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ll JIM wi ano Govahisa Cxsanon y Max AU Introduccién a la Historia apquinioo por AQAOSICg FECHA DE INGRESO. nec. O45. EL COLEGIO cuasiric Seta NoTACciON_<— Fron Tera NO. EJEMS.___worre EJEMPLAR__-__ BIBLIOTECA por MARC BLOCH FONDO DE CULTURA ECONOMICA ‘MEXICO 015953 COLEF BIBLIOTECA Primera edicin en fancés, 1949 Primera edi en expafol (Breviarat, 3052 ‘Desimossptima reimpresis, 1992 (Segunda edieién (Texan), 1992] "Terera eden, 1994 Cusria rimpresin, 1999 Cuarta edi, 2000 Cusria reimpresin, 2006 Bloch, Bare Tntrodaceiéa & a historia / Mare Bloch ; trad. de Pablo CGanadlez Cesanova, Max Aub, — 4" ed, Mexico: PCE, 2000 202 p17 x11 em. (Cole, Broviaros 64) ‘Titulo orginal Apologe pour histoire ou meter dhistrien ISBN 968-16.0067-3 1. Historia — Eatudio y ensefanza 2. Historiografla 1LGonaslee Casanova, Pablo tI Aub Max te HL. Ser Vt [Le Dia Bs6 2000, Dewey 082.1 Bas6 V4 Distribucin mundial para lengua espaita Comentarios y sugerencis:editorat@tondodeculturaeconomica.com ‘wiv fondodecultaraoconomiea com "Tel (B515227-4672 Fax (5515227-4694 Empresa certfieada 180 9001: 2000 ‘Titulo orginal: Apologi pour Histoire ou Metir dhistorien © 1949, inrsinie Armand Calin, Parc Disab de portada: WU, Pablo Rito DR. © 2004, Fospo ne CurruRa Beoxontca Carretera Pleo Ajusco 227; 14200 Mesico,D.F Se prohibe la reproduecin total parcial de esta obra A ihcluid el dseio tipograicay de portada~ ea exal fuoro ol medio, eletrnic © mecénico, fin el conseatimient por escrito del eta. ISBN 968-16-6155-9 (cuarta edicién) ISBN 968-16-0067-8 (tercera edicién) Impreso en Mexico + Printed in Mexico In memoriam ‘matris amicae ALUCIEN FEBVRE, Si ete libro ha de publicarse un di: si de simple antido- to al que pide hoy un cierto equiibrio del alma —entre Jos peares dolores y las peores ansiedades personales colestivas— viene @ ser un verdadero libro, ofrecido para ‘er leido, tro nombre distinto del de usted, queride ami 0, ser entonees inserito en la cubierta. Usted lo sabo, se ‘necesitaba ese nombre, en ese lugar: nico recuerdo per ‘mitido a una ternura demasiado profunda y demasiado sagrada para poder expresarla, ZY eémo me resignaria yo ‘ano verle a usted aparecer también sino al azar de algu- nas referencias? Juntos hemos combatide largamente por tuna historia mas amplia y mas humana. Sobre la tarea comin, ahora cuando escribo, se ciernen muchas amena- 4uas, No por nuestra culpa, Somos los vencidos provisio- rales de un injusto destino, Ya vendra el tiempo, estoy seguro, en que nuestra colaboracién podni volver a ser verdaderamente publica, como en el pasado, ¥, como en el pasado, libre, Mientras tanto continuars por mi parte en estas péginas,llenas de la presencia de usted. Aqui con- servaré el ritino, que fue siempre el suyo, de un acuerdo fundamental, vivfieado, en la superficie, por el prove- choso juego de nuestras afeetuosas discusiones. Entre las ldeas que me propongo sostener, més de una me llega sin ‘duda alguna, directamente de usted, Respeeto de muchas otras yo no podria decidir, en buena eoncienca, si son de ‘usted, mas 0 de ambos. Me enorgullece pensay que imu cchas veces me aprobard usted, En ocasiones me citiearé Y todo ello sera entre nosotros un vinculo més, Fougbres (Creuse), 10 de mayo de 1941 INTRODUCCION “Papa, explicame para qué sirve la historia”, pedia hhace algunos afios a su padre, que era historiador, ‘un muchachito allegado mio. Quisiera poder decir ue este libro es mi respuesta. Porque no aleanzo a imaginar mayor halago para un escritor que saber hablar por igual a los doctos y a los escolares. Pero recono2co que tal sencillez séio es privilegio de unos cuantos elegidos. Por lo menos conservaré aquf eon mucho gusto, como epigrafe, esta pregunta de un rife cuya sed de saber acaso no haya logrado apa- gar de momento. Algunos pensarén, sin duda, que es una formula ingenua; a mi, por el contrario, me parece del todo pertinente.' El problema que plan- tea, con la embarazosa desenvoltura de esta edad implacable, es nada menos que el de la legitimidad de la historia. ‘Ya tenemos, pues, al historiador obligado a rendir ‘cuentas. Pero no se aventuraré a hacerlo sin sentir un ligero temblor interior: gqué artesano, envejeci- do en su oficio, no se ha preguntado alguna vez, con un ligero estremecimiento, si ha empleado juiciosa- mente su vida? Mas el debate sobrepasa en mucho los pequefios eseripulos de una moral corporativa, e interesa a toda nuestra eivilizacién occidental. Porque contra Io que ocurre con otros tipos de cultura, ha esperado siempre demasiado de su me- ‘mori, Todo lo conducia a ello: la herencia cristiana como Ia herencia clisica. Los griegos y los latinos nuestros primeros maestros— eran pueblos his- ® 10 INTRODUCCION toridgrafos. El eristianismo es una religion de histo- Fiadores, Otros sistemas religiosos han podido fun- Gar sus ereeneias y sus ritos en una mitologia més ‘o menos exterior al tiempo humano, Por libros sa- {grados, tienen los erstianos libros de historia, y sus Titurgias eonmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos dela Iglesia y de los santos. El eristianismo es ademés histérico en otro sentido, quiza més profundo: colocado entre la Caf- da y el Juicio Final, el destino de la humanidad re- presenta, asus ojos, una larga aventura, de la cual ada destino, ada “peregrinacién” individual, ofre- ce, a su ver, el rele; en la duracion y, por lo tanto, en Ia historia, ee central de toda meditacin cris- tiana, se desarvolla el gran drama del Peeado y de la Redencin. Nuestro arte, nuestros monumentos literarios, est lenos de los ecos del pasado; nues- tros hombres de accion tienen constantemente en Jos labios sus loceiones, reales o imaginarias Convendria, sin dada, senalar mis de un matiz cen la psicologia de las grupos. Hace mucho tiempo ‘Que lo abservé Cournot; eternamente inclinados a reconstruir el mundo sobre las lineas de la raz6n, los franeeses en conjunto viven sus recuerdos colec” tivos con mucha menor intensidad que los alema- ‘nes, par ejemplo. Es tambien indudable que las ei- vilizaeiones pueden cambiar; no se concibe, como hhecho en si, que Ja nuestra no se aparte un dia de la historia, Los historiadores deberan reflexionar sobre ello, Porque es posible que si no nos ponemos en guardia, la llamada historia mal entendida ac be por desaereditar a la historia mejor compren- dlida, Pero si legéramos a es0 alguna vez, seria a costa de una profunda ruptura con nuestras més constantes tradeiones intelectuales. pyrRoDUCCION n De momento en esta cuestién no hemos pasado todavia de la etapa del examen de conciencia. Cada vez que nuestras estrictas sociedades, que se ha- an en perpetua erisis de crecimiento, se ponen a dudar de si mismas, se las ve preguntarse si han tenido razén al interrogar a su pasado o si To han in- terrogado bien. Leed lo que se eseribia antes de la guerra, lo que todavia puede escribirse hoy: entre las inquietudes difusas del tiempo presente oiréis, casi infaliblemente, la voz de esta inquietud mez lada con las otras. En pleno drama me ha sido da- do recoger el eco espontiineo de ello, Bra en junio de 41940, el mismo dia, si mal no me acuerdo, de la en trada de los alemanes a Paris. Enel jardin norman- doen que nuestro Estado Mayor, privado de fuerzas, arrastraba su ocio, remachabamos sobre las causas del desastre: “gHabra que pensar que nos ha enga- fhado la historia?", murmuré uno de nosotros, Asi la angustia del hombre hecho y derecho se unia, con su acento més amargo, a Ia sencilla curiosidad del jovenzuelo, Hay que responder a una y a otra. ‘Sin embargo, conviene saber qué quiere decir esa palabra “servir", Pero antes de examinarla quiero agregar unas palabras de excusa. Las circunstan- cias de mi vida presente, la imposibilidad en que me encuentro de usar una gran biblioteca, Ia pér- ida de mis propios libros, me obligan a fiarme de- masiado de mis notas y de mis experiencias. Con demasiada frecuencia me estan prohibidas las lec- turas complementarias, las verificaciones a que me obligan las leyes mismas del oficio del que me pro- pongo deseribir las practicas. :Podré, algin dia, lle- nar estas lagunas? Temo que nunca del todo. A este respecto, no puedo menos de solicitar indulgencia del lector y, diria, “declararme culpable’, si ello no 2 INTRODUCCION implicara echar sobre mf mas de lo que es justo, las faltas del destino, Es verdad que, incluso si hubiera que considerar a Ia historia ineapas de otros servicios, por lo menos podria decirse en su favor que distrae.O, para ser zmas exacto —puesto que cada quien busca sus dis- tracciones donde quiere—, que ast se lo parece a gran nimero de personas, Personalmente, hasta donde pueden llegar mis recuerdos, siempre me ha dver- tido mucho, En ello no ereo diferenciarme de los de- ris historiadores que, sino es por éta, cpor que fazén se han dedicado ala historia? Para quien no fea un tonto de marea mayor, todas la cieneias son interesantes. Pero cada sabio sélo encuentra una cuyo cultivo je diviert, Descubriria para consagrar- Sea ella es propiamente Io que se llama voeacin, Por si mismo, por lo demés, este indiscutible atractivo de ln historia merece ya que nos detenga ‘mos a rellexionar. ‘Ante todo, come german y como aguijén, mu papal ha sido sigue sendo capital. Antes que cl deseo de conocimiento, el simple gusta; antes quo la. obra ciontifiea plenamente consciente de svs fines, el snstinto que condice a en: Ta evolucién de nuestro comportamienta intelectual abunda en fisciones dle esta clase. Hasta en terrenos como el de I fisica, los primeros pasos deben mucho a las “coleeciones de curiosidades". Hemos visto, incluso, fgurar alos Pequetios goces de las antiguallas en la euna de Inds de una orientacién de estudios, que poco a poco fe ha cargado de seriedad. Esa es la genesis de Ia trqusclogia y, mda recientemente, dl flcior. Lae lectores de Alejandro Damas no son, quizés, sino historiadores en potencin ls queso falta la edu INTRODUCCION 13 cacién necesaria para darse un placer més puro, ¥, ‘a mi juicio, mas agudo: el del color verdadero. por otra parte, este encanto esta muy lejos de acabarse, en cuanto da principio la investigacién metédica, con sus necesarias austeridades; si, en- tonces, por el contrario —como pueden testimoniar todos los verdaderos historiadores—, gana todavia cn vivacidad y en plenitud, nada hay en ello que, en. cierto sentido, no valga para cualquier trabajo del espiritu. La historia, sin embargo, tiene indudable- ‘mente sus propios piaceres estéticos, que no se pa- recen a los de ninguna otra diseiplina. Ello se debe a que el espectaculo de las actividades humanas, ‘que forma su objeto particular, esta hecho, mas que otro cualquiera, para seducir la imaginacién de los, hombres. Sobre todo cuando, gracias a su aleja- ‘miento en el tiempo o en el espacio, su despliegue se atavia con las sutiles seducciones de lo extraio. El gran Leibniz nos lo ha confesado: cuando pasaba de las abstractas especulaciones de las mateméti- as, o de la teodicea, a descifrar viejas cartas 0 vie- Jas erénicas de Ia Alemania imperial, sentia, como nosotros, esa “voluptuosidad de aprender cosas sin- gulares”. Cuidémonos de quitar a nuestra ciencia su parte de poesia. Cuidémonos, sobre todo, como he descubierto en el sentimiento de algunos, de sonrojarnos por ello. Seria una formidable tonteria pensar que por tan poderoso atractivo sobre la sen- sibilidad, tiene que ser menos capaz también de sa- tisfacer nuestra inteligencia. Pero si esa historia a la que nos conduce un atracti- vvo que siente todo el universo no tuviera mas que tal atractivo para justificarse; si no fuera, en suma, ‘més que un amable pasatiempo como el bridge 0 la 4 INTRODUCCION pesea con anzuelo, ;mereceria que hiciéramos tan- tos esfuerzos por eseribirla? Por eseribirla, segtin lo tntiendo yo, honradamente, veridieamente, y yendo fen la medida de lo posible hasta los resories mas ‘ocultos, es decir, dificilmente. El juego —escribis ‘André Gide— no nos esta ya permitido hoy; ni si- ‘quiera el de la inteligencia, afiadia. Esto se escribfa fen 1938, En 1942, ano en que me ha tocado escri- bir, jel propésito adquiere un sentido todavia més gravel A buen seguro, en un mundo que acaba de abordar la quimica del atomo, que comienza a son- dear apenas el secrato de los espacios estelares, en rnuestro pobre mundo que, justamente orgulloso de su ciencia, no logra, sin embargo, erearse un poco de felicidad, las largas minucias de la erudicién his- térica, harto capaces de devorar toda una vida, me- recerian ser condenadas como un absurdo derroche de energias casi criminal sino condujeran mas que a revestir con un poco de verdad uno de nuestros sentimientos, O sera preciso desaconsejar el cultivo de la historia a todos los espiritus suseeptibles de ‘emplear mejor su tiempo en otros terrenos, ola his- toria tendré que probar su legitimidad como conoci- mento, Pero aguf se plantea una nueva cuestién: ;Qué es justamente lo que legitima un esfuerzo intelectual? Imaginé que nadie se atreveria hoy a decir, con los positivistas de estricta observaneia, que el valor de una investigacién se mide, en todo y por todo, segiin su aptitud para servir a la accién. La expe- riencia no nos ha ensefiado solamente que es impo- sible decidir por adelantado si las especulaciones aparentemente més desinteresadas no se revelarn, un dia acombrosamente utiles a Ia préctica. Rehu- sar ala humanidad el derecho a investigar, a calmar INTRODUCCION 15 su sed intelectual sin preocuparse para nada del bienestar, equivaldrfa a mutilarla en forma extra- fa, Aunque la historia fuera eternamente indife- rente al homo faber 0 al homo politicus, bastaria para su defensa que se reconociera su nevesidad para el pleno desarrollo del homo sapiens. Sin em- bargo, aun limitada de ese modo, la cuestion dista mucho de quedar fécilmente resuelta. Porque la naturaleza de nuestro entendimiento Jo inclina mucho menos a querer saber que a querer ‘comprender. De donde resulta que las tinicas cien- cias auténticas son, segin su voluntad, las que lo- ‘gran establecer relaciones explicativas entre los fe- némenos. Lo demas no es, segiin Ia expresién de Malebranche, mas que “polimatia”. Ahora bien, la polimatia puede muy bien pasar por distraccién o ‘por mania. Pero hoy menos que en tiempo de Male- branche podria pasar por una de las buenas obras de la inteligencia. Independientemente incluso de toda eventual aplicacién a la eondueta, la historia no tendré, pues, el derecho de reivindicar su lugar centre los conocimientos verdaderamente dignos de ‘esfuerzo, sino en el caso de que, en vez de una sim- ple enumeracién, sin lazos y casi sin limites, nos pro- ‘meta una clasificacion racional y una inteligibili- dad progresiva. Es innegable, sin embargo, que siempre nos pare- ‘cera que una ciencia tiene algo de incompleto si no nos ayuda, tarde o temprano, a vivir mejor. ¢¥ eémo zo pensar esto atin més vivamente cuando nos refe rimos a la historia que, segtin se cree, est destina- da a trabajar on provecho del hombre, ya que tiene ‘como tema de estudio al hombre y sus actos? De he- cho, una vieja tendeneia a la que se supondré por lo menos un valor instintivo, nos inclina a pedir a la 6 ByTRODUCCION historia que gufe nuestra accién; por lo tanto, a in- dignarnos contra ella, como el soldado vencido a que me he referido, si por casualidad parece manifestar su impotencia para hacerlo asi. El problema de la utilidad de la historia, en sentido estrieto, en el sen- tido “pragmético” de la palabra util, no se eonfunde con el de su legitimidad, propiamente intelectual Es un problema, ademas, que no puede plantearse sino en segundo término. Para obrar razonablemen- te, {no es necesario ante todo comprender? Pero, so pena de no responder més que a medias a las su- zestiones mas imperiosas del sentido comiin, aquel problema no puede eludirse, Algunos de nuestros consejeros, © quienes quisie- ran serlo, han respondido ya a estas cuestiones, Pero sélo io han hecho para amargar nuestras espe- ranzas, Los més indulgentes han dicho: la historia, carece de provecho y de solidez. Otros, con una se- veridad nada amiga de medias tintas, han dicho: es Perniciosa. "El producto més peligroso elaborado por la quimica del intelecto”, ha dicho uno de ellos, y no de los menos notorios. Estas invectivas tienen peligroso atractivo: justifican por adelantado la ig- norancia. Por fortuna, para lo que subsiste ada en nosotros de curiosidad espiritual, esas eensuras no carecen quizas de interés. Pero si el debate debe ser considerado de nuevo, es necesario que lo planteemos con datos mas se- ‘guros Porque hay una preeaucién que los detractores corrientes de la historia no han tenido en cuenta. Su palabra no caroce ni de elocuencia ni de esprit, Pero, por lo general, han olvidado informarse con cexactitud de lo que hablan. La imagen que tienen INTRODUCCION de nuestros estudios no parece haber surgide del taller. Huele més a oratoria académica que a gabi- rete de trabajo. Sobre todo, ha prescrito. De suerte que incluso pudiera ocurrir que toda esa palabreria se haya gastado en exorcizar a un fantasma, Nues- tro esfuerzo en este dominio debe ser harto dist to, Trataremos de buscar el grado de certidumbre de los métodos que usa realmente la investigacién, hasta en el humilde y delicado detalle de sus técni- cas, Nuestros problemas serén los mismos que im- pone cotidianamente al historiador su materia, En. tuna palabra, ante todo quisiéramos explicar eémo y por qué practiea su ofieio de historiador. Dejamos que el lector decida a continuacién si vale la pena ejercer este ofcio. Pongamos atencién, sin embargo. Asi limitada y comprendida, la tarea puede pasar por sencilla solo fen apariencia. Lo seria, quizs, si estuviéramos frente a una de esas artes aplicadas de las que se ha dicho todo cuando se han enumerado, una tras otra, las manipulaciones consagradas. Pero la his- toria no os lo mismo que la relajeria o la ebaniste- ria. Es un esfuerzo para conocer mejor; por lo tanto, una cosa en movimiento. Limitarse a describir una ciencia tal como se hace sera siempre traicionarla, tun poco. Es mucho mds importante decir eémo es- pera lograr hacerse progresivamente. Ahora bien, cesfuerzo semejante exige de parte del analista, for- zosamente, una dosis bastante amplia de seleccién. personal. In efecto, toda ciencia se halla, en cada una de sus etapas, atravesada constantemente por tendencias divergentes, que no es posible seps sin una especie de anticipacin del porvenir. No nos proponemos retroceder aqui ante esta necesidad. COLEF BiBLIOTEcA 915853 18 ByTRODUCCION En materia intelectual, mas que en ninguna otra, el horror de las responsabilidades no es un sent ‘miento muy recomendable. Sin embargo, la honr dez nos imponia advertir al lector. ‘Asimismo, las dificultades que se presentan ine- vitablemente cuando se hace un estudio de los mé- todos, varian mucho segtin el punto que haya al- canzado momenténeamente una disciplina en Ia curva, siempre un poco irregular, de su desarrollo. ‘Me imagino que hace cineuenta aftos, cuando toda- vvia reinaba Newton como maestro, era mucho més ficil que hoy construir con el rigor de un plano a 4quiteeténico una exposicién de la mecénica, Pero la historia es todavia una fase mucho més favorable a las certidumbres. Porque la historia no es solamente una ciencia en ‘marcha. Es también una ciencia que se halla en la infancia: como todas las que tienen por objeto el es- piritu humano, este recién Hegado al campo del co- nocimiento racional. O, por mejor decir, vieja bajo Ja forma embrionaria del relato, mucho tiempo en- vuelta en fieciones, mucho més tiempo todavia uni- a a los sucesos mas inmediatamente captables, es muy joven como empresa razonada de andlisis. Se ‘esfuterza por penetrar en fin por debajo de los he- cchos de la superficie; por rechazar, después de las sseducciones de la leyenda o de la retérica, los vene- ‘nos, hoy mas peligrosos, de la rutina erudita y del ‘empirismo disfrazado de sentido comin. No ha su- perado aiin, en algunos problemas ezenciales de su método, los primeros tanteos. Razén por la cual Fustel de Coulanges y, antes que él, Bayle no esta- ban, sin duda, totalmente equivocados cuando la amaban “Ia més dificil de todas las ciencias”. INTRODUCCION 19 @Pero es esto una ilusién? Por incierta que sige siendo en tantos puntos nuestra ruta, me parece que estamos actualmente mejor situades que nues- tros predecesores inmediatos para ver con mayor claridad. Las generaciones que han precedido inmediata- mente a la nuestra, en las tltimas décadas del si: glo xix y hasta en los primeras afios del xx, han vivido como alucinadas por una imagen demasiado rigida, una imagen verdaderamente comatiana de las ciencias del mundo fisico. Extendiendo al eonjunto de las adquisiciones del espiritu este sistema presti- gioso, consideraban que no puede haber conocimiento auténtico que no pueda desemboear en certidumbres formuladas bajo el aspecto de leyes imperiosamen- te universales por medio de demostraciones irrefu tables, Esta era una opinién casi undnime. Pero, aplicada a los estudios histéricos, dio lugar a dos tendencias opuostas, en razén de los distintos tem- peramentos. ‘Unos creyeron posible, en efecto, instituir una ciencia de ia evolucién humana conforme con este ‘deal en cierto modo pan-cientifico, y trabajaron con affin para crearla, sin perjuicio, por lo demas, de optar finalmente por dejar fuera de los efectos de este conocimiento de los hombres muchas realidades ‘muy humanas, pero que les parecian desesperada- mente rebeldes a un saber racional. Este residuo cera lo que llamaban desdefosamente el aconteci- miento; era también una parte de Ia vida mas inti- ‘mamente individual. Tal fue, en suma, la posicién de la escuela sociolégica fundada por Durkheim. Por lo menos si no se consideran las sutilezas que con In primera rigidez de los prineipios trajeron poco poco hombres demasiado inteligentes para 2 nyTRoDUCCION zo suftir, incluso a su pesar, a presin de las cosas. A este gran esfuerzo debon mucho nuestros estu- dios. Nos ha enseiiado a analizar con mayor profun- didad, a enfocar mas de cerea los problemas, a pen: ‘sar, me atrevo a decir, de manera menos barata. De se esfuerzo no hablaremos aqui sino con un respe- to y un agradecimiento infinitos. Si hoy nos parece superado, 6se es el precio que pagan por su fecundi dad, tarde o temprano, todos los movimientos inte- leetuales. Otros investigadores, sin embargo, adoptaron en ‘ese momento una actitud muy diferente. No logran- do insertar la historia en los mareos del legalismo fisico, particularmente preocupados, ademas —a causa de su primera educacién—, por las dificulta- des, las dudas, el frecuente volver a empezar de la critica documental, extrajeron de la experiencia, ante todo, una leecién de humildad desengafiada Les pareci6 que la disciplina a que habian consa- grado su inteligencia no podia ofrecer, @ fin de cuentas, conclusiones muy seguras en el presente, ni muchas perspoctivas de progreso en el futuro. Se inelinaron a ver en ella, mas que un conocimiento verdaderamente cientifico, una especie de juego estético, 0, por lo menos, de ejercicio higiénico favo- rable a la salud del espiritu. A menudo se les ha llamado “historiadores historizantes", sobrenombre injurioso para nuestra corporacién, pues parece con- siderar la esencia de la historia en la propia nega- ign de sus posibilidades. Por mi parte, yo les en- contraria de buena gana una rabrica mas expresiva en el momento del pensamiento francés al que per: tenecen, El amable y escurridizo Silvestre Bonnard es un anacronismo, si se atiene uno a las fechas en que el INTRODUCCION a libro fija su actividad, justamente como esos santos antiguos pintados ingenuamente por los escritores de la Edad Media, baje los colores de su propio tiem- po. Silvestre Bonnard (por poco que se atribuya, ‘aunque sea por un instante, a esta sombra inventa- da, una existencia humana), el “verdadero” Silvestre Bonnard, nacido en el Primer Imperio —la genera- eign de los grandes historiadores roménticos le hu- biera contado entre los suyos—, habria compartido con ella los entusiasmos emocionados y fecundos, In fe un poco candida en el porvenir de Ia “filosofia” de la historia. Olvidemos la época a la que se dice que pertenecié y situémosle en la que se escribié su vida imaginaria: merecerd figurar como el patrén, como cl santo corporativo de todo un grupo de historiado- res, que fueron més o menos los contemporéineos intelectuales de su bidgrafo: trabajadores profunda- ‘mente honestos, pero de aliento un poco corto y de los que se diria a veces que, como es0s nifos cuyos padres se han divertido mucho, levaban en Ios hue- 0s la fatiga de las grandes orgias histéricas del ro- manticismo, dispuestos a empequehecerse ante sus colegas del laboratorio, mas deseosos, en suma, de aconsejarnos prudencia mas que empuje. :Serfa de- ‘masiado malicioso querer buscar su divisa en la sor- prendente frase que se le escapé un dia al hombre dd inteligencia tan viva que fue mi querido maestro ‘Charles Seignobos: “Es muy util hacerse preguntas, pero muy peligroso responderlas”? No es ése, a buen ‘seguro, el propésito de un fanfarrén. Peto si los fis: 0s no hubieran hecho més profesin de intrepidez, adonde estaria a este respecto Ia fisica? ‘Ahora bien, nuestra atmésfera mental no es ya la ‘misma. La teorfa cinética del gas, la mecdnica eins- teiniana, la teoria de los quanta, han alterado pro- 2 INTRODUCCION fundamente la idea que ayer todavia se formaba ceada cual de la ciencia, No la han rebajado, pero la hhan suavizado, Han sustituido en muchos puntos lo cierto por lo infinitamente probable; lo rigurosamen- te mensurable por la nocién de la eterna relativi- dad de la medida. Su accién se ha hecho sentir in- cluso sobre los innumerables espiritus —entre los cuales debo contarme yo— a quienes las debilida- des de su inteligencia 0 de su educacién les prohiben seguir esa motamorfosis en otra forma que no sea de muy lejos y por reflejo. Asi, para lo sucesivo, es- tamos mucho mejor dispuestos a admitir que un co- nocimiento puede pretender el nombre de cientifico aunque no se confiese capaz de realizar demostra ciones euclidianas o de loyes inmutables de repeti cidn, Hoy aceptamos mucho mas fieilmente hacer de la certidumbre y del universalismo una cuestion de grados. No sentimos ya Ia obligacién de tratar de imponer a todos los objetos del saber un modelo in- telectual uniforme, tomado de las ciencias de la na- turaleza fisica, pues sabemos que en las propias ciencias fisieas ese modelo no se aplica ya eompleto, cin no sabemos muy bien qué sera un dia las cien- cias del hombre, Sabemos que para ser —obedecien- do siempre, por supuesto, a las leyes fundamentales de la razén— no tendrén necesidad de renuneiar a ‘su originalidad ni de avergonzarse de ello. ‘Me gustaria que entre los historiadores de profesién, los jovenes sobre todo, se habituaran a reflexionar sobre estas vacilaciones, sobre estos perpetuos “arre- pentimientos” de nuestro ofico, Esa sera para ellos ‘mismos la mejor manera de prepararse, por una eleccién deliberada, a conducir razonablemente sus esfuerzos. Sobre todo me gustaria verlos acerearse, INTRODUCCION 2 cada ver en ntimero mayor, a esta historia a Ia vez ampliada y tratada con profundidad, euyo diseno concebimos varios —eada dia menos raros—. $i mi libro puede ayudarlos tendré la impresién de que no habra sido absolutamente inutil. Tiene, Io reco- nozeo, algo de programa. Pero yo no eseribo tnicamente, ni sobre todo, para ol uso interior del taller. Tampoco me ha pat ido que fuera menester ocultar a los simples curio- sos nada de las irresoluciones de nuestra ciencia, Estas irresoluciones son nuestra excusa. Mejor ain: a ellas se debe la frescura de nuestros estudios. No s6lo tenemos el derecho de reclamar a favor de la historia la indulgencia debida a todos los comien- 208. Lo inaeabado, si tiende perpetuamente a supe- rarse, tiene para todo espiritu un poco ardiente una sedueeién que bien vale por la del éxito mas eabal. Al buen labrador —ha dicho, mas 0 menos, Péguy— Je gustan las labores y la siembra tanto como la re- colecién, Conviene que estas palabras introductorias termi: zen con una confesién personal. Considerada aisla- damente, cada ciencia no representa nunca mis que un fragmento del movimiento universal hacia cl conocimiento. Ya se me ha presentado la ocasién de dar un ejemplo de ello més arriba: para enten- der y apreciar bien estos procedimientos de investi- gacién, aunque se trate de los més particulares en apariencia, seria indispensable saberlos unir con un trazo perfectamente seguro al conjunto de las tendencias que se manifiestan en el mismo momen- to en las demas clases de disciplina. Ahora biei ‘este estudio de los métodos considerads en sf mis ‘mos constituye, a su manera, una especialidad cu- m INTRODUCCION ‘yos técnicos ae llaman filésofos, Es éste un titulo al que me esta vedado aspirar. Por esta laguna de mi primera educacién el presente ensayo perder mu- cho, sin duda, en precision de lenguaje como en am- plitud de horizonte. No puedo presentarlo sino como lo que es: el memento de un artesano al que siem- pre le ha gustado meditar sobre su tarea eotidiana; el “carnet” de un oficial que ha manejado durante ‘muchos aftos la toesa y el nivel, sin creerse por eso matemitico. I. LA HISTORIA, LOS HOMBRES YEL TIEMPO 1. La BLECCION DEI. HISTORIADOR La palabra historia es muy vieja, tan vieja que a ve- ces ha Ilegado a cansar. Cierto que muy rara vez se ha Hegado a querer eliminarla del voeabulario. In- cluso los sociélogos de la escuela durkheimiana la admiten, Pero sélo para relegarla al ultimo rineén de las ciencias del hombre: especie de mazmorras donde arrojan los hechos humanos, considerados a la vex los mas superficiales y los més fortuitos, al tiempo que reservan a la sociologia todo aquello que Tes parece susceptible de andlisis racional, ‘Aosa palabra, por el contrario, le conservaremos nosotros aqui su mas amplia significacién. No nos veda de antemano ningiin género de investigacién, ya se proyecte de preferencia hacia el individuo 0 hacia la sociedad, hacia la deseripcién de las crisis ‘momenténeas 0 hacia la busqueda de los elementos ‘més durables; no encierra en si misma ninguin ere- do; no compromete a otra cosa, seguin su ctimologia original, que a la “investigacién”. Sin duda desde ue aparecié, hace mis de dos milenios, on los labios de los hombres, ha cambiado mucho de contenido, Ese es el destino, en el lenguaje, de todos los térmi nos verdaderamente vivos. Si las ciencias tuvieran que buscarse un nombre nuevo cada ver que hacen tuna conquista, jeuantos bautismos habria y cudnta pérdida de tiempo en el reino de las academias! 25 26 LATISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO Pero por el hecho de que permanezea apacible- mente fel a su glorioso nombre heleno, nuestra his- toria no sera la misma que escribia Hecateo de Mi eto, como la fisica de lord Kelvin o de Langevin no cs la de Aristételes. :Qué es entonces la historia? ‘No tendria interés alguno que encabezdramos este libro, centrado on torno a los problemas reales de la investigacién, exponiendo una larga y rigida definicién. :Qué trabajador serio se ha detenido nun- ca ante semejantes articulos de fo? Su cuidadosa precision no deja solamente escapar lo mejor de todo impulso intelectual: entiéndase bien, Io que hay en 41 de simples veleidades de impulso hacia un saber todavia mal determinado, de potencia de extensién Su peligro mas grave consiste en no definir tan eui- dadosamente sino con el nico fin de delimitar me- jor: “Lo que sin duda puede reducir —dice el Guar- didn del dios Término—es este tema o esta manera de tratarlo. Pero euidado, joh efebo!: eso no es his- toria”. ;Somos, pues, veedores de los tiempos anti- ‘guos para codificar las tareas permitidas a las gen. tes del ofcio, y, sin duda, una vez cerrada la lista, para reservar el ejercicio de esas tareas a nuestros maestros patentados?? Los fisicos y los quimicos son mas diseretos: que yo sepa jams se les ha visto querellarse sobre los derechos respectivas de la fsi- ca, de la quimica, de la quimicafisica 0 —suponien- do que este término exista— de la fisicaquimica, No es menos cierto que frente a la inmensa y con- fusa realidad, el historiador se ve necesariamente obligado a sefialar el punto particular de aplicacién, de sus ities; en consecuencia, a hacer en ella una eleccisn, eleccién que, evidentemente, no sera la mis- ‘ma que, por ejemplo, la del biologo: que sera pro- piamente una eleccién de historiador. Este es un LABISTORIA, LOSHOMBRESYEL TIEMPO 27 lo lar. auténtico problema de accién. Nos segui 0 de nuestro estudio. 2. LA HISTORIA Y LOS HOMBRES Se ha dicho alguna ver: “la Historia es la ciencia del pasado”. Me parece una forma impropia de hablar. Porque, en primer lugar, es absurda la idea de que ‘al pasado, considerado como tal, pueda ser objeto de la ciencia. Porque emo puede ser objeto de un cono- cimiento racional, sin una delimitacién previa, una, serie de fenémenos que no tienen atro cardeter co- ‘mn que el no ser nuestros eontempordneos? {Cabe imaginar en forma semejante una ciencia total del Universo en su estado actual? ‘Sin duda, en los origenes de la historiografia es- tos escriipulos no embarazaban apenas a los viejos analistas, Contaban confusamente acontecimientos sélo unidos entre sf por la eircunstancia de haberse producido aproximadamente en el mismo momento: los eclipses, las granizadas, la aparicién de sorpren- dentes meteores, con las batallas, los tratados, Ia muerte de héroes y reyes. Pero en esta primera me- ‘moria de la humanidad, confusa como una percep- cién infantil, un esfuerzo de andlisis sostenido ha realizado poco a poco la clasificacién necesaria. Es cierto que el lenguaje, por esencia tradicionalista, conserva voluntariamente el nombre de historia a todo estudio de un cambio en la duracién... La cos- tumbre earece de peligro, porque no engaa a na~ die. En este sentido hay una historia del sistema solar, ya que los astros que lo componen no han sido siempre como los vemos. Esa historia incumbe ala astronomia. Hay una historia de las erupeiones 28 LAHISTORIA, LOS HOMBRES ¥ EL TIEMPO nics gus senramante oe ayor nee TUIEES SOS STEGET SL iSa no porenees Ja historia de los historiadores. Pertenece entities sn ques vot gees strasoney Por algiin sesgo especial, se unen a las preoeupacio- tev espcieas de nuestra historia de heoetens {Bnloncs, cone se satalece on Ta prac Ieee fartctn de Ing tars? Us sem fected nen {pslseompretann mao dada gs mis fundo, ef Bins cn la ota fame, Denese cogs: iA qué rina dl conocitento ce stgnae a estudio de ete fondmeno? Al prone, tadee Senos Sean que sla geolgia Mecnniane de oe oie nes, funcin dons coviontes mariimas, canbe a vez en el nivel de los océanos. {No ha sido crea- ay trial mundo la golgta arn ue tate to tod os? Sin dda, No oblate, cuando se ex na la custion ms de cece, deoeubrnos sas cosas no son tan sencillas. se frente wt oo de carta in rg dea ransfirinacion He aqul yaa noes peda a ge a plenteare cctonen ue to son mente’ de st incumbencia. Porque, sin dua al colmatae fue cuando menos fnvarteio rer eas. trucelin de dies, orla desviacon ds nas ns descactones actos Rumanoe, natn de eee des electives y que ilo cron postion a etructure sol determined Volo erro dela aden a6 pribema ale las consoouncias, A poe datancada oe det goo habia una ciudad! Bruja, que se come cabs cn por corto trecho deo Bor las age il LA HISTORIA, LOS HOMBRES YEL TIEMPO 29 ‘win recibfa o expedia Ia mayor parte de las mer- cancias que haeian de ella, guardando todas las roporeiones, el Londres o el Nueva York de aquel tiempo. El golfo se fue cegando, cada dia més aston- siblemente. Buen trabajo tuvo Brujas, a medida ‘que se alejaba la superficie inundada, de adelantar cada ver mas sus antepuertos: fueron quedando pa- ralizados sus muelles. Sin duda no fue ésa la tinica cause de su decadencia. Acta alguna vez lo fisico sobre lo social sin que su accién sea preparada, ayudada 0 permitida por otros factores que vienen ya del hombre? Pero en el movimiento de las ondas ausales, aquella causa cuenta al menos, sin duda, entre las més eficaces. "Ahora bien, la obra de una sotiedad que modifica ssegtin sus necesidades el suelo en que vive es, como todos percibimos por instinto, un hecho eminente- mente “histérico”. Asimismo, las vicisitudes de un tco foco de intereambios; por un ejemplo harto ca- rracteristico de Ia topografia del saber, he abi, pues, de una parte, un punto de interseccidn en que la flianza de dos disciplinas se revela indispensable para toda tentativa de explicacién; de otra parte, fun punto de transite, en que una vez que se ha dado cuenta de un fenémeno y que sélo sus efectos, por lo demas, estan en la balanza, es cedido en cier- fo modo definitivamente por una disciplina a otra, {Qué ha ocurrido, cada ver, que haya parecido pe- fiir imperiosamente la intervencién de la historia? Es que ha aparecido lo humano. En efecto, hace mucho que nuestros grandes ante- ‘pasados, un Michelet y un Fustel de Coulanges, nos ‘habfan enseiiado a reconocerlo: el objeto de la histo ria es esencialmente el hombre. Mejor dicho: los hombres. Mas que el singular, favorable ala abstrac- 30 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO ién, conviene a una ciencia de Io diverso el plural, que es el modo gramatieal de la relatividad, Detrés de los rasgos sensibles del paisaje, de las herramien- tas o de las maquinas, detras de los eseritos aparen- temente més frios y de las instituciones aparente- ‘mente mas distanciadas de los que las han ereado, Ja historia quiere aprehender a los hombres.® Quien ‘no Io logre no pasaré jamds, en el mejor de los casos, de ser un obrero manual de la eradicién. Alli donde ‘huele la carne humana, sabe que esta su presa, Del eardecter de la historia, en cuanto conocimiento de los hombres, depende su posiciéa particular fren te al problema de la expresién. {Es la historia una ciencia o un arte? Hacia 1800 les gustaba a nues- tros tatarabuelos discernir gravemente sobre este punto, Mas tarde, por los afios de 1890, baados en ‘una atmésfera de positivismo un tanto rudimenta- ria, se pudo ver edmo se indignaban los especialis- tas del método porque en los trabajos histéricos el piiblico daba importancia, segun ellos excesiva, a lo que se lamaba la “forma”. (Bl arte contra la cien- cia, la forma contra el fondo! ;Cudntas querellas ‘que mas vale mandar al archivo de la escoldstica! ‘No hay menos belleza en una exacta ecuacién quo en una frase precisa. Pero cada ciencia tiene su propio lenguaje estético. Los hechos humanos son esencialmente fenémenos muy delicados y muchos de ellos escapan a la medida matemaética, Para tra- ucirlos bien y, por lo tanto, para comprenderlos bien (jaeaso es posible comprender perfectamente Jo que no se sabe decir?) se necesita gran finura de lenguaje, un color adecuado en el tono verbal. Alli donde es imaposible ealcular se impone sugerir. En- tre la expresién de las realidades del mundo fisico y LA HISTORIA, LOS HOMBRES YEL TIEMPO 81 la oxpresién de las realidades del espiritu humano, el eontraste es, en suma, e] mismo que entre la ta rea del obrero que trabgja con una fresadora y la tarea del violero: los dos trabajan al milimetro, pero el primero usa instrumentos mecénicos de pre- Cision y el vioero se guia, sobre todo, por la sensibi- lidad det oido y de los dedos. No seria eonveniente quo uno y otro trataran de imitarse respectivamen- te, cHabra quien niegue que hay un tacto de las palabras como hay un tacto de la mano? 3. EL Tiempo nIsTORICO “Ciencia de los hombres”, hemos dicho. La frase es demasiado vaga todavia. Hay que agregar: “de los hombres en el tiempo”. Ei historiador piensa no slo Jo "humano”. La atmésfera en que su pensamiento respira naturalmente es la categoria de la duracion. Bs dif, sin duda, imaginar que una ciencia, sea Ja que fuere, pueda hacer abstraccién del tiempo Sin embargo, para muchas ciencias que, por con- veneién, dividen el tiempo en fragmentosartfcil- ‘mente homogéneos,éste apenas representa algo més que una medida. Por el eontrario el tiempo de Ia storia, realidad concreta y viva abandonada a su impulko irrevertible es el plasma mismo en que se banan los fenéimenos y algo asi como el lugar de intelgiidad, 1 numero do segundos, do afos 0 siglos que exige un euerpo radiactivo para con- tenis en sos Corpo, ou dato fndamental dela atomistia. Pero que esta o aquella de sus me- tamorfosis haya ocurrido hace mil aos, ayer hoy o que deba producirse maiana, es una considera- cid que interesa sin duda al geélogo, poraue la 32. LAHISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO geologia es a su manera una disciplina histérica, mas deja al fisico perfectamente impavido. En eam: bio, a ningsén historiador le bastard comprobar que César necesité ocho afios para conquistar la Galia; que Lutero necosité quince afios para que del novi- cio ortodoxo de Erfurt saliera el reformador de Wit- temberg. Le interesa mucho més sedalar el lugar ‘exacto que ocupa la conquista de la Galia en a ero- nologia de las vicisitudes de las sociedades euro- peas; y sin negar en modo alguno lo que haya podido contener de eterno una crisis del alma como la del hermano Martin, no creer haber rendido cuenta exacta de olla mas que después de fijado con preci sidn su momento en Ia curva de los destinos simul- tdneos del hombre que fue su hérve y de la civiliza- ign que tuvo por clima, Ahora bien, este tiempo verdadero es, por su pro- pia naturaleza, un continuo. Es también cambio perpetuo. De la antitesis de estos dos ai ‘vienen los grandes problemas de la investigaciéa his- térica. Este, antes que otro alguno, pues, pone en tela de juicio hasta Ia razén de nuestros trabajos, Consideremos dos periodos sucesivos demarcados en el suceder ininterrumpido de los tiempos. ;En qué medida el lazo que establece entre ellos el flujo de Ia duracién es mayor o monor que las diferencias nacidas de la propia duracién? ;Habré que conside- rar el conocimiento del periodo més antiguo como necesrioosuperfivo para ol conoimiento del més 4. EL (D0L0 DE Los ORIGENES Nunca es malo comenzar con un mea culpa. Natu- ralmente cara a los hombres que hacen del pasado LA HISTORIA, LOS HOMBRES YELTIEMPO 33 el principal tema de investigacién, Ia explicacién de Jo mas préximo por lo mas lejano ha dominado a ‘menudo nuestros estudios hasta la hipnosis. En su forma més caracteristica, este fdolo de la tribu de los historiadores tiene un nombre: la obsesin de los ‘origenes. En el desarrollo del pensamiento histérico ‘esa obsesion ha tenido también su momento de fa- vor particular. Creo que fue Renan quien escribié un dfa (cito sélo de memoria y temo que con inexactitud): “En todas las cosas humanas los origenes merecen ser e3- tudiados antes que nada’. ¥ antes que él habia di cho Sainte-Beuve: “Espio y noto eon curiosidad lo que comienza”. Bs una idea muy propia de su tiem- po, tan propia como la palabra origenes. A los Ori- genes del eristianismo respondieron poco mas tarde los Origenes de la Francia contemporénea. Sin con- tar los epigonos. Pero el término es inquietante, por- que es equivoco. {Significa simplemente “Ios principios”? Eso seria ‘mas o menos claro. Habré, sin embargo, que hacer tuna reserva: la nocién misma de este punto inicial aplicado a la mayorfa de las realidades histéricas s jue siendo singularmente huidiza. Cuestién de defi- nieién sin duda, De una definicién que con dema- siada facilidad se olvida por desgracia. ‘Cuando se habla de los origenes ;debemos enten- der, por el contrario, las eausas? En ese caso no ha- bra’ més dificultades de las que constantemente (y ‘més todavia, sin duda, en las ciencias del hombre) ‘son, por naturaleza, inherentes a las inves res eausales. ero con frecuencia se establece entre los dos sen- tidos una contaminacién tanto més temible cuanto 94 LAHISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO ‘que, en general, no se percibe muy claramente. En el vocabulario corriente los origenes son un comicn- 420 que explica, Peor atin: que basta para explicar Ahi radica la ambigtiedad, ahi esta el peligro. Seria una interesantisima investigacién Ia que tra- tara de estudiar esta obsesién embriogénica tan no- toria en toda una familia de grandes inteligencias. Como sucede a menudo —nada es més dificil que establecer entre las diversas ramas del conoeimiento una simultaneidad exacta—, en este caso las cien- cias del hombre quedaron rezagadas de las ciencias de la naturaleza; hacia mediados del siglo xix estas Gltimas estaban dominadas por el evolucionismo Diol6gieo, que por el contrario supone un distancia miento progresive de las formas ancestrales y ex- plica el fendmeno, en cada etapa, por las condicio- nes de vida o del medio propias del momento, La filosofia francesa de Ia historia, desde Cousin hasta Renan, recibio el gusto apasionado por los origenes, sobre todo del romanticismo alemén. Ahora bien, este interés, en sus primeros pasos, habia sido con. temporaneo de una fisologfa bastante anterior a la nuestra: la de los prerreformistas que, a voces en Ja esperma, a veces en el huevo, erefan encontrar un resumen de la edad adulta. Afi eacién de Jo primitive que habia sido familiar al siglo xvut francés. Pero los pensadores de la Alema- nin romédntiea, herederos de este tema, antes de transmitirlo a nuestros historiadores, sus diseipa- Jos, @ su vez lo habian ataviado con los artificios de muchas sedueviones ideoldgicas nuevas. {Qué pa- Jabra nuestra lograré algin dia expresar la fuerza de ese famoso prefijo aleman Ur: Urmenseh, Urdi- chtung? Todo se inelinaba, pues, a esas generacio- LAHISTORIA, LOS HOMBRES EL'TIEMPO 35 ‘nes a conceder, en las cosas humanas, una impor- tancia extrema a los hechos del principio. No obstante, otro elemento de naturaleza muy diferente también ejercié su accién. En la historia, religiosa, el estudio de los origenes adquirié espon- ‘taneamente un lugar preponderante porque pare- fa proporeionar un eriterio del valor de las religio- nes, especialmente de la religién cristiana. Ya lo sé, hoy en dia algunos neocatélieos —entre los cuales, por otra parte, mas de uno no es eatélico en absolu- to— tienen la eostumbre de burlarse de las preo- cupaciones de los exegetas. “No comprendo vuestra, cemocién —confesaba Barrds a un sacerdote que habia perdido Ia fe—. ¢Qué tienen que ver con mi sensibilidad las discusiones de un pufado de sabios sobre unas palabras hebreas? Basta la atmésfera de las iglesias.” Y Maurras, a su vez: *gQué me importan los evangelios de cuatro judios oscuros?” Coscuros” quiere decir, imagino, plebeyos: porque parece dificil no reconoeer a Mateo, Mareos, Lucas y Juan cierta notoriedad literaria). Estos bromistas sélo quieren presumir, y soguramente ni Pascal ni Bossuet hubieran hablado asi. Es indudable que se puede concebir una experiencia religiosa que no deba nada a la historia, Al deista puro le basta una iluminacién interior para creer en Dios. No para creer en el Dios de los eristianos. Porque el erst nismo, como he recordado ya, es esencialmente una religién histériea: entiéndase bien, una religién ceuyos dogmas primordiales deseansan sobre acon- tecimientos. Volved a leer nuestro Credo: “Creo en Jesucristo... que fue crucficado bajo Poncio Pi- latos... y al terer dia resucité de entre los muertos”. ‘Ahi los comienzos de la fe son también sus funda smentos. COLEF BIBLIOTECA 36 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO Ahora bien, por un contagio sin duda inevitable, estas preoeupaciones, que en un determinado and- lisis religioso podian tener su razén de ser, se exten dieron a campos de la investigacién en que su legi timidad era mucho més discutible. Ahf también fue puesta al servicio de los valores una historia cen- trada en los nacimientos. {Qué se proponia Taine al eserutar los origenes de la Francia de su tiempo, sino denunciar el error de una politica surgida, se- gin pensaba, de une falsa filosofia del hombre? Se tratara de las invasiones germénicas o de la con- quista de Inglaterra por los normandos, el pasado no fue empleado tan activamente para explicar el presente mas que con el designio de justficarlo me- jor o de condenarlo, De tal manera que en muchos feasos el demonio de los origenes fue quizés sola- ‘mente un avatar de ese otro enemigo satinico de la verdadera historia: la mania de enjuiciar. Volvamos, sin embargo, a los estudios eristianos. ‘Una cosa es, para la conciencia inquieta que se bus- caa sf misma, una regla para fijar su actitud frente ala religion catdlica, tal y como se define cotidiana- mente en nuestras iglesias, y atra es, para el histo- riador, explicar, como un hecho de observacién, el catolicismo actual. Aunque sea indispensable, por supuesto, para una inteligencia justa de los fen6- ‘menos religiosos actuales, el conocimiento de sus comienzos, éste no basta a explicarlos. Con objeto de simplificar el problema, renunciomos incluso a proguntarnos hasta qué punto, bajo un nombre que no ha cambiado, ha permanecido la fe realmente inmutable en su sustancia. Por intacta que se su- ponga a una tradicién, habré siempre que dar las razones de su mantenimiento. Razones humanas, LAHISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO 97 se entiende; la hipétesis de una accién providencial escaparia a la ciencia. En una palabra, la cuestién rng es saber si Jesis fue crueificado y luego resucits, Lo que se trata de comprender es por qué tantos hombres creen en Ia Crucifixién y en la Resurrec- cién. Ahora bien, la fidelidad a una creencia no es, evidentemente, més que uno de los aspectos de In ‘vida general del grupo en que ese caricter se mani- fiesta. Se sitia como un nudo en el que se mezclan tuna multitud de rasgos convergentes, sea de estruc- ‘ura social, sea de mentalidad eolectiva. En una pa- Jabra, plantea todo un problema de clima humano, El roble nace de la bellota. Pero sélo llega a ser ro- ble y sigue siendo roble si encuentra condiciones ambientales, las cuales no pertenecen al campo de In embriologia. Hemos eitado la historia religiosa sélo a manera de ejemplo, Pero a todo estudio de Ia actividad hu- ‘mana amenaza el mismo error: confundir una fila cién con una explicacién. Se trata, en suma, de la ilusién de los viejos eti- :mélogos, que pensaban haber agotado el tema euas do, frente al sentido actual, ponfan el sentido mas antiguo conocido: cuando habian probado, supongo, que la palabra “bureau” designaba primitivamente una tela, o que Ia palabra “timbre” designaba un tambor. Como si el verdadero problema no consis- tiera en saber cémo y por qué se produjo el desliza- miento. Como si, sobre todo, cualquier palabra no tuviera su funcién fijada, en Ta lengua, por el esta- do contempordneo del vocabulario: la cual se halla determinada a su vez por las condiciones sociales ddel momento. “Bureaux”, en “bureaux” de ministerio, quiere decir una burocracia. Cuando yo pido “tim: bres” en una oficina de correos, el empleo que hago 38 LA HISTORIA, LOS HOMBRES Y BL TIEMPO del términe ha exigido, para establecerse, junto con Ja organizacién lentamente elaborada de un servi- cio postal, la transformacién técnica decisiva para Ja aparicién de los intercambios del pensamiento hhumano, que sustituyé, en una época determinada, la impresién de un sello por Ia aplicacién de una vi- feta engomada. Ello s6lo ha sido posible porque, cespecializadas por oficios, las diferentes acepeiones del antiguo nombre se han separado ya de tal modo una de otra, que no hay peligro de que se confunda, ‘l timbre que voy a pegar en mi sobre y, por ejem- plo, aguel cuya pureza en sus instrumentos me elo- giard el vendedor de misica. Se habla de los “origenes del régimen feudal”. @Dénde busearlos? Unos han dicho que “en Roma’ otros que “en Germania”. Las razones de estos espejismos son evidentes. Aqui y allé habfa efecti- vamente ciertos usos —relaciones de clientela, companerismo guerrero, posesién del feudo como salario por los servicios— que las generaciones pos- teriores, contemporsneas, en Europa, de las llama- das épocas feudales, habrian de continuar. No, por Jo demas sin modificarlas mucho. En uno y otro lado se empleaban palabras —“beneficio” (benefi cium) entre los latinos, “feudo” entre los germa- ‘nos—, que iban a seguir siendo empleadas por esas generaciones dndoles poco a poco, sin advertirlo, lun contenido casi enteramente nuevo, Porque, para desesperacién de los historiadores, los hombres no tienen el habito de cambiar de vocabulario cada vez que cambian de costumbres. Todas éstas son prue- bas Ilenas de interés. {Cabra pensar que agotan el, problema de las eausas? El feudalismo europeo, en. ‘sus instituciones earacteristicas, no fue un tejido de supervivencias areaicas. Durante una fase de- LAHISTORIA, LOS HOMBRES YELTIEMPO 39 terminada de nuestro pasado nacié de todo un am- Diente social Seignobos ha escrito en alguna parte: “Creo que las ideas revolucionarias del siglo xvi provienen de las ideas inglesas del siglo xvu”. {Trataba con ello de decir que habiendo leido los escritos ingloses del siglo anterior o que habiendo sufrido indirecta- ‘mente su influencia, los publicistas franceses de Ia 6poca de las luces adoptaron los principios politicos de aquéllos? Podra darsele la razén, suponiendo al ‘menos que nuestros fildsofos no pusieran verdade- ramente nada suyo original en las férmulas extran- jeras, como sustancia intelectual, o como tonalidad de sentimiento, Pero incluso reducida de ese modo, no sin eierta arbitrariedad, al hecho de haberlas tomado prestadas, la historia de este movimiento de las ideas estard muy lejos de haber quedado completamente eselarecida. Porque siempre subsis- tira el problema de saber por qué ocurrié la trans- misién en Ia fecha indicada, ni més pronto ni mas, tarde. Todo contagio supone dos cosas: generacio- res microbianas, y, en el instante en que prende el mal, un “terreno”, En una palabra, un fenémeno histérieo nunca pue- de ser explicado en su totalidad fuera dol estudio de 5u momento, Hsto ea cierto de todas las etapas de la evolucién. De la etapa en que vivimos como de to- das las demas. Ya lo dijo el proverbio arabe antes que nosotros: “Los hombres se parecen mas a su tiempo que a sus padres”. El estudio del pasado se hha desacreditado en ocasiones por haber olvidado esta muestra de la sabiduria oriental. 40 LAHISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO 5. Los LIMITES DE Lo ACTUAL Y DE 10 INACTUAL Gay que creer, sin embargo, que por no explicar todo el presente, es el pasado totalmente inutil para explicarlo? Lo curioso es que hoy pueda plan- tearse esta euestion En efecto, hasta hace muy poco tiempo, esa eues- tidn parecia a casi todo el mundo resuelta por ade- lantado. “Quien quiera atenerse al presente, a lo ac- tual, no comprenderd lo actual’, escribia Michelet fn el siglo pasado, a la cabeza de su hermoso libro El pueblo, Meno sin embargo de las pasiones del momento. Y ya Leibniz incluia entre los beneticios ‘que esperaba de la historia “los orfgenes de las co- sas presentes descubiertos en las cosas pasadas; porque —agregaba— una realidad no se comprende ‘nunea mejor que por sus causas".S Pero desde la época de Leibniz, desde la época de Michelet, ha ocurrido un hecho extraordinario: las revoluciones sucesivas de las téenicas han aumen- tado considerablemente el intervalo psicolégico en- tre las generaciones. No sin cierta razén, quid, el hombre de la edad de Ia electricidad o del avin se siente muy lejos de sus antepasados. De buena ga- na e imprudentemente concluye que ha dejado de estar determinado por ellos. Agréguese a io ante- ior Ia indicacin modernista innata a toda menta- lidad de ingeniero. Para echar a andar o para repa- rar una dinamo es necesario conocer las ideas del viejo Volta sobre el galvanismo? Por una analogia ciertamente falsa, pero que se impone esponténea- mente a mas de una inteligencia sometida a la mé- ‘quina, se pensard igualmente que para comprender los grandes problemas humanos de la hora presen- LAHISTORIA, LOS HOMBRES YELTIEMPO 41 te y tratar do resolverlos, de nada sirve haber ana- Tizado sus antecedentes. Cogidos ellos también, sin darse cuenta exacta de ello, en esta atmésfera mo- dernista, geémo no van a tener los historiadores la sensacién de que, asimismo en su dominio, no se desplaza con movimiento menos constante Ia fron- tera que separa lo reciente de lo antiguo? El régi- ‘men de la moneda estable y del patrén oro, que ayer figuraba en todos los manuales de economia politi- a como la norma misma de Ia actualidad, ges para cl economista actual todavia presente o historia con- siderablemente enmohecida? Tras estos paralogis- ‘mos es fécil descubrir, por lo tanto, un haz de ideas ‘menos inconsistentes y cuya simplicidad, al menos aparente, ha sedueido a ciertos espiritus. Créese que es posible poner aparte en el largo de- ‘curso del tiempo una fase de corta extensién. Rela. tivamente poco distante de nosotros en su punto de ppartida, esa fase comprende en su ultima etapa los dias en que vivimos. En ella, ni los caracteres mis, sobresalientes del estado social o politic, ni el he- rramental material, ni la tonalidad general de la civilizacién presentan, al parecer, profundas dife- reneias con ol mundo én que tenemos nuestras cos- tumbres. Parece estar afectada, en una palabra, on. relacién con nosotros, por un coeficiente muy fuerte de “contemporaneidad”. De ahi el honor, ola tara, de que esa fase no sea confundida con el pasado. “A par- tir de 1880 ya no hay historia’, nos decia un profe- sor del liceo que era muy viejo cuando yo era muy Joven: *hay politica’, Hoy ya no se diria: “desde 1890" —las Tres Gloriosas, a su vez, han envejecide—, ‘es0 “es politica”, Mas bien, con un tono respetuoso: “sociologia"; 0, con menos eonsideracisn: “periodis- 42° LAHISTORIA, LOS HOMBRES Y EL TIEMPO ‘mo”. Muchos, sin embargo, repetirian gustosos: des- de 1914 0 1940 ya no hay historia. Y ello sin enten derse bien sobre los motivos de este ostracismo, Considerando algunos historiadores que los he- chos mae cereanos a nosotros gon por ello mismo re- beldes a todo estudio sereno, s6lo desean evitar a la casta Clio contactos demasiado ardientes, Creo que ast pensaba mi viejo maestro. Pero eso equivale a pensar que apenas tenemos un débil dominio sobre nuestros nervios, Bs también olvidar que desde el, ‘momento en que entran en juego las resonancias, sentimentales, el limite entre lo actual y lo inaetual, esta muy lejos de poder regularse necesariamente por la medida matemética de un intervalo de tiem- po. Estaba tan equivocado el valiente director del lieeo languedociano que cuando yo hacia mis prime- as armas de profesor, me advertia con gruesa voz de capitin de ensefianza: “Aqui el siglo xIx no es muy peligroso. Pero cuando toque usted las guerras religiosas, sea muy prudente”. En verdad, quien, ‘una vez en su mesa de trabajo, no tiene la fuerza necesaria para sustraer su cerebro a los virus del ‘momento ser muy eapaz de dejar que se filtren sus toxinas hasta en un comentario de la Iliada o del Ramayana. Hay, por el contrario, otros sabios que piensan, ‘on razén, que el presente humano es perfectamen- te susceptible de conocimiento cientifico. Pero re- servan su estudio a disciplinas harto distintas de la que tiene por objeto el pasado. Analizan, por ejem- plo, y pretenden comprender 1a economia contem- ordnea con ayuda de observaciones limitadas, on el tiempo, a unas cuantas décadas. En una palabra, consideran la época en que viven como separada de las que la precedieron por contrastes demasiado LA HISTORIA, LOS HOMBRES YEL TIEMPO 43, vivos para no llevar en si misma su propia explica- cién, Esa es también la actitud instintiva de mu- chos simples curiosos. La historia de los periodos un poco lejanos no les seduce més que como un Iujo in- ofensivo del espfritu. Asi, encontramos por una par- te un puriado de anticuarios ocupados por una di- leccidn macabra en desfajar a los dioses muertos; y por otra a los socidlogos, a los economistas, alos pu blicistas: los tnicos exploradores de lo viviente. 6. COMPRENDER FL PRESENTE POR EL PASADO Visto de corea, el privilegio de autointeligibilidad reeonocido aai al presente se apoya en una serie de extratios postulados. ‘Supone en primer lugar que las condiciones huma- nas han sufrido en el intervalo de una o dos genera- ciones un cambio no sélo muy rapido, sino también, total, como si ninguna institucién un poco antigua, ninguna manera tradicional de actuar hubieran po- ido escapar a las revoluciones del laboratorio o de la fabriea, Eso es olvidar la fuerza de inercia propia, de tantas ereaciones sociales. El hombre se pasa la vida construyendo mecanis mos de los que se constituye en prisionero més 0 ‘menos voluntario: A qué observador que haya re- corrido nuestras tierras del Norte no le ha sorpren- dido la extratia configuracién de los campos? A pe- sar de las atenuaciones que las vicisitudes de la propiedad han aportado, en el transcurso del tiem- po, al esquema primitivo, el espectaculo de esas sendas desmesuradamento estrechas y alargadas que dividen el terreno arable en un nimero pro- digioso de parcelas, conserva todavia muchos ele- 44 LAHISTORIA, LOS HOMBRES ¥ EL TIEMPO ‘mentos con que confundir al ageénomo. El derroche de esfuerzos que implica semejante disposicién, las ‘molestias que impone a quienes las trabajan son innegables. ;C6mo explicarlo? Algunos publicistas demasiado impaciontes han respondido: por el Cé- digo Civil y sus inevitables consecuencias. Modifi- ‘ead, pues —aiadian—, nuestras leyes sobre la he- rencia y suprimiréis completamente el mal. Pero si hubieran sabido mejor la historia, si hubieran inte- rrogado mejor también a una mentalidad campe- sina formada por siglos de empirismo, habrian con- siderado menos fécil el remedio. En real divisién de la tierra tiene origenes tan antiguos que hasta ahora ningsin sabio ha podido explicarla sa- tisfactoriamente; y es porque probablemente los ro- turadores de la época de los délmenes tienen més {que ver en este asunto que los legisladores del Pri- ‘mer Imperio. Al prolongarse por aqui el error sobre Ja causa, como ocurre easi necesariamente, a falta de terapéutiea, la ignorancia del pasado no se li taa impedir el conocimiento del presente, sino que compromete, en el presente, la misma aceién. Pero hay mas. Para que una sociedad, cualquiera que sea, pueda ser determinada enteramente por el ‘momento inmediatamente anterior al que vive, no Jo bastaria una estructura tan perfeetamente adap- table al cambio que en verdad careceria de osamen- ta; seria necesario que los cambios entre las gene- raciones ocurriesen sdlo, si se me permite hablar asi, a manera de fila india: los hijos sin otro contac- to con sus antepasados que por mediacién de sus padres, Poro eso no ocurre ni siquiera con las eomuni- caciones puramente orales. $i volvemos la vista a nuestras aldeas descubrimos que los nifios son edu- LA HISTORIA, LOS HOMBRES YELTIEMPO 45 cados sobre todo por sus abuelos, porque las condi- ciones del trabajo hacen que el padre y Ia madre ‘estén alajados casi todo el dia del hogar. Asi vemos eémo se da un paso atrés en cada nueva formacién, del espiritu, y cGmo se unen los cerebros més ma- leabies a los inas eristalizados, por encima de la ge- neracién que aporta los cambios. De ahf proviene ante todo, no lo dudemos, el tradicionalismo inhe- rente a tantas sociedades campesinas. Bl caso es particularmente claro, pero no nico, Como el anta- gonismo natural de los grupos de edad se ejerce Prineipalmente entre grupos limtrofes, mas de una Juventud debe a las leeciones de los ancianos por lo ‘menos tanto como a las de los hombres maduros. ‘Los eseritos facilitan con més razin estas trans- ferencias de pensamiento entre goneraciones muy alejadas, transferencias que constituyen propiamen- te la continuidad de una civilizacién. Lutero, Calvi- no, Loyola: hombres de otro tiempo, sin duda, hom- bres del siglo xv1, a quienes el historiador que trata de comprenderlos y de hacer que se les comprenda deberd, ante todo, volver a situar on su medio, ba- ‘ados por la atmésfera mental de su tiempo, de cara a problemas de eonciencia que no son exacta- ‘mente los nuestros. {Se osaré decir, no obstante, que para la comprensién justa del mundo actual no importa ms comprender Ia Reforma protestante 0 Ja Reforma catéliea, separadas de nosotros por un espacio varias veces centenario, que comprender mu- chos otros movimientos de ideas o de sensibilidad que ciertamente se hallan més cerea de nosotros en el tiempo pero que son més efimeros? ‘Afin de cuentas el error es muy elaro y para des- truirlo basta con formularlo, Hay quienes se repre- sontan la corriente de la evolucién humana como 46 LAHISTORIA, LOS HOMBRES Y BL TIEMPO tuna serie de breves y profundas sacudidas, cada una de las cuales no dura sino el término de unas cuan- tas vidas. La observacién prucha, por el contrario, que en este inmenso continuo los grandes estreme- cimientos son perfectamente capaces de propagarse desde las moléeulas més lejanas a las mas préxi- ‘mas. {Qué se diria de un geofisico que, eontentan- dose con sefalar los miridmetros, considerara la accién de la luna sobre nuestro globo més grande que Ia del sol? En la duracién como en el cielo, la eficacia de una fuerza no so mide exclusivamente por la distancia. ‘Habra que tener, en fin, por instil el eonocimien- to, entre las cosas pasadas, de aquellas —ereencias desaparecidas sin dejar el menor rastro, formas s0- ciales aboriadas, técnicas muertas— que han deja do, al parecer, de dominar el presente? Esto equi- valdria a olvidar que no hay verdadero conocimiento si no se tiene una escala de comparacién. A condi- ida, claro esta, de que se haga una aproximacion, entre realidades a la vez diversas y, por tanto, em- parentadas. Ynadie podria negar que es éste el caso de que hablamos. Ciertamente, hoy no ereemos que, como eseribia ‘Maquiavelo y como pensaban Hume 0 Bonald, en el, tiempo haya, “por lo menos, algo inmutable; el hom- bre”. Hemos aprendido que también el hombre ha cambiado mucho: en su espfritu y, sin duda, hasta fen los més delicados mecanismos de su cuerpo, 2Cémo habia de ser de otro modo? Su atmésfera ‘mental se ha transformado profundamente, y no ‘menos su higiene, su alimentacién. Pero, a pesar de todo, es menester que exista en la naturaleza hu- ‘mana y en las sociedades humanas un fondo per- ‘manente, sin el cual ni aun las palabras “hombre” y LA HISTORIA, LOS HOMBRES YELTIEMPO 47 “sociedad” querrian decir nada. {Creeremos, pues, ‘comprender a los hombres si sdio los estudiamos en ‘sus reacciones frente a las circunstancias particula- res de un momento? La experiencia seré insuficien- te incluso para comprender lo que son en ese mo- ‘mento, Muchas virtualidades que provisionalmente son poco aparentes, pero que a cada instante pue- den despertar muchos motores més o menos ineons- ientes de las actitudes individuales o colectivas, permanecerdn en la sombra. Una experiencia tinica es siempre impotente para discriminar sus propios factores y, por lo tanto, para suministrar su propia interpretacién, 7. COMPRENDER FL. PASADO POR El, PRESENTE ‘Asimismo, esta solidaridad de las edades tiene tal fuerza que los Iazos de inteligibilidad entze ellas tienen verdaderamente doble sentido. La incom- prensién del presente nace fatalmente de la iggno- ancia del pasado. Pero no es, quizés, menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente. En otro lugar he recordado esta, anéedota: en cierta ocasién acompariaba yo en Esto- colmo a Henri Pirenne. Apenas habiamos llegado cuando me pregunté: ";Qué vamos a ver primero? Parece que hay un ayuntamiento completamente ‘nuevo. Comencemos por verlo”. Y después afiadié, como si quisiera evitar mi asombro: “Si yo fuera un anticuario sélo me gustaria ver las cosas viejas. Pero soy un historiador y por eso amo la vida". Esta facultad de eaptar lo vivo es, en efeeto, la cualidad dominante del historiador. No nos dejemos engafiar por ciorta frialdad de estilo; los mas grandes entre 48 LAHISTORIA, LOS HOMBRES Y BL TIEMPO nosotros han poseido esa cualidad: Fustel o Mi and a su manera, que era més austera, no menos que Michelet. Quizd esta facultad sea en su princi- pio un don de las hadas, que nadie pretenderia ad- uirir si no Io encontré en la euna. Pero no por eso ‘es menos necesario ejercitarlo y desarrollarlo cons- tantemente, ;Cémo hacerlo sino del mismo modo de {que el propio Pirenne nos daba ejemplo en su con- tacto perpetuo eon la actualidad? Porque el temblor de vida humana, que exigira ‘un duro esfuerzo de imaginacién para ser restituido a los viejos textos, os aquf directamente percepti- ble a nuestros sentidos. Yo habfa lefdo muchas ve- es y habia contado a menudo historias de guerra y de batallas.

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