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COMAROFF: los nacionalismos y sus limites Este tiltimo articulo de John Comaroff pertenece al libro editado por E. Wilmsen y P. McAllister, Las politicas de la diferencia. Premisas étnicas en un mundo de poder (1996). Lo que viene a plantear es algo especialmente sensible para el caso de Guatemala. Se trata de una posicién muy critica como antropélogo respecto al papel que juegan los cientistas sociales y la teoria so- cial respecto a los discursos y las prédeticas politicas: cémo los académicos y sus elucubraciones supuestamente cientificas y objetivas también estén involucradas en la lucha ideolégica, asi su pregunta es: cpor qué persisten ciertos paradigmas si no han sido capaces de explicar los fenémenos naciona- les ni étnicos? Sobre este punto delicado del nacionalismo y la etnicidad se va a remitir, en términos mds concretos, a las distintas posiciones politicas respecto a la gestién de la diferencia. En su critica a la teorizacién y la abstraccién apuesta por acercarse a la préctica del poder y propone una sugerente relacion entre tres formaciones ideo- légicas paradigmdticas sobre lo nacional y los fendmenos étnicos: el euronacionalismo, el etnonacionalismo y el heteronacionalismo; y tres modelos de discursos y posiciones politicas con los que se vincularian cada uno de ellos: construccionismo, esencialismo e instrumentalismo. No vamos a exponer aqui estas concepciones de John Comaroff porque él lo hace con mucha mas elegan- cia, consistencia y coherencia. Apenas rescatamos dos puntos. Uno, que nos Hama la atencién y quizés pueda quedar oblicuo frente al eje central de sus planteamientos, que es su mencién a la “domesticacién, y el otro, se refiere a las nuevas formas ideoldgicas que se estén imponiendo, lo que seria el marco del multiculturalismo —que él prefiere denominar modelo heteronacionalista~ El primer punto nos permite resaliar el mismo posicionamiento de Comaroff rigurosamente historicista respecto a detallar los procesos especificos de cada situacién a explicar, lo que le leva a contextualizar el debate en el mundo con- temporéneo de globatizacién y de supuesto “fin de la historia”, homogenizacién cultural y de debacle de los reclamos culturales primordiales antiracionalistas. Un escenario donde a pesar de lo que se nos vaticinaba, nos trae la extension de unos signos y productos culturales hegemsnicos, la relativizacién de! Esta- do-nacién 0 ereciente transnacionalizacién -ignorancia de las fronteras nacio- nales— de los fendmenos de cualquier signo: didsporas migratorias, crimen, medios de comunicacién, procesos econdmicos, drdenes legales... y la irrup- cién inesperada de las conciencias étnicas. En la dialéctica de la homogenizacion 200 Las ideas detris de Ia etnicidad cultural versus el auge de los localismos, Comaroff los entiende como sucesos complementarios y propone el término de “domesticacién” como la forma en que desde to local y to doméstico se da seniido a las imégenes y simbolos que ‘fluyen universalmente, algo que nos permite relativizar la fuerza de ese abs- tracto de “lo global” y concretarlo, aceptando a su vez la capacidad de accién de los sujetos y de sus propias concepciones culturates. El segundo punto del heteronacionalismo se esta refiriendo a la propuesta politica del multiculturalismo, y lo entiende como la sintesis entre el euronacionalismo y el ermonaicionalismo. El primero reflere aun estado secular que sostiene e! principio universal de la ciudadania y la idea de la sociedad como wn contrato con una jurisdicciéa legal y politica dentro de unas términos territariales; y el etnonacionalismo identifica a un proyecto de estado desde las, particularidades culiurales que reclama la pertenencia por atribucién y se sos- tiene en vinculos emocionales profundos, donde su Hlamado a ta lealiad de los sujetos puede estar por encima de fronteras y territorias. Asi, este nuevo mode- lo heteronacionalista quiere “absorber las politicas etnonacionales de identi- dad deniro de un concepto eurmnacionatista de comunidad politica”, acomo- dando la diversidad cultural en una sociedad civil de eiudadanos auténomos. Finalmeate, los seRalamientos de Comaroff a todos estos prototipos de poli- ticas se centran en entender que todas ellas estén en una competencia por el dominio politico y desde aki es que hay que entender la persisteneia de discur- sos insostenibles académicamente, pero que funcionan y son tiiles como coar- tadas para las politicas de identidad que estamos viviendo JOHN COMAROFF: Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia en una era de revolucién (1996)* Los pensadores conservadores, sobre todo Francis Fukuyama, hableron con osadia del “fin de Ia historia”.* Pero parece indudable que las luchas étnicas y nacionalistas —de hecho, las politicas sui generis de identidad- estin (re)construyendo 1a historia de nuestra era con una venganza, Tanto es asf, que prdcticamente se ha convertido en una costumbre comenzar los discursos sobre el tema observando lo vergonzosamente equivocada que ha estado la ciencia social euroestadounidense al analizar este fenémeno. La explosiva vitalidad de la conciencia étnica y nacionalista ha hecho afiicos la supuesia prediccién ~de la izquierda, 1a derecha y el centro- de que el pluralismo cultural se marchitaria a finales del siglo veinte. ;Se ecuerdan? Todos los vinculos culturales “primor- diales”, nos dcefan, perecerian con la modemidad, con la maduracién de la na~ cidn estado y con la globalizacién del capitalismo industrial. Tal como observ Geertz (1963) hace muchos affos, y como sigue afirmando Gellner (1983, 1987) como teoria y como ideologfa, la “modemidad” ha sido medida clasicamente en términos de criterios universalistas. Su teleologia siempre ha estado apoyada en la negacién de la diferencia, cn la climinacién de los sistemas que relativizan valores y conocimientos a favor de los procesos histéricos mundiales de racionalizacién, De abi la fe casi milenaria, en todas las grandes tradiciones te6ricas, en ta inevitable desaparicidn del localismo cultural Esta prediceién histérica ha estado tan desacertada que llama a la reflexién. Me viene a la memoria el famoso interrogante de E. H. Carr: “Qué es la Histo- ria?” (1961). Mirando retrospectivamente, Ia respuesta es evidente* Ia Historia es el espacio conceptual, la porcién de tiempo, en que el conocimiento cientifi- * Comaroff, John L. (1996): Fihnicity, Nationalism and the Politi of Difference in an Age of Revolution, an F. F. Wilmsen y P. MeAllister (eds.): The Polities of Difference. Ethnic Premises in a World of Power . The University of Chicago Press, Chicago. Traducida por Sara Martine Me refiero al controvertido ensayo de Francis Fukuyama, “The End of History?” (1989; vée se también 1990, 1992), Para debates sobre el tema desde diferentes perspectivas interesan- tes, véase Dipesh Chakrabarty (1992) y David Bennett (1990:261), que relteran mi idea de ‘que "Podemos estar seguros de que la Historia mostrar prematuro el obituario de Fukuyama”. 202 Las ideas detras de la etnicidad co social -y, sobre todo, la prediccién— demuestran sus errores; 0 mejor aiin, toda sucesion de acontecimientos causantes de rupturas que, unidos, sacan a la luz nuestra interpretacién equivocada del presente. No se trata de hacer un chis- te, es un hecho inevitable del conflicto étnico y nacionalista: en vez de ser re- construido como una farsa, su historia se vive muchas veces como tragedia y terror. Un ensayo reciente de Dirks llega a la igubre conclusién de que “la Historia sélo es una cuestién de peligro” (1990:3). Yo no estoy totalmente de acuerdo. El impacto de las recientes politicas de identidad ha sido notablemente ambiguo, teniendo una faceta liberadora asi como una oscura; recordemos aqui la célebre imagen de Hugh Seton Watson (1977) acerca de la cara de Jano del nacionalismo (véase también Nairn 1977; Bhabha 1990; Kiss n.d.). Pero lo que es palpablemente peligroso es nuestra constante incompetencia para captar el cardcter histérico de la bestia en toda su complejidad, impredecible. Es obvio que no son tinicamente las ciencias sociales las que malinterpretan el presente y el futuro de las politicas de identidad. Ya en las décadas de 1950 y 1960, los medios de comunicacién estadounidenses habian conjurado la ilusion del crisol. Lo mismo hizo la prensa laborista britanica, que seguia repitiendo que los sujetos imperiales de color podian ser absorbidos en una Gran Bretafia dalténica. Gilroy (1987) no habia dicho atin que “No hay negros bajo la bandera de Su Majestad” [“There ain’t no black in the Union Jack”). Y los hindies del norte de India todavia no habian empezado a manifestarse, como harian des- pues, fiir Sikh.* En la URSS, el triunfal surgimiento del “hombre socialista” habia “resuclto irrevocablemente” la “cuestion nacional”, o asi nos decian Bromlei (1982:299) y el Pravda. Y la izquierda de gran parte del mundo colo- nial prometia que, con la descolonizacién, las diferencias culturales locales se revelarian como lo que “realmente” eran: falsas conciencias. Toda expresién de identidad étnica era justificada, rechazada como algo diferente. Mirando retros- pectivamente, tado esto parece terriblemente ingenuo. Ya que desde entonces, la historia, el espacio de error, ha resonado con el apremiante redoble de la afirma- cidn étnica, con el ritmo de los nacionalismos enmarcados en términos de recla- mos culturales primordiales {Por qué? {Por qué se equivoce tanto todo el mundo? {Por qué, cuando a decir de todos iban a morir calladamente, las politicas de identidad cultural han iniciado un sonoro renacimiento en todo el mundo? ,Es un renacimiento? {Po- dria ser un fendmeno social completamente nuevo? Seguramente, también, para condescender ante las dificultades, las concien- cias étnicas y nacionalistas deberian haber disminuido al final de la Era del Im- perialismo. Después de todo, ahora es de aceptacién general que los regimenes * Nota de ediciGn: filr Sikh, a favor de los Sikhs. Comaroff: Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia 203 coloniales y sus estados sucesores inventaron, promovieron y explotaron las di- ferencias y tradiciones “tribales” (Hobsbawm y Ranger 1983; Vail 1989). Pode- mos debatir las motivaciones que se esconden detras de dichos procesos: si fue- ron principalmente un producto de las técnicas de contro! politico, del esfuerzo para regular la mano de obra, de puro racismo, de modelos mal orientados de desarrollo econdmico, o lo que sea. Pero hay poca discrepancia en que la crea- cidn y conjura de las identidades étnicas fue un corolario del colonialismo. Tré- tese de Africa, Sur de Asia o Rusia, la descolonizacién sélo parece haber exa- cerbado estas formas de conciencia e identidad. Finalmente, si la descolonizacién no deterioré los vinculos étnicos, por qué no lo ha hecho (aiin) el postmodernismo? Esta, nos suelen decir, es una época de multiples subjetividades, de sentidos dispersos de uno mismo, de fuerzas anti- totalizadoras que vuelven gran parte de nuestras vidas contingente, incoherente y polifona, Sin embargo las politicas (zneo-modernas?) de identidad apuntan exactamente en Ia direceién contraria: hacia un mundo en el que la etnicidad y Jo nacional son evaluados como las bases de subjetividades totalizadoras, cohe- rentes, muy centradas ~tanto individuales como colectivas. ;Pudiera ser que la insistencia postmodernista en lo polimorfo sélo sea incorrecta, un producto de la conciencia burguesa euroestadounidense que oculta sus propias politicas de indiferencia con respecto a los vulnerables y los pobres de verdad? Esto no quiere decir que deberiamos ignorar las lecciones criticas del post-estructuralismo y el postmarxismo, Al contrario, (véase John Comaroff y Jean Comaroff 1992), Sin embargo, como me interesan més que muchos tedricos postmodernos las materialidades del poder y la prdctica -y especialmente el poder practice de algunos para silenciar a otros~ me preocupan los riesgos de la teorizacién y la abstraccién. Es demasiado féeil pasar por alto la complejidad de los campos de fuerza politica, las condiciones fisicas y las relaciones materiales que informan las construcciones contempordneas de etnicidad, nacionalidad e identidad. La pobreza de la teoria reevaluada Hay que hacer un gran esfuerzo para no dejarse impresionar por la banalidad de Ia teoria en los discursos conceptuales de etnicidad y nacionalismo. Una y otra vez, nos dicen que hay basicamente dos enfoques gencrales para estos fend- menos, cl primordialista y el construccionista (0 realista 0 situacionalista 0 contextualista 0 1o que sea; los nombres cambian, la sustancia no). A veces se identifica un tercero; Crawford Young (n.d.) lo Hama instrumentalista, puesto * Viviendo, como vivo en el South Side de Chicago, contemplo un gran temor por las politicas de indiferencia y de deferencia, 204 Las ideas detrés de la etnicidad que atribuye la produccién de la identidad social a una funcién utilitaria. Sin embargo, esta posicidn no se distingue claramente de otras formas de construccionismo. Ni tampoco pone fin a la clasica dicotomia que contrasta un punto de vista esencialista de la identidad cultural, (mal) invocando normal- mente a Max Weber, con una serie de perspectivas pragmiticas. Lo que es notable aqui es la absoluta tenacidad de este repertorio teérico: ha cambiado poco en las tiltimas dos décadas, a pesar del hecho de que los enfo- ques existentes han sido repetidamente desacreditados. Por ejemplo, ,cuintas veces mis es necesario demostrar quie todas las identidades étnicas son creacia- nes histéricas antes de que el primordialismo sea relegado, finalmente, al basu- ero de las ideas obsoletas?* Y sin embargo, en todo caso, como observa Dubow en su ponencia (1994), esté gozando de un cierto resurgir. Por ello, en Pandaemonium, recientemente publicado, Moynihan toma como axioma que la etnicidad es “atribuida, una consecuencia del nacimiento”. Mas preocupante atin, Hoffman (1993), en su resefa de este libro para el New York Times —éste tiltimo una esfera importante de la produccién intelectual estadounidense- censura a Moynihan por practicamente todo excepto su esencialismo. No es de extrafiar que Hobsbawm se haya visto impulsado recientemente a observar que es “ahora més importante que nunca rechazar la teoria ‘primordialista’ de la etnicidad y la autodeterminacion nacional” (1992:5). Incluso los historiadores europeos, que ya deberian saberlo, dice, “necesitan que se les recuerde con qué facilidad se pueden cambiar las identidades étnicas”. Mis insidioso ain que el primordialismo no reconstruido, tal vez porque suena lan plausible, ha sido el bricolaje tedrico producido por la unién del primordialismo con el instrumentalismo. El neo-primordialismo, si podemos lla~ marlo asi, ha adquirido muchos seguidores entre aquellos que, o bien reconocen que el utilitarismo vulgar deja muchas incdgnitas en cuanto a cultura, concien- cia colectiva e identidad,* y/o reconocen la naturaleza histérica y contingente de la etnicidad y el nacionalismo, pero creen que, en el fondo, estos vinculos son una cuestin de afectos ineluctables. E] argumento general es bien conocido a estas alturas. Sostiene que la conciencia éinica es una potencialidad universal * Quizas solo la ironia pueda hacerlo desaparecer para siempre. Oigamos el maravillosamente irénico comentario del escritor nigeriano J. A. Ademakinwa (citado en Waterman 1990:369), “Yoruba”, una instauracion del evangelismo colonial en el siglo xix, “no fue mas que puro griego” para aquellos que acabarian Mlevando la etiqueta, * Hay tres aspectos que destacan especialmente en este sentido: 1) por qué les vinculos socia- les nacidos (supuestamente) de intereses racionales adquieren con frecuencia un sentimiento (aparentemente irracional) tal que las personas dejan sus vidas y abandonan sus sustentos por cellos; 2) por qué se originan en primer lugar unas formas culturales cuya utilidad es impor- ceptible para quienes las comparten; 3) por qué las pricticas colectivas originadas en el interés compartido a menudo duran més que su utilidad. Comaroff: Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia 205 que sdlo se realiza es decir, se objetiva en una identidad asertiva— bajo condi- ciones especificas: por ejemplo, como reaceién, por parte de la comunidad, a las amenazas en contra de su integridad o de sus intereses. Desde esta perspectiva, la etnicidad no es una cosa en si (0 por si), sino una capacidad inmanente que adopta una forma manifiesta en respuesta a fuerzas externas. De ahi, por ejem- plo, Wallerstein (1979184): “La conciencia étnica esta etemamente latente en todas partes. Pero ‘inici mente se percibe cuando los grupos se sienten amenazados con la pérdida de pr vilegios adguiridos previamente o, al contrarie, cuando piensan que ¢s un mo: mento politicamente oportuno para conseguir privilegios negados por mucho tiem- po” En tal caso, para que pueda convertirse en realidad social, una identidad étnica debe invocar cierta sensibilidad compartida, alguna esencia cultural la- tente; una infraestructura primordial de la que se puedan extraer mareadores, simbolos y sentimientos cuando sea necesario. Y asi los cimientos del esencialismo permanecen intactos ~en ocasiones, para legitimar politicas racis- tas de diferencia. El problema con el construccionismo es muy diferente. Sencillamente, no es una teorfa, sino una simple afirmacion amplia al hecho de que las identidades sociales son productos de la agencia humana. Un gran niimero de posturas se agrupan bajo su sombra: entre ellas, la llamada perspectiva realista, que sos ne (al igual que el instrumentalismo) que los intereses objetivos apuntalan el surgimiento y la continuidad de las identidades colectivas, en términos metodoldgicos se apoya con frecuencia en teorfas que enfatizan la eleccién re cional o instrumental de distintas identidades contrapuestas, pero ni siquiera intenta explicar por qué, en primer lugar, dichas identidades deberian estar ba- sadas en vinculos afectivos; el construccionismo cultural, que ve la formacién de grupos en funcién de sus simbolos y practicas significativas compartidas, pero que tiende a tratar Ia cultura como un sistema cerrado, de modo que no intenta identificar las complejidades del poder, la materialidad y la representa- cién en los mundos muiticulturales; el consiruccionismo politico, que se centra, ro siempre equivocadamente pero si ingenuamente pot lo general, en cl modo en el que las élites moldean las ideologias, las imagenes y el conocimiento po- pular y los imponen después, hegeménicamente, en la nacién estado; y el historicismo radical, con sus inclinaciones marxistas, que atribuyc la ereacién de identidades sociales a procesos prolongados en los que la conciencia colecti- va es el producto de una divisién del trabajo que inscribe las desigualdades ma- teriales en las diferencias culturales. Y asi sucesivamente. En otra parte (1987, 1991) he declarado mi propia posicién, defendiendo que las identidades éinicas —iodas las identidades, en realidad~ no son cosas 206 Las ideas detrds de la etnicidad sino relaciones; que su contenido se forja en las particularidades de su constante construccidn historica, Hans Kohn planted un argumento similar hace muchos aiios, manifestando que “El nacionalismo es en primer lugar y por encima de todo un estado mental... un acto de conciencia” (1944:10). Lo cual es la razén, creo yo, por la que la sustancia de etnicidad y nacionalidad no puede ser defini- dao decidida en lo abstracto. Y por lo que no puede haber una teoria de etnicidad y nacionalidad per se, solo una teorfa histérica capaz de elucidar la produecion empoderada de diferencia e identidad. No volveré a repetir aqui mi argumento, salvo para subrayar cuatro puntos: Primero: La etnicidad tiene sus origenes normalmente en relaciones de des: igualdad. La etnogénesis tiene maximas posibilidades de desarrollarse por me- dio de procesos sociales en los cuales unos grupos culturalmente diferenciados —construidos en una dialéctica de atribucién y auto afirmacién— son integrados en una division social jerarquica del trabajo, Las identidades étnicas, como esto implica, siempre estn atrapadas en ecuaciones de poder que son al mismo tiem- po materiales, politicas y simbélicas. Raras veces son simplemente impuestas 0 reclamadas; la mayor parte de las veces su construccién implica lucha, contien- da y, en ocasiones, derrota. Segundo: La construccién de una identidad étnica concreta sucede en las minucias de la prdctica cotidiana; mas destacadamente, en los encuentros rut narios entre los etnizadores y los etnizados. Los registros de estas construccio- nes son simultineamente econémicos y estéticos. Implican, a la vez, la produc- cién mundana de objetos y de sujetos, de etiquetas y éstilos. Por lo general, también, tiene una connotacidn de género las mujeres, sus cuerpos y su atuen- do suelen ser los principales espacios para la representacion de la diferencia. Y estén constrnidos a partir del fluido conjunto de simbolos, valores y significa dos que forman una cultura histérica, vive.> Tercero: Una vez que han sido construidas y objetivadas, las identidades €tnicas pueden llegar a tener una poderosa importancia en la experiencia de quie- nes las viven, a menudo hasta el extremo de parecer ser naturales, esenciales, primordiales. Tomando prestada una metéfora estética de Marx: antes de que ser construido, un edificio existe inicamente en Ia imaginacién de su disefiador (Siempre un arquitecto, recuerden, jjamés una abeja!). Pero cuando ya ha sido edificado, adopta una materialidad real, una cualidad objetiva, experimentada incluso aunque sea demolido, Nuestra tarea como cientificos sociales, en con- secuencia, es establecer como se percibe la realidad de toda identidad, como se ¥ Dbsérvese que “altura” no se utiliza aqui, en el viejo sentido antropol6gico, para referirse a tun sistema cetrado de simbolos y signifieados. Se percibe, en su lugar, eomo un campo opwesto demareadores y priticas hitéricamente inventadas, socialmente posicionadas, relativamente cempoderadas y siempre evanescentes. Comaroff: Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia 207 esencializa su esencia, como Ilegan a ser objetivadas sus cualidades objetivas. Como nos recuerda Eagleton, el hecho de que una categoria social sea “ontolégicamente vacia” no significa que no pueda llegar a “ejercer una fuerza politica implacable” (1990:24). Cuatro: Las condiciones que dan origen a una identidad social no son nece- sariamente las mismas que aquellas que las sostienen. Una conclusién es que un grupo émico que ha sido constituido en primer lugar como una subelase puede transformar su composicién a lo largo del tiempo; otra es que las politicas de identidad que rodean las luchas étnicas pueden pasar por cambios dramaticos conforme se alteran las circunstancias histéricas Estos puntos resumidos forman la base de todo lo demas que tengo que de- cir. Pero, insisto, no es mi intencién repetir una vez mas los reclamos del primordialismo, el neoprimordialismo y el construccionismo. Es mis interesan- te fa razén por la que han persistido estos paradigmas a pesar de su evidente debilidad, ,Por qué han sido tan abismalmente incapaces de explicar la reciente explosién casi global de luchas étnicas y nacionalistas? ;Por qué ha habido una tendencia tan fuerte a tratar las identidades sociales como cosas atribuidas, pal- pables ~si, a esencializarlas~ dada su bien conocida historia pasajera? {Por qué, frente a la evidencia, las identidades étnicas y nacionalistas son representadas tan a menudo como si todas fueran iguales? {Por qué se ha prestado tan escasa atencién al hecho de que las condiciones que producen una identidad pueden ser muy diferentes de las que la sostienen (0 reaniman)? Y, de suma importancia, {como cuestionamos de nuevo las politicas de identidad que saturan nuestro mundo? Para poder abordar estos interrogantes, observemos la esccna mundial contemporanea. Globalizaci6n: el ciberespacio y los bienes electrénicos de consumo Sime lo permiten, me explicaré en términos escuetos. Creo que el (des)orden del mundo contemporaneo esti pasando por un periodo de transformacién, una cra de revolucién que acaso sea similar a la Era Europea de Revolucién (1789- 1848). Es difieil defender dichas proclamas, como bien sabemos; se suele decir el mundo que esti sumido en cambios -y, al mismo tiempo, que no ha cambiado en absoluto. No obstante, los sintomas parecen innegables: 1) procesos acelera- dos de globalizacién acompafiados de un crecimiento dramatico de las institu- ciones, movimientos y didsporas transnacionales; 2) el debilitamiento de la na- cin estado; 3) cl auge de unas politicas de identidad nuevas y renovadas menos expresadas en el lenguaje de la modernidad europea del siglo xix que en la ret6- 208 Las ideas detris de la etnicidad rica de las modernidades alternativas; 4) una erisis de representacién en las cien- cias humanas. Sc ha vuelto normal observar los procesos acelerados de globalizacién que actualmente se abren camino a través del planeta, procesos mareados al mismo tiempo por la compresién material y cultural del mundo, por una creciente con- ciencia de su unicidad y por las interdependencias diversas (aunque enorme- mente desiguales) que vinculan a sus habitantes.° Desde luego, como sefiala Robertson (1992:6, S8ff.; cf. Bright y Geyer 1987:77), el propio fendmeno no es tan nuevo, se remonta al siglo xix. Ni tampoco somos los primeros en preocu- parnos por sus implicaciones tedricas: Weber y Marx, s6lo para invocar a dos personajes pioneros, expresaron un interés més que pasable en ellas. No obstan- te, la oleada de textos recientes sobre la globalizacién sugicre que su momento unificador ~por no hablar de sus dimensiones hasta ahora inimaginables~ ha suscitado una legién de nuevos argumentos. Por ahora, basta considerar breve- mente algunas de sus caracteristicas -especificamente, aquellas que se relacio~ nan més directamente con la afirmacién de las identidades étnicas y nacionales. Robertson propone (1992:59) que la fase mas reciente de la globalizacién se ha caracterizado, entre otras cosas, por un aumento de los “movimientos socia- les y las instituciones globales”, una “aguda aceleracin de los medios de comu nicacién global”, una creciente “multiculturalidad y polietnicidad”, un sistema internacional “mas fluido” y una preocupacién universal por el medioambiente, in “auge manifiesto de la cuestién de los “derechos” y un sentido de “ciudada- nia del mundo”. Desde Iuego, la explosién de las comunicaciones globales, de los medios de comunicacién transnacionales y del correo electrénico ha sido palpable, No s6lo se ha conjurado una nueva aldea global de McLuhan (1960), Gescrita actualmente como un todo planetario (véase més adelante). También ha tenido un impacto considerable en casi todas las politicas tanto dentro de las naciones estado como entre ellas. En este sentido, hay dos de historias recientes muy divulgadas, puede que apécrifas ambas, procedentes de China e Irak. La primera dice que, durante la masacre de Tiannanmen, un grupo de lideres estudiantiles se retiré a un hotel a poca distaneia de la Plaza para recibir alli los faxes del extranjero que les conta- ban lo que estaba pasando en el frente y detrés de las lineas militares: estos sucesos cran mucho mas coherentemente visibles en Jas salas de estar de las familias estadounidenses que en la escena de la accién. S6lo por medio de estas comunicaciones que daban la vuelta al mundo resulté evidente que las (ansi © Eslas caracteristicas bien podrian servir como cliusulas de una definicién de“globalizacién”. No obstante, al tener fines definitorios, prefiero enfatizar que cl término se refiere a un pro- ceso -a menudo contradictorio y ambiguo- cuya determinacién es historica, no conceptual. Comaroff: Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia 209 das) defecciones del ejército no iban a suceder, que las posibilidades de un bafto de sangre eran muchas y que, si querian escapar a la célera del régimen, los rebeldes debian darse a la fuga de inmediato. Segin la segunda historia, todavia mas conocida, Saddam Hussein y George Bush veian los mismos noticieros de television en las primeras fases de Ia Guerra del Golfo, imagenes recogidas & intercambiadas por una red transnacional de equipos de televisién, monitoreadas cuidadosa (aunque incompletamente) por el ejército y editadas en Atlanta, Es plausible imaginar que las percepciones y decisiones de los dos presidentes es- tuvieron profundamente afectadas por este metrajc tipo videojuego. Desde lue- ‘go, ambos actuaron y hablaron como si éste fuera el caso. Estos episodios sirven para algo mas que simplemente acentuar que vivimos en una era en Ia que “las comunidades més remotas laten al ritmo del pulso mundial y miran boquiabiertos Ia monolingae, monolitica, monopolizadora y monétona CNN” (John Comaroff y Stern 1994). Apuntan al hecho de que las comunicaciones globales han subvertido seriamente el control ejercido prev mente por estados y regimenes sobre los flujos de informacion —y las formas de poder que resultan en consecuencia. Es més, los medios de comunicacién nacionales(istas) ya han dejado de ser los tnicos Arbitros y vehiculos de las no- ticias ideologicamente filtradas. Ni tampoco son. en la década de 1990, los me- canismos incontestados que narran la nacién, que conjuran su profunda camara- deria horizontal. Flujos planetarios de palabras ¢ imagenes estan royendo las fronteras de l2 mancomunidad de atributos que (més 0 menos) limitaron en otros tiempos las naciones estados. En efecto, evocan el fantasia de una comunidad simbélica global, un mundo inmanente sin territorios ni fronteras. El desarrollo de un sistema monetario transnacional ha tenido un efecto ain mas directo en las fronteras y las bases materiales de la comunidades naciona- les, Joel Kurtzman (1993:85, 214) arguye que cl crecimiento de una economia electronica global, basada en unos “intereses electronicos” en los que se pueden intercambiar instantineamente dinero y articulos de consumo virtuales a traves de una red mundial irreglamentada de computadoras, ha desmoronado 1a inte- eridad financiera y productiva de las naciones estados. Particularmente, ha erosionado su control monopolistico sobre los flujos de capital, su capacidad para mantener la riqueza en el interior de sus fronteras, incluso su habilidad para gravar de impuestos a los ciudadanos o las corporaciones. Kurtzman vincula todo esto con la afirmacién nacionalista: Quedan muy pocos productos que sean netamente “nacionales” y muy pocas transaceiones auténticamente “nacionales”.,..a medida que el mundo se convierte fen una unidad econdmica funcional, en vez dc la nacién estado, Ta estructura de Tas naciones y la nocién de la soberanfa deben cambiar... Los paises conectados a Ia economia electrénica global... estén convirtiéndose en parte de las vastas e in- 210 Las ideas detras de Ia etnicidad tegradas industria y economia globales. Pero al hacerlo, sus ciudadenos se rebe- lan contra la inevitable pérdida de identidad y de soberania nacional. Hombres y mujeres en todo el mundo se niegan a convertirse cn una simple parte intercam- biable de una nueva economia mundial —en un valor “‘contable”, una unidad de trabajo. Ha surgido, en consecuencia, un nuevo “tribalismo”, Desde la ex Unién Soviética hasta Bosnia y Canada, hay personas que exigen el derecho de expresar sus identidades étnicas (pag. 214). La iiltima parte de esta declaracion, sobre el auge de un “nuevo tribalismo”, es falaz. Pero la primera parte no lo es. Como observa Ross (1990:206, 218), la reciente transicién del monopolioal capitalismo global Aa resultado en una pér- dida de la relativa autonomia del estado, Donde antes se expandia progresiv: mente el papel regulador de los gobiernos nacionales, ahora las corporaciones pueden mover su produceién y otras operaciones alrededor del mundo. En con- secuencia, pueden imponerse sobre los estados para “restringir las regulaciones, recortar los impuestos y designar mas fondos piblicos para subsidiar los costos de produccién”; en efecto, “el capital global esté en condiciones de exigir cam- bios de gobierno a los estados” (pag. 211; el énfasis es afiadido). En resumen, el surgimiento de una economia global parece estar minando a lanacidn estado de tres modos: primero, al deconstruir 1a moneda nacional y las fronteras aduanales, que anteriormente scrvian a los gobiernos como medio im- portante de control sobre las riquezas de sus naciones; segundo, al crear flujos de crédito y mercados méviles a través de todo el planeta, dispersando de este modo la produccién y circulacién de valores; tercero, al transnacionalizar la divisién del trabajo y fomentar las migraciones masivas de trabajadores a través de fronteras politicas establecidas. Todos juntos, estos procesos estan llevando a la desaparicin de todo lo que se puede llamar economia nacional, si esto signi- fica un territorio geopoliticamente limitado en el cual la produccién, el inter cambio y el consumo mantienen estrechas conexiones entre si. Casi no vale la pena repetir que la clase trabajadora de Estados Unidos se encuentra en Seiil 0 Ciudad de México tanto como en Chicago o Nueva York. 0 que el proletariado que reside en Berlin es en su mayoria turco, O, generalizando mas, como obser- va Sassen (1991:3), que “la combinacién de dispersi6n espacial e integracién global” en cl mundo moderno ha producido una sociologia demasiado compleja que no permite descripciones simples sobre su integracién institucional 0 sobre cémo vive la genie en ella. ‘Todo esto ha planteado muchos problemas conceptuales para las cieneias sociales. Por ejemplo, la incapacidad de la corriente general de la sociologia estadounidense para entender que la naturaleza de la clase social se debe en parte a la dispersi6n de la propia fuerza de trabajo estadounidense -cuyas verda- deras proporciones estén ocultas por su internacionalizacién, Mas detalladamente, la actual crisis de representacién en la teoria social tiene mucho que ver con cl Comaroff: Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia au hecho de que nuestras categorias recibidas dcben sus origenes al desarrollo de la nacién estado europea, Gupta no es el nico que observa que la “nacién esta. absolutamente preconcebida en los discursos académicos sobre la base de ‘cul- tura’ y ‘sociedad’” (1992:63), La propia nocién de sociedad ha estado ligada siempre a las imagenes modernistas de la comunidad politica (‘nacién’ en las sociedades “complejas”; ‘tribus’, ‘cacicazgos” y demas en las sociedades “sim- ples”); y asimismo, “cultura”, que en su connotacidn antropolégica, se ha referi- do siempre a la conciencia colectiva de aquellos que viven dentro de un territo- rio politicamente definido. Pero, ,dénde comienza y termina ahora, la “socie- dad” turca, digamos? {En las fronteras de Turquia? 0 incluye Berlin? En este caso, que parece innegable, {cémo representamos su topografia? “Cual es ‘la cultura’”, preguntan Gupta y Ferguson (1992:7; cf. Rouse 1991:8), “de los tra- bajadores agricolas que pasan la mitad del afio en México y la otra mitad en Estados Unidos?” ,Dénde se produce la “cultura” senegalesa? ¢En Paris, Lyén, Marsella, Senegal rural, Dakar? Si en todos los anteriores, como parece ser ¢l caso, ,dénde esta la base de su integridad? De hecho, jintegridad de “qué”? Entonces, en tanto que el orden mundial contemporineo ya no se reduce a un acuerdo conveniente de formas de gobierno limitadas por fronteras, nuestras construcciones espacialmente centradas y convencionalmente derivadas ya no sirven (Gupta 1992; Gupta y Ferguson 1992), Son precisamente dichas conside- raciones, aunque enmarcadas y fraseadas diferentemente, las que animaron en primer lugar el postmodernismo critico ~y las que vuelven tan dificil la descrip- cién del orden social en el que vivimos. Pero aqui me preocupan menos el presente y el futuro de las ciencias socia- les que la faz cambiante del mundo social, Evidentemente, el aumento de comu- nidades, movimientos sociales e instituciones transnacionales —sea el fundamentalismo islamico, las diasporas africanas o la Union Europea~ tam- bién esta royendo los limites de la nacién estado y azuzando sus crisis actuales de legitimacion y regulacién, Este aspecto de la globalizacién también esta atra~ yendo por el momento una gran atencidn académica. Por ejemplo, se esta escri- biendo mucho acerca de! impacto de las migraciones masivas (véase, ej.: M Kearney 1986), especialmente sobre la forma en la que oleadas de personas en busca de trabajo han pluralizado la composicién cultural de las sociedades anfitrionas ~pulverizando de este modo la ilusién de homogeneidad y confina- miento sobre la que se fundé 1a nacién moderna como comunidad imaginada (Anderson 1983), Si algo sintetizé el impacto trepidante del transnacionalismo en la concien- cia de Europa Occidental y de Estados Unidos, cuanto menos en este sentido, fue el incidente Salman Rushdie. He aqui una subversién en su variante especta- cular mas irrisoria: el ayatollah Khomeini de Irén, lider de un movimiento reli- 212 Las ideas detras de la etnicidad gioso “fundamentalista” mundial, dicta una sentencia de muerte sobre un su- puesto blasfemo, exige su ejecucién en territorio britanico, y todos los involucrados ~incluyendo el estado briténico lo toman absolutamente en serio; todo esto en nombre de uns ley islamica que, antes y después de Weber,’ ha sido considerada premoderna en Occidente, La amenaza era obvia, El Ayatollah ejer- cid una forma de autoridad que ignoraba, disolvia, de hecho, las fronteras juris- diccionales del sistema legal inglés, negando el derecho exclusivo del estado a los medios (;legitimos?) de coercidn.® Una de las razones por las que los terro- ristas “internacionales” son unos personajes tan amedrentadores es, obviamen- te, porque violan estas mismas fronteras. De hecho, tanto la transnacionalizacién de la violencia el “crimen mun- dial” como el desafio a la jurisdiccién legal de las naciones estado son esferas de destacada importancia en el desarrollo de la globalizacién. La primera tiene muchas caras, desde el turbio negocio del trafico de armas y de drogas hasta los, més tenebrosos aiin del ascsinato politico y la imposicién legal extranjera.” A veces dichas conexiones transnacionales rebosan ironia histérica: no menos, quizas, que el hecho de que Chris Hani, lider popular del Partido Comunista de Sudéfrica, fuera asesinado por un emigrante polaco post-Guerra Fria con senti- mientos de extrema derecha, justo cuando participaba en la negociacién de la creacién de una democracia constitucional con un gobierno que anteriormente habia sido conservador y antidemocratico. Fueron importadas de este modo al suelo africano las batallas ideolégicas centroeuropeas, Ademas de sus severas consccuencias politicas, este acto tuvo un curioso desenlace: un régimen casi histéricamente anticomunista se vio orquestando ritos en memoria de un carismético comunista que, durante la mayor parte de su vida, habia sido tratado como un forajido." Para un debate de introduceién a la “ley de Mohammed” de Weber, véase Rheinstein (1954), Como sugiere Greenberg (1990:12), e1 “monopolio de coercién “legitima’” siempre ha sido uno de los rasgos caracteristicos del estado —que es la razén por la cual los Ilamados “priva- os” ala violencia punitiva le parecen tan peligrosos al cuerpo politico. Este punto volvera a sobresalir un poco mas adelante. Las medidas impositivas desde el exterior pueden presentarse bajo el aspecto de politicas internacionales “legitimas”; ésta es, normalmente, la respuesta de Estados Unidos cuando viola territorios ajenos, Puede adoptar también la forma de insurgencia contra las posesiones extranjeras de un gobierno; el 24 de junio de 1993, por ejemplo, los kurdos atacaron oficinas diplomiticas y comerciales tureas en toda Europa para poner “fin a las campafas militares tureas contra su pueblo” y obtener “plenos derechos demoeriticos y culturales” (Chicago Tribune, 26 de junio 1993, seccién 1, pig. 3). A quienes protestaron en contra del apartheid en Londres durante aftos les pareverd (casi inimaginablemente) ironico que la Embajada de Sudéfrica en Tratslgar Square celebrara un servicio fimebre en memoria de Hani. Comaroff: Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia 213 Siel crimen mundial ha producido una estructura global de ilegalidad, tam- bién esta surgiendo un orden legal transnacional, Este desarrollo ~que es muy diferente a la evolucién del derecho internacional (Gessner and Schade 1990:253)- tiene dos aspectos. Uno es la creacién de acuerdos legales supranacionales, el mas elaborado, acaso el tinico,"' la Union Europea: la ley de la Unién Europea tiene prioridad ahora en algunas esferas sobre la legislacion nacional, a pesar de que la integracién de las jurisdicciones locales y supranacionales todavia se tiene que desarrollar plenamente en la practica."? El otro aspecto es mas global: se refiere a la expansién de un ereciente sistema mundial de arbitraje comercial, con su propia cultura legal caracteristica (Dezalay y Garth n.c.). Ambos parecen bien susceptibles de comprometer y hasta de disi- par més todavia la soberania y el alcance de las esferas legales nacionales exis- tentes La arena de la ley trasnacional sélo es uno de los dominios en los que est tomando cuerpo el orden cultural global, por supuesto. Predomina en el mismo la lengua inglesa; una inmensa cantidad de gente en lugares muy distantes entre si escuchan la misma misica y ven las mismas imagenes luminosas de la MTV; el turismo masivo fomenta la exaltacién, cireulacién y el consumo de lo exéti- co; simbolos y estilos culturalmente eclécticos son mercantilizados e intercambiados, adquiriendo un valor planetario conforme vuelan a través del ter. Y, mientras sucede todo esto, seres humanos de diversos antecedentes se ven confrontados con representaciones, objetos y formas de estar en el mundo que antes no habian sido imaginadas, siendo tal vez inimaginables (Appadurai 1990). Hannerz observa en este sentido que las naciones “sélo tienen una parte li- mitada en el flujo cultural global... Casi todo el trafico cultural... es transnacional en vez de internacional. Lejos de proclamar las fronteras nacionales, las ignora, subyierte y devaliia (1989:69-70). En efecto, un rasgo del mundo cultural postcolonial es la creciente irtelevancia de los viejos centros y capitales impe- riales. Puede que unas cuantas ciudades globales se hayan vuelto focos podero- sos del flujo del capital, los medios de comunicacién y la migracién (Sassen 1991). Pero, en conjunto, el emergente orden global esta mucho mas disperso: 1 Mis recientemente, el 25 de junio de 1993, una Conferencia Mundial en Derechos Humanos solicitd a las Naciones Unidas que nombrara un “director mundial de derechos humanos” con cl titulo formal de “Alto Comisionado”. “Especie de policia mundial”, fue el apodo con el {que la prensa de Chicago se refirié al cargo (Chicago Tribune, 26 de junio 1993, seccién 1, pag. 2) © Debo este punto # Eve Darian-Smith, una estudiante de doctorado en antropologia en la Uni- versidad de Chicago, que trabaja actualmente en la relacién entre la legislacién inglesa y la estadounidense. 214 Las ideas detrés de la etnicidad sus fronteras son fronteras virfuales que existen tanto en la electrénica como en el espacio geofisico, y sus centros son los puntos vitales de redes complejas mas que las capitales de las naciones estados. Hannerz.afiade: “El flujo cultural mun- dial... tiene una organizacién de diversidad mucho més intricada que la que se permite en un escenario de estructura periferia centro con sélo un puftado de centros para todo propésito” (1989-69; véase también Appadurai 1990:6). ‘Ahora bien, esto, a su vez, nos Heva de regreso directamente a la crisis de la nacién estado y la reconstruccién del orden mundial en 1a actual era de revolu- cién. También nos lleva de vuelta al problema de la etnicidad, el nacionalismo y las politicas contempordneas de identidad. La crisis de la nacién-estado y las politicas de ferencia Ya hemos visto e6mo la globalizacién, en sus diferentes aspectos, esta trans- formando el orden mundial modemo, cémo amenaza con disolver y descompo- ner eventualmente la nacién estado, John Lukées expresa escuctamente el pro- néstico: “A [a larga el poder del estado, del gobierno centralizado, se debilitara por todas partes... esto significa un cambio profundo en la estructura de las so- ciedades, de la textura de la historia, en verdad” (1993:157, el énfasis es afiadi- do). Es posible que todavia sea prematuro “escribir... el obituario de la nacién estado, que sigue siendo una forma privilegiada de gobierno” (Toldlyan 1991:5). Pero los sintomas de su debilitamiento son inevitables ~y cada vez mis agudos. Muchos estados estan comprobando que les resulta imposible satisfacer las exi- gencias materiales que se les impone o llevar a cabo politicas efectivas de desa- rrollo econémico; pocos pueden proporcionar a su poblacién servicios adecua- dos de vivienda, alimentacién, educacién y salud; menos atin yen despejado el camino del pago de su deuda nacional 0 de la reduccin de sus déficit; apenas un puiiado tiene la seguridad de poder reemplazar su infraestructura a medio plazo; y casi ninguno, como se observé antes, tiene capacidad para controlar flujos de capital, bienes o personas. Es mas, un mimero creciente ha mostrado una not ble incompeteneia para regular la violencia ~Aftica del Sur antes de la eleccio- nes, Estados Unidos y Rusia entre los casos mas destacados En efecto, la crisis de regulacion es tan aguda que estamos siendo testigos de un fendmeno casi inconecbible durante la gran era de la modernidad: un mapa mundial con areas grises en expansion, en las que no existe ningin tipo de co- munidad politica identificable. Libano y Yugoslavia, donde el estado cayé con un sonoro estruendo, son los casos més apocalipticos hasta la fecha, pero hay otros, y parece que se estan perfilando muchos mas para un futuro préximo. En Comaroff: Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia 215 algunos lugares y esferas la situacién se ha vuelto muy ambigua: con la disolu- cién de facto (si no de jure) de la autoridad centralizada, el dominio politico se ha refractado a esferas de poder apropiadas por los “seftores de la guerra” loca les, las agencias internacionales de cooperacién, las corporaciones, los mov mientos religiosos y demas. Hay mucho mas que decir acerca de estos procesos; es posible que incluso vaticinen un futuro en el que los estados efectivamente desaparezcan, poniendo mas énfasis en las estructuras locales y en prineipios de integracion politica y econdmica no imaginados hasta ahora. Pero la idea gene- ral quedard clara. Bajo estas condiciones ~es decir, la globalizacién y la erisis de la nacion estado— parecen darse dos procesos simultineamente, dialécticamente. Primero, los gobiernos nacionales por lo general hacen esfuerzos defensivos para (re)afirmar su soberania y control, aun cuando se abren a la penetracién y la inclusi6n."* Y, segundo, exacerbado por el movimiento transnacional de pueblos y culturas en las postcolonias, hay una afirmacién dramatica de la diferencia, una explosion de politicas de identidad, en la comunidad nacional. Esta explo- sién, insisto, no es una funcién mecénica del debilitamiento de los centros, aun- que las dos cosas pueden ocurrir al mismo tiempo." Forma parte de un proceso mas complejo con caracteristicas espeeificas y generales. Me explico. Las dimensiones generales del proceso tienen que ver con la naturaleza mis- ma de la circulacién transnacional de marcadores y simbolos, de productos y de pricticas. En un ensayo excelente sobre el tema, Foster observa que el origen del orden cultural mundial “plantea necesariamente el problema de la homogeneizacion y la heterogeneizaci6n’” (1991:236, siguiendo a Appadurai 1990:5). {Qué credibilidad hemos de darle a la nocién popular de que una cultu- ra mundial capitalista universal esti destrozando las culturas locales por do- quier? Por mi parte, concuerdo con quienes enfatizan lo opuesto: los contra pro- cesos en los que los marcadores colonizadores y las pricticas colonizantes lle- gan a ser domesticados y localizados en téminos de simbolos y significados familiares (Hannerz 1989:74). Pero esto plantea una cuestidn relacionada. Otra © Aqui viene a la memoria Gran Bretaia: por una parte, se ha sometido a la legislacién de Ia Union Europea y estd permitiendo que el Tine! del Canal tienda un puente entre sus fronteras fisicas; por otra, el Gobierno de Su Majestad, respaldado por una s6lida opinion piiblica, afirma consiantemente la necesidad de mantener instrumentos de autonomia soberana tales como su propia divisa y sus leyes de exclusi + Acontio este punto para contrarrestar la teoria del “genio en la botella” sobre Ia afirmacion, Sinica y nacionalista, Esta teorfa, de la que existen diversas variantes, atribuye las recientes incorporaciones de politicas de identidad al debilitamiento de regimenes que previamente hhabian supritido profundos sentimientos colectivos desbordados desde ais atris. Mi anili- sis anterior dejard claro por qué dichas explicaciones neoprimordialistas no resisten un es- crutinio, 216 Las ideas detrds de la emicidad vez Foster: “¢Son la globalizacién y la localizacién de la produccién cultural dos momentos del mismo proceso total?” (1991:236; énfasis afiadido). Sally Falk Moore (1989:26, 30), que rebate con argumentos sdlidos la idea de que el mundo se esté homogeneizando, responde tacitamente con una nega- cién, Ella ve la globalizacién de la cultura (“despluralizacién”) y cl auge del localismo como dos procesos opuestos. Mi punto de vista es diferente (ef. Laclau, 1996). Yo los veo como aspectos complementarios de un movimiento histérico El flujo transnacional de marcadores universales exige su domesticacién, hay que darles un sentido y tienen que ser importantes en las realidades domésticas. Si la antropologia ha demostrado algo en estas filtimas décadas, es que no existe nada que sea una imagen o simbolo universal -a pesar del hecho de que circulan cada vez mas imagenes y simbolos por todo el universo. La denotacién puede ser global. Pero la connotacién siempre es local: el significado nunca es inhe- rente en la etiqueta, siempre esta filtrado a través de un ojo 0 oreja creados. En efecto, cuando mas conocimiento tenemos del flujo global de palabras e image nes —que “Coca Cola es la chispa de Ia vida” en New York, New Delhi y New Britain; que audiencias del mundo entero se entusiasmaron con Michael Jordan y los Bulls de Chicago (Chicago Oxen en Beijing) mas conciencia tomamos de que estas cosas se interpretan de un modo diferente en todas partes, En otras palabras, cs la propia experiencia de la globalizacién la que acentda una con- ciencia localista -y, en el proceso, la fortalece."* Ahora, a esta consideracién general ahadamosle otra mas especifica. Cuan- do reaccionan ante las crisis politicas y fiscales, las naciones estados (0, mas bien, sus élites) tienen una gran tendencia a reafirmar, como razén de ser, sus bases culturales Gnicas. ,Qué sentido tiene proteger la soberania inglesa —frente a las ventajas que se obticnen al disolverse en Europa~a no ser que ésta conten- ga algo inefablemente, invaluablemente ing/és? Dichas afirmaciones, sean o no enfiticas, sitian la cuestién de homogeneidad y diferencia a la vanguardia del discurso publico lo cual, a su vez, evoca en los desposeidos y los marginados una mayor conciencia de su propia particularidad, y de su exclusién (ef. Gilroy 1987). Nada garantiza més que los humanos reafirmarén (0 reinventardn) sus diferencias como que se les haga tomar conciencia, para retomar mi linea de partida, de la indiferencia del estado hacia su situacién. No podria ser, si se me permite el juego de palabras, de Otro modo. Y tampoco es dificil entender por = Comparese Bright y Geyer (1987:71), que arguyen que “cuanto mas se convierten la dades en parte de los procesos de integracion global, mas poderosas resultan las posibilida- des de reinventar o reafirmar la diferencia social y cultural”, Su propia explicacién de la relacién entre lo global y lo local, aventia, sin embargo, Ia dominacion y Ia resistencia; el globalismo es equiparado con el desarrollo de “sistemas de control”, el localismo con formas de reaccién ante ese control y de resistencia en su contra, Comerofi: Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia 217 qué, cuando son confrontados con dicha indiferencia, los grupos subordinados han de acentuar sus caracteristicas culturales para oponerse al desempoderamiento. Juntando estos ingredientes varios —una nacién estado a la defensiva y una conciencia creciente (casi) por doquier de la diferencia cultural local— y el pro- ducto es una identidad politica nucvamente animada, una politica expresada, especialmente, en la explosién de etnonacionalismos. En efecto, lo mas notable acerca del reciente florecimiento de la conciencia éinica es precisamente en qué medida esid vinculada al nacionalismo —es decir, a reclamar cl derecho a la au- todeterminacién soberana. Young (n.d.) estd en lo correcto al observar que no todos los movimientos étnicos han sido, o son, nacionalistas. Ni tampoco tienen todos el mismo caracter, o estan igualmente entregados a conseguir sus propios intereses, o tienen la misma tendencia a perpetrar ctnocidio sobre los otros. Efec- tivamente, yo (1987), al igual que Ronald Cohen (1978), he argiiido que, en Africa, el encuentro colonial —y las luchas que enardecié—a menudo produjeron jerarquias anidadas (Ilamadas tribalismo, etnicidad, nacionalismo, raza) todas ellas relativamente discretas y anélogamente construidas. Pero, en un mundo colonial cambiante, la historia, al parecer, est siendo construida diferentemente, de tal modo que marca la creciente convergencia de la conciencia étnica y la afirmacién nacionalista. El producto, que vemos a nuestro alrededor, es una in- cidencia mayor aiin de etnonacionalismo (cf. Hobsbawm 1992:4).'* El etnonacionalismo, observan Tambiah (1996) y otras, es ontolégicamente diferente de! euronacionalismo moderno —en parte porque es producto de una antinomia, de la lucha contra la hegemonia europea;!” en parte porque es un fenémeno del continuo presente, de condiciones histéricas mundiales muy dife- rentes a las de Europa Occidental entre 1789-1848; en parte porque, lejos de ser una regresién premoderna o supervivencia, ofrece una modernidad alternativa. En este sentido, no tiene nada que ver con el supuesto nacionalismo “oriental” primitivo sobre el que escribe tan peyorativamente Planematz (1976), y que ™ Hobsbawm ofrece una explicacién simple del auge reciente de la afirmacién étnica y nacio. nalista en Europa. “Una vex. mas”, dice, “la nacién o el grupo étnico aparece como gerantia en titima instancia cuando la sociedad se derrumba” (1992:7). Por motives que quedarin claros en mi propio andlisis, yo creo que esto dista mucho de ser suficicnte ~o empiricamente correcto. (En algunos lugares, después de todo, la afiliacién étnica 0 nacional asegura la muerte 0 el desahucio mas que ninguna otra cosa), Ademés invoca la pregunta: “Por qué?” "7 Apenas es necesario sefialar, a la inversa, que no todas las luchas en contra de Ia dominacién europea han sido construidas en términos etnonacionalistas, Por ejemplo, Scamus Deane (1990:78) observa que el nacionalismo irlandés fuc una “copia de aquello,.. a lo que.... se oponian”; véase también, el capitulo de Stephan Ryan (1996), Mucho de esto mismo se apli- ca, como lo verifica actualmente gran cantidad de literatura, a los movimientos indepeadien- tes africanos de postguerra (e).: Davidson 1992) 218 Las ideas detras de la etnicidad Chatterjee (1986) desaprueba muy acertadamente. Ni tampoco es el (curo)nacionalismo derivative del “Tereer Mundo” del siglo xx, siendo éste, inicialmente, una creacién del encuentro colonial y, posteriormente, de la des- colonizacién (de nuevo, Chatterjee 1986; Davidson 1992; también Hobsbawm 1962:174) El contraste, como muestra Tambiah, es instructive. Todos los nacionalis- mos pueden contener en ellos un “esencialismo metafisico” (Deane 1990:9). Pero el euronacionalismo contempla un estado secular fundado sobre principios universales de ciudadania y un contrato social, mientras que el etnonacionalismo contempla la particularidad cultural, reclama un fuero espiritual y garantiza la pertenencia por atribucién —de la que se dice que garantiza un vinculo emocio- nal especialmente profundo. A fin de contrastar el euronacionalismo y el etnonacionalismo del modo mas efectivo posible, yo los trato ambos como mo- delos ideales. También los reifico, atribuyendo a cada uno de ellos formas de accién y caracteristicas que, en los mundos sociales existentes, s6lo son posi- bles a los seres humanos. Lo hago, insisto, ‘inicamente para fines descriptivos. El primero generalmente define la jurisdiccién legal y politica en términos terri- toriales, el dominio de la comunidad politica corresponde a sus fronteras geo- grificas. El segundo, controle o no un territorio y un estado soberano, tiende a exigir la lealtad de sus sujetos dondequiera que estén; en consecuencia, suele adoptar a menudo un caracter transnacional y al mismo tiempo diasporas fuertes y activas.'* Hasta cuando se proyecta a si mismo retrospectivamente en un largo periodo de tiempo y (re)inventa sus propias tradiciones, el euronacionalismo general- mente se otorga un origen histérico. Atribuye su fundacién a una agenda huma- na heroica, narra su historia como una obra maestra de hazafias, fechas y muer- tes. En consecuencia, enfatiza normalmente la cronologia sobre la cosmologia —sin reconocer que la cronologia es de por si una forma de cosmologia. Y pone un gran énfasis en la eliminacién de la diferencia interna -en el olvido del pasa- do, parafraseando la famosa cita de Renan (1990 [1882]:11) que ahora se men- jona rutinariamente- para construirlo nuevamente. Eric Hobsbawm ~que acen~ tia, con todo y cursivas, que “lo que construye una nacién es su pasado” (1992:1)- nos recuerda a Massimo d’ Azeglio. “Hemos hecho Italia”, dijo, después de que Es el énfasis en la territorialidad lo que hace que los grupos no-territoriales tales como los Judios y los gitanos (y, en la URSS, los alemanes) parezcan tan anémalos en la Europa mo- ena; daban la impresidn de tener todas las earacteristicas de las naciones, pero carecian de integridad geografica, Bauman (1989:34), al igual que muchos otros, ve un vincule causal entre el antisemitismo y esta anomalia: las poblaciones judias, observa, ocuparon el “intimi- dante estatus de extranjeros dentro del territorio nacional, salténdose asi de un tranco una frontera vital que hay que... conservar intacta ¢ inexpugnable, Comaroff; Etnicidad, nacionalismo y politicas de diferencia 219 el pais habia sido unificado politicamente, “ahora tenemos que hacer italianos”” (citado en Hobsbawm 1992:4) -una tarea nada ficil en una peninsula cuyos ha- bitantes tenian identidades de todo tipo pero no compartian ni idioma nj cultura ni estado. Hobsbwam aiiade, muy oportunamente aqui: “No hubo nada primor- dial en la italianidad, asi como tampoco lo hay en la sudafricanidad del CNA”, El etnonacionalismo, por otra parte, se otorga raives primordiales y rasgos esencialistas. Se puede atribuir su génesis a la intervencién suprahumana, y su pasado, sea relatado o no en forma de narrativa, a menudo se condensa, autoritariamente, cn la memoria colectiva o la herencia. Aqui es posible que la cosmologia tenga prioridad ante la eronologia; la conciencia y el saber colecti vo, por lo general coto reservado a los (varones) ancianos, se asumen como de importaneia critica para la supervivencia colectiva. Y la diferencia se considera ineluctable e irradicable —aunque con diversos niveles de tolerancia. Desde la perspectiva del euronacionalismo, todos los etnonacionelismos parecen primiti- yos, itracionales, magicos y, sobre todo, amenazadores; a los ojos de etnonacionalismo —que visto desde dentro parece perfectamente racional (Offe 1993:6)~el curonacionalismo sigue siendo inherentemente colonizador, carente de humanidad y desprovisto de conciencia social. Tnsisto en que éstas son formaciones ideolgicas, no son creaciones objeti- yas. Pocos estados euronacionales, pasados o presentes, han descubierto real- mente sus propias autoimagenes (Hobsbawm 1990); todos han asumido algunas de las caracteristicas del ctnonacionalismo. Inversamente, la mayoria de los etnonacionalismos, especialmente a medida que buscaban la autodeterminacién, adoptaron rasgos del euronacionalismo. Es mas, no todos los euronacionalismos aparecen en Europa; Bostwana, quizés, es hoy lo mas cercano al modelo ideal Como nos recuerda Davidson (1992), fue un ideal por el que gran parte de Afti- ca luché en el periodo postbélico, una quimera liberadora que se convirti6 en “Ia carga del hombre negro”. Al mismo tiempo, unas cuantas naciones curopeas ~0 naciones formadas segiin el modelo europeo (como Israel)~ ticnen un eardeter inconfundiblemente etnonacionalista. No obstante, el punto es que, como for- maciones ideolégicas, el euronacionalismo y el etnonacionalismo son ontolégicamente opuestos. De ahi las feroces omisiones y malinterpretaciones —por no hablar de la violencia bruta, fisica y metafisica— perpetradas cuando tienen que contender mutuamente, cuando las politicas de identidad son nego- adas a través del abismo que las separa. Puesto que estan fundados sobre no- ciones exactamente opuestas acerca de la misma naturaleza de su existencia en el mundo, a cada uno de ellos le parece que cl otro pertenece a un tiempo y espacio diferentes. Pero con esto no termina Ia historia. De 1a lucha entre estas dos formaciones ideolégicas —las profundas contiendas, en esta Era de Revolucion, para modelar 220 Las ideas detras de la etnicidad la historia del futuro esta surgiendo una tercera, Llamenlo “heteronacionalismo” si les parece. Sin nombre por el momento, es una sintesis que quiere absorber las politicas etnonacionales de identidad dentro de un concepto euronacionalista de comunidad politica. Expresado en el lenguaje del pluralismo, su objetivo es acomodar la diversidad cultural en una sociedad civil compuesta de ciudadanos auténomos -ciudadanos que, para fines constitucionales, son iguales y no tienen diferencias ante la ley. Puesto que esta formacién ideolégica celebra el derecho a la diferencia como primer principio, da lugar a una obsesién con las practicas del multiculturalismo; qué es la raz6n por la que Estados Unidos, el epicentro del heteronacionalismo, estén atrapados en tan amargo debate sobre la cuestion en los medios masivos de comunicacién y las instituciones educativas, sus prin- cipales esferas de produccién y reproduccién cultural. Es también en los contex- tos heteronacionalistas emergentes donde se presenta mas enérgicamente la cues- tion de la relacién entre los derechos individuales y los derechos colectivos —al oto, a los recursos materiales y sociales (cf. Kiss n.d.). Asimismo, también, el problema perenne de la conexién entre pluralismo cultural y poder politico. Una cosa es una benigna tolerancia de la diferencia, otra muy distinta es la realpolitik de la dominacién y la autodeterminacion. En efecto, esta muy bien repetir los comodos mantras de la diversidad cultural y social. Pero la redistribucién de autoridad, la disolucion de las hegemonias existentes y la erradicacién de las desigualdades raras veces se logra sin resistencia. Aun asi, el suefio del heteronacionalismo esta siendo invocado, en un niimero creciente de comunida- des politicas ({nco?) (post?) modernas, como representacién de las realidades ‘contemporaneas y como panacea para el futuro. Entonces, en esta Era de Revolucién, las politicas de identidad estan siendo reconstruidas como terreno de batalla: un terreno en el que tres formaciones ideoldgicas, tres clases de imaginarios, tres construcciones de diferencia cultu- ral ~y, ocasionalmente, combinadas entre ellas~ presionan por la supremacia soberana. Hemos visto ganar puntos a esta lucha en la antigua URSS, en Sudafrica, en Asia del Sur y Europa Central aunque todas ellas en formas loca- les particulares, diferentes. Me percato de esto, no me gusta. Entre otras cosas, la nueva politica de identidad ha servido para legitimar la violencia que presen- ciamos indirectamente casi a diario, un terrorismo que combate la causa de la etnicidad desmembrando (literalmente) a la humanidad. Es més, dar crédito, por fuerza, a los reclamos al derecho colectivo, promete atrincherar las formas exis tentes de desventaja y desempoderamiento en vez de suprimirlas, En este senti- do especifico, también persiste la marginalizacion y propagacién de cuatro for- mas criticas de conciencia colectiva y de reclamo politico: las de clase, raza, género y generacién.

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