tena el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigedad que lo mismo poda ser de Indonesi que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las bugambilias. Esta es la mujer ms bella que he visto en mi vida, pens, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo haca la cola para abordar el avin de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de Pars. Fue una aparicin sobrenatural que existi slo un instante y, desapareci en la muchedumbre del vestbulo. Eran las nueve de la maana. Estaba nevando desde la noche anterior, y el trnsito era ms denso que de costumbre en las calles de la ciudad, y ms lento an en la autopista, y haba camiones de carga alineados a la orilla, y automviles humeantes en la nieve. En el vestbulo del aeropuerto, en cambio, la vida segua en primavera. Yo estaba en la fila de registro detrs de una an-