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CONDUCTISMO (CAPARROS)

Conductismo Clásico:
Watson, el fundador del conductismo, vivió su crisis del wundtismo como funcionalista. Sus
estudios universitarios transcurrieron en Chicago, la sede del funcionalismo, donde se matriculó
en filosofía, atraído por el pragmatista Dewey; y se decidió pronto por la psicología, formándose
según los esquemas y prácticas de la psicología animal experimental tras renunciar, quizá por
razones personales a todo trabajo introspectivo. Eran los años en los que la psicología animal y
experimental, promovida por el funcionalismo, se asentaba definitivamente en los EEUU,
mediante la proliferación de programas de investigación, laboratorios y revistas.
Posibilitada por las teorías darwinianas, aquella psicología animal funcionalista situaba la
interpretación de sus importantes resultados experimentales en el marco problemático en que la
había contextualizado el mismo Darwin: la continuidad o discontinuidad de la mente en la escala
filogenética.
En Europa se configuraron dos líneas teóricas de respuesta, plenamente vigentes por
entonces en los EEUU. Una más “psicológica”, e influida por los funcionalistas, que insistía en la
plasticidad de la conducta de todo ser vivo, y que s resistía a las interpretaciones mecanicistas y
reconocía a la conciencia (muy acorde con la doctrina funcionalista) como órgano adaptativo. La
otra línea teórica, defendía una interpretación mecanicista de la conducta explicándola
reduccionísticamente por la noción del tropismo.
La formación de Watson en Chicago estuvo marcada por el pensamiento de Angell, la
psicología animal de Loeb, y la psicofisiología y neurología de Donaldson.
En este clima intelectual, mientras investigaba los procesos sensoriales animales y
trabajaba en psicología aplicada, fraguó Watson el manifiesto conductista, anticipado poco antes
en unas conferencias impartidas en Columbia, otra sede funcionalista. Tras él, se halla su doble
vivencia de la psicología animal y funcionalista. Por una parte, la que proporcionaba el nuevo
modelo conductista de psicología. Por otra, la que posibilitaba una experiencia específica y
concreta de las contradicciones y anomalías radicales de la psicología introspeccionista.
Con una ingenua de inductivista y positivista, y recogiendo la aspiración, arraigada entre
los funcionalistas, de que la psicología tenía que llegar a ser una disciplina científico-natural tan
objetiva y experimental como la física, Watson pasa a sostener que esta meta solo es posible si
los psicólogos manejan exclusivamente ese tipo de datos que proporciona la observación directa
de la conducta animal. Mediante esta estrategia, piensa él, la psicología logrará ser un sistema
elaborado con el que controlar y predecir la conducta a través del establecimiento de unas
relaciones funcionales inequívocas entre estímulos y respuesta. Justamente, un sistema así hará
posible una psicología aplicada eficaz.
Este programa le llevó a Watson a romper con el funcionalismo. Y es que desde sus
supuestos eclécticos resultaba de hecho irrealizable, pues según ellos tenía pleno sentido
preguntarse por la ubicación de la conciencia en la escala filogénetica. Aquí radicó la experiencia
negativa de Watson: ajustándose a la práctica funcionalista, una vez registrados los precisos e
inequívocos datos objetivos sobre procesos conductuales, trataba de elucidar la posibilidad de
que la conciencia subyaciese a los mismos, cosa que le introducía en una vaga, imprecisa y
equívoca argumentación que no resolvía nada.
El convencimiento de Watson se hizo firme e inconoclasta: la psicología tenía que acabar
con todo residuo de conciencia e introspección, pues contaminada con estos residuos sería
siempre una empresa imposible como ciencia. Y es que los problemas que plantea son
irresolubles: precisamente, el atributo de los problemas metafísicos.
El “manifiesto conductista” era más que nada un escrito programático con una vertiente
iconoclasta donde se polemizaba con el funcionalismo y el introspeccionismo a los que se
contraponía el nuevo programa conductista.
Watson no argumenta en términos de “paradigma”, pero no creemos que nuestra
interpretación sea forzada su decimos que objetivamente su obra (de forma similar a los
Principios de Wundt) puede verse como el logro concreto que posibilitado por los supuestos del
nuevo paradigma es presentado como aval y garante del futuro de una nueva psicología
científica cabal.
En primer lugar, el uso exclusivo de procedimientos objetivos de obtención de datos y la
sola aceptación de aquellos que pueden ser registrados por observadores independientes de la
misma conducta, lo cual para Watson significaba el rechazo del valor científico de todo concepto
mental (idea, imagen, etc.) y la imposibilidad de observar “objetivamente” lo que
ontológicamente es subjetivo.
En segundo lugar, la reducción del lenguaje psicológico a términos de estímulo y respuesta,
términos que ni Watson ni el conductismo posterior pudieron jamás definir en su pretensión de
hacerlo de un modo fisicalístico.
En tercer lugar, el énfasis en el aprendizaje como proceso asociativo E-R; aunque en un
principio Watson reconoció los instintos, que como los hábitos eran también cadenas de
asociaciones mecánicas E-R, solo que innatas, a partir de entonces el conductismo centró su
investigación en el aprendizaje como dominio donde sus supuestos mejor podían demostrar sus
posibilidades explicativas.
A partir de entonces, el condicionamiento ocuparía el lugar dejado por la introspección en la
psicología y sería el método del propio Watson en algunos trabajos experimentales sobre
respuestas emocionales infantiles.
Su tesis es que la conducta humana puede ser investigada mediante las técnicas
experimentales animales, especialmente el condicionamiento, descrito en términos E-R, sin
referencia a la conciencia y explicada según el modelo de la máquina respondiente a los
estímulos ambientales.
El programa conductista caló hondo y pronto, por eso, en los amplios sectores de
psicólogos que aspiraban a hacer de se disciplina una auténtica ciencia positiva liberada de las
vacilaciones y escarceos filosóficos europeos.
No falto el trabajo experimental riguroso, pero careció de un auténtico marco teórico que
mediara entre los supuestos paradigmáticos y sus correspondientes diseños.

Período neoconductista:
Algunos de los representantes del conductismo en los años 20’s, pensaban que había que
reconducir al conductismo, precisamente por fidelidad a aquel ideal de hacer de la psicología
una ciencia natural. Y esa reconducción pasaba necesariamente por la construcción de una
teoría general de la conducta estricta y rigurosamente científica.
Quienes captaron esa necesidad interna del conductismo y la exigencia de darle una
respuesta, como condición necesaria para que la psicología se asemejara a la física; fueron
llamados neoconductistas, encabezados por líderes (Hull, Skinner, Tolman y Guthrie), con unas
significativas diferencias conceptuales y estratégicas, pero con la preocupación común por los
problemas epistemológicos del método y por las estructuras y funciones de las teorías
científicas. Con los años 30’s, se inició así este período neoconductista, caracterizado por la
voluntd colectiva de hacer psicología con un lenguaje teórico preciso articulado en sistemas
estructurados conforme los cánones lógicos que rigen la construcción de las teorías físicas. Fue
lo más parecido en psicología a lo que Kuhn denomino “ciencia normal”.
Esta percepción de la necesidad de reconducir teóricamente la investigación psicológica
como la respuesta dada por los neoconductistas, fueron posibilitadas por el “círculo de Viena”,
con su estrategia hipotético-deductiva de la investigación y su concepción unificada de la ciencia
según el modelo de lenguaje de la física con su insistencia en la definición de los términos
científicos mediante operacines públicas y observacionales y en menos medida por el
neopragmatismo favorecedor en algunos casos de un cierto instrumentalismo.
En los años 30’s, en Harvard, se produjeron intercambios entre psicólogos y positivistas
lógicos. Estos ideales teóricos y fisicalistas se hicieron especialmente patentes en el tratamiento
de las variables independientes, dependientes e interdependientes.
La investigación normal sobre estas variables, sobre su status lógico, su interpretación
instrumentalista o realista, sus funciones teóricas, etc., es la mejor prueba del compromiso
neoconductista con la construcción de teorías estructuradas según cánones neopositivistas.
Nada de extraño tiene que siendo así, sus teorías hicieran predicciones diferentes y sus
resultados experimentales admitieran interpretaciones alternativas.
Skinner, tras su aceptación fugaz de estas nociones teóricas en sus primeros años, acabó
por rechazarlas, consecuente con su inductivismo ateórico. En el período neoconductista,
especialmente dominado por Hull y Tolman, la aportación skinneriana al debate teórico y
metodológico fue la defensa de un empirismo radical, inductivo, descriptivo-funcional y
periférico con un rechazo persistente de toda noción teórica de evidentes resonancias
watsonianas.
La inspiración neopositivista del ideal teórico neoconductista se transluce igualmente en los
intentos de reducir explicativamente la conducta (que siempre fue entendida desde el
aprendizaje), al menor número posible de principios o factores. Thorndike (con la inserción del
refuerzo o ley del efecto) y Pavlov (con el condicionamiento clásico) fueron los principales
referentes de estos intentos, los cuales, al margen de su pretensión común de simplicidad y
economía teórica, siempre modulada por un inequívoco compromiso experimental, siguieron
rumbos diferentes.
Hull, a pesar de que sostenía y creía haber demostrado que el condicionamiento clásico era
un caso particular de la ley del efecto de Thorndike, consideró que la situación experimental
configurada por Pavlov como un lugar privilegiado y paradigmático, donde se patentizan las
regularidades legaliformes del proceso básico de todo aprendizaje.
Por su parte, Guthrie también prefirió la simplicidad de una teoría unifactorial. Solo que en
su caso el principio único fue la mera contigüidad E-R. Defender este principio tuvo un precio
conceptual: demostrar que tanto la ley de efecto de Thorndike como el condicionamiento de
Pavlov, eran reducibles a mera contigüidad. Tolman, siempre mas matizado y desconfiado
respecto a cualquier intento unificador, reconocería varios tupos de aprendizaje irreductibles
entre sí. Eso sí: la “mente” de Tolman siempre fue inmanente a la conducta y, por lo tanto,
definible en términos operacionales de conducta. Otra cosa es que los restantes conductistas le
aceptaran o entendieran: Guthrie decía que Tolman dejaba sus ratas “sumidas en la meditación”
y, en general, nadie comprendía aquella inmanencia.
Cuando, guiados por ese ideal de simplicidad, los neoconductistas buscaban aquel o
aquellos principios, lo hacían al hilo de una investigación animal exclusiva y rigurosa, y sin
perder de vista que su objetivo era una teoría general de la conducta, de toda conducta, por
“compleja” que fuera. Lo cual sólo podía tener coherencia y sentido si se partía del supuesto de
que la evolución biológica no había aportado nada cualitativamente nuevo en el reino de las
estructuras conductuales, de forma que las aparentes diferencias entre las conductas de las
múltiples especies animales eran explicables sin menoscabo de su reducción a aquel o aquellos
y acudiendo a una simple y presunta “complejificación” de sus procesos básicos. Justamente la
inveswtigación normal neoconductista debería desvelar como bajo las diferentes conductas
subyacen unos mismos principios de condicionamiento o aprendizaje “simple”, que en la medida
en que se realizan y plasman enun número mayor o menor de mecanismos mutuamente
intrincados, según los tipos de organismos, las originan por un proceso de mayor o menor
complejificación conductual.
Así, mediante esta estrategia, los neoconductistas afrontaron algunos problemas que no
habían tenido cabida en el conductismo clásico y que para Watson eran simples “pseudos-
problemas” residuales del mentalismo gestaltista o lewiniano, del funcionalismo teológico de
McDougall o del propositivismo más o menos velado del psicoanálisis.
Watson tenía en claro que la conducta no es más que movimiento corpóreo grande o
pequeña escala y todos estos atributos, en última instancia sólo son residuos introspectivos.
Hull y Skinner, aunque reformulando eso en términos muy diferentes, también dedicaron
buena parte de su investigación a su resolución, y su énfasis en el aprendizaje tiene una relación
interna con ello. De esta forma, lo que para Watson fue un pseudos-problema, para el
neoconductismo era un problema genuino compuesto por numerosos “puzzles”, cuya solución
demostraría definitivamente, las potencialidades reales de los supuestos conductistas, su
auténtico status paradigmático. Se ha escrito que el neoconductismo, a diferencia del
conductismo clásico, se abrió más a otros proyectos psicológicos alternativos, como los
propuestos por la Gestalt, Lewin o Freud.
Tolman, por su parte, permaneció fiel a sus planteamientos iniciales, ejerciendo una gran
influencia en la psicología de aquellos años, especialmente como contrapunto cognitivo (aunque
rigurosamente conductista y experimental-animal) al periferismo y asociacionismo teóricos de
Hull y Spence. Tolman fue siempre un psicólogo muy preocupado por los problemas
epistemológicos relativos a la teoría y el método; sin embargo, a diferencia de Hull, nunca llevó
a cabo un intento de sistematización formalizada y axiomatizada de sus ideas teóricas.
Es que en el seno del neoconductismo, los diferentes marcos teóricos específicos generaron
una investigación extraordinariamente intrincada y conciente de su intrincación: todos
desarrollaban sus experimentos y conceptos tan pendientes de la articulación y apoyo de sus
teorías como de la refutación de las que sabían sus alternativas intra-paradigmáticas.
La formación de Skinner había transcurrido en el Harvard de debate epistemológico
protagonizado por positivistas y operacionistas. Allí levó a cabo un importante trabajo
experimental sobre la conducta de las ratas. Su primera publicación, La conducta de los
organismos, es fiel reflejo de su formación: contiene una parte experimental tomada de su tesis,
aparecen unas “variables intervinientes” y elige el condicionamiento como principio básico de la
conducta.
Al margen de las limitaciones y lagunas que se pueden constatar y de hecho se han
constatado en el programa skinneriano, ninguna comunidad significativa en la historia de la
psicología puede presentar un período tan largo y exitoso de investigación normal como el que
ha originado la estrategia inductiva de la aún científicamente viva comunidad skinneriana
Hull, aunque en sus inicios académicos no se había sentido conductista, fue desde su
doctorado un investigador con un gran rigor metodológico, experimental y matemático. Fue el
autor de Principios de conducta, obra que lo hizo un auténtico líder de la psicología experimental
y generó infinidades de “puzzles” conceptuales y experimentales afrontados mediante múltiples
investigaciones y tesis doctorales.
Aunque la investigación surgida del sistema hulliano no deba circunscribirse a Yale, justo es
reconocer que allí tuvo Hull un peso decisivo, y como gran maestro, logró reunir un grupo de
discípulos de gran talla que pronto se convirtiern en los líderes de la psicología experimental de
la generación siguiente. Este sistema, con los reajustes que se quiera, pretendía demostrar que
tan posible era la redefinición conductista de los procesos mentales y propositivos, como los
más globales de la personalidad y sus patologías.
Pero cuando iniciados los años 50’s, se desencadenó esta crisis, el neoconductismo, y en
particular, Hull, quien había logrado algo muy importante; el reconocimiento del status científico
por gran parte de la comunidad científica.

La compleja crisis del conductismo:


En los 50’s, volvió la inseguridad a la comunidad psicológica. Aunque no se dejó de ser
completamente conductista, algo comenzó a cambiar en esa época. Es que los grandes ideales
neoconductistas se vinieron abajo poco a poco.
Quizás entre aquellos, el que se vino abajo primero, fue el objetivo de la teoría general
sobre la conducta, que había comenzado a cuestionarse porque la investigación generada (en
especial la de Hull), se mostraba ya a fines de los 40’s incapaz de crear un verdadero avance
teórico.
A otros ideales se les hizo igual de difíciles la existencia, como el de llegar a reunir los
estímulos y respuestas en términos físicos, espacio-temporales y energéticos. Sus continuos
fracasos en este ámbito llevaron a determinar que ni las respuestas ni los estímulos son
irreductibles psicológicamente al margen de su significado perceptual y subjetivo.
La superación de la crisis de aquellos ideales (y demás), ya no se podría por un retorno a
las bases positivistas originales. No es extraño que con el tiempo, nuevos filósofos de la ciencia
hayan acabado por acudir a algunos desarrollos cognitivos sobre el carácter activo y
constructivo del conocimiento para apoyar sus tesis epistemológicas, las que por su parte en los
60’s posibilitarían otras novedades en la ciencia, incluyendo a la psicología.
Esta nueva psicología de la ciencia liberalizó la actividad científica y sobre todo la
psicológica, rebajando las pretensiones de “privilegio” del conocimiento científico.
Los neoconductistas eran auténticos psicólogos animales, pero practicaban su
experimentación desde una interpretación reduccionista a igualitaria, ya implícita en el sistema
E-R de Watson. Por eso, siendo psicólogos animales, se sentían legitimados como psicólogos
generales, porque podían establecer leyes generales partiendo desde experimentos con ratas,
que eran equiparadas con los hombres.
Las anomalías que cuestionaron esta escuela eran diversas. Ya era suficiente que sus
teorías no corroboraran, sino al contrario la exclusividad de algunos de los principios básicos del
neoconductismo (como el refuerzo de Pavlov), fue interpretado en el seno de la comunidad
psicológica como expresión de la existencia de diferentes niveles de aprendizaje y estructuras
conductuales.
La paulatina caída de los ideales neoconductistas trajo consigo a los largo de los 50’s, una
rearticulación intraparadigmática de la comunidad psicológica, que en gran parte siguió siendo
conductista. Es que en general las anomalías encontradas no conducían a posiciones
abandonistas del paradigma en crisis.
Los skinnerianos interpretaron esa crisis como corroboración de su propia estrategia
investigadora: inductiva, descriptiva, análisis funcional, renuncia a las variables intervinientes y
a constructor teóricos, desconocimiento del lenguaje fisiológico o mental, etc. Y por su parte,
Skinner se abre a los problemas del lenguaje y del pensamiento, estableciendo
programáticamente las posibilidades que sigue teniendo su estrategia tal como de hecho se
venía desarrollando en la psicología animal.

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