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AFECTIVIDAD Y FORMACIÓN
Fr. Eric de Clermont-Tonerre

Maestro de novicios durante ocho años, fui después Prior Provincial de la Provincia
de Francia (París) durante 4 años y medio. En la actualidad, desde hace un año,
soy prior provincial de la nueva provincia de Francia, resultado de la unión de las
provincias de París y de Lyon. Mi intervención está, por tanto, situada en Europa y
Francia. No conozco otros contextos. Tampoco soy un especialista. Mi objetivo se
va a limitar a proponer algunas reflexiones, no siempre muy elaboradas. Si
esperáis recetas o soluciones para la formación de los hermanos, seguramente
quedaréis decepcionados.
1.- Siete observaciones.
1.1.- En muchos institutos religiosos, y también en nuestra provincia dominicana,
asistimos a crisis muy profundas y a veces a salidas de frailes, las cuales se sitúan
a menudo alrededor de la profesión solemne o en torno a la ordenación (antes o
después). Estas crisis para mí son signo del difícil paso a la edad adulta y a una
cierta madurez humana que la caracteriza. Me parece que están relacionadas, -
pero volveré sobre estas cuestiones más tarde en mi exposición -, con lo que
representa la etapa decisiva de la salida de la formación inicial y del estatuto de
estudiante, y con el hecho de afrontar una soledad diferente y a menudo mayor,
aquella que los frailes encuentran al final de sus estudios y al principio de su vida
como jóvenes sacerdotes.
Una de las razones, entre otras, que pueden explicar estas crisis - las cuales
considero como normales y beneficiosas, aunque sean peligrosas- es la lenta
maduración de los jóvenes de hoy: éstos necesitan tiempo para pasar a la edad
adulta, aunque no siempre lo parezca, sobre todo, porque en muchos aspectos los
jóvenes son también, con la misma edad, más maduros que en otras épocas.
Hace unos años apareció en Francia un libro sobre esta cuestión; su título era
significativo: Las interminables adolescencias. Ahora bien, nuestro largo sistema
de formación mantiene al fraile en un estatuto de estudiante durante siete u ocho
años, mientras que cuando entra en la Orden con una cierta edad, ya lleva varios
años de estudios superiores. ¿No contribuye este sistema de formación, en ciertos
casos, a que la maduración humana vaya más lenta? Nuestros frailes hacen sus
opciones muy tarde. La opción por la vida religiosa no siempre se asume
psicológicamente como una opción de la edad adulta, porque no conduce
inmediatamente a un nuevo estatuto en la sociedad, sino que mantiene al fraile
en cierta posición: está en formación, es todavía estudiante.
1.2.- Me parece que hay un gran silencio en nuestras comunidades sobre
las cuestiones afectivas. No sé si esto se verifica en otros lugares como ocurre en
Francia. El hecho de que no hablemos o de que hablemos poco de estos temas,
que no reflexionemos juntos sobre estos temas, tiene una cierta explicación. Pero
me pregunto si no hay un gran déficit de reflexión y, en consecuencia, un gran
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vacío para aquéllos que están encargados de la formación de los hermanos. La


buena acogida que muchos frailes han mostrado ante la última carta a la Orden
de fr. Timothy Radcliffe, se explica en este contexto. ¡Se atreve a hablar de estos
temas!
¿Hay en nuestros programas de formación, además de cursos o seminarios
sobre la moral sexual, una reflexión seria sobre la sexualidad, el deseo, el placer,
el crecimiento humano y afectivo, sobre la maduración - siempre relativa y
siempre a desarrollar en las diferentes edades de la vida, sobre el celibato·, y esto
teniendo en cuenta nuestra situación específica de célibes, que deben vivir la
continencia, y que han prometido vivir las relaciones humanas con un amor
verdadero y casto? Quizá sería importante que intercambiáramos las experiencias
que tenemos en nuestras provincias sobre estas cuestiones, la reflexión común
sobre la formación (inicial o permanente). El enorme silencio en estos temas, al
cual se añade un cierto silencio sobre las crisis de las que hablaba en el número
1.1, conlleva una gran soledad para los frailes que se sitúan ante las cuestiones
que se les plantean.
1.3.- La ausencia de una reflexión común y de intercambios sobre la
sexualidad y sobre la maduración afectiva está, en mi opinión, completamente
ligada a la ausencia de reflexión común y de intercambio sobre la muerte. Sigo
impresionado por un comentario de fr. Damián Byrne al final de la visita canónica
que hizo hace algunos años a la Provincia de Francia. Nos decía: "Me he
encontrado un gran número de frailes mayores, sin embargo no les he oído hablar
de la muerte". No obstante, nosotros utilizamos precisamente esta palabra
cuando hacemos nuestra profesión de obediencia usque ad mortem (hasta la
muerte), y sabemos que esta fórmula caracteriza la vida de Jesús, de quien el
Evangelio nos dice claramente que enfrentó la muerte. Pienso igualmente en la
antífona Media vita, in morte sumus. La maduración está muy unida a la
experiencia personal de la muerte, es decir, a la integración de la muerte (de la
propia muerte) en su visión de la vida y de la propia vida. Quiero hablar de esta
experiencia que necesitamos hacer, de una manera u otra, ya que la vida es un
don, nos ha sido dada y no la controlamos, ya que somos mortales.
La experiencia de nuestra condición mortal, comienza a través de las etapas
de nuestra vida que nos conducen a "hacer ciertos duelo", por ejemplo, asumir
ciertas pruebas de salud o limitaciones personales, pruebas afectivas dolorosas
por las elecciones que implican, rupturas de relaciones que proceden de una
nueva asignación·, en definitiva tener que asumir el riesgo que comporta toda
elección importante en la propia existencia o todo acontecimiento que nos afecta
íntimamente. La maduración personal, ¿no pasa por la capacidad de hacer
elecciones, de descartar otras posibilidades hasta entonces abiertas, y por la
capacidad de asumir los riesgos que estas elecciones implican?
1.4.- El contexto social y eclesial se caracteriza por una fuerte crisis de identidad
o de las identidades. Por un lado, sabemos que existe una gran incertidumbre
sobre la identidad de la vida religiosa, sobre la identidad del sacerdote en
nuestras sociedades, porque las formas de vida y las imágenes que la sociedad
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nos envía desde el exterior, han evolucionado mucho y al mismo tiempo hay poca
presión social para que esas identidades estén más caracterizadas y se puedan
percibir, distinguir mejor. Por otro lado, existe una fuerte presión social en lo que
se refiere a la identidad sexual y a la identidad profesional, aunque a causa de la
evolución de las costumbres y del paro, estos dos campos de identificación, (la
sexualidad y la profesión), estén también caracterizados por la incertidumbre.
Como consecuencia de todo ello, creo que los procesos de identificación
necesarios para la maduración humana y afectiva son a menudo demasiado
caóticos. Por ello vemos aparecer, en el desarrollo de las personas, ciertos
acentos, esto es, focalizaciones, bien sea sobre la identidad religiosa, sobre la
identidad sexual, o sobre la identidad profesional (tal actividad apostólica, o a
caso tal campo de estudio o los estudios en general), insistencias o campos que
absorben todas sus preocupaciones.
1.5.- Una gran proporción de hermanos que entran en la Orden, en nuestro caso,
están marcados por el tema de la homofilia o de la homosexualidad (dependiendo
de los términos que prefiramos emplear). Podríamos distinguir, por una parte, los
hermanos que tienen una estructuración psicoafectiva homosexual afirmada,
habiéndola experimentado ya, que tienen conciencia de su identidad y que a
veces desean que se reconozca esta identidad; y por otra, los hermanos aún algo
inmaduros a nivel afectivo, un tanto indeterminados en su orientación
psicoafectiva y en búsqueda de su identidad. Sea lo que sea, y reconociendo que
estas afirmaciones de identidad o estas búsquedas de identidad son legítimas, y
que forman parte de la maduración necesaria, quisiera destacar dos dificultades
que a menudo nos encontramos. La primera dificultad reside en el hecho de que,
como he indicado antes, se puede producir una focalización individual o colectiva
sobre la cuestión de la identidad sexual, se hable o no abiertamente de ello. La
segunda dificultad que aparece a menudo como consecuencia de esta
focalización es que, en algunas comunidades, puede desarrollarse lo que yo llamo
-aunque la expresión quizás no sea acertada- una cultura homófila, caracterizada
por formas de reconocimiento, por modos de estar en relación unos con otros, por
acentos particulares en la vida fraterna, que puede ser una fuente de tensión
entre los hermanos y llegar a impedir la libertad de la palabra.
1.6.- Me parece que sería interesante, - pero, ¿es realizable? -, preguntarnos, en
comunidad, qué imagen de mujer tenemos y transmitimos a través de nuestros
comportamientos, a través de nuestra manera de hablar de las mujeres, y en
particular de aquellas que están más cerca de nosotros y de nuestras
comunidades. Debe haber diferencias culturales en función de las regiones del
mundo, o según los países. Y hay diferencias también según las personas. Sin
embargo, si tomamos distancia para escuchar a los hermanos, para analizar las
actitudes, las reacciones espontáneas, las reflexiones o los discursos, nos
sorprendería constatar que nuestro universo masculino y eclesiástico transmite
imágenes de la mujer, a veces muy diferentes, que no siempre son sanas en el
plano afectivo.
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1.7.- Las relaciones de los hermanos con sus familias son ámbitos
particularmente delicados hoy. Muchos son los hermanos para los cuales la
situación familiar, los lazos afectivos con sus padres, constituyen dificultades
serias para una integración duradera en la Orden, para su maduración afectiva y
para una verdadera libertad. Muchos tienen dificultad en dejar sus familias para
echar raíces en la vida religiosa y para crear un nuevo tipo de relación con sus
familias. Esto me parece muy importante, incluso si no tengo el tiempo de
desarrollarlo.
2. Los tres recursos de la maduración afectiva.
2.1.-La maduración afectiva tiene lugar a lo largo de la existencia del individuo,
es decir, existiendo. Utilizo este término atendiendo a su significado: "existir"
significa "salir de". La existencia consiste, pues, en una serie de éxodos, en salir
de estados anteriores hacia otros nuevos. De hay que para que una vida sea
fecunda es preciso, de alguna manera, desenraizarse para volver a echar raíces.
El hermano Antoine Lion recordaba esto ayer a propósito de la misión de la Orden,
utilizaba para ello la expresión, "asumir el riesgo de salir y de alejarse". También
ayer, el itinerario de Pierre Claverie se nos describía claramente en términos de
desenraizamiento y de enraizamiento. Siento, sin embargo, que este proceso
difícil se reemplaza con frecuencia por enraizamientos sucesivos que no siempre
son buenos para la maduración, ya que se tiene miedo de perder, de abandonar,
y se convierten en verdaderos frenos para el crecimiento. Podríamos retomar aquí
la relación con la familia de la cual hablaba hace un instante
2.2.-Los tres dinamismos esenciales de la existencia y de la maduración afectiva,
si los vivimos en esta línea de éxodo, son: la acción, el apego y el proyecto, es
decir, el trabajo, el amor y la política. Estos tres dinamismos se corresponden a su
vez con los ámbitos a los que nos referimos con los tres votos: la pobreza
(compartir el trabajo y los recursos), la castidad (o la capacidad de amar y dejarse
amar), la obediencia (el hecho de participar con otros en proyectos elaborados en
común). Los tres ámbitos son esenciales para la humanización del individuo. Y la
maduración afectiva (amor-relación) no puede realizarse más que sobre el
despliegue de los otros dos ámbitos.
2.3.- Las crisis que se dan en los frailes jóvenes al acabar la formación provienen
a menudo del hecho de que, al pasar del estatuto de hermano estudiante al de
hermano sacerdote, los tres ámbitos de desarrollo se quiebran al mismo tiempo,
en el proceso de desenraizamiento y enraizamiento que hemos de vivir:

• salir del medio más protegido de los estudios o del estudiantado, donde se suelen dar relaciones
afectivas fuertes con la gente de su generación. e ingresar en comunidades en las que hay que
crear otro tipo de relaciones con hermanos de otras generaciones;
• la dificultad que muchos hermanos tienen de encontrar rápidamente tareas apostólicas
satisfactorias;
• el individualismo de nuestras comunidades y, en consecuencia, la dificultad para poder elaborar
proyectos comunes.
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Las crisis, cuando son profundas, se "solucionan" a veces con el activismo (mi
actividad que por fin he encontrado), con una relación amorosa o la búsqueda,
muchas veces inconsciente, de una relación amorosa y por el alejamiento de la
comunidad al elaborar con otros proyectos fuertes.
2.4.- Nuestras comunidades manifiestan un gran déficit a la hora de ofrecer a
nuestros hermanos condiciones favorables para su completo desarrollo y para su
maduración en momentos decisivos de su vida: el individualismo en las
actividades; las relaciones afectivas no siempre bien equilibradas, bien porque se
vuelcan demasiado hacia fuera de la comunidad o excesivamente dentro de ella;
la ausencia de proyecto comunitario. Además, he constatado a menudo que,
frente a las crisis hay mucho pánico en las comunidades, e incluso se producen a
veces procesos psicológicos de exclusión, pero se manifiesta poca paciencia.
3. Maduración y formación.
Para terminar, he aquí algunos puntos que debemos considerar en la formación, y
algunos ámbitos en los que se verifica la madurez dentro de nuestra vida religiosa
dominicana:

3.1.- No existe madurez en sí misma. Toda madurez es relativa, varía según la


edad que consideremos, según las personas, las situaciones familiares y los
estados de vida. Los cambios bruscos en la vida de un hombre o de una mujer
pueden alterar la madurez demostrada hasta entonces. No hay madurez sin
autonomía personal, que surge de la toma de conciencia y del conocimiento de
sí mismo. A través de las etapas normales de la existencia humana, hemos de
gestionar nuestra personalidad tomando cierta distancia de las presiones y de los
replanteamientos e interpelaciones venidos del exterior, manifestando a la vez la
capacidad de acogerlas y tenerlas en cuenta, y la capacidad de que nos afecten
excesivamente. Además la maduración requiere el sentido del otro, del
diferente. Este sentido del otro es el que nos abre a la acogida, a la escucha, al
respeto del pensamiento y los deseos del otro, sabiendo al mismo tiempo
situarnos frente a su influencia. El tercer componente es la capacidad de
discernir, de juzgar, de decidir, de reaccionar desde el centro de las situaciones,
de adaptarse o de oponerse a ellas. El cuarto componente es la capacidad de
asumir los conflictos y los fracasos.
3.2.- La vida religiosa presenta características propias en lo que respecta a la
maduración y a los riesgos de inmadurez:

• las situaciones infantilizantes vividas en el ámbito de la obediencia;


• la ausencia, bastante frecuente, de referencia a una realidad apremiante;
• las frustraciones, a veces mal asumidas, relacionadas con el placer, el salario, el alojamiento,
que dejan al hermano en una semi-adolescencia en el plano del deseo.

Estos signos de inmadurez deben ser examinados de cerca en la formación, ya que hace falta tener en
cuenta el pasado de los hermanos, y las inevitables regresiones·
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3.3.- La vida de oración, con el recogimiento que exige y con la meditación de la


palabra de Dios que implica, contribuye a la desposesión de sí mismo, necesaria
para la maduración. La oración nos reenvía sin cesar al conocimiento personal y a
una verdadera soledad. Nos enfrenta a nosotros mismos, nos invita a quitarnos
las máscaras y a purificar nuestras motivaciones. Pero para que la vida de oración
sea benéfica, debe estar acompañada de la autentificación del encuentro con Dios
que supone la conversión: si al presentarte ante el altar recuerdas que tu
hermano tiene algo contra ti, deja ahí tu ofrenda y vete primero a reconciliarte
con tu hermano.
3.4.- En la vida de comunidad, el aprendizaje de un verdadero diálogo con los
otros, es también un elemento de formación y de maduración, con todo lo que el
diálogo comporta de silencio, de escucha a otros, y de capacidad para expresar su
propio pensamiento. Me sorprende como en nuestras comunidades existe la
dificultad para un diálogo sencillo y fecundo. Considero importante que en
nuestras comunidades estemos atentos a la perversión de la palabra, que es una
de las expresiones de la perversión de la ley. La ley ética en la vida común se
basa sobre tres prohibiciones: la de la violencia mortífera o la prohibición del
homicidio (no matar la palabra del otro en nuestras comunidades, la libertad que
tiene de decir lo que piensa, respetando su pensamiento y su palabra); la de la
fusión o del incesto (la palabra absoluta que absorbe y excluye las palabras de los
otros); la de la mentira (la palabra falsa que engaña). En nuestra Orden, que es la
Orden de la palabra, no se da sin embargo la suficiente reflexión acerca de lo que
significa hablar, acerca del papel de la palabra en la estructuración de la vida
humana. La madurez implica la capacidad de asumir las dependencias y las
mediaciones, a veces duraderas, que supone la vida con otros, la vida en
comunidad y esa mediación particular que es la palabra. El estudio es, también,
un ámbito particularmente importante para el aprendizaje del diálogo y para el
respeto de las mediaciones.
3.5.- Por último, tendríamos que subrayar el importante papel que desempeñan
las responsabilidades apostólicas que se les confían a los hermanos. En ellas
tienen que aprender cómo el servicio real a los otros exige el olvido de sí mismo.
También aquí, el encuentro con el otro, con quien es diferente y tiene sus propias
opiniones y necesidades reales, es un lugar de maduración, en la medida en la
que se reflexionen y se evalúen las experiencias realizadas.

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