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104 YACAS/CERNOS, UERKAS Y BRUIAS bos no pueden serio a la ver, Embrutecer @ ambos equival- dria a provocar una guerra declarada entre los dos sexos. Enire los yanomamo esto significaria una lucha armada en- tre hombres y mujeres por el control de unos sobre otros como recompensa por sushazafias en el campo de batalla Enotras palabras, parahacer del sexo una recompensa al va- lor, se debeensefiara uno delos sexosaser coberde. Estas consideraciones me llevan a una ligera correcciéa del paradigma de los movimientos de liberacién dela mujer. «da anatomia no es el destino». La anatomia humana es destino bajo ciertas condiciones. Cuando la guerra era un medio destacado de control demografico y cuandola tec logia de la guerra consistia principalmenteen primitivas ‘mas de mano, los estilos de vida machistas estaban ne riamente en ascenso. En la medida en que ninguna de condiciones vale para el mando actual, los movimientos liberacién de la mujer tienen raz6n cuando predicen el clive de los estilos de vida machistas. Debo agregar que ritmo de este declive ylas perspectivas tiltimas de igual sexual dependen dela eliminacién ulterior de las fuerzas licialesy militares convencionales. Esperemos que esto 0 ra como consecuencia de la eliminacién de la necesidad policfa o persomal militar y no como consecuencia de _ El potlatch Algunos de los estilos de vida mis enigmsticos cxhibidos en ‘eimuseo de etnografia del mundo llevan la impronta de un. ‘extraiio anhelo conocido como el «impulso de prestigion. Segiin parece, ciertos pueblos estén tan hambrientos de -sprobacién social como otros lo estin de carne. La cuestién ‘enigmatica no es que haya gentes que anhelen aprobaci6n, ‘social, sino queen ocasiones su anhelo parece volverse tan feerte que empiezan a competir entre si por el prestigio ‘somo otraslo hacen por tierras 0 protefnas o sexo. A veces feccionar ticticas bélicas que no dependan de la fuerza ca, En poco superariamos a los yanomamo si el rest neio de la revolucién sexual fuera una posicion segurai lasmujeresal frente delas partidasde la porra o de los p tos de mando nucleares. ‘ssta competencia sehace tan feroz que parece convertirse en fin en si misma. Toma entonces la apariencia de una ob- én totalmente separada de, ¢ incluso opuesta directa- ‘pente a, loscélaulos racionales de los costos materiales. ‘Vance Packard tocé una fibra sensible cuando describio a Estados Unidos como una nacién debuscadores compe- s de estatus. Parece ser que muchos americanos pasan su vida intentandoascender cada vez més alto en la pi- ide social simplemente paraimpresionar alos demas. Se que estamos mas interesados en trabajar para conse- ‘ger que la gente nos admire por nuestra riqueza que en la “sma riqueza, quemuy a menudo no consiste sino en bara- 105 106 YACAS, CERDOS, GUBRRAS tijasde cromo y objetos onerososo iniitiles. Es asombro esfuerzo quelas gentes estan dispuestas a realizar paraok ner lo que Thorstein Veblen describié como la emocién caria de ser confundidas con miembros de una clase que tiene que trabajar. Las mordaces expresiones de consumo conspicuo» y «despilfarro conspicuo» reco con exactitud un sentido del deseo especialmente intenso. sano ser menos que los vecinos» que se ocult tras lasing santes alteraciones cosmeéticas en las industrias de laau moci6n, de los electrodomésticosy de las prendas de vest Aprincipios del siglo actual, los antropdlogos se qued ron sorprendidos al descubrir que ciertas tribus primiti practicaban un consumoyy un despilfarro conspicuos que: encontraban parangén ni siquiera en la mas despilfarra radelasmodernas economfas deconsumo. Hombres am ciosos, sedientos de estatus competfan entre si por laap bacién social dando grandes festines. Los donantes ri de los festines se juzgaban unos a otros por la cantidad d comida que eran capaces de suministrar, y un festin ten éxito s6lo si los huéspedes podian comer hasta quedarse es tupefactoy, salir tambaleindose de lacasa, meter sus dedox en lagarganta, vomitar y volver en busca de mis comida. Elcaso més extraiio de btisqueda de estatus se descubris entre losamerindios que en tiempos pasados habitaban las regiones costeras del sur de Alaska, la Columbia Briténicay el estado de Washington. Aqui los buscadores de estatus practicaban lo que parece ser una forma maniaca de const mo y despilfarro conspicuos conocida como potlaich. Elob- jeto del potlatch era donar o destruir mas riqueza que el ri val. $i el donante del potlatch era un jefe poderoso, pod intentar avergonzar asus rivales y alcanzar admiraci6n eter- nna entre sus seguidores destruyendo alimentos, ropasy di- nero, A veces llegaba incluso a buscar prestigio quemandc su propiacasa. Ruth Benedict ha hecho famoso el potlatch en su libr 7 ‘of Culture, que describe cémo fancionaba el pot- ‘entre los kwakiutl, habitantes aborigenes de a isla de ouver, Benedict pensaba que el potlatch formaba parte en estilo de vida megalémano caracteristico dela cultura ciutl en general. Era «la taza» que Dios les habia otorga- sra que bebieran de ella, Desde entonces, el potlatch ha Jun monumentoa la creencia de que las culturas son las ciones de fuerzas nescrutables y personalidaces pertur- Como consecuencia de la lectura de Patterns of Cul- Josexpertos en muchos campos concluyeron quel im- ode prestigio hacia completamente imposible cualquier de explicar los estilos de vida en términos de facto- ticos y mundanos. Jero mostrar aqui que dl potlatch kwalciutl no era el re- do de caprichos maniacos, sino de condiciones econd- ‘yecolégicas definidas. Cuando estas condiciones es- ausentes, la necesidad de ser admirados y el impulso de igio se expresan en practicas deestilos de vida comple- snte diferentes. El consumo no conspicuo sustituye al ssumo conspicuo, se prohibeel despilfarro conspicuo y shay buscadozes competitivosde estatus. ‘Los kwakiutl solian vivir en aldeas de casas de madera, éximas ala costa y en medio de bosques de lluvias de ce- yyabetos. Pescaban y cazaban en los fiordos y estrechos picados de islas de Vancouver en enormes canoas, Siem- ‘pre avidos de atraer a los comerciantes, hacfan destacar sus “aldeas erigiendo en la playa los troncos de arboles esculpi- “dos que errdneamente hemos llamado «postes totémicos». ‘Los grabados en estos postes simbolizaban los titulosances- srales que reivindicaban losjefes dela aldea. ‘Un jefe kwakiutI nunca estaba — ey elzespeto sue le dispensaban sus propios seguidores y jefes vecinos. Baap ea inseguro de su estatus. Es verdad que los ti- ‘tulos de la familia que teivindicaba pertenecian a sus ante- pasados. Pero habia otras gentes que podian trazarla filia- YAGAS CERDOS, cUEREASYaRU fee elpocelrecenocimiente como jo. orca : como jefe. Por ‘todo jefe se creia en la obligacién de magi valida oe ppretensiones ala jefatura, yla manera prescrita de hacerlo exacelebrar potlatches Estos eran oftecidos por un jefe anf. tridn y sus seguidores en honor de otro jefe, que asistia en calidad de huésped, ysus seguidores. El objeto del potlateh era mostrar que eljefe anftrin tenfa realmentederechoa su estatus y que era mis magndnimo que el huésped, Para de. mostrarlo, donaba al jefe rival ya sus seguidores una gran cantidad de valiosos regalos. Los huéspedes menosprecia, ban loquerecibian y prometian dara cambio un nuevo pot- latch en el cual su propio jefe demostraria que era més im- Portante que el anfitrién anterior, devolviendo cantidedes todavia mayores deregalosde mas valor Los preparativos para el potlatch exigian la acumulacion de pescada seco fresco, aceite de pescado, bayas, pieles de animales, mantas y otros objetos de valor. £l dia fijado, los hhuéspedes remaban en sus canoas hasta la aldea del anf. trig y penetrebanen la casa del jefe. A se atiborraban de salmén y bayas silvestres, mientrasles entretenian danzari. nes disfrazados de dioses castor péjaros-trueno, _El jefe anfitrion y sus seguidores disponian en montones bien ordenados la riqueza que se ibaa distribuir, Los visitan. tesmiraban hoscamente a su anfitrién, quien se pavoneaba deun lado paraotro,jactindosede loquelesiba dar. Aime. dlida que iba contando ls cajas de aceite de pescado, las ces- tasllenas de bayas.ylosmontones de mantas, comentabaen plan burlén la pobreza de sus rivales, Finalmente, los hués- pedes, cargidos de‘obsequios, eran libres de regresar en sus canoasa su propia aldea. Herido en su amor propio, el jefe buesped y sus seguidores prometian desquitarse. Esto slo poxiia conseguir invitando a sus rivales a participaren un potlatch y obligdndoles a aceptar cantidades de obje- loratin mayores que lasrecibidas con anterioridad. roncst 109 ‘Si consideramos todas las aldeas kwakiutl como una sola sunidad, el potlatch estimulaba un flujo incesante de prestigio ‘yobjetos de valor que circulaban en direcciones opucstas. Un jefe ambicioso y sus seguidores tenian rivales de pot- latch en varias aldeas diferentes a la vez. Especialistas en el ‘cémputo de los bienes vigilaban de cerca lo que se debfa rea- Jizar en cada aldea para igualar la partida. Aunque un jefelo- ‘grara vencer a sus rivales en un lugar, todavia tendria que ‘enfrentarse a sus adversarios enotro. En dl porlatch, el jefe anfitrin solfa decir cosas como és- tas: «Soy el inico gran érbol. Que venga vuestro contador de bienes para que en vano trate de contar la riqueza que se vaa distribuir.» Entonces los seguidores del jefe exigian silencio a los huéspedes, advirtiéndoles: «Tribus, no hagdis ruido. Callaos 0 provocaremos una avalancha de riqueza de nues- tro jefe, la montafia sobresaliente.» En algunos casos, no se distribuian mantas y otros objetos de valor, sino que se des- trufan. A veces los jefes célebres por su magnificencia deci- dian dar «festines de grasa», enlos que vertian cajasde acei- te, obtenido del enlacon o «pez bujia», al fuego situado en el ‘centro de la casa. Mientras las llamas chisporroteaban, un humo oscuro y denso llenaba la habitacién. Los huéspedes permanecfan impesibles en sus asientos 0 incluso se queja~ ban del ambiente frio mientras el destructor de riqueza de- ‘clamaba: «Soy el tinico en Ia tierra, el nico en el mundoen- teto que consigue elevar este humo desde el comienzo del afio hasta el final para las tribusinvitadas». En algunos festi- nes de grasa, les llamasincendiaban lostablones deltejadoy toda la casa se convertia en unaofrenda de potlatch, causan- do la mayor delas vergitenzas entre los huéspedes y gran re~ entre los anfitriones. Segiin Ruth Benedict, el anhelo obsesivode estatus de los jefes kwakiutl era la causa de los potlatch. «juzgados por las pautas de otras culturas ~escribfa—los discursos de sus jefes son pura megalomania. El objeto de todas las empresas de 10 los kwakiutl era mostrarse superior a los rivales.» Segin su opinién, todo el sistema econdmico aborigen del Norocste de Pacifico «estaba al servicio de esta obsesiGn», Fienso que Benedict se equivocaba. El sistema economi- code los kwakiutl no estaba puesto al servicio dela rivalidad deestatus; antes bien, la rivalidad de estatus se orientaba al servicio del sistema econémico, ‘Todos los ingredientes basicos de los festines kwakiut, salvo sus aspecios destructivos, estén presentes en las socie.

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