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Las Pruebas a Favor del Tratado de Extradición

Señor Presidente, honorables Senadores, señor Procurador:

Hemos escuchado las intervenciones de los Senadores citantes, todas ellas


centradas en el tema de la vigencia de las instituciones, tema esencial y por
ello ilustra con argumentos claros, sustantivos y reputables en mi opinión.
Muchas veces, en este mismo recinto, durante los últimos 6 años, hemos
tenido oportunidad de analizar los problemas de la Nación y siempre aparece
claro que Colombia se encuentra ante una crisis global, en donde no hay una
explicación exclusiva y excluyente de sus problemas sino una suma de
razones para que el país viva, como vive hoy, una situación de angustia, de
perplejidad y de incertidumbre sobre su porvenir en lo político, en lo
económico y en lo social.

Comparto, sin duda, lo que han dicho los Senadores Arias Carrizosa,
Jaramillo Gómez y Estrada Vélez, sobre la necesidad de asegurar la vigencia
de las instituciones, pero pienso que las instituciones no se defienden solas,
son el fruto de la conciencia colectiva; si no hay comportamientos sociales
que la consoliden, que las garanticen, terminan por derrumbarse. Porque
comparto la opinión de ellos sobre la vigencia de las instituciones, el 13 de
julio, al instalar una Junta de Parlamentarios del Nuevo Liberalismo, me
permití leer ante los compañeros del sector político unas declaraciones en
las cuales señalaba:
Primero, que nosotros no estábamos de acuerdo con contactos como lo que,
divulgaba la prensa, habían realizado el ex presidente López Michelsen y el
señor Procurador General de la Nación, en mayo último, y que además
considerábamos necesarios que un juez de la República iniciara una
investigación sobre los documentos o las afirmaciones que constan en el
documento que divulga la prensa, a partir de la entrevista del señor
Procurador con las personas que se decían representantes del 70% o del
80% del narcotráfico en Colombia. Pero yo pienso, honorables Senadores,
que estamos en nuevo capítulo de un antiguo debate, que es necesario
afrontar con la mayor claridad y la mayor franqueza en sus verdaderas
dimensiones y en sus auténticos motivos.

El narcotráfico, sin duda, se ha constituido en un temor que puede definir la


suerte de las instituciones del país, por diversas razones los colombianos no
han comprendido su gravedad. Todos recordamos que la ventanilla siniestra
tenía múltiples explicaciones, que existían pero se toleraba, creyendo que el
problema no tenía más repercusión que sus implicaciones puramente
económicas inmediatas, que inclusive se señalaban como positivas para la
economía nacional. Algunos creímos que por ser país productos no
corríamos peligro de las consecuencias reales del narcotráfico, pero está
dicho por pueblos que tienen experiencia en estas materias que el país
productos se convierte en país consumidor, y nos hemos vuelto
consumidores masivos de narcóticos, decenas de miles de jóvenes están
consumiendo hoy drogas y se están destruyendo física y mentalmente. Eso
sólo bastaría para despertar el interés, la atención, la responsabilidad de
quienes ocupamos este reciento.
Pero además, por la naturaleza del problema, como lo demuestran también
las lecciones de muchos países, se trata de una realidad internacional que
no reconoce fronteras, que se mueve bajo el impulso de miles de millones de
dólares vinculados a esa actividad y que existe además impunidad, existe en
los propios países que tienen sistemas judiciales avanzados, que tienen
recursos técnicos y de toda índole para enfrentarse a este grave peligro y a
pesar de eso no logran contrarrestarlo ni destruirlo. No es un problema de
pueblos que puedan justificar o explicar el desarrollo de esa actividad por
razón de su pobreza, también sucede con naciones opulentas, hoy en
Europa y Norteamérica, a pesar de su riqueza, viven y sufren el flagelo del
narcotráfico ante esa impunidad. En el Gobierno del doctor López Michelsen
comenzaron las conversaciones para establecer el Tratado de Extradición y
el Gobierno del doctor Turbay las continuó y el Embajador Virgilio Barco en
Washington se encargó de gestiones fundamentales para que fuese posible
el Tratado respectivo ¿Con qué criterio? Yo creo que con un principio
razonable y sólido de que estamos frente a un delito internacional de
delincuencia organizada por encima de fronteras, que reclama por tanto la
solidaridad de los pueblos y la búsqueda de fórmulas internacionales.

Y como lo señalé en abril, casi que un mes antes de la muerte de Rodrigo


Lara, en una junta parlamentaria del Nuevo Liberalismo, no es tampoco un
problema que se pueda afrontar tan sólo con fórmulas represivas, sino que
indudablemente hay realidades económicas para considerar y desde
entonces cito el caso del acuerdo suscrito entre los Estados Unidos y
Turquía para un problema semejante; pero el principio fundamental, la
solidaridad internacional, es para mí un principio claro, imprescindible, que
puede tener expresión en múltiples documentos, en tratados diversos, en
tratados inclusive indiscutibles en su contenido.

Cuando este Tratado fue aprobado por el Congreso, cuando entró en


vigencia, empezó un proceso que todos recordamos, donde el Tratado por
múltiples razones y desde múltiples sectores empezaron a atacarlo juristas
de buena fe y por razones respetables, pero empezaron a atacarlo también
obviamente las personas que estaban en esas organizaciones, que controlan
el 70% y el 80% del narcotráfico en Colombia, por razones obvias estaban de
por medio sus intereses y el afán de mantener su actividad. Empezaron a
aparecer avisos en los periódicos, a publicar periódicos enteros dedicados al
problema con argumentos de tipo nacionalista. Todos sabemos qué pasó en
el país sobre el particular cuando comenzó la actividad más radical de
oposición a ese Tratado y empezaron a aparecer candidatos a las
corporaciones públicas vinculados a esas actividades, con presupuestos
exorbitantes para sus campañas electorales, para muchas regiones de
Colombia. Y eso lo sabemos todos porque muchos parlamentarios fueron
testigos de acontecimientos desconcertantes en sus regiones. Candidatos
propios y también mercenarios políticos, mercenarios que muchas veces no
se daban cuenta del tipo de compromisos que empezaban a vivir, o del tipo
de circunstancias que empezaban a vivir por razón de esas donaciones y de
esos aportes.

Porque había una triple estrategia para destruir el Tratado de Extradición y


no simplemente para el Tratado de Extradición, sino para afrontar el
problema general del narcotráfico y conservar las ventajas y posibilidades de
quienes estaban ocupados en tales actividades. Por una parte, el soborno a
todo el que fuera susceptible del soborno, a los jueces, a las autoridades de
policía, no sólo aquí sino en muchísimos otros países, sabemos lo ocurrido
en Bolivia y acabo de ser testigo directo hace algunas semanas, en La
Florida, de las publicaciones en la prensa norteamericana sobre episodios de
soborno que comprometían a gran parte de la buena policía de este Estado.
Si no aceptaba el soborno venía la intimidación por la violencia, la
intimidación por mil maneras y el que no caía en lo uno, caía en lo otro o en
la extorsión, porque si por cualquier razón recibía una suma, caía sobre él la
advertencia de que iba a ser denunciado y perdía la libertar para obrar y
opinar sobre uno de los más importantes problemas nacionales.

Claro está que el debate sobre la extradición es un debate que tiene


aspectos jurídicos para considerar. Personas que se oponen a este Tratado
no son por ello, ni mucho menos, responsables de complicidad alguna con
intereses oscuros, que pueden tener móviles respetables como los que aquí
se han mencionado, con el interés de que sean jueces de la República los
que se encarguen de las investigaciones respectivas. Pero eso es muy
distinto de creer que las personas que defienden el Tratado puedan ser
asesinadas, como lo fue José Edgardo González, un ex viceministro de
Justicia que no tuvo otra responsabilidad en el proceso que la de proclamar
en conciencia unos valores nacionales sobre unas instituciones; como fue el
asesinato del doctor Rodrigo Lara Bonilla y como ha sido amenazado el
señor Presidente de la República, según trascendió en publicaciones de los
últimos días que es pertinente mencionar en este momento. Cuando
hacemos el escrutinio de la realidad, ¿cómo vamos a ignorar cosas de esa
naturaleza y de esa gravedad? Cómo fueron asesinados más de 20
abogados en Medellín en el curso del último año, jueces o penalistas, todo
dentro de ese mundo sombrío y tenebroso de una magnitud en que los
intereses en juego no reconocen límite alguno, no digamos que de inmoral
sino de la ley, para sus pretensiones y aspiraciones.

Cuando se convenció el doctor Belisario Betancur de la necesidad de aplicar


el Tratado de Extradición, en la noche del 30 de abril de 1984, toda la Nación
sabe, porque aquí hubo debate, los hubo en la Comisión Primare sobre la
vigencia del Tratado, hubo un citación muy importante del Senador Holmes
Trujillo sobre el particular, había citaciones a plenaria en la última parte del
año pasado para examinar ese problema, que no dieron lugar a debates por
diversas interferencias, pero en donde su puso de manifiesto la inquietud que
existía en el Congreso sobre la aplicación del Tratado; fue con los crímenes,
con la propia muerte de Rodrigo Lara demostraron los sectores adversos al
Tratado, por los intereses de la actividad delictiva, que se haya demostrado
la necesidad del Tratado. Y fue esa noche cuando el Presidente Betancur
convino en cambiar de criterio sobre el particular, a pesar de que existían
conceptos de esta suerte inequívocos, sobre la necesidad de respetar ese
Tratado y proceder dentro del marco de las instituciones sobre el particular.

¿Pero qué es lo que ha ocurrido después? ¿Qué es lo que hay en el fondo


de este proceso? Pues ya no es el soborno y probablemente no es la
violencia, sino sobre todo es la extorsión, pues ha habido amenazas y
graves, la amenaza a que se refiere El Tiempo en una publicación del 17 de
julio, cuando dice que antes del 26 de mayo, cuando viajó a Panamá el
Procurador Jiménez Gómez, algunos conocidos y poderosos jefes del
narcotráfico en el país plantearon una primera propuesta al Gobierno, en la
que reclamaban negociaciones y asumían una postura amenazante. Este
primer documento aún inédito y sigue inédito, le fue remitido por los
narcotraficantes, por conducto de Santiago Londoño, a la Embajada de los
Estados Unidos en Bogotá, según se conoció en fuentes de gran credibilidad.
El Tiempo se ha dado cuenta de que el Gobierno estadounidense dio
categórica y negativa respuesta a los jefes del narcotráfico que plantearon la
posibilidad de un ciclo de negociación. En ese momento los narcotraficantes,
los mismos que aducen manejar el 80% del mercado nacional de la droga, se
mostraron dispuestos a asumir una actitud agresiva si el gobierno del
Presidente Betancur no accedía a negociar con ellos, manifestaban la
posibilidad de utilizar sus grandes capitales para desestabilizar la economía
nacional y para financiar la guerrilla y el territorio y crearle al Gobierno varios
problemas de orden público.

Los documentos, agrega la noticia de El Tiempo, fueron conocidos en su


oportunidad por el Procurador Jiménez Gómez, quien en diálogo privado y
confidencial con funcionarios del Gobierno, reveló los puntos que incluían las
condiciones que imponían los jefes del narcotráfico desde la clandestinidad.
Se aseguró, por dos de los funcionarios que dialogaron con el Procurador en
esa oportunidad que, además de las amenazas dirigidas a ejercer presiones
contra el Gobierno y agilizar una eventual negociación, los narcotraficantes
pretendían conseguir algunas prerrogativas, que incluyeron en el segundo
documento divulgado el sábado 7 de julio. Santiago Londoño fue emisario
de los jefes del narcotráfico para el primer documento, acompañado del
Procurador Jiménez Gómez en su viaje a Panamá, el periódico dio más
detalles sobre el contenido de la propuesta pero insiste en que el primer
memorándum está inédito, aún no se conoce. La prensa ha cumplido una
tarea muy importante en ese proceso y estamos ante una cantidad de
noticias publicadas en el curso del último mes sobre lo ocurrido, no puede
ser el Senado de la República inferior a la prensa nacional en el escrutinio de
esas circunstancias y en el esclarecimiento de las mismas, para que la
Nación recupere la tranquilidad en sus instituciones y en sus dirigentes.

Pero ha habido más amenazas en el reportaje del domingo, el señor ex


presidente López Michelsen dice que sus interlocutores de Panamá le habían
manifestado el propósito de realizar una rueda de prensa en el exterior, para
demandar y divulgar cheques entregados a los funcionarios públicos, sin que
el doctor López precise cuándo y por qué cuantía, en todo caso dineros
provenientes de estas organizaciones. ¿Están actuando los funcionarios con
absoluta libertad, o se encuentra bajo una extorsión? Sólo lo sabremos
cuando estas versiones completas de la realidad permitan un escrutinio
verdadero de lo que ha ocurrido, de lo que está sucediendo. El doctor
Santiago Londoño, bien lo sabe el país, fue tesoro de la campaña del doctor
López y está presente en la reunión de Panamá, ya no con el doctor López
sino con el señor Procurador. Hace cerca de un año en la misma noche en
que presentaron la fotocopia del cheque para tratar de enlodar el honor del
doctor Rodrigo Lara Bonilla, también entregaron, en la Cámara de
Representantes, copias de cheques que habían sido girados a favor
precisamente del doctor Santiago Londoño, el propio parlamento que
presentaba los documentos manifestaba que provenían de esas mismas
organizaciones.
Recordemos, honorables Senadores, que el año pasado, a raía de las
denuncias de agosto, los grupos políticos representados en el Congreso
convinimos en la creación de un Tribunal de Honor, a cuyo cargo estuviera
examinar las cuentas de las campañas presidenciales. Pues bien, el informe
de este Tribunal de Honor se produjo pocos días después de la clausura de
las sesiones del Congreso, precisamente el 20 de diciembre de 1983, y allí
se hacen afirmaciones muy importantes, que yo considero pertinentes para el
examen que se realiza esta noche en el Senado. Dicen los miembros del
Tribunal de Honor: “No son ajenas a estas maniobras delictivas ciertas
operaciones que se han venido descubriendo últimamente, en especial a
partir de las campañas electorales de 1982. Consisten ellas en dar acceso a
las dignidades parlamentarias a personajes sin antecedentes en la vida
política, cultural y democrática del país, impulsadas por la llamada mecánica
electoral, utilizada al efecto a través de combinaciones en las que el dinero
de ilícita procedencia entra como componente decisivo”. Esto dice el
Tribunal de Honor, del cual formaban parte distinguidos ciudadanos
pertenecientes a todos los sectores políticos representados en el Congreso:
“Pese al cuidado que tuvimos para tratar de reconocerlos o identificarlos, no
encontramos en la lista de contribuyentes, por lo menos en forma ostensible,
nombres de personas que conocidamente hayan figurado o hubieran estado
implicadas en malos manejos como el narcotráfico”.

Pero hay otro párrafo en la página del mismo documento que voy a dejar
como constancia para que sea insertada en el acta de esta sesión. Se
afirma: “Se comprobó la existencia en algunos de los grupos, de donantes
que decidieron reservar sus nombres y por ello figuran en dichas listas con
los indicativos de N.N. Sobre el particular se nos informó de muchas
entidades o personas que por contribuir simultáneamente a diversos
movimientos políticos, prefieren ser mantengan las reservas sobre su
identidad”. Es verdad, honorables Senadores, que hay donantes de
campañas políticas que por diversas razones prefieren el anonimato, cuando
exista la legislación que requiere el país sobre el particular se deberán fijar
límites a esos anonimatos. Hoy pueden ser explicables algunas sumas,
sumas del orden de 5.000, 10.000 y 20.000 pesos, pero cabe preguntar si en
esas cifras anónimas hay donaciones mayores, ¿de qué nivel y de cuánto y
si esas donaciones anónimas no implican un grave riesgo sobre la
credibilidad misma de los dirigentes políticos del país?

Yo pienso que el Tribunal de Honor, a la luz de estos acontecimientos, debe


informar en detalle sobre las proporciones de esas donaciones anónimas.
Hace pocos días el señor Obispo de Pereira, Monseñor Castrillón, hizo
declaraciones que todos conocemos y que suscitaron polémica en la opinión
nacional. Yo no estoy de acuerdo con la teoría de que el fin justifique los
medios, sin embargo, encuentro en la actitud de Monseñor Castrillón un
elemento importante y es que pienso y me atrevo a interpretarlo así, que
Monseñor Castrillón quiso precisamente evitar que se le extorsionara. El
obró de buena fe y seguramente se equivocó, yo creo que se equivocó, pero
de buena fe y comprendió que lo estaban extorsionando o lo podrían
extorsionar. Ojalá dirigentes políticos nacionales que se encuentren en
condiciones semejantes sigan el ejemplo de Monseñor Castrillón y
comprendan que debe darse información clara al país sobre el particular,
para que se supere la ambigüedad creada por todas estas circunstancias
que conducen a estos y a otros muchos episodios, no sabemos qué tan
graves para las instituciones y para la tranquilidad del país.
Una semana antes de morir Rodrigo Lara, en la Semana Santa de abril,
según me refirió una de sus hermanas, manifestó: “Antes que morir
políticamente prefiero morir físicamente, prefiero perder la vida física que
perder la vida política”. Así lo entendió Rodrigo Lara a lo largo de todo el
dramático proceso que le correspondió vivir. Rodrigo Lara se sacrificó por
muchas cosas, muchas de ellas han sido mencionadas en el examen de la
lección que dejó so holocausto, pero hay una fundamental: se sacrificó por
defender su credibilidad, pero no por una actitud egoísta ni personal, sino
porque Rodrigo comprendía que no tenía alternativa. La Nación no tiene
futuro, no tiene porvenir en medio de la encrucijada en que se halla si sus
dirigentes no se merecen la credibilidad de la Nación y no pueden obrar con
la mayor claridad frente a ella en decisiones tan fundamentales como nos
plantean los múltiples problemas contemporáneos.

Tomado de. Anales del Congreso, Nº 32, agosto 10 de 1984, pp. 450 y 451

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