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Capitulo 2 FUNDAMENTOS FILOSOFICOS Sabemos que el hombre blaneo no entiende nues- tos caminos. Es un extrafio que llega por la noche y del pais lo que necesita. La tierra no es su amiga sino su entemiga, y cuando taa conguistado, se marcha a otro lugar. Les secucstra la tiers a sus hijos. Su ansia levorara la tierra y dejar tras de si un desierto, Si todos, los animales desaparecieran, moriiamos debido a una san soledad del espirtu, pues lo que les sucede a Jos animales también nos sueede a nosotros. Todis las cosas estin conectadas. Lo que le acontece a la Titra, les seontece a ls hijos dela Tierra JERE SEATTLE, 1895; citado en BUNYARD y MORGAN-GRENVILLE, 1987, pig. 3 Aunque resulta que este discurso era una falsificacién, no por ello los verdes han dejado de hacer uso abundante de él y de los criterios que contiene. En el canon teérico de los politicos verdes, es funda- mental la creencia cle que nuestros problemas sociales, politicos y eco: némicos estén causados fundamentalmente por nuestra relacién inte- Jectual con el mundo y por las précticas que de ella se derivan. Los objetivos habituales del ataque son las formas de pensamiento que «separan los seres» y los estudian aisladamente, en contraposicién con las que «los dejan como estan» y estudian su interdependencia. Se considera que el mejor conocimiento se adquiere, no mediante el and- lisis aislado de las partes de un sistema, sino mediante el examen del modo en que sus partes interactiian. Este acto de sitesi, y el lengua- je de conexién y reciprocidad en que se expresa, a menudo se com- pendia comodamente en el término «holismo>. Asi, la medicina holis- tica es preferible a la cirugia intervencionista, y la ecologfa —aue estudia «todos» y no «partes>— ¢s preferible a la biologia, Un mayor reconocimiento de la dependencia ¢ influencia mutuas, se afirma, esti- mulard una sensibilidad en nuestro trato con el mundo «naturals que el atomismo discontinuo, salta a la vista, no ha conseguido crear. Los ecologistas politicos a menudo sacan pruebas para una des- cripcién holistica del universo de ios vances de la fisica durante el si 62 Pensamiento politico verde glo xx. No es ninguna casualidad que uno de los paladines intelectura- les del movimiento verde, Fritjof Capra (austriaco asentado actua mente en California), sea profesor e investigador de fisica tedrica, Sus libros, The Tao of Physics (1975) y The Tiurming Point (1983), han teni- doun impacto tremendo dentro del movimiento, y es significative que Jonathon Porritt, importante exportavoz de la politica verde en Gran Bretafia, escribiera del segundo de ellos: «lis un libro brillante. Hay que dedicarle mucho tiempo [...] Supuso un verdadero cambio de vo para mi> (1984a, pig. 242). Es el trabajo de pensadores como G. pra lo que da a los verdes la confianza para afirmar que su cosmovisin esd en primera linea del pensamiento mas reciente sobre ciencia en general y sobre fisica en particular, En estas circunstancias, silos fisicos del siglo xx Niels Bohr y Werner Heisenberg son figuras populares del pantedn verde, Francis Bacon, René Descartes ¢ Isaac Newson san sus opuestos complementarios. Estos tres, segiin el andlisis de la mayoria de los tedricos verdes, die- ron lugar a una cosmovision que diverge en prdcticamente todos los aspectos respecto a Ia exigida por la supervivencia ecolégica en el glo XX, Dicho brevemente, Bacon ideé métodos y metas para la cien- cia que implicaban (e implican) el dominio y control de la naturaleza; Descartes insistié en que incluso el mundo orgénico (plantas, animales, etc.) era simplemente una extensién de la naturaleza mecénica general del universo; y Newton sostuvo que las operaciones de este universo- miéquina se podian entender reduciéndolo a una coleccién de «particu- las movibles, impenetrables, duras, macizas, sdlidas» (Newton, citado en Capra, 1983, pig, 52). En cambio, la exploracién del mundo subarémico por parte de la fisica del siglo xx ha conducido a una imagen muy diferente de la na- turaleza de! universo «disico». La descripcién atomica newtoniana ha cedido el puesto a un universo en el que (al menos a nivel subatsmico) no hay objetos sélidos, sino mais bien campos de probabilidad en los gue las «particulas» tienen tendencia a existir. Tampoco se considera que dichas «particulas» sean definibles en sf mismas: al contrario, su naturaleza es su relacién con las dems partes del sistema. Como co- mentaba Niels Bobr: «Las particulas materiales aisladas son abstrac- ciones, y sus propiedades s6lo son definibles y observables a través de su interaccién con otros sistemas» (citado en Capra, ibid., pag. 69). Ademis, el principio de indeterminacién de Werner Heisenberg (fun- damental en la prictica de la fisica cudintica) demuestra que el obser- vador u observadora —lejos de ser independiente de su experimen- Picceeee | Fundamentos filoséficos 63 to— constituye una parte inseparable de él. Capra saca de aq prescindible conclusién teérico-ecolégica: «Nunca podemos hablar de la naturaleza sin, al mismo tiempo, hablar de noso:ros mismos» (1983, pig. 77). Las diferencias entre una deseripcién del universo de! siglo XVI otra del siglo Xx quedarfan claras con esta breve inspeccién La semejanza importante en nuestro caso es, sin embargo, que dichas descripciones han sido usadas para generat, y después reforzar, des- cripciones y prescripciones de cémo es y cémo debe ser el mundo so cial. La interpretacién de los eesfuerzos independientes» de la fisica de las particulas (que ninguna «particula» es mas ni menos «funda mental> que cualquier otra) habla en contra de la jerarquia y trabaja n favor del igualitarismo. Asé mismo, el hecho de que particulas limita- dlas de forma definida parezcan no existir se considera que va en per juicio de representaciones atomisticas cle la sociedad. Como han dicho Capra y Charlene Spretnak Aunque la cultura occidental ha estado dominada durante vatios cicn- tos de afios por una conceptualizacién de nuestros propios cuerpos, del cuerpo politico y el cuerpo natural como conjuntos de elementos distin tos dispuestos jerarquicamente, esa cosmovisién esta cediendo el puesto 2 una visidn dle los sistemas que esti apoyada por los deseubeimientos mis avanzados de la ciencia moderna y es profundamente ecologica (Spretnak y Capra, 1985, pag, 29) Sia fisica del siglo Xx proporciona argumentos contra la jerarquia y la distincién, también Jo hace la ciencia més evidentemente conec- tada con el movimiento verde: la ecologia. Al mismo tiempo, la cien cia ecoldgica recoge el tema del igualitarismo, implicito en la «teoria de los estuerzos independientes», y afiade un ingrediente decisive: la categoria aparentemente igual de las especies. Como he indieado en el capitulo anterior, la palabra «ecologia» la us6 por vez. primera el bi: logo aleman Ernest Haeckel en 1866 0 1873. La ciencia de la ecologia tiene que ver, segiin palabras del ecologisia Denis Owen, con «des re laciones entre plantas y animales y cl medio ambiente en el que viven» (1980, pag. 1). Las consecuencias politicas de este estudio estriban en Ja observaci6n de la relacién mutua e interdependencia de estos siste mas de animales y plantas. y si tuviéramos que indicar una base para la ecologia politica, probablemense seria ésta, De esta nocién de in- terdependencia es de donde surge la declarada igualdad de valor de las especies. 64 Pensamiento politico verde Murray Bookchin presenta la imagen cientifica de la ecologia del modo siguiente: Si reconocemos que cada ecosistema se puede contemplar también como una red alimentatia, podemos imaginarla como una serie inverco. nectada circular de relaciones entre plantas y animales {y no como una pi imide estratiticada con el hombre en su vértice superior) que incluye criataras tan distintas como los microorganismos y los grandes mamife- ros, Lo que ordinariamente deja perplejo a cualquiera gue ve por prime- ra vez diagrames de cedes alimentarias es la imposibilidad de discernir un punto de entrada en la serie. Ala red se puede entra en cualquier punto, ylleva de vuelta a su punto de partic sin ninguna salida aparente. Apar- te dela cnergia proporcionuda por la luz solar ly disipada por radiacion), el sistema tiene toda la apariencia de estar cerrado. Cada especie, sea una forma de bacteria 0 un ciervo, queda entretejido en una red de inter dependencia, por indireetos que puedan ser sus vinculos, En la red, un de- predador es también presa, aun cuando los organismos «inferiores sim plemente Jo pongan enfermo © ayuden a consitmirio tras su muerte (Bookchin, 1982, pig. 26) Bookchin contintia con un comentario acerca de las consecuencias sociales de esto: Lo que hace tan importante la ecologfa social es que no oltece absol ‘mente ningtin argumento en favor de le jerarquia en la naturaleza ni en la sociedad; cuestiona decisivamente la funcién misma de la jerarquia como principio estabilizador u ordenador en axrbos émbitos. La asociacién entre ‘orden como tal y jerarquia queda rota (Bookchin, 1982. pda. 36) De este modo, la ciencia ecolégica trabaja en favor del igualitarisme mediante sus observaciones sobre la interdependencia de las especies. Sin embargo, este tipo de atirmacién hecha por Bookchin esta car- gada de dificultades, y no digo nada nuevo —aungue la idea resiste la repeticién— si afirmo que las extrapolaciones de la «naturaleza» a la «sociedad» son peligrosas de hacer. Puede ser que la ciencia ecol6- gica haya castrado la jerarquia como principio organizador del mundo sanatutabs (y esto es verdad, en cualquier caso, s6io con respecto a cier- tos aspectos del mundo natural), pero eso no quiere decir que poda- ‘mos hacerle la misma operacién en el mundo social. Lo mismo se po- dria decir con respecto al igualitarismo. y la extrapolacién se convierte €en menos ttl, incluso (para el movimiento verde} cuando considera mos que la igualdad en el mundo «natural» como tal es de bastante Fundamentos filos6ficos 65 mala calidad. Es verdad que hay un cierto grado de igualdad en cuan- to que todos se comen a todos, pero algunos organismos son comidos ‘és répidamente y con mayor frecuencia que ottos. En otras palabra la interdependencia se pucde usar para elaborar un principio igualita- tio, pero es preciso trabajar mas sobre cémo dicho principio se resuel- ve en la priictica. Volveré sobre esta cuestién mas tarde dentro de este capitulo, pero ya ahora se debe sefialar cémo responderia a tal critica la o el ecolo: gista politico radical. Estaria de acuerdo en que es dificil concretar los, detalles de un principio asi, pero que lo importante del principio es es- timular modos diferentes de pensar acerca del mundo «natural», Si aceptamos que un grado de igualdad de valor entte las especies lo pro duce el hecho de nuestra interdependencia, entonces el peso de justi ficar su postura recaerd sobre quienes quieren desttuir especies, n0 so: bre quienes quieren conservarlas. Una consecuencia mas de la ciencia de la ecologia, derivada de su principio rector, la initerdependencia, y que es basica en la ideologia politica del ecologismo, es su antiantropocentrismo, Si hay una igual- dad determinable de Jas especies en cuanto a su valor, entonces, como dice Bookchin, la «pirémide estratificada con el hombre en su vértice superior» no es una imagen presentable del modo en que son las cosas; aunque las propias credenciales no antropocéntricas de Bookchin son equivocas, como demostraré. Esto, dentro del campo del ecologisma, no se discute, y la cuestién del antropocentrismo en si seri tratada mas tarde en este mismo capitulo, Pero me gustaria aprovechar la opor- tunidad que me ofrece su mencién para analizar una teorfa a Ja gue frecuentemente se hace referencia en ias publicaciones ecolégicas como un arma de su arsenal intelectual; se trata de la hipévesis Gaia de James Lovelock. Esta teoria no es tan util para el movimiento verde como parece a primera vista La HIPOTESIS Gala, En 1986, Lovelock describié el pensamiento que le habia Hevado a proponer su hipétesis 14 anos antes: La Tierra se ha mantenide como un lugar confortable para los orga: nismos vivientes durante un total de 3,5 billones de aftos desde que la vida comenz6, pese a un incremento del 25% en la produccién de calor pro- 66 Pensamiento politico verde cedente del Sol. La atmésfera es una mezcla inestable de gases reactivos, aunque su composicién permanece constante y respirable durante largos periodos y para quienes quicra que resulten ser los habitantes. Esta, y ‘tras prucbas de gue vivimos en «el mejor de xodos los mundos posibles», Gaia; los organismes vivos han mantenido su planeta siempre, y de forma activa, apto para lt vida (Lovelock, 1986, pag, 25) La hipstesis Gaia (cuyo nombre fue sugerido por el novelista gana dor del premio Nobel William Golding) ha sido objeto de un debate importante descle que Lovelock la expuso por primera vez en 1972. El snismo Lovelock seria el primero en admitir que no ha conseguido una aceptacién total en la comunidad cientifica. Sin embargo, la reputa- ci6n de la hipétesis se puede juzgar por el hecho de que el debate que la rodea ha tenido lugar en algunas de las publicaciones cientificas mas prestigiosas del mundo. «Demostrada» o «refutadam, la teoria de Lo- velock fue considerada pronto por el movimiento verde como pote cialmente itil para su causa, En primer lugar, su afirmacién de que al planeta lo mantienen apto para la vida los organismos que viven en él refuerza la tesis de la inter clependencia, descrita antes como basica para la ecologia, tanto cient- fica como politica. Me parece una conclusin legitima, siempre que primero se acepte la teoria. Mas concretamente, y desde el punto de vista del debate acerca del antropocentrismo, ia hipétesis desplaza a Jos seres humanos del centro de la creacién (0 de su vértice superior, dependiendo de la metafora usada). Se debe seiialar inmediatamente, sin embargo, que Lovelock aporta poco estimulo a los igualitario pues sugiere que algunos organismos son ms importantes que otros a la hora de mantener el planeta apto para la vida: «Gaia tiene érganos vitales en su nécleo, asi como otros reemplazables 0 superfluas princi palmente en la periferia. Lo que hacemos a nuestro planeta puede de- peader en gran medida de dénde lo hacemos» (Lovelock, 1979, pig. 127). De hecho, sugiere que las plataformas continentales y los orga. niismos que viven en ellas son més importantes para la autorregulacién del planeta en cuanto soporte de la vida. Sin embargo, aun cuando quienes creen que todas las partes de la biosfera son de igual valor reciben pocas alegrias de Lovelock, su hi pétesis parece perfectamente adecuada para los usos generales del movimiento verde, ys citada a menudo en sus publicaciones popula- res: «La concepcidn de Lovelock sitia a la humanidad honestamente Fundamentos filoséficos 67 en su lugar dentro del conjunto de la naturaleza» (Bunyard y Morgan Grenville, 1987, pag. 279); «Si tal hipétesis llegara a ser “probada”, ciertamente se acabaria de forma definitiva con todas las persistentes fantasias antropocéntricas» (Porritt, 1984a, pag. 207). Y totalmente al margen del dano que la hipécesis Gaia parece capaz de hacer al antro: pocentrismo, también puede secundar el tipo de cambio espiritual que muchos ecologistas consideran necesario si queremos asegurar nuestra supervivencia ecolégica, «Las consecuencias espirituales de Gaia son profundas», dice uno de los colaboradores de Bunyard y Morgan-Grenville (Bunyard y Morgan-Grenville, 1987, pag. 280), y ln consecuencia es el sentido de temor reverencial que el mismo Love lock cree que puede producir su hipétesis, «una alternativa a esa [...) imagen deprimente de nuestro planeta como una nave espacial enlo- quecida, viajando continuamente, sin piloto y sin objetivo, girando en una érbita interior del Sol» (Lovelock, 1979, pag. 12). La idea es que Gaia —Ia Tierra—es un ser viviente de inmensa complejidad que debe ser objeto de nuestra maravillada contemplaciéa, y no la fuente de sa- faccion para nuestra rapaz codicia material, El mensaje es que Gaia merece proteccién, y dicho mensaje es antiantropocéntrico en cuanto que nos exige olvidarnos de nuestros proyectos si resultan ser daviinos para la salud de Gaia, El problema de esto es que la salud total de Gaia —tal y como la en- tiende Lovelock— no est4 amenazada. Lovelock afirma que «(a] esca Ja planetaria, la vida es casi inmortal» (Lovelock, 1986, pag. 28) y en su libro indica: Ahora se admite comiinmente que las actividades industriales cle! hombre estin ensuciando el nido y suponen una amenaza para la vida to- tal del planeta que cada afo se hace mis ominosa, En este punto, sin em bargo, me aparto del pensamiento convencional. Puede ser que Ja can dente crupcidn de nuestra tecnologia se demuestre al final destructiva y dolorosa para nuestra propia especie, pero las pruebas para aceptar que las actividades industriales en su nivel actual o en ef fucuro inmediato puedan poner en peligro la vida de Gaia como un todo son ciertamente muy débiles (Lovelock, 1979, pig. 107) La cuestion es: cqué significa esto pata el «acabar de forma defini tiva con todas nuiestras fantasias antropocéntricas» de Porritt? Me pa rece ques el movimiento verde insiste en extraer los mensajes que de- sea de la hipstesis Gaia (menos crecimiento, menos contaminancidn menos desechos, etc.), sélo puede hacerlo mediante uno de los pasos 68. Pensamiento politico verde siguientes, o mediante ambos. En primer lugar, puede rehacer la idea de Lovelock y afirmar que es fa actual complejidad de Gaia ty no Gaia como forma total de vida) lo que merece ser conservado; y/o, en se- gundo lugar, puede admitir que la razén por la que nos pide abando- nar © modificar nuestras pricticas orientadas al crecimiento no es Gaia, sino nosotros mismos, La primera opcidn supone un embellecimiento notable de la tesis original de Lovelock. Su afirmucisn basics (y la que da origen al temor reverencial y al asombro}, sefialada arriba, es que «la Tierra se ha man- tenido como tn lugar confortable para los organismos vivos durante un total de 3,5 billones de aos desde que la vida comenzé, pese a un inctemento del 25% en la produccidn de calor procedente del Sol. Lovelock no se interesa especialmente por la complejidad de estos or- ganismos, ni por las relaciones entre ellos. La supervivencia de Gaia no depende de la complejidad, aunque puede ser que la rapidez de su etorno a un estado de equilibrio sea proporcional al grado de com: plejidad de las formas de vida que abarca, Lovelock aficma, en reali- dud, que Ja salud de Gaia puede depender de una reduccién de la complejidad de vez en cuando: «cualquier especie a la que afecta ne- gativamente el medio ambiente esté condenada, pero la vida sigue» (Lovelock, 1986, pig. 28). En otras palabras, la hipétesis de Lovelock, tal y como se presenta, no se puede usar para apoyar los argumentos verdes radicales contra la contaminacién, e! crecimiento, etcétera Esto deja la altemativa de que protegemos a Gaia para protegernos nosottos mismos, conclusién muy valida, pero que dificilmente «aca- ba definitivamente con nuestras fantasias antropocéntricas». Las ad vertencias de la hipétesis de Lovelock son mucho més setias para los seres humanos que para Gaia. Lovelock indica que podriamos estar firmando nuestra propia sentencia de muerte al continuar nuestras pricticas industriales, por cuanto las «pettutbaciones» que nosotros, como especie, ocasionamos en la atmésfera «podrian producic alain cambio compensatorio, quizés en el clima, que seria bueno para la bios- fera como un todo, pero malo para el hombre como especie» (Love. lock, 1979, pag. 9). Ast, aunque la hipétesis Gaia ciertamente podria Hevarnos a contemplar nuestro bumilde lugar en el grandioso plan de las cosas y, por tanto, a un «dlescentramiento» del ser humano, regre- samos ripidamente al centro del escenario cuando la humildad se convierte en miedo por la supervivencia Esto se debe a que tos perfiles inquietantes de la hipotesis Gaia son inguietantes para los seres humanos, no para Gaia, y aunque Lovelock Fundamentos filoséticos 69 afirma que «la filosofia de Gaia no es humanista», aude a region se guido: «pero no puedo evitar sentirme movido por per acerca del estado futuro de la Tierra». La razén que da para esta preo: cupacién ¢s la siguiente: «Tengo ocho nietos y quisiera que hereda ran un planeta sano» (Lovelock, 1986, pig. 28). De este modo, el in- ventor de la hipstesis extrae de ella una raz6n humano-prudencial para el cuidado de Gaia, y ésta me parece que es fa tinica conclusion valida de la hipétesis tal y como se presenta, Consiguientemente, la adopcidn de la hipétesis Gaia por parce del ecologista politico delata, © un pensamiento confuso, o un Tatente antropocentrismo, Sospecho que hay elementos de ambos, pero es el segundo el que genera la dis cusin mis interesante, como espero demostrar hacia e! final de este capitulo. Por iiltimo, sin embargo, la ipétesis Gaia de Lovelock se podria interpretar de modo que no proporcionaca ningén argumemto en ab- soluto a los verdes, no obstante su antropacentrisimo, Si Gai es un sis tema que se autorregula, simplemente seria capaz. de veaccionar ade cuadamente para mantener el staf quo (incluidos los humanos) prescindiendo de lo que le tiremos, Por ejemplo, ahora se sabe perfec tamente que la dilapidadora quema de la selva amazonica contribuye significativamente al incremento del didxido de carbono en la atmos fera, tanto porque desprende el gas durante el proceso mismo de com: bustién, como porque elimina los principales consumidores de didi do de carbono: los arboles mismos. El didxido de carbono es uno de Jos Tlamados «gases invernaderon, y se teme que los aumentos de su proporcién en pequelios poreentajes puedan contribuir al calenta miento global, con todo el quebranto que eso podria producir. Ahora bien, unos tipos de capa de nubes atrapan el calor que sube de la superficie de la Tierra, contribuyendo asi atin mas al fendmeno del calentamiento global, pero otros tipos (particularmente los citros) reflejan ciertas longitudes de onda de la radiacin solar antes de que Jos rayos lleguen a alcanzar el suelo. Asi, tales nubes «enirian» eficaz mente la tierra. A este respecto, una reaccién regulatoria gaiana a nuestra quema de Ja selva amazénica seria incrementar la capa de ci 119s con el fin de restablecer las temperaruras medias para el actual ni vel de equilibrio. Los experimentos llevados a cabo para descubsir si tales incrementos han tenido lugar de hecho no bun dado resultados definitivos, cosa nada sorprendente, dada la enorme complejidad que implica la ereacién de modelos de los fendmenos meteorologicos. Sin embargo, algunos indicios apuntan a que ha aparecido mayor ntimero 70 Pensamienta politico verde de cirros, y, si esto se pudiera confirmar, y ademas demostrar que se trata de una reaccisin gaiana, entonces la hipétesis Gaia de Lovelock podria acabar resultando un arma mis poreate para los adversarios del movimiento verde que para el movimiento mismo. Después de todo, si Gaia puede encajar y regular nuestea rapacidad medioambiental (sin recutrir a aniquilarnos), entonces parece que nuestra supervivencia no esta tan evidentemente en juego coma los verdes querrian hacernos creer. Sean cuales sean las consecuencias de Gaia para los ecologistas po- liticos, el dinamismo general dela filosofia (o cosmovisidn, para ser me- ‘nos controvertides) que sostiene su politica es disolver lo humano en el mundo «naturals, para, como minimo, desplazar al ser humano de su falsa posicion en el centro de la creacidn. Esta empresa tiene tanto as- pectos descriptivos como prescriptivos. La ciencia ecolégica, por ejem plo, sugiere Ia existencia real de una dependencia entre las especies, y los te6ricos dentro del movimiento verde y de su entoro sostienen que esta interdependencia, y las responsabilidades que lleva consigo, oii nan conceptos acerca de cémo dehen comportarse los seres humanos Consiguientemente, la conducta humana que contradiga esta interde pendlencia tendra un valor negativo, y es a las consecuencias éticas de este modo de entender la relacién entre los seres hnumanos y el mundo a las que voy a pasar a continvacién. ETICA: UN CODIGO DE CONDUCTA, Una inguietud fundamental del ecologismo como ideologia politi- ca es la relacion entre los seres humanos y su medio ambiente. Por consiguiente, casi todo lo que en las publicaciones del ecologismo se basa en el nombre de la filosofia (o miis a menudo «ecofilosofian) tie ne que ver con la descripcién de dicha rclacién y el anglisis de sus con- sceuencias normativas. Més concreramente, todas las formas de ecolo. gismo recomiendan moderacién por parte de los seres humanos con respecto a su medio ambiente, y asi la ecofilosofia entiende que su ta- rea principalmente es praponer razones para tal moderacién. También procura jzgar entre varias razones para la moderacién, y debo decis que no todas la razones que se pueden dar son razones radicalmente ecolégicas, y que esto conduce a una distincién entre lo que se suele conocer como «ecologia profunda», por un lado, y el rostro pablico del ecologismo como ideologia politica, por otro Fundamentos filosoticos La primera utilizacién influyente del término «ecologia profunda» se atribuye cominmente al noruego Arne Naess. En septiembre de 1972, Naess dio una conferencia en Buearest en la que hizo una dis tincidn entre lo que él llamé los movimientos de ecologia «profundi y los de ecologia «superficial». La distincién tenia que ver con la dite rencia entre un interés superficial por «la contaminacion y el agota- miento de los recursos», por los efectos deletéreos que esto podria te ner en la vida humana, y el interés profundo —por sf mismo— por principios ecolégicos tales como la complejidad, la diversidady la sim biosis (Naess, 1973, pig. 95). A mi parecer, la ecologia profunda con- forma la politica verde radical de un modo que no les resultard obvi a quienes convierten dicha politica en sinonimo de medioambientalis mo. En efecto, el hecho de que el ecologismo esté contormado por tna ecologia profunda es precisamente lo que (en parte) ayuda a distin guitlo del medioambientalismo: los medioambientalistas se contenta Pin con razones ecoldgicas superficiales para cuidar del medio am biente, mientras que los ecologistas profundos, aunque a menudo hardin observaciones ecol6gicas superficiales, probablemente no se sentinin cémodos al hacerlas. Esto no quiere decir que la ecologia pro: funda no resulte problematica desde un punto de vista politico, como demostraré, No resulta sorprendente en absoluto que el contenido ético de la ecofilosofia sea abrumador, Ha corrido mucha tinta sobre cuestiones tales como los devechos de los animales, las plancas y Ins tierras virge nes, y los deberes que nosotros como seres humanos podriamos tener para con ellos. En este campo, la influencia del movimiento procere chos de los animales y sus impulsores intelectuales ha sido profunda En gran medida, se puede decir verdaderamente que la extension reali zada por el movimiento proderechos de los animales y sus tedricos, cel mbito ético de los humanos a (algunos de) los animales, ha sido con siderado hasta hace poco por los ecofilésofos como el cxmino correc to para aspirar a su objetivo de elaborar una ética para la naturaleza n0 sensible Los paréntesis son necesatios, sin embargo, porque varios ecofile sofos han hecho hincapi¢ en las dificultades de extender el trabajo de los tedricos de los derechos animales y de sostenes una postura de «va lores naturales» (0 «valor intrinseco») —es decir, una postura que mantendria que toda la naturaleaa, y no s6lo algunos animales, tiene un valor intrinseco—, y han preferido concentrarse en el cultivo de un «estado cleser», en vez de un «codigo de conducta» (Fox, 1986), pig. 4) Pensamiento politico verde Esta aproximacién supone la conviccién de que la elaboracién de una ética ecoldgicamente sana no es posible dentro de la modalidad actual de discurso ético (derechos, deberes, sujetos racionales, la capaci- dad de dolor y sufrimiento, eteétera) y de que una ética asi s6lo puede, y debe, surgit de una nueva cosmovisién. Quienes argumentan desde sta perspectiva sefialan que la aetal modalidad de discurso exige que Jos ecologistas presenten razones por las que no se deberia estropear el mundo natural. Lo que se requiere, dicen, es el cultivo de una cosmo. Vision alternativa dentro de la cual se tendrian que dar justificaciones de por qué se deberta estropear (Fox, 1986: pig. 84), Aunque la opinién de Warwick Fox es que la postura de «cédigo de conducta» no es tan genuinamente ecoldgica profunda como la postura de «estado de ser» (véase la siguiente seccidn), no hay ningu- na buena razén por la cual, para nuestros propésitos, debamos sepa rarlas de ese mado. Lo importante desde la perspectiva del ecologismo como idcologia politica es que pretende persuadimos de que ef mun- do «natural» tiene un valor inteinseco: que no debemos cuidar de él simplemente porque eso pueda beneticiamos, Tanto la aproximacién de «cédigo de conduct» como la de «estado de ser» quieren Hegar hasta ese punto (aunque, estrictamente hablando, quienes propugnan esta tiltima aprosimacién procuran no hablar desde la éptica de una teoria del valor), y en esa medida sus diferencias son tacticas, mas que estratéxicas: discrepan en cuanto al mejor medio de Hegar hasta alli. Lo que une ampliamente ambus posiciones es la evitacidn de argu- mentos humano-prudenciales para revestir el medio ambiente de va- lor. Asi, argumentos del tipo de que el mundo no humano debe set preservado porque es titil para diversas empreses humanas (Warwick Fox eaumera nueve de tales posibilidades; Fox, 1990, pag. 160) caen fuera de la solide ecocéntrica por su antropocentrismo. Esta exigen- cia de una ética no antropocéntrica es la que ha causado tantas difi- cultades, porque conduce a afrontar la cuestién del valor intrinseco: «Necesitamos una ética que reconozes el valor intrinseco de todos los aspectos del mundo no humano» (Bunyard y Morgan-Grenville, 1987, pig. 284), Asi, se espera que un no antropocentrismo ético sostenga tuna conducta responsable respecto al mundo natural no humano. 2Cémo seria ese valor intrinseco? En un examen detallado, John O'Neill destuca tres posibilidades. En primer lugar, «un objeto tiene valor intrinseco si es un fin en sf mismo [y no] un medio para algiin otro fin»: en segundo lugar, «*valor intrinseca” se usa para aludir al valor que un objeto tiene tinicamente en virtud de sus *propiedades Fundamentos filoséticos 73 intrinsecas"»; y en tercer lugar, «valor intrinseco” se usa como siné- imo de “valor objetivo”, es decir, el valor que un objeto posee inde- pendientemente de la viloracién de los tasadores» (O'Neill, 1993, pig. 9), O'Neill concluye que mantener una ética medioambiental supone mantener que «los seres no humanos tienen un valor intrinseco en cl primer sentido», pero que mantener una ética medioambiental defev dible podsia suponer un compromiso con el valor intrinseco en el se- gundo 0 tercer sentido (ibid., pags. 9-10). Por lo que respecta a la cuestidn del valor objetivo, se han hecho varios intentos de dar respuesta a la objecién subjetivista de que el va- lor es una cualidad con la que los seres humanos revisten a los objetos; en otras palabras, los objetos no poseen valor por derecho propio, sino que se lo conferimos nosotros. A menudo, estos intentos vienen a ser un lamamiento a nuestra in tuicién, Por ejemplo, Holmes Rolston escribe: «Podemos sentisnos emocionados por un haleén en un cielo barrido por el viento, por los anillos de Saturno, las cataratas de Yosemite». Admite que «todas esas experiencias estén mediadas por nuestra educacin culturaly, pero afirma que «tienen elementos importantes de donacidn, de encuentro de algo entregado a nosotros, de observacién con éxito» (Rolston, 1983, pag. 144). Asi mismo, dice: «a veces hemos encontrado valores comunicados tan intensamente que los hemos conservado en su esta- do pristino, como en las Yellowstones, las Sierras y los Smokies» (ibid., pag. 156). No es en modo alguno el requerimiento a nuestra in: tuicién lo que ofende aqui, sino el hecho de que, aun cuando Rolston nos pudiera persuadir para dar nuestro asentimiento sobre el valor de las «cosas espectaculares» de la Naturaleza, éste podria no extenderse 4 otros ofrecimientos como el mosquito anofeles y la mosca tse-sé Otra de las tacticas favoritas de los defensores del valor intrinseco es pedimnos que llevemos a cabo un experimento mental para po prueba nuestra sensibilidad ante sus indicacione puede adoptar muchas formas, pero la idea general es siempre la mis ma, Consideremos, por ejemplo, la versign de Robin Autield, Autlield nos pide que pensemios en el uitimo ser humano superviviente de v holocausto nuclear enfrentado al dltimo olmo superviviente. La pre gunta de Autield es: zestaria haciendo algo equivocado dicho ser hu: mano al cortar el olmo, sabiendo que ella o él moriria antes que el irbol? Aufield informa de que «la mayoria de la gente que considera esta cuestién concluye que esta acci6n seria equivocadam (Atcield era E] experimento 7A. Pensamiento politico verde 1983, pag. 155), y que esto evidencia un sentimiento visceral en favor del valor incrinseco, Su racionelizacién de este resultado es que los ér- boles tienen un «bien propio» y «por tanto son, al menos, serios can- cidatos a una categoria moral» (ibid., pig, 145) Esti claro que explicitar todas las complejidades del valor intvinse. co exige una argumentacién derallada, y no es éste el lugar para ex- poner nada mas al respecto. Lo importante ahora es contrastar valor nstrumental con valor no instrumental, y decit que, aunque O'Neill (antes) sdlo habla de «eres» no humanos, los moralistas medioam- bientales hablan también de los «estados, actividades y/o experien- cias» ce los objetos como lugares potenciales de valor intrinseco (por ejemplo, Attfield, 1990, pig. 63), v hacen lo mismo con los conjuntos de ences. Existe, pues, una distincién latente en la ética medioambiental en- tre, primero, el intento de elaborar una ética desde dentro de la mo- dalidad actual de discurso y, segundo, la idea de que a una ética a sdlo se podria Hegar partiendo de un cambio mas profundo y general en la conciencia ecoligica. Asi, al ratar primero el intento de elaborar una ética medioambiental como extension del debate tradicional, es- pero mostrar alauna de las dificultades encontradas, que la aproxima- cid de «conciencia ecolégiea» pretende afrontar, La primera pregunta para la que cualquier teoria étiea debe tener una respuesta es 2a quign 0 a qué se debe aplicar? Esta va unida a una segunda pregunta: Zqué atributos debe poseer un sujeto para que lo admitamos como miembro de la comunidad ética? Una teoria ética podria sostener, por ejemplo, que abarca a los seres humanos (y sélo a los seres humanos), y que esto es en virtud de que éstos poseen una fa cultad racional. De este mado, el atriburo (la posesién de una facultad racional) define los limites de la comunidad ética Desde cierto punto de vista, la historia de la éticn medioambiental se puede ver como la ampliacién de los limites de la comunidad ética, Una ética para animales, por ejemplo, no es en modo alguino lo mismo «jute uma ética para el medio ambiente, pero, en la medida en que cons- tituye una incursién a través de la divisoria entre las especies, es un co- mienzo. Ya en el siglo ti a.C, Epicuro afirmaba que los animales, igual que los humanos, pueden experimentar placer 0 dolor, y mas recien- emente Peter Singer ha convertido estupendamente este argumento 0 razones para la moderacién moral en nuestra conducta respecto a los animales (Singer, 1975). Tom Regan construye un puente diferente sobre Ia divisoria al afirmar que los humanos y algunos animales pue- Fundamentos filossticos 75 dlen ser considerados de forma semejante como «sujetos de una vida», y que, si ésta es ka razén por la que consideramos a los humanos mo: ralmente relevantes, serfa incoherente ney Jos animales una relevancia moral semejante (Regan, 1988). Ni Singer ni Regan consiguen acercarse, sin embargo, a una ética medioambiental. Singer restringe la relevancia moral a los seres sensi bles, mientras que la extensién de la comunidad moral por parte de Regan es ciertamente timida; ademds de los humanos, no incluye més que alos animales mamiferos normales de un aio de edad 0 mais» (ibid., pag. 81). Sin embargo, ambas teorfas evocan el espectro del ««s pecieismo» —discriminaci6n Gnicamente por razdn de ln especie— y hacen que nos preguntemos sital discriminacién se puede justificar ra cionalmente, Las aproximaciones racionalistas a una ética propiamen te medioambiental proceden siguiendo lineas semejantes; en elas los moralistas buscan atributos menos restrictivos para entes no humanos gue la sensibilidad o el grado de complejidad mental. Esto no quiere decir que yo crea que los éticos medioambientalistas tienen una opi nign prejuzgada acerca de lo que pretenden investir de valor intrinse co, pese a lo que piensa Robin Autfield: «Dobson escribe como si el debate entre ecofilésofos supusiera principalmente andar a a biisque- da de un motivo u otro para defender este apoyo activo [del cuidado no instrumental de la biosferal» (Attfield, 1990, pag. 62). Quiere deci simplemente, que un cambio en el atributo que invoca la relevancia moral trae inevitablemente consigo un cambio en los limites del inte 165 ético, Lawrence Johnson, por ejemplo, sostiene que los organismos y los conjuntos de organismos (ineluidas las especies y los ecosistemas) tie nen necesidades de bienestar, y por tanto un interés en conseguit sa tisfacerlas. Este «interés para el bienestar» es el atributo, sein John son, gue otorga significacién moral a los entes que se dice que lo poseen (Johnson, 1991). Esta es una ética medioambiental en dos sen- tidos: primero, se puede afirmar que se aplica a todo el medio am biente; y segundo, concede relevancia moral a «totalidades» (especies ecasistemas), lo mismo que a individuos. Abarca, por tanto, el terreno petfilado por Aldo Leopold en su declaracidn chisica del una ética medioambiental, en al Sured Coty Admanac también a (algunos de) leance de ‘Toda ética desarrolkida hasta ahora leseansa en una sokt premisa: que el individuo es miembro de una comunidad de partes interdependientes. Sus instintos le impulsan a competir por su lugar en esa comunidad, peve 76 Pensamiento politico verde su Gtics le impulsa también a cooperar (guizis en orden a que haya un lu: xutr por el que con La ética de la tierra simplemente ampli los limizes de la comunidad 1s, plancas y animales, 0 colectivamente: la tierea (Leopold, 1949, pig. 204) peti pars incluit suelos, Leopold nos proporcioné también una regla empirica general para una accidn medioambiental s6lida al escribir: «una cosa es correcta cuando tiende a preservar la integridad, estubilidad y belleza de la co- munidad bistica. Es equivocada cuando tiende en otra direcciéa» libid., pags. 224-225). Esto ha preacupado a comentaristas posterio- 1¢s, porque aparentemente supone que los entes idividuales pueden set sacrificados de forma justificada por el bien general, confirmando con ello las preocupaciones de Tom Regan relativas a un «fascismo medioambiental» (Regan, 1988, pag, 362). Los racionalistas que buscan una écica medioambiental han res- pondido a esta critiea comin promoviendo la causa de los atributos gue otorgan relevancia moral a los individuos yx las totalidades. Los (1983, pig. 159). Las dificultades que implica la resolucién de conflictos entre pretensiones de diferentes «sujetos ecoldgicos> se han demostrado muy dificiles, y estos problemas surgieron pronto en la historia de Ja ecologia profunda con el «segundo principio» de Naess de la ecologia profunda, enunciado en su fundamental articulo de 1973. La idea es: «lgualitarismo biosférico, en principio» (Naess, 1973, pag. 95). La dificultad de esto resulta mas clara si nos centramos en la expresién menor, «en principion, y en el comentario que el pro- pio Naess hace sobre ella: «La expresidn “en principio” se inserta por que cualquier praxis realista exige, en alguna medida, matar, explo y suprimiry (ibid,). Esta frase se ha hecho famosa en la literatura ético- medioambiental: zeudnto matur?, y ga quign o qué se ha de explorar y suprimir? La nocién de igualitarismo biosférico es, evidentemente, proble mitica, Mary Midgley rechaza céusticamente el principio de un «igual derecho a vivir y florecer» cuando dice que los igualitarios biosféricos han [..1] puesto las cosas sumamente dificiles para si mismos tiltimamente al hablar de una manera muy en general, a priori, tipo Revolucién france sa, de que todos Jos animales son iguales, y al denunciar el «especicismon como una forma irracional de disctiminacién, comparable al racismo. Este modo de pensar es dificil de aplicar convincentemente a langostas, anquilostomas y espiroquetas, y fue inventado sin prestarles mucha aten cidn (Midgley, 1983a, pag. 26) Asi pues, ge6mo se ha de resolver el conflicto? ¢Cémo se ha de en: tender concretamente la expresin «en principio»? En términos generales, los moralistas medioambientalistas afrontan esto del mismo modo que el resto de nosotros: construyendo una fe rarguia de entes y conjuntos de entes valorados. A estas jerarquias se Iega habitualmente tomando como base el atributo valorado en cues- ti6n y afirmando que unos entes o conjuntos de entes tienen mas de di cho atributo que otros y, por tanto, tienen mayor peso en Ja balanza moral. Lawrence Johnson, vamos a recordarlo, basa la relevancia mo- ral en la posesién de interés para el bienestar. Pero resulta claro que no todos los entes tienen el mismo (tipo de) interés para el bienestar: aciertamente parece que los humanos son capaces ce un nivel mucho mis alto de bienestar gue el organismo de la viruela> Johnson, 1991 pag. 261) 78 Pensamiento politico verde Ciertamente, llama la atencién la frecuencia con que estos intrépi- dos aventureros filoséficos regresan, de manera bastante tradicional, a la base de la que partieron, La complejidad es un dato predilecto en torno al cual construir las jerarquias requerides. Warwick Fox ha rela- cionado valor con complejidad del modo siguiente: En la medida en que el valor es intefaseco a la complejidad de las rela ciones, y en la medida en que dicha complejidad de relaciones se de. muestra en el grado de organizacién central de un organismo (y, por ta to, en su capacidad para la riqueza de experiencia), los otganismos tienen derecho a una relevancia moral proporcional a su grado de otganizacion central (o capacidad para la riqueza de experiencia) mientras dure su existencia (Fox, 1984, pag, 199), Y contintia: «Al reconocer esto, debemos tener claro que la intu cidn fundamental de la ecologia profunda no leva consigo la opinién dle que el valor intrinseco esté difundido homogéneamente entre los miembros de la comunidad biética» (ibid.), y que, por tanto, «estas concepciones jerirquicas del valor inttinseco [..] proporcionan una sguia para la accién en situaciones en las que los valores entran en au- téntico conflicto» (Fox, 1990, pag. 182). En una linea similar, otra fi- losofa australiana, Freya Mathews, ha escrito: «Cuanto mayor es la complejidad de un sistema viviente [...] mayor es su poder de autorrea- lizaci6n [..] y mayor es el valor intrinseco [...] que se puede decir que encarna» (Mathews, 1991, pag. 123). Ahora bien, esto evidentemente supone el fracaso total del principio de jgualitatismo biosférico: de he- cho es un principio de «desigualitarismo> biosférico. De este modo, los intentos de resolver las dificultades del principio de Naess han terminado socavando el principio mismo. Esto demues- tra claramente lo insoluble del problema, y es un problema absoluta ‘mente prictico para la politica del movimiento verde. Cualquiera que haya ahogado babosas en una copa de cerveza para impedir que se co mieran las lechugas puede ser felicitado por tener cierta sensibilidad ecoldgica, pero, efte esa accién medioambientalmente ética? Como ha comentado Richard Sylvan: «Las lineas directrices en lo que respecta ala vida y la accién cotidiana para un adepto de la ecologia proiunda siguen siendo, por desgracia, excesivamente oscuras» (Sylvan, 1984b, pag. 13), Son estas dificultades y oscuridades las que han levado efectiva- mente a algunos practicantes de la ética medioambiental a abando- Fundamentos filos6ficos 79 nar Jos intentos de elaborar una ética dentro de la modalidad actual de discurso. Ya en 1986, Warwick Fox, por ejemplo, afirmaba que el igualitarismo biosférico «opera en un nivel inferior de determina- cién que una teoria del valor, es decir, se refiere a la actitud general que subyace tras lo que reconocemos como decisiones y practicas éticas especificas» (1986b, pag. 40). Esta es la cuestién a la que me he referido antes como el cambio de la elaboracién de un «cédigo de conducta» a la de un «estado de ser». A continuacién voy a centrar me en éste. Erica: UN ESTADO DE SER Hubo un tiempo, pues, en que la ecologia profunda estaba asocia- da principalmente con la creencia de que el mundo no humano podia tener (y habitualmente tenia) valor intrinseco. Esto parecia ser un paso radical dentro del discurso ético tradicional, con consecuencias pritc ticas de gran alcance para las relaciones entre los seres humanos y stt medio ambiente. Desde la perspectiva ética era (y es) un intento de ir més alli de los argumentos humano-prudenciales en favor de la in- quietud por la biosfera. Peto, como he indicado, varios teéricos de la ecologia profunda co menzaton a rechazar las consecuencias de elaborar una teoria solida del valor intrinseco. Esto les ha llevado a proponer la necesidad de una ética que proceda desde un estado modificado de conciencia, en lugar de esperar que pueda ser elaboruda desde el interior de la que actual- mente domina. Algunos de estos tedricos han sostenido que la ecolo- gia profunda siempre ha sido una empresa de «conciencia primero, Gtica después». Creo que esto es equivocado, aunque poco importa aqui. Lo que ha habido siempre es una mezcla de las dos, pero sélo en un tiempo relativamente reciente es cuando los problemas encontta- dos con los «valores naturales» han llevado a la separacién explicita de «estado de ser» y «cédigo de conductan ‘Warwick Fox, por ejemplo, insiste en que el intento de desarrollar el valor intrinseco partiendo del principio de Naess del igualitarismo biosférico supone una «falsa interpretacién» del principio, y admite que él fue «parte implicada» (19868, pig. 37). Pero, gpuede haber es tado tan equivocada tanta gente? Yo creo, por el contratio, que era tuna buena interpretacién del principio, pero que algunos Ja han en contrado defectuosa. Debido a las dificultades del valor intrinseco, al 80. Pensamiento politica verde gunos tedricos decidicron relegarla a un segundo plano al tiempo que subrayaban la metafisica de la ecologia profuncla. Debo insistir de Auevo en que dicha metafisica no ha sido inventada repentinamente para hacer frente al obstéculo del valor intrinseco, como algunos im- plicacos parecen sugerit (por ejemplo, Sylvan, 1984a, pag. 2), pero no siempre ha desempefiado la misma funcién fundamental que ahora realiza para algunos ecologistas protundos. La distinci6n entre «estado de ser» y «cédigo de conduct» ha lle- vado, en algunos sectores, a la eliminacién de los defensores del valor intrinseco del campo de la ecologia profunda, Este fue un paso que dio Warwick Fox en la charla que pronuncié en la Cuarta Conferencia Nacional de Educacién Medioambiental en Australia, en septiembre de 1986, y que prosiguié en su titimo trabajo (Fox, 1990). Basiindose en el trabajo de John Rodman, Fox distinguia en 1986 entre «cuatro ti pos generales de aproximaciones medioambientalistas», y calificaba las dos itimas de ellas como «teoria del valor inttinseco» y «ecologia profunda (Fox, 1986b, pag. 2). Esta distincién tiene el efecto de se parar la ecologia profunda de una postura de «valores naturales», mientras que, ciertamente en el articulo original de Naess de 1973 al menos, la ética y la metafisica son presentadas juntas sin ninguna dis- tincién fundamental clara, La postura de «estado de ser» parte del siguiente tipo de premisa que una «conciencia ecolégica conecta al individuo con el mundo mis amplio» (Bunyard y Morgan-Grenville, 1987, pig, 282); y ha sido des- arrollada en su forma mas refinada por Fox (1990). Esa «conciencia ecolégica» sirve de nuevo fundamento sobre el que se construiria una Gtica (ecol6gica) diferente y nuevas formas (ecoldgicas) de conducta. La idea supone el cultivo de un sentido del yo que vaya mas alld del in. dividuo entendido partiendo de su identidad corporal aislada. A esto se afiade la idea de que el enriquecimiento del yo depende de que se identifique 1o més ampliamente posible con el mundo no humano. ‘Naess expresa esto del modo siguiente: La aurorrealizacién no puede Hegar muy lejos sin compartir las ale- atias y las penas con Jos demas, o mas fundamentalmente, sin el desatro- Ilo del ego estrecho del niiio pequeiio hasta alcanzar Ja estructura com- pleta de un yo que abarque a todos Jos seres humanos. El movimiento ecol6gico —como muchos movimientos filos6ficos anteriores— da un aso miis y pide un desarrollo tal, que se dé una profunda identificacién de todos los individuos con la vida (en Fox, 1986a, pig, 5). Fundamentos filoséticos 81 La conciencia ecoldgica, pues, tiene que ver con nuestra identifica. ci6n con el mundo no humano, y con la concepcién de que nuestra au- torrealizacién queda presagiada en dicha identificacién y la conducta ‘que resultaria légicamente de ella, No es dificil ver como de aqui sur- ge una actitud medioambientalmente sdlida. Fox escribe: Por ejemplo, cuando le preguntan por qué no ata el suelo, Smohalla, clindio americano sez pereé, no responde con una explicacién detallada mente razonada respecto a por qué el suelo tiene valor intrinscco, sino is bien con una pregunta retérica que expresa una profunda identifi ciGn con la tierra: «cCogeré un cuchillo y desgartaré el pecho de mi ma- dre?» (Fox, 1986a, pig. 76). En otras palabras, la ética nace «de forma naturab> de una visién al ternativa de la realidad, y ésta es la razon del rechazo de la primacta de la ética: «No estoy muy interesado en éticas y morales», escribe Naess, estoy interesado en cémo experimentamos el mundo [...] $i la ecologia profundu es profunda, debe relacionarse con nuestras creencias funda mentales, no s6lo con la ética. La ética se sigue de cémo experimentamos el mundo. Si expetimentas el mundo de tal tal forma, entonces no ma- tas (en Fox, 1986a, pig, 46) El mismo Fox observa que su sentido «ecolégico transpersonal» del yo tiene 1a consecuencia sumamente interesante, incluso sorprendente, de que la ética (concebida como ocuparse de los «cleberes» morales) jresul- ta superflua! La razdn de esto es que si uno tiene un sentido del yo am plio, expansivo o como un campo, entonces (suponiendo que tno no sea autodestructivo) protegers de forma natural (es decis, espontineamente) el despliegue natural (espontsneo) del yo expansivo (la ecosfera, el cos- mos} en todos sus aspectos (Fox, 1990, pag. 217). Ahora bien, hay que hacer al menos tres observaciones sobre este concepto de conciencia ecoldgica y sus consecuencias, Primeramente hasta qué punto supone una regresién al pecado original de antropo: centrismo? Parece claro que el principio de autorrealizacién descrito antes, aunque genera inguietud por el mundo no humano, la genera por razones humano-prudenciales. En esta medida, el cultivo de una conciencia ecol6gica como fundamental para una ética medioambien- tal puede evitar los problemas asociados con la elaboracién de éta 82. Pensamiento politica verde desde el discurso convencional, pero a costa de diluir el no antropo: centtismo, considerado basico en una perspectiva ecolégica La segunda observacién gira en toro al problema de los conflictos potenciales entre los intereses humanos y los intereses «lel medio am biente, analizados antes en otras circunstancias. Uno puede imaginar una identificacién inmensamente amplia de su «yo» con el mundo no humano, pero seguir viendo la supervivencia de su propio yo como dependience de cierta medida de «matanza, explotacidn y supresion de ese mundo no humano. ¢Dénde deja eso la realizacién practica de la nueva ética que podria surgir de una «conciencia ecoldyica»? Cier- tamente parece que la exigencia de Richard Sylvan de lineas direc trices relativas a la vida cotidiana» no queda en absoluto satisfecha dentro de la aproximacién de conciencia ecolégica. Tampoco es éste un problema limitado a una supuesta «época de conciencia preecol6- gica». Este conjunto de ecologistas profundos no ha hecho ninguna afirmacién de que, una vez que se haya alcanzado una conciencia eco: logica general, los problemas de conflicto medioambiental «desapa rezcan», Ciertamente, Warwick Fox reconoce que el conflicto entre los seres humanos y el mundo no humano ¢s inevitable: «mi "peque fio” yo debe satisfacer determinadas necesidades vitales aun a expen: sas de las necesidades vitales de otros entes (relativamente auténo- mos)» (1986a, pag. 58). Sin embargo, no se han elaborado criterios para decidir entre varios conjuntos de «necesidades vitales», ni para decidir cusles podrian ser éstas. La primera respuesta posible a esta objeci6n es que se da orientaci6n mediante la creacién de jerarquias, 0 «grados de valor intrinseco» (Mathews, 1991, pags. 122-129), como las esbozadas en la seccién an. terior. La situacién de los entes 0 los conjuntos de entes dentro de estas, jerarquias determinara cudles de ellos son mas iguales que los demés en 1 caso de un conflieto de intereses, Por supuesto, no hay criterios con: venidos para la construccién de dichas jerarquias, de modo que la letra pequefia causa mucha mas dificultad que las reglas generales. Una segunda y mis amplia respuesta es que los ecologistas profun dlos sostienen que su propésito no es proporcionar un reglamento, sino promover una conciencia de identificacién con el mundo no hu- mano que altere hondamente las cireunstancias en las que se escribiria cualquier reglamento. Fox lo expone de forma convincente: desde el punto de vista de prescivar el mundo ne humano, la aproxima- cién de una identificacién mis amplia es mis provechosa que la aproxi- ean Fundamentos filosdficos 8 macién axiolégica medioambiental en sentido estratégico 0 politico, por que ya no hace recaer el peso de la justificacién de las propias acciones so bre la persona que quiere conservar el mundo no humano, sino sobre la persona que quiete trastocarlo o estropearlo (Fox, 1986a, pag. 84) Creo que es verdaderamente importante hacer comprender esto, y ciertamente tendria un efecto en la ética medioambiental que pudiera surgit. Los problemas de conflicto, por supuesto, permanecerian, pero el grado de conflicto se reduciria considerablemente, No se trata sino de que el mundo no humano se beneficiarfa de la inculcacion gene lizada de una «conciencia medioambientab», tal como Fox y otros la han descrito. Desplazar el peso de la justificacién de ese modo no nos exime, por supuesto, de trazar lineas de legitima intervencién medio- ambiental, pero significa que dichas lineas se trazarin en un tertitotio muy diferente del que surge si el peso de la justificacién sigue reca yendo sobre las mismas personas. Dicho de otro modo, sies la preser vacién del mundo no humano lo que se tiene que justificat, entonces ¢s probable que se tolere més la intervencién medioambiental que sie dicha intervencién lo que se tiene que justificar. Sin embargo, el siguiente problema —y ésta es la tercera observa- cién— concierne al modo de generar esta «identificacién mas amplian en la gente, gComo se les ha de convencer de ello? Si Robert Aitken tiene razén cuando dice que «la ecologia profunda |...) requiete aper tura al oso negro, intimar verdaderamente con el 050 negro, de modo gue la miel gotee por tu abrigo de piel cuando cojas el autobuis para ir a trabajar» (en Fox, 1986a, pig. 59), entonces pareceria que la ecolo- sia profunda se encuentra en serias dificultades. Las carcajadas que generalmente saludan este tipo de afirmacién ponen de manifiesto el hondo problema de persussisn de la ecologia profunda. Expliquémonos: quienes ahora deciden formular las pretensiones de un «estado de ser» y no las de un «nuevo cédigo de conductar se vieron obligados a adoptar esta postura por lo que consideraron tn sentido de realismo: se entendid gue los conceptos éticos tradicionales no podian realizar el trabajo medioambiental que se les exigia. Dicho de otro modo, preguntaron «¢De dénde nace una ética?», y sugirieron la respuesta: de una determinada comprensién del modo de set del mundo; de una metafisica. Esta conclusién iba a propugnar un cambio de la perspectiva metafisica en la diteccién descrita en la primera par te de este capitulo, por entender que la deseada ética medioambiental seria més probable que floreciera en ese nuevo clima 84 Pensamiento politico verde Sin embargo, lu metafisiea propuesta por la ecologia profunda esta toméndose su tiempo para dominar (por no decir otra cosa), y la aut toidentificacién con el mundo no humano exigida por ella queda res iringida —al menos en los «paises incustriales avanzadoo>— a micleos ados de radicales bienintencionados, La ecologfa profunda ha pre guntado «zDe dénde nace la ética?», y se ha respondido: de una ica. Pero su problema a largo plazo puede estribar en encon: trar una respuesta a esta pregunta «De dénde nace la metal porque aqui se encuentra la pista de por qué el apoyo activo a un cam- bio de conciencia, por si salo, no es suficiente. La conciencia no es un dato independiente, aislado de las ales que la ali- mentan, Janna Thompson es quien mis se acerca al comentario que es pre ciso hacer: «La resolucién ética (...] presupone critica social: un inten- to de demostrar que las actuales relaciones sociales, y los objetivos y deseos que brotan de ellas, son insatisfactorios, y que son de desear nuevas concepciones de autorrealizacién y felicidad» (Thompson, 1983, pdg. 98). Esa eritica social debiera ser parte esencial de la inicia- tiva ecolégica profunda, pero los ecofilésofos escriben como si la re- solucién de los problemas filos6ficos fuera suficiente para producir la resolucién de problemas practicos como la contaminacién, la defo: restacidn y la Iuvia dcida, Normalmente, el contexto social y politico no recibe ninguna atencién en absoluto. Warwick Fox escibe: «Este intento de desplazar el centro principal de la atencién filoséfica me- dioambiental de la ética a la ontologia constituye claramente un cuestionamiento fundamental o revolucionatio de la filosofia me- dioambiental normal. Es (y debe ser) el norte de la ecologia profunda» (Fox, 1984, pig, 204; cursiva en el original) Sila ecologia profunda se contenta con permanecer en el ambito de la teoria, entonces Fox po- dria tener razén en In determinacién de su «norte». Pero si tiene que ver con convertir la teorfa en practica, tendri que presentar un pro- grama de cambio social. Hasta ahora, ha sido incapaz de hacerlo, circunstancias so ANTROPOCENTRISMO Sihay una palabra que sostiene la gama entera de objeciones verdes radicales a las actuales formas de conducta humana en el mundo, ésa es probablemente «antropocentrismo. La inquietud por nosotros mismos a expensas de la inquietud por el mundo no humano se consi- | Fundamentos filoséficos 85 clera causa bisica de la degradacién medioambicntal y el porencial de. sastre, Por una parte, sin embargo, la centralidad misma de esta pala- bra para la causa verde ha llevado a un oscurecimiento de su significa do, mientras que, por otra, la cuestidn prictica de lograr comunicat la ideologia verde ha conducido a sus te6ricos a emitir mensajes contra- dictorios acerca del antropocenttismo. Por lo que respecta al primer punto, quiero indicar que la palabra tiene un significado fuerte y otro débil, significados que surgen de una lectura de las publicaciones ecofilossficas, pero que rara vez se distin guen formalmente. Mi forma de entender el significado débil es aqué- lla a la que alude Warwick Fox indicando que tiene que ver con estar «, respectivamente, Ambas calificaciones fueron usadas por Fox con referencia explicita al antropocenttismo, pero resulta claro que tienen consecuencias diferentes. El primersentido, o débil, es mas evidentemente «neutral gue el se- gundo, o fuerte, y resulta verdaderamente asombroso lo a menudo que el «centrarse en Jo humano» se confunde con el «instrumentalis. mo humano, normalmente por parte de quienes se apresuran con de- masiada precipitacién a encontrar contradicciones antropocéntrices en el corazén del pensamiento ecocéntrico, El sentido fuerte lleva con- sigo una nocién de la injusticia e iniquidad implicada en el uso insteu- mental del mundo no humano. Deseo indicar que el antropocentrismo en sentido débil es una caracteristica inevitable de la condicion huma- na. Esto no perjudicard el argumento de los ecologistas; de hecho les permite poner lo humano, sin ninguna vergiienza, en el programa eco- 6gico programa del que, por razones asociadas con sus objetivos, la centralidad del ser humano ha sido casi eliminada. Los peligros de dicha eliminacién han quedado claros en las postu tas tebricas y las actividades politicas del grupo norteamericano Earth First! [jLa Tierra primero!], grupo del que se ha dicho que es «el ala de accién politica de la ecologia profunda» (Reed, 1988, pag. 21) y «el filo cortante del medioambientalismo» en el Oeste americano (Tokar, 1988, pag. 154). Un articulo de una publicacion de jLa Tierra prime- ro! (curiosamente firmado por Miss Ann Trophy, quizis el pseudéni- mo del destacado miembro norteamericano de ;La Tierra primero! Christopher Manes) afirmab 86 Pensamiento politico verde Silos medioambientalistas radicales tuvieran que invemtar una ener ‘medad para hacer volver a la poblacién humana a la cordura, {fermedad probablemente seria algo como el SIDA |..] los posibles bene ficios de esto para el medio ambiente son asorabrosos (...] igual gue la peste negra contribuyé a la muerte del feudalismo, el SIDA tiene el po tencial para acabar con el industrialismo (citade en Reed, 1988, pig. 21) Este grupo tampoco es de los que hablan mucho y no hacen nada Hace algin tiempo, ;La Tierra primero! se dedieé a clavar clavos en los troncos de las secuoyas californianas para disuadir a los madereros de talarlas, y al menos un leador result6 gravemente herido al salir su sierra mecéinica rebotada del tronco y darle en el cuello, Tendré gue volver sobre jLa Tierra primero! en el capitulo 4, Quizas el critico mas comprometido y basado en principios mis fuertes (dentro del movimiento ecolégico, definido ampliamente) para con los excesos a los que puede conducir (lo que él llama) el biocen: trismo es Murray Bookchin, quien parte de la perspectiva de lo que él denomina «ecologia social», «Sean cuales sean sus méritos», escribe, el hecho es que la ecologiu profunda, més que cualquier otra perspecti- ecoldgica «radical», culpa a la (1984a, pags. 98-99). De hecho, Po: rritt Hega hasta el punto de hacer del instrumentalismo humano la pa- Ianca para lograt los cambios que el ecologismo recomienda: «Lina reinterpretacién del propio interés ilustrado es [..] la clave para cual quier transformacién radical» (ibid., pig. 117). || mismo mensaje antropocéntrico fuerte se recibe alto y claro en Jos manifiestos del Partido Verde. El manifiesto de 1983 de los verdes alemanes, de gran influencia posterior, afirmaba: Laiinvasién de los habitats naturales y el exterminio de especies de ani- ‘males y plantas esté destruyendo el equilibrio de la naturaleza y,jurto con é1, la base de nuestra propia vida. Es necesario mantener o restaurar un ncdio ambiente biolégicamente intacto, a fon de asegurar la supervivencic bowana de la futuras generaciones \German Green Party Manifesto, 1983, pig. 29; la cursiva es mia). Y en la pagina siguiente encontramos una expresién perfecta del principio antropocéntrico fuerte: «Debemos detener la violacién de la aturaleza para poder sobrevivir en ella» (ibid., pag. 30). El manifesto del Partido Verde de Inglaterra, Gales ¢ Irlanda del Norte (EWNL) es menos explicito, pero igualmente claro: «La inexo: rable busca del crecimiento econdmico ha llevado al género hunsano al borde de un desastre sin precedentes en la historia (Green Party (EWN Manifesto, 1994, pag, 1; la cursiva es mia) y: «El principio de- 92 Pensamiento politico verde cisivo y unificador es que todas las actividades biemanas deben ser in- definidamenie sustentables» (ibid., 1994, pig. 2; la cursiva es mia), donde la respuesta a la pregunta «¢ con las La lista de ejemplos es interminable, y todos ellos demuestran la misma idea: que la politica de la ecologia no sigue las mismas reglas bi- sicas que las formas radicales de su filosofia. He indicado antes en este capitulo que, pata los ecofilésofos, las razones para el cuidado del mundo no humano son al menos tan importantes como el cuidado mis. mo, Para los ecofildsofos, el cuidado debe ser desinteresado. Este prin- cipio parece haber sido abandonado (0 al menos dejado en sustenso) por la mayoria de los ideslogos politicos del movimiento verde Se podrian aducir varias razones pars ello, entre las cuales estd la de la conveniencia; es decir que, con el fin de comunicar la idea bisica del cuidudo del mundo «natural», puede que haya que tomar atajos. Esta «8 la aproximacidn esbozada por Warwick Fox en la siguiente cita, la sa pero digna de atencién: Consideremos lo siguiente. Si me pides que intente decir en una frase a la apersona median por qué crea que debemes preocuparnos de alain «ser» no humano (vivo o no}, entonces para mi, dado nuestro actual con- texto cultural, lo mas facil seria decir algo de este tenor: «Porque tiene to- das estas utilidades para nosotros». Sin embargo, si desco acercarme un poco mis a lo qute realmente quiero decir, pero al mismo tiempo procuro hablar en términos que los demas entiendan inmediatamente, y no en ter minos que podrian sonarles extraiios (y, por tanto, alejarlos), entonces probablemente diré algo de este tenor: «Porque tiene valor en si mismo». ‘A menos que tengamos mucho més tiempo para hablar, lo titimo que voy a decir, dado ef actual contexto cultural, es Yo primero que quiero deci: «Porque es parte de mi/nuestro yo, sti disminucién es mi/auestra dismi nuciény. En otras palabras, dadas las restricciones de la cultura, el deseo de persuadir y el tiempo limitado con que intentar comunicar algo clara- mente, mi declaracién popular de eprincipios bisicos», aunque retleje mis ‘opiniones mis profundas, sin embargo seré una guia nade fable, o supet ficial, clel modo en que yo ampliarfa estas opiniones en términos formales, filoséficos (Fox, 1986a, pags. 71-72; cursiva en el original). Segtin esta interpretacién, quienes dan razones humano-pruden: ciales para el cuidado de la «naturaleza» siempre pueden decir que obran asi sélo por razones técticas, que el fin de la persuasidn es mis importante que los medios para alcanzarlo. Por un lado, esto se con- Fundamentos filoséticos 93 vierte en un problema de coherencia intelectual de los individuos, pero, por otto, se plantea una cuestidn de profunda importancia poli- tica: «Cumplirdn las razones humano-prudenciales la tarea en favor del medio ambiente que se requiere de ellas?». Dicho de otro modo. e! uso de razones humano-prudenciales (como medio) gpone en peligro el deseado fin de una aproximacién de no intervencién en el medio ambiente? Presumiblemente, la respuesta de los partidarios de la «conciencia ccoldgica» a estas preguntas seria, respectivamente, no y si. Lo tinico importante del hecho de desarrollar una perspectiva que vaya més alla de (lo que he definido como) un principio antropocéntrico fuerte es que un principio asi sdlo sirve para reforzar la actitud que los verdes radicales tienen interés en invalidar: la que tiene el universo girando en torno al ser humano. El argumento de Warwick Fox es que solo el desarrollo de una conciencia ecolégica volvera las tornas a favor del medio ambiente, de modo que el peso de la prueba recaiga en quienes quieren desiruiz, y no en quienes quieren conservar. Lo mejor que se puede decir de los humano-prudencialistas, desde el punto de vista de los ecologistas profundos, es que conseguiran que se haga algo del tra- bajo, aunque a costa de abandonar la empresa como un todo. Volveré sobre estas importantes cuestiones estratégicas en la conclusién. Sin embargo, creo que seria equivocado dar el salto a la conclusién de que este desacuerdo es valido para una descalificacién de los ided- logos politicos del ecologismo desde el campo ecol6gico. En cualquier caso, mi conviccién profunda es que, aun cuando los ecologistas poli- ticos puedan dar ptiblicamente razones humano-instrumentales para cuidar del medio ambiente, es probable que hayan sido motivados 2 hacerlo por consideraciones del tipo de las del valor intrinseco. No tie- ne mucho sentido intentar confeccionar una lista definitiva de los re quisitos para ser miembro del grupo de ecologistas profundos. Mucho mas interesante es que las diferencias entre la filosofia de la ecologia profunda y su manifestacidn politica son sintomas del fracaso de la f- Josofia a la hora de hacerse préctica. Debo decir de pasada que este fracaso ha sido el responsable de algunas famosas victimas politicas; ninguna lo fue mas que Rudolf Bahro, quien dejé el Partido Verde aleman en junio de 1985 por la cuestién de la experimentaci6n animal, La postura de Bahro era de oposicién intransigente a la experimentacién animal, por razones ma- nifiestamente ecoldgico-profundas, Se quejaba é de que el Partido 94 Pensamiento politico verde no tiene una postura ecoldgica basica; no es un partido para la proteccién de la vida, y ahora sé que nunca lo seri, pues se esti apartando ripida mente de esa postura, Ayer, en la cuestin de los experimentos animale tomé partido en favor de la postura adoptada por el orador que dijo, mas ‘o menos: «Si se puede salvar aunque sélo sea una vida humana, la tortura de animales es permisible». Esta frase expresa el principio bisico por el {que los seres humanos estn exterminando plantas, animales y, finalmen te, a si mismos (Bahro, 1986, piig, 210). La frase que cita Bahro expresa, ademés, una forma de antropo- centrismo fuerte que seria rechazada por los ecologistas profundos, La aceptacién en 1985 por parte del Partido Verde aleman del principio de cxperimentacién animal, y la consiguiente salida de Bahro del par- tido, son una expresién concreta del fracaso de la ecofilosofia a la hora de hacerse préctica. ‘Tampoco quiero decir con esto simplemente que las recomenda- ciones de la ecofilosofia sean impracticables 0 ut6picas. Quiero ha- cet comprender la idea, mas trascendental, de que la ecofilosofia no ha prestado atencidn suficiente a las relaciones précticas entre la gente, y entre la gente y sti medio ambiente, que hacen poco pricti- cas sus recomendaciones, Quiz puedo aclarar mas esto refiriéndo- me a la octava Tesis sobre Feuerbach de Karl Marx, que dice asi: «La vida social es esencialmente prictica. Todos los extravios hacia el misticismo encuentran su solucién racional en la practica humana y en la comprensién de dicha préctica» (en Feuer, 1976, pig. 28: siva en el original) Aun sin pretender aprobar todo lo que Marx tiene que decir, creo que su pensamiento nos sefala aqui la direccién correcta. La idea es que hay cosas acerca del mundo que son dificiles de entender («miste- rios»), y que su resolucién puede adoptar una forma teérica inadecua- da («misticismo»). En nuestras circunstancias actuales, yo diria que la ctisis medioambiental es el «misterio» y que la ecofilosofia en toclas sus diversas formas— es el emisticismo». La tesis de Marx sefiala tam- bién que la comprensidn adecuada consiste en entender la vida social y sus pricticas que dan origen al problema, o «misterio», Ademis, que la tendencia hacia soluciones «misticas» es una variable dependliente de esas mismas formas de vida social (es decir, las actuales) y, por ello, que tanto la evitacién del «misticismo» como la resoluci6n final del

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