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17 CONTINENCIA PERIODICA: OPINIOINES TEOLOGICAS ANTES DE 1961 Se ha detemina:do cientificamente que las mujeres sm solamente fecundas normalme nte en determinados dias de su ciclo menstrual, y que son normilmen’te estériles en los demas dias del ciclo. Mas atin, se han desarrollido métodos practicos por los que se puede predecir de muchas mujeres com probabilidad, e incluso con certeza moral, que unos dias determinados del ciclo son estériles para ellas. la continen- cia periddica 0 “ritmo”, es el sistema prdctico de restringir la union conyugal al petiodo estéril con la intencion de evitar la coxcepcidn. E] evitar la cone epcién por este método tiene consecumcias mora- Jes completamente distintas de la practica de la anticoxcepcién. La anticoncepciés impdica una infraccién sustancial de la integridad fi- sica del acto genera.tivo, o de los poderes generativos, en canto tales. Es siempre meralmente mala, porque quebranta un precepto de la ley natwral, que obliga semper et pro semper. La continencia periédica no ileva consigo esta tivasion y quebrantamieato de los podeves genera iivos humanos, y por tanto la moralidad de ta practica cube jaxgucie sagan otres fiidam entes. Ge debe jnugar con referencia alos fine: ib matrimonio, als. ji tia de estos fines, y en el contexto ‘ntegro de te. castidad conyigal y del amor conyugal. Se ha escrito tanto sobre este asunto que puede parecer supertine tratar de ello de nuevo. Sin embargo, las conciencias de jaeto no von claro en ol use dei vita. Las optniones teoldgicas especulativas, sos- ienidas por varios Ledlogos competentes, y basados sin dudarle ea ut ot JQ4 0 CONTINSNGJA PSRIGOIUA: 27INIONES TEOLGGICAS ANTES DE 1951 cuidadoso razonamiento teologico, se exponen en la prensa y en los pulpitos como si fueran obligatorias en conciencia a los fieles. Debido a que tales opiniones se han tomado como normas practicas, se han impuesto a veces injustificadamente en el confesonario como obliga- torias bajo pecado, incluso mortal. Los consultores matrimoniales, los médicos y los sacerdotes no saben a veces distinguir entre estas opi- niones teologicas y la doctrina de la Iglesia. De todo esto se ha seguido una vasta confusion en las conciencias y consecuentemente dafio a las almas. No sera superfiuo, por tanto, recapitular Ja doctrina de la Iglesia y las opiniones teoldgicas en esta materia. En este capitulo examina- remos el estado de la cuestién antes de la Alocucién a las Comadronas de Pio XII, el 29 de octubre de 1951. El capitulo siguiente examinara y comentara ta doctrina de Pio XII sobre la continencia periddica segtin la expuso en dicha alocucién. Un tercer capitulo tratara de la continencia periédica hoy dia y tocara someramente algunas de las principales consecuencias pastorales de esta doctrina. Nuestro intento es, por tanto, poner los fundamentos para una practica pastoral que haga justicia a la santidad y significado del ma- trimonio, a la doctrina moral de la Iglesia y al derecho de los fieles a saber la diferencia entre esta doctrina y las opiniones la nuestra in- cluida, por supuesto— meramente privadas de los tedlogos. Boctrina ¢ influencia de San Agustin Padres de ue hable ‘ict ct iniico que hemos née de la coutinencis periddica. Mu- seeitos van contin los Maniqueos. Seguin In doctrina sin- gtilar de éstos tod af ora. ya suficientements mala, pere ta Wuién de ia que se siguiora la concepeion de wi hijo era todavia peor, porque al auido signifeaba apristonar un alma en ue cergo de cay a cua, por supnesio, ae, algw wale. San Agusiin des echa eu DOCTRINA & INFLURNCIA DE Saw agustin 335 éNo sols tos anicos que pensats que concebir un hijo es peor pecado que la misma unién conyugal, porque las almas quedan de este modo aprisiona~ das en In carne? ¢No sois los nleos que acostumbréis a amonestar que en cuanto es posible, se deberia tomar nota del tlempo en que una mujer, Gee. pués de la menstruacién, es capaz de concepelén, para abstenerse de ta untén conyugal en este tlempo y evitar que un alma se sumerja en la carne? De donde se sigue que sols de la opinion de que una esposa no es para la procreacién de hijos, sino para ta satisfacclén de la lujuria. Pero el matri- monio, como jo proclaman las mismas leyes del matrimonio, une al varén con la hembra para la procreaelén de hijos; por tanto quien diga que es peor pecado tener hijos que tener la unién conyugal suprime el matrimo- nio, y hace de la mujer no una esposa, sino una prostituta —quien, por clertos regalos que pasan a ser de su propiedad, tiene union con un hombre para satisfacer su lujuria—. Pues si es una esposa, hay matrimonio. Pero no hay matrimonio donde se emplean medlos para que la mujer no sea madre; por tanto, ni siquiera es una esposa (1). Los Maniqueos no estaban en lo cierto en su apreciacién de los dias fecundos y de jos estériles, pero este error no tiene importancia para Ja discusién sobre la moralidad de la practica, La severidad de los tér- minos con los que San Agustin condenaba la continencia periédica como era practicada por los Maniqueos es una razon seria que nos hace creer que la consideraba no solamente como pecado, sino como pecado grave. ¥ por lo menos, en cuanto pueda suponer el evitar la concep- cién sistematicamente y siempre, no hay duda de que la hubiera con- siderado como una practica gravemente pecaminosa para los cristia- nos, porque excluye del matrimonio lo principal que hace 41 matrimo- nio ser verdadero matrimonio. Pero seria wn error pensar que hoy dia podemos encontyar nor- amas practicas sobre este asunto en las obras de San Agustin, 0 incluso en las obras de los grandes escolasticos del periodo clasicc, Si mér, 1008 » seguir Ja filocar'ia. more} de Gan Agustin en lo mon so reders a da timidad congugal. Gamos ane dl ririnicoios TL aunbaewav es su cies: jails ¢ nod del matrimonio despise de tn menopousia aa was gdad avauwade es peeado verial: que el use dei matriuioaic para fii de ia teniavlou ru tos des ¥ (iléiy maiags “via Vasko st abebeeaninan cei a viutocton, © pid inet @30 CONTINENCIA PERIODICA! vPINILNES TEOLOGICAS ANTES DE 1951 y evitar la fornicacién (en obras paiabras, el usarlo como remedio de Ia concupiscencia cuando la procreacién es imposible) es por lo menos pecado venial. Esto es lo que ensefiabe San Agustin. ¥ fue seguido por Jos escritores de los Penitenciales tan ampliamente usados en los tiem- pos premedievales, y por los grandes escolasticos de la edad media (2). Estas opiniones teoldgicas de una edad ya lejana, son extrafias a los ofdos de los moralistas modernos, pero se deducen logicamente de Ja concepcién agustiniana de la concupiscencia y su relacién con la procreaci6n. E) creia que la concupiscenia sexual era un mal, casi un mal en si mismo, y, por tanto, el uso deliberado de esta cosa “mala” en el matrimonio unicamente se podia justificar porque era un medio necesario al bonuz prolis. Para San Agustin, y para muchos tedlogos que le siguieron después durante sigios, la procreacién no era simple- mente el fin primario del uso del matrimonio, sino que, come parece, el ‘unico fin completamente sin tacha. Nada podria ser mas extrafio a su pensamiento que las rapsodias de algunos escritores modernos sobre el acto matrimonial, con o sin la posibilidad de la procreacién, como un perfeccionamiento personal y un valioso enriquecimiento de los espo- sos, San Agustin no sdlo ensefiaba la esencial subordinacién de! reme- dio de la concupiscencia a la procreacién de los hijos, sino que expli- caba esta subordinacion como uno de los medios del fin. El uso de la concupiscencia quedaba inmune de pecado solamente cuando se usa- ba como un medio para producir hijos para la vida eterna. Como ya hemos visto en un capitulo anterior, la opinién de San Agustin sobre Ja subordinacién de los fines del matrimonio no puede ya sostenerse (3). Se ha de confesar también que gran parte de la doc- irina de San Agustin sobre la evaluacién de 1a concupiscencia no es ya aceptada por los tedl competentes en dognia. Los rmoralistas, jrgando al misnto pala, cocinans pe + bh ‘ival discusion aide en uigiin sentido necesarin, nara, eslocar anesbra ac AM. Game, ¥ passin; doux J. Craveors, § Greut, en “Vheological Of, oupr nue egplieaciéa de esta eube . ial de a givos de hoy dia, cf, capitulo 7. Mandshoots of Penance (New York, Bihins of Compugal Intimacy accor 3 (104M, 1 5, Se, PHoras, Suppl. javlo gon ton ya's EL SIGLO XIX ¥ LOS PRIMEROS ANOS DEL XX 337 en su propio lugar. Las diferencias modernas de epinion entre los mo- ralistas sobre el periodo seguro se hacen mas comprensibles cuande se explican a la luz de este fondo teoldgico. EI siglo XIX y los primeros afios del XX La disputa moderna sobre la moralidad de la continencia periddica empez6 alrededor de un centenar de afios antes de la Alocucién a las Comadronas en 1951. Aunque, sin duda, se pensé previamente sobre el asunto (y los médicos habian sospechado mucho antes que existia un periodo estéril), podemos tomar como punto conveniente de partida del desarrollo moderne de la doctrina de la continencia periédica una respuesta de la Sagrada Penitenciaria dada en 1853 al Obispo de Amiens. E} Obispo habia preguntado si los matrimonios que restrin- gian su unién conyugal a los dias del mes que juzgaban estériles debian ser amonestados, por lo menos, si tenian razones legitimas para abste- nerse del acto matrimonial. La Sagrada Penitenciaria respondié que dichos matrimonios no debian ser molestados con tal de que no hicie- ran nada para impedir la concepcion (4). En 1867 el Cardenal Thomas Gousset expres6 su opinién de que el acto matrimonial efectuado (a sabiendas) durante un periodo estéril no era algo malo en si mismo (5). Ey 1678, con la publicacion de la obra de Le Comte sobre las conse- légicas de las nuevas teorlas fisiolégicas sobre la ovula- wy yma discosiéu mas completa del problema; diseasion naz de Jas pomtos egenciales que than a nenpar bas rag de los mar: stu he Utne: cheatin ce acer clue Seidis de usw et abusu meirimo- GO) Samra Wart ed, Rowa, 1045 MT. Onvuse: Cmnse, The ae. ML, WHO, mp, 18-29, » De Towelution suontanse de Pe Handing dans a9 tupeurt avis y Lovaing, i273), Graese, ap. cit, p12, 0.1, dic: is efile se banat en le orvénea ‘Tooris de Paltiger. Ruenthin” iu Marriage oud Christian Morality OF A PARIGIISA, s+{NIONES TSOLOGICAS ANTES DE 1951 S35 dentemente ja mayoria de los que expresaban sus opiniones en estos afios estaban en la misma linea. Sin embargo habia voces disonantes: las de aquellos que dirigian su atencion mas a la eleccién sistematica de los periodos estériles, y la consideraban como pecaminosa por ser una exclusién positiva del fin primario del matrimonio (7), Debido a estas opiniones contrarias Le Comte envié una serie de preguntas a la Sagrada Penitenciaria referentes a la practica de la continencia pe- riédica: 1. g¢Podian los matrimonios sin ningin pecado mortal o venial se- guir este método? 2. ¢Podia un confesor aconsejar este modo de actuar a una mujer que no aprueba el onanismo de su marido pero que es incapaz de corre- girlo; o a cualquiera de los esposos deseosos de evitar un numero cre~ cido de hijos? 3. ¢Se deberia evitar el peligro de disminuir la deseendencia, o deberia considerarse este peligro secundariamente en relacién con las ventajas que se derivarian de evitar el pecado y conseguir la paz de las conciencias? En 1880 la Sagrada Penitenciaria dio una contestacién parcial a estas preguntas en una respuesta privada evitando en la misma res- puesta cualquier juicio explicito sobre la moralidad de la practica, La respuesta era la siguiente: Los esposos que usan del matrimonio en la forma mencionada antes no deben ser molestados, y un confesor puede insinuar con cautela esta opinién en litigio a los esposos que han intentado apartar sin éxito del crimen de- testable del onanismo (8). En 1890 se publicéd la 7* edicién latina de la obra de Capellmann sobre medicina pastoral, y en 1901 li do Eschbach, Disyulationes Phy- Holujivo ‘Theologizae (9). dsios dos autores eran iauy respelados y Hos 2 adele por los esexttores de ios manuales de moral por su ion médica y Hsiolégica. Los dos ‘onocieron [a stencia tle mt pecviodo estéril, pero desgraciadamente se ha doscubierto que ei inferry CD Crane, op. 6 er AB es, 20ib, op. Ci, pp, 24-26, Grwiasarn, Medicine Pustoratis “Theotugieee Coma, L901), L, Saghoa, 10); 3. Bacar: ™ DE LA “CASTI CONNUBIZ” HASTA LA ALOGUCION a LAS COMADRONAS 339. periodo de] mes que sefialaban como estéril era el mismo periodo pre- cisamente en el que se daba la concepcion muy probablemente en mu- chas mujeres. Durante 40 afios, de 1890 a 1930, los manuales de moral indicaron la mitad del cielo menstrual como el tiempo en el que la eoncepcién era menos probable. Debe haber habido muchas desilusio- nes entre las personas a las que el confesor “insinuaba con cautela” el uso de este periodo, y no es extrafio que hasta los descubrimientos de Knaus (1929) y Ogino (1930) el publico tuviera poca confianza en Ja eficacia de la continencia periddica. Esto pudo explicar bien también por qué hubo una controver- sia teolégica relativamente escasa sobre la practica en las primeras tres décadas del siglo xx. Muchos manuales trataron del asunto. De hecho entre los manualistas habia una gran unanimidad en 1a conclu- sion practica de que la practica sistematica de la continencia peris- dica con la intencién precisa de evitar la concepcién era objetiva~ mente licita, con tal de que los cényuges tuvieran razones legitimas para esta practica. Pero como no era un método practicamente eficaz ni se usaba ampliamente, no habia un interés suficiente que motivara estudios mas profundos. De la “Gasti connubii” (1930) hasta la Alocucién a las Gomadronas (1951) Después de la publicacién de lo Casti connubdii al final de 1930, con uu referencia permisiya al uso de los perfodos estari el problers lea velvié cle nieve a Wralays de la coutinoncia portér todlogos Hucia ol inismo tiempo comenzarou a conocerse los deseubrimien tos de Ogine ¥ Knaus, y se hizo evidente quo habia una base clentifies para alirmar Is existencia de los periodos estériles. La obra de Ogino y Bnans (gue Hegaron por separado a las mismas conelusiones sustan- imeniy) se divulgd en nuestro pais von los esezites del Ace! J. Yas. Su Line The Rhythm of Sierility aud Fertitily in Women, se av Lo 340 CONTINENCIA PERIODICA: OPINIONES TEOLOGICAS ANTES DE 1951 publicé primero en 1932. Circulé por el publico y dio una amplia divul- gacion al término “ritmo” para describir la continencia periédica (10). Viene bien citar el pasaje siguiente de la enciclica Casti connubii: Sabe muy bien la Iglesia santa que no raras veces uno de los eényuges, més que cometer el pecado, lo soporta, ai permitir por una causa muy grave el trastorno del recto orden que aquél rechaza, y que carece por tanto de culpa sempre que tenga en cuenta Ja ley de la caridad y no se descuide en disuadir y apartar del pecado a su comparte. Ni hemos de decir que obran contra el orden de la naturaleza los esposos que hacen uso de su derecho siguiendo la recta razon natural, aunque por clertas causas naturales, ya de tlempo, ya de otros defectos, no se siga de ello el nacimiento de un nuevo viviente. Hay, pues, tanto en el matrimonio mismo como en el uso del derecho ma- trimonial fines secundarios, verbigracla, el auxilio mutuo, el fomento del amor reciproco y la sedacién de la concupiscencia, cuya consecucién en ma- nera alguna esté vedada a los esposos, slempre que quede a salvo la natu- raleza intrinseca de aquel acto, y, por ende, su subordinacion al fin pri- mario (11). El hecho de que el uso licito del periodo estéril era ya entonces algo comin entre los tedlogos, el hecho de que se empleara la frase “por Tazones naturales... de tiempo” mas bien que las “razones de edad” o alguna expresién semejante, y el hecho de que el contexto inmediato de la misma enciclica se refiriera a las dificultades de los matrimonios tentados de onanismo, todas estas consideraciones, convencieron a la gran mayoria de los tedlogos de que Pio XI se estaba refiriendo aqui al uso permitido de los periodos estériles como medio de evitar la concepcion. Pio XII, podemos mencionarlo aqui, confirmé explicitamente esta opinion en 1958, disipando asi cualquier duda que hubiera podido exis- tir sobre este punto (12). Pero aunque el pasaje citado de la Casti connubii ratifica la posi- cion de que el uso de) periodo estéril no va contra la naturaleza, no dice nada explicitamente sobre un uso sistematico para evitar la con- cepcion, o sobre las circunstancias y condiciones bajo las que se puede permitir este evitar sistematico de la concepcién. (10) Leo J. Lara, The Rhythm of sterility and Fertility in Women (Chicago, 1932). CD Casti connubii, en AAS, 22 (1930), 561, (2) Discurso a los Hematologistas, 12 de septiembre de 1958, AAS, 50 (1958), 736. DE LA “CASTI CONNUBII” HASTA LA ALOCUGION A LAS COMADROWAS 341 Durante las dos décadas entre 1931 y 1951 aparecieron una gran cantidad de publicaciones sobre este asunto en todos Jos escritos cato- licos, teolégicos y de divulgacién, Se discutieron muchos puntos y se expresaron muchos desacuerdos. El resultado fue que muchos laicos, para no hablar de los clérigos, quedaron desorientados. Algunos perdie- ron de vista que, escondido bajo esta diversidad de opiniones, exis- tia siempre un acuerdo general sobre ciertas conclusiones mora- les, importantes y practicas, referentes al uso de la continencia pe- riddica. Los moralistas estaban de acuerdo en la afirmacién de que era lici- to el uso de la continencia periddica sistematicamente, es decir, con la intencién directa de evitar la concepcién durante un periodo largo de tiempo: 1) con tal de que los dos cényuges lo quieran asi (esto sig- nifica que los dos estén de acuerdo y que ninguno de ellos fuerza al otro a seguir la practica); 2) con tal de que las dos partes puedan hacerlo (esto significa que la practica no implica un riesgo injustifica- ble de pecado, por ejemplo el pecado solitario, u otro pecado contra la castidad, etc., y que no expone al matrimonio a otros peligros injusti- ficables); 3) con tal de que exista una raz6n legitima para evitar la concepcién. Los tedlogos estaban de acuerdo ademas en que la violacién de cualquiera de las dos primeras condiciones era per se pecado mortal. Se disputaba sobre la gravedad de la tercera condicion. Una pequefia minoria defendia que el practicar la continencia periddica, por lo menos durante mucho tiempo, sin una raz6n legitima, era pecado mortal. Pero ne habia ninguna base que permitiera al confesor impo- ner esta opinién al penitente, teniendo en cuenta que la opinién opues- ta, de ser solamente pecado venial, era obviamente probable y sos- tenida por mayor niimero de tedlogos. Consecuentemente, para la practica del confesonario, habia un acuerdo general en este punto: que la tercera condicién no se podia imponer al penitente sub gravi. Las desviaciones de esta norma que pueden haber ocurrido, dificil- mente se pueden encasillar dentro de los principios teolégicos sanos admitidos universalmente, sobre el uso propio del probabilismo. Todo lo que hemos Jefdo nos indica que habia muy pocos tedlogos moralistas que, durante los 100 afios completos, i. e. el periodo in- tegro en los tiempos modernos en el que se ha tratado de esta ma- 342 CONTINENCIA PERIGDICA: OPINIONES TEOLOGICAS ANTES bE 1951 teria, negaran la probabilidad prdctica (por decir lo infimo) de la de la doctrina de que la continencia periédica era licita bajo es- tas tres condiciones. Més aun, esta fue la doctrina comin practica antes de la Alocucién a las Comadronas, y asi quedé después de ese importante documento. Parece que vale la pena lamar la atencién sobre este continuo acuerdo de los teélogos sobre estos puntos practi- cos fundamentales, porque de otra forma se pudiera tener la impresién de que, hasta que hablo el Papa en 1951 todo el asunto estaba en liti- gio, y que no habia ninguna wnanimidad en la practica sobre la direc- cién que debia darse a Ios fieles en el confesonario. Por otra parte, entre 1931 y 1951, se diseutieron muchos puntos sin ! llegar a un acuerdo, especialmente en un plano especulativo, y los moralistas no pudieron dar una respuesta definitiva a muchos pro- blemas. Por ejemplo; 4Tiene cada matrimonio en particular una obii- gacion afirmativa de procrear? {Por qué se requiere una causa legiti- ma excusante? {Es pecado mortal o venial el practicar el ritmo sin causa excusante? Y las cuestiones afines: ¢Qué grado de gravedad debe tener la causa excusante? ¢Qué virtud se quebranta al practicar el rit- mo sin razones legitimas? Finalmente, existia la controversia en un nivel prudencial, sobre el divulgar la continencia periddica como un | método legitimo de limitacién familiar. ~ En cuanto a la obligacién de procrear, la gran mayoria de los ted- ¢ logos antes de 1951 no ensefiaban ninguna obligacién explicita y afir- mativa de que cada matrimonio tuviera hijos. Fuera de la obligacién de Ja unién conyugal, que se deben uno a otro en virtud del contrato matrimonial (1 Cor. 5, 7), y de la que normalmente se siguen los hijos, no se consideraba de ordinario que tuvieran una obligacién especial adicional de conservar o propagar la raza. Esta opinion parecia estar completamente de acuerdo con el pasaje de la Casti connubti que aca- bamos de citar. En este pasaje Pio XI parecia decir que los matrimonios que usan del acto conyugal para los fines secundarios y que salvaguardan Ja in- tegridad fisica del acto no necesitan una ulterior justificacién de su conducta. No afirmaba ningtin deber de procrear. ¥ en otra seccién de la enciclica evité estudiosamente una afirmacion de esta clase, cuan- do dijo: “En efecto, un Dios sapientisimo se hubiera preocupade poco de la descendencia engendrada y de toda la raza humana, si no hubie- DE LA “CASTI CONNUBIT” HASTA LA ALOCUCIGN A LAS COMADRONAS 343 ra otorgado e) derecho y el deber de educar a los que habia entregado el derecho y el poder de engendrar”. El deber de educar estaba clara- mente enunciado: el deber de procrear qued6 sin mencionar. Otros documentos de la Iglesia incluidos en el periodo que es- tamos examinando permanecen silenciosos en lo que se refiere a una obligacién afirmativa de cada matrimonio en particular de procrear. Ni Leén XIII (el 10 de febrero de 1880), sobre el que la Casti connubii se apoya sdlidamente, ni la decisién de la Rota (coram Wynen el 22 de enero de 1944), ni el decreto del Santo Oficio (1 de abril de 1944) sobre la subordinacién de los fines del matrimonio, hacen ninguna mencién de tal obligacién, si bien todos estos docu- mentos tienen la intencién de establecer como fin primario del matri- monio la procreacién y educacion de los hijos (13). No nos sorprende que el P. Francis Hirth, 8. J, entonces pro- fesor de teologia moral en el escolasticado jesuita de Valkenburg, Holanda, en un articulo publicado dentro del primer afio después de Ja edicién de la enciclica, expresara la opinién de que no podia haber ninguna objecién moral ratione sui para la practica habi- tual de la continencia periddica porque los actos sexuales tenidos durante los periodos estériles son actos naturales, y porque la abs- tinencia en los tiempos fecundos no viola ninguna obligacién, pues ni el mismo estado matrimonial ni el uso del matrimonio impone a los matrimonios en concreto el deber de salvaguardar la raza (14). Esta fue también la opinién del P. Arthur Vermeersch, 8. J., enton- ces profesor de teologia moral en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma. De hecho, el P. Vermeersch expresé su sorpresa de que entre los anglicanos bien intencionados hubiera varias personalidades que opinaran que la vocacién a la vida matrimonial impone a los cényuges el deber de dar hijos a su pais y a la Iglesia si es que pueden (15). Tal vez una razén para esta acérrima defensa de la opinion de que el deber de conservar la raza no cae sobre los individuos en singular, (18) Le6y XII, Arcanum Divinae Sopientiae, 10 de febvero de 1880; Sententia 8. R, Rotae, 22 de enero de 1944, coram Wynew, en Decisiones S. R. Rote, 36 Decis. 6 (publicado también en AAS, 36 [1944], 179-200); Decreto del Sante Oficio del 1 de abril de 1944, AAS, 36 (1944), 103. G4) F, Hurry, &. J,, De sterilitate physiologica, en “Nouvelle revue théologique, 58 (1932), 674-89, (1B) A. Veanrensen, S. J., What is Marriage?, traducido al inglés por T. L.. Bousca- Rey, 8. J. (New York: The American Press, 1932), q. 98. 344 CONTINENCIA PERIODICA: OPINIONES TEOLOGICAS ANTES DE 1951 sea la posicién histérica de la Iglesia de que la practica de la conti-~ nencia perfecta, incluso en el matrimonio, si se hace por un motivo sobrenatural y con mutuo consentimiento, no es solamente licita, sino digna de alabanza. No obstante, en un nivel especulative habia voces disonantes de la opinion mas corrlente y probablemente estas voces van aumentando. ‘Un escritor reciente, un afio o dos antes de la Alocucién a las Co- madronas, expuso como suya la opinién de que “la misma natu- raleza del estado matrimonial exige que los casados hagan todo lo que ragonablemente puedan para tener una familia” (16). Y sugeria que “esta opinion necesita que se examine mds por los tedloges”. Otros hablaban semejantemente. Pero por lo que podemos juzgar de las pu- blicaciones, la mayoria de los tedlogas antes de 1951 ensefiaba que no habia per se ninguna obligacién afirmativa en los matrimonios indi- viduales de procrear, Consecuentemente en un nivel practico era im- propio imponer esta obligacién a los fieles. Pero si no habia ninguna obligacién afirmativa de procrear, gpor gué les tedlogos decian tan undnimemente que se necesitaba una raz6n legitima para la practica de la continencia periédica? La posicién de Ja minoria era clara y légica. Puesto que sostenian una obligacién afir- mativa de procrear, pedian causas justificantes como excusas de esta obligacién. La posicién de la mayoria era equiveca, Pues sostenian, primero, que no habia per se ninguna obligacién de procrear; segun- do, que el uso del matrimonio por sus fines secundarios era licito per se incluso cuando la concepcién fuera imposible, y, todavia, en tercer lugar, exigian una causa excusante para el uso sistematico del periodo estéril. gPor qué? ‘Una explicacién frecuente era que el uso del periodo seguro sin una causa justificante era un pecado de egoismo, que se manifestaba en intenciones como estas: el amor desordenado del placer, el amor des- otdenado de riquezas, la huida del esfuerzo necesario para mantener una familia y el deseo de huir de los dolores ordinarics del parto. En otras palabras, por motivos egoistas la practica se convierte en peca- minosa ex fine operantis. Pero no se demostraba en ninguna parte que el deseo de ganar dinero, o evitar el dolor, o escapar del trabajo (16) Geran Kexty, 8. J., Notes on Moral Theology, 1949, en “Theological Studies”, 11 (1950), 74, DE LA “CASTI CONNUBII” HASTA LA ALOCUCION A LAS COMADRONAS 345 que implica el mantener una familia fueran pecados en si mismos. Es verdad que el egoismo facilmente leva al pecado, pues es una tenden- cia desordenada profundamente asentada en todos nosotros. Pero no es de hecho pecado a no ser que lleve a la violacién de una obligacién que obliga bajo pecado. ¥ esto nos lleva otra vez al problema: gEstan obligados les casados a tener hijos? Problema ya resuelto en su forma negativa por estos tedlogos, Mucho de lo que se ha dicho sobre la continencla periédica por mo- ralistas, profesionales y no profesionales, clérigos y laicos, adolece del mismo punto débil que parece tipico entre ellos. Una y otra vez oimos que aun cuando el ritmo esté exento de todo pecado por parte del ob- jeto y de las circunstancias, se comete el pecado de egoismo cuando se practica sin una razén proporcionada. Parece que se oculta detras de todo esto ia presuncién de que no hay ninguna distinci6n entre los preceptos y los consejos, y que el desorden al que vagamente se refle- ren, como si fuera un egofsmo, no admite ninguna divisién en pecado y en imperfeccién. Tal vez la razén de esta insistencia sobre el pecado de egoismo se apoye en el hecho de que la necesidad de acentuar las obligaciones de los casados haya Nevado a algunos a olvidar que en el matrimonio, como en los otros estados de vida, existen las dos cosas: ideales y de~ beres, consejos y preceptos. Del mismo modo no era légico apelar at “ideal de fertilidad” cato- lico como el fundamento de la necesidad de las causas excusantes bajo pena de pecado. Pues todos admiten que este ideal no es obligatorio bajo pena de pecado, La posicién del P, Griese sobre la raz6n por la que se necesitan causas justificantes (consideraba Ia practica ilfcita per se sin ellas) era todavia mas ambigua. Dice explicitamente que “no hay ninguna ley que establezca que los casados deban tener hijos”; con todo, por otra parte, defiende que tienen obligacién de mantener el fin primario primeramente en su intencién (17). Estas afirmaciones no nos pare~ cen. compatibles, La posicién mas légica para todos estos autores habria sido ésta: (DN. Onvnse Grizse, Odjective Morality of the Rhythm Practice, en “American Beclesiastical Review", 120 (1949), 475-19; cf. Ketty, art, 346 CONTINENCIA PERIODICA: OPINIONES TEOLOGICAS ANTES DE 1951 si no hay per se ninguna obligacion de tener hijos, entonces per se no se necesita ninguna causa excusante para evitar los hijos por el ritmo, suponiendo siempre, como lo hacen todos estos autores, que los fines secundarios son intenciones legitimas de la unién sexual incluso cuan- do “por causas naturales o de tiempo o de ciertos defectos, no se pueda seguir del acto una nueva vida”. ¥ por esto uno se veria obli- gado a concluir que no es per se pecado, ni siquiera pecado venial, el practicar el ritmo sin ninguna causa justificante. Sin embargo, incluso quien sostuviera esta posicién logica especu- Jativamente, podria admitir que en la prdctica es necesaria una cau- sa justificante, por lo menos sub levi. Se necesita per accidens, por ejemplo, por los peligros que son tan cominmente actuales cuan- do los casados practican el ritmo sin tener una razén especial que lo justifique. Por ejemplo, el P. J. Goeyvaerts pone toda la fuerza en el peligro. La elecctén del sistema, explicaba, no esta mal ex oviecto, pero la practica del ritmo esté abierta a muchos peligros. Como practica que se extienda durante toda la vida matrimonial o durante casi toda, origina tales peligros graves que sin una razon muy fuerte parece que esta prohibido sub gravi (18). Esto nos lleva a una ulterior controversia sobre la gravedad del pe- cado de practicar el ritmo sin causa suficiente y la cuestién connexa de la gravedad de la causa necesaria para justificarlo, La opinién de Ja minoria, representada por Goeyvaerts y también por Griese, Salms y pocos més, sostenfa ser pecado mortal (por una raz6n o por otra) el practicar el ritmo sin una raz6n justificante, por lo menos du- rante mucho tiempo (19). Consecuentemente, exigian razones real- mente serias para justificarlo, Los que sostenian ser a lo mas pe- cado venial, naturalmente exigian causas justificantes menos fuertes. Pero habia una amplia variedad de opiniones sobre qué causas eran jo suficientemente serias para justificar la practica, y esto conducia a wma gran confusion en las mentes de los confesores, médicos, y los ‘mismos laicos casados, Otro problema era mas tedrico. gQué especie moral de pecado se comete, qué virtud se viola, cuando el ritmo se practica injustificada- (18) J. Gonvvarars, De moralitate usus matrimonii ad tempus ageneseos restricti, en “Collectanea Mechliniensia", 33 (1948), 701-6; of. Keuuy, art. cit,, pp. 74-76. (19) Garese, op. cit., pp. 53-54. DE LA “CASTE CONNUBIZ” HASTA LA ALOCUGION A Las CoMADRONAS 347 mente? Las respuestas dadas a este problema variaban, por supuesto, segiin los presupuestos teolégicos de los diversos autores, Los que sos- tenian la obligacién de procrear hablaban de una obligacidén de justicia legal para con la raza humana. Algunos hablaban, mas bien con poca precisién, como hemos visto, de un pecado de egois- mo. Otros, si hubieran tratado de) asunto, habrian sin duda hablado en términos de una clase particular de peligro al que se exponian los que usaban la prdctica sin causa. En general, Ja forma de tratar esta cuestion era rudimentaria y dejaba mucho que desear. Finalmente, ha habido mucho desacuerdo sobre la prudencia de publicar el método de Ogino-Knaus. Hubo sin duda abusos que hicie- ron parecer a algunos eclesidsticos y médicos como “aconsejado- res de la infecundidad” usando la expresién de Vermeersch. Entonces la diferencia moral entre el control de natalidad natural y la anticon- cepcion no era facilmente asimilada por las masas, y habia siempre el peligro de que si no funcionaba bien el control de natalidad natural, no se viera ninguna raz6n por la que no se pudiera recurrir a la anticon- cepcién. Pero sobre el problema de la publicidad, como sobre el problema de la gravedad del pecado, y la gravedad de las razones requeridas, cada actitud del tedlogo, favorable o no favorable hacia el mismo mé- todo, jugaba un papel importante en la determinacién de la res- puesta que se habia de dar. Y no se puede vencer la sospecha de que incluso en estas iltimas fechas la valoracién definitivamente deroga- toria de San Agustin del placer sexual pudiera todavia estar ejerciendo una influencia vaga y dificil de reconocer sobre las mentes y opiniones de algunos tedlogos. Estos eran los problemas que estaban siendo tratadds todavia cuan- do Pio XII pronuncié la memorable Alocucién a las Comadronas el 29 de octubre de 1951. En el capitulo siguiente trataremos estos proble- mas a la luz de la doctrina del Papa en esa alocucién. 18 DOCTRINA DE PIO XII SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA La doctrina de Pio XII sobre la continencia periédica esta expuesta en la tercera parte de su Alocucién a las Comadronas (1). El Papa co- mienza esta seccién exhortando a las comadronas a que comuniquen a Jas mujeres casadas un amor apreciativo de la maternidad, e indican- doles su deber de conocer Ja doctrina de la Iglesia sobre los aspectos morales de la limitacién familiar. La razén es clara. Muchas mujeres podrian querer evitar el parto y buscar el consejo de las comadronas con esta intencién. Brevemente recuerda Ja doctrina de su predecesor y la suya propia contra las practicas anticonceptivas y la esterilizacién directa, alargandose algo més en esté ultimo punto. Se enfrenta luego con el problema del uso del matrimonio durante los periodos estériles de la mujer, y en particular con el problema de la continencia perid- dica. Por io que toca a los aspectos médicos del ciclo femenino les dice que deberian tener un conocimiento preciso y al dia, derivado de fuen- tes profesionales competentes, y que deberian estar capacitados para explicar estas cosas a otros de palabra o por publicaciones serias. No trato, con muchas palabras, de la prudencia de publicar la con- tinencia periédica come medio legitimo de limitacién familiar, Pero el (1) 29 de octubre de 1953, A4S (1951), 835-54, en tas 844-46, Las comadronas se po- arian amar més proplamente enfermeras obstetrices en nuestro lenguaje ordinarlo (en Estados Unidos). Cf., también, la Alocucién de Pio XII al "Frente de la Familia” y a ta ‘Asociacién de Familias Numerosas, el 26 de noviembre de 1951, AAS, 43 (1961), 855-60, zn Ia 859; y el Discurso a los Hematologistas, el 13 de septiembre de 1958, AAS, 50 (1958), 732-740, en las pp. 736-737. 350 DOCTRINA DE Pio XII SOBRE La CONTINENCIA PERIODICA hecho de que é1 mismo estaba tratando de ella piblicamente, en el pro- pio idioma de los oyentes, a un grupo de mujeres seglares, y de que mas tarde volviera a la misma idea ante un auditorio no profesional de hombres y mujeres, con toda la publicidad periodistica mundial dada a estas dos alocuciones, parece ser sefial suficiente de que consideraba prudente y deseable que el publico en general fuera instruido sobre la continencia periédica, Es obvio que la prudencia exige que esta instruc- cién del publico sea exacta, seria y adaptada a la capacidad del audi- torio, para evitar mal entendidos y abusos. Ya vimos como la “insinua- cién cautelosa” del periodo seguro era la norma prudente que la Sagra- da Penitenciaria sugeria a los confesores hace un centenar de afios. Hoy dia no se puede considerar como la unica norma prudente que se hha de seguir. Las instrucciones prematrimoniales y matrimoniales que- darian incompletas sin una instruccién clara sobre la moralidad de la continencia periédica. En el aspecto juridico el Papa plantea un problema familiar a los E canonistas; ,Es valido el matrimonio contraido con la intencién de li- mitar la unién sexual a los periodos estériles? En su respuesta el Papa hace una distincién también familiar a los canonistas. El matrimonio seria invdlido si los cényuges intentan restringir el derecho matrimo- nial, no simpiemente su uso, a estos periodos, perque esto significaria que no estan entregando el derecho perpetuo, esencial al matrimo- nio. Deducimos que Pio XII debe haber estado hablando de una ex- clusién del derecho fundamental matrimonial tnicamente, porque la exciusién det derecho préximo no seria necesariamente incompatible con el consentimiento valido. En cualquier caso nadie deberia Ramarse a engaiio y creer que seria facil conseguir una anulacién del matrimonio fundandose en que lo contrajo con la intencién o incluso con el mutuo acuerdo de practicar Ja continencia periddica. Los argumentos que demuestran que tal in- tencién o acuerdo no implica una restriccién del mismo derecho son tan fuertes en la practica, que inicamente las m4s extraordinarias cir- cunstancias proporcionarian Ja prueba suficiente que les privara de su fuerza probativa (2). Si los cényuges intentaban simplemente res- (2) Supra, capitulo 4, p. 68 8. Cf. N. Orvibte Griese, The Marriage Contract and the Procreation of Offspring (Washington, D. C., 1946), pp. 60 ss., esp. pp. 64, 65 para él anilisis de autores. DOCTRINA DE P{O XIX SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA Bol tringir e] uso del matrimonio a los periodos estériles, el matrimonio seria valido como decia Pio XII; con todo, nos quedaria el problema de la licitud de tal intencién. El Pontifice habia ya explicado que no habia ningun problema mo- ral en ei uso del matrimonio durante los periodos estériles cuando dicho uso no se limita a estos periodos, en otras palabras cuando estos perio- dos también se usan: ‘Si el Nevar a la préctica esta teorla no significa otra cosa sino que los esposos puedan usar de su derecho matrimonial también en los dias de este- rilidad natural, no hay nada contra ella; con esto, de hecho, no impiden ni perjudican de ninguna manera Ja consumactén del acto natural y sus con- secuencias naturales ulteriores. Precisamente por esto la aplicacion de la teoria de la que estamos hablando se distingue esenclalmente del abuso ya sefialado que consiste en la perversion del mismo acto (3). Afiade que el problema no es tan simple en los que restringen Ja union sexual solamente a los periodos estériles. No es suficiente el que efecttien el acto de una manera natural; la concepcién deberia darse si es que hay buena voluntad de aceptar la paternidad. Adem4s nece- sitan razones justificantes para usar este método de limitacién fami- lar. éPor qué se necesitan razones justificantes? Al responder a esta cuestion el Santo Padre contribuye muy significativamente al desarro- llo de la teologia de la continencia periédica; de aqui que debemos ci- tarle completamente y lo mas literal y fielmente que podamos. Dice: La razon es porque el matrimonio obliga a wn estado de vida que, del mismo modo que confiere clertos derechos, impone también el cumplimiento de una obra positiva que mira al estado mismo. En este caso se puede apli- car el principio general de que una prestacion (4) puede.ser omitida si gra- (3) Discurso a las Comadronas, op, oif., pp. 844-845, (4 Para mayor exactitud hemos traducide la palabra tegal técnica italiana “preste- zione” por la correspondiente palabra técnica inglesa “presiation” (en espafiol preste- cidn) que se define asi en el Oxford Universal English Dictionary: “La accién de pagar, en dinero 0 en servicios, lo que se debe por ley 0 costumbre, a feudalmente; un pago o la efecucién de un servicio exigido o impuesto de esta forma; también Ia ejecucién de elgo prometido”, Aunque es esta ung palabra poco cotriente hoy dia incluso en el lenguaje legal, es una traduccién exacte de la palabra empleada por Pio XII, Fue la tnica palabra exac- ‘ta que pudimos encontrat para expresar el sabor legal y el sentido téonteo legal del ita~ Alano empleado por ef Papa, Aun cuando el uso de este lenguafe en este contexto pu- 052 DOCTRINA DE PiO XIT SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA ‘ves motivos, Independientes de la buena voluntad de aquellos que estén obli- gados a ella, muestran tal prestacion como inoportuna o prueban que no se puede pretender equitativamente por el acreedor (en este caso el género humano). El contrato matrimonial, que confiere a los esposos el derecho a satisfa~ cer la inclinacién de la naturaleza, les constituye en un estado de vida, el estado matrimonial; ahora bien, a los conyuges que hacen uso de él con el acto especifico de su estado, la Naturaleza y el Creador les impone la fun- el6n de proveer a la conservacién del género humano. Esta es la prestacién caracteristica que constituye el valor propio de su estado, el bonum prolis. E] individuo y la Sociedad, el pueblo y el Estado, la Iglesia misma, depende para su existencla, en el orden establecido por Dios, del matrimonio fe- eundo. Por lo tanto, abrazar el estado matrimonial, usar continuamente de la facultad que le es propia y sélo en él es lieita, y, por otra parte, sustraerse siempre y deliberadamente sin un grave motivo a su deber primario, seria pecar contra el sentido mismo de la vida conyugal. De esta prestacién positiva y obligatorla pueden eximir, incluso por largo tiempo y hasta por la duracién entera del matrimonio, serlos motivos, como los que no raras veces existen en la llamada “indicaci6n” médica, eugené- sica, econémica y social. De aqui se sigue que Ja observancia de los tiempos infecundos puede ser “licita” bajo el aspecto moral; y en las condiciones mencionadas es realmente tal. Pero si no hay, segin un juicio razonable y equitativo, tales graves ra- zones personales o derivadas de las circunstancias exteriores, ia voluntad de evitar habitualmente la fecundidad de la unién, aunque se continue sa~ tisfaciendo plenamente la sensualidad, no puede menos de derivar de una falsa apreciacién de la vida y de motivos extrafios a las rectas normas 6ticas (5). En este parrafo quedan fuertemente destacados dos puntos: 1) hay un deber de procrear; y 2) aunque es una obligacién afirmativa, admi- te causas excusantes. Un analisis ulterior de estas causas excusantes quedara expuesto en el capitulo siguiente. En este capitulo queremos examinar algunos problemas especiales derivados de la doctrina pon- tificia sobre el deber de procrear. Esta doctrina caus6 alguna sorpresa y ha sido fuente de mu- chas discusiones teolégicas, Fue algo sorprendente, no tanto por el con- diera ser anzlégico o metaforico en parte, proporciona fundamentos pera interpretar Ia obligacién de a que est4 hablando en términos de 1a justicia legal, Cf. Sranrsias DE Lns- apis, Family Planning and Moder Problems (New York, 1961), p. 133, 0.7. (5) Discurso a tas Comadronas, op. cit., 845-46. DOCTRINA DE PiO XII SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA 353 tenido de la doctrina —porque, como veremos, la existencia de tal deber parece eminentemente razonable—- como por las circunstancias de la declaracién. Creemos que fue el primer documento oficial de la Iglesia en el que se enuncia este deber por lo que hemos podido descubrir hasta ahora. La Casti connubii y otros documentos romanos importantes no habian dicho nada sobre tal deber (6). La declaracion se hizo cuando Ja mayoria de los tedlogos estaban ensefiando que los matrimonios individuales no tenian ningin deber de procrear; y cuando ningin deber de este tipo parecia necesario para la conservacién de la raza. De hecho muchos demégrafos se preocupaban por el exceso de poblacién. Y aunque desde el punto de vista de la teologia fue un desarrollo muy significativo, la declaracién no se hizo en una carta enciclica o en un documento que impusiera obligacién semejante, sino en un discurso en lengua vernacula dirigido a un grupo de muje- res seglares, Mas aun, se introdujo dentro del discurso solamente in obliquo e indirectamente, para explicar por qué se necesitaban causas justifican- tes para la practica sistematica de la continencia periddica. Tal vez sea esta la causa por la que algunos autores, escribiendo después de la publicacion de esta alocucién, continuaban habiando come si no hubie- ra ninguna obligacién afirmativa de procrear en los matrimonios indi~ viduales. Posiblemente creyeron que, como esta doctrina se introdujo en e] texto como una explicacién de la doctrina moral sobre el uso del (6) Cf. supra, capitulo 17, nota 13. #2 anterior silencio oficial de un deber de pro- crear puede ser comprendido més facilmente, y parcialmente expticado, si recordamos: Jos puntos siguientes, \ La Iglesia ha aprobado tradicionalmente el mutuo acuerdo de practicar la continen- cia perfecta por razones sobrenaturales. Légicamente no habia ninguna necesidad de afirmar una obligacién de procrear por lo que respecta a los matrimonios excepcionales que practicaban Ia continencia perfecta, porque estaban eximidos de dicha obligacién 0 estaban por completo fuera del Ambito de la obligacién. ‘Tampoco habia necesidad de afirmario por lo que respecta a los matrimonios que jhacian uso de sus derechos regularmente sin tener presente o sin conocer los periodos estériles, porque estaban cumpliendo dicha obligacién. Y¥ no habia ninguna necesidad practica en el pasado de afirmar esta obligacién por lo que respecta a los matrimonios que practicaban la continencia perlédica, porque eran re- Jativamente pocos, y porque no se conocia como un método eficaz de evitar Ia concencién hasta nuestros propos dias. Segin F. HUarx, De re matrimoniali Roma, 1955), p. 112, n. 23, el Discurso a las Comadronas es el primer documento pontificio que enuncia un deber afirmativo de procrear. R 354 DOCTRINA DE Pi0 XII SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA ritmo y para aducir razones en favor de la doctrina moral enuncia- da principalmente, era de menos valor autoritativo que la doctrina central. Concedemos que la doctrina central es que la practica siste- matica de Ia continencia periédica puede ser licita, pero solamente cuando esta justificada por causas excusantes proporcionadas. A veces, en los documentos eclesiasticos, las razones dadas en favor de una doctrina no gozan del mismo grado de autoridad que la misma doc- trina. Por estas diversas circunstancias, la doctrina pontificia sobre el deber de procrear fue una sorpresa para muchos, Pero sorprendente 0 no, y prescindiendo del grado de solemnidad o autoridad que se le atri- buya, es ahora una posicion teolégica admitida y se ha convertido en objeto de muchas discusiones. Para la mayor parte el debate gira alrededor de cuatro puntos: 1) si la base del deber es el mismo estado matrimonial o solamente el uso del matrimonio; 2) qué virtud o virtudes inculcan esta obligaci6n; 3) si el deber queda Iimitado solamente por las causas excusantes, 0 queda cumplido cuando se llega a un nimero determinado de hijos; y 4) si es una obligacién grave que obliga a los matrimonios individual- mente considerados bajo pecado mortal. Fl resto de este capitulo se dedicara al examen de estos cuatro puntos. La base de la obligacién La primera cuestion es si Ja obligacion se deriva del mismo matri- monio, del estado matrimonial, o mas bien del uso del matrimonio por los que viven en el estado matrimonial. No se puede negar que al leer por primera vez la alocucién se con- cluye con probabilidad que la obligacién se deriva directamente y de- pende del uso actual del matrimonio, Creemos, no obstante, que el texto de] documento no cietra una ulterior discusién de esta opinion; ademas, por las dificultades con que nos encontramos al explicarla, queremos ofrecer a modo de prueba al examen de nuestros colegas LA BASE DE LA OBLIGACION 355, tedlogos algunas razones que nos mueven a pensar que la obligacién se deriva directamente del estado matrimonial. Pio XII afirma que los matrimonios que de facto usan de su dere- cho habitual y completamente, estan obligados a contribuir a la conservacién de la raza. Pero no afirma que tengan esta obliga- cién precisamente porque usan de este derecho, ni que los que no usan de su derecho no tengan esta obligacién. ,No es posible que el sentido del documento sea: “por lo menos los que habituaimen- te y perfectamente usan..., etc.”, tienen esta obligacién? Esta in- terpretacién no se debe afirmar gratuitamente. Pero creemos que hay una buena raz6n para creer que este sea el verdadero sentido de la obligacion enunciada en el texto. Se ha de recordar que la cnestién que el Pontifice se propone res- ponder directamente y ex professo en este punto no es la cuestion sobre qué matrimonios tienen dicha obligacién. La cuestién moral que se ha propuesto, por asi decirlo, solucionar es la de la licitud moral de la practica sistematica de la continencia periddica, En este sistema los matrimonios usan de facto del matrimonio completa y habitualmente, por tanto el Papa tendria una raz6n sélida para responder a la cues- tidén en lo que se reflere a dichos matrimonios y no entrar en ulterio- res posibilidades. Dice que pueden adoptar la practica si tienen razones suficientes y sélidas para hacerlo. Ademas dice, a modo de explicacion, de por qué necesitan causas justificantes, que es por su obligacion afirmativa de procrear, Esta obligaci6n se rige por la regla general de las obligacio- nes afirmativas, a saber, cesa cuando hay causas excusantes propor- cionadas. Evidentemente, 1a formulacién de tal explicacién ‘debia ser redac- tada con esmero en términos que dejaran intacta la antigua tradicién cristiana de “la continencia virtuosa permitida incluso en el matri- monio, si consienten en ella los dos cényuges” (7). Esta podria haber sido otra razon pata restringir su declaracién explicita de la obliga- cién a los matrimonios que de hecho usan de sus derechos habitual y perfectamente. Hl problema que tenia que resolver era el de ellos y a éstos parece que se dirigié directamente. Pero no declara explicita- (D Casti connubit, AAS, 22 (1930), 559. pio XIt SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA 356 DOCTRINA mente, ni siquiera incidentalmente 0 in obliquo, que los matrimonios tienen esta obligacién precisamente porque usan de sus derechos ma- trimoniales, ni dice que los que no usan de sus derechos no tienen esta obligacion. Nos parece, por tanto, que se deja abierta a la discusion en este parrafo una cuestién importante. Pio XI dejé abierta la cuestién de si habia alguna obligacién de procrear. Pio XIZ parece haber dejado abierta la cuestién de si la obligacién se fundamenta en el estado ma- trimonial o en su uso. ¥ la dej6é abierta porque explicitamente no la determiné. De hecho la formulacion del pasaje en estudio incluso favorece la idea de que la obligacion esta ligada per se al mismo estado matrimo- nial. “E] matrimonio obliga a un estado de vida” se lee en el pasaje, “que, aunque leva consigo ciertos derechos, también impone el cum- plimiento de una tarea positiva que tiene relacién con el mismo esta- do matrimonial” (8). Esta ultima doctrina de que el estado matrimonial impone esta obligacién per se a todos los matrimonios nos parece preferible por las ragzones siguientes: 1) La proereacién es el objetivo primario e intrinseco del matri- monio, y el matrimonio consiste en un cambio de derechos y obliga- ciones con vista a los actos procreativos. Es una deduccién facil y com- pletamente razonable el que todos los que libremente abrazan un es- tado de vida que tienen esta meta primaria e intrinseca deben, por razon de ese mismo hecho, tener una obligacién per se de alcanzar esta meta. Hagamos una comparacién con el sacerdocio. Su objetivo mas fun- damental es el ofrecer el Sacrificio de la Misa. Fl que escoge el sacer- docio como su estado de vida tiene, por el mismo hecho, obligacion per se de ofrecer el Sacrificio de la Misa. La ley eclesiastica impone ulteriores deberes en algunos casos; pero el deber de ofrecer el sacri- ficio en virtud del sacerdocio brota de! fin natural y esencial del sacer- docio. Puesto que la naturaleza del mismo estado matrimonial pro- porciona un fundamento adecuado de la obligacién, filoséficamente no (8) AAS, 43 (1951), 835-854, en la p, 845; hemos afiadido a Ia impresién en cursiva. GA BASE DE LA OBLIGACION 357 hay ninguna necesidad de buscar un fundamento adicional de ley natural en el uso sexual del matrimonio. 2) Pio XII no afirmé, y en nuestra opinion seria dificil de demos- trar, que el orden moral natural obliga a los cényuges a procrear pre- eisamente porque hacen uso del matrimonio completa y habitual- mente. Es admitido por todos que el uso completo del matrimonio durante los periodos estériles en ocasiones concretas, incluso en muchas oca- siones concretas, no impone ninguna obligacién de procrear. La razén esta en que el acto matrimonial tiene otros fines naturales e intrinse- cos, ademas de la procreacién, separables de la procreacién actual o de cualquiera intencién de actual procreacién. (Las doctrinas de Pio XI -y Pio XIE confirman esta posicién teolégica). Entonces, c6mo se puede demostrar que simplemente porque se -ejecuten los actos completos habitualmente, y precisamente porque son ejecutados habitualmente, la misma ley natural les impone una -ordenacién a la actual procreacién? Magis et minus non mutant speciem. La idea de una ordenacién natural de la actividad sexual a la pro- ereacién efectiva, de forma que imponga una obligacién de procrear, que solamente urge cuando los actos completos son ejecutados habi- tualmente y no urge en los demas casos, no es un concepto facil de comprender. Se hace todavia mas duro de comprender cuando recor- damos que esta ordenacién no urge, y no impone ninguna obliga- cién de procrear, siempre que los conyuges tienen razones graves pro- porcionadas para no procrear. Si hay una ordenaci6n necesaria establecida por ley natural entre el uso del sexo y la intencién de procrear 0 el logro eficaz de la pro~ creacion, gpor qué no acompaiia la procreacién a toda actividad se- xual? Si fuera asi, nos seria imposible justificar el uso del periodo estéril (9). San Agustin creia que existia tal orden necesario y muy légicamente rechazaba el uso del periodo estéril. (9) F. Hirth, S. J., escribiendo en 1931, decia: “Coniuges autem ex ipsa operls con- jugalis natura et ex fine primario matrimonti uiterius obligari ad curam positivam adht- bendam et ad finem operis positive, pro posse, saltem ita promovendum, ut quoad tem- pora ageneseos naturae defectum quodammodo supelleant, et ita efdciant, ut fructus copuise ob intervenientia obstacula naturalta periclitatus, tamen obtineatur: gratis asse- ctitur, Valet, quod modo dictum est, sc. si huiusmodi haberetur obligatio, nunquam na~ 858 DOCERINA DZ PIO XII SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA Confesamos que hasta cierto punto, nos preocupa el que una expli- cacién del deber afirmativo fundamentada precisamente en el uso sexual, pudiera tender a dar nuevo vigor a conceptos ya pasados referentes a la teologia de la intimidad conyugal. Nuestro expli- cacién evita la posibilidad de una vuelta a la afirmacién de que los fines secundarios del matrimonio tienen valor propio y se subor- dinan al fin primario solamente cuando se usan como medios para llegar a) fin primario. También evita la apariencia de una vuelta al anticuado modo de mirar a la concupiscencia sexual como un mal, cuyo uso tiene que ser compensado por la descendencia, o la idea toda- via menos aceptable de que los hijos son el precio que se esta obligado pagar por los placeres del sexo. 4) Mas aun, si la obligacién de procrear se deduce del uso ordena~ do y efectivo, gpor qué no se ha de seguir del uso ordenado pero in- completo del matrimonio? Los actos incompletos sexuales en el matri- monio estén por su misma naturaleza ordenados al acto completo y a a la procreacién. Solamente porque estan de tal forma ordenados son. licitos en el matrimonio. ¢Cémo explicar entonces que los matrimonios que disfrutan regularmente de relaciones sexuales completas tengan esta obligacién para con la raza, mientras que aquellos que regular- mente sdlo se entregan 2 los actos incompletos (como el amplezus re- servatus) no tengan esta obligacién? Qué razones pueden encontrarse: para hacer estas distinciones en las obligaciones de la ley natural? Se objeta que para salvaguardar el logro del fin primario, la natu- raleza tenia que imponer la obligacién de la procreacién solamente a los que usan del matrimonio regularmente y con actos completos. Una obligacién para los que usan el matrimonio raras veces o sola- mente con actos incompletos, no es necesaria para salvaguardar el fin primario porque hay poco peligro de que mucha gente se clasifique tuvalis copula, quotiescumque origo novae vitae ex defectu causarum naturalium est im- vossibitis, licita esset. Quod enim ex natura rei sequitur et contra tei naturam offendit, semper valet, et semper prohibitum cst... Quee dicta sunt valent tum de uno alterove casu particulari tum de habituali temporum observatione: neuira praxis (ratione sub brobatur ilicite”. De sterilizatione physiologica, en “Nouvelle revue théologique", 5B (1931), 674-89, en pp. 686, 687. Pero en su comentario al Discurso a 12s Comadronas, el P. Hirth favorece la opinién de que la ley natural establece un orden necesatio (con sa obligacion consigulente) entre el uso completo habitual y ef logro del fin primarlo que no se da en el uso completo ocasional 9 en el uso incompleto; cf. De re matrimonial (Rome, 1955), pp. 11245, nn. 28 y 24, ™ LA BASE DE LA OBLIGACION 359 bajo esta categoria. Pero una argumentacion basada exclusivamen- te en la necesidad de una obligacién para asegurar el logro del fin primario de la conservacion de la raza es poco convincente. Los hechos de la historia niegan tal necesidad. No hay peligro de que el mundo quede despoblado, exista o no exista esta obligacién. Hasta ahora no hemos sabido nada sobre esta obligacién, y todavia no ha sufrido por ello la poblacién del mundo. A pesar de las guerras desvastadoras y de las plagas, a pesar del amplio uso de la anticoncepcién y del abor- to, la raza humana ha continuado creciendo hasta el punto que in- chiso los tedlogos de mentalidad moderada reconocen el problema real del exceso de poblacién. Las ideas precedentes muestran que una explicacién del deber afirmativo de procrear basada en el uso del matrimonio, no es convin- cente. Es particularmente duro el aceptar una obligacién de ley natu- ral de procrear que venga a la existencia solamente cuando y preci- samente porque los cényuges hacen uso completo y habitual del sexo en su matrimonio. Por otra parte, la explicacién de que esta obligacién se deriva del ‘mismo estado matrimonial es logica por s{ misma. Reconoce que hay ‘un orden natural establecido por Dios entre la sociedad matrimonial y su fin primario, y que este orden natural incluye per se la obligacién de alcanzar su fin primario en los que escogen este estado de vida. Mas atin, esta explicacién protege adecuadamente la tradicién an- tigua referente a la continencia perfecta en el estado matrimonial. El afirmar que todes los matrimonios estan per se obligados a contribuir afirmativamente a la conservacién de Ja raza significa que la natura- Jeza del matrimonio exige esto en circunstancias ordinarias, pero tam- ‘bién deja lugar al caso excepcional de que un matrimonio piado- so se ponga de acuerdo por consentimiento mutuo para practicar la continencia perfecta. Seguramente dichos casos seran raros y ex- cepcionales. No es derogatorio para la continencia cristiana el decir que solamente por excepcién es compatible con el matrimonio cristia- no, cuyo fin primario es la procreacién (10). Podemos sefialar de paso: si la razén oculta que liga la obligacién al uso del matrimonio es, como sospechamos, el deseo de proteger la (10) Cf. Joun C. Forn, S. J., The Validity of Virginal Marriage (Worcester, Mass., 1938), p, 132, n. 46. 360 DOCTRINA DE PIO XII SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA tradici6n cristiana de la continencia en Ja vida matrimonial, venimos @ parar a una anomalia ascética extrafia, cuando eximimos de la obli- gacién a los que usan del matrimonio habitualmente pero con actos incompletos. La tradicién cristiana no tiene nada o muy poco que decir de tal continencia a medias. La postura que consideramos preferible y que proponemos a modo de ensayo a la discusién de otros tedlogos, puede resumirse de la si- guiente manera: La institucién del matrimonio tiene como fin primario e intrinseco por parte de Dios y de la naturaleza, la procreacién de hijos. Conse- cuentemente, todos los que adoptan este estado estan obligados per se a la procreacién si es que pueden, y @ usar sus derechos matrimoniales durante los perfodos fecundos con la frecuencia suficiente para cum- plir con esta obligacién (11). Pero esta obligacién es afirmativa, y los matrimonios individualmente considerados pueden estar excusados de ella temporal o perpetuamente segtin sean las razones proporcio- nadas. El deseo y la capacidad de practicar la continencia perfecta por un motivo sobrenatural, si lo tienen ambos cOnyuges, es una excusa. legitima y permanente de la obligacién de procrear que de otra forma caeria sobre los cényuges por su mismo estado matrimonial. El deseo de practicar la continencia periddica por uno o mas de los distintos. motivos mencionados por Pio XII, es también una causa excusante legitima, temporal o permanente. Trataremos de estas causas justificantes en el capitulo siguiente. {1D Tal postura suscita cuestiones como estas: “Es licito escoger a sablendas un conyuge estérit para el matrimonio, sin ninguna causa excusante especial, simplemente por desear un matrimonto sin hijos? ¢Habria obligacién de hacer uso de una insemina- cién asistida? ¢Hay obligacién de usat los medios ordinarios para asegurar la fecundi- dad de a unién sexual o para corregir una esterilidad sin culpa pero que tiene cura? La mayoria de estas cttestiones son académicas. Sea como fuere, no creemos que los matrimonios, precisamente en virtud de su obligacién afirmativa con respecto @ Ia raza, estén obligados a soportar una notable inconveniencia para asegurar Ia fecundidad de su unin, LAS VIRTUDES QUE REGULAN LA OBLIGACION 361 Las virtudes que regulan ta obligacién El hacer venir hijos al mundo envuelve !a tremenda responsabili- dad de cooperar con Dios en la produccién de un ser humano que queda de esta forma lanzado a una carrera que conduce, para bien para mal, a un destino eterno. La procreacion, pues, deberfa efec- tuarse sobre todo bajo la direceién de la prudencia sobrenatural. El campo para el ejercicio de esta prudencia ha sido considerable- mente aumentado ahora que existe un método legitimo y mas 0 menos eficaz de planificar la familia, Cuando e! tinico método legitimo era el generalmente impracticable de la continencia completa durante pro- longados periodos de tiempo, Ja tinica decisién realista en la mayoria de los casos era el flarse de Ja providencia divina. Hoy, que la continen- cia periddica es factible, los matrimonios tienen que tomar decisiones mas complejas. Muy frecuentemente han de combinar la confianza en la divina providencia con la conflanza en su propia providencia humana en la planificacién de la familia. En otras palabras, la acti- vidad generativa tiene que ser regularizada por la prudencia sobre- natural, Esto seria verdad, por supuesto, ya reconociéramos una obligacién afirmativa de procrear o no. Pero una vez reconocida la obliga- cién, se hace mas ldgico, desde el punto de vista del te6logo, el de- terminar mas en concreto la virtud o virtudes que gobiernan este de- ber de procrear. . Hemos ya citade por completo el anico pasaje de la alocucién que nos da la clave de la naturaleza especifica del deber de procrear. En este pasaje el Santo Padre no dice nada explicitamente sobre la vir- tud que inculca la obligacién. Algunos tedélogos la han explicado como una obligacion de justicia legal, por ser la procreacién de los hijos una contribucién a la raza, impuesta por el bien comin de la raza (12). (12) Ni que decir tiene que puesto que Jos cényuges estén obligados a dar e! dépito y a cumplir esta obligacién por actos que sean per se apropiadas para la procreacién, el deber de Ia procreacién esté regulado tambien en este especlo por la virtud de Ia fusticin 362 BOCTRINA DE P{O XIi SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA La idea de que la justicia legal queda incluida en esta obligacion esta sugerida fuertemente por el lenguaje técnico de Pio XII, espe- cialmente cuando 61 emplea las palabras “prestacién” y “reclamante”. Se imagina a la raza humana como reclamando o exigiendo un dere- cho a ios matrimonios para que contribuyan a su conservaci6n. Es posible, sin embargo, que este lenguaje sea metaf6rico y que no se haya de tomar demasiado literalmente. Ciertamente el bien de 1a comuni- dad social no es el unico fundamente de la obligacion. Menos de un mes después de la Alocucién a las Comadronas, Pio XII avisé contra: una miserla mds profunda ain, de la cual es necesario preservar a la familia; es decir, la envilecedora esclavitud a la que la reduce una mentali- dad que tlende a hacer de ella un puro organismo al servicio de la comunidad soclal, para darle una masa suficlente de “material humano” (13). Dijo m&s tarde que “el oficio primario del matrimonio es estar al servicio de la vida” (14). Pero esté muy lejos de admitir que la pro- creacién de la vida esté primariamente al servicio del Estado o de la sociedad humana. Hay dificultades si restringimos el concepto de justicia legal de- masiado. Cuando la justicia legal estricta entra en juego, la obliga- cién en ei individuo corresponde a un derecho, de ordinario ejecuta- ble, por parte de la sociedad. Dificilmente podria haber sido el pensa- miento de Pio XII que su “reclamante” —en este caso, la raza huma- na— tuviera un derecho de justicia legal a insistir en que los matrimo- nios procrearan y a castigar a los que dejaran de hacer esta prestacion obligatoria. Mucho menos verosimil habria sido atribuir al Estado o a la sociedad o a algun gobierno de un mundo futuro el derecho legal —-en el caso, en el que el bien comin de la raza exigiera mas bien menos hijos que mas— a exigir que los matrimonios no procrearan, y castigar a los que juzgaran demasiados proliferos (15). Pero si entrara conmutativa. Cf. supra, capitulo 5, p. 81, para la discustén de si el fundamental ins in corpus incluye normatmente no s6lo el derecho a la unién fisica, sino también el derecho a Jos hijos. (13) Discurso al “Frente de ta Familia” y a la Asociacién de Famitias Numerosas, 26 de noviembre de 1951, AAS, 43 (1951), 855-860, en la p. 856, (a) Bid, p. 859. (15) Cf. Discurso a los Ginecélogas, 7 de septiembre de 1993, AAS, 45 (3953), 596-607, en la p. 606, LAS VIRTUDES QUE REGULAN LA OBLIGACION 363 en juego la justicia legal, entonces los derechos por parte de la socie- dad deberian corresponder a las obligaciones por parte de los ciuda- danos, y si el bien comin puede exigirles normalmente la procreacién, el mismo bien comun podria otras veces exigirles poner limites a la procreacién (16). Ademas, también es algo extrafio hablar de una obligacion de jus- ticia legal para con toda la raza, porque de ordinario no concebimos a toda la raza humana como una persona moral capaz de ser sujeto de derecho en justicia legal. Por otra parte, todos los seres humanos forman bajo el gobierno de Dios una especie de sociedad natural uni- versal, que, con la expansion de los medios de comunicacién, estaria y estard cada vez mas organizada. El bien comun de esta sociedad natural, de todo el género humano desorganizado en su condicién pre- sente, es dificil de definir y delinear tanto en ésta como en otras ma- terias; pero la raza parece tener una unidad natural suficiente de des- tino general bajo el gobierno de Dios para convertirse en sujeto de derecho de justicia legal, de un modo semejante a como son sujeto de derecho las naciones. Por consideraciones como éstas, aventuramos la opinion de que la atribucién de esta obligacion a la justicia legal, aunque sea valida en un sentido analégico e incompleto, necesita una ulterior aclaracion antes de que se acepte como el fundamento completo de la obligacién. No negamos, pues, que la justicia legal quede de alguna forma incluida, sugerimos que la virtud de la piedad (pietas) puede estar ain mas estrecha y apropiadamente asociada con este deber. La piedad es una virtud que se ejercita principalmente con respecto a la familia y a la patria natal. Por qué no se puede extender a toda la raza humana? El concepto de piedad hacia toda la familia humana tiene sus dificultades, pero parece mas facil de comprender que ei concepto de justicia legal hacia todo el género humano. Pero gpor qué la invocamos? ¢Por qué multiplicar las obligaciones? La razon de introducir la piedad en el analisis no es multiplicar las (16) Asthowy F. Zmmeawan, Catholic Viewpoint on Overpopulation (Garden City, N. ¥,, 1961), p. 160, esnecula curiosamente acerca de una situacién de un excess de po- blacién absolute en el que el Estado tendria que urgir un deber de ley natural (dectarado por 1a Telesia) de no procrear. 364 DOCTRINA DE PiO XII SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA obligaciones, y de hecho no las multiplica, sino sefialar un aspecto de este deber de procrear que seria de otra forma pasado por alto. Cuando las obligaciones se explican en términos de justicia, inclu- so de justicia legal, el deudor y el acreedor se imaginan como antago~ nicos o por los menos como opuestos y separados. Una nota basica y caracteristica de toda justicia es la alteridad. Cuando se concibe a la raza humana como reclamante o acreedora, y los matrimonios como deudores obligados a hacer cierta prestacién, esta forma de examinar Ja relacién necesariamente acentua el elemento de alteridad. Esto es inadecuado porque existe también un elemento fundamental de iden- tidad y unidad. La virtud de la piedad, como la caridad, acentia la unidad de la familia individual y de Ja patria individual. ¢Por qué no puede ser la piedad hacia toda la raza humana la que acentue la uni- dad de la familia humana? La procreacién para conservar esta fa- milia humana seria entonces no sélo un acto de justicia legal en cierto sentido, sino también de piedad. A més de esto, hay una frase en la alocucién que parece aludir a la Piedad hacia Ja propia familia, el propio pais y la Iglesia. Pues el Papa, explicando la obligacién afirmativa, decia: “El individuo y la socie- dad, el pueblo y el Estado, la misma Iglesia, dependen en su existencia del orden establecido por Dios, en el matrimonio fecundo”. Esta frase hace que parezca que el deber afirmativo de la procreacién se refiera no sélo a toda la raza humana, sino también a sus divisiones mas pe~ quefias. El criar hijos es un acto de piedad hacia ellos (los mismos hijos) o al menos para con la unidad de la familia incluyendo los padres. Existe en la naturaleza humana un impulso y una necesidad natu- ral por la prelongacién de si misma, no exactamente por una prolon- gacién de la raza. La prolongacién de los mismos padres en sus hijos es uno de los valores personales mas altos y mas fundamentales en el matrimonio. Asi la procreacion unifica en si misma el bien de Ia espe- cie y el bien personal de los padres. El canénigo Jacques Leclerq hace profundas reflexiones sobre este aspecto: Es demasiado simple y aun en parte falso oponer la continuacién de la especie a la felicidad de los esposos, porque es en parte falso presentar la fecundidad bajo el s6lo aspecto de continuacién del género humano. LAS VIRTUDES QUE REGULAN LA OBLIGACION 365 El empleo de expresiones abstractas, tales como el “género humano” o la “especie humana”, presenta el mismo inconvenlente que el de otras a pro- pésito de la sociedad politica. El hablar slempre del Estado, de la naclon, nos hace perder de vista las realldades humanas a que estas entidades se reducen. De igual modo, el hablar del género humano nos hace perder de vista que él género humano son los hombres, que los hombres son hombres y mujeres, son parejas; que el hijo no es hijo del género humana, sino de sus padres; que no contintia al género humano, sino a sus padres, y que slo en la medida que continua a sus padres continta al género humano; y que sus padres son hombres. En vez de hablar de continuacién del género humano, digamos mas bien que los hombres deben continuarse. Para que los hombres se continten hace falta que los hombres y mujeres se unan, al menos de modo habitual —es decir, que esta sea la suerte de la mayoria de los hombres y las mujeres—j para que se unan es preciso que la unlén sea condicién esenclal de su fell- eldad; para que en su unién deseen hijos hace falta que estos sean el com- plemento de su unién, y para que los hijos encuentren en Ja familla los ele- mentos de formaci6n que necesltan es preciso que esta formacién esté vinculada a la felicidad y a la unién de los padres. Hay, pues, un nexo de mutua dependencia tan estrecho entre la unién conyugal y la fecundidad, que resulta falso separarlas y, mas todavia, opo- nerlas, El amor produce los hijos, y las condiciones de reproducclén son tanto mds perfectas cuanto més perfecto es el mutuo amor de los padres. Para facilitar la exposicién, se puede distinguir el amor y ja procreacién como dos fines distintos, pero la claridad corre el peligro de convertirse en oscuridad, como ocurre con frecuencia, porque el deseo de claridad nos in- duce a no tener en cuenta clertos matices y a falsificar los términos del problema. La tendencla a separar los dos términos ha sido slempre marcada, La corrupelén esencial del orden familiar estriba en Ja separacién del amor y la fecundidad. Esta separacién toma las formas més diversas; tendremos ocaslon de observarlo en las paginas que siguen. A causa de esta separacién, por ejemplo, se reserva en clertas sociedades la fecundidad del matrimonio y Se permite e incluso se fomenta en el hombre el amor fuera del matrimo- nio; por la misma razén, en otras sociedades, como ocurre en nuestros tiem- pos, se quieren separar radicalmente amor y fecundidad, suprimiendo ade- més el mismo matrimonio. Otro aspecto de esta separacién viene dado en la doctrina que, al no ver en el nifio mas que un ciudadano, no reconoce nexo moral ninguno entre él y sus padres, en consecuencla, busean el amor sin tener en cuenta nada mas, y cuando nace un nifio, la sociedad se encarga de él, En camblo, de lo expuesto resulta que el orden natural exige que el nifio continue a sus padres ¥ que no contintie a la sociedad mds que por el hecho de que sus padres forman parte de ella; que los padres son responsables del hijo, el ser que 366 DOCTRINA DE PO XII SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA les contintia. Toda doctrina que separe el amor de la fecundidad, favorecera Ja tesis en virtud de.la eual el nifo es hijo de la colectividad mas que de sus padres... Cuando se habla, pues, de la familia, se puede igualmente exponer la doctrina a partir del hijo o a partir del amor, ya que el hijo exige el amor y el amor conduce al hijo (17). Parece también exacto teolégicamente el considerar el deber de la procreacién como regularizado también por el amor conyugal, que, dice Ja Casti connubdii, informa todos los deberes de la vida de los esposos y tiene cierto princi- pado de nobleza en el matrimonio cristiano... Con este mismo amor es me- nester que se informen los restantes derechos y deberes del matrimonio, pues no s6lo ha de ser ley de justicta, sino también norma de caridad, aque- Uo del Apostol: “E2 marido pague a la mujer el débito; y, de la misma suer- te, la mujer al marido” (18). Ademas de esto, la virtud de la religi6n también regulariza la pro- creacién cristiana, pues es parte de la vocacién sobrenatural del ma- trimonio el engendrar hijos para el cielo, formar ciudadanos para la ciudad de Dios y para que lo adoren. Santo Tomas dice que el acto ma- trimonial es meritorio si esté motivado por Ja virtud, ya por la justicia, cuando se ejecuta para dar el “debitum”, ya por la religién, cuando se ejecuta para engendrar hijos que veneren a Dios (19). Para terminar debemos considerar la castidad conyugal. El Padre J. Diamond, S. J., afirmaba en un articulo escrito poco después de la Alocucién a las Comadronas: “El menospreciar positivamente el fin primario del matrimonio de esta forma (practicando la continencia periodica sin raz6n justificante) es un uso desordenado del acto espe- cifico del estado matrimonial —el uso de la facultad generativa—, y es, por tanto, un pecado contra la castidad conyugal” (20). Estamos de acuerdo en que la castidad rige la obligacién afirma- tiva de procrear y que un fallo en el cumplimiento de esta obligacion GD Jacaues Lecene, Marriage and the Family (New York, 1941), pp. 114; versién espafiola: Le Famitia, Barcelona, Herder, 3 ed., 1964. (18) AAS, 22 (1931), 539-92, en las pp. 547-48, (19) Suppl, q. 41, a. 4, corp.: “Si enim ad actum matrimonialem virtus inducat vel iustitiae, wt debitum reddat; vel religionis, ut proles ad cultum Dei procreetur: est meritorius”. (20) “Clergy Review”, 37 (1952), 766 (Correspondencia), ™ LAS VIRTUDES QUE REGULAN LA OBLIGACION 367 es un pecado contra la castidad; pero no estamos conformes con la argumentacion o explicacién que se da a veces para fundamentar esta posicién, porque dicha argumentacién parece suponer que la obliga- cién brota del uso actual del sexo. Preferimos la explicacion que se fundamenta en el mismo estado matrimonial. La virtud de la castidad se toma muy comunmente en un sentido restringido, En este sentido su objeto es la regulacién de las operacio- nes estrictamente venéreas, es decir, las operaciones de los érganos genitales en cuanto genitales, y en cuanto estan acompafiados nor- malmente del placer venéreo. En un sentido mds amplio, aceptado por muchos tedlogos, su objeto es la regulaci6n de toda la funcién gene- rativa. Zalba la define como una “virtud moral especial, parte subje- tiva de la templanza, que inclina a regular el uso de la facultad ge- nerativa, segan ia luz de la raz6n iluminada por la fe” (21). Cuando se toma en este sentido més amplio incluye la regulacién de los actos que no son estrictamente venéreos. Por ejemplo, la mayoria de los tedlogos piensan que la castidad se viola cuando se practica la anti- concepcién por medio de drogas antifertilizantes, o por espermicidas usados después del acto. Con tode, estos abusos preceden o siguen al mismo acto sexual; y no tienen relacién inmediata y directa con la actividad venérea estricta como se suele lamar. Tomada en su sentido estricto o en el més amplio, opinamos que la castidad es una virtud que rige el deber de procrear. Cualquiera obligacién afirmativa significa en concreto la ejecucién de ciertos actos afirmativos. El deber de procrear evidentemente sig- nifica la ejecucién de actos sexuales durante los periodos fecundos. Este deber puede ineluir otros actos, pero antes que cualquier otro, de- be significar la posicién de actos sexuales durante los periodos fecun- dos cuando no hay razones en contra. Estos actos de unién sexual posi- tis ponendis, son actos de la virtud de la castidad. La omisién de ellos significa hasta cierto punto un pecado contra la virtud de la cas- tidad. (QD M. Zanns, Theologive Moratis Summa (24 ed., Madrid, 1957), n. 259. Cf, tam- bién, VeumreRscr, op. cit., nn. 5, 77; V. VaNoHELuwz, De temperantic stricte dicta cius- que partibus subiectivis, en “Collationes Brugenses”, 47 (1951), 38-8; Jouw R. Con- xery, 8. J., Notes on Moral Theology, en “Theological Studies”, 20 (1959), 690-629, en Jas pp. 628-29, 368 DOCTRINA DE PIO XIi SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA En la teoria de que el deber de procrear brota del mismo matrimo- nio, se comete esta falta contra la castidad incluso si los cényuges omiten también la unién sexual durante los periodos estériles. Pues en esta teoria no es el placer del sexo, disfrutado durante los periodos estériles el que leva consigo 1a obligacién de tener hijos, y, por tanto, de efectuar también la unién sexual durante los periodos fecundos. No es la misma actividad sexual, en cuanto queda restringida a los periodos estériles, 1a que esta desordenada. No es que los actos sexuales de hecho se contagian algo de una violacién de ia castidad simple- mente porque no se ejecutan también los adicionales actos fértiles. Mas bien es la omision de los actos fértiles, exigidos per se por el mis- mo matrimonio, la que constituye una violacién de Ja castidad. Nos hemos acostumbrado a pensar en la castidad como en una vir- tud negativa. Prohibe toda actividad venérea directamente voluntaria en los solteros. Prohibe la actividad sexual deshonesta en los casados. No estamos suficientemente preparados para pensar en la actividad Sexual dentro del matrimonio como en un acto positivo de la virtud de la castidad, Pensamos en dicha actividad, por supuesto, como el “debitum” que es un acto de la virtud de la justicia. Tal vez a veces incluso volvamos a admitir el pensamiento de que la actividad sexual es algo manchado que necesita justificarse, y que solamente tiene excusa porque es una deuda de justicia. Esta opinion seria teolégica- mente retrogada. La virtud de la castidad conyugal es una virtud positiva, que regu- la actos afirmativos y que incluye esos actos sexuales ejecutados du~ tante los periodos fértiles como parte del deber de procrear. A estos actos llamados venéreos estrictamente, los rige la castidad en su sen- tido restringido. Pero también se puede invocar a la castidad en su sentido mas amplio. El deber afirmativo puede incluir otros actos que no son es- trictamente venéreos. Por ejemplo, puede ser un deber e) tomar medi- das razonables para asegurar la fecundidad, y lo es ciertamente el tomar las medidas razonables para salvaguardar lo concebido de todo dafio. Estos son unos usos de la facultad generativa, que parecen formar parte del deber afirmativo de procrear (hay sin duda otros), y que forman parte, por tanto, de la castidad tomada en su sentido mas amplio. Ademés el anticoncepcionismo y otros abusos de la facultad LAS VIRTUDES QUE REGULAN LA OBLIGACION 369 generativa pueden violar el deber de procrear incluso cuando no su- pongan ningun abuso inmediato de la actividad venérea. Consecuen- temente, nos parece justo el atribuir el deber afirmativo de procrear a la castidad tomada en su sentido mAs amplio, como reguiadora “del uso de la facultad generativa segun Ja luz de Ja raz6én iluminada por Ja fe”. Lo que hemos dicho sobre el deber afirmativo de procrear y sobre las virtudes que lo rigen ha sido necesariamente a modo de ensayo. La doctrina ha sido tan recientemente introducida en la teologia que su puesto, su significado y sus consecuencias no se puede explorar completamente sin el transcurso de mas tiempo y el empleo de mas horas de estudio. No hemos intentado hacer una lista exhaustiva de todas las vir~ tudes con alguna relacién al deber de procrear. No hemos intentado decir qué virtud produce esos actos afirmativos que cumplen, y en cuanto lo cumplen, el deber. No hemos intentado distinguir si la jus- ticla legal, sea cual sea la extensién de su papel, produce sus pro- pios actos, 0 simplemente impera actos de otra virtud en cuanto tienen una ordenacién necesaria al bien comin. Estos puntos se pueden estudiar mas ampliamente, al menos para fines académicos. En cualquier hipotesis la justicia, legal o conmutativa, no es sufi- ciente. E] amor conyugal, la piedad conyugal, la castidad conyugal y ja virtud de la religién son necesarias para hacernos comprender ge- nuinamente el deber de procrear. Fl lenguaje de la justicia es “lo mio y lo tuyo”. Son estas unas palabras frias. El lenguaje del amor y de la piedad es “lo nuestro” —nuestro matrimonio, nuestra familia, nues- tra sociedad humana, nuestra religin—. Creemos que la teologia del matrimonio sufrira menoscabo si aceptamos la obligacién afirmativa de procrear sin conocer al mismo tiempo el papel que estas otras vir- tudes representan en esa obligacién. 370 DOCTRINA DE PiO XII SOBRE La CONTINENCIA PERIODICA Limites del deber de procrear Los unicos limites explicitos del deber de procrear determinados por el Papa io forman las diversas causas excusantes, Pero al tratar esta importante declaracién pontificia se advirtié pronto que otro li- mite estaba implicitamente determinado por el hecho de que el obje-~ tivo del deber era la conservaci6n de la familia, del Estado, de la Iglesia y de la raza humana (22), Esto parece significar que una me- dida del deber, por lo que se refiere a la justicia legal y a la piedad con Ja raza, es la necesidad de la poblacién segiin los tiempos. Cuando se advirtié por primera vez este limite intrinseco de la obligacién, los mejores cientificos sociales parecian pensar que los matrimonios fecundos deberian tener cuatro o cinco hijos para pro- veer a Ja conservacién y a un ligero aumento de la raza humana, Desde entonces, aumentada la conciencia del problema de la pobla- cién, este numero ha sido ligeramente reducido, por lo menos en al- gunos paises. Por ejemplo, se ha Juzgado que una familia de tres hijos satisfaria suficientemente a las necesidades de los Estados Unidos (23). Los que colocan el fundamento del deber de procrear en el uso del sexo encuentran que esta teoria es dificil de aceptar (24). ¥ en esto pa~ rece que son logicos; pues si el uso del sexo es el fundamento de Ia obli- gacion, el deber de procrear dependerd, exceptuande las causas excu- santes, exclusivamente de la decisién de Jos matrimonios fértiles de usar 0 abstenerse del acto matrimonial. Pero para nosotros, y pata otros que ponen el fundamento de la obligacién en el mismo estado matrimonial, la idea de un deber de justicia legal o piedad que esté intrinsecamente limitado por las ne- cesidades de la poblacién parece muy razonable. Por una parte, se de- (22) Of. Grnaro Ketty, 8. J., Rhythm in Marriage: Duly and Ideatism, en “Ameri- en”, 87 (3 de mayo de 1952), 128-130, (28) Of. JoHN L. Tuomas, S. J., Marriage and Rhythm (Westminster, Md., 1967), 116-17; también, Howry F, Heaty, 8. J, Medical Bthics (Chicago: Loyola University Press, 1956), p. 166. (28) E, g., JosepH Fucus, S. J., De castitate et ordine seruali (28 ed., Roma, 1960), p. 103. LIMITES DEL DEBER DE PROCREAR 371 duce esta limitacion por analogia con otros deberes para con los indi- viduos 0 para con la sociedad. Por ejemplo, en un plano individual, el deber estricto de caridad para con el projimo se mide, no solamente por la propia capacidad de ayuda, sino también por la necesidad del préjimo. Nadie esta obligado por caridad a dar todo lo que puede dar convenientemente a un préjimo cuyas necesidades quedan satisfechas con mucho menos que eso. Se da otra analogia, esta vez en la esfera social, con el deber de pagar los impuestos, Ningin Gobierno puede fijar justamente una ley de impuestos por la que cada ciudadano deba dar al Gobierno todo lo que pueda. La medida justa de los impuestos debe empezar por considerar las necesidades de la sociedad. Una vez que se determinan estas necesidades generales, se exige el impuesto 4 los ciudadanos proporcionalmente, segtin normas que supongan su capacidad relativa de pagar. Se ha objetado que esta teoria de un limite intrinseco del deber de procrear no hace concesiones a una distribucién proporcionada de dicho deber. En nuestra opinién, esta objecién pasa por alto el punto fundamental de la teoria. La teoria afirma simplemente que hay un limite de la obligacién. Pasado este limite ningan matrimonio puede ser obligado estrictamente por justicia legal o por piedad a tener mas hijos. La teoria ne dice que todos los matrimonios tienen la misma obligacién en lo que se refiere al numero de hijos que deban tener. Las causas excusantes se cuidan suficientemente de esta necesidad de proporcién. Como dice el Papa, por razon de las causas excusantes algunos matrimonios pueden estar eximidos completamente del deber de tener hijos. La teoria de un deber limitado de procrear tiene un mérito indu- dable, nos parece, en una sociedad cristiana que reconoce la distin- cién importante entre lo que es de obligacién y lo de supercrogacién. Proporciona a los matrimonios, cuyo principal interés es cumplir con su deber, una norma practicable para espaciar los hijos y reconoce que incluso los ricos y los sanos pueden estar actuando mas alla de las exigencias del deber criando familias numerosas. Esta teoria de que el deber de procrear esta limitado por las nece- sidades de la poblacién nos parece, como la hemos explicado, razonable intrinsecamente. Ademas, aunque algunos han puesto sus dificultades 372 DOCTRINA DE P{O XII SOBRE LA CONTINENCIA PERIGDICA contra ella, ha ganado la aprobacién de muchos tedlogos (25), y cier- tamente merece la cualificacién teolégica de opinién sdlidamente probable. Puede haber dificuitades al determinar los limites exactos en los diversos paises; pero ciertamente hoy dia en los Estados Uni- dos una familia de cuatro hijos seria suficiente para cumplir con este deber. La gravedad de !a obligacién Antes de la Alocucién a las Comadronas de 1951 la cuestién de Ja gravedad de una obligacién afirmativa de procrear no se trat6 porque la mayoria de los tedlogos negaban dicha obligacién. En esos afios la cuestidn se presentaba de otra forma. jEs pecado grave el practicar el ritmo, por lo menos durante mucho tiempo, sin causa jus- tificante? Solamente un pufiado de tedlogos opinaban que era pecado grave. El peso abrumador de la autoridad teolégica por todo el mundo catélico lo rechazaba (26). Desde la Alocuci6n, la fuerza del argumento de autoridad parece que ha cambiado de sentido, debido a cierto lenguaje empleado por Pio XII al explicar la moralidad de la continencia periddica. Hoy dia evidentemente, la mayoria sostiene que la practica del ritmo sin un motivo grave justificante, por lo menos durante mucho tiempo, o du- rante todo el matrimonio, o por lo menos cuando no ha nacido toda- via ningtin hijo, seria pecado grave. Otros tedlogos todavia sostienen que esto seria solamente pecado venial (27). (25) Une aceptacion verbal de la teoria quedé expresada por la gran mayoria de treinta teblogos moralistas que discutieron el asuinto en Notre Dame en junio de 1952, con ocasién de la reunion anual de la Sociedad Cat6lica Teolégica de América, También ha sido admitida por Joun R. Conny, 8. J., Notes on Moral Theology, en “Theological Studies", 19 (1958), 569-71. (26) Gniest, The “Rhythm” in Marriage and Christian Morality, pp. 53-56. (27) Cf, Josern Fucus, S. J., op. cit. (supra n, 43): “Los que escogen el periodo es- téril sin una razdn sufictente pecan. De hecho gravemente, si actian de esta forma du- rante todo el matrimonio —-como nos parece mas probable y esté al menos insinuado por Pio XI, aunque otros lo niegan. Lo mismo tal vez se ha de decir si actian de ja misma forma durante afios sin motivo, Esto no es tan evidente si los esposos tienen ya un hijo 0 varlos”. GRAVEDAD DE LA OBLIGACION 373 Nuestro problema puede proponerse de dos formas que son casi equivalentes: gEs pecado mortal practicar el ritme sin una causa jus- tificante? u ,Obliga bajo pecade mortal a los matrimonios individual- mente considerados el deber afirmativo de procrear? Nuestra respuesta @ estos problemas puede resumirse de la manera siguiente: Pio XII no determiné que fuera pecado mortal el practicar el ritmo injustificablemente. Sus palabras dejan el problema abierto @ ulteriores andlisis. La obligacién afirmativa parece que es grave ex genere suo, y admite, por tanto, parvitas materiae. Las violaciones graves objetivas de la obligacién afirmativa creemos que son raras, En la prdctica pastoral nadie puede imponer legitimamente sobre las con- clencias de los fleles obligacion grave en esta materia. El pasaje principal que se suele citar para apelar a la autoridad de Pio XII en favor de la gravedad de la obligacién dice lo siguiente: Por lo tanto abrazar el estado matrimonial, usar continuamente de la facultad que le es propta y sdlo en él licita, y, por otra parte, sustraerse slempre y deliberadamente sin un grave motivo a su deber primario, seria pecar contra el sentido mismo de la vida conyugal (28). Una cosa esta muy clara. En este pasaje Pio XII no dio por termi- nada la controversia sobre el pecado mortal. Si hubiera querido hacer- lo, lo podia haber hecho facil, eficaz y conclusivamente con solo afiadir la palabra “mortal” a la palabra “pecado”. No lo hizo. Una omisién tan notoria tuvo que ser deliberada, Pero gproporciona la terminologia algin fundamento para a de- duccién conclusiva de que la obligacién tiene que ser grave, cuando habla de su violacién como un “pecar contra el sentido mismo de la vida conyugal”; y cuando lama a la obligacién “deber primario” del matrimonio; y cuando exige un “motivo grave” para quedar eximido de la obligaci6n? La expresién “pecar contra el mismo sentido de la vida conyugal” no esté lo suficientemente definida como para que sea el fundamento de una conclusién terminante sobre la gravedad de la obligacién. El Comparese con Htarm, De re matrimoniali, p. 114: “St, sin embargo, faltan estos mo- tivos proporcionalmente graves, el uso continuado del perfodo estérll no esté libre de faita, que alguna vez puede llegar a ser grave” (“... quae aliquando evadere potest gra- vis"; Ia impresién en cursiva de potest es del mismo Hirth). (28) AAS, 43 (1951), 845-846. 374 DOCTRINA DE FiO XIT SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA mentir es un pecado contra el mismo sentido de la facultad de la palabra humana, pero de aqui no se sigue que la mentira sea un pecado grave. Tomar la frase “deber primario” en su sentido teolégico literal prueba demasiado. Pues no es simplemente verdad, en un sentido teo- légico literal, que este deber sea el “primario” del matrimonio. Pio XII seria el primero en defender la doctrina catélica tradicional de que el deber primario del matrimonio es el deber mutuo que corresponde al esencial ius in corpus. Es un deber de justicia conmutativa el efectuar actos que sean per se aptos para la generaci6n, pero este es un deber que los cOnyuges no deben a Ja sociedad sino el uno al otro en virtud de su consentimiento en el contrato matrimonial (29). En cuanto a las expresiones “grave motivo”, “razones serias”..., etc., creemos que un analisis detallado de todas estas frases en el contexto justificaria la interpretacién de que equivalen a la expresién “razo- nes proporcionadas” (30). Mas alin, en los documentos pontificios y en las publicaciones teolégicas —incluso més que en el lenguaje no técnico— frases como éstas no siempre significan clara y definiti- yamente, sub gravi. En nuestra opinion, por tanto, la terminologia de este documento que a veces es técnica y a veces no lo es, no nos exige que igualemos “razones serias” a “obligatorias bajo pecado mor- tal”, ni nos fuerza a deducir que una violacién del deber afirmativo de procrear es gravemente pecaminosa. La conclusién de lo que precede es que Pio XIi no quiso fijar nin- guna controversia sobre la gravedad del pecado. (29) Tal ves lo Ilame un deber primerio porque es un deber que tiene relacién con el fin primario del matrimonio, Cualqufera que sea el sentido —-y confesamos que es obs- curo— no constituye una base para una deduccién conclusiva sobre la gravedad de la obligacién, (30) AAS, 43 (1951), 845-48, ED 26 de noviembre de 1951, cerca de un mes después del Discurso @ las Comadronas, Pio XII, dirigiéndose @ una reunién de! “Frente de la Fa- milia”, se vefitié at Discurso a las Comadronas, y menciond que en él habia afrmado le Jegitimidad, dentro de sus limites, de emplear la continencia periddica para el contro! de los nacimientos, Y dijo de estos limites (que equlvalian a los graves motivos del Dis- curso @ las Comadronas) que eran, en efecto, muy amptios (.., i limiti — in verité. ben Jarghi), AAS, 43 (1951), 855-860, en la p, 859. En su Discurso a los Hematologistas, el 12 de septiembre de 1958, poco tiempo antes de su muerte, se refirié una vez mas al Discursa a las Comadronas, empled la frase “ tivos serios proporcionados”, y dijo que habia hablado sobre ta continencia, periédica en esa ocasién “para poner fin a las ansiedades de conciencia de muchos cristianos", 44S, 50 (1968), 732-740, en la p. 736. GRAVEDAD DE LA OBLIGACTON 315 Nuestra opinion, sin embargo, es que el deber de procrear es grave ex genere suo porque los valores que quedan incluidos, el bien de la raza humana, de la nacién, de la familia y de la Iglesia son muy im- portantes. Pero admite parvedad de materia porque muy a menudo los efectos de las violaciones individuales tienen unas consecuencias despreciables para los valores que estas obligaciones defienden. Sea como sea creemos que las violaciones objetivas graves de este deber son raras. Lo primero de todo porque la mayoria de los que son Jo suficientemente serios en el cumplimiento de sus obligaciones mo- rales, como para tomarse la molestia de practicar el ritmo antes que decidirse por la anticoncepcién, deben tener una razén justificante para hacerlo, : Otros tendr4n por lo menos razones justificantes parciales —-que no son suficientes tal vez para hacer que su practica sea licita—, pero suficientes para quedar eximidos de pecado mortal. Ademas, los matrimonios que han tenido ya un hijo no pueden, segiin creemos, ser acusados de abandonar su deber afirmativo si deciden no tener mas, Una raz6n més fundamental para sostener que las violaciones ob- jetivas graves son raras puede inferirse de un andlisis de las virtudes que imponen la obligacion. Las violaciones de estas virtudes son ex genero suo graves, pero no ex toto genere suo y la clase de deber que esta en juego es tal que en la practica las violaciones actuales graves son mas bien excepcién que regla. Pio XII, al emplear una terminologia legal que quizds resulte un poco metafdrica, nos dice que el reclamante al que se le debe esta prestacion por parte de los cényuges es la raza humana. Es un deber impuesto por la naturaleza y el Creador para ja conservacién de la raza humana. Amplifica esto al declarar que “el individuo y la socie- dad, el pueblo y et Estado, la Iglesia misma, dependen para su existen- cia... del matrimonio fecundo”. Aunque no menciona explicitamente Ja familia, sin duda esta incluida en la enumeracién. Esta forma de hablar nos invita a ponderar la gravedad de Ia obligacion cuando se aplica a cualquier caso individual en términos de las necesidades de la raza y de las otras entidades enumeradas. ¢Se puede sefialar otra norma 0 criterio de gravedad? 376 DOCTRINA DE PIO X11 SOBRE LA CONTINENCIA PERIODICA Nuestra razén fundamental, pues, para creer que las violaciones objetivas graves de la obligacién son raras, estriba en que Ja omisién de esta prestacién en cualquier caso individual raramente produciria un efecto notablemente perjudicial en el bien de la raza, del pueblo, del pais, de la Iglesia y de la familia. Creemos que esto seria cierto si la falta se considera como una violacién de la justicia legal, o de la castidad o de la piedad, o de alguna combinacién de estas u otras virtudes. Se puede objetar que si todo el mundo se niega a tener hijos el bien comtn sufrirfa un grave dafio, Por tanto es necesario imponer una obligacién grave sobre los individuos, incluso si las omistones indivi- duales no son por si mismas gravemente perjudiciales, Esta linea de pensamiento no parece conclusiva. Si todo el mundo miente habitualmente, el bien comin sufriria un dafio grave; si todo el mundo se negara a dar su voto en las elecciones, el bien comin su- triria un grave dafio. Con todo, los individuos no pecan de ordinario gravemente cuando mienten (incluso habitualmente) o cuando dejan de votar, Ademas, en cuanto que esta obligacién se fundamenta en las necesidades de la raza, es muy poco convincente el hablar de imponer una grave obligacién en la practica y en cada caso individual para con~ servar la raza en una época en que el peligro, si es que existe algun peligro, es el de exceso de poblacién y no al revés. Una ulterior objecién. Esta explicacién resulta tan amplia que con- vierte a la obligacion afirmativa en algo futil. Esto seria verdad sélo para los que las obligaciones bajo pecado venial no tienen ninguna importancia. Opinamos que las obligaciones bajo pecado venial son todo antes que fitiles, y que algunas de ellas versan sobre asuntos de gran importancia. Pensemos, por ejemplo, en la obligacién de la veracidad, que es necesaria para salvaguardar toda ja estructura de jas relaciones sociales humanas. Con todo, confesamos que la obligacién afirmativa de procrear queda un poco vaga e indefi- nida en e} estado actuai de nuestro conocimiento teolégico. Propone- mos nuestras opiniones personales a modo de ensayo con intencién de invitar a otros tedlogos a que Jas revisen en un andlisis mas amplio. Gran parte de todo lo que hemos dicho ha sido de cardcter especu- lativo. Pero la cuestion sobre el pecado mortal es tan importante que creemos aconsejable insistir en estas conclusiones practicas: dado el GRAVEDAD DE LA OBLIGACION 377 estado actual del pensamiento teoldgico, nadie, en la practica pasto- ral, puede imponer legitimamente la obligacién grave sobre la con- ciencia de los fieles de cumplir su obligacién afirmativa de procrear. Pongamos la misma idea de otra forma. No esta permitido a nin- gun confesor, sin que importe cudles sean sus opiniones personales, el negar la absolucién a los que intentan practicar la continencia peri6- dica incluso por vida, basade en que no tienen ninguna raz6n justifi- cante para proceder de este modo. Este punto ha sido publicado repetidamente estos afios. Fn concre- to tenemos dos importantes articulos de investigacién escritos por Mons, Lawrence J. Riley y por John A. Goodwine, respectivamente. Mons. Riley escribié: ¢Podemos Megar a alguna conclusién sobre este punto? Personalmente, me adhiero a la opinién de los tedlogos que sostienen que Ia prdctica pro- Jongada de la continencia periddica sin razones serias es un pecado mortal... Con todo, en vista de que la opintén opuesta goza por lo menos de una pro- pabilidad extrinseca, no me atreveria a inslstir en Ia opinién més estricta en el confesonario, 1. e., no podria negar la absolucién a un penitente que tiene intencién de continuar la practica habitual de 1a continencia perlé- dica, incluso cuando faltan razones serias (31), El P. Goodwine presenta el asunto de esta forma: Por causa de la diversidad de las opiniones teoldgicas sobre la gtavedad de Ja practica, ningin penitente que insiste en continuar la practica de la continencia periédica puede ser despedido sin la absolucién simplemente porque él o ella no tiene razén sufictente, Personalmente, creo que el matrimonio que se decide por Ja continencia periédica sin raz6n suficlente para evitar totalmente la paternidad —o in- cluso para limitar su familia a uno o dos hijos—. es reo,de pecado mortal. Pero si dicho matrimonio Insiste en continuar Ja practica, aun cuando no tengan razones sdlidas para hacerlo, no creo que obrara justamente si les negara la absolucién. La opinién teolégica no es todavia lo suficientemente unénime como para dejar fuera de ley la probablilidad de la opinion de que su conducta no es clertamente pecado grave; ni tenemos ninguna proclama serla del magisterio de la Iglesta de que es pecado mortal (32). (31) Lawaencz J. Rrtuy, Morat Aspects of Periodic Continence, en “Homiletic and Pastoral Review”, 67 (1957), 820-28, en la p. 824. (32) JonN A. Goopwrne, The Problem of Periodic Continence, en “America Becle- stastical Review”, 137 (1957), 156-67, en pp. 164-65, a78 DOCTRINA DE PIO XII SOBRE La GONTINENCIA PERIODICA Repetimos lo que dijimos en 1954, porque creemos que es verdade- ro @ fortiori hoy. Una cosa esté clara. En el] estado actual de la opinién, teniendo en cuenta que el Papa rehus6 far la controversla sobre el pecado mortal y que los teélogos europeos disputan sobre si se da un pecado mortal, y los tedlogos amertcanos sobre lo que constituye el pecado mortal st es que se da alguno, es declsivamente prematuro el Imponer obligaclones graves en el confesonario, e impropto el predicar al pueblo con palabras de una severl- dad injustifieada (33). Parece mucho més importante para ayudar 2 los matrimonios a tomar una decisién en lo que se refiere 2 la licitud del uso del ritmo, el asegurar que su consentimiento es sinceramente mutuo, y que son capaces de practicarlo sin peligro serio de la castidad o la armonia ma- __ trimonial y el bienestar familiar, que examinar meticulosamente las ra- zones justificantes. Después de todo, son ellos casi siempre los mejores jueces de las razones que puedan tener para espaciar sus hijos o limi- tar su familia por este medio, y el mismo Pio XII dijo que estas razo- nes se dan con frecuencia, y que los limites dentro de los que se permiten estos medios de limitacion familiar son muy amplios (34). (33) Notes on Moral Theology, en “Theological Studies”, 16 (1954), 52-102, en la p. 101. (3) Supra, nota 30.

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