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6. LAS CINCO PUERTAS DEL PAISAJE ENSAYO DE UNA CARTOGRAFIA DE LAS PROBLEMATICAS PAISAJERAS CONTEMPORANEAS Jean-Marc Besse Intropucci6N Me gustaria empezar por situar el tema que trataré hoy en el horizonte ‘mis amplio del trabajo de investigacién que llevo a cabo desde hace algu- nos afios. Me intereso, de forma general, por la descripcién y el anélisis de lo que yo Ilamaria las cultura expcials en Ia época maderna y contempo- rénea, con referencia especial a la geografia y al paisaje. Mas eoncreta~ ‘mente, mi euestién principal es la siguiente (toscamente presentada): c6mo han sido claboradas y difundidas las representaciones del espacio terrestre en el campo de las ciencias y de las artes, pero también, en el campo del pensamiento filos6fico y politico y, més generalmente, en la cultura? En este marco me he interesado, tanto en el plano teérico como en el hist6rico, por la cuestion de la ‘definicién’ del paisaje. A qué lla~ mamos ‘paisaje’ en las culturas espaciales moderna y contemporénea? Como lo pensamos? {Qué ‘realidad’ designamos bajo este nombre y cuales son las précticas y los valores que le corresponden, cusles son los objetos resultantes? En realidad, es muy dificil responder a estas cuestiones. El historiador de la cultura se encuentra ante una coyuntura teérica e historiogréfica compleja, ambigua. Actualmente, el concepto de paisaje es en esencia polisémico y movil, y esta situacién tedrica se debe en parte a la fragmen- tacién profesional y académica de las diferentes ‘diseiplinas’ que han 146 PAIGASEY PENSAMIENTO. hecho del paisaje su campo de estudio. Asi, el paisaje ¢s un objeto no sélo para el paisajista, el arquitecto 0 el jardinero, sino también para la socio- logia, la antropologia, la geografia, la ecologia, la teoria literaria, la filo- sofia, ete. Y no es seguro que estas diferentes disciplinas, cuando se enfrentan a la cuestion del paisaje, piensen en la misma cosa y movilicen Jas mismas referencias intelectuales, En lo que a mi respecta, he distinguido cinco ‘entradas’ posibles, cinco problematicas paisajeras que coexisten en el pensamiento contem~ pordnco y que no se solapan totalmente, incluso aunque, a veces, pue- dan estar articuladas entre si. Paso a enunciarlas rapidamente para reto- marlas después en mayor profundidad. El paisaje puede ser definido, en mi opinidn, 1) como una representacién cultural (principalmente informada por la pintura), 2) como un territorio producido por las sociedades a lo largo de su historia, 3) como un complejo sistémico que articula los elementos naturales y culturales en una totalidad objetiva, 4) como un espacio de experiencias sensibles rebeldes a las diversas for- mas posibles de objetivacién, 5) y por iltimo, como un sitio o un con texto de proyecto. Cada una de estas posturas la apoya una ‘profesién’ 0 grupo de ‘profesiones’, es decir, una formacién 0 una corporaci6n aca~ démicas. Por ejemplo, la primera concepci6n la defienden sobre todo Jos historiadores y los filésofos del arte, mientras que la idea de ‘sistema paisajero’ la emplean fundamentalmente los ecélogos o algunos geégra~ fos. Estas distintas concepciones o posturas coexisten actualmente en la ‘cultura paisajera’ contemporanea y confleren, de este modo, una com~ plejidad real al anélisis de esta cultura. Trabajar hoy desde un punto de vista tedrico la cuestién del paisaje supone, en mi opinion, que se acepte abordar, al menos provisionalmente, la yuxtaposici6n y la super- posicién mal ordenada de estos diferentes discursos y puntos de vista sobre el paisaje. Les propongo recorrer sucesivamente en esta exposicién cada uno de estos discursos. 1, EL PAISAJE ES UNA REPRESENTAGION CULTURAL 1. Ex parsaya: UNA REALIDAD MENTAL Un primer enfoque define el paisaje como un punto de vista, una manera de pensar y pereibir, ante todo como una dimensién de la vida ment mism piens Esun entre Prop: paisa] inter, tir co nos ment inclu enel D ident ode infor ete.). sister long: realy paise cole este: mier inter s dida cues | 4. A omco PUERTAS DEL PAALE 47 mental del ser humano. El paisaje no existe ni objetivamente ni en sf mismo, digamos, entonces, que es relativo respecto a lo que los hombres piensan de él, respecto a lo que pereiben y respecto alo que dicen de él. Es una especie de reja mental, un velo mental que el ser humano coloca entre ély el mundo, produciendo por medio de esta operaci6n el paisaje propiamente dicho. «. 2D. Cosczovey S, Dantes (eds.), The leonageply of Landsape, Fans onthe bol prentton din onde ofpat nsionmens, Carabridge University Peat, Cambridge, 1988, pp. 1-10 48 PAISAJE YPENSAMIENTO 2. Paisaje ¥ Mopstos ricréarcos Asi, muy a menudo, el paisaje se ha estudiado y definido ante todo como representacién artistica, principalmente informada por los modelos de la pintura, La invencién histérica del paisaje se ha puesto en relacién con la invencién del cuadro en pintura, pero también, con el cuadro mismo, con la invencién de la ‘ventana’: el paisaje seria el mundo tal como se ve desde una ventang, tanto si esta ventana es solo una parte del cuadro como sise confunde con el cuadro mismo en su totalidad. El paisaje seria una vista encuadrada y, en todo caso, una invencidn artistica. La historia del arte ha abordado habitualmente desde esta perspectiva el problema del ‘nacimiento’ del paisaje en la Europa occidental del siglo XW1, siguiendo los conocidos andlisis de Ernst Gombrich?. Gombrich puso de relieve varias dimensiones en el acontecimiento de este naci- miento. En primer lugar, insistié en el papel que jugé la demanda del publico, es decir del mercado, en el desarrollo de esta ‘institucion'* en que se convirti6 la pintura de’paisajes en el siglo XVI. Pero sobre todo, sefialé que la aparicién del paisaje como género artistico y después su progresiva autonomia en la esfera del arte debian entenderse como el producto del encuentro entre el oficio de los pintores del Norte y las categorias estéticas del humanismo italiano. El humanismo filosofico ita liano habria otorgado el estatus de ‘legitimo divertimento'? al paisaje, que hasta entonces solo era considerado como un parergon de la pintura®, Afin de cuentas, el paisaje se piensa, se describe, se habla antes de verse, como lo manifiesta la anéedota de Norgate referida por Gombrich’, el pintor reproduce lo que le euenta el viajero y no lo que él mismo habria podido ver, y, simétricamente, el viajero elabora su descripcién en funcién de lo que él piensa que es pintoresco. Este envolvimiento réci- 4 E. Gono, «La thtore aitiqe de ls Remienc et or de payage, eediado om eg sina, Flammarion, Ears 1985, pp. 1549. Hl eo apes por peer ee 1959 on Gate ous Dh tndacibaleaptel en Neem Baer oe Rein, Debate, Mai, 2000, pp. 107-12 Opens pe. Bi, p26 Enos pre repretentan peonesracortados,verdotosbostjs, lt fires rile oe frandes os ue srr on piel orients unre deo capone drwy segs trabajo de or empesinory tambien ls nmliar tas de una epi 9 del mats owe he vot aca doesn monte, tole porters aoe nc an aad dene. Beale Gio ctado es dl, p25 Aap se sono lo fuctart el woeabaro base dels pintura de pisses Did, pp. 29-30. 4 tuseneorvemasoe Pusase 49 proco de la vista y del eédigo estético es lo propio de la experiencia del paisaje, contintia Gombrich. El paisaje es, por decirlo asi, laconseeuencia de la extensién y de la aplicacién de los modelos artisticos, més concreta- mente pictéricos, del Renacimiento italiano a la percepeién del mundo real. La pintura da su forma (y también su f6rmula) al sentimiento del paisaje: *. Actualmente, son incontables los articulos y los libros que tratan ‘la invencién’ de la montafa, del bosque, de las orillas marinas, del campo como paisajes, y en los que se presenta como decisive el papel que desempeiia esta 0 aquella referencia piet6rica. La historia del arte ha afia~ dido al arbol, la pradera, pero también el bulevar parisino, entre otros. La pintura de paisajes nos ha ensefiado a mirar el mundo, pero nos ha ensefiado a verlo, precisamente, como un cuadro de paisaje 3. Patsaje ¥ soctepap Sin embargo, Ia idea de representacién paisajera puede abordarse, tam- ign, de forma més amplia, como representacién cultural, colectiva y/o indivi~ dual. Sin cortar los lazos con el punto de vista estético, al cual siempre conceden un lugar importante, los antropélogos, los historiadores o los socidlogos han contribuido a resituar (Io que significa también a despla- zar) Ia idea de paisaje en el interior de una interrogante general sobre la cultura y la sociedad? Las decisiones sobre la construccién paisajera son también econdmicas, religiosas, filos6ficas, cientificas, politicas, psico- analiticas, ete. Pueden, por supuesto, ser estéticas, pero en este €as0 se replanitea la estética misma desde el punto de vista de su valor o de su funci6n en la cultura. La propia historia del arte se beneficia de esta visi6n social y cultural, Io que la lleva a enriquecer algunas de sus proble- miticas. Asi, por ejemplo, se ha podido relacionar el desarrollo de le representacién pietérica del paisaje en los Paises Bajos de los siglos XVI y XVII con las transformaciones concomitantes, en esta parte de Europa, de la vida cientifica, religiosa y politica. Igualmente, se han estudiado las 8 Ba, p-93. 9. Gir, pres eaD. Coscrove, Sic Firman and Stel Lndape, Croom Helm, Londres, 1984; Y. |LLOINBUL Pgs Tor epson pom sie dis Lome ree, La Mansfatze, 1989, 10S. Alpers, lardediperd, tr. fe, Gallimard, Paris 1983 Thay traduccion al espaiol: — Hate de ducrir Herchlona onl ifo XVI, Herman Biome, Madrid, 1987) 150 PAISAIEY PENSAMIENTO relaciones entre la experiencia estética de la naturaleza y la formacién de una identidad burguesa metropolitana en la Francia del siglo xix", 0 entre la pintura de paissjes y el establecimiento de una cultura geol6gica en cl Romanticismo alemén™. Se podrian multiplicar, actualmente, los ejemplos que emanan de este tipo de estudios. Pero, de hecho, desde un punto de vista estrictamente metodologico, la ampliacién del espectro de diseiplinas que se ocupan del paisaje no sig- nifica un replanteamiento de la idea misma de paisaje como imagen 0 como produccién humana, tanto si es invisu o insitu. El enfoque icono- grafico vale tanto para una concepcién estética de la representacin como para una concepeién mis ampliamente cultural. La idea que se impone cen todos los casos es que el paisaje es una especie de texto humano que hay que descifrar, como un signo 0 un conjunto de signos més o menos sistematicamente ordenado, como un pensamiento escondido que hay que encontrar detras de las cosas y de las miradas. ‘Aun asi, es posible introducir algunos matices en esta visién del pai- saje. El sociélogo o el historiador dificilmente aceptarén la idea segin la cual, y basindose en la afirmaeién que dice que la representacién, el arte yla realidad es todo uno, tinicamente los artistas serfan los 'creadores’, por llamarlo de algin modo, del paisaje. Para el historiador y para el soci6logo, también hay que considerar a los ingenieros en sus proyectos, ‘alos gedgrafos en sus mapas, a los agricultores en su trabajo y a los habi- tantes en sus usos como productores del paisaje, real y representado, hay que considerarlos como proyectistas del paisaje, y por motivaciones que no son necesariamente estéticas, sino que pueden ser morales, cientifi- cas, politicas. gPor qué habria, entonces, que separar el pabgje del pats? El paisaje puede igualmente definirse como lugar de vida, como territorio organizado por una comunidad social, en definitiva, como pais. Il. EL PAISAJE ES UN TERRITORIO FABRIGADO Y HABITADO. Frente ala primera concepeién del paiseje y en una especie de tensién no resuelta con ella, una segunda problemética insiste mas bien en la dimension de objetividad prictica del paisaje, en su parte irreductible- 11 N, GREEN, Th Spc of Nature Lande and argc a nntamth-centy Fae, Manchester University Press, Ménchester, 1992. 12. T.F. MITCHELL, Artand Sen in Comen Lande Pointing 770-1840, Clarendon Press, Oxford 1998. de 4 LAS CINCO PUERTAS DBL PASAJE 1st mente material y, sobre todo, espacial. Desde esta perspectiva, el paisaje se define como un territorio producido y practicado por las sociedades con arreglo a motivos tanto econémicos como politicos y eulturales. La distincién entre pai paisge, que esta en la base misma de la existencia del paisaje como tal segin Alain Roger, se ve as{ considerablemente ate- nuada, para algunos incluso anulada, En efecto, desde esta perspectiva, el valor paisajero de un lugar no se considera como esencialmente estético, sino que se enfoca con relacién a la suma de las experiencias, los hébitos, Jas précticas que'un grupo humano ha desarrollado en ese lugar. Lo que implica, a fin de cuentas, una cierta flexibilidad en la distincién entre la cesfera artistica propiamente dicha y las esferas sociales y culturales. Uno de los principales representantes de esta segunda problemética en el pensamiento contemporéneo ha sido el historiador y teérico ame- sicano John Brickerfhoff Jackson (1909-1996), el fundador de le revista Landscape (en 1952), quien durante mucho tiempo imparti6 clases en los departamentos de arquitectura del paisaje en Harvard y en Ber- keley, y cuya obra sigue siendo una referencia ineludible en el mundo anglosajén'. La teoria jacksoniana del paisaje esta bastante préxima a la defendida por los gedgrafos: A) el paisaje es un espacio organizado, es decir, compuesto y disefiado por los hombres en la superficie de la tic~ rra, B) el paisaje es una obra colectiva de las sociedades, que transfor- man el sustrato natural. Antes de retomar en detalle estos dos puntos, una observacién: de acuerdo con este enfoque teérico, el paisaje es una produccién cultural, pero la cultura se contempla aqui a nivel material y espacial, es decir, en cuanto que se encarna en obras y en produccio- nes de todo tipo. Pero, sobre todo, Jackson sc distancia de lo que seria una concepeién del paisaje puramente ‘estética’. Ya no vernos el paisaje, escribe, como debemos contemplar los paisajes, sino también segin su manera de satisfacer ciertas necesidades “existenciales> del ser humano (necesida- 13 Vease ahora C. Witsow y P. Gaori (ed.), Foeyday Americ. Cll Lobeae Stuer. Jck- «01, University of California Press, Los Angeles, 2003. 14 J.B JAcxson, Aledtowotecipregeverauin, Actes Sud/ENSP, Ales, 2003, p. 262. 152 PAIGAJE Y PENSAMIENTO des existenciales que sobre todo son, por otra parte, necesidades afectivas ; 4 Pe P y sociales). A) Primer punto: el paisaje es un espacio organizado. El paisaje no es simplemente una representacién mental. Es un «espacio cn la superficie dela tierra», afirma Jackson, y afiade: ”, Ciertamente, el paisaje también es una manera de ver y de imaginar el mundo. Pero onle todo es una realidad objetiva, material, produeida por los hombres. Todo paisaje es cultural, no primero porque es ust por una cultura, sino primero porque ha sido producido en el seno de un conjunto de préeticas (econémicas, politicas, sociales), y segtin unos valores que en cierto modo sinboliza Por tanto, el objeto primero que debe preocupar a quien estudia los paisajes es la manera como la comunidad ha organizado el espacio. Leer el paisaje es extraer unos modos de organizacién del espacio. Estudiar la onganizacion del espacio significa, por ejemplo, responder a las siguien- tes preguntas: geémo traza la comunidad una frontera, reparte las tierras entre las familias, construye caminos y un lugar para las reuniones pibli- cas, y reserva tierra para el uso comunal?" Més generalmente, hay que interesarse por las formas espaciales y por su diversidad, por los elemen- tos estructurantes y por los dindmicos, por las discontinuidades del espa- cio y por las circulaciones, pues todos estos rasgos permiten caracterizar vun paisaje La organizaci6n espacial del paisaje traduce, ademés, una forma de organizaci6n de la sociedad, asi como las representaciones y los valores culturales que acttian en esa sociedad. Todo paisaje, de una manera que lees propia, esté relacionado con un proyecto social, incluso aunque este proyecto no sea ‘consciente’, incluso aunque sea la traduceién incons- ciente de la organizacion de la vida social. En consecuencia, aquel que pretenda estudiar los paisajes tendra como primera y esencial tarea la de leer interpretar las formas y las dinémicas paisajeras para aprender de ellas algo sobre el proyecto de la sociedad que ha producido estos paisajes. En un articulo publicado en 1969 en la revista Landeope, Jackson sefialé esta dimensién proyectual de todo paisaje, invocando una analogia inte 15 Bid, p. 54. 36 Bid, pp. 124-106. (6S cwe0 PUERTAS OL PASAIE 153 resante con la cartografia: «Una forma itil de definir la geografia cultural es decir que se trata del estudio de la organizacién del espacio, del estudio de los patrones aleatorios (random patterns) que imponemos en la superficie de la tierra por medio de nuestra vida, nuestro trabajo y nuestros despla- zamientos. Seguin esta definicién, el paisaje puede verse como un mapa viviente, una composicién de lineas y de espacios no muy diferente del que producen el arquitecto o el planificador, aunque sea a una escala mis vasta>””, En este sentido, las distinciones que habitualmente se hacen entre paisaje comtin, que seria producido inconscientemente por una colectividad humana, y paisaje voluntario, que seria conscientemente proyectado por los profesionales, asf como las distinciones entre inge- nierfa civil y arquitectura del paisaje, son distinciones que pierden su rigidez, pues en todos los casos, a todos los niveles, el objetivo es la orga nizacién de un espacio que pueda responder @ las necesidades humanas. B) Segundo punto: el paisaje es una obra humana. El aspecto 'morfolé- gico’ del paisaje es en realidad la expresion de una relacién mas pro~ funda entre el hombre y la superficie de la tierra, una relacién activa y prictica por medio de la cual el hombre transforma su medio natural La actividad humana se inscribe en el suelo y lo transforma. Fl paisaje no es s6lo un conjunto de espacios organizados colectivamente por los hombres. Es también una sucesion de rastros, de huellas que se super- ponen en el suelo. El paisaje, en este sentido, es como una obra de arte, yla tierra, el suelo, la naturaleza son como los materiales que los hom- bres moldean segin unos valores culturales que evolucionan en el tiempo y en el espacio. En este aspecto, Jackson es el heredero del pensamiento geografico francés. Cito a Jean Brunhes, que ha sido uno de sus principales repre- sentantes a principios del siglo Xx: La actividad humana, escribe, «se tra- duce en obras vsibles y tangibles’, en caminos y en canales, en casas y en ciudades, en desmontes y en cultivos. [...] Hay en el suelo una huelle continua del hombre»”*. El objetivo de quien estudia los paisajes sera, en este sentido, ante todo el anélisis y la decodificacién de la , asi como respecto al marco espacial y material real en el que este ™. De forma més general, el naturalismo debe hoy afrontar scrias eriti- cas, tanto en el plano de la filosofia como en el de la antropologia. Tras los trabajos recientes de Philippe Descola y de Bruno Latour”, actual- mente hablariamos preferentemente de una superacién del dualismo hombre/naturaleza, tipico del naturalismo del pensamiento moderno. Frente a este dualismo, para pensar el paisaje se aplican ahora las nocio- nes de hibridacién y de asociacién de lo humano y lo no humano, aso- ciaciones que, por supuesto, pueden tomar semblantes variables depen- diendo de las culturas y de las épocas. FI paisaje se presenta cada vez mas como una entidad relacional, y sobre lo que hay que pensar es sobre esta ‘relacionalidad’. Sefalemos a este respecto la importancia del concepto de medio 0, mis precisamente, de medianza propuesto por Augustin Ber- que para dar cuenta del conjunto de relaciones constitutivas de las reali- dades paisajeras: el paisaje es una entidad medial. El paisaje es ala vez, y esencialmente, totalmente natural y totalmente cultural. Es el elemento en el que la humanidad se naturaliza y le naturaleza se humaniza (y se simboliza). Y esto es lo que, en el fondo, invalida todo enfoque unilate- ral del paisaje, tanto si se trata de un enfoque ‘antropocéntrico’ como ‘naturalista’: el paisaje debe definirse, con mayor rigor, como medio™ ‘Vemos pues, que es posible abordar teéricamente el paisaje como una realidad auténoma sin que sea necesario reducir esta realidad a una pura y simple realidad ‘natural’ en el sentido clésico del término. Cuando se trata del paisaje, la postura 'realista’ no debe confundirse con el ‘natura lismo’ Pero, sobre todo, el punto esencial es el siguiente: sea cual fuere la valencia ontolégica particular que se le atribuya al paisaje (natural, cul tural, hibrido), es posible concebirlo como una realidad en parte (y en una medida que puede ser grande) independiente de las representacio- nes y de las acciones humanas (lo que, repitémoslo, no por ello la con- vierte en una pura y simple ‘realidad natural’). Constituye un orden de ‘24 G. BrertaNn, «Le papage entre la Nature ets Sovité>, Rene garophie dnd Sud (ues 49 01978), redtadoen A. ROGER (ie), Lane dspyageen Powe, Charsp Wallon, See 61,1995, . 99, 25, B. LATOUR, Pigs deloraty, la Découverte, Pats 1999) P DESCOLA, Pardini eet, Gallimard, Pais, 2005. 26 Para un mayor dearrollo de eta perspec, véate A. DERQU, Mane, Demilearen pag, GIP Recs, Montpelier, 1990, y, sobre to, Eeamiw, Belin, Faris, 2000, (6 LAS INGO FUERTAS DEL PASAIE 159 realidad especifico. Es un ser propio. Lo que significa también que se i desarrolla segtin una racionalidad propia. Pero entonces, si el paisaje | posee esta realidad sustancial y se presenta, al menos presumiblemente, como una totalidad suigeners, no es ilegitimo, ni tiene que ser imposi: ble, intentar analizar sus diferentes components y determinar las rela~ ciones constitutivas de esta realidad. Dicho de otro modo, no es ilegi- | timo intentar caracterizar las dinamicas de la racionalidad en el seno mismo de las apariencias paisajeras. El concepto de sistema, que utiliza Georges Bertrand y los ecdlogos del paisaje, proporciona actual mente uno de los soportes légicos de esta tentativa y permite, en el fondo, proponer unas explicaciones en cuanto al funcionamiento especifico de las realidades paisajeras. 2, Ex sisrema Det rAtsare Pero entonces, gqué es, concretamente desde esta perspectiva, el pai- saje? gDe qué esta compuesta la realidad paisajera? Encontramos en ella, desde luego, topografia, geologia, formaciones vegetales y agrupa- mientos animales, condiciones climaticas, hidrograficas, edafolégicas, etc. Pero encontramos igualmente edificios, agrupados més o menos densamente y afectos a muy diversos usos (vivienda, culto, comer: cio...), vias de comunicacién, carreteras, vias férreas, instalaciones agricolas e industriales, que afectan mas 0 menos profundamente al suelo que las sustenta (extraccién, depésito de residuos, simple posi- cién sobre una superficie, etc.) Todos estos elementos interactian constantemente entre si, Io que significa que un paisaje es ante todo una totalidad dinamica, evolutiva, recorrida por flujos euya naturaleza, intensidad y direccién son muy variables, atribuyéndole por ello una temporalidad propia. Pero, ademas, estos flujos de materia y de enengia, estos intercambios de informacién, estos juegos de fuerza entre los diferentes elementos que componen la realidad paisajera se efectian en el seno de morfologias espaciales determinadas: las carreteras, las unidades de asentamiento, las estructuras parcelarias y territoriales, los limites fronterizos, en resumen, el conjunto de las divisiones territoriales y de las discontinuidades espa iales constituyen otros tantos escenarios en los que y con los que la tempo- ralidad propia del sistema paisajero tiene que pactar. Mas atin, por mediacién de estas distancias, de estos dimensionamientos y de estas divi- siones, aquéllos le proporeionan una especie de ‘medida’, més exacta~ 160 PAISAIE Y PENSAMIENTO mente una exala y un orden de tamaiio. Las formas espaciales objetivas son partes activas en la evolucién de los procesos paisajeros” EL paisaje se presenta pues, en este caso, como una morfilogia dinémica, més exactamente como una totalidad traspasada por dialécticas internas y externas que se despliegan entre texturas, formas espaciales y temporales, flujos, materias desplazadas y transportadas y funciones mas 0 menos perfectamente desemperiadas. Estas dialécticas consityyen el paisaje como tal en su realidad concreta. Quiza de forma més global, dirfamos que esta dialéctica entre, por una parte, una cierta estabilidad de las formas y, por otra, la renovacién de las funciones, la reorientacién de los flujos y Ia modificacién de su intensidad, y por ultimo, la sustitucion de las mate~ rias, es lo que conforma la historia del paisaje. Como vemos, el paisaje del que se trata aqui no se considera iiniea- mente como la traduccién de un valor o de una decisién humana. Aun que éstos intervengan en el proceso paisajero, deben ser mediatizados por el conjunto de elementos del sistema paisajero, a los que inevitable- mente tienen que acomodarse. Se puede decir incluso que su realidad (en tanto que valor, pensamiento 0 accién) se féctia en estas mediaciones. EI paisaje, tal como se concibe aqui, no compete sélo a lo humano, incluso aunque esto ocupe en él una posici6n a veces determinante. Debe entenderse como el punto de encuentro entre las decisiones humanas y el conjunto de condiciones materiales (naturales, sociales, hist6ricas, espaciales, ete.) en las que surge e intenta formularse este encuentro. Mas atin, desde esta perspectiva, el paisaje puede definirse como una realidad material organizada en un determinado sentido, ante Ia cual los seres humanos tendran que explicarse. Lo que plantea el problema, al que ya he hecho alusién, de una historia de los paisajes que no coincide exacta~ mente con la historia de las sociedades humanas. IV. EL PAISAJE ES UNA EXPERIENCIA FENOMENOLOGICA 1. La Noct6w pe uxeemr=Ncta ‘Asi, vamos progresivamente aprendiendo que el paisaje no es tinicamente una representacién mental 0 una obra de la cultura, Posee una realidad 127 Véase P. 7G. PINCHEME, La jae del Teme, A. Colin, Paris, 1988, pp. 373-390, yen particular Ia ustacion 88, p. 381, que propone una «representacionsstmdtica del concepto paije> 6. LAS CMO PUERTAS DEL PAISKIE 161 que puede ser objeto de investigaciones cientificas. Mas inmediatamente ‘ain, esta realidad paisajera se presenta al ser humano como un encuen- to concreto, diferentemente modulado en sus contenidos y en sus for- mas. Dicho de otro modo, el paisaje es el testimonio de la existencia de un ‘fuera’, de un ‘otro’ Pero icémo relacionarse con esta realidad, con esta exterioridad del Paisaje? Son posibles dos vias: a ciencia, como acabamos de verlo, y otra cosa, que llamaremos aqui la experiencia. La ciencia no es el vinico modo de relacionarse con el paisaje, ni, incluso, puede ser In primera: el paisaje es ante todo sensible, apertura a las cualidades sensibles del mundo. La sociologia y la historia de las sensibilidades (Pierre Sansot, Alain Corbin), aunque también la historia de la extética filoséfica (Ernst Cas- sier, Joachim Ritter) han mostrado cémo el paisaje se hacia cargo de una dimensin de la relacién humana con el mundo y con la naturaleza que la ciencia moderna, por principio, habia dejado de lado: la relacion directa, inmediata, fisica con los elementos sensibles del mundo terres~ tre. El agua, el aire, Ia luz, la tierra son otros tantos aspectos del mundo abiertos a los cinco sentidos, a la emocién, a una especie de geografia afectiva que se refleja en el poder de resonancia en la imaginacion que poseen los lugares. Seguin esta cuarta perspectiva, el paisaje puede entenderse y definirse come el acontcimiento del encuentro conereio entre el hombre y el mundo que lo rodea. El paisaje es ante todo, en este caso, una experiencia. Pero en sentido general, esta experiencia paisajera 0, mejor dicho, este paisaje que se pre~ senta como experiencia, no remite a nada més, para el ser humano, que una determinada manera de estar en el mundo. No se trata sélo de identificar y sefialar la existencia de un ‘fuera’ con respecto a las representaciones mentales, psicoldgicas, es decir, de una ‘realidad’, Hay algo més. Al hablar del paisaje, vuelve a valuarse la idea misma de experiencia; la experiencia debe ser entendida aqui como una ‘salida’ alo real, més exactamente, como una exosicin a lo real. El paisaje es el nombre que se daa esta presencia del cuerpo y al hecho de que se vea afectado, impresionado fisicamente por el mundo que lo rodea, por sus texturas, sus estructuras y sus espacialidades; hay algo en todo esto similar aun acontecimiento, Realmente nos enfrentamos a una desobjetivacién: el paisaje no es tanto un objeto aprehensible por el pensamiento como una determinada manera de estar en el mundo, como una determinada manera, muy particular, de participar en el movimiento del mundo en un lugar dado. El paisaje en primer lugar se ive y después, quieé, se 162 PAISAJE PENSAMIENTO hable, cuando la palabra intenta, sobre todo aqui, prolongar la vida o, mejor dicho, lo vivo que hace del paisaje una experiencia. Recordamos a Merleau-Ponty en su comentario de Husser!: la misién de la palabra es evar la experiencia muda a la expresién de su propio sentido™. El pai- saje es el marco 0, mas bien, el nombre que se darfa a una intensificacion particular de la vida psiquica en un momento y en un lugar dados. Un ejemplo fundamental de esta experiencia del paisaje podria cons- tituirlo la marcha, y més concretamente, ese momento particular que es Ia fatiga durante la marcha, fatiga que devuelve al cuerpo su disposicin y, como dice Nicolas Bouvier, su porosidad ante el mundo”, que le devuelve su capacidad de que los elementos sensibles del mundo le afecten. Durante la marcha, en lo hondo de mi fatiga, se me manifiesta el mundo tanto como me manifiesto yo mismo, en un espacio poroio y comtin que es el espacio del paisaje. 2. Mas atth pet onjero vy pen suyero Pero el ejémplo de la marcha nos muestra que esta ‘vida’ de la que habla~ mos aqui, esta ‘experiencia vivida’, no se identifica con la vida interior 0 la subjetividad personal. En el paisaje, la vida subjetiva se desarrolla al limite de las cosas. En realidad, a la desobjetivacién responde una des- subjetivacién. Si hay una experiencia, hay una exposicién de la subjetivi-~ dad a algo como un ‘fuera’ que la conduce y la empuja, a veces violenta- mente, més allé de sus limites. El paisaje, en este sentido, es literalmente “eso’ que pone al sujeto fuera de sf. Pero no para hundirlo en el objeto, pues, precisamente, tampoco hay objeto, en el sentido de la ciencia y de la conciencia representativa, ante este sujeto que pierde toda estabilidad. La experiencia radical del paisaje es un sujeto fuera y un fuera sin objeto. Es una derrota comin del sujeto y del objeto. Por tanto, no hay que decir que el paisaje seconcbe como una experiencia; mas bien es este aconte~ cimiento, singular y siempre diferente, de la exterioridad como tal ala que la experiencia expone a aquellos que se arriesgan a ello, en una con- fusién y una tensién entre si mismos y el mundo, que, propiamente, 28M. MERLEAD-PONTY, Fisumétalage dele ercpton, Gallimard, Pais, 1945, p.X Dhaytraduscién, Al expadol:Fnomnalg del porspein, Peninrula.Planeta-De Agostns, Baeclona, 19 9. Le fatiga dela marcha, excribe Nicolas Bouvier ala entrada del monasterio Hac-in-s, on Cores, te wiche poroso,abiero al lenguaje den ugar: ex imposible franguear este atrio sia sentir aligerado, nado de algo. N. Bouser, «Les chemins du Halla-san>, en Jeural dan etdaurestea, Payot, Paris, 2001, p. 126, 46 LAS CIeo PUERTAS DEL PASE 163 arrebatan. El extrafiamiento es la condici6n del paisaje, escribe Jean- Frangois Lyotard™, y por ello, el paisaje no es un lugar: es ‘indestinado’, escapa y esta escapada es su ‘rarén’ de ser. Para designar el tipo de experiencia que ahora intento delimitar, se ha utilizado mucho la palabra horizonte. El paisaje es el acontecimiento del horizonte™, Pero el horizonte expresa aqui mucho més que la existencia de mundos lejanos. Este término tiene tanto un alcance ontolégico como epistemologico. Remite a la parte de invisible que reside en todo visible, 8 ese pliegue incesante del mundo que hace de lo real, definitivamente, un espacio inacabado, un medio abierto y que no puede ser totalmente tematizado. El horizonte es el nombre que se da a esta potenca de desborda- mmiento de lo real que hay en el paisaje. Pero, insiste Erwin Straus y después Henri Maldiney, s6lo puede accederse al horizonte en el paisaje al precio de perder las referencias, de la negacién del mapa, y de la aceptacion de esta pérdida y de esta negaciGn: «El espacio del paisaje es, para empezar, el lugar sin lugares del ser perdido. En el paisaje [...] el espacio me envuelve a partir del horizonte de mi Aqui, y yo solo estoy Aqui ala altura del espacio bajo el horizonte del que estoy fuera>. Ninguna coordenada, ‘Ninguna referencia. «Desde el paisaje no hay progresién que lleve ala geografia; nos hemos salido del camino; como hombres nos sentimos perdidos [...] Sin duda podemos salir del paisaje para entrar en la geo- grafia. Pero all{ perdemos nuestro Aqui. Ya no tenemos ningtin lugar. Ya no tenemos lugar>™, 3. Expansan 21 ExrRaAMcENTo Entonces, gc6mo deseribir, cémo expresar y representar este espacio del paisaje que nos envuelve y nos atraviesa, que nos desplaza y nos des~ borda? @Cémo hablar del paisaje cuando estamos mis alla o mas aci de la representacién y del discurso en el sentido habitual de estos términos? ¥, con més exactitud, geémo hacerlo hablar o, mejor atin, cémo dejarlo hablar? {Cul es la palabra que podria restituir, como se ha dicho, prolonger la experiencia paisajera encerrada en una radicalidad as{? 30 '*. La verdadera pintura, la verdadera palabra, le auténtica presentacién del paisaje, en el fondo residirian, quizés, en el arte de guardar el secreto, de indicar su presencia, 0 su paso, sin intentar medirlo. gNo estaria cristalizada In experiencia radi- cal del paisaje en el extraiio sentimiento de la inminencia de lo que alli yace, al lado, en una inextinguible reserva, el silencio? Por su parte, Jean-Frangois Lyotard apela a la poesia como El tema de la deseritura poética es, afiade, la materia como paisaje, y no las formas en las que puede inseri- birse>. El extraftamiento que produce él paisaje , escribe), sin embargo, €1no tnicamente camina, él también dibuja cl camino a partir de sus caminatas, a veces literalmente, bien dibujéndolo directamente con los pies, bien mareandolo en el suclo alineando piedras que recoge en el terreno. Sus obras, aunque efimeras y con las fotografias que recoge como tinicos testigos, son como las huellas, las marcas de su paso por el lugar. Sin embargo, contribuyen a renovar la visién que tenemos de esos Tugares; més atin, permiten darles una nueva cualidad. ‘Tanto en un caso como en el otro, caminar no es solo estar en el mundo, es estar en él de forma interrogante; caminar es cuestionar el estado del mundo, es sopesar lo que puede ofrecer a los hombres que estén en él, caminar es una experimentacién del mundo y de sus valores, La marcha recalifica el espacio en el sentido propio del término: le atri- buye nuevas cuslidades. Pensemos entonces en la hipétesis siguiente, como final a esta larga nota preliminar: la idea de proyecto, utilieada exclusivamente por los arquitectos y los paisajistas, podria ser Ia recuperacién voluntaria y con~ certada de este enfoque experimental de la realidad paisajera. Precisemos que abordo ahora le quinta perspectiva te6rica del paisaje. 35 También Gabriel Orozco, Francis Aly machos otros artistas que atsibuyen sla marcha na Fancion plisties. Vésse a este eapecto T: Davita, Marc, re. Dicom, linens, decedent art defn du 0 sc, Editions de regard, Pris, 2003. 166 PAISAJEY PENSAMIENTO 2. Los RETOS DE LA ACCIGN DEL PAISAJISTA EI paisajista se sita en una légica de la obra y de la accién sobre el mundo: interviene, en funcién de un encargo generalmente publico, sobre lugares y situaciones considerados como problemiticos 0, en todo caso, modificables. Sabemos que en la arquitectura y en el urbanismo contemporaneos Ia toma de conciencia del paisaje ha contribuido a desplazar los cuestionamientos sobre la habitacién humana; la preocu~ pacién del paisajista es menos la del edificio y sus estructuras internas que la de las relaciones que el edificio mantiene con su o sus contextos. Entre los especialistas en lo que yo llamaria el arte de la habitacion, el ppaisajista es, podriamos decir, el encargado del contexto. Actualmente, las intervenciones del paisajista se desarrollan principalmente siguiendo tres direcciones, que constituirén los tres retos propios de su compe- tencia de experto. Estas tres direceiones, que, por otra parte, no se excluyen, son el suelo, el territorio y el entorno natural (mas exacta~ mente el medio vivo). En un primer momento se considera el suelo, 0 eso que, a veces, se hha llamado el sitio. Se ha tomado conciencia de que el suelo pose un espesor, un espesor que no solo es material, sino también simbélico. Lo que significa que el suelo es el efecto de una construccién histérica, que ces cl portador de toda una superposicién de pasados y que, al mismo tiempo, es una reserva de energias futuras. En otros términos, recurrir al paisaje refleja la toma de conciencia de que el espacio no es una pigina en blanco, sino, més bien, un palimpsesto. El suelo no es una simple superficie plana que se ofrece para Ja accién, sino que confronta la accién con un conjunto mas o menos denso de trazos, de huellas, de ple- gados y de resistencias a los que debe acomodarse la accién. La misma perspectiva la encontramos con la reivindicacién de una renovada consideraci6n al territorio. Pero con un elemento suplementa- rio, el de la ampliaci6n de la escala de intervencién y, més atin, el de la articulacion entre las diferentes escalas de intervencién. Se ha hablado de ‘una vuelta ala geografia. Considerar el territorio es, por ejemplo, consi- derar el espacio urbano en la complejidad de sus relaciones con la onga- nizacién del espacio rural que lo rodea, con el entramado de carreteras y caminos, con las circunseripeiones administrativas, en resumen, es resi- tuar el espacio urbano en el interior de un determinado niimero de con- juntos morfolégicos de escalas, de temporalidades y de légicas de funcio~ namiento diversificadas con las que tiene que coordinarse. ee os mt bre el blico, atodo tido a vernas extos. én, el aente, iendo mpe- xacta~ 70. Lo a, que nismo rrir al >égina imple ata la le ple- teuna aenta~ Idela ado de orga- terasy s resi econ- (6 (AS ONO PUERTAS DL PAEAIE 167 Por iiltimo, se apela al paisaje de forma privilegiada cuando se trata de imaginar soluciones que permitan el ‘encuentro’, si puede lamarse entre la ciudad y la ‘naturaleza’, Como sabemos, las inquietudes ecolégi- cas y medioambientales son determinantes hoy en dia. La naturaleza ya no representa sélo lo ‘otro’ respecto a la ciudad, esa cosa verde mis 0 menos salvaje que se encuentra en el exterior del universo urbano. La naturaleza esté en la ciudad, y esté presente en ella por una parte bajo el aspecto de preocupaciones en cuanto a la calidad de las aguas y del aire, por ejemplo, por otra parte bajo forma de proyectos de parques y jardi- nes piblicos, y, por tiltimo, bajo forma de reflexiones y de experiencias referentes a la diversidad de las especies vegetales que pueden instalarse en ella de manera perdurable. Para decirlo de otro modo, la ciudad se ha convertido en un medio natural hibrido particular. Por supuesto, cada una de estas tres direcciones da lugar a numerosas interrogantes y polémicas, y exige justificaciones. Pero que cada vez la problemética paisajera contribuye a cambiar los cuestionamientos sobre la ciudad, sobre su identidad y su devenir. Resulta bastante significativo, en este aspecto, que se requieran paisajistas para intervenir en espacios en los que se dirimen cuestiones de limites y de franquear limites, en espa- cios que son orillas, umbrales, pasajes, intervalos, y donde cada vez se plantea la cuestién de posibilitar el encuentro entre lo urbano y lo no urbano, entre lo edificado y lo no edificado, entre lo cerrado y lo abierto, entre el mundo humano y el mundo natural. Esta es la perspectiva que esté presente en el movimiento de cémara de Godard, en su Letire a Freddy Buacke (una pelicula sobre Lausanne que es tuna bellisima leceién de paisaje), que hace que el ojo se deslice entre el verde de la campifia, el gris de la ciudad y el azul del agua, y le permita unir en un mismo pensamiento, como dice el propio Godard,

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