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Efrén Martín, gerente de
www.fvmartin.net
Avanzaba Hércules a lo largo de un
estrecho camino. Vio por tierra un objeto
parecido a una manzana e intentó aplastarlo.
El objeto duplicó su volumen.
Al ver esto, Hércules lo pisó con más
violencia todavía, golpeándole además con su
maza. Pero el objeto siguió creciendo,
cerrando con su gran volumen el camino. El
héroe lanzó entonces su maza y quedó
plantado, presa del mayor asombro. En esto
se le apareció Atenea y le dijo:
-Escucha, hermano; este objeto es el espíritu
de la disputa y de la discordia; si se le deja
tranquilo, permanece como estaba al
principio; pero si se le combate, ¡mira cómo se
hincha! (Esopo).
Foto: Baharri
Un asistente a un curso de habilidades
personales retó a los otros 14 asistentes de la
siguiente forma: “que levante la mano cualquiera
de los presentes, que no haya estado nunca 4 ó
5 días sin hablarse con su mujer”. Ninguno
levantó la mano.
Inicialmente, es probable que un disgusto dure
un día completo y al día siguiente veamos las
cosas con más calma. Pero algunos se entrenan
en alargar el asunto y pueden, con la práctica,
pasarse días y días sin hablarse –o gritándose-
en casa o en la oficina. Lo correcto sería
entrenarse en reducir paulatinamente la
Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 20, enero 2008
y profesor de la Universidad de Deusto
duración del enfado, hasta que sea cuestión
de minutos solucionarlo y reírse de ello.
Evitemos disgustarnos porque existe un
límite fisiológico imposible de superar una vez
enfadados: el organismo necesita tiempo
para disolver la agresividad, eliminando la
adrenalina del torrente sanguíneo. Cuando la
sangre “hierve” ha de dejarse enfriar al
menos 15-20 minutos, dando un paseo físico
o mental, o contando hasta 1.000, ajenos al
asunto. Si ya estamos enfadados, insistir en
el tema con la buena intención de arreglarlo
alargará el cabreo, igual que acariciar una
herida abierta ampliará el dolor.
Hoy en día se defienden con excesiva
alegría las ventajas del diálogo inmediato
para resolver conflictos, sin caer en la cuenta
de que la comunicación verdadera (escuchar
antes de opinar) desaparece cuando es más
necesaria y en su lugar aparece la ira. El
auténtico diálogo es imposible entre alguien
que está enfadado con alguien que también
lo está. Da lo mismo hablar que no hablar;
todo intento de influir –por activa o por pasiva-
incrementa un malestar que reduce las ganas
de conversar sensatamente.
Primero hay que calmarse, reconduciendo
la emoción antes de que nos domine,
mediante estrategias de activación-relajación,
cambio de enfoque mental, solución de
problemas, fijación de metas, diálogo interno
positivo o empatía social. Reducir el propio
enfado y el de los demás es una combinación
de mutuo respeto y perdón, para comprender
y ser comprendidos, en lugar de intercambiar
descalificaciones e intentos de persuasión. A
base de amenazarnos, con gestos o
palabras, cerramos todos los caminos con el
desprecio e indiferencia que siguen a la furia.
El que se enfada… pierde.