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IMPLICACIONES DEL PROBLEMA DEL PODER EN MICHEL FOUCAULT PARA LA TEORIA SOCIAL CONTEMPORANEA. EL CASO DE LA SOCIOLOGIA DE LA EDUCACION JOSE LUIS CASTILLA VALLEJO (*) RESUMEN. Este trabajo pretende dilucidar cémo afectan los escritos de Michel Fou- cault a la teoria social contemporinea, especialmente en qué medida su nocién de cambio social y su teorizacién del poder pueden aportar luz sobre debates que hoy afloran en diversos terrenos de la sociologia. Pero no nos detendremos sola- mente en esto, haremos un balance de su influencia en uno de los territorios so- ciolégicos que mis esfuerzo ha realizado para integrarlo como es la Sociologia de la Educaci6n. Imprescindible es por tanto establecer criterios que nos permitan comprender qué hay de Foucault en estos trabajos y cuales son los riesgos y las potencialidades que asumen al aceptarlo. Por tiltimo, apostamos por un criterio de clasificacién de todos estos trabajos usando la critica de la racionalidad por refe- rencia y realizamos unas notas de aproximacién critica a los trabajos de Julia Vare- la, y en particular a su famoso trabajo Arqueologia de la escuela Decfa Alvin Gouldner, en su famoso traba- jo sobre la crisis de la sociologfa occidental que lo que hace conservadora (o radical) una teorfa es su posici6n frente a institu- ciones de su propia sociedad. Decia, mas concretamente, que una teorfa es conser- vadora en la medida en que considera esas instituciones como dadas y, en lo esencial, inmutables; propone remedios que permi- tan mejorar su funcionamiento, en lugar de concebir alternativas para elas; no anticipa un futuro que pueda ser esencialmente mejor que el presente, que las condiciones ya existentes; y aconseja, explicita o impli- citamente, aceptar lo que existe o resignar- se ante ello, en lugar de combatirlo'. A la luz de tal definicién (perfectamente dise- (©) Universidad de La Laguna. flada para trazar una linea divisoria entre el funcionalismo parsoniano y el marxismo), Michel Foucault se nos vuelve a reflejar con ambigiiedad y con un notable aspecto polifacético frente a lo que ha sido el gran debate de la sociologfa desde mediados de siglo xx en Occidente. Sin lugar a dudas Foucault mantuvo una relacién de incomodidad con su pre- sente en general y con las instituciones occi- dentales en particular. Su voz dialégicamente comprometida concentraba todo su poten- cial critico en el desenmascaramiento mis que en la necesidad (reclamada una y otra vez por sus auditorios) de ofrecer alterna tivas que afincaran puntos de esperanza en alguna forma exterior. En gran parte de su Q) A. Goutpst: La erisis de la sociologia occidental. Buenos Aires, Amorrortu, 1979, p. 307. Revista de Educacién, nim. 319 (1999), pp. 155-186 155 trayectoria vital se sintié combatir con cientos de aspectos que vio como amena- zantes € intent6 explicarnos por qué los veia asi. Basindonos en la definicion de Gouldner, podemos defender genérica- mente que Foucault fue un radical al en- frentarse a gran parte de las instituciones de su tiempo, incluso a aquellas institucio- nes cientificas que se erigian en alternativas a [as instituciones dominantes de occidente. Practicaba la critica a la vez que realizaba la critica a la critica Gal marxismo), Sin em- bargo, enérgicamente puede defenderse también que Foucault, al no querer cumplir con los compromisos que puntualmente le reclamaban la expresién de una politica (una alternativa), producia un efecto regresi- vo sobre un diagnéstico extensivo del poder que tenfa por consecuencia una cierta para- lisis en la acci6n, La teoria del terror presen- tista impulsaba no poco escepticismo. Es por ello quizis que el debate sobre el conservadurismo © radicalismo cle Fou- cault no tenga una salida definitiva, no pueda deducirse de él un diagnéstico ab- solutamente cerraclo. Su retérica moderna de la lucha contra el sometimiento se su- perpone de tal forma con sus fundamentos te6ricos postmodernos que Ia solucién no puede por nvis que ser paraddjica. Pero esta paradoja no puede paralizar los traba- jos de exégesis hasta el punto de que se afiance la indistincién, Como ya hemos de- fendido’, esa paradoja coloca a Ia teoria y a la prictica de un intelectual como Fou- cault siempre al limite de una tensién ble. Tensién a la que hay que enfrentarse para extraer de ella las leccio~ nes pertinentes. Pero el problema en est# capitulo no es el de las consecuencias politicas de los trabajos de Foucault, esto probablemente no es mis que un punto provisional de lle gada (sobre todo porque como él mismo nos ensefé, un libro o una obra puede cambiar de significado a lo largo de los aiios con relacién al contexto sociopolitico que lo recibe). El debate que a nosotros nos interesa es el de las consecuencias para la teoria social en general, y para la sociologia de la educacién en particular, de ese gran monumento que sobre el po- der nos ha legado Foucault. Al querer eva- luar las consecuencias de toda esa compleja concepcidn del poder en sus trabajos debemos partir del reconoci miento de las dificultades que tal empeno conlleva: En primer lugar, porque es una teoria en proceso, formulada y reformulada en un devenir en el que su final no ha de ser ni lo mas original, ni necesariamente lo mis elaborado de su pensamiento. Aqui, como en otras tantas circunstancias, apren- dimos a desconfiar de la confusion hege- liana entre transformacién y progreso. Reconocer que esta analitica 0 teorfa del poder es némada supone enfrentarse de entrada a la dificultad de no tener un refe- rente claro a evaluar. El intento por realizar anilisis certeros para con determinados aspectos de sus trabajos se torna confuso € ininteligible para tantos otros del mis- mo. De tal suerte que o se reconstruye (2) Como modelos de exégesis contrapuestos en este debate sobre Foucault y el conservadurismo se pue- den revisar: N, Fiastit: Michel Foucault: A "Young Conservative”., en B. Suxkr (eds.): Micbel Foucault. Critical Assessment, London, Routledge, 1994; J. Haneras: El discurso filosifico de la modernidad. Madrid, Taurus, 1991. Para una hipétesis un tanto ezquizofrénica de Foucault, ver: R. Roky: -dentidad moral y autonomia p vada: el caso de Foucault, en R. Rowry: Ensayus sobre Heidegger y otras pensadores contempordneos, Barcelona Paicés, 1993, pp. 269-276. También puede consultarse el excelente trabajo de J. J. Stists: El asedio a la moder- nidad. Critica del relativismo cultural. Barcelona, Ariel, 1992, (3) Ver, JL. Casts: Los poderes en Michel Foucault. Critica del poder y consecuencias para la Sociologic de la Educacién. Tesis Doctoral, leida en octubre de 1988 en ta Universidad de La Laguna (de inminente publi- cacién), 156 Jaboriosamente el proceso en su Conjunto © se opta por establecer un niicleo central y duro a partir del cual se pueda recons- iruir una evaluacin general de sus aporta- ciones. Teniendo en cuenta que todo este primer trabajo ha sido realizado a lo largo de mi tesis doctoral, nos parece mis acer- tado articular aqui un nticleo central en esta teorizacion en virtud del cual poda- mos aproximarnos genéricamente a las ventajas e inconvenientes que se derivan de lo hasta aqui estudiado. En este sentido nos parece que lo que Eribon denomina el «gesto-' o la intencién de Foucault, queda efectivamente recogido en su critica de la racionalidad occidental y que, por consi- guiente, cualquier andlisis que reivindique una posicién foucaultiana debe insertar este gesto en sus trabajos de forma defini- toria. Ese excepcional vinculo entre poder y raz6n, que est presente en lo funda- mental de sus trabajos, justifica convertirlo en el nucleo de su proyeccién intelectual. En segundo lugar, porque tal teoria del poder es ambigua y hasta autocontradicto- tia por momentos. Esa ambigiiedad esté li- gada a una critica filosdfica de caracter general que arrasa en sus momentos més radicales con todas las conquistas que la modernidad ha establecido. La extensién de esa critica, cuando se materializa en for- mas culturales concretas, convierte en po- der a un sinfin de fenédmenos con consecuencias y ramificaciones sin limites. Hasta tal punto se prolonga este efecto que Foucault extiende el calificativo de poder tanto a efectos producidos como a factores mediadores, por no hablar de formaciones mas generales (regulacién corporal, disci- (4) Considero mas productivo ver cual es la intencién, cusil ¢s el gesto de Foucault... plina, poder-saber, etc.). Esta ambigiiedad obliga al lector a sucumbir ante tal avalan- cha de poderes indistintos’. Con relacién a Jo autocontradictorio se puede afirmar, por ejemplo, que cuando Foucault utiliza el concepto de dominacién, casi al final de su trayectoria, lo aplica ligandolo a otro con- cepto de libertad que parece haber des- cubierto tras el reconocimiento de un factor fundamental como es la existencia de sujetos agentes. Es dificil anicular co- rrespondencias entre esta forma y las an- teriores sin asumir un cierto grado de contradiccion. En tercer lugar, hemos de reconocer que el enlace entre la critica de la razén occidental y la sociologia es de dificil en- garce si se efecttia de una manera tan am- plia como parece haberla ejecutado Foucault. Derivar los males de una sola instancia convierte el andlisis en unilateral al impedir observar desde una forma mis abierta los logros y las complejidades que se derivan de tal proceso (el presente es algo més que un peligro, es una posibi dad). Sobre todo porque también sobre la sociologia recae el aguijén critico que pre- tende clavar Foucault en el presente. Esa perspectiva unilateral se atentia si la idea de poder se transforma, y ese parece que fue el camino: se acepté al sujeto como instancia con capacidad mediadora en pro- cesos de subjetivacién y se moderd su ca~ racterizacién como actor objetivado. Pero para entonces ha de asimilar que ka eritica radical al sujeto acaba aceptando dicha instancia como pertinente para el ejercicio de la critica del poder social en el terreno de la subjetivacion. En este sentido, la Ver, J. Brin AGut tna; J. L. Montno PestaXa; A. REUNQUE: -Voluntad de eritica, voluntad de justicla. Entrevista con Didier Eribone, en Er, Revista de Filosofia, Barcelona, primer semestre de 1997, pp. 101-102. (5) En este sentido se manifiesta Wrong al insistir en ta importancia de distinguir entre el ejercicio del po- der y el control social en general; de otro modo careceria de sentido emplear el poder como un concepto se- parado o identificar las relaciones de poder como un tipo distinto de relacién social. Ver, D. Wrox: Power: its forms, bases and uses. Oxford, Blackwell, 1979, p. 3. (citado en B. Hyxntss: Disertaciones sobre el poder. De Hob- ‘bes a Foucault, Madtid, Talasa, 1997, p. 138). 157 mejor leccién que hereda Ia sociologia de Foucault es la necesidad de vigilancia episte- mol6gica de los efectos de racionalizacion que se dan en los discursos cientificos, con lo que estos arrastran de efectos de poder sexistas, clasistas, racistas, etnocéntricos o generacionales; una microfisica del poder ligada al conocimiento que no trabaja tan- to por cerrar el presente cuanto por abrirlo a nuevas perspectivas desvelando aspectos ocultos. Pero esto lo descubre Foucault bastante tarde como para que sea lo mas caracteristico en sus planteamientos. Por regla general, su critica a la razon desde una posicién postestructuralista y antisub- jetiva le impide durante largo tiempo sacar este aspecto a la luz. Una vez que se aceptan estas premisas como parte integrante de la forma de and- lisis desarrollado hasta el momento y se ha identificado el «gestos de Foucault no en un simple ejercicio critico, sino en una pro- funda critica de la racionalidad’, debemos cumplir puntualmente con los limites que arrastran para una sociologia, 0 sociolo- gia de la educacién, que pretenda adop- tar como modelo de enfoque al propio wucault. Pero no pensemos que una eva- luacin de este tipo debe ceiirse estricta- mente a una mera descripcién y balance de la aplicacién directa de un modelo ge- neral de representar el poder. Debe p: mariamente abordar el aspecto troncal del cambio social como inteligibilidad, a partir de la cual la relacién entre cambio social y la analitica del poder puede ofre- cer un nivel de coherencia suficiente para las ciencias sociales. En esta espe- cial encrucijada se nos debe hacer visible las potencialidades y los limites sociol6- gicos de una teoria problemitica y a su vez problematizadora. (6) Aqui disentimos profundamente de Ia interpretacion realizada por Eribon al CAMBIO SOCIAL Y TEORIA DEL PODER EN MICHEL FOUCAULT Como ya hemos observado, no existe teo- ria social alguna que pueda prescindir, tan- to interna como externamente, de una demanda general de jerarquizacién analiti- ca a través de las determinaciones o rela- ciones de significacién que permiten ordenar la complejidad que se expresa. Si ese mundo que se intenta aprehender es el de las relaciones socio-econdémicas, socio- culturales, socio-politicas, u otras formas li gadas a éstas, la demanda de ordenamiento llama puntualmente a la puerta del que Ppropone nuevas interpretaciones. En este sentido, puede afirmarse que en toda teo- ria social sobresale como elemento funda- mental una interpretacién mas 0 menos original sobre el cambio social. La pregun- ta que reclama su espacio es: cual es el fundamento de la transformacién, por qué sucede lo que sucede y tal y como sucede? El signo de tal respuesta es de tanta impor- tancia que de alguna manera los grandes programas de investigacién social a lo lar- go de este siglo se han distinguido por ofrecer posiciones rivales en este aspecto (desde el materialismo histrico de los dis- tintos marxismos, pasando por el multicau- salismo weberiano, hasta los diversos culturalismos), Cuando hablamos de cam- bio social estamos reclamando explicacién concreta, respuestas sobre la naturaleza de la transformacién social en fenémenos ge- nerales o particulares que resultan impor- tantes como motor de inteligibilidad teérica, En este sentido, cualquier andlisis que intente evaluar las consecuencias que la teorfa del poder en Foucault tiene para la sociologia debe dar puntual respuesta a incular su gesto solo una simple voluntad critica. No desea reconocer que lo que caracteriza a Foucault es menos esa critica que el camino que toma para ejereitarla. Ver, J. BeLLoN Aci p. 102. 158 una; J. L, MORENO PeSTANA; A. RELINQUE: art. cit., esta cuesti6n en primer lugar. Pero para avanzar en este aspecto hemos de hacer una distincién fundamental. Al explicar el motor del cambio social en Foucault debe ser dis- tinguido el motor general y fundamental de sus trabajos de los motores locales que se expresan en cada momento en tanto que vertebradores del cambio social. Quiere de- cir esto que, si bien somos capaces de en- contrar un motor general del cambio en sus trabajos, ha de reconocerse que en cada fase transitoria por la que atraviesa Foucault la re- lacién de este gran motor con Ia presenta- cidn formal de sus explicaciones, 0 lo que es Jo mismo, con los motores locales, expresan una variedad, o mejor, versatilidad de amplio espectro, que en ocasiones da un tono desi- gual a unos y otros trabajos, Un ejemplo de lo que decimos es la relacién tan desigual que guarda el discurso en La arqueologia del saber en relacién con La voliuntad de saber’. Por ejemplo, en ambos el motor de! cambio teGrico esta bien establecido, sin embargo, las relaciones entre los discursos y las pricti- cas cotidianas se enredan de forma radical- mente distinta, Mientras que en el primer caso los discursos son pricticamente auténo- mos, en el segundo caso estin perfectamen- te encajados en contextos sociopoliticos 0 regimenes de verdad que les otorgan una posicin como entes semidependientes. Estrictamente hablando, defendemos que en Foucault existe una teorfa del cam- bio, pero no existe una teorfa del cambio so- cial claramente expresada. Esta distincién es muy importante porque nos sirve para com- prender el papel que juegan sus aportacio- nes en tanto que critico de las sociedades occidentales. Existe una teoria del cambio porque su teoria del poder se encarga siste- miticamente de reflejar la presencia aterra- dora de una voluntad de saber que funciona en la historia como forma metafisica de po- der. Este ejercicio impersonal que trabaja pa- cientemente como estructura de sometimiento (DM. Fovcaut de nuestra cultura refracta una y otra vez. un pesimismo culturalista radical. En casi todas sus teorizaciones mis relevantes esta poten- cia poderosa hace su aparicién, pervirtiendo todo aquello que toca para conducimes di- rectamente por la senda de un escepticismo culturalista. Tan cierto es que esta forma ad- quiere tonos distintos en funcin del contex- to en el que trabaja como que el resultado final conduce siempre al mismo terreno: la descripcién de un pasado reciente en tanto que perverso y la constatacion de un presen- te como en quiebra, como peligroso. Pero esta teoria del cambio no es una teoria abierta a miiltiples posibilidades. En el mundo de Foucault el diagnéstico est resuiel- to antes de comenzar; de hecho todo el mate- rial documental trabaja para defender este particular cierre de la historia. En cierto senti- do puede decirse que su teoria del cambio es un reflejo en negativo de un Hegel del que tanto quiso huir. Cambiando el signo de la historia se obtiene en vez de un progreso, un regreso 0 una caida hacia el peor de los mun- dios; en vez de la realizaci6n positiva de la ra- z6n en la historia, la realizacién perfecta de una perversa raz6n en la historia; en lugar de consumacién del Estado en tanto que expre- sién de esa razén, la puesta en cuestion del Estado por ser expresi6n precisamente de la raz6n; en lugar cle reconciliacin, la expre- sién de un mundo irreconciliable; y ast hasta el infinito. Decimos que no existe una teoria del cambio social claramente expresada en Foucault porque al trabajar todas sus pie~ zas en clave de demostracién de esa es- tructura fundamental, subordina, o mejor, sacrifica la explicacién del cambio social a fuerza de que su demostracién general quede perfectamente realizada. Como la teorfa trabaja para un tnico objetivo, el cambio social es sacrificado hasta el punto de ser modificado conforme se determinen, unos rumbos u otros (desde los modos de LArchéologie du savoir. Gallimard, 1996 (La arqueologia del saber. México, Siglo XX1, 1976); M. Foucatur: Histoire de la sexualiué. 1 La volonté de savoir. Gallimard, 1995 (Historia de la sexualidad, 1 La voluntad de saber. Madrid, Siglo XX1, 1998). 159 percepcién, pasando por la soberania del discurso, y terminando en formas complejas de sometimiento del cuerpo y del alma). En cualquier caso, Foucault demostr6 suficien- temente una actitud de desdén frente a aquellos que le reclamaban un motor defini- torio del cambio social. Su persistente critica a la idea de determinaci6n ocultaba una vi- i6n de cambio social como secundario para sus demostraciones fundamentales. No sélo a historia con sus cones era un truco muy relativo, también su comprensién del cam- bio social lo era, Es por ello que cuando in- tenta expresarse sin la existencia de una voluntad de poder directamente engarzada enel texto (lo que sucedlié, por ejemplo, con Vigilar y castigar...)' el anilisis se torna inde- finido, pero con un cierto tono culturalista tan propio de aquellos teéricos que al con- vertir el saber en el objeto troncal del estu- dio, acaban reivindicando para esta instancia fuerza y un poder de hecho sobrenatu- ral. En cierto sentido su materialismo cultura lista también adquiere un tono idealista, expresado en cémo relega a un segundo plano realidades socioeconémicas funda- mentales, ast como las relaciones que éstas han guardaclo con la constitucién del dere- cho en una realidad histérica que reclama a los sujetos sin su capacidad para cambiar el mundo. A Foucault le preocupé profunda- mente el problema del espacio como el lu- gar del drama humano, pero olvid6 algo tan fundamental como es que el espacio es defi- nido no slo como categoria cultural, sino comio realidad socio-econémica’. Esto dificulta profundamente la rekacion entre sus propuestas tedricas y la sociologfa. Como el trabajo sobre el saber es tan sobre saliente, tiende a ser arrastrado y limitado a una dimensién particular del conocimiento sociolégico, en concreto aquel que se preocupa por la sociologia del saber o del conocimiento. Sus contribuciones en este terreno deben ir menos relacionadas con una teoria del cambio social que con la aportacién de un marco general de sospe- cha sobre la constitucién de los saberes y de los juegos de verdad que se establecen entre ellos. En este sentido puede aportar aspectos fundamentales también en la so- ciologia de la educacién. Al fin y al cabo la deriva que ha sufrido esta disciplina en las Wltimas décadas en torno al curriculum como concepto estrella le han abierto un hueco particularmente interesante para el ejercicio de a critica. Con todo hay autores, como por ejem- plo Th.S. Popkewitz", que defienden que existe una nocin fuerte de cambio social en Foucault al vincular su anilisis de ma- nera directa a la nocién de cambio local 0 regional. Si la labor del arquedlogo es la de escudrifar en el basurero de la historia los saberes liquidados, rescatarlos en una suerte de reconstrucci6n historica del con- flicto olvidado, es fundamental, no slo para fundamentar un enfoque distinto que parta de fuentes primarias originales sino también para efectuar una idea de cambio, que realice a su vez una critica a la nocién de cambio mismo. Pero esto resultaria aceptable si Foucault suspendiese su juicio atroz de la historia y se conformara con ex- presar una vision mas abierta de la misma Como esto no se produce, la critica a la no- cién de cambio no puede resolverse satisfac- toriamente ni articularse convincentemente. Con toda la precipitaci6n de sus juicios, es- tamos de acuerdo en este sentido con el Grupo del Centre for Contemporary Cultn- ral Estudies cuando rechaza la posicin de (8) ML, Foucavtr: Sureiller et punir. Naissance de la prision, Gallimard, 1995 (Vigilar y castigar. Et nact- siento de la prision. ladrid, Siglo XX1, 1988). (9) Sobre este aspecto limitante de la caracterizacién de Foucault he sido advertido con frecuencia por el profesor Alvaro de Mello. (0) Tu. S. PonkrerrZ: Sociologia politica de las reformas educativas. 1a Conia, Morata-Paideta, 1994, p. 17. 160 Foucault porque no puede explicar los procesos complejos de cambio". Cualquier ‘operacién de rescate de Foucault del pan- tanal en el que se instala debe realizar el esfuerzo ahistérico de escindir sus formas materializadas de poder de su prediagnési- tico de la racionaliclad. Sélo de esta mane- ra se convierte en luz lo que no ha dejado de ser oscuridad. De este modo se comprende la intima re- laci6n que existe entre lo que Foucault quiere demostrar (que el poder produce saber) y el problema del cambio social en sus trabajos. Al ser el problema del poder woncal en sus pers- pectivas, la idea de cambio teérico debe ser evaluada junto con aquél. Sin esta perspectiva es imposible avanzar posiciones en uno u otro sentido. Se comprende desde luego que se asi- milen las propuestas foucaultianas a un cierto funcionalismo rampante. Y no precisamente por el caricter de su culturalismo, sino mas bien por el cariicter escusilido del conflicto. La confluencia de anilisis empiricos, junto a una forma particular de concebir la experiencia como dada de forma perversa, conforma una suerte de reconstrucci6n hist6rica en la que los conflictos no son mis que puntos de apoyo ‘que refuerzan los poderes establecidos. Las re- sistencias estin tan integradas en los mecanis- mos de poder que funcionan al servicio de la consolidaci6n del mismo. Y como la sospecha no puede tener limites, en caso de que alguna resistencia pudiera ganar alguna batalla, hay que recordarle que comienza a estar bajo sos- pecha y en el punto de mira del arquedlogo del saber, Por todo ello, cuando se lee a Fou- cault, asf como a muchos foucaultianos, tiene uno siempre la impresién de que la teorfa no llega mucho mils lejos que ka demostracién de un ciclo cerrado de poder y dominio. Toda esa nueva vision del poder esta al servicio de la critica general de la raz6n que le da vida. De cualquier manera, afirmar que la teoria del poder en Foucault se asimila ce una forma general a la formalidad del andlisis funcionalis- ta no deja de ser un exceso que tiene por base tomar la resultante por el todo, Es cierto que ambas teorizaciones tienen problemas impor- tantes con la idea de cambio social, que ambas otorgan al conflicto un papel secundario frente a la afirmaci6n del sistema social o de la volun- tad de poder, pero de ninguna manera puede aceptarse que el arquedlogo sea una suerte de neofuncionalista por conclusi6n. Y ello porque su proceder y el alcance de sus propuestas so- bre el poder conducen a interpretaciones y a conclusiones radicalmente contradictorias: mientras que en el funcionalismo la tendencia general es a legitimar el sistema social, para Foucault se trata de afirmar el poder en tanto que ente deslegitimado de dominio, Para com- prender las diferencias y similitudes quizs sea interesante contraponer los dos modelos que sobre el poder aplican tanto Foucault sobre ka constitucién del saber occidental como Par- sons sobre la legitimidad y autoridad de nues- tras instituciones. éSON LOS ANALISIS DEL PODER EN MICHEL FOUCAULT UN FUNCIONALISMO? Esta idea parece ser recogicla con agudeza por J. Habermas en su famoso libro El dis- curso filosdfico de la modernidad*. Haber- mas, al explicarnos las transformaciones (11). Cexrae ror Coxmenronury Cure Rat STUDIES Race AND Pouca Grown: The Empire Strikes Back London, Hut- chinson, 1982. Citado en, V. WatkexDtse: -Psicologia del desarrollo y pedagogia centrada en el nifo, La insercién de Pia- get en ka educaci6n tempran, en J. Laxnoss (eds.): Escuela, poder y subjerivacion. Madrid, La Piqueta, 1995, p. 150. (12) Es necesario advertir que esta afirmacion tan genérica oculta una realidad evidente: existen muchas formas distintas de funcionalismo y que, por tanto, hacer de estos una unidad monolitica es forzar una realidad diversa. Para Gouldner, el compromiso funcionalista va de Parsons a Merton, de tal forma que enie uno y otro se debe representar el conjunto de los anilisis de esta corriente de pensamiento. Ver, A. GOULDN! : Reciprocity and Auntonomy in Functional Theory-, en NJ. Dewrxant; J. Prvenstx: S)stem, Change and Conflict. A Reader in ‘Contemporary Sociological Theory and the Debat over Functionalism. New York, Free Press, 1967, pp. 379-400. J. Hanenatas: Ef discurso filosifico de la modernidad, op. cit. 161 de los trabajos de Foucault, identifica toda su propuesta de trabajo sobre el poder con el ejercicio de una sociologia funcionalista que esconde bajo la manga, como ya hemos des- crito, una teoria de la constitucién de la ex- periencia. Esta relacin con el funcionalismo queda establecida, a nuestro juicio, por el papel funcional que juega el saber —al igual que en el funcionalismo— al servicio de un sistema general que lo supera y del que re- sulta dependiente. Los saberes son vistos como funcionales en redes de utilidad diver- sa que acaban confluyendo y otorgando sen- ido general a las transformaciones. Desde luego, hay razones para pensar que en los dos sistemas teéricos el saber ocupa un papel funcional decisivo. Y que este papel se cumple de manera irreversible siempre que tanto el funcionalista como el arquedlogo realicen bien sus respectivos tra- bajos. Hasta cierto punto esto es exacto en tanto, como hemos dicho, los conflictos no dejan de ser desajustes en un organigrama perfectamente trazado, Tanto si las expecta- livas no se ajustan entre los sujetos, en los funcionalistas, como si la verdad encuentra una resistencia estético-corporal, en el caso de Foucault, la virulencia con la que el siste- ma o la voluntad de poder se impone, resulta definitoria de quién manda y cémo lo hace. En el primer caso la estabilidad del sistema so- cial se hace dependiente de un sistema nor- mativo comparticlo y aceptado legitimamente, en el segundo caso la pervivencia de la volun- tad de poder resulta ser independiente de toda circunstancia, salta por encima de la his- toria y se apuntala en un diagnéstico hipercri- tico con la raz6n. En este sentido, al menos para los funcionalistas, la posibilidad de desa- juste o desequillibrio es dependiente de facto- tes socialmente identificables. En el caso de Foucault, las resistencias funcionan en tanto que coartadas del poder. Pero poco mas encontramos como coincidencias entre uno y otro anilisis. Es posible que Habermas sobrevalorara este aspecto en tanto es tomado como la conse- cuencia que se deriva de ambas posiciones te6ricas. No obstante, el propio Habermas debe reconocer que el signo del poder se invierte en uno y otro caso, que las deriva- ciones sobre el poder no pueden quedar evaluadas en s6lo esta dimensién. Debe- mos, por tanto, realizar un examen compa- rativo entre una teoria del poder y otra para identificar similitudes y diferencias de consideracion, garantizando asi que tal identificacion con el funcionalismo es poco mis que una escuela asociacién fun- dada exclusivamente en una poco afortu- nada evaluaci6n de efectos. Desde una concepcién clasica del po- der, éste debe ser concebido como aquello con que el sujeto opera en el mundo cuan- do sus acciones tienen buen éxito. Es de- cir, que existe una intima conexidn entre el éxito de una accion y la veracidad de la in- formacién con la que se opera’. Asi el po- der resulta ser dependiente del concepto de verdad hasta el punto de que una inver- sin de esta relaci6n acaba haciendo pres- cindible el sujeto que media en esta relaci6n. Esto es justamente lo que hace Foucault. Y esta es una diferencia crucial entre dos formas de poder contrapuestas como las que desarrollan Parsons 0 Fou- cault. Mientras que el primero se acoge a la formula clisica, ligando de manera directa el liderazgo a la autoridad legitima adquiti- da por la competencia en la consecucién de un fin colectivo (la verdad funciona con imprescindible e ingenua transparencia), en el caso de Foucault, al producir el po- der complejos de verdad mas o menos ar- ticulados (cientifica, narrativa, etc.), toda forma de conocimiento resulta estar bajo sospecha y trabaja soterradamente en la clausura de las sociedades occidentales. Este disenso en la concepcién del poder cambia el signo del recorrido de uno y otro (13). Este aspecto ha sido brillantemente destacado por J. Habermas. Ver, J. Hanes: El discurso filosofico de la modernidad, op. ctt, p. 329. 162 tedrico: Parsons intentara demostrarnos que el poder debe escapar del modelo we- beriano en el que la victoria de uno supo- ne la derrota de otros; Foucault querra decirnos que la victoria de unos y la derro- ta de otros, tarde o temprano, se acabaran convirtiendo en una derrota generalizada en la que todos los intervinientes se ven sometidos. Para Parsons la cuestién del poder permanecié ligada durante gran parte de su obra al «modelo tradicional. del poder, al modelo weberiano que caracteriz6 anos mas tarde como el poder suma-cero! (una persona 0 conjunto de personas te- nfan poder en la medida en que no esta- ban en manos de otra u otras personas). Para Weber en la medida en que uno gana- ba, el resto tenia necesariamente que per- der en un juego de voluntades cuyo éxito se mide por las resistencias que se enfren- tan. Como Parsons pudo apreciar, esta ca- racterizacién encaja bastante mal con su modelo sistémico de representacién social. Al vincular la idea de sociedad a la de sis- tema social en tanto que ...pluralidad de actores que interaccionan entre sien una situaci6n (...) actores motivados por una tendencia a obtener un 6ptimo de gratifica- ciones y cuyas relaciones con sus situacio- nes —incluyendo a los dems actores— estén medidas por un sistema de simbolos cultural- mente estructurados y compartidos®, debia demostrar sin ambigtiedad que el poder podia ser algo mas que un juego de volun- tades rivalizadas, tenia que buscar la forma en que esas voluntades, estableciendo re- laciones de poder, superaran su cardcter de enfrentamiento y se reflejaran en tanto que voluntades conciliadas. El modelo en- tonces debe ser el contrario, el de swma- no-cero, una felacién en la que ambas partes pueden ganar conjuntamente. Asi pues, para Parsons, el poder es ..la capacidad generalizada de hacer cumplir obligaciones vinculantes por parte de unidades de un sistema de organiza- cin colectiva cuando las obligaciones se legitiman por su relacin con fines colecti- vos'®, Como se comprueba facilmente, en este modelo el poder deriva de la autori- dad, y ésta a su vez de la legitimidad (el poder ilegitimo aqui no existe mas que como aberracién derivada del primer caso). El poder puede crecer en la medida en que se gana en autoridad, y ésta es pro- gresiva en virtud de que satisfagan las ex- pectativas de los que se someten a tal autoridad. De tal forma que el poder no est, segtin Parsons, ligado necesariamente a situaciones de riesgo. Al contrario, el uso del poder es real incluso allf donde todo marcha como se espera, alli donde se satis- facen necesidades colectivas de la natura- leza que se haya pactado. Como las obligaciones vinculantes son las que me- dian entre uno y otro polo de la relacién, el poder es sometimiento, pero someti- miento consentido a un sistema normativo. De donde se deduce que la legitimidad del poder reside en objetivos definidos a priori y consumados a través de esa misma auto- tidad elegida al efecto. Asi las cosas, Par- sons logra deshacerse del modelo tradicional de poder a la vez que encaja su propuesta en un modelo sistémico en el que se trabaja slo para la estabilidad del sistema social. (14) La expresién suma-cero esti tomada de Ia teoria de juegos. Es un término téenico desarrollado in clalmente por Von Neumann y Morgenstern en 1944. J. Von NEUMANN; ©. MORGENSTERN: The Theory of Games and Economics Bebaviour. Princeton, Princeton University Press, 1944 (15) T. Parsons: El sistema social, Madrid, Revista de Occidente, 1976, p. 17. 6) A. Giobexs: Politica, soctolagia y teoria social. Reflexiones sobre el pensamiento social cldsico y con- tempordneo. Barcelona, Paidés, 1995, p. 217. 163 En este formalismo teérico”, la sociali- zaci6n constituye el elemento fundamental en la conformacion de la estrucuura de las interacciones, que a su vez van a dar cuer- po a la estructura del sistema, Tan impor- lante es que los sujetos propicien la estabilidad del sistema como que la repre- sentacién que de éstos se hace no deje de ser unidimensional (unilateral y cerrada), Los sujetos estin llamados a intervenir, pero sdlo en tanto que piezas que encajan en un todo sistémico (poder de la sociedad sobre el individuo). Como lo social se asi- mila con Ia idea durkheimiana de comuni- dad moral, la socializacién, y por tanto la escolaridad, se transforma en pieza central de un andlisis que la reclama idealizindo- la. La idealiza en tanto que institucion reguladora, y la idealiza en tanto se con- vertiré en la cabeza de turco tan pronto como el sistema comience a dar signos de estar a la deriva en una cadena de defla- cién de poder, o lo que es lo mismo aqui, de autoridad, Los problemas de esta caracterizacion del poder son innumerables. Teéricos como Anthony Giddens" los exponen en detalle al denunciar, en primer lugar, que oculta la relacién jerarquica del poder y las desviaciones de intereses que esto supone, otorgando a esta relacién una transparen- cia que no tiene. En segundo lugar, oculta que medien relaciones de engano ¢ hipo- cresia, y trata tales posibilidades como se- cundarias y no estructurales, lo que a la luz de cualquier teoria sociolégica aparece como inadecuado. En tercer lugar, los inte- reses que estin en juego suelen superar a las delegaciones democriticas de autori- dad, de tal forma que la representacion del poder resulta cuando menos simplificada, En cuarto lugar, el andlisis del poder utiliza como analogia el poder econémico, pero su culturalismo le sirvié de hecho para se- parar y hasta escindir ambas dimensiones, hasta el punto de no tener en cuenta facto- res econdmicos y otros factores materiales (para Parsons, los valores son necesaria- mente anteriores al interés)”. Y en quinto lugar, la clave del poder no es tan sélo pre- suponer la legitimidad, sino estudiar c6mo se llega a esa legitimidad, los procesos his- tricos que conllevan en un marco social concreto. No se puede ir del consenso al poder como derivacién sino mas bien al contrario, del poder a la conformacién de los consensos. En el caso de Foucault, la ligaz6n en- tre el poder y la racionalidad nos sirve de punto de inteligibilidad para poder extraer de él los aspectos fundamentales de un modelo que en poco se parece al de Par- sons, Como ya hemos defendido, el modelo de poder foucaultiano es fundamentalmente politico y se expresa en la forma de domi- nacidn-sometimiento. En este sentido reco- ge del modelo suma-cerg, el caracter de coercién ¢ imposicién que caracteriza toda relacion de poder. Pero aqui las volunta- des weberianas no pueden expresar el pa- pel de los sujetos activos en las relaciones cuando se construye el modelo desde una critica radical a las teorias de la subjetivi- dad. Asi el principio vertebrador de las fuerzas corresponde a una voluntad hipos- taciada que, superando los debates socia- les (conflictos entre clases, entre profesiones liberales, entre modelos de (17) -Observada en sus caracteristicas mis groseras y evidentes, la obra de Parsons es, en gran medida, una lista de combinaciones de ciertos tipos de conceptos, en particular de aquellos que expresan supuestos acerca de Ambitos particulares concernientes al hombre y la sociedad. Es decir, se dedica a proclamar lo que es presumiblemente cierto sobre toda accién social, todas las sociedades, todos los sistemas sociales, etcétera. En Un sentido importante, pues, Parsons, no es tanto un teérico social que haya hecho aportes concretos como el ‘gran metafisico de la sociologia contemporinea:. En A. Goutnntx: La crisis de la soctologfa..., op. Cit, p. 195. (8) A. Ginoens: Politica, soctologia y teorva soctal.., op. ctt, pp. 223-230. (19) fbidem, p. 231 164 ciencias, etc.), se encarga de malograr la historia occidental y poner a ésta al limite de su propia existencia. En el modelo suma-cerola victoria de uno supone la de- rrota de otros, en el modelo suma-no-cero la victoria de'unos suponia la victoria del conjunto y finalmente en el modelo fou- caultiano, la victoria de alguien presupone la derrota del conjunto cualquiera que sea su expresién (algo asi como un modelo de suma-no-cero de signo invertido). i recordamos la representaci6n meta- forica que del poder tomaba Foucault a mediados de los setenta, el poder se co- rrespondia con Ia eficacia de aquel anillo de plata encontrado por Cucufa * que te- nia la poderosa cualidad de hacer hablar a los sexos (imagen literaria de aquella vo- luntad de saber que cabalgaba por la histo- ria y tenia por designio trabajar como influjo violento, como prictica reguladora de las formas de accién y costumbres ritua- lizadas o materializadas en edificaciones arquitect6nicas); si el modelo se corres- ponde con esto, decimos, todo el proble- ma de la legitimidad o autoridad presente en Parsons se tira inmediatamente por la borda, pues el rasgo principal del poder es que se conforma en tanto que saber legiti- mo y es de esa legitimidad de la que toma su fuerza para imponerse. Aqui, como en Weber, lo legitimo juega con lo ilegitimo para poder explicar la naturaleza del domi- nio, S6lo que Foucault conforma unilate- ralmente la escena. Torna ilegitimo cualquier fundamento del poder y desau- toriza cualquier forma de accién del poder en Ia historia, Al establecer un vinculo esencial entre el acto de producir conoc miento y el efecto multiple de imponer de- terminadas formas morales, el poder queda imposibilitado para jugar como ga- rante de representaciones colectivas. La moral pervierte. Se opone a la actividad vi- brante de un cuerpo y a una subjetividad que busca transgredir mas que amoldarse a las formas normativamente establecidas. Es por eso que para Foucault la socializa- ci6n es sinénimo de normalizacién en tan- to que homogeneiza lo diferente, lo distinto, lo atrevido, lo que en activa osa- dia conduce a la insumisi6n transgresiva. Lo que es sistema normativo en Par- sons, es normalizaci6n violenta en Fou- cault. Lo que en Parsons es adaptacion del sujeto a través de la integraci6n en una co- munidad, en Foucault es sometimiento a un poder que nos produce en tanto que sujetos, que est presente en multiplicidad de relaciones, es omnipresente e inapre- hensible por su movilidad, y cuya circula- cién es ascendente, intencional y no subjetiva. De la misma manera que para Parsons la escuela constituye la tabla de salvacion que sirve como motor del cam- bio social ordenado y el desarrollo econé- mico, para Foucault resulta justamente lo contrario: la escuela, junto con la fabrica, el cuartel, las carceles, los hospitales, etc. se erigen en instituciones donde el poder, es decir, la raz6n, aplica su modelo ideal, el de la racionalizacién de las relaciones humanas, el de la escenificacion arquitec- tonica de una normalizaci6n atroz, el de la regulaci6n y la vigilancia de lo corporal y lo espiritual. Lo que no deja de ser otra in- terpretacion idealizada de la institucién es- colar, pero esta vez en negativo, en clave de desesperanza. Si en Parsons el motor del cambio social y econémico era cultu- ral, en Foucault, como el cambio social se pliega a una teoria anticipada del poder, estaria ligado a los bandazos de esa volun- tad de poder. Las formas culturales de nuestra modernidad no son las que trans- forman el mundo, a lo sumo sirven de in- dicadores 0 de demostraciones empiricas de que el proceso de perversién de la cul- tura moderna es imparable. El arquedlogo diagnostica pero no proyecta alternativas, (20) Recordamos que esta descripcién se encuentra en: M. Foucautr: Histoire de la sexualité, 1 La volonté de savoir, op. cit, pp. 104-105, 165 como mucho aguardaria pacientemente a que del destruido y humeante paisaje moderno, de las ruinas de las institucio- nes occidentales, pueda emerger otra for- ma de vertebrar la sociedad que no tenga como principio de constitucionalidad la raz6n. Si para Parsons los valores anteceden siempre a los intereses en un anilisis inten- cionadamente ingenuo del poder, en Fou- cault los intereses se anteponen siempre a los valores, de tal forma que todo acto de conocimiento es un acto de interés al mas puro estilo nietzscheano, Si en el priméro se presupone el consenso, en el segundo se presupone el disenso, o lo que es peor, el consenso constituido por influjo vio- lento. Mientras Parsons no necesita recu- rir a la historia para demostrar su modelo (el modelo refleja su credibilidad sobre la base de la fuerza de la sincronia), en Foucault la historia se hace imprescindi- ble ya que el poder muestra su funciona- lidad en el movimiento diacrénico de las formas culturales que conducen al presente, Si diéramos un rapido recorrido a los problemas con los que se encuentra Fou- cault, destacariamos los siguientes elemen- tos: en primer lugar, que el anilisis sobre la razn y, por tanto, sobre diversos aspectos de la cultura es genérico y unilateral, no sabiendo recorrer las ricas y paradéjicas contradicciones de la misma. En segundo lugar, elimina las libertades fundamentales como conquista de las sociedades occiden- tales. En tercer lugar, la critica al sujeto a canza un punto tan radical que lo expulsa de la historia (al menos hasta sus ultimos trabajos). En cuarto lugar, margina los pro- cesos econémicos y sociales fundamentales, a la vez que hace un tratamiento unilateral del derecho (hasta cierto punto el reduc- cionismo economicista y la teoria de la so- berania ligada al derecho son tan unilaterales como la construccién de un modelo de poder que prescinde absoluta- mente de ellos). En quinto lugar, renuncia 166 a realizar un anilisis del Estado que avan- zara mds posiciones que las de la constitu- cionalidad dispersa del mismo. Con esta comparacién entre modelos intentamos demostrar fundamentalmente que la afirmaci6n de Habermas sobre el cardcter funcionalista de buena parte de los andlisis de Foucault no tiene funda- mento s6lido. Como sintesis se pueden ex- traer dos conclusiones finales de este problema; primero, que el caracter que afronta cada uno de los modelos les lleva a formas distintas de herramientas metodo- logicas (por ejemplo, el uso de la historia), a sentidos contrarios en las representaciones del poder y a consecuencias opuestas para lo social; y segundo, que pese a que el conflicto sea una cuesti6n expresada por las teorias de ambos pero resuelta por és tas antes de comenzar (tinico ¢ importante punto en comitin), las resistencias adquie- ren sentidos divergentes. En Parsons pue- den quedar asociadas a la busqueda subjetiva frustrada de un «ptimo de grati- ficacién- en un sistema de roles y de estra- tificacion en el que la desigualdad juega un papel de imperativo funcional. Aqui los desajustes pueden conducir a resistencias de no producirse un proceso de socializa- cién y de jerarquizacion meritocratica co- rrecta. En el caso del modelo de resistencia de Foucault, al integrarlas en el interior del poder, las hace someterse a los designios del mismo y ya sélo puede movilizarse en tanto que vibracién de un principio estéti- co radical, pero esta movilizaci6n esta tan comprometida que toda posibilidad de vic- toria la pervierte. Si hemos querido dejar este aspecto claro no es por una cuestién formal o de puntualizacién sociolégica minuciosa. Mu- cho nos tememos que la cuestion del fun- cionalismo o neofuncionalismo de Foucault va a ser crucial para clarificar la diversidad de la herencia de Foucault y las posiciones que se adoptan con rela- ci6n a los efectos o consecuencias de sus anilisis. LOS ANALISIS FOUCAULTIANOS EN SOCIOLOGIA DE LA EDUCACION La influencia de Foucault en las ciencias socia- les es muy relativa, S. Ball la ha caracterizado, al menos para el mundo anglosajén, como de influencia general mis que como alineamien- to incondicional, Sus efectos se han hecho notar en disciplinas tan variadas como la so- ciologia de géneros, la sociologia del conoci- miento y los multiples debates de la sociologia de la cultura como el desarrollado con rela- cién al multiculturalismo e interculturalismo en los tiltimos afos. En este sentido, tanto por tener ligazén directa con el problema de la cultura, como por aportar aspectos criticos con relaci6n a la naturaleza del conocimiento y de los saberes cientificos en general, su in- fluencia sobre la sociologia de la educacién no ha dejado de ser diversa y relevante. Para el mundo anglosajén, y particular mente para la sociologia de la educacién bri- tinica (tradicionalmente preocupada por los problemas del conocimiento), esta escena se animé por la introduccién de ideas em- parentadas con M. Foucault, Si bien se reconoce que el anilisis de los discursos en sociologia de la educacién, de la medi- cina y de otros dominios, ha devenido en una preocupacién -ampliamente tillada-, la relacion o, mejor, la alianza conocimien- to-poder constituye una estrategia de and- lisis pujante para abordar en materia de educacién las politicas, los procesos, las es- tructuras, e incluso los sentimientos*. Para el caso de la sociologia de la edu- cacién en Espana se ha destacado ya que el momento de amplio desarrollo de la dis- ciplina ha estado intimamente ligado a la presencia de Foucault y sus seguidores desde sus inicios*. Los trabajos de Julia Va- rela desde finales de los afios setenta, junto con la presencia temprana de algunas tra- ducciones de trabajos foucaultianos de la sociologia de la educacién francesa, en momentos en los que la critica radical a las instituciones formaba parte de un ethos de enfrentamiento al postfranquismo, crearon la curiosa representacin de que el mundo de Foucault estaba mas unido al mundo de la educacién que a otros dominios en los que no se sabe por que raz6n no ha termi- nado de incorporarse con la misma fuerza (sociologia del trabajo, sociologia de la vejez 0 sociologia de la salud, etc.)**. En este sen- tido puede decirse que para el caso espa- (21) S.J. Bau: Foucault y la educacion, Disciplina y saber. Madrid, Morata, 1996, p. 5, (22) Ver, PA. Anus Duamowt: -De Fabian a Foucault, de 'arithmétique politique 3 l'economie po- litique: la sociologie de l'éducation en Grande Bretagne-, en P. ZactrKa (eds.): Sociologie de l'éducation en Eu- rope depuis 1945, Paris, ENS Editions, 1997, p. 42. (23). Ibidem, p. 42. (24) Mientras que en la sociologia de la educacién anglosajona los estudiosos de la educacién han pasa- do por alto a Foucault, al menos hasta bien entrado la década de los noventa, como afirma J.D. Marshall. En ka sociologia de la educaci6n espanola Ia presencia de Foucault esti sobredimensionada por los importantes tra- bajos de Julia Varela, Ver, F. Onrrca: Sociologia de In educacién en Espana: Una revision tedricas, en C. LERENs Educacion y sociologia en Exparia. Madrid, Akal, 1987, J.D. Maxsitait: ‘Foucault y la investigacién educativar, en SJ. Batt: Foucault y la educacién.., op. cit, p. 16. (25). En estos terrenos, al menos para la sociologia espaitola, la presencia de Foucault es muy relativa y salvo los trabajos de Femando Alvarez-Uria sobre infancia, delincuencia y penalidad, lo que se encuentran son refer- eenctas genéricas miis que un trabajo sistemtico al estilo de una genealogia o arqueologla: F. AIvakeZ-Ukla: Las ins- tituciones de normalizacion y el poder disciplinario en escuelas, manicomios y circeles, en VV. AA.: Conferencias: Nietzsche. Nuevos bortzontes interpretations. Foucault La arqueologia del poder y de las resistencias. La Coruna, Pai- dela, 1994; F. Atvanez-Uila: dnstituciones de normalizacién-, Revista de Pensamiento Critico, | (mayo-julio 1994); J. Vaneia; F. Atvanez-Unta: Sujetos frdgiles. Ensayes de soctologia de la desviacién. Madrid, FCE, 1989; entre otros. Dentro del terreno de la sociologia de la vejez en Esparia, se puede destacar el uso parcial que hace Pia Barenys tanto de Vigilar y castigar como de Historia de la locura en su estudio sobre las instituciones de ancianos: M. Pia Baws: Residencias de ancianas, Andisis sociolégico. Barcelona, Fundacié Caixa de Pensions, 1991. 167

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