—iOh, cuéntenoslo! —dijeron varias mujeres a un tiempo,
ytan deprisa que sus voces no parecieron sino una sola.
il sefior Bermutiersonrié gravemente, como debe sonreir
“an juea de instruccidn, y continué:
No crean, al menos, que yo he pensado, ni por un mo-
‘mento, que en aquella aventura hubiere algo sobrehumano.
Yo sdlo creo en las causas naturales. Pero en lugar de emplear