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Por qué no puedes comer sólo una

México es un país de gordos. Niñas obesas, niños cuinos. Abogados gordos y


maestras gordas y escribidores gordos, como yo; gordas meseras, albañiles y
oficinistas y empresarios y policías y nutriólogos, vaya, sobrados de carne en los
ijares, en vientres y perniles. Somos una república de marranitas y cerditos,
barrilitos, nalgonas, panzones, lechoncitas, pelotas, botijas y chundones.
Tamalones, lonjudas, barrigones, rollicitos y desparramados, orondos, redondos
cual pambazos, como semas, como albóndigas: bolas de carne y sebo. Pero bolas
humanas al fin: los gordos tenemos sentimientos y sufrimos la gordura. Y es cierto
que en mucho somos culpables de nuestra propia adiposidad, pero mucho nos ha
llevado a ello. Hay otros culpables. Y cuando la obesidad infantil y adulta se
traduce ya en mayúscula bronca de salud pública, es bueno saber que hay
responsables. Y muérete del coraje: responsables que, en volvernos gordos, se
volvieron inmensamente ricos. Uno de los principales responsables es Lorenzo
Juan José Servitje Sendra, fundador del grupo Bimbo, esa panificadora
industrializada que inundó México y Latinoamérica de productos de muy dudosa
calidad nutricional, y cabeza, además, de un poderoso grupo de empresarios
ultraconservadores ligados al clero católico y a las filas de lo más recalcitrante
derechista de Acción Nacional, padrino financiero de no pocos de sus personeros
y operadores y capaz, como ya se vio cuando Canal 40 aireó los inmorales
calzones palomeados de Marcial Maciel y sus pederastas Legionarios de Cristo,
de echar a pique un canal de televisión independiente. Lorenzo Servitje es el
dueño de Bimbo y de un montón de firmas que producen y comercializan
porquerías sin valor nutrimental, confeccionadas con exceso de grasa, sal y
azúcar para crear tramposamente avidez en su consumo: comida chatarra. Allí
también el grupo Sabritas, a su vez parte del grupo Pepsico. Y están también
desde luego Pepsico como tal, como fabricante y comercializadora de refrescos
embotellados y claro, primerísima, su competidora Coca Cola. Grupos
empresariales con nombres y apellidos de gente ligada a la derecha protoclerical y
furibundos enemigos de cualquier cosa que huela a izquierdas. Viejos enemigos
del sindicalismo. Es incalculable la cantidad de basura plástica no biodegradable
que, además, las industrias del ramo generan sólo en lo que respecta a envolturas
y envases, sin contar los procesos fabriles de sus factorías en sí ni los
subproductos de residuos industriales: en todos lados hay basura salida de esas
fábricas: botellas de refresco, bolsitas de pastelillos o de hojuelas de papa salada
por millones de toneladas.
Bimbo es una empresa imperial de cuya brida se
“desprendió” Servitje en 1993 –año en que comenzó
a dedicarse a la política tras bambalinas, a
organizar la agenda sociopolítica del clero y a
socavar a la izquierda mexicana con el inmenso
poder de sus contactos y, sobre todo, de su dinero.
Bimbo es dueña de Barcel y Marinela, Coronado,
Milpa Real y Wonder (entre muchas otras), mientras
que Pepsico es dueña de Sabritas y de Sonrics (y
controla también las cadenas Kentucky Fried
Chicken, Pizza Hut y Taco Bell, todas franquicias de
comida chatarra). Ésos –y Coca Cola– son los
grandes responsables de millones de casos de
obesidad infantil, de diabetes, de enfermedades
cardiovasculares en este país, donde se consumen
mucho más refrescos embotellados que leche. A ellos son a los que defienden
cabilderos, casi siempre del Partido Acción Nacional, cada que en el Congreso o
en el Senado alguien intenta poner freno a la desmedida voracidad de las
empresas de comida chatarra, a sus canales de penetración, a su abuso. Esos
son los grupos industriales que usan la publicidad en televisión como ariete en pos
del consumo desmesurado por parte de nuestros niños de las porquerías que
fabrican. Cálculos conservadores afirman que en promedio un niño mexicano es
bombardeado al año con doce mil anuncios televisivos de frituras, golosinas y
bebidas embotelladas. ¿Y alguien les pone freno?, pues no, porque en no pocos
casos hay políticos encumbrados que deben el puesto al dinero de gente como
Servitje y sus parientes. ¿Quién exige a estos infelices que dejen de fabricar
mierda en bolsitas para que se la coman nuestros niños?, ¿quién que utilicen
materiales biodegradables en su distribución?

¿Y la Secretaría de Salud?, bien, gracias, recibiendo medallitas en el extranjero.


¿Y la de Comunicaciones?...

Áchis, ¿pero es que hay una?

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