Professional Documents
Culture Documents
Índice:
1. Introducción
2. La argumentación como diálogo basado en razones
2.1. Contextos de diálogo
2.2. Etapas y reglas del diálogo argumentativo
2.3. Categorías básicas del lenguaje de la argumentación
3. Falacias
3.1. Preguntas complejas
3.2. Argumento ad ignorantiam
3.3. Argumento circular
3.4. Argumentación irrelevante
3.4.1. Argumento ad hominem
3.4.2. Argumento ad verecundiam
3.4.3. Argumentos que apelan a los sentimientos
3.4.3.1. Argumento ad baculum
3.4.3.2. Argumento ad populum
3.4.3.3. Argumento ex populo
3.5. Argumento post hoc, ergo propter hoc
3.6. Falacias que proceden de la vaguedad y ambigüedad del lenguaje
natural
3.6.1. Composición y división
3.6.2. Argumento de la pendiente resbaladiza
4. Orientaciones para dirigir una discusión filosófica en el aula
4.1. E
n qué consiste una buena discusión filosófica?
4.2. Ayudar a los estudiantes a que se expresen por ellos mismos:
clarificación y reformulación
4.3. Animar a los estudiantes a que expliquen sus puntos de vista
4.4. Inferir lo que se está sugiriendo
4.5. Buscar la coherencia
4.6. Pedir definiciones
4.7. Buscar presuposiciones
4.8. Señalar las falacias
4.9. Pedir razones
4.10. Preguntar "Cómo lo sabes?"
4.11. Diseñar y analizar alternativas
5. Bibliografía
********
"Somos un diálogo"
HÖLDERLIN
1. INTRODUCCIÓN
Todo escrito filosófico, e incluso todo escrito en general, es, en el fondo, un
diálogo. Hasta el monólogo más estricto contiene un sin fin de datos y referencias que
los seres humanos obtenemos a través del diálogo con otros. La conciencia es
dialógica, no monológica. En virtud de ello, se puede entender toda disertación escrita
1
como el reflejo gráfico de un diálogo en el que aparecen, más o menos
explicítamente, multitud de voces que el autor entrelaza con la suya propia con el fin
de comunicar algún mensaje a los lectores.
Desde esta perspectiva, la enseñanza de la disertación escrita necesita
comenzar por la experiencia del intercambio oral de razones, esto es, necesita un
entrenamiento previo en la práctica de la disertación oral. Por esta razón, hemos
recopilado aquí algunos elementos didácticos en torno al diálogo en general (puntos 2
y 3, en los cuales hemos seguido el libro de Miranda, 1995), y al diálogo filosófico en
particular (punto 4, en el que seguimos el capítulo 10 de Lipman y otros, 1992. ).
a) Disputa personal
Se caracteriza porque en ella los interlocutores utilizan agresivos ataques personales
unos contra otros y desean ganar a toda costa. El propósito de un intercambio de este
tipo consiste, para cada participante, en atacar o "herir" a su oponente, utilizando toda
clase de medios, lícitos o no. Las pautas razonables de lo que se entiende por un
buen argumento deberían ser establecidas de modo que eviten que un intercambio
dialéctico se deteriore convirtiéndose en una disputa. Es frecuente, en estos casos, la
utilización de malos argumentos, falacias y ataques verbales, por lo que se está lejos
de lo que se entiende por diálogo razonable.
b) Debate competitivo
Es un tipo de diálogo regulado por reglas de procedimiento que determinan cuándo y
durante cuánto tiempo cada argumentador puede hablar. En ocasiones hay jueces o
un público que determinan quién ha sido el ganador. El propósito básico de un debate
público es conseguir una victoria verbal frente al oponente, impresionando a la
audiencia. Para conseguir esto se suele usar argumentos falaces y técnicas duras de
ataque y presión personal, por lo cual este tipo de confrontaciones dista, con
frecuencia, de ser razonable desde el punto de vista lógico y desde el punto de vista
ético.
d) Investigación
En este juego los participantes se embarcan en una búsqueda cooperativa de la
verdad, partiendo de algunos supuestos admitidos por todos, o de algún problema
inicial. En las clases de Filosofía los estudiantes y el profesor o profesora se dedican
con frecuencia a investigar juntos soluciones para diversos tipos de problemas:
lógicos, metafísicos, morales, estéticos... Los puntos de vista de cada uno de los
participantes en estas investigaciones se van modificando en la medida en que los
demás van probando sus propias tesis.
e) Negociación
Su objetivo primordial es establecer pactos, que no necesariamente conllevan
pretensiones de investigar objetivamente la verdad de un asunto. Por ello, las pruebas
lógicas no son importantes en este tipo de diálogo.
a) Etapa de apertura
En esta etapa los participantes se ponen de acuerdo en involucrarse en un
determinado tipo de diálogo. Las reglas del diálogo deberían especificarse hasta
donde sea posible, aunque hay reglas implícitas exigidas por la cortesía y la
racionalidad, que han de ser respetadas en una buena conversación. Se debería
establecer también las reglas que rigen el turno de palabra y el tipo de actos de habla
permitidos.
b) Etapa de confrontación
En esta etapa se debe plantear el tema o el problema sobre el que se va a discutir, y
cada una de las partes que intervienen en el diálogo ha de fijar sus posiciones de
entrada.
c) Etapa de argumentación
Es el momento en que cada participante tiene la obligación de contribuir a la
consecución de sus propios fines en el diálogo, así como la de cooperar para que los
otros miembros puedan lograr los suyos. Para cumplir estas obligaciones se deben
cumplir ciertas reglas como, por ejemplo, participar ordenadamente, permitir al otro el
derecho de réplica...
d) Etapa de clausura
1
Es el momento en que los objetivos del diálogo se han cumplido o cuando los
participantes están de acuerdo en que el diálogo puede terminar.
Esta relación no pretende ser una exposición completa de las reglas que han de regir
una discusión crítica. Además, estas reglas deben ser interpretadas en cada contexto
específico de diálogo: así, la regla de relevancia no se sigue igual de estrictamente en
una discusión filosófica, en una discusión sobre fútbol o en un tribunal de justicia. De
cualquier modo, como veremos, cuando se produce una falacia informal se ha dejado
de seguir alguna o algunas de las reglas que permiten que el diálogo argumentativo
1
sea una coherente y regulada forma de acción racional.
a) Conectivas de garantía
Cuando en un diálogo argumentativo alguien presenta sus razones, trata de apoyarlas
de alguna de estas dos maneras: o bien en creencias que comparte con su interlocu-
tor, o bien en información que sólo él posee. Pero llega un momento en que uno
pretenderá presentar sus razones tan firmemente fundamentadas que ya no sean
cuestionadas en lo sucesivo; para ello empleará unas expresiones que tendrán como
finalidad garantizar la aceptabilidad de lo que está diciendo. Estas expresiones
pueden ser de tres clases: términos aseguradores, términos protectores y términos
concesivos.
Términos aseguradores
Cuando alguien quiere presentar como segura una creencia y evitar que su
interlocutor le pida razones para apoyarla, puede utilizar términos aseguradores. Así
sucede en las siguientes expresiones:
En una discusión racional y razonable hay que suponer que cuando alguien utiliza
estos términos, tiene buenas razones para ello y lo hace para ahorrar tiempo, y no
para cerrar el diálogo antes de lo debido. La licitud del uso de estos términos tiene que
ver con los contextos concretos del diálogo. Así, en algunos casos, puede ser una
correcta estrategia argumentativa acudir a la Biblia o a la Constitución para asegurar
la aceptabilidad de un punto de vista; pero esta forma de fundamentación no sería
aceptada en otros casos: por ejemplo, cuando en el auditorio hay personas que no
confieren autoridad a estas fuentes.
Términos protectores
Otra técnica para debilitar la fuerza y el alcance de nuestras afirmaciones, y así
protegerlas de las críticas de los demás, es utilizar términos protectores como:
Probablemente...
Algunos x...
La mayoría de x...
Términos concesivos
Los términos concesivos introducen una posible crítica para rechazarla o para
tenerla en cuenta:
(1) Aunque tu ensayo es corto, es muy interesante.
(2) El coche es bueno, pero caro.
(3) El coche es caro, pero bueno.
En (1) adelantamos una posible crítica -el ensayo es corto- para dar a entender que
esta limitación es superada por la calidad del artículo. En (2) introducimos una crítica
-el coche es caro- que consideramos suficiente para disuadir de su compra. (3)
expresa los mismos hechos que (2) pero el término concesivo "pero" introduce un
hecho que “compensa” la carestía del coche.
c) Términos sesgados
Muchas palabras que utilizamos en nuestros diálogos son relativamente neutras, pero
otras están cargadas de connotaciones positivas o negativas. Si decimos de alguien
que es "sudamericano", estamos indicando su procedencia, sin manifestar nuestros
1
afectos o prejuicios raciales y étnicos; pero si decimos de una persona que es "un
sudaca", estamos utilizando una palabra que, normalmente, está cargada con un
sentido peyorativo.
A veces, un adverbio acompañando a un adjetivo, por ejemplo, puede ir
cargado de connotaciones. C uántas veces cuando a alguien le dicen que es
"demasiado bueno", le están queriendo decir que es un ingenuo, o un tonto, o algo
por el estilo!
Nuestros prejuicios racistas, políticos, religiosos y sexistas se adhieren a
muchas de las palabras y expresiones que usamos, de modo que con éstas
comunicamos, muchas veces de forma inconsciente, nuestras valoraciones y
creencias. Pero las connotaciones de una palabra varían en función de la persona
que la dice y de la persona a quien se habla. Así, por ejemplo, el término "macho",
cuando es empleado referido a seres humanos varones, puede tener una connotación
positiva para algunas personas, y negativa para otras. Del mismo modo, alguien
puede usar la palabra "rojo" para descalificar políticamente a alguien, mientras que
otras personas pueden sentirse orgullosas si se las califica de este modo.
d) Definiciones persuasivas
Fijémonos en el siguiente diálogo entre dos niñas, Suki y Lisa, que tiene lugar algún
día después de la muerte del padre de ésta:
"-No es justo! -dijo Lisa-. N
o merecía morir!
-Todo lo que vive muere antes o después -dijo Suki suavemente. Es
natural.
-Pero no tenía que morir justo ahora! -dijo Lisa llorando- T
enía
tanta vida por delante!
Luego añadió:
-Además, lo que es natural es terminar lo que se empieza, no cortar las
cosas por la mitad. H asta los árboles llegan a viejos!, p or qué no él?" (Lisa,
cap. VIII, episodio 19, p. 91.)
Observemos cómo Lisa se construye ad hoc una definición -definición persuasiva- de
lo que es "natural" para facilitarse la justificación de su punto de vista. Lo que hace
Lisa es seleccionar sólo aquel conjunto de sucesos naturales en el que las cosas se
dirigen a un acabamiento, y entonces ella procede a llamar a esos sucesos, y sólo a
esos, naturales. Es lo que los lógicos llaman una definición persuasiva, esto es, una
definición que se ofrece o se prepara simplemente porque le conviene a la persona
que la hace. Pero, en verdad, es reduccionista o falsa.
Una forma sutil de emplear expresiones sesgadas consiste en el uso de una
definición -definición persuasiva- para ganar ventaja en un argumento. Supongamos
que alguien dice:
"La democracia parlamentaria es realmente una dictadura de la mayoría".
Con esta definición se está manifestando una postura crítica contra la democracia
parlamentaria, equiparándola con las dictaduras, pero cualquier persona que realice
un análisis medianamente serio de semejante definición descubrirá inmediatamente
que, en realidad, ni siquiera es una definición. Porque un elemento definitorio de la
democracia es que se pueda cambiar al gobernante por voluntad popular, mientras
que la dictadura carece de esa posibilidad.
3. FALACIAS
Aristóteles dedicó su libro Sobre las refutaciones sofísticas a estudiar los
razonamientos desviados (paralogismos), es decir, aquellos razonamientos que no lo
1
son pero lo parecen. Cuando argumentamos, a veces cometemos errores, utilizamos
malos argumentos, construímos razonamientos defectuosos, quebrantamos las reglas
lógicas, en una palabra, empleamos argumentos no válidos y argumentos incorrectos.
Tradicionalmente los lógicos han empleado la palabra "falacia" para designar aquellas
argumentaciones que son incorrectas pero que aparentemente poseen una fuerza de
prueba -o cogencia- que de hecho no tienen. Dicho más sencillamente, muchos
autores entienden por falacia una argumentación incorrecta pero que parece correcta.
Hay autores que a las falacias que se cometen intencionadamente las llaman
sofismas, y a las que se cometen sin intención las denominan paralogismos.
Desafortunadamente, muchas veces el término "falacia" ha sido aplicado no
sólo a argumentos que son defectuosos, o que encierran errores, sino también a
argumentos que son aceptables y correctos en determinados contextos de diálogo.
Así, por ejemplo, se entiende por falacia ad verecundiam (la falacia de apelar a la
autoridad), como veremos, el argumento que pretende justificar una creencia o punto
de vista apoyándolo en las afirmaciones de alguien que tiene o a quien se le reconoce
algún tipo de autoridad. Pero este modo de argumentación no siempre es incorrecto;
es más, en algunas ocasiones puede ser una buena estrategia argumentativa intentar
lograr convencer de lo que defendemos haciendo ver cómo nuestra opinión en un
determinado campo se basa en la que sostienen los expertos reconocidos en esa
parcela del saber. Las tesis doctorales están llenas de citas de autoridades en la
materia de que se trate. Por tanto, el considerar un determinado argumento como
falaz o no, depende de los contextos particulares en los que se realiza ese diálogo y
de las intenciones de éste.
Si dos o más personas quieren dialogar y llegar a acuerdos
argumentativamente logrados, han de respetar unas reglas, cuyo seguimiento
asegura el diálogo como actividad racional y razonable. Vamos a considerar las
falacias como estrategias argumentativas que violan alguna o algunas de las reglas
que hacen posible el diálogo argumentativo. Entenderemos que la falacia es una
táctica particular de argumentaci6n que puede ser usada correctamente en algunos
casos para conseguir los fines legítimos de una discusión razonable, pero que en
otros casos se usa como estrategia para evitar que se alcance la finalidad del diálogo
y conseguir, así, imponerse de modo injusto al interlocutor. Cuando un argumento se
usa de este segundo modo, lo criticaremos diciendo de él que es falaz. Esta manera
de entender las falacias exige una atención expresa a los contextos en que se
desarrollan los diálogos y a las intenciones comunicativas de los hablantes.
5. BIBLIOGRAFÍA
LIPMAN, M., SHARP, A.M. Y OSCANYAN, F.S., La filosofía en el aula, Trd. de F.
García Moriyón y otros, Madrid, Ediciones de la Torre, 1992.
MARTÍNEZ NAVARRO, E. y otros, Aprender a pensar en diálogo, Murcia, Centro de
Profesores n 1, 1992.
MARTINEZ NAVARRO, Emilio, “La filosofía en el aula: por una democracia integral”
en Paideía N 13 (1991), pp. 137-145.
MIRANDA ALONSO, Tomás, El juego de la argumentación, Madrid, Ed. de la Torre,
1995.