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FLAVOUR: Parte 2

Capítulo 6

Un enorme ventanal se dibujaba en la tercera planta de la fachada del hospital. Las


cortinas, blancas y sedosas, estaban recogidas a un lado y permitían el paso del sol en
la habitación. En su interior Elibé permanecía reclinada sobre la cama, con las manos
apoyadas en cada costado de la cintura de Claudia, cubriéndola con sus brazos,
mientras próxima a su rostro le susurraba unas palabras.

-Esta va a ser la última vez que me vas a ver.-Dijo con una mirada tenaz.- Tan sólo he
vuelto para advertirte de una cosa más.

Elibé se detuvo unos segundos para observar aquel rostro tullido, cadente de
cualquier expresión y de una semejanza escalofriante a la de una muñeca de
porcelana.

-Jamás he deseado el mal a nadie, sin embargo tú… lo que te ha sucedido me resulta
en cierta manera justicia poética. Pero.., a pesar de todo, aún y así, mi rabia por lo
que hiciste no ha desaparecido.

Tras decir esto se detuvo un instante y miró hacia la ventana con una expresión de
repugnancia.

¿Sabes lo que creo?, creo que te encuentras en una situación en la que me sería
sencillo matarte, admito que he llegado a imaginarlo. Supongo que en eso nos
diferenciamos, yo lo pienso mientras tú lo llevas a cabo.

Elibé se llevó la mano a la cadena que rodeaba su cuello, un collar dorado con un
medallón que finalmente podía definirse como un corazón.

-No expliqué a la policía que mataste a Marcos porque no hubiese servido de nada en
el estado en que te encuentras. Sin embargo, he guardado la piedra con su sangre, la
misma que utilizaste para matarle.

Tras decir esto se puso en pie y con un tono amenazante se despidió:

-Espero que jamás recobres la movilidad, porque si eso sucediera, yo te estaré


esperando con esa prueba para volverte a encarcelar, pero esta vez… en una prisión
de verdad.

// Siete años después //

Los degradados a tonos cálidos de la alborada se dibujaban en el cielo como la Aurora


Boreal, mientras la silueta del castillo de Verona despedía con melancolía a la joven
pareja que yacía a sus pies.

-¿Qué es esto? ¿Un frasco en la mano de mí amado? El veneno ha sido su fin


prematuro. ¡Cruel! no me dejó ni una gota que beber. Pero besaré tus labios que quizá
contienen algún resabio del veneno. Él me matará y me salvará.-Dijo la muchacha con
dolor, mientras acariciaba el rostro de su querido.

Inmediatamente, cuando sus labios aún cálidos rozaron los suyos, un rayo de luz
celestial unió tierra con cielo, los coros soprano acontecieron el puñal que sostenía en
sus inocentes manos y sus palabras de amor evitaron la antecedente agonía que
conlleva el suicidio.

-¡Dulce hierro descansa en mi corazón mientras yo muero!

De pronto las luces se encendieron, el escenario se iluminó y Elibé se incorporó de la


hilera de asientos que vacíos miraban hacia la representación. Antes de decir palabra
necesitó acercarse a la pareja y mostrarles de primera mano cómo debían realizar la
escena.

-Elena, lo haces bien pero sigues cometiendo el mismo error.-Dijo dirigiéndose a la


chica que representaba a Julieta. Una joven de ojos negros con el cabello rubio y
recogido en una coleta.- últimamente pareces desconcentrada, necesitas relajarte,
mostrar al mundo el dolor que se sientes al haber perdido a tu pareja. Las primeras
veces lo hiciste bien no entiendo porque ahora no puedes repetirlo.

-Lo siento, es que…-Dijo agachando la cabeza.-estoy un poco nerviosa.


-Es porqué representaremos la obra la semana que viene ¿verdad?

Elena no respondió, ni tan siquiera se expresó con un ademán, simplemente


permaneció cabizbaja.

-No te preocupes, lo haces bien, tan solo necesitas practicar un poco más, tienes que
dejarte llevar. Mira, te lo enseñaré.

Como muestra para su aprendizaje Elibé se posicionó junto al chico y asumió el papel
de Julieta. Tan solo situarse en escena la expresión de su rostro cambió radicalmente.
Con una mirada afligida se dejó caer de rodillas en el escenario, el dorado cabello que
parecía protegerla resbaló por su cuello y el inconsolable dolor que oprimía su corazón
quedó al descubierto. Con ambas manos acarició el rostro del joven con delicadeza,
como si su alma tendiera de un hilo de frágil existencia. Así fue como asumió el
recuerdo de aquella escena como un paralelismo en su adolescencia, la muerte de su
príncipe desaparecido, su asesinado Marcos.

-Así es como deberías hacerlo.-Dijo al concluir la escena.

Elena se sorprendió ante la maestría de Elibé y como había logrado que sus ojos se
humedecieran para transmitir su pesar en plena secuencia.

Los días pasaron y el estreno de “Romeo y Julieta” en el teatro del pueblo se


acercaba. Durante todo aquel tiempo la vida de Elibé había sufrido giros inesperados;
a raíz del suceso que marcó con hierro ardiente su adolescencia decidió dejar la
carrera de medicina, la cual intentó desarrollar durante el periodo en que Marcos
desapareció y finalmente se inscribió en Arte Dramático. Sus primeros papeles en el
mundo del espectáculo carecían de protagonismo, la mayor parte de sus
interpretaciones radicaban en personajes secundarios de pocos diálogos, lo cual por
un momento la incitó a dejarlo. A pesar de las dificultades la obra teatral “Sueños en
campo abierto” le ofreció su primer papel protagonista y, gracias al enorme éxito que
obtuvo la misma, logró abrirse camino en el sector. Los años y su esfuerzo por
lograrlo la habían convertido en una actriz teatral de renombre nacional,
sobrevalorada en su pueblo nativo, donde cada verano regresaba para enseñar a
aquellos que querían iniciarse. Sin embargo, aquel último año, la representación
teatral que dirigía se estaba complicando. Elena, la adolescente que representaba a
Julieta, parecía sufrir algún tipo de problema. A pocos días del estreno su
interpretación patinaba a causa de falta de concentración, apenas podía acabar un
diálogo sin enviar una mirada de inseguridad al público, y por si fuera poco en
ocasiones ni siquiera era capaz de recordar el guión. Elibé ignoraba el verdadero
problema que la estaba torturando y supuso que los nervios por el estreno la habían
afectado. Hasta que un viernes por la tarde su procupación se desbordó, cuando, en la
última escena, Elena cayó desplomada contra el suelo.

-¡Dios mío!-Gritó Romeo incorporándose del escenario, donde recostado, había


esperado su cálido beso.

Elibé corrió hacia ellos y con la preocupación dibujaba en su cara se agachó junto al
cuerpo. Pocos segundos después, cuando desesperada se dispuso a llamar a una
ambulancia, Elena recobró el conocimiento. Inmediatamente la condujo fuera del
edificio y con cuidado la sentó en un pequeño muro de piedra que rodeaba los jardines
del recinto. Una vez en el exterior fue recobrando el color de piel, el oxigeno que le
proporcionaba las montañas permitió que la palidez de su cara remitiera. Pasaron
varios minutos hasta que pudo hablar y Elibé se sentó a su lado para poder
escucharla.

Sin embargo, cuando ni siquiera había pronunciado su segunda palabra, se llevó las
manos a la cara y rompió a llorar.

-Elena, tranquilízate.-Dijo acariciando su espalda.-No puedes ponerte tan nerviosa, lo


has estado haciendo muy bien, simplemente necesitas confiar en ti misma.

Elibé desvió su mirada hacia la carretera. Durante aquellos siete años la avenida había
sido decorada por dos hileras de árboles plataneros, situados paralelamente en ambas
aceras. A través de la ubicuidades que dejaban sus ramas al balancearse pudo
vislumbrar con melancolía las montañas, en especial la colina que dividía en dos a la
población, el lugar donde la noche del 11 de Agosto un meteorito le señaló donde se
encontraba enterrado el cuerpo de Marcos.

-No es por eso.

Elena la miró con cierta falta de seguridad en sus ojos, pero a su vez, con la
impaciencia de saciar su dolor mediante la confesión.

-El año pasado perdí a mi madre-Dijo finalmente.

Elibé frunció el entrecejo y apoyó la mano en su hombro como un gesto de


entendimiento.

-La he echado mucho de menos, desde que ella murió mi vida no ha vuelto a ser la
misma.
Tras decir esto el graznido de un cuervo, posándose sobre un poste de electricidad al
otro lado de la carretera, captó su atención.

-Pero, desde hace unas semanas... –Continuó mientras vigilaba al negruzco pájaro
sacudirse las plumas con el pico.-... cuando estoy actuando me parece verla.
-¿Quien? ¿A tu madre?-Preguntó Elibe, intentando asegurarse.
-Lo sé, me he vuelto loca, no puede ser real, pero… ¡no puedo soportarlo más!

Inmediatemente se llevó la mano a la cara y abrió sus ojos con cierta desesperación
dibujada en ellos.

-Pero Elena, no tienes que pensar que estás loca. Creo que normal que tras un suceso
traumático se dé la posibilidad de que en ocasiones podamos ver cosas que no son...
-¡No es una simple alucinación!-Gritó por un momento, interrumpiéndola-, cada día
que actuamos ella está allí, sentada en la última fila de butacas, asistiendo a casa uno
de nuestros ensayos.

Elibé tragó saliva y dejó que continuara.

-Puedo verla desde el escenario, observándome entre la oscuridad del final de la sala,
esperando a que acabe la función. –Elena cerró sus ojos con dolor-. Cuando falleció
supliqué por volver al pasado, para que continuase a mi lado, apoyándome, criándome
como había hecho toda la vida, pero ahora… Ahora cuando regreso a casa tan sólo
puedo contar los días que faltan para volver a actuar, las horas que quedan para que
esta horrible pesadilla se repita una vez más.

***

Las primeras gotas de lluvia cayeron de forma inesperada, como minúsculos


proyectiles de cristal, algunos de ellos recubiertos por una coraza de hielo.
El autobús 46 era el enlace que mantenía comunicado el mundo exterior con el
pueblo, a su vez también disponía de una parada situada en el centro hospitalario
Ramnusia, gracias al cual los residentes locales podían desplazarse con mayor
facilidad.

Pero aquella madrugada, mientras rodeaban la colina hacia el sector nuevo del pueblo,
los pasajeros se sorprendieron cuando el granizo asaltó al autobús. Los impactos se
escuchaban enlatados en el techo del vehículo y la cálida temperatura que cobijaba en
su interior transmitía una sensación acogedora. Sin embargo, la pedregada parecía
más peligrosa contra el cristal y muchos de ellos decidieron apartarse.

Los neumáticos se detuvieron frente al hospital y ambas puertas se plegaron sobre si


mismas permitiendo el paso. Una chica, de poco más de veinte tres años de edad,
salió de él y resguardada bajo un paraguas negro corrió hacia la entrada. Una vez
dentro se acercó a la recepción y esperó su turno. Cuando respondieron a su pregunta
cogió el ascensor y subió hasta la tercera planta. Sus pasos continuaron por el pasillo
y se detuvieron en una habitación numerada. Sin dudarlo golpeó con sus nudillos la
puerta, esperó y finalmente alguien abrió. La mirada de la madre de Claudia se cruzó
con ella de un modo confuso, desconcertante, esperando reconocerla.
-Soy Inés-Se presentó, tras unos segundos-.
-¡Oh, dios mío Inés, no te había reconocido!-Exclamó abalanzándose a sus mejillas-.
¡Pero qué cambiada estás! No te veía desde…desde…
-Sí, desde el entierro.-Respondió de forma inevitable.
-Siéntate cariño-La condujo hacia una butaca situada junto a la ventana- ¿Pero qué te
cuentas? ¿Qué haces aquí?

Inés apoyó el paraguas contra la esquina de la pared, se cruzó de piernas y rodeó su


bolso con los brazos. Carmen cogió asiento junto a ella impaciente por escucharla.

-He venido a visitar la tumba de mi hermano.


-Pues menudo día has escogido para hacerlo.

Inés sonrió, asintió con la cabeza y observó de reojo el granizo golpear la ventana.

-Ha pasado mucho tiempo... tenía ganas de volver a visitar el pueblo.


-¿Te has alojado en casa de tus padres?
-Sí, me quedaré unas semanas, hasta que acabe el verano. Aunque, por mucho que
cambie el calendario, aquí siempre parece otoño.
-Ya conoces este pueblo, todos los días son grises-.Dijo mientras observaba a su hija
sobre la cama.

Inés miró hacia la misma dirección e intuyó que las últimas palabras de aquella mujer
habían asumido un doble significado relacionado con el estado de Claudia. No necesitó
imaginar su dolor, ni tampoco buscó un argumento que minorase su sufrimiento, tan
sólo tuvo que recordar el día en el que su hermano fue encontrado sin vida para
comprender su pesar.
En aquellos segundos de silencio, a medida que el hielo se deshacía contra el cristal,
alguien llamó a la puerta.
De ser un día soleado la luz hubiese descubierto el rostro del desconocido que
esperaba tras la puerta, lamentablemente las nubes de lluvia aventajaban el
anochecer y tan sólo pudo vislumbrar su silueta. Carmen, sin embargo, reconoció
quien era y salió a saludarle.

Inés esperó en el dormitorio, algo inquieta, mientras observaba el cuerpo de Claudia


sobre la cama. La incomodidad que suponía un silencio como aquel fue superpuesto
por el crepitar de la lluvia. Gracias a eso no tuvo problemas en acercarse a ella y
deslizar sus nudillos por sus mejillas, acariciando con suavidad aquella piel cadente de
años de sol.

-Agradezco que encontraras el cuerpo de mi hermano -Susurró con un tono suave y, a


su vez, afectado por el pasado-. Pero a pesar de sacrificar tu salud por encontrarle
lamento que jamás hayaran al responsable.

Inés suspiró, observó las ramas del árbol que se balanceaban solemnes al otro lado de
la ventana y, con una disculpa en sus labios, se giró hacia la puerta de salida. En ese
mismo instante, en un amago por abandonar el lugar, su brazo derecho quedó atrás y
atónita descubrió que la mano de Claudia se había aferrado a su muñeca con la
intención de retenerla.
***

El monovolumen azul grisáceo de siete plazas se desplazaba con prudencia por las
calles de Hádilas. Aquel barrio residencial se consideraba como uno de los más
tranquilos, de los más bonitos y con el incentivo de situarse a poco más de una hora
del centro. Elibé decidió trasladarse allí por el mero hecho de encontrarse lo suficiente
cerca de la ciudad, pero sin que eso suponiera alejarse de su pueblo natal. En
realidad, Hádilas estaba situado entre ambos lugares.
El robusto automobil se desplazó entre las residencias hechas en serie, de estilo
americano y con una estructura de madera. Estas mismas se refugiaban bajo un
tejado cuyo color era similar al de la carrocería del vehículo.
Sin ir mucho más lejos de la carretera entró en el parking de su jardín, apagó el
motor y esperó a que la puerta del garaje se cerrase. Una vez en su casa se quito la
chaqueta a cuadros granates y subió los cuatro escalones que conducían a la primera
planta.
Cuando sus pasos alcanzaron el recibidor una silueta apareció desde la sala de estar y
corrió hacia Elibé.

-¡Has vuelto!-Gritó Mara con euforia.

Mientras la pequeña se abrazaba a la cintura de su madre otro individuo se acercó a


ellas y, aproximando su mirada, besó los labios de su mujer.

-Bienvenida a casa.
Capítulo 7

-Espero que jamás recobres la movilidad, porque si eso sucediera, yo te estaré


esperando con esa prueba para volverte a encarcelar, pero esta vez… en una prisión
de verdad.

Sin nada más que decir se colocó el bolso en el hombro, dio media vuelta y abandonó
la habitación. A paso firme, mientras el tosco ruido de sus tacones resonaba por todo
el hospital, bajó las escaleras hasta el primer piso. Antes de salir se acercó a
recepción y conversó con una de las empleadas. Su mirada tan afligida por el dolor,
tan cadente de vida, convenció de tal modo que ninguna de ellas impuso problemas.

-Tranquila, no te preocupes, si llegase a despertarse nos pondríamos en contacto


contigo.

Con un suspiro de satisfacción abandonó el hospital. Mientras las puertas de salida se


abrían no pudo evitar sentirse como una mentirosa y haber aprovechado el
sufrimiento por la muerte de Marcos para utilizarlo en su favor. De hecho, en una
ciudad ni se hubiesen molestado, pero la gente de pueblo suele ser más indulgente
con sus vecinos, quizás por aburrimiento, quizás por miedo a ser juzgada en un lugar
tan pequeño.

Un vivo ejemplo de lo que estaba pensando se manifestó tan sólo abandonar el


edificio, al otro lado de la carretera. Se trataba de Fermín, el anciano conocido por su
dudoso estado mental.
Elibé durante unos segundos se detuvo al verle; el viejo Fermín siempre había sido
muy alto y delgado, solía vestir con una camisa verde a rallas oscuras, mientras que
su pantalón de franela acababa poco antes de sus tobillos y, de esta manera, los
calcetines blancos quedaban al descubierto. Pero lo que la inquietaba no era su
vestimenta, ni mucho menos, lo que había captado su atención era la manera en que
la miraba, con aquellos ojos negros y hundidos, como si estuviese esperando a que
saliera.
Advertida por quien era decidió ignorar su presencia y continuar el trayecto de retorno
a casa.

La calle se reflejaba en el cristalino de su mirada, los árboles a su izquierda y el muro


del edificio a la derecha, entre ambos la perspectiva se unía en el punto de fuga. Al
otro lado de la carretera había un gran descampado, en el cual parecía que
construirían algo. Con la intención de leer el cartel, el cual informaba sobre la
edificación, ralentizó sus pasos. A pesar de sus esfuerzos las palabras se habían
deteriorado por el temporal y apenas podía discernir su significado. Caminó un poco
más y lo intentó de nuevo, esta vez achinó sus ojos con la intención de potenciar su
visión.

-Sé lo que hiciste.

Elibé se sobresaltó y con una mirada de sorpresa se giró hacia la persona que le
hablaba.

-¿Qué?-.Dijo mientras intentaba recobrar el aliento-¿Ha estado siguiéndome?


Curvado por los años y con la calva repleta de lunares Fermín asintió con la cabeza.

-Te vi a ti y a tu amiga, en la montaña, el día de la tormenta-Dijo mientras su


mandíbula bailaba desencajada en cada palabra-.Sé lo que ocurrió realmente.

Con el pulso a cien intentó ignorarle de nuevo pero esta vez las manos del anciano la
retuvieron.

-¡Dime que tu también le viste!-Gritó agarrándola del brazo y zarandeándolo de lado a


lado.
-¿¡Que haces!?
-¡Cuéntale a los demás que tú también has visto el fuego de este lugar, que has
descubierto lo que es capaz de hacer!
-¡Suéltame!-Gritó mientras intentaba liberarse de él.
-¡La gente sabrá que no estoy loco porque tú también viste a uno renacer!
-¡Yo no he visto nada, déjame en paz!
-¡Niña estúpida no intentes engañarme!
-¡Suéltame de una vez!

// Siete años después //

-Entonces le empujé y salí corriendo. No volvió a acercarse a mí nunca más.

Al acabar la frase Elibé cruzó sus piernas y observó de forma involuntaria a su hija
columpiarse. Su marido, sentado a su izquierda, permanecía con el brazo apoyado en
el respaldo del banco de madera.

-¿Crees que puede ser peligroso?-Preguntó Adrián.


-Supongo que no. Pero Elena es una chica introvertida, me imaginaba que el papel de
Julieta la afectaría. Debe ser muy duro perder a tu madre y que además tengas que
convivir con tu abuelo.
-¿Fermín es su familiar más cercano?
-Que yo sepa sí-Dijo y después suspiró-. Pobrecita, esa niña lo que necesita es a
alguien que la apoye, que escuche sus problemas.

Mara dejó atrás el columpio y se dirigió al tobogán.

-No entiendo cómo pueden dejar que viva con un anciano que no está bien de la
cabeza.
-En realidad ella es mayor de edad y con el dinero que ha obtenido tras la muerte de
su madre podría buscarse un piso. Yo tampoco lo entiendo pero supongo que tendrá
sus motivos para no hacerlo.
-Pero cariño, ese tal Fermín te atacó, todos los de este pueblo sabéis que puede ser
violento.
-No sé-Suspiró cuando se cansó de pensar-. Quizás no quiere separarse de la única
familia que le queda.

Con una euforia desenfrenada Mara se dejó caer por la rampa de metal y, una vez
abajo, corrió para subir de nuevo. En ese mismo instante Elibé se remangó el brazo
izquierdo y echó una ojeada a su reloj.
-Bueno, se hace tarde, tengo que irme ya.
-Espera-La detuvo Adrián situando su mano en la rodilla de ella-. ¿A qué hora vas a
volver?
-A la de siempre ¿Por qué?
-Nada, me apetecía cenar contigo.
-Si quieres sí ¿pero dónde?
-He reservado en el “Deux Bougies”.
-Por mi bien. Nos vemos luego ¿vale?

Con un beso fugaz se despidió de él y con la misma prisa se puso en camino hacia el
vehículo. Su marido, sin embargo, permaneció sentado en el banco del parque,
preguntándose si tal vez había olvidado que hoy era su cumpleaños.

***

El inesperado accidente ocurrió a las seis y veintitrés de la tarde. Elibé ejercía de


profesora en el grupo de teatro de su pueblo natal. Este año representarían la obra de
Romeo y Julieta, o mejor dicho una adaptación de esta. Para que los actores se
sintieran inmersos en su papel Elibé organizaba el teatro de modo que luces y música
recrearan la atmósfera idónea para el acto. De hecho, en la última secuencia la
música adquiría un ritmo lento, melancólico, mientras una columna de luz se
proyectaba sobre la trágica pareja.
Aquel era el segundo día consecutivo que Elena faltaba a los ensayos. El pasado
viernes fue el mismo Fermín quien llamó para comunicarles que su nieta se
encontraba enferma y que debía permanecer en cama para recuperarse. A pesar del
aviso a Elibé le extrañó que tras cuatro días aún no se hubiese repuesto y que esta
vez ni siquiera se hubiera molestado en llamarla.

La inquietud que sentía por su actriz protagonista prácticamente la obligó a llamarla.


En la pantalla del móvil los números aparecían a medida que los marcaba, mientras
que en la esquina inferior derecha la hora se mostraba:

<<18:22 pm>>

De inmediato se acercó el teléfono a la oreja y esperó a que lo cogiera. Elibé


recordaría con una claridad perturbadora que tono estaba sonando cuando de repente
un alumno gritó su nombre. Situada en el centro del escenario se giró hacia el chico
que, con una mirada de pánico, señalaba hacia el techo. Desconcertada persiguió el
objetivo con sus ojos y un brutal latigazo sacudió todo el teatro. El cable que
mantenía sujeto el foco al techo salió disparado y el reflector cayó en picado. En
cuestión de décimas de segundo su mirada quedó cegada por la luz que se le
avecinaba y su única reacción fue cubrirse con los brazos. En una situación tan
inesperada como esta resultaba complicado explicar lo que sucedió, de hecho las
versiones eran muy confusas, pero en lo que todos coincidieron era que aquel foco
había estallado milagrosamente en el aire.

-¡Elibé!-Dijo uno de sus alumnos acercándose a ella preocupado-. ¿Estás bien?

Pero no contestó. Permaneció de rodillas sobre el escenario, completamente


paralizada, mientras observaba los restos, aún humeantes, del aparato rodearla.
-¡Elibé!
-Sí, dime-Respondió finalmente.
-¿Te has hecho daño?
-No, creo que estoy bien.

Como un acto reflejo se llevo la mano a la cabeza y, aún sin creerlo, descubrió que su
cráneo permanecía intacto. No tardo en incorporarse, ni siquiera necesitó ayuda.
Cuando lo hizo dio por concluido el ensayo y consecuentemente envió a sus alumnos a
casa.

A las siete de la tarde aún permanecía en el teatro recogiendo los vestigios del
incidente. Mientras lo hacía su cabeza daba vueltas preguntándose una y otra vez que
había ocurrido exactamente, como era posible que el foco hubiese explotado por sí
sólo y que no la hubiese tocado. También, mientras introducía pequeños trozos de
cristal en el interior de una caja de cartón, que más tarde dejaría junto al contenedor,
se planteó la posibilidad de hacer una visita a Elena.
Cuando acabó se dirigió al sistema de sonido y lo desconectó, también hizo lo mismo
con la mesa de mezclas. Después regresó al escenario y bajó el telón. A medida que
las cortinas ocultaban el decorado Elibé no pudo reprimir la necesidad de mirar hacia
la última fila de butacas, una hilera que permanecía entre sombras, pero que
afortunadamente no había nadie sentado en ella.

Eran las ocho pasadas y en el exterior el crepúsculo se estrechaba en el horizonte. El


aura se dibujaba como una silueta dorada, expandiéndose por el cielo con un color
naranja. En la cercanía la atmósfera mudaba su color a un gris pálido, mientras las
montañas perdían su volumen transformándose en escalofriantes siluetas negras.

Elibé subió al automóvil y aceleró en dirección a la colina. Mientras la rodeaba miró


por la ventanilla y pudo ver el edificio donde vivía. Allí compartió los mejores años de
su vida, tras ese pequeño balcón, aquel piso donde las persianas ahora permanecían
bajadas.

Con las manos en el volante descendió por la carretera de tierra, se apartó del camino
y aparcó junto a un muro de piedra. Tras apagar el motor se quitó el cinturón y, con
una carpeta en sus manos, salió del vehículo.
Al otro lado de la pared el ático de la casa de Fermín asomaba señalando al cielo;
puntiagudo, con una estrecha ventana y con el tejado en forma de pirámide. A su
alrededor los olivos se retorcían de un modo enfermizo, oscuros, lúgubres, cadentes
de vida.
Elibé observó la vieja mansión y se estremeció. Desde pequeña siempre había temido
aquella casa; solitaria, desgastada y arrinconada junto a la montaña. Pero ella no fue
la única que sintió recelo por el lugar, sus amigos también mantuvieron las distancias
durante años, contemplándola desde un lugar seguro y observando el siniestro
ventanal que se divisaba en el altillo.
Con una actitud mucho más adulta se dirigió a la verja y la entornó. Esta misma se
deslizó re-dibujando un arco en la tierra. Una vez dentro caminó entre la maleza hasta
alcanzar el porche donde la entrada la esperaba. A pesar de buscar no encontró
timbre alguno con el que llamar así que no tuvo más remedio que golpear la puerta
con sus nudillos. Con los brazos en cruz sostuvo la carpeta roja sobre su pecho y con
la mirada clavada en la cerradura esperó a que alguien la recibiera.

<<¡La gente sabrá que no estoy loco porque tú también viste a uno renacer!
>>

El etéreo vendaval proveniente de la montaña suspiró sobre el jardín muerto que


rodeaba la vivienda, filtrándose entre la fronda de los árboles y creando caminos entre
la maleza.

<<¡Yo no he visto nada, déjame en paz!>>

Deseó crecer para sentirse dueña de su vida, deseó crecer para superarse a sí misma.
Sin embargo, la meta que alcanzó en ocasiones se mostraba como un propósito
idealizado, por alguien que deseaba huir del pasado.

<<¡Niña estúpida no intentes engañarme!>>

Acompañada por un brusco golpe la puerta se abrió de par en par y Elibé retrocedió
un paso a causa del sobresalto. De su interior apareció Fermín, encorvado y con un
reloj de bolsillo en su mano derecha.

-Buenas tardes-saludó ella con educación-. Mi nombre es Elibé, soy la profesora de


teatro de su nieta.

A pesar de esforzarse por ser natural la mirada de aquel anciano se clavaba en su


rostro como un dardo en una diana, mientras apoyado en el marco de la puerta movía
su mandíbula de lado a lado.

-Venía a ver como se encontraba- Siguió sin perder la compostura-. También he


venido a traerle la versión final del guión. Hemos hecho unos cambios durante los
ensayos que ha faltado y me gustaría que…
-No necesitas presentarte-Respondió él a destiempo- tú y yo ya nos conocemos.

Elibé abrió sus ojos con sorpresa y, un tanto nerviosa, buscó un argumento con el que
defenderse.

-Eh, sí, aquí todos nos conocemos ¿verdad?

El anciano ignoró sus palabras y echó una mirada al reloj que permanecía enlazado
con una cadena a su pantalón. Poco después lo guardó en el bolsillo interior de su
cazadora marrón.

-¿Podría darle esto de mi parte?-Preguntó acercándole la carpeta- dentro de tres días


representaremos la función y es necesario que lo memorice.
-Elena no está aquí-Confirmó tras consultar la hora.
-Ah… creía que me dijo que estaba enferma.
-Y lo está, pero aquí no la encontrarás.

Elibé tragó saliva y retomó el archivo en sus brazos.

-¿Está en el hospital?
-No.
-Entonces… ¿dónde podría encontrarla?-Insistió.
-Se ha ido con sus tíos y pasará el resto del verano con ellos.

Desconcertada frunció el entrecejo y, tras un margen de tiempo, lo intentó de nuevo.


-Fermín, es muy importante que pueda localizar a Elena, el estreno de Romeo y
Julieta es dentro de pocos días y es la protagonista. ¿Al menos podría facilitarme un
número de teléfono para que pueda hablar con ella?

Sin una respuesta que la satisficiera, el anciano agarró el pomo y justo antes de cerrar
la puerta dijo:

-Preferiste tratarme como un loco antes que explicar a los demás lo que ocurrió la
noche de la tormenta, ahora no pidas ayuda y asume las consecuencias.

El brusco portazo retumbó de tal modo que el porche de la entrada se tambaleó


durante unos segundos. Elibé permaneció inmóvil, con el rostro pétreo y con un único
concepto en mente: A pesar de los años Fermín no había olvidado.
Resignada se alejó de la puerta de entrada, con la sensación de sentirse en un lugar
hostil, un lugar donde no era bienvenida. Mientras regresaba sobre sus propios pasos,
en el instante en que atravesaba la puerta de hierro, alzó la vista y miró
inconscientemente hacia el desván; de haber anochecido no lo hubiese podido ver, sin
embargo, la poca luz que quedaba del atardecer fue suficiente para descubrir que una
silueta humana se encontraba tras la ventana.
Elibé desconocía que el anciano viviese con alguien más, y de haber sido así, Elena se
lo hubiera contado. Desconcertada se giró con descaro hacia la ventana y, en el
instante en que lo hizo, la silueta retrocedió desapareciendo en la oscuridad del altillo.
La situación había sido incómoda, el ambiente no ayudaba a que se relajase y por si
fuera poco la escena que acababa de presenciar la turbó aún más. Completamente
inquieta, y con la sensación de sentirse amenazada, abandonó el recinto. En el
instante en que procedió a dirigirse a su vehículo, cuando ni siquiera aún había
encontrado las llaves en su bolsillo, una voz familiar dijo su nombre en alto.

Preguntándose de quien se trataba miró a su derecha, hacia el camino asfaltado que


conducía al sector sur del pueblo, y con sorpresa abrió sus ojos al reconocerla.

-Hola Elibé, cuánto tiempo sin vernos.


-¡Inés!-Exclamó al instante.

Apartando a Fermín de sus pensamientos corrió hacia ella y, con la ilusión dibujada en
su cara, la abrazó.

-¿Qué haces tú por aquí?-Preguntó mientras se detenía a observar cómo, en tan sólo
siete años, se había convertido en toda una mujer.
-En principio venía a visitar la tumba de Marcos, pero ya que estoy aquí voy a
quedarme unos días más.
-Ya veo- Dijo débilmente, contemplando el atuendo de luto que Inés vestía.
-Elibé ¿tienes algo que hacer?

Al plantearse la pregunta osciló durante unos segundos, hasta que no pudo evitar
exteriorizarlo mediante una mueca de duda.

-Te lo decía por si querías ir a tomar algo conmigo y de paso ponernos al día.

Por un momento se detuvo; algún tipo de responsabilidad aguardaba en su


subconsciente con la espera de ser mencionada, pero a pesar de esforzarse no lograba
descubrir de que se trataba. Finalmente, mientras ambas se dispusieron a retomar sus
palabras, Elibé supuso que si no era capaz de recordarlo era porqué no debía ser de
vital importancia.

Fueron siete largos años los que las separaron, resultaron demasiados para resumir
en una sola tarde, fueron aún escasos cuando decidieron salir a cenar; pero para
Adrián resultaron eternos mientras esperaba que Elibé llegase al restaurante " Deux
Bougies " para celebrar su cumpleaños.
Capítulo 8

En el resto de territorios del mundo las nubes se repartían por la troposfera de forma
ordenada, sin embargo, en aquel pequeño pueblo los grotescos cúmulos se cernían
sobre la colina y desataban su furia contra sus habitantes. En un recoveco del bosque,
donde los árboles rodeaban el meteorito caído, el agua se derrumbaba sobre las dos
adolescentes que allí forcejeaban. Elibé corrió buscando su salvación, sin embargo, el
frío acero de la pala golpeó su cabeza e inconsciente cayó desplomada contra el suelo.
Claudia, con la mirada desencajada por su propia inestabilidad, a medida que el tic de
su labio inferior se agudizaba, se lanzó sobre ella y rodeó con las manos su cuello.
A pesar del violento ataque Fermín no quiso intervenir, simplemente permaneció
oculto tras el tronco de un árbol, esperando con ansía su desenlace.
El retumbar del trueno más violento se desplegó entre la arboleda como una onda
expansiva. El sonido cercenó la fronda de las ramas y pequeñas hojas caduca
descendieron muertas hacia el suelo. Sus labios, ahora púrpura por la asfixia, se
separaron con un último soplo de vida y con dificultad susurró el nombre de su amor
perdido.

-Marcos…

Tan sólo decirlo la acústica enmudeció en un radio de desconocidas proporciones. De


un segundo al otro tan solo quedó el descenso de la lluvia, los destellos de la
tormenta y el silencio.
Fermín no pudo evitar sonreír al visionarlo, lo estuvo esperando durante más de
cincuenta años, y esa noche, finalmente, podría demostrar su cordura.
Tal y como sucedió en el pasado, tal y como recordaba, como había prometido no
olvidar, de la base del meteorito surgió una sustancia luminiscente. La materia color
celeste se desprendió como una mucosa capaz de violar la ley de la gravedad y se
deslizó nadando entre la oscuridad. La luz de los relámpagos la volvían invisible, la
creciente noche delataba su trayecto.
Del mismo modo que un anélido es capaz de introducirse por el conducto nasal, la
desagradable materia se filtró con facilidad por cada uno de los orificios del rostro de
Claudia hasta haber desaparecido por completo.
Pasaron unos segundos, como mucho medio minuto, hasta que finalmente soltó a
Elibé. De repente Claudia se puso en pie y comenzó a gritar, una y otra vez. Con las
manos en la cabeza sacudió su cuerpo con violencia, esta vez abalanzándose contra el
tronco de un árbol, perdiendo el control de sus movimientos. Los alaridos que surgían
de su boca no parecían ni siquiera humanos, sus ojos habían retrocedido y ahora se
mostraban como dos óvalos blancos. Cayó al suelo y en él empezó a agitarse
mediante espasmos. Las convulsiones se unían a sus salvajes chillidos hasta alcanzar
un estado completamente enfermizo.
Finalmente, con la cabeza apoyada en el terreno, curvó completamente su columna
vertebral y, acompañada por un grito infernal, cayó desplomada contra el suelo.

// 7 años después //

Procedente de una de las casas del barrio residencial Hádilas podían escucharse las
voces de una pareja discutir. Todo empezó cuando el matrimonio se encontró en la
cocina para desayunar. Ella se había preparado zumo con galletas mientras que él
decidió servirse unos cereales. Ante el rostro de disgusto de su marido, y la escasa
comunicación por su parte, Elibé decidió preguntarle.

-No es la primera vez, y lo sabes-Respondió él sin poder probar bocado a causa del
enfrentamiento.
-Adrián ¿cuántas veces tengo que disculparme? Lo siento, me olvidé. Me encontré con
la hermana de Marcos y se me fue de la cabeza.
-Ese es el problema.
-¿Qué problema?-Preguntó frunciendo el ceño.
-Siempre estoy en segundo lugar, sobre todo cuando se trata de algo de Marcos.

Elibé desvió su mirada y se remarcó con una sonrisa.

-Sabía que me lo acabarías reprochando.


-Joder, cariño, sabes que es verdad, parece que nunca estoy en tú cabeza cuando…
-¡Deja de decir tonterías!-Gritó- Estuve con Marcos durante muchos años, es normal
que aún conserve lazos afectivos con su familia.

Adrián no intervino en su discurso, de hecho esperó a que acabara de explayarse.

-Pero joder, ha sido un despiste, no significa nada. ¿Por qué era tan importante ir a
cenar justo ayer? Sabes que podemos hacerlo cuando queramos. En serio Adrián, en
ocasiones parece que esperes cualquier error por mi parte con el fin de justificar tus
inseguridades.

Su marido, evitando una discusión peor, se puso en pie y llamó a su hija, la cual se
encontraba en el dormitorio del piso de arriba. A diferencia de cuando le pedía que
fuese a bañarse, Mara bajó eufórica las escaleras.

-¿Dónde vais?-Preguntó Elibé al percatarse de que la pequeña ya estaba vestida y


predispuesta a hacer algo que desconocía.
-Vamos al centro, han estrenado la película de dibujos que quería ver desde hacía
tiempo.
-Pero… podrías habérmelo dicho antes, he invitado a Inés a comer, quiere conocer a
Mara.
-Cariño, yo aún puedo soportarlo- Añadió él con gran aflicción- pero no hagas lo
mismo con Mara, no la dejes en un segundo lugar.

Las palabras de su pareja, tan suaves como apenadas por su falta de atención,
punzaron directo a su corazón. A pesar de arrepentirse Elibé ya se había
comprometido, Inés estaba en camino y era demasiado tarde como para cancelarlo.
De encontrarse en otra situación le hubiera reprochado el hecho de que no se lo
hubiese contado, sin embargo, ella era la que lo había dejado plantado en el
restaurante, ella era la que había invitado a alguien a casa sin consultárselo, y su hija
no iba a dejar de ir al cine por su culpa.

-Lo siento-Se disculpó Elibé.

Adrián, sin nada más que decir, se dirigió a la puerta de entrada y, junto a Mara,
salieron de casa.
Tras el portazo una aplastante sensación de vacío la golpeó como una ola de frío.
Con las manos en la cara apoyó sus codos sobre la mesa y comenzó a sollozar.
Dos horas después ya lo había preparado todo; se había arreglado, había limpiado la
casa y cocinado un tentempié con tal de amenizar la visita de Inés. Aún y así, a pesar
de esforzarse por crear un entorno agradable, Elibé no podía reprimir lo ocurrido.
Decaída permanecía sentada en el sofá, frente al televisor apagado, observando su
figura opaca en el reflejo de la pantalla.
De repente el sonido del timbre la apartó de sus pensamientos, incorporándose se
dirigió a la entrada y finalmente abrió la puerta.
Frente a ella la hermana de Marcos esperaba con una sonrisa su bienvenida.

***

Inés, del mismo modo que lo fue su hermano, era una chica que destacaba por su
atractivo. Sus ojos eran de un color miel que enamoraba, sus labios, cuyas comisuras
siempre sonreían, resultaban suaves y lo suficientemente gruesos como para fijarte
en ellos. A diferencia de Elibé, su piel gozaba de una tonalidad cálida. Gran parte de
esta frescura la aportaba su corte de pelo, el cual apenas llegaba a tocar sus hombros.
Lo mantenía teñido de castaño y con pequeños reflejos anaranjados, mientras algunos
de sus mechones caían ocultando su ojo izquierdo.

-Supongo que sí, pero… ¿por qué has decidido volver después de tanto tiempo?-
Preguntó Elibé mientras servía un aperitivo previo al cordero que se estaba cocinando
en el horno.
-Recibí una llamada- Respondió Inés y después se llevó una aceituna a la boca-. Esa
llamada me hizo recordar el pasado, cosas que sucedieron cuando aún era demasiado
pequeña como para entenderlas.

Elibé se expresó con una mueca de confusión al no comprender con exactitud sus
palabras.

-Tan sólo quería volver a visitar el pueblo donde pasé mi infancia, eso es todo.
-Me hace gracia que hables así del pasado como si ya fueras toda una veterana y hace
nada que cumpliste los veinte.

Inés volvió a sonreír.

-¿Y tú qué? La última vez que te vi aún eras una estudiante que se movía por el
mundo en transporte público, ahora te miro y no te reconozco, casada y con una hija.
-Sí, la verdad. Si algo bueno pude sacar de todo aquello es que aprendí a
espabilarme, a buscar la felicidad por mí misma.
-Ahora que lo dices- continuó Inés-. ¿Nunca piensas en como hubiese sido tu vida si
nada de aquello hubiera sucedido?

Elibé desvió su mirada hacia la cajonera que se encontraba bajo el televisor.

-¿Sabes? Ya ni recuerdo su cara así que no tiene sentido continuar preguntándomelo.

En ese mismo instante, mientras sus palabras se expresaban mediante una


entonación débil Inés fijó su mirada en ella; Observó como los párpados de Elibé se
debilitaban entristeciendo su mirada, se percató de la rigidez que había adoptado su
rostro en tan sólo unos pocos segundos.
De repente una melodía telefónica las interrumpió y Elibé despertó de su abstracción.
Girándose hacia la cocina observó su móvil vibrar sobre el mármol, mientras se
desplazaba peligrosamente hacia la esquina que daba paso al abismo. Sin perder un
solo segundo se incorporó, cruzó el comedor y en su tercer tono descolgó.

-¿Si?-Preguntó.
-Buenos días ¿es usted Elibé?
-Sí, soy yo.
-Le llamamos del hospital Ramnusia.
-¿Del hospital?
-Sí, era para decirle que Claudia Morales Rivera ha sido dada de alta esta misma
mañana.

De pronto sus ojos se abrieron como dos circunferencias perfectas y consternada


paralizó su mirada en el vacío. Aquel sabor olvidado regresó a su paladar como un
resabio amargo, una cicatriz ya curada pero sensible al tacto.

-Eso no puede ser-Discutió tras unos segundos.


-Le aseguro que es cierto. Es una gran noticia para el hospital y para todo el pueblo.
Lo más increíble, sin duda, ha sido su facilidad para adaptarse después de haber
estado enclaustrada durante más de siete años en la cama.
-No-Dijo incrementando su tono de voz- lo que no puede ser es que se haya
despertado y nadie se haya preocupado en llamarme antes.
-Bueno, fue el doctor mismo el que sugirió que la paciente no recibiera visitas hasta al
cabo de unos días.
-¡Me da igual, os dije personalmente que era muy importante que me avisarais
cuando despertase!

Con una mirada de suspicacia Inés la observó desde la mesa, tras escuchar sus
últimas palabras arrugó el entrecejo y por último escupió el hueso de la oliva en el
cuenco de los deshechos.

-¿Cuántos días lleva despierta?-Insistió Elibé con un tono autoritario.


-Una semana.
-¿Y dónde se encuentra ahora?
-Está reposando en su casa.

Sin una previa despedida Elibé colgó la llamada y se apartó de la cocina.


Inmediatamente subió las escaleras y, a toda prisa, se dirigió a los dormitorios. Inés
dijo su nombre esperando una contestación por su parte, con la necesidad de una
obtener una explicación que justificase su repentina reacción. Minutos después
regresó, ya vestida, al comedor y se acercó a ella.

-¿Qué ha pasado?-Preguntó Inés.


-Tengo que irme ha ocurrido algo y…-Se detuvo mientras improvisaba- Necesito que
vigiles el horno mientras estoy fuera, no tardaré mucho.

La hermana de Marcos se incorporó al observar como corría hacia la puerta de


entrada.

-¡Espera!-Alzó la voz con la intención de retenerla unos segundos más-¿Ha ocurrido


algo malo?
A pesar de sus intentos por recibir una aclaración por su parte Elibé cerró la puerta
tras de sí y con un “Te lo cuento luego” se despidió de ella.

***

Con las manos al volante y el pie sobre el pedal del acelerador condujo la
serpenteante carretera que llevaba directa al pueblo. Pinos y abetos se alternaban a
ambos lados del coche a medida que corría, podía visualizarlos por las ventanillas,
como la velocidad deformaba la fronda de los árboles y la convertía en una opaca
banda de tonalidad verde.
En una curva interminable el sol se atenuó y la lóbrega y cóncava colina surgió tras la
montaña. Con sumo cuidado descendió por una pendiente de tierra, de inclinación casi
vertical, cuya anchura finalizaba en un peligroso precipicio. Tal era su altitud que al
cabo de unos segundos asomó el campanario gótico de la iglesia, irguiéndose
majestuoso en el costado mortal, mientras replicaba sus campanas como bienvenida.
Las primeras edificaciones aparecieron, aquellas que pertenecían al sector sur del
pueblo. Con la mano derecha ubicada sobre el cambio de marchas Elibé giró con la
restante el volante y pisó el asfalto de la avenida principal. Un autobús 46, cuyo
recorrido tenía como objetivo comunicar la ciudad con el pueblo, paso a su lado
regresando por el trayecto que ella había realizado.
En menos de cinco minutos ya había llegado a su destino. Ni siquiera desperdició
tiempo en aparcarlo; con las llaves en su mano lo dejó apartado en un pequeño vado
y, corriendo sobre la acera, se dirigió hacia una de las casas del coqueto barrio,
concretamente a la casa de la familia de Claudia.
Sin perder un solo minuto más se lanzó sobre el panel de timbres que estaba
instalado en el muro que rodeaba la vivienda y presionó el botón. Tras la demora
insistió de nuevo, esta vez vigilando también la parte frontal de la casa.
Lamentablemente nadie respondió. Llevada por la ansía barrió la fachada con la
mirada y descubrió que tanto la primera como la segunda planta tenían las persianas
bajadas.
Aún con la extrañeza dibujada en su cara echó un vistazo a su reloj y observó que
eran las doce tocadas. Resultaba sospechoso pensar que en una hora tan próxima al
mediodía no hubiera nadie en casa. Lo intentó una última vez pero el resultado fue el
mismo así que no tuvo más remedio que regresar al vehículo.

A pesar de la decepción no se dio por vencida y guiada por su propio sentido común
se encaminó hacia el hospital. Para alcanzarlo necesitó bordear la grotesca colina,
para Elibé más estremecedora que para el resto de habitantes, ya que una vez estuvo
apunto de morir allí. A medida que se desplazaba alrededor de la lóbrega arboleda no
podía evitar plantearse una ucronía sobre aquella noche de tormenta. ¿Qué hubiese
ocurrido si Claudia no hubiera desfallecido? La respuesta resultaba tan perturbadora y
obvia para ella que prefería no buscar su respuesta. Pero peor aún resultaba
preguntarse ¿Qué sucedería si Claudia recobraba su movilidad? Elibé había imaginado
durante años el desarrollo de los acontecimientos según esta segunda historia
contrafactual, sabía perfectamente como reaccionara frente a ello y se había
preparado lo suficiente como para evitarlo. Sin embargo, el tiempo calmó sus
cavilaciones y la noticia llegó a sus oídos de forma inesperada.

Directa a su objetivo aparcó el vehículo y corrió hacia las puertas automáticas. Al


atravesarlas el olor a hospital, en ocasiones molesto, se introdujo por sus fosas
nasales. De hecho, toda la imagen que envolvía a la sanidad siempre le había parecido
demasiado artificial y estéril como sentirse en un lugar reparador.
Tan sólo llegar a la recepción se percató de que varias personas esperaban a ser
atendidas y una administrativa se encargaba de la labor. Completamente impaciente
se introdujo entre la gente y siendo descortés con el resto se adelantó.

-Buenas-Saludó Elibé interrumpiendo a la señora que se encontraba en el turno-. Es


urgente y sólo será un minuto.

La chica recepcionista respondió con una mirada que oscilaba entre la confusión y el
desconcierto. Después la mujer a la cual había adelantado asintió resignada y se echó
a un lado.

-Soy Elibé, me habéis llamado hace dos horas informándome sobre que Claudia había
recibido el alta.
-¿Elibé? -Respondió ella conservando aún la extrañeza en su rostro- Creo que te
equivocas.
-Sí, Claudia Morales ha recibido el alta esta mañana.

Tras repetirlo llevó las manos al ordenador y tecleó durante unos segundos.

-Se ha ido esta mañana-Respondió tras la búsqueda-. Pero nadie te ha llamado.


-A ver- Dijo Elibé con los ojos cerrados mientras apoyaba su puño sobre la superficie-
Tan sólo necesito saber si has sido tú quien se ha puesto en contacto conmigo.
-Es extraño, yo llevo toda la mañana aquí, y… como no haya sido una compañera.
-¡Por favor!-Exclamó de repente-. ¿Dónde narices puedo encontrarla? He ido a su casa
porque se suponía que estaba allí, pero no está y es urgente que pueda localizarla.
-Lo siento pero me es imposible ayudarla-respondió la chica con un tono que reflejaba
su incomodidad ante la actitud de Elibé-. El hospital no se hace cargo de los pacientes
que reciben el alta.

Con los ojos clavados en ella y con la creciente impotencia recorriendo sus venas Elibé
golpeó el mármol con el puño cerrado y dio media vuelta. Sus bruscos pasos
retumbaron hasta abandonar el recinto, una vez fuera se dirigió hacia su vehículo y
con un brusco portazo se encerró en él.

-¡Joder!-Gritó una vez dentro.

Se sentía estúpida por haber bajado la guardia, por haber creído que tal posibilidad no
ocurriría, pero lo que más rabia le daba era el hecho de haber sido tan crédula como
para pensar que la llamarían cuando despertara tras siete años. De todos modos no
comprendía con exactitud lo que estaba sucediendo ¿a caso el hospital no se acababa
de poner en contacto con ella para anunciárselo con retraso? No tenía ningún sentido
¿Por qué entonces la chica recepcionista negaba la existencia de tal llamada?

Ofuscada por el torrente de cavilaciones que se le había echado encima se llevó las
manos a la cabeza e intentó calmar sus nervios. Fue inevitable que algunas lágrimas
surgieran, al fin y al cabo su mayor temor se había cumplido, como añadido se había
discutido con su marido, y por si fuera poco la obra de teatro que dirigía abría sus
puertas al cabo de dos días y no disponían de su actriz protagonista. De pronto Elibé
abrió sus ojos al recordar este último punto; El ensayo final había sido fechado para el
día siguiente y con tanto ajetreo lo había olvidado completamente.
Como un acto reflejo desvió su mirada hacia el salpicadero del coche, donde, sobre él,
aún se encontraba la versión final del guión de Julieta. Lo observó durante unos
segundos, detenidamente, sin parpadeo alguno.

***

Unos ancianos que abandonaban el hospital y se disponían cruzar la carretera se


sorprendieron cuando el brusco sonido de un neumático desgarrándose contra el
asfalto se escuchó a unos escasos metros. El automóvil pasó frente a ellos a una
velocidad vertiginosa, levantando tras de sí tal humareda de tierra que les imposibilitó
identificar el vehículo. El camino de polvo se dibujó en la ladera de la montaña,
descendió por la colina y finalmente desapareció en el sector sur del pueblo.
El motor aún estaba encendido cuando el monovolumen se detuvo durante varios
minutos frente a la casa de Fermín, después de ese tiempo la temeraria Elibé salió de
él.
Directa a su objetivo empujó la verja de hierro, atravesó el jardín de malas hierbas y,
mientras la sombra del ático se cernía sobre ella, subió los peldaños del porche.
Situada frente a la entrada golpeó la puerta con sus nudillos. Con tal de amenizar la
demora echó un vistazo a su alrededor; a su derecha la pendiente de la colina iniciaba
su ascenso, al otro lado podían verse algunos edificios, entre ellos se encontraba la
residencia de sus padres, la casa donde vivió durante la infancia.

-Maldita sea-Se dijo a si misma al impacientarse.

Insistente se dispuso a golpear la entrada de nuevo, pero en el instante en que alzaba


el puño un repentino golpe se escuchó desde el interior de la casa. Extrañada
retrocedió, volteó el porche y se asomó a la parte lateral de la residencia, donde allí
descubrió que el coche de Fermín no estaba. En ese caso, y por descarte, la única
persona causante de tal estruendo debía ser sin lugar a dudas Elena.
Con la esperanza dibujada en su cara se desplazó hacia el pequeño escampado que
ahora permanecía vacío sin el vehículo. Una vez allí volteó su mirada hacia la fachada
y halló una pequeña puerta de madera. Al acercarse a ella deslizó sus dedos sobre la
tabla, después la golpeó. Sonaba hueca y mucho más desgastada que el resto de la
casa. Retrocedió un paso y su zapato crujió al pisar algo. Alzando la pierna descubrió
que algunos trozos de madera, de pequeñas ramas secas, se acumulaban frente a la
entrada. Lo dedujo casi al instante, aquel debía ser el almacén donde Fermín
guardaba la leña. Para Elibé resultaba muy alentador que el viejo no estuviera en
casa, de encontrarse en una situación diferente se hubiera parado unos segundos para
pensar con calma, sin embargo, en ese mismo instante, se sentía como una hormiga
retorciéndose bajo el cristal de una lupa. Con el fin de acabar con esa situación de
impotencia, se abalanzó contra la puerta. Con una patada la putrefacta madera se
astilló abriéndose como un abanico de paja, la cerradura que la mantenía sellada salió
disparada y Elibé cayó en el interior.
El hecho de encontrarse en una casa ajena disparó la adrenalina que corría por sus
venas. No necesitó unos segundos para incorporarse, lo hizo tan rápidamente que su
caída quedó en un simple amago. A pesar de apresurarse por encontrar a Elena no
tuvo más remedio que detenerse ante el grotesco escenario que la rodeaba.

-Dios mío.

Cientos de cuadros forraban las paredes del sótano, retratos de una mujer de rostro
siniestro y pálido cuyo rojizo cabello se dejaba caer sobre sus senos. Sí, en la mayoría
de ellos aparecía desnuda, debatida y con las manos apoyadas sobre su regazo. Sin
embargo, lo grotesco no provenía de ella misma sino de aquello que parecía
aterrorizarla; En cada una de las pinturas podía apreciarse una figura celeste, una
especie de masa alargada que se erguía tras su espalda. A pesar de lo surrealista que
pareciera aquello Elibé decantó su interés sobre algo mucho más perturbador. Entre
todos aquellos lienzos, situada en el centro del sótano, una efigie humana se alzaba
como una deidad a la que adorar. La figura estaba compuesta por todo tipo de broza
que podía hallarse en la montaña y unos pocos leños, que también había visto junto a
la puerta, la rodeaban proporcionándole estabilidad. Lo más significativo de todo era
su cabeza, la cual había sido cubierta con un siniestro velo blanco que impedía ver de
qué estaba compuesta. Un nuevo golpe se escuchó, y junto a él un leve gemido. Elibé
reaccionó y atisbó las escaleras que conducían a la primera planta. Sugestionada por
la presencia de aquella escultura caminó hacia ellas con lentitud. En el instante en que
se cruzó con la novia de paja corrió y de un salto subió al primer peldaño. Al mismo
ritmo, y con un cosquilleo de inseguridad en su nuca, subió por ellas. Al abrir la puerta
accedió a la sala de estar de la casa. No se fijó demasiado en los detalles ya que su
único propósito al entrar era encontrar a su alumna, pero lo más significativo de todo,
y que en cierta manera se echaba en falta, era que en la habitación no había ningún
televisor.
Mientras rastreaba la primera planta gritó su nombre en un par de ocasiones, pero
hasta la tercera vez que lo intentó no obtuvo contestación. La respuesta llegó a sus
oídos desde el piso de arriba. Inmediatamente Elibé corrió buscando la procedencia de
aquel agonizante alarido, hasta alcanzar el último tramo de peldaños del piso más
alto. En ese mismo lugar, donde la barandilla de la escalera finalizaba al tocar el
techo, una trampilla se dibujaba sobre su cabeza.

-¡Por favor, ayúdame!-Gritó Elena tras ella.

En ese mismo instante, mientras los ojos de Elibé se abrían ante el recuerdo de
aquella silueta que avistó en el ático días atrás, alzó sus brazos hacia la portezuela y
con los puños la golpeó con fuerza.

-¡Elena, soy yo, soy Elibé!-Respondió mientras con sus manos rodeaba la cerradura
que impedía que pudiera abrirla.
-¡Tienes que sacarme de aquí!

Fue entonces cuando volvió sobre sus pasos, cuando descendió con la intención de
registrar la casa y encontrar cualquier cosa con la que poder liberarla.
Lamentablemente, en el instante en que bajó al segundo piso, se detuvo frente a la
ventana y horrorizada descubrió que el coche de Fermín había regresado.
Capítulo 9

El tiempo nos transforma del mismo modo que la tierra se erosiona con el paso de los
años. De este modo, la tormenta que causa estragos en la cosecha siempre fomenta
un repentino cambio. Tras el desastre surge un clamor de resistencia, los
supervivientes renacen con el único fervor de devolver la normalización. Sin embargo
existen peores tormentas que no dejan huella, sus cicatrices no quedan a la vista y
por lo tanto es mucho más laborioso sanarlas. Un fruto de su paso se reflejaba en el
cabello de Elibé; ahora ondulado por el cambio. Ella misma lo justificaría como la
renovación de su aspecto, pero su subconsciente lo definiría como un vestigio de la
tormenta, un forzado cambio con el fin de alejarse del pasado y con la necesidad de
sentirse redefinida por una nueva vida.

En el instante en que descubrió el vehículo de Fermín aparcando frente a la casa se


lanzó escaleras abajo lo más rápido que pudo. Necesitaba alcanzar la puerta del
comedor que conducía al sótano, donde, desde allí, podría salir sin ser descubierta.
Llegó al primer piso, con histeria corrió hacia el comedor y cuando ya casi lo había
logrado, cuando tan sólo necesitaba cruzarlo y abrir la puerta, el pasillo que
comunicaba a todas las salas se iluminó con el fulgor del exterior. La entrada a la casa
se abrió, un rayo de luz se dibujó en la puerta que conducía al sótano, y sobre él la
silueta de Fermín apareció dibujada. Elibé se arrojó al suelo, tras el sofá, en el punto
ciego donde la ventana estaba situada. Casi al mismo tiempo los pasos de Fermín se
acercaron desde el recibidor, con un pausado pisar, y se detuvieron sospechosamente
al llegar comedor. La tensión no podía ser mayor para Elibé, la cual incluso necesitó
taparse la boca con sus temblorosas manos para silenciar su agitada respiración.
Durante los segundos en que Fermín dejó de caminar pequeñas gotas de sudor
descendieron por su rostro, el escozor pudo sentirlo cuando llegaron a sus ojos, y su
característico sabor salado cuando alcanzó sus labios. En el resto de sus sentidos el
palpitar de su corazón se imponía de tal modo que temía ser delatada. A pesar de sus
pensamientos, de su temor por ser descubierta, los pasos continuaron hacia la cocina.
Sin pensárselo dos veces Elibé salió de su escondite, debía de aprovechar el momento
porque quizás después ya sería demasiado tarde. Sigilosamente atravesó la
habitación, lo hizo mientras vigilaba la entrada a la cocina. Sin apartar la mirada
aceleró sus pasos, desesperada por salir de la casa se acercó con rapidez a la entrada
del sótano y, en el instante en que se dispuso a girar el pomo, el móvil que llevaba en
el bolsillo del pantalón comenzó a vibrar de forma inesperada. El débil retumbar que
podía escucharse alertó a Elibé y sustrayéndolo del pantalón intentó apagarlo. Pero
con tanto alboroto presionó la tecla equivocada y consecuentemente la inoportuna voz
de una mujer comenzó a escucharse al otro lado de la línea.

-Elibé, contesta ¿Qué no tienes cobertura? llamaba para preguntarte si os llegó ayer el
regalo de cumpleaños.
-Mierda-.Susurró.
-¿Me escuchas?- Insistió alzando la voz- ¿¡Ha llegado ya el regalo de Adrían!? ¡Elibé!
¿¡puedes oírme!?

Con nerviosismo finalmente colgó la llamada y después lo devolvió al pantalón. Por


última vez miró hacia la cocina. Fue entonces cuando su corazón se congeló, cuando
sus pulmones se ensancharon y cuando desencajó su mandíbula en un grito de
pánico. Fermín salió de repente de la cocina, con los brazos alzados y corriendo con la
intención de retenerla. Elibé empujó la puerta, saltó escaleras abajo y aterrizó de
forma violenta en el suelo del sótano. Con la rodilla dolorida se incorporó. Tal era el
espanto que ni tan siquiera vaciló al cruzarse con la efigie del velo, simplemente
continuó huyendo hasta llegar al jardín. Cojeando esquivó la maleza con
sobreesfuerzo y cruzó la verja. Fuera del recinto ya se dirigió hacia su vehículo y una
vez dentro, pisó el acelerador y escapó lo más rápido que pudo.

// Siete años antes //

-¡La gente sabrá que no estoy loco porque tú también viste a uno renacer!
-¡Yo no he visto nada, déjame en paz!
-¡Niña estúpida no intentes engañarme!
-¡Suéltame de una vez!

Con un movimiento de brazo Elibé se libró de él y acelerando sus pasos lo dejó atrás.
Fermín permaneció quieto mientras observaba como se alejaba, dejando escapar su
oportunidad, aquella que secundaría sus delirantes teorías y la que devolvería su
cordura frente a los demás. Pocos segundos después regresó sobre sus pasos, calle
arriba, donde el hospital Ramnusia estaba situado. Sin vacilar entró en el edificio, picó
al ascensor y alcanzó la tercera planta. Recorrió el pasillo con lentitud, acercándose a
las puertas de las habitaciones y echando un vistazo a través del cristal. Finalmente
se detuvo frente a uno de los dormitorios y, vigilando que nadie le estuviera mirando,
entró.

-Hola Claudia-Dijo acercándose a la cama en la cual yacía desde hacía tres días-, sé lo
que ocurrió en la montaña, lo vi todo.

Tan sólo decir esto Fermín se acercó a la ventana y, con la intención de salvaguardar
su privacidad, la cerró.

-No ha sido culpa tuya acabar así, necesitas saberlo. Esa chica es la responsable de
que ahora no puedas moverte.

Claudia desplazó sus ojos con la intención de observarle y demostrar que le estaba
escuchando.

-Hay alguien que la está protegiendo, alguien que impide que puedan hacerle daño.
Las consecuencias por intentarlo pueden ser devastadoras. Quien mejor que tú para
saberlo.

Fermín recorrió la habitación y se situó a los pies de la cama. Después se giró hacia el
mueble situado contra la pared y cogió el marco de fotos que yacía sobre la superficie.

-Puedo ver la rabia en tu mirada. Sé que deseas vengarte por lo que ha ocurrido
contigo y por el asesinato de tu amigo- Añadió mientras observaba la fotografía- pero
yo puedo ayudarte.

Claudia parpadeó con insistencia.

-Sin embargo, necesitaré algo a cambio. Necesito que me dejes demostrarte que todo
es verdad, quiero enseñarte el secreto que se esconde bajo este pueblo. Si tú también
lo ves entonces nadie creerá que estoy loco.

Fermín alzó la otra mano y con el índice señaló el rostro de Elibé que posaba sonriente
junto al de Marcos.

-Sólo entonces podrás deshacerte de ella.

// Siete años después //

Mientras conducía sin rumbo fijo se preguntó cuál era el camino a seguir ahora. Elena,
su alumna de arte dramático estaba en problemas; había sido privada de su libertad
al ser encerrada en un oscuro ático. Su primera opción, sin lugar a dudas, sería acudir
a la policía y que ellos se encargaran de solucionarlo. Sin embargo no podía olvidar
que había cometido allanamiento de morada y que además había sido descubierta. El
temor ante una repercusión negativa por el delito impidió que actuara según su
sentido común. Se encontraba entre la espada y la pared y no sabía por cual escoger.
Necesitaba la opinión de una tercera persona, alguien que pudiera aconsejarle.
Con la mano restante, mientras con la otra guiaba el volante, cogió el móvil y
acercándoselo a la oreja esperó a que respondiera. Lamentablemente el teléfono de
Adrián se encontraba apagado y el buzón de voz saltó casi al instante.

-No, por favor- Murmuró frunciendo el ceño.

Estaba demasiado nerviosa como para pensar con claridad y ciertamente necesitaba
un segundo punto de vista con el que comparar. De esta manera decidió no darle más
vueltas y, mediante un giro de ciento ochenta grados, se situó en el carril opuesto.
Dejó caer el móvil sobre el asiento del copiloto, pisó el acelerador y condujo hacia la
salida del pueblo.

Fue un largo viaje hasta el centro. Cuando llegó a la ciudad se dirigió a uno de los
centros comerciales más bulliciosos que solían visitar y dejó el coche en el
aparcamiento.
Con el ascensor subió hasta la última planta y una vez allí se dirigió a los cines. Elibé
llevaba viviendo cuatro años con su pareja y con el tiempo había aprendido a
conocerle. Adrián siempre tenía el móvil disponible, de hecho no recordaba ninguna
llamada sin respuesta, y por esa misma razón dedujo que aún estaban viendo la
película.
Mientras esperaba paseó por el centro comercial; se detuvo frente algunos
escaparates pero, aunque pareciera interesada en lo que se exponía, su cabeza
continuaba obcecada en lo ocurrido. Más tarde decidió matar el tiempo en un café
situado frente a los cines.

A medida que hacía girar la cuchara en el fondo de la taza su mirada se perdía en


memorias pasadas, fantasmas que creía haber dejado atrás y que habían regresado
para recordarle que su nueva vida tan sólo se trataba de un breve descanso. Le
entristecía planteárselo de ese modo, como si su destino siempre le hubiera deparado
permanecer en ese “maldito pueblo”, como si, a pesar de sus esfuerzos, la corriente la
devolviera a tan terrible cauce. Tras ese último planteamiento Elibé alzó la mirada, con
la vista cansada miró a través del cristal, y una vez fuera pudo ver a Adrián salir del
cine con Mara.
Inmediatamente se incorporó, no necesitó pedir la cuenta porque previendo la
situación ya había pagado su consumición.
-Adrián-Alzó la voz al salir del local.

Su marido se giró y Mara se soltó de él para correr hacia Elibé

-Hola cariño-Dijo agachándose y rodeando a su hija con los brazos-. ¿Cómo ha ido la
película?
-¡Bieen!-Gritó eufórica-Había un gato mami , que era malo.

-Anda ¿y por qué era malo el gatito?-Preguntó ella añadiendo cierta énfasis infantil a
cada una de sus palabras.
-Quería echar al “guagua” de su casa, pero al final no ha podido.
-¿Ah sí? Entonces ha acabado bien. Te ha gustado mucho ¿verdad?

Mara asintió con una sonrisa de oreja a oreja.

-Hola Elibé-dijo su marido acercándose a ellas- ¿Qué haces aquí?


-Lo mismo digo, han pasado más de cinco horas ¿Cómo qué acabáis de salir del cine?
-Cuando llegamos ya había comenzado la película así que nos hemos quedado a
comer. Pero tú… ¿Por qué has venido?

Elibé respondió con una expresiva mirada en sus ojos y después observó a su
alrededor como si estuviera buscando algo. Segundos más tarde agarró a Mara de la
mano y con un- venga que te llevo al cochecito- la subió en un mini-descapotable que
había instalado para los niños. Con el monedero en la mano insertó unas monedas y
de pronto el vehículo comenzó a balancearse.

-Tenemos que hablar-Dijo girándose hacia Adrián y agarrándole de la manga del


jersey.

Del mismo modo que lo había hecho con su hija se lo llevó consigo hasta sentarlo en
el banco de en frente.

-¿Qué pasa?-Preguntó él.

Elibé, con los hombros encogidos y frotándose las manos con nerviosismo, le miró y
comenzó a hablar.

-Esta mañana me han llamado del hospital. Han dado el alta a Claudia.

Adrián frunció el entrecejo.

-Después de lo que ocurrió como comprenderás tenía que ir a verla. Pero… -Se detuvo
unos segundos- he ido a su casa y no la he encontrado, también he ido al hospital
pero nadie sabe nada.
-Bueno ¿Y qué?.

Por un momento Elibé notó un sutil desdén en su tono de voz, pero lo dejó pasar
porque creyó malinterpretarlo.

-Como sabes mañana es el ensayo general y aún no tengo noticias de Elena. Así que…
bueno, he vuelto a su casa, y… no sé como contarte esto sin parecer una loca así que
te lo digo sin más: Me he colado .
-¿¡Que has hecho qué!?-Exclamó.
-Sí, no hace falta que me lo digas, lo sé. Pero esto no es lo importante. Adrián, he
descubierto que la tiene encerrada en el ático, a saber para qué, y lo peor de todo es
que cuando intentaba sacarla de allí ha llegado Fermín y me ha descubierto.
-¿Pero estás bien de la cabeza?-Preguntó retóricamente.
-Adrián, no sé qué hacer- Añadió sacudiendo la cabeza.
-Y a mí que me explicas.

Elibé se detuvo sorprendida por tal contestación

-No podemos seguir así-Continuó él - tengo la sensación de que a pesar de vivir


juntos, de estar casados, nos encontramos en mundos distintos.

Adrián se llevó la mano a la cabeza como si sufriera jaqueca.

-He intentado no dar importancia a tu falta de atención, a tus constantes olvidos, pero
es que ya no puedo más. Esto no es un simple comecocos, como esta mañana me has
dicho, esto se ha convertido en una rutina.
-¿Pero qué dices?-Preguntó Elibé desconcertada por sus palabras.
-Cuando empezamos a salir todo era diferente. Soy consciente que la pasión tan sólo
es temporal, que nada puede ser como al principio, pero… he visto como tu interés ha
ido desapareciendo.

Adrián suspiró y se esforzó por enfocar su explicación de un modo comprensivo.

-Agradezco ser la persona en quien más confíes, la persona con quien compartas tus
preocupaciones, pero no me conformo sólo con eso.
-Pero… ¿Qué quieres decir con esto?
-Elibé, te quiero mucho, por eso cada día me duele más tu desinterés. Tengo la
sensación de que te llevé conmigo cuando tú aún tenías cosas por resolver. Por eso
me entristece pensar…-Los ojos de Adrián se humedecieron y consecuentemente miró
hacia el lado opuesto para ocultarlo- que aquellos primeros años tan sólo fueron un
periodo para que pudieras olvidar el pasado.

El rostro de Elibé pasó de una preocupación latente a un enfado probable.

-Puede que tengas razón, que todo sea una paranoia mía, por eso mismo creo que
quizás deberíamos darnos un tiempo.
-¿Un tiempo?-Respondió con una media sonrisa de ironía dibujada en su cara.
-Sí, unos días para aclararnos.
-No puedo creer que me estés diciendo esto.
-Elibé, sabes que no me estoy inventando nada, esto lleva sucediendo desde hace
años. Ya no eres feliz y me gustaría saber porqué. Por eso pienso que si nos alejamos
unos días podrás buscar el bienestar que te falta por ti misma.

Tras concluir la frase Elibé se incorporó y, con un rictus inexpresivo, se colocó la


correa del bolso sobre el hombro.

-Como quieras –Dijo sin mirarle- Pasaré unos días en casa de mis padres.
-¿Te vas?
-¿Pretendes que me quede después de esto? No quiero que Mara me vea así, así que
dile que me he ido a casa de los yayos y que vendré a verla mañana.
-Pero…
-Adiós.

***

El lánguido sirimiri se dejaba caer sobre el parabrisas del automóvil, sobre el cristal la
humedad se comprimía y pequeñas gotas ascendían bailando contra la gravedad. A
pesar de la lluvia, de la oscura noche, y de la creciente neblina que se formaba en las
montañas, su principal problema para visualizar con claridad la carretera eran sus ojos
irritados por las lágrimas. Mientras conducía intentaba secarlas con la manga de la
chaqueta, pero no lo suficiente rápido como para contrarrestarlo.
El trayecto hacia casa de sus padres, hacia su pueblo, jamás le había resultado tan
arduo. Las palabras de Adrián palpitaban en su cabeza con insistencia; la sacudían a
golpe de veracidad, contradiciendo el amor que ella defendía y provocando una
confusa reacción en su interior; Podía sentirlo, a medida que las cálidas lágrimas
acariciaban sus mejillas un sentimiento contenido resurgía, una sensación palpable en
su mirada, un desasosiego con matices de libertad, hasta que de pronto el sonido de
una sirena la devolvió de lleno a la realidad.
Al instante alzó sus ojos y mediante el retrovisor pudo ver un coche patrulla detrás de
su vehículo. No tuvo más remedio que activar el intermitente y apartarse a un lado en
la carretera.
Alterada por su presencia se dejó caer en el respaldo y observó a través del espejo
lateral izquierdo. Del interior del coche de policía salieron dos agentes y cubiertos bajo
una capucha se dirigieron hacia ella. No había cometido ninguna infracción- Se dijo a
si misma- no estaba conduciendo de forma temeraria así que no tenía ningún sentido
que la pararan. Sin embargo, en los pocos segundos previos antes de que necesitara
bajar la ventanilla, el recuerdo de la casa de Fermín llegó a su cabeza como un aviso.
El policía golpeó el cristal y consecuentemente lo bajó para que pudieran hablar.

-Elibé por favor baja del vehículo-Le dijo uno de ellos.


-¿Eh? ¿Por qué?
-Las cosas serán más fáciles si cooperas, así que sal del coche.

Con una mirada confusa abrió la puerta y salió del automóvil.

-¿Qué ocurre?-Dijo mientras la lluvia caía sobre su cabeza.


-Da media vuelta-. Le ordenó el otro agente.
-¿Es por lo de Fermín? Es por eso ¿verdad?-Preguntó con los nervios a flor de piel- Por
favor dejadme explicaros.
-No te lo voy a volver a repetir, date la vuelta.
-No, escuchadme. Entré en su casa porque escuché ruidos, creía que Elena, su nieta,
estaba en peligro, porque ese viejo…
-¡Que te gires coño!

<< Inés ¿Por qué has decidido volver después de tanto tiempo? >>

Uno de los policías la agarró con violencia del brazo izquierdo y empujándola la
estampó brutalmente contra el capó del coche.

<<Recibí una llamada. Esa llamada me hizo recordar el pasado, cosas que
sucedieron cuando aún era demasiado pequeña como para entenderlas>>
// 14 días antes //

-Sí ¿diga?
-Hola Inés ¿Cómo estás?
-Hola ¿Quién eres?
-Tienes que volver al pueblo.
-¿Qué dices?
-La persona que mató a tu hermano sigue aquí como si nada hubiera ocurrido.
-¿Cómo? ¿¡De que hablas!?
-Ahora es el momento, vuelve al pueblo y castiga al culpable.
-¡Un segundo! Pero… ¿Diga? ¡Eh! ¿¡Diga!?

// 4 días después //

-Agradezco que encontraras el cuerpo de mi hermano -Susurró con un tono suave y, a


su vez, afectado por el pasado-. Pero a pesar de sacrificar tu salud por encontrarle
lamento que jamás hallaran al responsable.
Inés suspiró, observó las ramas del árbol que se balanceaban solemnes al otro lado de
la ventana y, con una disculpa en sus labios, se giró hacia la puerta de salida. En ese
mismo instante, en un amago por abandonar el lugar, su brazo derecho quedó atrás y
atónita descubrió que la mano de Claudia se había aferrado a su muñeca con la
intención de retenerla.
Al instante comenzó a gesticular con sus labios, esforzándose por escupir cada una de
sus palabras.

-Fue Elibé –Dijo con dificultad- Fue ella y aún guarda la piedra con la que le mató.

// Hoy a las 13:23 horas //

-¿Qué ha pasado?-Preguntó Inés.


-Tengo que irme ha ocurrido algo y…-Se detuvo mientras improvisaba- Necesito que
vigiles el horno mientras estoy fuera, no tardaré mucho.

La hermana de Marcos se incorporó al observar como corría hacia la puerta de


entrada.

-¡Espera!-Alzó la voz con la intención de retenerla unos segundos más-¿Ha ocurrido


algo malo?
A pesar de sus intentos por recibir una aclaración por su parte Elibé cerró la puerta
tras de sí y con un “Te lo cuento luego” se despidió de ella.

Una vez fuera el silencio se apoderó de la casa. Inés permaneció unos segundos
quieta hasta el instante en que escuchó el monovolumen alejarse. Fue entonces, en
ese preciso momento, cuando se abalanzó al teléfono de la casa y tecleó la última
llamada recibida.

-¿Hospital Ramnusia buenos días?


-Sí, soy yo.
-¿Ha funcionado?-Respondió Carmen, la madre de Claudia, al otro lado de la línea.
-Sí y ahora se dirige al hospital.
-No tenemos mucho tiempo. Rápido, tienes que encontrarla antes de que regrese.
***

Con la cabeza oprimida contra la carrocería del vehículo, mientras escuchaba el motor
rugir tras su oreja y, a medida que la lluvia inundaba con melancolía la mitad de su
rostro, los agentes aprovecharon y le pusieron las esposas.

<< Espero que jamás recobres la movilidad, porque si eso sucediera, yo te


estaré esperando con esa prueba para volverte a encarcelar >>

Pero lo más surrealista de la situación llegó cuando uno de ellos, mientras la


maniataba, agravó la expresión de desconcierto en Elibé al confesarle el motivo de su
detención:

-Quedas arrestada por el asesinato de Marcos Cabrera.


Capítulo Final

La puerta se abrió repentinamente, la agarraron del brazo que asomaba hacia el


exterior y la arrastraron fuera del vehículo. Le aconsejaron taparse la cabeza con la
chaqueta porque una vez fuera la televisión inmortalizaría su rostro, sin embargo ella
se negó. El sol cegó su visión por unos segundos mientras intentaba no perder el
equilibrio a medida que la policía se la llevaba.
Antes de que sus ojos respondieran como es debido pudo escuchar los abucheos de
sus vecinos, gritos e insultos que ya la habían juzgado de antemano. Al levantar la
cabeza pudo verles, cargados de odio, expresando con sus rostros el deseo de
tomarse la justicia por su parte. Elibé se estremeció al encontrar conocidos entre el
gentío; los padres de Marcos, con una mirada tenaz, permanecían al otro lado,
culpándola por todo lo que había pasado. Lo más destacable quizás lo escuchó cuando
subía las escaleras que conducían al juzgado de la capital, las palabras de Inés
llegaron a sus oídos como una bofetada:

-¡Deberías estar muerta tú y no mi hermano!

***

Adrián esperaba una llamada por parte de Elibé, no dirigida a él sino a Mara,
tranquilizándola por no encontrarse en casa y prometiéndole que pronto iría a verla.
De hecho le había comentado que se pasaría durante el día para que no la echase en
falta, pero a pesar de sus palabras Elibé estaba ilocalizable – ni siquiera se había
molestado en encender el móvil por si la llamábamos- pensó Adrián durante el día. Al
cabo de unas horas dejó sus quejas a un lado y, con la intención de distraer a la
pequeña, se dirigieron al Zoo. Pasaron la mañana allí y como esperaba Mara se
abstrajo con facilidad.

-¿Por qué no comes nada?-Preguntó Adrián mientras se llevaba a la boca un trozo de


pizza en el exterior de un restaurante próximo al recinto de los ciervos.
-Es que tengo pipi.
-¿Qué? ¿Por qué no has ido cuando te lo he dicho?
-Es que me ha venido ahora-Respondió estrechando sus piernas.

Adrián echó un vistazo a su alrededor y pudo ver algunas palomas rodeando la mesa
con la intención de picar algo. Después miró hacia la fachada del restaurante y pudo
ver la puerta de los lavabos.

-Ahora no podemos, acábate primero esto.


-No, no puedo si tengo pipi.
-Mara, si dejamos esto aquí los pájaros se lo comerán.
- Pero es que no puedo más.

Adrián se detuvo unos segundos y observó cómo se retorcía.

-¿Quieres ir tu sola al lavabo?-Preguntó él con cierta prudencia en su voz- Pero no te


sientes en la tapa ¿vale? Haz como siempre y pon papel antes para no ensuciarte. ¿Me
prometes que lo harás?

Mara asintió con la cabeza y de un salto bajó del asiento. Inmediatamente corrió hacia
el lavabo de mujeres mientras su padre la seguía con la mirada. Una vez dentro se
dirigió al primer retrete cerrado y entró en él. Tal y como Adrián le había indicado
buscó el papel de baño y una vez encontró el surtidor tanteó con la mano para
sacarlo. Lamentablemente lo único que quedaba era un despojo de cartón.
Acostumbrada a que todo se lo hicieran Mara permaneció desconcertada durante unos
segundos. Mientras su sentido común afloraba un atisbo de inteligencia llegó a su
cabeza y la deducción se encargó del resto. A pesar de que en ese baño ya no hubiera
quizás en el resto quedaría algo que sirviera. Con la intención de dirigirse al retrete de
al lado giró el pomo y cuando ni aún siquiera había podido entornar la puerta esta
misma se abrió golpeándola. Al instante una mano selló su boca con un pañuelo, Mara
intentó deshacerse de sus garras, pero antes de que pudiera hacer nada sus ojos
cayeron en un profundo sueño.

***

Llevaba más de seis horas detenida y aún no había podido hablar con nadie. Tenía
derecho a una llamada, lo había visto en muchas películas, pero cuando pidió su
derecho a los guardias esto se la denegaron con un rotundo “No”. Con la cabeza
apoyada en la almohada de la cama que le correspondía esperó tras las rejas a que
alguien fuera a buscarla. En su demora se preguntó cómo habían llegado a tal
conclusión. Era inocente, no había absolutamente nada que pudiera incriminarla - o
casi nada - pensó durante un momento – salvo que encontraran la piedra con la
sangre de Marcos incrustada en ella- Sus ojos se abrieron al suponerlo, tenía que ser
eso, qué si no podrían haber encontrado. Pero de ser así ¿Cómo habían descubierto
que la ocultaba? En esta ocasión necesitó unos minutos para llegar a la respuesta,
tuvo que echar la vista atrás para atar cabos y finalmente alcanzó la relación. Un
escalofrío recorrió su cuerpo al presentir que Claudia se encontraba tras todo el
arresto. Ella era la única a quien se lo había confesado y ahora se daba cuenta de
jamás debería habérselo dicho.

-Mierda ¡Mierda!-Gritó llevándose las manos a la cabeza mientras apretaba sus


dientes con fuerza.

Se había dejado llevar por la rabia, por el querer regocijarse en su lamentable estado,
por querer demostrarle que ahora ella se encontraba al mando. Ese era sin lugar a
dudas el garrafal fallo que la había llevado a donde se encontraba ahora. ¿Qué voy a
hacer ahora? ¿Qué va a ser de mí, de mi futuro, de mi familia? – Pensó a medida que
unos pasos toscos se acercaban a su celda.

-Dejadla salir-Dijo una voz varonil.

Elibé se giró desconcertada y pudo ver a los guardias abriendo la puerta y


gesticulando que saliera. Sin pensárselo dos veces se incorporó y abandonó la celda.

-Todos los cargos contra ti han sido retirados-Dijo el hombre de avanzada edad que la
esperaba fuera.
-¿Qué? No lo entiendo… ¿Qué ha pasado?
-Lo siento, que mal educado soy, permítame que me presente-Dijo acercándole la
mano-. Mi nombre es Dwight Fuller y soy el detective que está llevando el caso del
asesinado de Marcos.

Elibé respondió estrechándosela y le miró con la intención de recibir una primera


impresión. Fuller parecía el típico policía a punto de jubilarse, aún chapado a la
antigua en cuando indumentaria pero con un espíritu joven. Sus ojos azules estaban
situados debajo de dos frondosas cejas blancas y su barbilla se pronunciaba hacia
fuera dotándole de unos rasgos ciertamente atractivos para sus años.

-Me disculpo primero por haberse visto envuelta en todo esto. Sin embargo, como
comprenderá que el arma del crimen se encontrara en su casa y que además en ella
aparecieran sus huellas nos hizo pensar que usted estaba implicada.
-Soy inocente, ahora ya lo sabe.
-Sí pero aún va a tener que explicarme porque no la llevó a la policía.

Elibé suspiró y echó la mirada a un lado.

-Hace siete años mi antigua compañera de piso Claudia Morales, mi querida amiga del
alma, mató a mi novio. Durante todo ese tiempo estuvo viviendo conmigo y
apoyándome por lo ocurrido. Pero ella en realidad estaba fingiendo, se reía en mi cara
¿sabe? Cuando descubrí todo intentó matarme a mí también y casi lo consiguió. Me
desperté a su lado a la madrugada siguiente y me la encontré con los ojos abiertos, se
había quedado inmóvil. Decidí no decir nada porque pensé que si ocultaba su crimen
aunque recobrase la movilidad siempre tendría la opción de sentenciarla, quería tener
el control.
-Eso fue un error-Añadió el detective Fuller.
-Sí, me he equivocado. Ambas hemos caído en nuestra propia trampa. La diferencia es
que yo no he hecho nada.
-En realidad Elibé seguirías aquí dentro si ella lo hubiese querido.
-¿Cómo dices?
-Hace unas horas los padres de Claudia encontraron una grabación en una
videocámara que había dejado en su habitación intencionadamente y en la que
confesaba ser la responsable del asesinato de Marcos. Junto a ella había esto-Dijo
Fuller sacándose una bolsita de plástico del bolsillo del sobretodo.

Elibé lo cogió con sus manos y observó que un trozo de fotografía se encontraba en su
interior: en ella se podía apreciar a Marcos junto a alguien que no se alcanzaba a ver
porque faltaba la otra mitad. Tan solo verla reconoció que era la misma que dejó
frente a la cama del dormitorio de Claudia, en el hospital.

-Supongo que la persona que hay a su lado eres tú, pero… lo que realmente me
interesa está justo detrás.

Elibé giró el plástico, observó el dorso de la fotografía y descubrió un mensaje escrito


en él:

“Si quieres a tu hija evita a la policía”

Tan sólo leerlo su rostro palideció y con una mirada de terror alzó la cabeza hacia el
detective.

-Esta mañana Mara desapareció en el Zoo de la ciudad. Al parecer estaba en el lavabo


cuando alguien se la llevó. Después encontramos esta nota, no cabe duda que ha sido
Claudia.

Los ojos de Elibé se humedecieron repentinamente y valga su envergadura estos


cayeron casi al instante.
-Algo está tramando y necesito saber que es. Necesito que me digas donde podría
encontrar la parte faltante de esta fotografía. Quizás de esta manera podamos llegar a
ella.

Aún en shock se detuvo un momento, devolvió la mirada a su propio reflejo, el cual le


sonreía, y con firmeza respondió a sus dudas.

-No sé de donde la habéis sacado, ni siquiera la recordaba

***

Volvía a lloviznar, el sirimiri jamás había perdurado tanto en el pueblo, ni siquiera en


los inviernos de antaño. El asfalto estaba tan empapado que cuando el monovolumen
frenó en seco frente al hospital una cortina de agua se levantó bajo el neumático y
salpicó a una mujer que se dirigía a la entrada. Elibé bajó de él y, haciendo caso
omiso a las quejas de la señora, entró en el edificio. No esperó al ascensor, se dirigió a
las escaleras y las subió de dos en dos hasta alcanzar la tercera planta. Con la misma
velocidad se dirigió hacia la habitación donde estuvo ingresada Claudia y entró en ella.

-¿Disculpe?-Dijo una enfermera mientras ajustaba el suero de la paciente que ahora


ocupaba la habitación.

Elibé miró hacia el mueble y no encontró el marco que dejó sobre él.
Casi sin pensarlo se acercó y empezó a rebuscar entre los cajones y armarios que lo
componían.

-Eh, perdone ¿Qué hace?-Insistió de nuevo.


-¿Dónde está el cuadro que había aquí?-Preguntó encarándose a ella.
-No había ningún cuadro.
-Pero que dices, me refiero al anterior paciente. ¿Qué habéis hecho con él?

Tan sólo decir esto una segunda enfermera entró en el dormitorio.

-¿Pasa algo?-Preguntó.
-No, nada, esta chica pregunta sobre un cuadro que se dejó el paciente anterior.
-¿Un cuadro?¿A caso eres Elibé?
-Sí-Respondió sorprendida.
-Espera un momento.

La segunda enfermera regresó al pasillo y Elibé permaneció impaciente en la


habitación.

-¿Te conozco de algo?-Preguntó la chica mientras continuaba acomodando el gotero.


-No creo.
-No sé, me suena mucho tu cara y no recuerdo de qué.
-Bueno, en los pueblos todos nos hemos cruzado alguna vez.

Antes de lo que pensaba la segunda enfermera entró por la puerta y sin poder esperar
más se acercó a ella.

-Me dijo que vendrías a buscarlo-Añadió acercándoselo.


-¿Quién te lo dijo?-Preguntó Elibé recibiéndolo entre sus manos.
-La paciente que estuvo aquí. Me rogó que tan sólo te lo diera a ti. Qué suerte que
hayamos coincidido ¿verdad?
-Sí, gracias-Dijo finalmente y abandonó la habitación.

De camino al coche sustrajo la fotografía del marco y miró lo que había escrito detrás:

“En la tumba del meteorito”

***

Dejó el vehículo a un lado en la carretera que bordeaba la colina, salió de él con


seguridad y con las manos desnudas se introdujo en el bosque. Los frondosos árboles
se repetían una y otra vez, sus troncos opacos impedían que pudiera ver a distancia lo
que le deparaba el entorno, debía pasar a través de ellos y esperar a darse de morros
contra la realidad. La naturaleza de aquel bosque resultaba demasiado lúgubre,
apenas se escuchaban animales habitarlo, tan sólo el silbido del viento hacía oscilar
las ramas de aquel paisaje muerto. El claro apareció a pocos pasos con Claudia
situada justo en el centro. Como una efigie humana de una cripta gótica permanecía
inmóvil junto al socavón que formó el meteorito y Mara yacía inconsciente entre sus
brazos. Elibé entró en el radio que ocupaba el espaciado sin árboles y se detuvo.

-Claudia, por favor, déjala marchar.


-Cuanto tiempo ha pasado-Dijo esbozando una sonrisa como bienvenida- parece que
volvemos a donde lo dejamos.
-Vale, solucionémoslo las dos pero ella no tiene la culpa.
-No hay nada que solucionar.
-¡Maldita sea suéltala de una vez!

Tan sólo gritar esta frase Elibé corrió hacia ella. Inmediatamente Claudia agarró a
Mara de una de las piernas y la situó boca abajo sobre el lugar donde yacía la roca.

-¡No te acerques o lo lamentarás!-Respondió.

Elibé se detuvo de nuevo.

-¿Qué haces?-Preguntó desconcertada.


-¿Aún no lo has visto?

Tras decir esto Claudia miró a su lado en el suelo, Elibé siguió su mirada y
desconcertada frunció el entrecejo: En el lugar donde el meteorito cayó siete años
atrás se había formado un enorme agujero, un orificio tan profundo que la oscuridad
parecía emanar de él. Elibé lo observó durante unos segundos y se estremeció. Le
vino a la mente aquella pesadilla que sufrió durante la época en que buscó a Marcos,
un sueño retorcido y agonizante que a pesar del tiempo parecía no haber olvidado.

-Me pregunto si debe tener fin-Dijo Claudia sosteniendo a la pequeña sobre la


perforación.- Si ha podido tragarse ese meteorito tan grande cualquiera podría caer en
él.
-¿Por qué haces esto?
Claudia se giró hacia ella.

-Todo ha sido por tu culpa, si no hubieses existido nada de esto hubiera sucedido. Pero
tú, con tu cara bonita tuviste que encandilarle.
-¿Cómo iba a saber eso? ¿Cómo iba a saber que estabas enamorada si no me lo
contabas?
-¡Estúpida! ¿¡No podía hacerlo porque tú ya estabas con él!?

Elibé se sobresaltó ante sus gritos y observó a su pequeña peligrar sobre el túnel sin
fondo.
-¡Maldita sea! ¿¡Por qué tuviste que estropearlo!? ¡Todo podría haber acabado cuando
le maté! Pero tú…-Claudia inclinó su cabeza con menosprecio mientras Mara oscilaba
sobre una muerte segura-¡Te avisé, te dije que estaba muerto, que dejases de buscar,
pero necesitaste continuar y joderlo todo!
-Lo siento-Se disculpó Elibé tirándose al suelo-Pero por favor no le hagas daño a Mara.
-He pasado los últimos siete años postrada en la cama por tu culpa ¿puedes llegar a
imaginar la tortura que supone vivir en un cuerpo que no responde a tu cerebro? Esto
ya no es sólo por Marcos, va mucho más allá.
-Por favor, te lo suplico-Siguió mientras sollozaba.
-Se acabó Elibé, ya no volverás a sonreír nunca más.

La adrenalina se desató en su interior del mismo modo que la otra vez, en el mismo
lugar que ocurrió, y siendo ella la misma responsable.
Los dedos de Claudia se distanciaron uno tras otro del tobillo de Mara, con una
lentitud poco frecuente, con la sensación de estar esperando su reacción. Elibé,
llevada por la desesperación, se incorporó de un solo salto y con el rostro desencajado
por el espanto se abalanzó sobre Claudia. No opuso apenas resistencia, incluso se
apartó ariscamente de ella, mientras Elibé recuperaba a su hija entre sus brazos.
Ambas cayeron al suelo y Claudia permaneció de pie junto al foso.

-¡Te vas a pudrir en la cárcel, puta descerebrada!-Gritó Elibé mientras acariciaba el


rostro de la pequeña.
-Yo creo que no.
-¿Cómo dices?
-Acabaré contigo Elibé pero primero arrastraré a la muerte a todos aquellos a los que
quieres. Como tu marido, tus padres…
-Te encontrarán, no lo conseguirás-Dijo interrumpiéndola.
- No estés tan segura. Tu hija jamás estará a salvo, yo seré la que espere fuera del
colegio cuando tú no puedas ir a buscarla. Verás que te equivocas cuando un día
descubras su cuerpo despedazado esperándote delante de la puerta de casa.

// Un día antes //

-Llamé a Inés y conseguí que volviera al pueblo, pronto podrás encarcelar a esa
asesina, pero ahora te toca a ti cumplir tu parte del trato.-Dijo el viejo Fermín
cerrando la puerta tras de sí-. Esto es lo que te quería enseñar.

Claudia observó con inquietud el cuerpo de Elena tendido en el suelo del altillo de la
casa del anciano.

- ¿Está muerta?-Preguntó acercándose.


-No, pero vas a intentar matarla.
-¿Qué?
-Coge este rifle de caza-Dijo acercándoselo.
-¿Me lo estás diciendo en serio?
-Sí, dispárale.
-Pero si es tu nieta.

Fermín frunció el entrecejo.

-¡Apreta el gatillo!
-Vale-Respondió apuntando con indiferencia- como quieras.

Tras decir esto disparó, el sonido del cartucho retumbó por toda la sala y Claudia se
sobresaltó ante el retroceso del arma. Pero lo que realmente la impresionó no era el
arma que sostenía en sus manos, su atención quedó fijada en Elena, cuyo cuerpo no
se había visto afectado.

-No tenía balas.


-Te equivocas-Dijo Fermín acercándose a su nieta y recogiendo algo del suelo.
-No, ni siquiera la he tocado.
-Así es, pero sí que has disparado-Dijo mostrándole la bala en su mano.
-¿Qué? No entiendo nada.
-¿Recuerdas lo que hace años te dije? Del mismo modo que a Elibé, alguien está
protegiendo a Elena, y por mucho que lo intentes no hay forma de matarla. Por eso
cuando atacaste a Elibé con tus propias manos acabaste tan mal parada.
-Pero… ¿Quién la protege?
-A Elena mi hija y a Elibé alguien que fue próximo a ella.
-No entiendo ¿Cómo puede ocurrir algo así?
-Ven conmigo y te lo mostraré también.

Al cabo de dos cuartos de hora alcanzaron el claro en el bosque, se acercaron al


socavón que formó el meteorito y lo rodearon.

-¿¡Que es este agujero!?-Exclamó Claudia exaltada- Esto no estaba antes aquí.


-Ha pasado mucho tiempo desde que encontraste el cuerpo de tu amigo enterrado-
Fermín se detuvo unos segundos para coger aliento tras el intenso viaje y prosiguió-
esto demuestra que no estoy loco cuando aseguro que el fuego arde bajo estas
tierras.
-Pero… ¿Qué tiene que ver con Elena y Elibé?
-Esta es la causa por la que nadie puede hacerles daño.
-¿Qué se supone que es?-Preguntó de nuevo.
-¿Sabes que nombre tenía antiguamente este pueblo?

Claudia negó con la cabeza

-Ramnusia.
-Pero eso es el hospital-Añadió ella.
-Así es, por esa razón conserva ese nombre-Siguió-En realidad todo se remonta
mucho más atrás cuando los habitantes de este pueblo creía en una fuerza mayor que
retribuía a todos aquellos que habían sido asesinados, aquellos que no habían muerto
por causas naturales, concediéndoles un último deseo tras su muerte.
Fermín sonrió y echó una mirada de perspicacia a Claudia.

-¿Lo empiezas a ver claro?


-Creo que sí.
-¿Una vez muerto cual sería tu mayor deseo? Apostaría a que la mayoría ruegan por
cuidar de aquellos que han dejado atrás, por protegerlos.
-Ya entiendo, pero... ¿Y este lugar…?
-Como toda leyenda la mayoría de información es incierta-Interrumpió continuando
con su explicación- Pero te aseguro que este suelo que pisamos es distinto al resto, es
aquí donde perdí a mi hija y es aquí donde asesinaron a tu amigo.

El rostro de Claudia se iluminó durante un instante.

-Ahora puedes ir a contárselo a todos, cuéntales lo que sabes y dejarán de pensar que
estoy loco.

// Un día después //

Después de escuchar tan crudas palabras Elibé se incorporó y con una mirada cargada
de odio se aproximó a ella.

-No te acerques a mi familia.

Claudia sonrió

-Eres tan patética, crees poder evitarlo cuando ni siquiera fuiste capaz de proteger a
Marcos.

El rostro de Elibé se desencajó en una mirada escalofriante, sus cejas se curvaron


arrugando el entrecejo y expresando el insoportable desasosiego que soportaba.
Claudia observó como las piernas de su rival temblaban en un estado completamente
desesperado y como sus puños se abrían con las manos cargadas de rabia.

<<¿Sabes lo que creo?, creo que te encuentras en una situación en la que me


sería sencillo matarte>>

-Basta, no puedo más-Susurró.


-¿Que dices?-Se inclinó Claudia con una media sonrisa dibujada en su casa.

<<Supongo que en eso nos diferenciamos, yo lo pienso mientras tú lo llevas


a cabo>>

-¡Vete al infierno!

De repente Elibé se abalanzó sobre Claudia y con ambas manos la empujó


violentamente arrojándola al profundo agujero que se abría paso en el suelo.
Pudo presenciar cómo el cuerpo caía en el abismo, como su endiablado rostro
desaparecía en la oscuridad, pero en su mente sobretodo quedó la risa de satisfacción
a medida que descendía.

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