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MARIA LUISA BOMBAL OBRAS COMPLETAS Introduccion y recopilacion: Lucia Guerra La amortajada* Y luego que hubo anochecitlo, se le entreabrieron los ojos. Oh, un poco, muy poco, Era como si quisiera mirar escondida detris de sus largas pestat A la Hama de los altos inclinaron, entonces, para observar la limpieza y la trans- parencia de aquella franja cle pupila que la muerte no habia logrado empafiar, Respetuosamente maravillados se inclinaban, sin saber que Ella los veia. Porque Ella veta, sentia 7 Yes asi como se ve inmévil, tendida boca arriba en el amplio lecho revestido ahora de las Sébanas Bor dadas, perfumadas de espliego ~que se guardan siem- pre bajo llave-, y se ve envuelta en aquel hatin de raso lanco que solia volverla tan gricil. Levemente cruzadias sobre el pecho y oprimiendo tun crucifijo, vislumbra sus manos; sus manos que han adquirico la delicadeza frivola de dos palomas sosega- das. Ya no le incomoda bajo la nuea esa espesa mata de pelo que durante su enfermedad se iba volviendo, minuto por minuto, mis hiimeda y mas pesada + Novela pul ‘en Buenos Aires, 10a por primera vex en 1938 por Edi ajo la direecion de Victoria Ocampo. 96 Consiguieron, al fin, desenmarafarla, alisarla, divi- dirla sobre la frente. Han descuidado, es cierto, recogerla, Pero ella no ignora que la masa sombria de una cabellera desplegada presta a toda mujer extendida y durmiendo un ceito de misterio, un perturbador encanto. Y de golpe se siente sin una sola arruga, pilida y bella como nunca. La invade una inmensa alegria que puedan admi- rarla asi los que ya no la recordaban sino devorada por | fitiles inquietudes, marchita por algunas penas y el air cortante de Ix hacienda Ahora que la saben muerta, all todos estan rodeandola 5 aquella muchacha dlorads y el orgullosa de sus veinte afos, que sonrefa butlona cuan- do su madre pretendia, mientras le enseftaba viejos retratos, que también ella habia sido clegante y gracio- L sa, Estin sus hijos, que parecian no querer reconocerle ya ningdn derecho @ vivir, sus hijos, a quienes impa- | cientaban sus caprichos, a quienes avergonzaba sor- prenderla corriendo por el jardin asoleado; sus hi ariscos al menor cumplido, aunque secret gados cuando sus jévenes camaradas. fingian. toma por una hermana mayor, Esta Zoila, que la vio nacer y a quien la entreg6 su madre desde ese momento pa z que le acunaba la pena en los brazos cuando su mad lista para subir al coche, de viaje a kr ciudad, despren- diasela enérgicamente de las polleras a las que ella se afercaba llorando, iZoila, antigua confidente de los dias mal y disereta olvidada, en los de felicida A Alli esta, ci pero todavia enjuta y sin edad discernible, como si la ” gota de sangre araucana que cortiera por sus venas hubiera tenido el don de petrificar su altivo perf Estin algunos amigos, viejos amigos que pare per ol que un dia fue esbelta y feliz Saboreando su pueril vanidad, largamente perma- 1ece tigida, sumisa a todas las miradas, como desnuda, a fuera de inresistencia ‘Tmurmullo de la Huvia sobre los bosques y sobre la casa la mueve muy pronto a entregarse cuerpo y Ima a esa ser siempre le abisiné ef '5 Noches del otofe. luvia cae fina, obstinada, tanquila. Y ella escucha caer. Caer sobre los techos, caer hasta doblar los quitasoles de los pinos, y los anchos brazos de los cedros azules, caer. Caer hasta anegar los tréboles, y borrar los senderos, caer Escampa, y ella escucha nitido ef bemol de lata enmohecida que ritmicamente el viento no. Y cada golpe de aspa viene a tocar ui ial. dentro de su_pecho amortajado. Con recogimiento Siente vibrar en su interior una nota sonora y grave que ignoraba hasta ese dia guardar en si Luego, bra espe- Caer y tesbalar como lagrimas por los vidrios de s ventanas, caer y agrandar hasta el horizonte las \gunas, caer. Caer sobre su corazén y empaparlo, des nguider y tristeza y del molino vuelve a girar pesada y regular. Pero ya no encuentra en ella la cuer- da que repita su monétono acorde; el sonido se despe- a ahora, sordamente, desde muy alto, como algo el tiempo bajo las nubes y sobre los campos. No recuerda haber gozado, haber agotado nunca, si, una emoci6n. ‘Tantos seres, tantas preocupaciones y pequeitos estorbos fisicos se interponian siempre entre ella y el secreto de_una noche. Ahora, en cambio, no la tu (ingtin pensamiento inoportuno. Han trazado un lo de silencio a su alrededor, y se ha detenido el latir de esa invisible arteria que le golpeaba con frecuencia tan rudamente la sien. A la madrugada cesa la Muvia. Un trazo de luz recorta el marco de las ventanas. En los altos candela- bros Ia llama de los velones se abisma tremula en un coagulo de cera. Alguien duerme, la cabeza desmayada sobre el hombro, y cuelgan inméviles los diligentes No obstante, all dencioso rumor Solo ella lo_percibe y adivina el restallar de cascos de caballos, el restallar de ocho cascos de caballo que vienen sonando. Que suenan, ya esponjosos y leves, ya recios y proximos, de repente desiguales, apagados, como si los dispersara el viento. Que se aparejan, siguen avanzan- do, no dejan de avanzar, sin embargo que, se diria, no sciende un ca lejos, muy lejos, Un estrépito de ruedas cubre por fin el galope de los caballos. Recién entonces dlespiertan todos, todos se agitan a la vez. Ella los oye, al otro extremo de la casa, desconter el complicado cerrojo y las dos barras de puerta de entra Los observa, en seguida, ordenar el cuarto, acer 99 carse al lecho, reemplazar los citios consumidos, ahu- yentar de su frente una mariposa de noche. Hs.él, él. Alli esté de pie mirindola. Su presencia anula de golpe los largos aitos halctios, las horas, los dias, que el destino interpuso entre ellos dos, lento, oscuro, tena2. =Te recuerdo, te recuerdo adolescente. Recuerdo tu pupila clara, tu tez de rubio curtida por ef sol de la hacienda, tu cuerpo, entonces, afilado y nervioso. Sobre tus cinco hermanas, sobre Alicia, sobre mi, a quienes consiclerabas primas -no lo éramos, pero nues- tros fundos lindaban y a nuestra vex lamabamos tios a tus padres~, reinabas por el terror. ) Te veo correr tras nuestras piernas desnudas para fustigarlas con tu litigo. “Teyjuro que te odiabamos de coraz6n cuando sol- tabas nuestros pajaros o suspendias de los cabellos nues- tras mufecas a las ramas altas del plitano, Una de tus bromas favoritas era disparamos al odo un salvaje: juh! juh!, en el momento mis inespera- do, No te conmovian nuestros ataques de nervios, nues- tros Ilantos, Nunca te cansaste de sorprendemos para colamos por la espalda cuanto bicho extrafio recogias en el bosque. [Erasjun espantoso verdugo. Y, sin embargo, ejer- cias ‘Sobre nosotras una especie de fascinaci6n. Creo que te admirabamos 190 De noche nos atraias y nos ateabas con la histo- ria de un caballero, entre sabio y notario, todo vestido de negro, que vivia oculto en la buhardilla. Era algo asf como el gobernador de cuanto nos era hostif €n el bosque. ‘Tenia los bolsillos llenos de murciélagos y mand ba a las arafas peludas, a los ciempiés ya las cuncu: nas ra(€D}quien infundia vida a ciertas ramas secas que al t6Carlas se agitaban frenéticas, convertidas en aquellos terrorificos “caballos del diablo", él quien, por la noche, empezaba a encender los ojos de los bahos, quien ordenaba salir a Jas ratas y ratones, Dicho personaje levaba por lo demas una conta- durfa especial: el censo exacto de los subditos de su asqueroso dominio; y en su registro, hecho de papel de ontigas, escribia con una cola de lagartija untada en lat tinta de los pantanos que chupan. Durante varios afios no pudimos casi dormir teme~ rosas de su si La época de la siega nos procuraba dias de gozo, dias que nos pasabamos jugando a escalar las enormes montafias de heno acumuladas tras la era y saltando de una a otta inconscientes de todo peligro y como borra- chas de sol. Fue en uno de aquellos locos mediodias, cuando, desde la cumbre de un haz, mi hermana me preci traicion sobre una carreta, desbordante de gavill de ti venias recostado. Me resignaba ya a los peores malos tratos 0 a las mas crueles burlas, segiin tu capricho del momento, cuando , don- 101 reparé que dommfas. Dormias, y yo, coraje inaudito, me extendia en la paja a tu lado, mientras guiados por el pe6n Anibal los bueyes proseguian lentos un itinerario para mi desconocido. Muy pronto qued6 ateis el jadeo desgarrado de la uilladora, muy pronto el chillido estridente de las ciga- rras cubri6 el rechinar de las pesadas rucdas de nuestro vehfculo, ‘Apegada a tu cadera, contenfa la respiracion tratan- do de aligerarte mi presencia, Dormfas, y yo te miraba presa de una intensa emoci6n, dudando casi de lo que vefan mis ojos: (Nuestro cruel tirano yacia indefenso a mi lado! Anifiado, desarmado por el suefo, ane pareciste de golpe infinitamente frigil? La verdad es que no acu- did a mi una sola idea de venganza ‘Ta te revolviste suspirando y, entre la paja, uno de tus pies desnudos vino a enredarse con los mios. Y yo no supe cémo el abandono de aquel gesto pudo despertar tanta temnura en mi, ni por qué me fue tan dulce el tibio contacto de tu piel. Un ancho corredor abierto circundaba tu casa, Fue alli donde emprendiste, cierta tarde, un juego realmente original. Mientras dos peones hurgaban con largas cafias las vigas del techo, tt acribillabas a balazos los murciéla- gos obligados a dejar sus escondrijos. Recuerdo ¢l absurdo desmayo de tia Isabel; toda- via ogo los’ gritos de la cocinera y me duele la inter- vencion de tu padre, 102 Una breve orden suya dispers6 a tus esbinros, te oblig6 a hacerle instantineamente entrega de la escope- ta, mientras con esos ojos estrechos, claros y frfos, tan parecidos a los wayos, te miraba de hito en hito. En seguida levant6 la fusta que Hevaba siempre consigo y Frente a tG permaneciste primero inmévil. Luego enrojeciste golpe y Ilevandote los puntos a la boca temblaste de pies a cabeza {Fuera!” —murmur6 sordamente, entre dientes, tu recién entonces desataste tt rabia en un alarido, un alarido desgarrador, atroz, que sostenfas, que prolonga- bas mientras corrias a esconderte en el bosque. No reapareciste a la hora del almuerzo, “Tiene vergiienza" -nos deciamos las ninas entre impresionadas y perversamente satisfechss. Y Alicia y yo debimos marcharnos cargando con el despecho de no haber podido presenciar tu vuelta A la mafiana siguiente, como acudiéramos ansiosas de noticias, nos encontramos con que no habias regre- sado en toda la noche. ~"Se ha perdido intencionalmente en la montana o se ha tirado al rio, Conozco a mi hijo...” -sollozaba tia Isabel. "Basta" -voeiferaba su maride-, “q nos y es0 €s todo. Yo también lo conoze Nadie almorz6 aquel dit, El administr pero, todos los hombres, recorrian el fund vecinos. —"Puede que haya trepado a la carreta de al- gn pe6n y se encuentre en el pueblo” -se decian, ‘A nosotros y a idumbre —que el aconteci- molestar- 103 miento liberaba de las tareas habituales~ se nos antoja- ba a cada rato ofr llegar un coche, ef tote de muchos caballos. En nuestra imaginacién a cada rato te traian, ya sea amarrado como un criminal, ya sea tendide en angarillas, desnudo y blanco, ahogado, Mientras tanto, a lo lejos, la campana de alarma del aserradero desgajaba constantemente un repetir de gol- pes precipitados y secos. ‘Atardecia cuando isrumpiste en el comedor. Yo me hallaba sola reclinada en el divan, aquel horrible divin de cuero oscuro que cojeaba, gecuerdas? ‘Traias el torso semidesnudo, los cabellos revucltos y los pémulos encendides por des chapas rojizas. Agua” -ordenaste, Yo no atiné sino a mirarte aterrorizada. Entonces, desdefoso, fuiste al aparador y grosera- mente empinaste la jarra de vidrio, sin buscar tan si quiera un vaso. Me arrimé a ti. Todo tu cuerpo despedia calor, era una brasa Guiada por un singular deseo acerqué a tu brazo extremidad de mis dedos siempre helados, Te dejaste mente de beber, y asiendo mis dos manos, me obligaste a aplastarlas contra tu. pecho. Tu carne que- maba. Recuerdo un intervalo durante el cual percibi el zumbido de una abeja perdida en el techo del cuarto. Un ruido de pasos te movié a desasirte de mi, tan violentamente que tambaleamos. Veo ain tus manos crispacas sobre la jarra de agua que te habfas apresura- do a recoger. 104 Afios después fue entre nosotzos el gesto dulce y terrible cuya nostalgia suele encadenar para siempre. Fue un otofto en que sin tregua casi, llov Una tarde, el velo plomo que encubria el cielo se desgarr6 en jirones y de norte a sur corvieron lividos fulgores Recuerdo. Me encontraba al pie de la escalinata sacudliendo Tas ramas cu de gotas de un abeto. Apenas si alcancé a ofr el chapaleo de los cascos de un caballo cuando me senti asida por el talle, arrebatada del suelo. entero lo habias pasado pre ciudad y me habias sorprendido y alzado en la delan- tera dle to sill E] alazén tascé el freno, se revolvié enardecido..., y yo senti, de golpe, en presién de un brazo fuerte, de un brazo desconocido. EL animal echo a andar. Un inesperado bienestar pe si atribuir al acompasado vai- vén que me echaba contra tio a la presién de ese brazo que seguia enlazindome firmemente. El viento retorcia los arboles, golpeaba con safta ka piel del caballo. ¥ nosotros luchabamos contra el vien- to, avanziibamos contra el viento. Volqué la frente para mirarte. "Tu ba extraiiamente sobre un fondo de cielo donde gran- des nubes galopaban, también, como enloquecidas, Noté que tus cabellos y ts pestaiia parecias cl hermano mayor del Rieardo que nos habia dejado el aio antes. se te EI viento. Mis uenzas aleteaban deshechas, enroscaban al cuello, Henos de pronto sumidos en la penumbra y el silencio, el silencio y la penumbra eternos de la selva. El caballo acorté el paso. Con precaucién y tuido salvaba ‘obsticul dos cuyos troncos mojados corroia el. musgo; hollaba Iechos de palidas violetas inedoras, y hongos esponjo- sos que exhalaban, al partirse, us Pero yo s6lo estaba atenta a ese abrazo tuyo que me aprisionaba sin desmayo. Hubietas, podido_Ilevarme_hasta.lo.mas.profundo del bosque, y hasta esa caverna que inventaste para pre restallaban a nuestro paso entre el follae. Del fondo de una hondonada subfa un apacible murmullo. Bajamos, orillamos un estrecho afluente semioculto por los helechos. De pronto, a nuestras espaldas, un ave crujir de ramas y el golpe discreto de un cuerpo sobre las aguas. Volvimos la cabeza. Era un ciervo que huta. Lenguas de humo azul brotaron de la hojarasca. La noche proxima nos intimaba a desandar camino. Emprendimos lentamente el regreso. Ah, qué absurd tentacién se apoderaba de mit iQué ganas de suspirar, de implorar, de besar! ‘Te miré. Tu rostro era el de siempre; tacitumo, petmanecia ajeno a tu enérgico abraz Mi mejilla fue a estrellarse contra tu pecho. 106 Y no era hacia el hermano, el compaiero, a quien tendia ese impulso; ert hacia aquel hombre fuerte y dulce que temblaba en tu brazo. El viento de los potre- ros se nos vino encima de nuevo. Y nosotros luchamos contra él, avanzamos contra él. Mis trenzas aletearon deshechas, se te enroscaron al cuello. gundos mas tarde, mientras me sujetabas por la cintura para ayudarme a bajar del caballo, comprendi que desde ef momento en que me echaste ef brazo al talle me asalt6 el temor que ahora sentia, el temor de que dejara de oprimirme tu brazo, Y entonces, arecuerdas?, me aferré desesperada- mente @ ti murmurando “Ven”, gimiendo “No me de- y las palabras “Siempre” y “Nunca”. Esa noche me ciféndome Ia cintura, Durante tres vacaciones fui tuya, TG me hallabas fifa porque nunca lograste que i, porque me colmaba el olor a Aquel brusco, aquel cobarce abandono tuyo, ;res- 6 a una orden perentoria de tus padres © a alguna rebeldia de tu impetuoso caricter? No sé. Nunca lo supe. Sélo sé que la edad que siguid a esc abandono fue la mas desordenada y trigica de mi vida. Oh, la tortura del primer amor, de la primera de: lucha con el pasado, en lugar de olvidarlo! Asi persistia yo antes en tender mi pecho blando, a fos mismos recuerdos, iras, a los mismos duelos. 407 Recuerdo el enorme revélver que hurté y que guar- daba oculto en mi armario, con la boca del cafto hundida en un diminuto zapato de raso. Una tarde dé invierno gané el bosque. La hojarasca se apretaba al suelo, podri- da, El follaje colgaba mojado y muerto, como de trapo. May lejos de las casas me detuve, al fin; saqué el arma de Ia manga de mi abrigo, la palpé, recelosa, como @ una pequeia bestia aturdida que puede retor. cerse y morder, Con infinitas precauciones me la apoyé contra la sien, contra el corazén, Luego, bruscamente, disparé contra un arbol. Fue un chasquido, un insignificante chasquido como que descarga una sibana azotada por el viento. Pero, ‘oh Ricardo, allé en el tonco del arbol qued6 un ho- tendo boquete disparejo y negro de pélvora Mi pecho desgarrado asi, mi came, mis venas dis- persas... jAy, no, nunca tendria ese valor! Extentiada me tendf largo a largo, gemi, golpeé el suelo con los purios cerrados, jAy, no, aunca tendria ese valor! Y sin embargo queria morir, queria morir, te lo juro. {Qué dia fue? No logro precisar el momento en que empez6 esa dulee fatiga Imaginé, al principio, que la primavera se compla- cia, asi, en languidecerme, Una primavera 10 ta bajo ef suelo invernal, pero que respiraba a ratos, mojada y olorosa, por los poros entrecerrados de la tierra. Recuerdo. Me sentia floja expo y el espiritt indiferentes, como saciados de pasién y dolor. 108, + Suponiéndolo una tregua, me abandoné a ese ines- perado sosiego. {No apretaria mahana con mis inquina el tormento? Dejé de agitarme, de andar. Y aquella languidez, aquel sopor iban creciendo, cavolviéndome solapadamente, dia 2 dia. Gierta mafana, al abrir tas celosias de mi cuarto reparé que un millar de mingsculos brotes, no mis grandes que una cabeza de alfiler, apuntaban a la extre- midad de todas las cenicientas ramas del jardin. A mi espalda, Zoila plegaba los tules del mosquite- 10, invilandome a beber el vaso de leche cotidiano, Pensativa y sin contestar, yo continuaba asomada al | Era curioso; también mis dos pequetios senos pren- ian, parecian desear florecer con la primavera. \ Y de pronto, fue como si alguien me lo” hubiera soplaco al ofdo, toy... jahl...” -suspiré, levandome las manos al pecho, ruborizada hasta la raiz de los cabellos. Durante muchos dias vivia aturdida por la fe dad, Me habias marcado para siempre. Aunque la repudlia- ras, seguias poseyendo mi came humillada, acariciéndola con tus manos ausentes, modificdndola. | i “Ni un momento pensé en las consecuencias de todo aquello. No pensaba sino en gozar de esa presen- ia tuya en mis entranas. Y escuchaba tu beso, lo deja- ba crecer dentro de mi 109 Entrada ya Ja primavera, hice colgar mi hamaca entre dos avellanos, Permanecia recostada horas ente- ras. Ignoraba por qué raz6n el paisaje, las cosas, todo se me volvia motive de distraccion, goce placidamente ensual: la masa oscura y ondulante de la selva inmovi- lizada en el horizonte, como una ola monstruosa, lista para precipitarse; cl vuelo de las palomas, cuyo ir y venir rayaba de sombras fugaces el libro abierto sobre el canto intermitente del aserradero —es nota aguda, sostenida y dulce, igual al zumbido de un colmenar- que hendia el aire hasta las casas cuando la tarde era muy Jimpida. Deseos absurdos y frivolos me asediaban de golpe, sin razOn y tan furiosamente que se trocaban en angus: tiosa necesidad. Primero quise para mi desayuno racimo de uvas rosadas. Imaginaba la hilera apretada de granos, la pulpa cristalina. Bien pronto, como se me convenciera de que era un deseo imposible de satisfacer —n6 teniamos parrén ni via y el pueblo quedaba a dos dias del fundo- se aron fies ban, sin embargo, las que el jardinero recogia para mi en el bosque. Yo las queria hel muy heladas, rojas, muy rojas y que supieran tam! un poco 4 frambuesa, 2Donde habia comido yo fresas asi? —“..La nifia salié entonces al jardin y se puso a \ barrer la nieve. Poco a poco la escoba empez6 a descu \brir una gran cantidad de fresas perfumadas y madura que gozosa llev6 a la madrastra...” 10 iEsas! {Eran ésas las fresas que yo querial, jlas fre- | sas magicas del cuente Un capricho se tragaba al otro. He aqui que suspi- taba por tejer con lana amarilla, que ansiaba un campo de mirasoles, para mitarlos horas enteras. iOh, hundir la mirada en algo amarillo! Asi vivia golosa de olores, de_color, de sabores. indo Ta vor cle cierta inquietucl me despertaba importuna: lo llega a saber tu pa ‘quilizarme le respondia: ~Manana, mafana buscaré esas yerbas que. vex consulte a la mujer que vive en la barrant —"Debes tomar isin antes de que tu esta- dose "Bah, mafana, manana... Recuertlo, Me sentia como protegida por una red =procurand tan- oul de pereza, de indiferencia; invulnerable, tranquila pa todo Io que no fueran los pequefios hechos cotidianos: el ir, el dormir, el comer. a, manana, decia, Y en esto lleg6 el verano. primera semana de verano me leno de una inexplicable que crecta junto con la luna, la séptima noche, incapaz de conciliar et sueio me levanté, bajé al sal6n, abri la puerta que daba al jardin, Los cipreses se recortaban inméviles sobre un cielo i, el estanque «1 ina de metal azul; la casa alargaba una sombra aterciopelada y azul, Quietos, los bosques enmudecian como peviica- dos bajo el hechizo de la noche, cle esa noche azul de plenilunio. am ee argo rato permaneci de pie en el umbral de la puerta sin atreverme a entrar en aquel mundo nuevo, irreconocible, en aquel mundo que parecia un mundo sumergid. Subitamente, de u os toreones de la casa crecio y empez6 4 flotar un estrecho cendal de pluma Bra una bandada de lec Volaban. Su vuelo er blindo y pesado, silencioso como la noche. Y aquello era tan armonioso que, de golpe, estallé en Lagrimas. “Despu a ang teando en mi Lagrimas, Aquella_angustia, sin e1 posada sobre micorazéna la mafana siguiente; minuto or minuto su peso aumentaba, me oprimfa. Y he aqui que tras muchas horas de lucha, tom6, para evadirse, el mismo camino de Is vispera, y se fue nuevamente, sin que me revelara su secreta razOn de ser. Idéntica cosa me sucedi6 el dia después, y al otro me senti liviana de toda pena, Fue como qu ia Desde entonces vivi a la espera de las lagrimas. as aguardaba como se aguarda la tormenta en los dias ardorosos del estfo. Y una pal demasiado dulce, me abrian la esclusa del mi cuerpo. Una fuerza desconocida sclarecia acuch nantes sefales lanza ="Ven, ven, ven" tormenta "Ver 10, thas bajo y palido, A medid anzaba me estimulaba un dulce y encuentro. gritarme, frenética Y seguis avanzando, solamente pa na dev Corriendo casi, descend el sendero qu ndonada donde las casa selva mientras los perros su buscarme. Recuerdo que me eché extenuaca sobre ka paja ‘que la mujer del mayordomo m sentirme mas piadas por in, ladrando, a cocina, La pobre po! Qué humedad! desi mejor que senorita se vuelva a su fundo antes de que descargue el \cero.. Yo sor a cabez. “Don Ricardo lego e : igados nos otro, que mis sentidos me habian nunciado tu venida! No te molesté, no. Conock res. Me volvi preci de S agresives desperta- adamente, bajo kas primers gotas 13 medio vestir, en un cuarto con olor a ence disminuir la dulce fiebre que me golpeaba las sienes. ‘Tenia las manos yertas, tiritaba de frio cuando m a mesa frente “Estaba © que me retrasaria siempre. Tres veces habia so- nado el gong. Si Alicia y yo no haciamos mis ¢ ‘flojear’, mis hermanos y él trabajaban a la par de los horas. jAh, si nuestra y estaba Me incorporé, eché a huevamente empuj6 en mf ese florecimiento de v era detenerme renerse, también, estacior Y aletear otra vez con impetu no aura de tébo. arrebol, ¢: ete arreando una tropilla de cal Eras tii, Te reconoci de inmed el alambrado pude seguirte con la mi spacio de un suspiro. Porque, de golpe y sol, desapareciste en el rante ¢ into con el noche, mucho antes del amane le_por donde ti y yo mos ‘estrechamente enlazados, El rayo nos perse- aba. hi guia, volteaba uno a uno los alamos ~inverosimiles co- lumnas que sostentan la boveda d se hacia constantemente anicos detris, sin vernos.¢n su caida "Un estampido me a miembros témblorosos me hallé despierta en medio del cuanto. i entonces, por fin, el clamor de un viento ba el revuelo de inv como arrebatada, perdida en el centro mismo de u fomba monstruost que pujase por desarraigar la casa de sus cimientos y levarsela uncidla a s ~“Zoila" ~grité; pero el fragor del vendaval desme- nuz6 mi vor, ds, igual se hundi6 bajo la escalera EL indo, muda ¥-lorosa cite Me ngrejen_que se © ages e laba otra vex tendi con mis impavidos ojos de nina y mente arqueadas, tejiendo, tejiendo con en ello me fuera la vida. 15 EL brusco, el cobarde abandono de su amante, arespondié a alguna orden perentoria 0 bien a una rebeldia de su impetuoso la no lo sabe, ni quiere volver a desesperarse en descifrar el enigma que tanto la habia torturado en s un camino diferente. aron, luego, como de mutug Pero ahora, ahora que él esti abi, de pie. s0 y conmovido; aliora que, por fin, se atreve a rirasla de nuevo, frente a frente, y a través del mismo risible parpadeo que le conocié de nifio en sus momentos de emoci6n, ahora ella comprende. Comprence que en ella dormia, agazapado, aquel amor que presumié muerto. Que aquel ser nunca le fue totalmente ajeno. Y era como si parte de su sangre hubiera estado imentando, siempre, una entrana que ella misma ig- norase llevar dentro, y que esa entraia hubiera crecido asi, clandestinamente, al margen y a la par de su vida. Y comprende que, sin tener ella conciencia, habia esperado, habia anhelado furiosamente este momento 2Era preciso morir para saber cierta rear ae ya aero nang dos de aquel hombre ella hincado sus rafces; que inqué a menudo lo creyera, estuvo enteramen- que jamais, aunque a menudo lo pensara, fue realmente olvidads, De haherlo sabido antes, da, no habria encendido la luz para dar vue de un libro cualquiera, procurando atajar un recuerdos. Y no habria evitado tampoco ciertos rinco- 16 nes del parque, ciertas soledades, ciertas mtisicas. Ni temiclo el primer soplo de ciertas primaveras demasiado caidas. Ab, Dios mio, Dios mfo! js preciso morir para ber? “Vamos, vamos.” ~";Adénde” Alguien, algo, la toma de la mano, la obliga a alza Como si entrara, de golpe, en un nudo de vientos encontridos, danza en un punto Ajo, ligera, igual a un cope de nieve, "Vamos." —zAd6nde?* “Mas baja la cuesta de un jardin hémedo y som- brio. Percibe el murmullo de aguas escondidas y oye por el ala moda de invsibles pajaros. Qué fuerza es ésia que la envuelve y la arvebata? Brusca y vertiginosamente se siente refluir a una super- Y hela_aqui, de nuevo, tendicla_boca arriba en el amplio lecho, ‘A su cabecera el chisporroteo aceitoso de dos cirias. Recién entonces nota que una venda de gasa le sostiene ef mentn. Y sufre la extrafa impresion de no. senticla 7 El dia quema horas, minutos, segundos Un anciano viene 2 sentarse junto a ella, ramente, tristemente, le acaricia los cabellos sin mie do, y dice que est bonita. S6lo_a la amortajada no inquieta idacl. Conoce bien a su Xo, ningtin ataque ntos sere: nmov le, mientras alrededor de ellos todo pi- ray sea Ana Ma e acuerdas de tu madre? -solia pre- > gusto, a cada vez, ella cerraba y concent fuertemente lograba captar un instan- te I ro, Algo ast como un perfume flotaba alrededor de k a evocacién, —Claro esta que m nda, verdad? 210 la querias? queria Porque levaba siempre un velito atado alrededor del sombrero y tenia tan tio. olor, Los ojos de su padre se 1s; y, como ella se le an n Henado de kigri- ara instintivamente, é ~Fres una tonta -le habia dicho; luego habia dej do el cuarto dando un portazo. Je ese momento, toda la vida ella sospech6 que su padre también habla querido a su mujer por la misma raz6n, por la cual ella, la tonta, la habia querido. a cualquier ade- pena no estuviere al alean- seguird cum: jolor que le noche, s descanso, mortajaca repa en ella vada estd a verla asi, grave y solici unto a lechos de enfermos. 7 mi pobre hermana, jeres ti! jReza stoy? 7Rindiendo cuentas al ien ofreces dia a dia la brutalidad incendio de tu y hasta pediente y pérdida de risueflo que un 4 dislocs ntero cuando lo | de tu Dios, Ya en el convento en que nos educamos, cuando Sor Marta apagaba las luces del largo dormit tras, infatigable, ti completabas las dos « del rosario con la frente hundida en la almohad ne escurria de puntillas hacia la ventana del cua bano, Preferia acechar a los recién casados de la quinta vecina En la plants baja, un balcén iluminado y dos mo- zos que tienden el mantel y encienden Jos candelabros de plata sobre la mesa. En el primer piso otro balcén iluminado. ‘Tras la contina movediza de un sauce, ése era el baledn que Ella sentada frente al espejo, nde su propia imagen y lleva sdosamente a ratos fa mano a vuga imaginaria, Ella |, punea_me gust6_mirar a un_crucifijo, ti lo Si en la s mayores, fast bi iban a bailes y se por as que tenian nov tes en el pelo, A_todos diferencia con_que, hice_mi Hablo del Dios que me imponia la religién, porque n pueda que existe otro: un Dios més secret y més comprensivo, el Dios que a menudo me hiciera presen- tir Zo Porque ella, mi mama, déspota, enfermera y censo- a, nunca logré comunicarme su sentido prictico, pero si todas las supersticiones de su espiritu tan fuerte como ~Chiguilla, lala tres veces y ida... jUna araha corriendo por el techo a estas horas! Novedad tendremos... Jestis, quebraste ese espejo! Torcida va a ndar tu suerte mientras no rompas vidrio blanco. Y, Alicia, figirate, a medida que iba viviendo, aqu los signos pueriles que sin yo saberlo consider jAdvertencia de Dios!” iban cambiando y siendo reem- plazados por otros signos mis st No sé cémo explicarte. Ciertas coincidencias extra- fas, ciertas ansiedades sin objeto, ciertas palabras o contrar pot si sola; y tantas ot les de captar y ain mas de cont antojarseme signos de algo: condido y entretejiendo a dentro de la aventura de mi lo buseara, se lo deseara no alentaba quiz ble y cere: Pero, Ali ibes que este “valle de lagri- as", como sueles decir, impertérrita a la sonrisa burlo- fa de tu marido; este valle, sus Kigrimas y gente, sus 121 mis di Y es po _senga alma, pequefeces y goces acapararon siempre lo mejor de le, mis que posible, Alicia, que yo no Deben tener alma los que ka sienten dentro de si bully reclamar. Tal vez sean los hopes como las plantas; no todas estin Hamadas a retbiikir y las hay en Jas arenas que viven sin sed de agua porque carecen de hambrientas raices. “puede, puede asi, que las muestes no sean todas sigdmos dlistintos caminos. Pero teza, Alicia, seza, Me_gusta ver rezat, ti lo sin embargo, mi pobre Al a concedida en Tierta una particu felicidad que te esta reservada en tu cielo! Me duele tu palidez, tristeza. Hasta tus cabellos parecen habérte- Jos destenido las penas. aRecuerdas tus dorados cabellos de nia? AY re- cuerdas la envidia mia y la de las primas? Porque eras rubia te admirabamos, te crefamos la ms bonita. ;Re- cuerdas? Ahora s6lo queda cerca de ella el marido de Maria Griselda {Como es posible que ella también ame su hijo: el marido de Maria Griselda! ‘Por qué? {Porque cela a su hermosa mujer! (Por que [a mantiene aislada en un lejano fundo del sur! La noche entera ella ha estado extrafando la pre= sencia de su nuera y la ha molestado actitud de 122 Alberto; de este hijo que no ha hecho sino moverse, pasear miradas inquietas alrededor del custo. Ahora que, echado sobre una silla, descansa, duer- me tal vez, qué nota en él de nuevo, de extraio... de terible? Sus parpados. Son los parpados los que lo cum- bian, los que la espantan; unos pirpados rugosos y secos, como si, cerrados noche a noche sobre un pasiOn taciturna, se hubieran marchitado, quemados des- de adentro. Fs curioso que lo note por primera vez. (O simple~ mente es natural que s¢ afine en los muertos Ja percep clon de cuanto es signo de_muerte?, De pronto aquellos pirpados bajos comienzan a mirarla fijamente, con la insondable fijeza con que mi- ran los ojos de un demente. Oh, abre los ojos, Albert Como si respondiera a la stiplica, los abre, en efecto... para echar una nueva. mira: alrededor. Ahora se acerca a ella, su madre amortajad: bien muerta, ~~" ‘Tranquilizado, se encamina del cuanto, Ella lo oye moverse en la penumbra, tantear los muebles, como si buseara algo Ahora vuelve sobre sus pasos con un retrato entre 108, Ahora pega a la Tama de uno de los citios la imagen dle Maria Griselda y se dedica a quemarla coneienzuda- mente, y sus rasgos se distienden apaciguados a medida que la bella imagen se esfuma, se parte en cenizas. Salvo una muerta, nadie Sabe ni sabri jamais cuan- to lo han hecho suffir esas numerosas efigies de su rciorarse de que est las 123 mujer, rayos por donde ella se evade, a pesar de su vigilanci iNo entrega acaso un poco de su belleza en cada retrato? ;No existe acaso en cada uno de ellos una posibilidad de comunicacién? Si, pero ya el fuego deshojé el tltimo, Ya no que- da mas que una sola Maria Griselda; la que mantiene seciestrada alld en un lejano fundo del sur, Oh, Alberto, mi pobre hijo! Alguien, ="Vamos, —Ad6nd ~"Vamos Y va. Alguien, algo la arrastra, la guia a través de una ciudad abandonada y recubierta por una capa de polvo de ceniza, tal como si sobre ella hubiese delica- damente soplado una brisa macabra ‘Anda. Anochece. Anda. Un prado. En el coraz6n mismo de aquella ciudad maldita, un prado recién regado y fosforescente de in- sectos, Da un paso. ¥ atraviesa el doble anillo de niebla que lo circunda. Y entra en las luciémagas, hasta los hombros, como en un flotante polvo de oro, ‘Ay! «Qué fuerza es ésta que la envuelve y la arre- Igo la toma de la mano, amos...” bata? Hela aqui, nuevamente inmévil, tendica boca arri- ba en el amplio lecho. Liviana, Se siente liviana. Intenta moverse y no uede. Es como si la capa mas secreta, mas profunda de su cuerpo se sevolviera aprisionada dentro de otras 124 capas mis pesadas que no pudiera alzac y que la retie- nen clavada, ahi, entre el chisporroteo aceitos cirios. dia quema horas, minutos, segundos. ‘Vamos’ No’. Patigada, anhela, sin embargo, desprenderse de la vida y dejarse evar hacia atris, hasta el profundo y muelle abismo que siente all’ abajo. Pero una inquietud la mueve a no desasi iltimo nudb. Mientras el dia quema horas, minutos, segundos. Este hombre moreno y enjuto al que la fiebre hace temblar los labios como si le estuviera hablando. Que se vaya! No quiere oftlo, Ana Maria, levantate! Levintate para vedarme una vez mds la entrada de tu cuarto, Levantate para esquivarme o para -herirme, para quitamme dia a dia la vida y la alegria, Pero jlevan- tate, levantal 416, mucrtat_ ‘Ta incorporada, en un breve segundo, ae able que.nos mira agitarnos, desdeni imp! vil ‘TG, minuto por minuto cayendo un poco mé pasado. Y las sustancias vivas de que estabas hecha, separndose, escurriéndose por cauces distintos, como in jamas volver sobre su curso. jJa- LO, cudinto te he querido"” ‘i supieras © ws © hombre! Por qué aun amortajada le impone su amor! Es raro que un amor humill humillar.. a ELamor de. Fernando la humillé siempre.|La hacia senliise indis"pobre. Novena fa enfermedad qué le man- chaba la piel y le agriaba el carécter lo que le molesta- ba en él, ni como a todos, su desagradable inteligencia, altanera y positiva. Lo despreciaba porque no era feliz, porque no tenia suerte, aDe qué manera se impuso sin embargo en su vida hasta volvérsele un mal necesario? EI bien lo sabe: haciéndose su confidente, no consiga sino iQué arrepentimiento la em- bargaba siempre, después! Oscuramente presentia que Femando se alimenta- ba de su rabia o de su tristeza; que mientras ella habla- ba, € analizala, calculaba, gozaba sus desengaiios, creyendo tal vez que la cercarian hasta arrojarla inevita~ blemente en sus brazos. Presentia que con sus cargos y S quejts suministraba material a la seereta envidia que él abrigaba contra su marido. Porque fingia menos- preciarlo y lo envidiaba: le envidiaba precisamente los \ defectos que le merecian su reprobacién. Hernando! Durante largos afos, qué de noches, ante el terror de una velada solitaria, ella Jo llam6 a su lado, frente al fuego que empezaba a arder en los gruesos troncos de la chimenea. En vano se proponi hablarle de cosas indiferentes. Junto con la hora y la lama, el veneno crecia, le trepaba por a los labios, y comenzabya a hablar. Hablaba y él escuchaba. Jamis tuvo una palabra de consuclo, ni propuso una soluci6n ni atemperé una 126 luda, jamés. Pero escuchaba, escuchaba atentamente fo que sus hijos solfan calificar de celos, de Después de la primera confidencia, la segunda y tercera afluyeron naturalmente y las siguientes también, pero ya casi contra su voluntadl En seguida, Je fue imposible poner un dique a su incontinencia. Lo habia admitido en su intimidad y no era bastante fuerte para echarlo. Peto no supo que podia odiarlo hasta esa noche en que él se confis a su vez. La frialdad con que le conté aquel despertar junto al cuerpo. ya. inerte. de st_mujer, la frialdad con que le hablo. del. famoso. tubo. de. veronal_encontrado__vacio sobre el velador! Durante_varias.horis habéa. dormido junto a una muerta y su contacto no habia marcado su came con el mis leve temblor. Pobre Inés! ~decia~, Alin no logro explicarme el porqué de su resolucién. No parecia triste ni deprimi Ninguna rareza aparente tampoco. De vez en cuando, sin embargo, recuerdo haberla sorprendido mirindome fijamente como si me estuviera viendo por primera vez, Me dejé. (Qué me importa que no fuera para seguir a un amante! Me dej6\-Ebamor'se ie lia escurtido, 8¢ me escurtira siempre, edmo se escurre el agua de entre dos manos cerraclas, jOh, Ana Maria, ninguno de los dos hemos nacido jo estrella que Jo preserve...""\ dijo, y ella enrojecio gomd si fe Hubiera descargado & traicién una bofetada én pleno rostro. Con qué derecho considleraba su igual? En_un brusco desdoblamiento lo habia visto y abia visto, él y ella, los dos juntos a la chimenca. Dos seres al margen del amor, al margen de la vida, tenién- 127 dose las manos y suspirando, recordando, envidiando, Dos pobres. Y como los pobres se consuelan entre ellos, Ah, no! ;8s0 no! 7 Ensay6, si, muchas veces. Pero Fernando sonreta ndulgente a sus acogidas de pronto glaciales; sopor ba, imperturbable, las vejaciones, adivinando quizds que uchaba en vano contra el exiraho sentimiento que la empujaba hacia él, adivinando que recaeria sobre su pecho, ebria de nuevas confidencias ‘wntas veces quiso rebuirlas él as; los hijos y Antonio. Sélo ellos ocupaban el pensamiento de esa mujer, tenian derecho a su ternura, a su dolor. mucho debié quere: as palabras, para permitirie garrase asi, suave y laboriosamente, el coraz Y sin embargo, no supo ser débil y humilde hasta Giltimo. “Ana Maria, tus mentiras, debi haber fingido tam- bién creerlas. (Tu marido celoso de ti, de nuestra amis- acl @Por qué no haber aceptado esta inocente inven- cidn tuya si halagaba tu amor propio? No, Preferia per- der terreno en tu afecto antes que parecerte candido. Mas que mi mala suerte fue, Ana Maria, mi torpez: la que impicli6 que me quisieras. Te veo inclinada al borde de la chimens cenizas sobre las brazas mortecinas; te veo 1 para escuchar tantos le des- lo echar arrollar el DB sobre los muebles, Te veo acercarte am nas noches, todo esto. La ve ca, Entonces, £4 , mezquiino, egoista, me S que para murmu Sin embargo, porque mi amor te perdond mucho. Hasta que te encontré, cuando se me mi > dejaba automdticamente de amar, y 10 perdo- + habria podido d no obtuvo de mi ni un reproche, flor en su tumba Por ti, 5 e se hum Por ti, s6lo por Tal vez habia n que nos Ana Maria, he conocido el le a la ofensa y perdon: hora 129 cidn. Pero no quiero quitarte méritos. Me sedui bién w dad y de tu instinto, Qué de veces te obligué a ion, un comentario. ‘Ta enmudectas, coléric: labs Y no, Ana Maria, siempre me creiste mis fuerte de lo que era, Te admiraba, Admirabs esa tranquila inteli- gencia tuya cuyas estaban hundidas en lo oscuro de tu ser. ‘abe lo que hace agradable ¢ intimo este cuarto? venta a tame porque era la voz de tu sensibili- , presumiendo que me bur ‘a. jAy, qué silencio! EL aire parece de cristal, En tardes como ésta me da miedo hasta de pestafear. Sabe uno acaso dénde terminan los gestos? ;Tal vez si levanto la mano, provoque en otros mundos la trizadura de una estrella! Si, te acmiraba y te comprendi: ‘Oh, Ana Maria, si hubieras querido, de tu desgracia y mi desdicha hubiéramos podido construir un afecto, na vida; y muchos habrian rondado envidiosos alrede- or de nuestra union como se ronda alrededor de un verdadero amor, de la felicidad. jSi hubieras querido! Pero ni siquiera tomaste en cuenta mi paciencia. Nunca me agradeciste una gentile- a, Nunc: “X.Me guardabas rencor porque te apreci cia mas que nadie, yo, el hombre que t no am: 130 Pobre Fernando, ;cOmo tiembl nerse en pie. Va a desmay: Un muchacho compare el temor de La amortajadla. Fred, que se acerca, pone la mano sobre el hombro del enfermo y Ie habla en voz baja. Pero Femando sacude tal vez, a salir del cuanto. Entonces ella observa c6mo Fred lo empuja haci un sillon y se inclina solicio. Y el pasado tiesno que la presencia del muchacho voleé en su coraz6n desborda por Sobre esta imagen de Fernando entre los brazos de Fred, el hijo preferido. Recuerda que, de nifo Fred teniale miedo a los espejos y solia hablar en suefos un idioma desconocido. Recuerda el verano de la gran sequfa y aquell tarde en que a eso de las ttes, Fernando le habia dicho: —"(Si fuéramos hasta los terrenos que compré ayer” Los nifos treparon al break sin titubear. Antonio alego lo de siempre: que era desagradable salir a esa hora. Pero ella, para no decepcionar a Femando y cuidar que los niftos expusieran sus cabezas al sol, habia acepta do la poco dichosa invitacion. staremos de vuelta mucho antes cle la comida”, grits a su marido en tanto el coche se alejaba. Pero Antonio, que fumaba recostado en la mecedora, ni se digno agitar la mano, Y asi hubo de sobrellevar muda y ofendida los primeros diez minutos de llanura polvorienta, Los perros de Fred, esa jauiria hecha de todos los perros vagos del fundo, siguieron un instante el carrugje. lego se quedaron bebiendo en el barro de la acequiia Los niflos se movian incesantemente, gritaban, can~ hacian preguntas. Ella, agobiada por el calor, sin contestarles, Y¥ el coche avanzaba asi, entre Casi no puede te- 13 una doble fila de lechuzas que, gravemente erguidas sobre fos postes det alam Tio Fernando, quiero , aqui tienes tu escopeta, mata una lechuza para mi. Por qué no? ;Por qué, tio Fernando? Yo quiero una lechuza, Esa, No, és no. Esta otra...” Y Femando accedié como accedia siempre c Anita se le colgaba de una manga y lo mira ojos. Por temor de caer en desgracka ante la nit gaba siempre sus ¥ apedreaba junto con ella las pequefas lagart se escuttian hotizontales por las tapias del jardin Femando detuvo los caballos, apoyé la escopeta contra el hombro y apunté a la lechuza que desde un poste los observaba, confiada, sin moverse Una breve detonacién paré de golpe el inmenso de las ci poste. Anita corrid a recogerlo. FI canto de las Cigarmas se elev6 de nuevo como un grito. Y ellos biertos los ojos, unos ojos redondos, amarillos y moja- dos, fijos como Una amenaza. esta bien mueita. Me ve. Ahora cierra los ojos poquito a poco... jMamd, mamd, los pérpados le salen de al Pero ella no Ix escuchaba sino a medias, atent la masa violeta y sombri horizonte, avanzaba al encuentro del carruaie. "jNifos, a subir el toldo! Una tormenta se nos ne encima’. Fue cosa de un instante. Fue s6lo un viento o: que barrié contia ellos ramas secas, pedregullo e tos muertos, vie~ 132 armaz6n del Cuando lograron trasponerlo, break temblaba entera, el cielo se extendia gris y el silencio era tan absoluto que daban deseos de remover- Jo como a un agua demasiado espesa. Bruscamente, habian descendi otro tiempo, a otra region: Los caballos corrian despavorid que ninguno recordaba haber visto traron ef coche hasta una granja en rut De pie, en el umbral sin puerta, un hombre pare cia esperatlos. “El camino a San Roberto, por favor?” EL pe6n ~era un peén?- calzaba botas y tenia una fusta en la mano; los mirS extrafamente, tard6 un se- gundo y contes ~'Sigan derecho. luego a la izquierd racias Los caballos emprendieron de nuevo su inguictan- te carrera, ¥ entonces, Fred con cautela se arrimé a ella y la llamé en voz muy baja: —"Mamé, de fijaste en los ojos del hombre? iguales a los de la Aterrada ella se habia vuelto ha gritarle, Tira esa lechuza; tirala he el vest Encontrarin un puente. Doblen ‘ran ia su hija para icho, «que te mancha El puente? Cudintas horas erraron en su busca. No sabe! Solo recuerda que en un determinado momento ella habia ordenado: "Volvamos 5 en silencio y emprendié aquel interminable regreso durante el cual la noche se 133 La Hlanura, un monte, otra vez la Ilanura y otra vez un monte. Y ta Tlanura atin “Tengo hambre”, murmuraba timidamente Alberto. Anita dormia, recostada contra Fernando, y la feli- cidad de Fernando era tan evidente que ella procuraba no mirarlo, presa de un singular pudor. Bruscamente uno de los caballos resbalé y se des- plomé largo a largo. Dentro del coche se hizo un breve silencio. Luego, como si revivieran de golpe, Jos nifios se precipitaron coche abajo, prorrumpiendo en gritos y suspiros. Fernando habl6 por fin, “Ana Marfa, estoy perdido desde hace horas”, dijo. Los nifios corrian en la oscuridad del campo. “Aqui debe haber llovido", chillaba Alberto hundido hasta k rodilla en un Jodaza Apremiado por Fernando el cabal baleante, caia y se volvia a alzar rel mente. se erguta tam- ‘Ana Maria, mas vale no seguir el viaje. Los eaba- llos estén extenuados. El coche no tiene faroles. Espere- mos que amanezca”, *Antonio!”, habia gemido ell muy débil Instantineamente Fernando golped las manos para reunir a los nihos dispersos. "Nos vamos! jNos vamos!

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