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Planeta Tierra
prohistoria
ediciones Carlos Antonio Aguirre Rojas
Chiapas
Planeta Tierra
prohistoria
ediciones
Rosario, 2007
Aguirre Rojas, Carlos Antonio
Chiapas, planeta tierra. - 1a ed. - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2007.
170 p. ; 23x16 cm.
ISBN 978-987-1304-15-8
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y de portada, en
cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin expresa autorización del editor.
Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Cromografica, Rosario, en el mes de noviembre de
2007. Se tiraron 1000 ejemplares.
Impreso en la Argentina
ISBN 978-987-1304-15-8
ÍNDICE
CAPÍTULO I
Chiapas y la revolución mexicana de 1910-1921.
Una perspectiva histórica ................................................................................ 23
CAPÍTULO II
Chiapas, América Latina y el sistema-mundo capitalista ................................ 35
CAPÍTULO III
El debate Marcos-Baltasar Garzón: una recontextualización ......................... 61
CAPÍTULO IV
Encrucijadas actuales del neozapatismo mexicano.
A diez años del 1 de enero de 1994 ................................................................ 69
CAPÍTULO V
La “sexta declaración” neozapatista.
Una lectura en perspectiva global ................................................................... 81
CAPÍTULO VI
Ir a contracorriente: el sentido de La Otra Campaña ..................................... 91
CAPÍTULO VII
La “otra política” de La Otra Campaña: la muerte de la política
y el renacimiento del poder social ................................................................... 111
CAPÍTULO VIII
La crisis postelectoral mexicana y La Otra Campaña .................................... 125
CAPÍTULO IX
La identidad colectiva de La Otra Campaña y las seis preguntas ................. 133
CAPÍTULO X
Generando el contrapoder, desde abajo y a la izquierda.
O de cómo cambiar el mundo, revolucionando desde abajo el poder ............ 145
APÉNDICE I
Intervención en la cuarta reunión de los encuentros en torno a la sexta
declaración de la selva lacandona, 29 de agosto de 2005,
paraje Juan Diego, San Miguel, Chiapas ........................................................ 159
APÉNDICE II
Intervención en la “Reunión nacional de intelectuales”,
Guadalajara, 21 de marzo de 2006 ................................................................. 165
A MODO DE INTRODUCCIÓN
E
n la cada vez más agitada y caótica coyuntura que vive México, pero también
en la complicada y difícil situación que actualmente atraviesan tanto América
Latina como el mundo en su conjunto, se hace necesario y hasta urgente re-
flexionar con seriedad y de un modo genuinamente crítico sobre las posibles explica-
ciones de este caos generalizado y las razones profundas de esta crisis civilizatoria que
ahora presenciamos. Y con ello, también acerca de las “salidas del laberinto” a esta
crisis y caos, que nos permitan ubicarnos serena y reflexivamente frente a los distintos
procesos y fenómenos que ahora vivimos, emplazándonos desde la clara lógica de
comenzar a construir, desde ahora mismo y en los espacios inmediatos que nos corres-
ponden, los elementos y las premisas reales, materiales y espirituales, de un nuevo
mundo otro, de otro mundo, radicalmente distinto al actual y todavía hoy posible.
En este último sentido, pensamos que es importante y muy útil volver a repensar
Chiapas, es decir, girar la mirada nuevamente hacia los ricos procesos, complejos y
diversos, que han estado aconteciendo en este lugar-mundo de la geografía mexicana
en los últimos trece años, procesos que además de cuestionarnos respecto a las razo-
nes profundas de los evidentes ecos mundiales del digno movimiento social indígena
neozapatista, nos emplazan a asimilar y asumir orgánicamente, las también riquísimas
lecciones y enseñanzas de este movimiento neozapatista para todo el conjunto de los
movimientos anticapitalistas de todo el planeta. Pues a tono con el nuevo papel mun-
dial que ahora tiene la civilización latinoamericana, es que se despliegan y afirman,
tanto en Chiapas, en México, como en distintas zonas de Brasil, Argentina, Ecuador o
Bolivia, esos nuevos movimientos sociales antisistémicos que, en la actualidad, nos
están mostrando a todos las vías concretas y los modos específicos, no sólo de la más
avanzada y creativa protesta e insubordinación social, sino también de la construcción
inmediata de los gérmenes de un nuevo mundo, no capitalista, hoy todavía posible.
Pues es en las Juntas de Buen Gobierno neozapatistas, lo mismo que en los
asentamientos de los Sin Tierra brasileños, en los barrios piqueteros argentinos, o en
las comunidades autónomas de Ecuador o Bolivia, en donde ahora mismo se está
construyendo ya ese nuevo mundo posible, ese otro mundo alternativo y distinto por
el que luchan todos los movimientos del Foro Social Mundial, y todos los movimien-
tos antisistémicos y anticapitalistas del globo terráqueo. Por eso, repensar Chiapas a
10 Carlos Antonio Aguirre Rojas
1 Sobre esta ridícula defensa del neoliberalismo salvaje, una política que ahora es cuestionada y puesta en
duda hasta por los altos directivos del Fondo Monetario Internacional, y que generó un debate entre
Felipe Calderón y el hoy tibio y socialdemócrata presidente de Brasil, Luis Inazio “Lula” da Silva, cfr.
12 Carlos Antonio Aguirre Rojas
Pues es éste el hilo conductor que explica el conjunto de medidas diversas que,
en estos dos meses de existencia, ha ido tomando este inestable gobierno de Felipe
Calderón. Medidas económicas, sociales, políticas y culturales, que además de presa-
giar el difícil futuro inmediato que le espera a la vasta mayoría de las clases y sectores
subalternos mexicanos, han hecho ya de Calderón, en este breve lapso de arranque de
su gobierno, no sólo el presidente más ilegítimo de toda la historia del México inde-
pendiente, sino también uno de los más impopulares dentro de estos dos siglos men-
cionados.
Ya que en contra de todas sus promesas de campaña, Calderón arranca su go-
bierno subiendo el precio de la tortilla en un 40%, es decir elevando desmesurada-
mente el costo del principal alimento de amplios sectores de las clases populares
mexicanas. Y ello, junto a un aumento de los salarios mínimos de menos de 4%, y
también junto a otros aumentos, igualmente importantes, en los precios del huevo, la
leche, el gas, la gasolina y la energía eléctrica. Es decir, con una verdadera ofensiva
económica neoliberal en contra de las ya de por sí deterioradas bases de la economía
popular.
Al mismo tiempo, y previendo la lógica respuesta que habrán de desatar estas
absurdas y agresivas medidas económicas neoliberales, Calderón ha implementado
toda una serie de operativos militares del ejército mexicano, a todo lo largo y ancho
del territorio nacional, que bajo la falsa versión oficial de ser contra el narcotráfico y
el crimen en general, en realidad constituyen ejercicios de adiestramiento y de reco-
nocimiento de las condiciones reales del terreno, en las que ese ejército y esa policía
habrán de enfrentar, muy pronto, a los diferentes movimientos sociales de todo el país
y a las diversas formas de protesta callejera y pública que ya están generando, y que
seguirán provocando, esas impopulares políticas económicas neoliberales recién men-
cionadas.2
Preparando entonces, las muy próximas batallas callejeras que estas fuerzas
militares y policíacas habrán de librar en contra de la protesta social de los subalter-
nos, Calderón no sólo ha prometido aumentarles de modo importante a esas fuerzas
represivas sus salarios, sino que también se ha declarado “un presidente cercano a las
fuerzas armadas”, reuniéndose hasta hoy públicamente con los militares, más que con
cualquier otro sector de la sociedad mexicana. Junto a esto, Calderón se ha negado a
3
Una sugerente comparación entre las revoluciones mexicanas de 1810 y 1910 puede verse en KATZ,
Friedrich “Las rebeliones rurales en México a partir de 1810”, en Nuevos ensayos mexicanos, Era,
México, 2006, pp. 29-77.
Chiapas, Planeta Tierra 15
4
Leyendo entre líneas muchos de los testimonios que aporta VAN YOUNG, Eric La otra rebelión. La
lucha por la Independencia de México. 1810-1821, FCE, México, 2006, es posible descubrir tanto esta
ofensiva general como la larvada pero creciente respuesta popular, que coagula e irrumpe en 1810.
Naturalmente, no coincidimos con la interpretación general de este libro que, sin embargo, contiene
algunos de estos datos y testimonios interesantes, y que pueden dar lugar a otra lectura y a otra interpre-
tación de este mismo proceso de la Revolución de 1810 en México.
5 Hasta el punto de que Amnistía Internacional ha externado su honda preocupación sobre el verdadero
respeto a los derechos humanos de parte de este gobierno mexicano, sumándose al clamor nacional e
internacional, cada vez mayor, por la libertad de esos presos políticos de Atenco y de Oaxaca. Sobre esta
postura de Amnistía Internacional, cfr. La Jornada, 12 de febrero de 2007, pp. 1 y 7.
16 Carlos Antonio Aguirre Rojas
Y del mismo modo que en 1810, y en 1910, estas intensas y anormales ofensivas
sostenidas por lustros en contra de las clases populares, abonaron los grandes estalli-
dos sociales de comienzos de los siglos XIX y XX, así también la agresiva ofensiva
neoliberal que hemos padecido ya desde 1982, parece encaminarnos directamente
hacia un escenario que reeditará, por tercera vez, la abierta y masiva irrupción revolu-
cionaria del descontento popular.
Y si este doble proceso profundo, de una completa reestructuración global de la
sociedad mexicana, y de una sostenida ofensiva en contra de las clases populares, fue
el telón de fondo de esas vísperas de 1810 y 1910, y vuelve a serlo de esta antesala de
2010, todo esto se complementa con otros procesos económicos, sociales y políticos
que, del mismo modo, asombran por las reminiscencias que evocan de las etapas in-
mediatamente anteriores a los movimientos de la Independencia y de la Revolución
mexicanas.
Pues como a finales del siglo XVIII y a finales del siglo XIX, también hoy vivi-
mos una crisis económica general de grandes dimensiones, que lo mismo se expresa
como aguda crisis agrícola, que como crisis de las ramas más dinámicas de nuestra
economía –antier como crisis de la minería, ayer de la minería y de la incipiente in-
dustrial textil, y hoy como crisis de los sectores de punta de nuestra industria manu-
facturera–, pero también y de modo agudo, como una clara y sensible baja del salario
real. Crisis entonces global de la entera esfera económica, que si en vísperas de 1810
se expresó, entre muchas otras formas, como un cierto incremento de la migración
interna dentro de la zona central de México, y antes de 1910 como una fuerte migra-
ción desde el centro hacia el norte del propio México, hoy en cambio se manifiesta
como una verdadera migración masiva de mexicanos hacia los Estados Unidos de
Norteamérica.
Migración masiva que alcanza la enorme cifra de medio millón de mexicanos
emigrados al año, y que habiendo sido una clara válvula de escape de las crecientes
tensiones sociales y de esa brutal baja del salario real, parecería ya estar llegando a un
posible “punto de saturación” respecto de las propias necesidades del funcionamiento
de la economía norteamericana. Y del mismo modo en que la crisis de la minería y la
economía norteamericana de 1907, fue un elemento más en la suma de factores
desencadenantes de 1910, así la posible crisis de la economía norteamericana y la
crisis de ese flujo migratorio mexicano hacia Estados Unidos, podrá muy posiblemen-
te agregarse a los factores desencadenantes del muy cercano y posible año de 2010
histórico.
Además, y para continuar con la lista de estos evidentes paralelismos históricos,
es sabido que otra de las muy claras y extremas manifestaciones de esas crisis econó-
micas previas a 1810 y 1910, fue la del alza desmedida de los precios del maíz, entre
1808 y 1811 en los tiempos de la Colonia, y desde 1907 y hasta 1911 durante el
Porfiriato. Lo que, a la luz del reciente incremento de 40% al precio de la tortilla –aún
ahora, elemento central de la alimentación popular mexicana–, no hace más que acre-
Chiapas, Planeta Tierra 17
centar nuestra certidumbre de que avanzamos, rápidamente, hacia ese año histórico
de 2010.
Otro elemento importante, que reaparece al final de la Colonia, en las postrime-
rías del Porfiriato, y ahora, es el de una clara fractura profunda de las propias clases
dominantes, las que a partir de los rápidos cambios económicos y sociales provoca-
dos, respectivamente por las Reformas Borbónicas, por el Porfiriato, y por el
neoliberalismo salvaje, terminan por dividirse profundamente, dificultando la repro-
ducción general de las condiciones de su dominio y de su hegemonía global. Y si
antier se separaron los españoles fieles a la corona, frente a los criollos independentistas,
y ayer los hacendados conservadores y la burguesía comercial fieles al gobierno de
Porfirio Díaz, frente a los hacendados más capitalistas y avanzados del norte,6 hoy se
confrontan claramente, los sectores de la burguesía entreguista y trasnacional, contra
el sector de la burguesía nacional que vive y prospera a partir del desarrollo del mer-
cado interno nacional.
Y si esta clara división de la clase dominante, nos demuestra que “los de arriba
ya no pueden gobernar” al modo antiguo, y que urgen cambios sociales radicales de
gran envergadura, las experiencias de 1810 y 1910 también nos aleccionan respecto
de lo tibios, vacilantes y poco confiables que son siempre esos sectores “de oposi-
ción” de las propias clases dominantes, lo que nos confirma en la necesidad de mirar,
para esos cambios sociales radicales, no hacia arriba, sino más bien hacia abajo y a la
izquierda.
Naturalmente, junto a la crisis económica y la inestabilidad social, viene la crisis
de legitimidad del gobierno y de los gobernantes, pero también del Estado e incluso
de la clase política en su conjunto. Porque luego de varios lustros de la ya mencionada
ofensiva general en contra de los sectores subalternos, y en el contexto de una también
reiterada crisis económica y social generales, las clases populares y los grupos subal-
ternos dejan de creer en los de arriba. Y cuando los de arriba ya no pueden y los de
abajo ya no quieren vivir al modo antiguo, el claro resultado es una revolución social.
Por eso, en vísperas de 1810, el poder del gobierno novohispano se debilita enorme-
mente, recibiendo el golpe de gracia con la invasión napoleónica a España, lo que
deja sin sustento alguno al Virrey y a su gobierno, y prepara el estallido de 1810.
E igual sucede con el gobierno porfirista, que se debilita a pasos acelerados, y
que después de la entrevista Díaz-Creelman, culmina este desgaste completo de sus ya
escasas bases de legitimidad social, abriendo la puerta a la abierta impugnación
maderista, y más adelante al estallido de 1910. Lo que, en el escenario mexicano
actual, se reproduce otra vez de forma casi idéntica, pues a la sostenida erosión del
consenso de los tres últimos gobiernos priístas, acelerada grandemente por el gobier-
6 Sobre esta clara división de la clase dominante en el proceso de la Revolución mexicana, cfr. AGUIRRE
ROJAS, Carlos Antonio “Mercado interno, guerra y revolución en México. 1870-1920”, en Revista
Mexicana de Sociología, núm. 2, 1990.
18 Carlos Antonio Aguirre Rojas
7 Sobre este concepto, que en nuestra opinión y tal vez contra el propio Thompson sigue teniendo una
enorme vigencia y utilidad actuales, cfr. THOMPSON, Edward P. “La economía moral de la multitud en
la Inglaterra del siglo XVIII” y “La economía moral revisada”, en Costumbres en común, Crítica, Barce-
lona, 1995. Para una explicación de los contenidos principales y de las implicaciones de este importante
concepto, cfr. AGUIRRE ROJAS, Carlos Antonio Antimanual del mal historiador, Prohistoria Edicio-
nes, Rosario, 2000.
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8 Sobre La Otra Campaña, cfr. Contrahistorias, núm. 6, México, 2006, en particular mis trabajos “Ir a
contracorriente: el sentido de La Otra Campaña” y “La otra política de La Otra Campaña”.
9
Sobre esta crisis terminal del capitalismo, cfr. WALLERSTEIN, Immanuel Después del liberalismo,
Siglo XXI, México, 1996 y La crisis estructural del capitalismo, Contrahistorias, México, 2005. Véase
también AGUIRRE ROJAS, Carlos Antonio Para comprender el mundo actual, Prohistoria Ediciones,
Rosario, 2006.
20 Carlos Antonio Aguirre Rojas
redistribución total de la riqueza, en donde ya no existen ricos, y cada quien vive sólo
de su propio trabajo, y en donde la tierra sea de las comunidades que la trabajan, y
todos los miembros de la sociedad estén otra vez “todos parejitos”. Es decir, lo que
precisamente persigue y propone, para México y luego para todo el planeta, la digna
iniciativa del movimiento de La Otra Campaña.
Caminamos entonces, rápidamente y sin posibilidad de vuelta atrás, hacia el
2010 histórico mexicano. Pero ahora, y a diferencia de hace cien y también de hace
doscientos años, con la posibilidad de un desenlace mucho más feliz y promisorio.
2010 histórico que, cabe recordar, y como saben bien todos los historiadores
críticos, no necesariamente coincidirá con el año de 2010 cronológico. Porque el sim-
bólico año de 1968, por ejemplo, se dio en China en 1966, y en Italia y Argentina en
1969, es decir en años cronológicos diversos, que sin embargo, conocen y albergan
los mismos o muy similares procesos que “el ‘68” mexicano, francés o estadouniden-
se. Así que ese 2010 histórico, bien podría comenzar en 2007 o 2008, o retrasarse
hasta el 2011 o 2012.
Viendo entonces serenamente las cosas, quien apueste a que Felipe Calderón no
terminará su mandato, tiene muy altas probabilidades de ganar. Pero quien apueste a
que el 2010 histórico no repetirá el resultado de 1810 y de 1910, sino que abrirá para
México la múltiple y cada vez más ubicua gestación de un mundo nuevo, no capitalis-
ta y muy otro, un mundo justo, igualitario, democrático, incluyente y radicalmente
libre, tiene, además de grandes probabilidades de acertar, también una enorme y pro-
funda responsabilidad social. Pues si apostamos por ese futuro no capitalista, para
México y para todo el mundo, y creemos en él, es sin duda porque nos compromete-
mos a participar, activa e inteligentemente, en el proceso de su propia construcción.
L
a urgencia y vigencia actuales de las demandas que, para todo México, para
América Latina e incluso para el mundo, plantean tanto la presente situación
chiapaneca, como sobre todo el importante movimiento neozapatista que allí
se ha desarrollado, parecen hacerse cada vez más evidentes para todo el conjunto de
los grupos, sectores y clases sociales que habitan el tejido social de nuestra cada vez
más golpeada realidad mexicana, lo mismo que para el vasto sector del amplio movi-
miento de solidaridad internacional que sigue con atención el devenir y las peripecias
de este nuevo movimiento social de hondas raíces indígenas. Porque luego de casi
siete años de existencia pública de este movimiento social de nuevo tipo, parece irse
imponiendo cada vez más el reconocimiento claro de que, tanto en sus demandas
como en sus formas de organización, lo mismo que en su estrategia hacia la sociedad
civil y en sus concepciones generales, este movimiento de los nuevos zapatistas con-
temporáneos, prefigura ya la naturaleza y el carácter que habrán de tener todos los
nuevos movimientos antisistémicos que habrán de desplegarse en el siglo XXI cronoló-
gico que está por comenzar.
Y así, acosado por un gobierno que no ha cumplido ni siquiera los propios acuer-
dos que intentó negociar con este movimiento, pero rodeado a la vez de una verdadera
simpatía popular creciente y solidamente arraigada tanto en México como en el ex-
tranjero, este movimiento neozapatista de los indígenas chiapanecos ha continuado
resistiendo e inventando todo el tiempo nuevas respuestas y salidas frente a ese acoso,
manejando lo mismo el silencio que la palabra, y las experiencias y lecciones naciona-
les igual que las mundiales, en un claro proceso de búsqueda y de definición de la
nueva agenda a enfrentar, en las recientes condiciones de propagación de la crisis
económica mundial y de la actual reordenación del capitalismo en su fase terminal.
Manteniéndose entonces como polo fundamental de referencia de todo el vasto
conjunto de movimientos que, en México, en América Latina y en el mundo, resisten
y se enfrentan al neoliberalismo y al capitalismo en sus múltiples expresiones, y cons-
24 Carlos Antonio Aguirre Rojas
mar algún derecho o algún objetivo exclusivamente indígena, sino más bien para pe-
lear por “un mundo en el que quepan todos los mundos posibles” y que es reivindica-
do por un movimiento que es el fruto directo de “500 años de luchas”.
Inscribiendo entonces tanto los orígenes y la naturaleza de su movimiento, como
sus objetivos y visiones de la lucha actual, dentro de una clara perspectiva temporal
de larga duración, los mismos indígenas rebeldes del sureste mexicano abren un ho-
rizonte específico de explicación de su problemática, que en la gran mayoría de los
casos ha pasado inadvertido o ha sido insuficientemente considerado por los comen-
taristas y los estudiosos de la actual situación chiapaneca. Sugerir entonces algunas
posibles explicaciones nuevas del fenómeno del movimiento rebelde chiapaneco, que
partan de la clara asunción de esta imprescindible densidad histórica que le subyace,
es el objetivo de las breves reflexiones que siguen.
***
Entonces, y sólo para ilustrar el hecho de que la actual situación de Chiapas en Méxi-
co, y el actual movimiento indígena neozapatista, no pueden comprenderse cabalmen-
te, sin recurrir a estas visiones históricas atentas a los diferentes órdenes de fenóme-
nos que confluyen en este conflicto social profundo, y con ello a los distintos registros
temporales que corresponden a esos diversos órdenes de problemas, quizá convenga
tomar un ejemplo entre los varios posibles, para tratar de hacer explícito, para este
caso especialmente elegido, el vínculo que tiene el estallido chiapaneco del 1 de enero
de 1994 con los procesos profundos que vivió México durante la revolución mexica-
na que arranca en el año de 1910. Con lo cual se hará evidente que las raíces reales de
este movimiento social no se explican ni por razones puramente circunstanciales, ni
tampoco por hechos o procesos de los últimos años o incluso lustros, sino que se
remontan en sus estructuras y razones más profundas a realidades y procesos estructu-
rales de a veces uno y a veces varios siglos.
Cuando analizamos entonces bajo esta óptica de la larga duración histórica, di-
cho proceso revolucionario mexicano que inaugura nuestro “breve siglo XX”, se nos
muestra claramente que el país que el porfiriato heredó a la revolución mexicana,
puede ser comparado a un “motor de tres tiempos”, ya que dicho país era precisamen-
te una nación recién nacida, en términos reales y no puramente formales, que acababa
de constituirse a partir del precario ensamblaje de tres “países” menores o
macrorregiones, que habían coexistido dentro del territorio nacional durante varios
siglos. Porque más allá del estancamiento político y de la indudable represión social
que caracterizó al régimen porfirista, el gran progreso histórico que éste cumplió, fue
el de iniciar el proceso de formación de un verdadero mercado interno a escala na-
cional, mercado que como en todos los procesos de constitución de las naciones mo-
dernas, no era otra cosa que el esqueleto económico en el que podría apoyarse la
verdadera construcción de un auténtico proyecto integralmente nacional.
26 Carlos Antonio Aguirre Rojas
Por eso, el sentido profundo que han tenido tanto el desarrollo de la red de
ferrocarriles por todo el espacio nacional y la modernización del sistema de correos y
de telégrafos, lo mismo que la inauguración de la red telefónica, el impulso al sistema
de puertos marítimos o la supresión del sistema de alcabalas internas hasta entonces
vigente, ha sido el de llevar adelante este claro y conciente proyecto porfirista de
unificar a estas tres macroregiones históricas que, con distintos grados de antigüedad
y por ende de longevidad, con diferencias notables en cuanto a sus respectivos niveles
de desarrollo global, y con características diversas en lo que toca a sus específicas
condiciones geohistóricas y naturales, trataban de integrarse más orgánicamente en un
solo y verdadero proyecto de nación.
Y es esto lo que explica la enorme y evidente disparidad en lo que corresponde
a la participación específica que van a tener estas tres macrorregiones de México, o
estos tres “países” que se incluyen dentro del territorio de lo que entonces era México,
dentro del proceso concreto de esta revolución mexicana. Porque esta revolución, que
con su surgimiento inaugura, como ya hemos mencionado, lo que será claramente el
“breve siglo veinte histórico mexicano”, va a aparecerse, en un principio, como un
claro movimiento organizado, promovido y protagonizado casi exclusivamente por
las gentes de la macrorregión del norte del país, como una especie de amenazadora
interpelación y luego invasión de esos hombres venidos del norte, dentro de los desti-
nos específicos y dentro de la vida general de la historia de la macrorregión o “país”
del centro.
Así, a tono con el también desigual desarrollo agrícola, económico, político y
cultural que tenían las tres macrorregiones mexicanas, va a destacarse la situación
particular de ese “norte” del país, que ha logrado combinar, a un mismo tiempo, los
cultivos agrícolas más capitalistas de la época con un pujante desarrollo de la nueva
minería de metales industriales, junto a una intensa formación de nuevos grupos y
elites políticas, y una alfabetización que estaba claramente por encima de la media
nacional. Por lo cual, parecen evidentes las razones de que nuestra revolución mexi-
cana de comienzos del siglo XX cronológico, haya concentrado en ese mismo norte su
primer empuje significativo, su primera oleada de cambios radicales. Entonces, y a
partir de esa más rápida modernización general de dicha macrorregión norteña, es que
puede entenderse su reclamo profundo, expresado en los múltiples conflictos y movi-
mientos que preparan y desencadenan la revolución de 1910, respecto de las restantes
dos macrorregiones de México, más lentas en incorporarse a ese alto desarrollo capi-
talista y a todos los efectos sociales que el mismo conlleva. Una modernización dife-
rida y desplegada a ritmos diversos, que solo habrá de acelerarse en la macrorregion
del centro del país, justamente, como resultado de los cambios que va a desatar dicha
revolución mexicana. Y ello, en una secuencia que corre desde las secuelas en Morelos
del primer movimiento zapatista, hasta las bizarras expresiones finales del movimien-
to cristero posrevolucionario.
Chiapas, Planeta Tierra 27
mejor por escapar de las zonas centrales de México y por esconderse en las montañas
y selvas de ese exuberante y difícilmente accesible espacio del sur. O también, es el
caso de todos esos dirigentes políticos que creyeron encontrar, en esas zonas sureñas
alejadas del centro del país, el espacio propicio para sus singulares y en general más
bien fallidos experimentos anticlericales o semisocialistas. E igualmente, y comple-
mentando esta situación, es claro que ha sido a este mismo sur, al que le ha correspon-
dido el papel de ser una suerte de área de reserva que, marchando al ritmo de su
propio reloj histórico, siempre diverso del reloj del centro del país, ha podido sin
embargo ser pródigo y generoso en recursos económicos y políticos, que se canalizan
muchas veces hacia ese mismo centro, para ser allí utilizados sea en supuestos proyec-
tos de alcance “nacional”, sea claramente, en el mismo desarrollo de dicho espacio
central.
De esta manera, al observar el proceso de la revolución mexicana con cierta
densidad histórica, y desde estas visiones de siete leguas de la larga duración históri-
ca, se obtiene la impresión general de que dicha revolución, no pasó con sus efectos
transformadores y renovadores por los vastos territorios de Chiapas, ni tampoco, más
en general, por todo el resto de ese importante “país” del sur, más que de una manera
superficial y siempre bajo figuras bastante peculiares y extrañas. Los enormes latifun-
dios de la gran propiedad de la tierra, que denunciaron autores como Andrés Molina
Enríquez, y que en otras zonas del país fueron desmantelados y destruidos por la
propia revolución, o por la reforma agraria que le hizo eco durante todavía tres déca-
das, quedaron muchas veces intactos en amplios espacios de esta macrorregion del
sur. Y también quedó intacta en lo esencial –a pesar de los esfuerzos radicales y pro-
fundos, aunque más fallidos que exitosos, de por ejemplo Salvador Alvarado o Tomás
Garrido Canabal– esa configuración histórica particular, extraña y desgarrada, que
caracteriza a la macrorregión sureña desde el porfiriato, y quizá desde antes, y que
despliega y afirma una situación antitética de una economía y una sociedad que se
encuentran inmediatamente conectadas a los circuitos más desarrollados y sofisticados
del mercado mundial capitalista, al mismo tiempo que reproducen en su interior las
formas más arcaicas y hasta precapitalistas de explotación de la fuerza de trabajo, la
vigencia y funcionamiento de ciertas jerarquías sociales muy atrasadas, la sobrevivencia
realmente anacrónica de elites políticas autoritarias, brutales y muy limitadas, y la
persistencia de concepciones culturales profundamente discriminatorias y racistas.
Atrapado así dentro de esta simbiosis bizarra de arcaísmo social y de
ultramodernidad, que se refleja hasta hoy día en la cultura, en la sociedad, en la polí-
tica y en la economía chiapanecas, y sin haber podido asumir e incorporar en sus
propios territorios los efectos saludables que, pese a todo, alcanzó a provocar la revo-
lución mexicana en ciertas áreas del tejido social global, este “país” o macrorregión
del sur se retrasó todavía más respecto de los avances generales tanto del centro como
del norte, para terminar conformándose como una suerte de última estación de ese
proceso de ignición y de funcionamiento del motor de varios tiempos que era el mo-
Chiapas, Planeta Tierra 29
grado de desarrollo social en general, entre nuestro país y las restantes naciones de
América Latina. Pues no hay duda de que, a pesar de que la vía campesina popular,
más jacobina y radical de esta revolución, fue derrotada al ser vencidos o asesinados
Emiliano Zapata y Francisco Villa, sin embargo dicha revolución hizo igualmente
sentir algunos de sus benéficos efectos transformadores sobre estas dos macrorregiones
de México, provocando, pese a tropiezos y recaídas, parte importante de los avances
y conquistas que logró la población mexicana, y parte de los cambios y progresos que
los movimientos sociales obreros y campesinos pudieron imponer para acelerar el
desarrollo social global con el que ahora contamos.
De este modo, el ciclo de las secuelas principales de esa revolución se ha cum-
plido en dos diferentes momentos. Primero, con las modificaciones esenciales que
provocó la coyuntura que culmina en el cardenismo y su importante reforma agraria.
Luego, en un segundo tiempo, con los frutos directos de esas transformaciones recogi-
dos desde el fin de la segunda guerra mundial y hasta esas dos grandes rupturas re-
cientes, que han impactado profundamente los paisajes sociales, económicos, políti-
cos y culturales tanto de México como de toda América Latina y del mundo en su
conjunto, y que son la revolución cultural planetaria de 1968 y después la crisis eco-
nómica mundial de 1972-1973.
Y no es una simple coincidencia fortuita, sino todo lo contrario, el hecho claro
de que es justamente en este parteaguas de 1968/1973, el momento en el que se ago-
tan de manera evidente los efectos progresivos principales de nuestra revolución mexi-
cana. Después de estas simbólicas e importantes fechas de la historia contemporánea
mundial, y también latinoamericana y mexicana, nuestro país entra en la agitada co-
yuntura de intensa politización general de la ciudadanía, y de emergencia de los múl-
tiples y diversos movimientos sociales que precipitan la crisis política definitiva del
actual sistema de gobierno que comienza en 1988 y que se prolonga hasta el día de
hoy, más allá del resultado de las elecciones del 2 de julio del 2000, y de los cambios
más cosméticos que reales del futuro gobierno que comenzará a funcionar el 1 de
diciembre de este mismo año recién mencionado.
Pues también es claro que es sólo dentro del escenario creado pacientemente
durante el período de los años de 1968 a 1988, que puede entenderse la profundidad y
amplitud del rol que ha podido jugar la interpelación chiapaneca dentro de la situa-
ción actual. Ya que al erosionarse y caducar definitivamente la movilidad social as-
cendente que caracterizó al período de desarrollo estabilizador, y al desatarse la crisis
económica que el paréntesis petrolero no hizo más que postergar, nuestro país entró
en esa nueva coyuntura post-1968, que a la vez que cuestionaba progresivamente al
conjunto de las instituciones y de las prácticas nacidas de la revolución mexicana,
comenzaba a abrir los espacios para plantearse a si misma las condiciones de un nue-
vo salto hacia delante. Y es este el sentido profundo que tiene tanto la crisis terminal
del partido de Estado que culmina el 2 de julio último –aunque dejando sobrevivir
ampliamente a la subcultura priista, claramente instalada ya en el nuevo gobierno de
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viejas soluciones que hasta hoy se han intentado para enfrentar la crisis global mexi-
cana antes mencionada. No habrá pacificación de Chiapas sin la aplicación verdadera
y no retórica de una amplia justicia social, de una reforma agraria radical, de una
renovación cultural profunda y de un saneamiento estructural de la vida política re-
gional. Pero, como Chiapas no es una isla separada del país y de América Latina, estos
procesos sólo pueden cumplirse en escala local y regional si se implementan a la vez
en escala por lo menos nacional, y quizá continental. Lo que empata claramente a las
exigencias y al movimiento neozapatista tanto con los reclamos de la sociedad civil
mexicana, como con el resto de los movimientos antisistémicos de América Latina y
del mundo.
Y a la inversa. Porque México no podrá avanzar realmente en la transformación
estructural profunda que requiere la solución de su crisis global actual, sin antes asu-
mir, enfrentar y resolver de fondo los legítimos reclamos contenidos en la interpela-
ción indígena chiapaneca. Pues es imposible una real democratización y
ciudadanización de nuestra cultura política mientras subsista la discriminación y la
marginación de los indígenas, a la vez que es inconcebible una cultura nueva y crítica,
sin superar en la práctica los atavismos del racismo, del pensamiento único, de la
prepotencia y de la exclusión característicos del proyecto de la modernidad burguesa
todavía dominante. Y es también impensable la salida del estancamiento y la crisis
económicos sin romper con el neoliberalismo salvaje que ha destruido a las comuni-
dades campesinas, chiapanecas y de todo el semicontinente latinoamericano. Lo que
nos recuerda aquella afirmación de Charles Fourier, que propone que una sociedad es
siempre tan avanzada como el menos desarrollado de sus miembros. O como la postu-
la también esa sentencia bíblica, que ahora se ha convertido en parte del saber popular
y que en nuestras actuales circunstancias se revela cargada de un profundo sentido:
“los últimos serán los primeros”.
Desafortunadamente, y más allá de las declaraciones de nuestros políticos, el
problema de Chiapas no será resuelto ni en quince minutos, ni en varios meses, y quizá
ni en varios años. Porque los reclamos que los indígenas chiapanecos plantean al con-
junto de la sociedad mexicana trascienden con mucho a las circunstancias inmediatas
de la política y de la vida social mexicanas, hundiendo sus diversas raíces en la coyun-
tura recientemente vivida de 1968/1988, en los cambios específicos que provocó la
revolución mexicana y también en los procesos multiseculares de las formas de la
conquista y de los intentos de imposición del proyecto de la modernidad capitalista
cristiana y occidental a los indígenas de Chiapas, de México y de América Latina, a los
que de manera desigual hemos hecho referencia. Por eso, se trata sin duda de una
interpelación y un conjunto de demandas que poseen una fuerte densidad histórica. Tal
y como lo han mostrado fehacientemente los propios indígenas, durante estos siete
años transcurridos desde 1994, se trata de un verdadero movimiento popular, de am-
plísima difusión y de verdadero arraigo y representatividad de esas mismas masas indí-
genas. Es un movimiento que trasciende definitivamente –sin vuelta atrás posible–, la
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figura del indígena indefenso y sometido, al que habría que proteger y educar en los
supuestos de una cada vez más cuestionada “civilización” burguesa y capitalista.
De este modo, y muy al contrario, los indígenas rebeldes del sur de México
vuelven ahora a mostrarnos aquello de lo que siempre han sido capaces, es decir, la
posibilidad de proponer otra visión y otra explicación de la historia y del presente
nacional. Y no sólo explicación, sino también y sobre todo una clara exploración,
junto al resto de la sociedad mexicana, de otros caminos, nuevos y radicalmente dis-
tintos, para el desarrollo social global de México y hasta de América Latina. Al mismo
tiempo –y no es lo menos importante–, los indígenas chiapanecos nos muestran cómo
es posible instaurar en nuestro país prácticas que hasta hace muy poco eran muy poco
usuales entre nosotros: ellos están haciendo oír su voz no sólo en Chiapas y en el sur
de México, sino en todo el país, en Latinoamérica y en todo el mundo. Algo que, por
lo demás, no parece todavía haber sido completamente asimilado por el resto de la
nación mexicana, que aún olvida con frecuencia el hecho elemental de que solo parti-
cipa en el coro aquel que hace oír su propia voz, integrándola en el concierto del
conjunto. Hace falta que en México la sociedad se exprese clara y fuertemente con
mucha más frecuencia. Por ejemplo, tomando abiertamente posición respecto de la
interpelación de estos indígenas chiapanecos.
Porque sólo a partir de asimilar prácticas inéditas y de construir otras nuevas, la
sociedad mexicana como un todo estará también a la altura de la interpelación venida
de las profundidades sociales de Chiapas. Y sólo entonces, tal vez, pueda funcionar a
toda su capacidad ese motor de tres tiempos que parece ser el mecanismo de avance
de nuestro país. Para llevarnos, esperémoslo, por muy otros caminos, radicalmente
distintos de los del neoliberalismo económico, la desintegración política y la descom-
posición social por los que ahora transitamos.
México le debe, en todos los varios posibles sentidos del término, no una sino
muchas caravanas de admiración, solidaridad y respaldo activo al movimiento indíge-
na zapatista de Chiapas. Esperemos, con confianza y optimismo, que haga honor a
ésta, su única deuda verdaderamente legítima.