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Crónica de un Artista – JOLACO.

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CHIRAJITO
Crónica de un Artista
“Voy a seguir siendo payaso mientras siga habiendo niños.”

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Para Arístides Samper,

luz que iluminó los corazones de muchos

y creó sonrisas en todos.

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Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio

oculto, ni bajo el celemín, sino sobre

el candelabro, para que los que entren vean

el resplandor.

LUCAS, 11, 33

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MI NAVIDAD
Desde hace más de 13 años que la tradición se llevaba a cabo, la

celebración había visto la luz en el Parque San José, junto a un grupo de

niños huele pega que hicieron a golpes huir a Chirajito. Ahora la historia

era distinta, la celebración de este año se haría en el Parque Morazán,

hermosa reliquia de nuestro querido centro capitalino, justo enfrente del

Teatro Nacional, en donde cientos de niños conviven, unos sin nada que

comer y otros con poco para hacerlo. Allí se concentra el verdadero

pueblo salvadoreño, niños con su piel quemada, que comparten con sus

madres vendedoras la pobreza, sufren junto a ellas la falta de una vida

digna, pero que a pesar de ello, en su rostro nunca falta la sonrisa, ni

mucho menos la esperanza.

En este lugar rodeado de humildad es donde hoy veintinueve de

Diciembre se lleva a cabo una fiesta de lujo, en honor a todos estos niños

que no tienen una navidad, no tienen un estreno, que nunca Santa Claus

apareció en sus casas.

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Son las siete de la mañana, Chirajito tiene más ánimos que

nunca, la alegría de ver el sol salir lo llena de esperanzas y optimismo. Se

prepara para llevar esa fiesta a las niños más necesitamos de alegría de

nuestro país, a salvar la navidad de los cipotes.

Antes de empezar con el arte del maquillaje, porque ya arriba de

los setenta años maquillarse es un arte, desayuna junto a su esposa, la

hermosa Sandra, que toda su vida ha estado enamorada, tanto de

Arístides, como de Chirajito. Su desayuno nunca va en ausencia de esos

frijolitos característicos de nuestro país, una tacita caliente de café negro

y un pan francés, que Chirajito prefiere llamarlo pan salvadoreño.

Durante el desayuno Sandra revisa que todo esté para la fiesta, los

globos, los trucos, el vestuario; de un momento a otro como mago de

película, Arístides se ha transformado en Chirajito, la bomba cultural de

la risa de El Salvador. Tiene su cara pintada de color rosa pálido, su nariz

de goma roja, sus cejas blancas puestas entre los ojos, los labios llenos de

una sonrisa blanca con su contorno negro y más allá de eso, el amor de

un payaso para con los niños, que desde su peluca artística se puede ver

la razón del existir de un humilde amigo de los cipotes.

El reloj marcaba las nueve, como es común en nuestro país, se

siente que el tiempo corre y que no lograremos llegar a tiempo, a pesar

de que falta una hora para el show, todo se vuelve catastrófico, hay que

empacar todo para irse, porque aquí no se sabe si un accidente de

tránsito, un bus, un policía, te hará perder horas en un tráfico que se pudo

haber evitado. Así que arreglando todo, salieron de camino, justo al

parque Morazán, las calles estaban ya despejadas, comparando con la

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hora pico antes de entrar a trabajar, llegaron justo quince minutos antes y

tenían tiempo para hacer un pequeña oración.

Chirajito siempre encomendaba su jornada a quién le había dado

el don de la risa, era parte esencial saber que los niños eran los dueños

del reino de los cielos, así que no había duda que había que trabajar por

ellos, de allí nace el servicio de este humilde payaso.

A eso de las diez de la mañana el parque estaba repleto de niños,

había desde pequeños hasta grandes, en búsqueda de alegría o de un

dulce que les diera un sabor diferente a su mañana. Sus madres

trabajaban vendiendo en las aceras de San Salvador, así que dejar un rato

la rutina para ser felices, especialmente para navidad, les daba la

fortaleza para seguir teniendo el optimismo de un mundo mejor.

Así comenzó la fiesta, con los chistes de Chirajito y los gritos de

los niños diciendo: “cabesha”, “estogamo”. Todos jugaban olvidándose

del mundo, ganaban premios, dulces, bombones, pero más aún ganaban

una feliz navidad.

Luego de los juegos apareció lo que en nuestro país ilumina los

ojos de muchos niños y provoca llantos en alguno pequeños, la piñata,

estaba colgaba sobre un árbol de forma improvisada, pero que importa la

improvisación cuando se tiene una piñata. Todos empezaron a hacer fila,

del más pequeño al más grande, estaban ansiosos por darle con el palo a

la piñata de los power rangers. Como era de esperar la piñata no duró

mucho tiempo, los golpes hicieron de un momento a otro que estallara

con dulces y sorpresas, todos los niños se aventuraron al suelo, buscando

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su fortuna, los aglutinaban en sus bolsillos, sobre sus camisas, alguno

improvisaban usando sus zapatos como recipiente, querían llevarlos

todos. Y como era de esperarse cada vez los ojos de Chirajito se

iluminaban más, su felicidad se alimentaba de la sonrisa de los niños, de

la alegría, de la inocencia y de la humildad de aquellos “cipotitos”, como

él los llamaba, así transcurrió aquella mañana.

Terminado la piñata todos contentos estaban comiendo sus

dulces, algunos intercambiaban sabores con otros niños, claro, todos

tienen el espíritu negociante de sus madres, así que los trueques se

miraban entre ellos. Como la hora de almuerzo se acercaba, muchos de

ellos a pesar de la alegría, ya sentían su estómago vacío. Así que

Chirajito había preparado un pequeño refrigerio, bebida y galletas para

todos, mucho de ellos, agarraron con todo, como se dice en mi país, la

comida, la devoraron en un dos que tres.

Y así es como Chirajito salvó la navidad de estos pequeños

niños, esperanzado que esa alegría los llene, dándoles esperanzas, con

ánimo que su corazón inocente se llene de satisfacción y sonrisa. Una

fiesta que Chirajito prepara año con año dedicada a quienes no pueden

ver a Santa Claus pero que si tienen un sonrisa escondida, esperando ser

encontrada.

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MI FORTALEZA
El año nuevo estuvo lleno de alegría para la familia de Chirajito,

era increíble como cada año tenía toda una gama de chistes nuevos, cada

vez divertía más y más. El dos mil diez comenzaba con proyecto en

mente para el payasito, con una familia hermosa a la cual amaba y con su

maquillaje que le había dado tantos buenos momentos.

Pasados ocho días del mes de enero, el mundo iba a girar al revés

para Chirajito, era un día pesado, en los periódicos sólo aparecían

desgracias y muertes. Además era viernes, el caos de los viernes es

horripilante, la gente pierde su educación, utiliza la bocina del carro

como locos perdidos en el desierto, sacan el dedo por doquier, el humo

del tráfico asfixia en el interior de los buses, en fin era viernes. Luego de

la cena en casa, Chirajito no se sentía muy bien, pero la esperanza de que

al día siguiente se sentiría mejor, no desparecía. Decidió acostarse

temprano, la edad ya era más que notoria y la fuerza se iba poco a poco.

A las nueve ya estaba en cama, miraba al techo pensando en su vida,

meditaba sobre la filosofía de vivir y ponía en consideración a los más

necesitados. Así mantenía su mente ocupada hasta que caía en un

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profundo sueño. Mientras tanto Sandra terminaba de arreglar y cerrar la

casa para dormir.

Eran las nueve cuarenta y cinco, Sandra buscaba ese sueño que

la haría descansar, el calor no la dejaba dormir y los pensamientos a

veces se vuelven progresivos en día de luna. Fue en ese momento que

escuchó la respiración acelerada de Arístides, normalmente respiraba

fuerte, pero no tan rápido como esa vez. Arístides despertó, sentía la

incapacidad de respirar de manera normal, pero aún respiraba, vio a su

esposa junto a él, sintió seguridad y al mismo tiempo angustia porque

debía poner más empeño para seguir respirando. En ese momento como

pudo soltó una frase para Sandra: “Sandra me cuesta respirar”.

Angustiada sin saber qué hacer, fue en busca de un vaso con agua, corrió

y regresó como un rayo de luz. Arístides ya se notaba al borde de la

catástrofe, como pudo bebió un poco de agua, hacía mayor esfuerzo para

respirar, se escuchaban sus pulmones esforzándose por seguir viviendo,

su espíritu animoso por su vocación, ponía todo el corazón a prueba,

buscando salir de esa angustia. Un minuto antes de las diez comenzó

aquel dolor infernal, justo al lado izquierdo de su pecho, es como la fiera

afilando sus colmillos en el corazón, sentís un dolor flameante, un fuego

atenuante que quema por dentro, que apunta a un lugar específico para

darte el golpe final. El dolor no se puede contener, ni evadir, mucho

menos evitar y cuando el organismo dice hasta aquí, es porque ha

decidido. Un paro cardiaco hace ver tu vida en un segundo, pasa frente a

tus ojos y esto lo último fue lo que Arístides Samper vio a las diez de la

noche del ocho de enero.

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Despertó en una sala de hospital, en el Médico Quirúrgico, con

su esposa junto a él. Allí vio que su vida había tenido una suerte como de

ningún otro, era su tercer infarto y a pesar de ello había sobrevivido, era

increíble y milagroso y con su edad era muy difícil creerlo. Sus años

pesaban cada vez más y más, pero tenía el vigor y las ganas de seguir

viviendo. Como no recordaba nada de lo sucedido, ni como había llegado

al hospital, le pidió a Sandra que le contara lo que había pasado, todo

mientras reposa en una sala de hospital, con obsequios a su alrededor de

sus mejores amigos, todos ellos payasos, y así Sandra, con dolor y

angustia cuenta lo sucedido aquella noche.

“Luego que vi que se ponían tus ojos en blanco, me sentí

impotente, no sabía qué hacer, quise llorar, gritar, irme contigo, pedir

ayuda a gritos y llanto, pero por alguna razón me controle, fui

rápidamente a coger el teléfono y llamé a una ambulancia. Junto a ti

esperé, sentía que nunca llegaría, tenía miedo de perderte para siempre.

Pero de un momento a otro escuche el sonido de la esperanza y vi la luz

fuera de casa. Corrí a abrir, entraron dos sujetos de blanco que te

llevaron sobre una camilla, me fui contigo, viendo como los médicos

hacían lo posible para traerte a la vida. En ese momento ni siquiera

sabía hacía donde íbamos y la verdad no me importaba, no me

importaba nada más que ver tus ojos de nuevo viendo los míos.

Llegamos al Hospital Zacamil, allí con alguno aparatos, desconocidos

por mí, te revivieron, la alegría llenó mi cuerpo y quise verte, pero me lo

impidieron, a pesar de que estabas vivo, estabas muy delicado, incluso

más de lo que te encuentras en este momento. Luego de eso me dijeron

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que lo mejor sería que estuvieras en el Médico Quirúrgico, así que te

trajeron acá, a una de las salas de cuidados intermedios. Y aquí

estamos, gracias a Dios puedo ver tu rostro de nuevo y tú el mío”.

Las cosas habían transcurrido muy rápido, el tercer infarto no era

cosa de juego, la edad haría difícil la recuperación, pero todavía había

esperanzas de que todo estaría bien y pronto veríamos a Arístides con su

maquillaje, divirtiendo al mundo con el Chirajito que lleva dentro.

Debía mantener reposo absoluto, por tanto tenía mucho tiempo

para pensar sobre lo hermoso que su vida había sido y de cómo el orgullo

lo llenaba por dentro, por llegar a ser el hombre y el payaso que siempre

quiso ser. Como no podía seguir con sus payasadas con los niños,

siempre aprovechaba cuando una enfermera o el doctor llegaban a verlo,

y les decía uno que otro chiste, el espíritu de Chirajito no se iría

fácilmente. Muchas enfermeras reían felices con él, les traía recuerdos de

su infancia, porque muchos nacieron junto a Jardín Infantil y todo el

elenco artístico y cultural de nuestro país. Así que cada vez que podían

iban a verlo, lo trataban con amabilidad y al mismo tiempo veían el

rostro de uno de los mejores artistas salvadoreños.

Así pasaron los días en el hospital, donde las visitas no paraban

de llegar, donde todos mandaban buenos deseos para Chirajito, se sentía

más que querido, alagado por todas aquellas personas que habían escrito,

otros llegado, enviado obsequios deseándole las mejores bendiciones.

Todo esto mientras se recuperaba del cateterismo terapéutico en el

corazón, ya que lo habían operado para mejorar el funcionamiento de su

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organismo, una operación muy difícil ya que era de corazón abierto. Pero

aún con la operación, todo marchaba a la perfección, su cuerpo cada día

se ponía más fuerte y podía hablar más fluido. Todos teníamos la

esperanza de que saldría de esta para estar de nuevo en la villa de la

alegría, compartiendo con los niños.

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MI PARTIDA
Arístides sabía que no sería fácil, a pesar de que día a día sentía

que su cuerpo adquiría más fuerzas, por dentro tenía la certeza de que sus

días podían estar contados. Habían transcurrido dos semanas desde que

había sido internado, tenía cuidados todos los días, tratamiento especiales

y alimentos muy rígidos. La habitación del hospital se había convertido

en su mundo, era su pedacito de tranquilidad, su pedacito de angustia,

allí pensaba y meditaba día con día.

Cierto día se levantó con mucho entusiasmo, tenía la sensación

de que sería un día maravilloso. Como no podía levantarse de su cama,

llamó a la enfermera para que abriera las ventanas por él, quería ver lo

hermoso del amanecer y apreciar la belleza de la única ventana que tenía.

En ese momento comenzó a disfrutar cada parte de su cuerpo, abría y

cerraba los ojos para sentir lo hermoso que era ver, movía lentamente sus

dedos de las manos, luego los de los pies, y podía sentir cada parte de sus

músculos trabajando, movía el cuello en todas las direcciones, incluso

podía mover sus orejas como intentando volar con el movimiento lento

de ellas. Poco a poco fue sintiendo el reposo en el que se encontraba y

podía escuchar el latido de su corazón, podía sentir como su sangre

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circulaba por el cuerpo cada vez más y más. Empezó a imaginar cómo

sería la vida si pudiera volar, cerró los ojos un momento y su

imaginación floreció. Sintió como poco a poco su cuerpo se levantaba de

la cama de la habitación, veía como las sábanas y los aparatos quedaban

sobre el suelo, mientras el cada vez estaba más cerca del techo. Por ser la

primera vez que volaba sentía un poco de miedo, no podía mantener el

equilibrio y sentía que en cualquier instante caería de bruces, pero poco a

poco se fue acostumbrando a su nuevo don, luego de hacer unas cuantas

piruetas en la habitación decidió salir a dar un paseo por el hospital.

Sobrevolaba los pasillos, viendo a las enfermeras correr de un lado a

otro, tranquilamente disfrutaba de aquel sentimiento de libertad, podía

sentir el viento que lo cubría y como la brisa se colaba entre el pijama,

así fue buscando una salida del hospital, quería ver el exterior desde el

cielo. Luego de recorrer todos los pasillos, salió en busca de una mejor

vista. Vio como la luz del sol iluminaba el hospital por fuera, el sol

estaba más radiante que nunca, podía ver a los lejos multitudes

caminando hacía sus trabajos, apreciaba el movimiento de los carros. Las

calles parecían trazos dibujados sobre el suelo, que hacía ver a la ciudad

encasquetada por senderos interminables. Estaba contento de ver el

mundo desde esa perspectiva, veía diferentes canchas de futbol y jóvenes

jugando sobre ellas, había uno que otro chico fuera de clase buscando

algo entretenido que hacer, y recordó sus chistes. En ese momento

disfrutó con su propia gracia, en la soledad del cielo, junto al

firmamento. No podía creer la forma en que había logrado volar, de un

momento a otro, empezó a cobrar velocidad, cada vez más y más. Sentía

los labios resecos por el aire y el poco pelo que tenía se había moldeado

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hacia atrás, como cada vez iba más alto, el frío fue aumentando, sentía

sus huesos más helados, la respiración le faltaba, quiso descender para

que la angustia desapareciera, pero no podía, su cuerpo había dejado de

obedecerle, cada vez ascendía más y más rápido, el aire escaseaba, ya no

podía ver las calles, no había distinción alguna del suelo, sólo veía las

partes verdes y nada más. Estaba tan alto que su cabeza daba vueltas y

vueltas, poco a poco estaba perdiendo la conciencia, sentía como la

sangre dejaba de circular, su corazón latía con más dificultad, la hermosa

sensación de vuelo se desvanecía, se alejaba, sus ojos comenzaron a

cerrarse poco a poco, ya no se resistía, las fuerzas se esfumaban

lentamente, el corazón estaba a punto de olvidar su trabajo y eso no lo

dejaba ni siquiera pensar.

“Me levanté muy temprano para visitarlo, pasé comprando sus

galletas favoritas y esperaba verlo para darle el beso de buenos días.

Desde que nos casamos teníamos la costumbre de comer galletas con

leche, era como un rito en la mañana y a pesar de que tenía una dieta

muy estricta, se podía dar el lujo de comer galletas. Así que ansiosa, con

las galletas en mano, caminé al hospital.

En el camino no tenía más que pensar y pensar, veía tanta gente

sobre las aceras, corriendo a sus trabajos y pensaba en el sentido de mi

vida. Pensaba en cómo había conocido a Arístides, lo hermoso que

había sido mi vida desde que lo conocí, los momentos gratos que

habíamos compartido y los instantes emocionantes de nuestras vidas.

Arístides me enamoró con su gran carisma, con el corazón, desde la

primera vez que lo vi me pareció un hombre estupendo, misterioso y más

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allá de eso, un hombre que estaba entregado a su pasión. Tenía muy en

claro sus metas y propósitos, sabía hacía donde su vida se dirigía,

valoraba todo lo que tenía y dedicaba el tiempo a sus seres queridos,

siempre buscaba ayudar a alguien necesitado y colaborar en todo lo que

pudiera. Eso fue lo que me enamoró, su corazón era tan grande, que

lograba abarcar mucho, incluso a aquellos que buscaban hacerle el mal,

el siempre tenía una mano extendida para ayudar y un chiste bajo la

manga para divertir. Su alegría era increíble, a pesar de que los

problemas nunca dejaron de existir, su sonrisa no la dejaba de lado,

salía adelante cantando, bailando, contando chistes y anécdotas, su vida

giraba alrededor de la alegría.

Iba pensando muchas cosas mientras llegaba, desde que cayó

enfermo pensaba cada vez que podía, no sé porque, pero a veces sentía

la necesidad de hacerlo.

Entré al hospital como siempre, ya que los doctores y

enfermeras me conocían, saludaba amablemente a todos, el hospital se

había vuelta mi hogar, allí era el único lugar donde podía compartir con

mi esposo. Y ese día no sería la excepción, tenía sus galletas en mi mano

y unas cuantas tarjetas de unos amigos, que muy cariñosamente le

habían escrito para darle ánimos. El golpe fue cuando llegue a su

habitación, su cama estaba completamente vacía, el frío invadió mi

cuerpo, me imaginaba lo peor, durante todo el tiempo que lo visitaba,

siempre había estado allí, era imposible que lo hubieran trasladado, dejé

las galletas y las cartas sobre la cama y corrí en busca de mi amado.”

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Estaba en absoluto reposo, no sentía mi cuerpo, lograba escuchar

palabras en desorden pero no entendía nada, era como si estuviera en otra

dimensión, estaba atónito, incapaz de sentir el aire, el calor, dolor o

angustia. Me sentía en paz, sabía que esa paz significaba mi partida, que

iría a un lugar mejor, pero por alguna razón no me dejaban ir, escuchaba

apenas palabras aventadas, no sabía que pasaba, pero esa paz no era

cualquier paz, pudiera permanecer así toda mi vida. Imaginé por un

momento el campo, el cielo donde me encontraba, veía la luz del sol que

poco a poco fue desapareciendo, sentí como los sonidos se alejaban cada

vez más y más, el sentido se alejaba de mí, la paz era cada vez más

grande y pensé por última vez en mi amada Sandra.

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Arístides Alfaro Samper murió el 22

de Enero de 2010 a la 1:30 p.m.,

en el hospital Médico Quirúrgico de San Salvador.

Luego de un paro al corazón.

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Amante de la juventud de corazón alegre

e ilustre artista de nuestra querida tierra.

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En homenaje a Arístides Samper

Escrito por: José Luis Sánchez

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