloque
al seglar –más conocido como laico- dentro de una perspectiva de comunión y
corresponsabilidad en la misión. Para ello vemos también necesario darle a esta opción de
vida cristiana (la del laico) una identidad desde la cual sea posible compartir la
responsabilidad de anunciar el Evangelio y construir verdadera comunión.
Los textos bíblicos nos dan fe de ello. Nuestra perspectiva de identidad no es más que la
de reconocernos en el encuentro de Jesucristo con este conjunto de personajes simpáticos
y anecdóticos que lo reconocen, escuchan su anuncio y entran en diálogo con él desde su
propia circunstancia personal. El encuentro con el Mesías, más que desarrollar una
militancia radical con la comunidad del Salvador, provoca un retorno al mundo desde
donde se desarrolló este encuentro. Así, la marca del Evangelio recibido es que convierte
una realidad cotidiana en otra distinta, en la que la historia de los sencillos genera un
susurro que pronto se convierte en un nuevo sentido: el anuncio de la nueva realidad del
Reino de Dios.
La suegra de Pedro, que vuelve al servicio del Mesías sin mucho discurso; el centurión,
que reconoce que su nivel de autoridad y ejercicio del poder no es capaz de discutir con
un poder mayor que abarca no sólo la vida sino también la eternidad; el hombre anónimo
desde el gentío, que atraviesa la muchedumbre con su pedido de renovación de la salud,
sabiendo bien que éste pasa por la renovación de su propia fe; la mujer cananea que,
superando el paradigma de lo sagrado y lo profano, construye un puente con sus palabras
en un diálogo ecuménico que no tiene otro fin que el de abrirse un camino hacia la Vida;
éstas son las personas que nos refieren a un compromiso con una identidad laical integral,
relacionada de cerca con lo que tenemos que asumir: nuestra propia realidad, nuestra
propia vida.
Tenemos que luchar para ello con nuestros falsos ideales, aquellas imágenes que nos han
confundido por años dentro de nuestro caminar como Iglesia: dejar de ser los traficantes
de lo sagrado, dejar de convertirnos en pseudo sacerdotes; dejar de alienarnos olvidando
que el principal deber de nuestro compromiso tiene que ver con lo que construimos o
dejamos de construir cada día; dejar de sembrar la división y traficar con el Evangelio
haciéndolo un producto exclusivo, cuando pertenece a todo hombre y mujer que quiera
acercarse al Señor con un corazón sincero. Éstos son algunos de los problemas que
siempre nos han perseguido en el compromiso y nos han alejado de la posibilidad de
convertirnos en un camino de realización y de felicidad plena.
Revisemos nuestras actitudes y nuestro caminar como comunidades y como personas.
Veamos qué estamos haciendo y qué nos estamos perdiendo de hacer por amor al
Evangelio; veamos cómo podemos cambiar las situaciones que nos afectan más de cerca
y ordenarlas según el Plan de Dios. Esta tarea es más que urgente, puesto que no está en
juego solamente nuestra vida de setentitantos años, sino el destino de nuestra Iglesia y de
nuestro pueblo. Que el Espíritu Santo nos ayude a ver entre la bruma, aclare sobretodo
nuestras mentes y lleve nuestros pasos por el camino de la Vida.