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7 Verdad y objetividad En los capitulos anteriores estudiamos el despliegue de tres 's de absolutismo intelectual y analizamos sus efeec- s historiadores. En la primera modalidad, alentados por trada en el modelo heroico de ciencia, los historiadores emularon a los cientificos, convirtiéndose en investigadores des- apasionados que procuraban una reconstruccién exacta del pa- sado. En la segunda, seducidos por el progreso, intentaron sistematizar las leyes secuenciales del desarrollo humano; esta biisqueda de principios perdurables de accién social implica- ba, por cierto, la suposicién de que por debajo del flujo diario del accionar humano latfa una corriente ordenadora de los procesos de cambio. El iltimo absolutismo intelectual se inspiré en el naciona- lismo decimonénico, forjador de identidades de hombres y mujeres. Impulsado por las fuerzas revolucionarias desencade- nadas a fines del siglo dieciocho, el motor del nacionalismo condujo a los historiadores a situar sus respectivos pafses -y por ende a sus habitantes en el paisaje mas vasto de la historia mundial. Construir la nacién era la consigna ms imperiosa, y la contribucién de Ia historia a ese esfuerzo fue asumida irre- flexivamente. Tras todos estos absolutismos estaba el radiante concepto de naturaleza, no la naturaleza exuberante ¢ indoma- ble del mundo primitivo o la que impuls6 a Adan y Eva al pecado, sino la naturaleza de la ciencia, del mejoramiento pro- gresivo y del orden espontineo que los investigadores imagina- ban bajo la superficie del diario acontecer. Esta mezcla volatil de anhelos para la historia coexistié con sorprendente facilidad durante mas de cien afios. Las tres no- ciones convivian sin problemas en un solo espacio intelectual, 295 [A VERDAD SOBRE LA HISTORIA ues eran teorias de cuiio reciente, no tocadas por la verifica- cién. La idea de que los sucesos casuales se organizaran real. mente en procesos invisibles de cambio result6 digerible gracias a las leyes gravitacionales de Newton, que divulgaron el para- déjico contraste entre lo aparente y lo real: lo manifiesto resul- ta engafioso para nuestros sentidos y encubre la estructura verdadera ¢ invisible del mundo. Mientras las sociedades de Occidente marchaban arritmicamente hacia la modernidad, la ciencia del siglo diecinueve, con sus métodos, proyectos, ex- pectativas y héroes, puso en circulaci6n nuevas divisas de nego- Giaci6n cultural y desplaz6 a la religion como matriz. de modelos y metaforas aclaratorias de la experiencia social. ‘Toda obra cuidadosamente investigada de historia nacional recibia la calurosa aprobaci6n acordada a la ciencia, pues sefia- laba el lugar de cada pais en el mapa global del progreso social. Este doble respeto, ante ciencia y nacionalismo, empa- {6 su eventual divergencia por ejemplo la posibilidad asaz concreta de que las historias acerca de la grandeza nacional colisionaran con las que investigaban cientificamente el modo como las naciones habian acosado a sus minorfas. La tension entre las presentaciones patriéticas del pais y Ia reconstruccién precisa de los fracasos nacionales qued6 inexplorada, y los es- tudiosos del siglo pasado quedaron libres para recolectar datos y mejorar los métodos investigativos; pero en su quehacer deja- Ton rehenes para que futuros escépticos los liberaran. Como la empresa cientifica involucraba distinguir Ia reali- dad objetiva de las cosas-como-son del ambito de las cosas- como-quisiéramos-que-fueran, los especialistas eran renuentes a explorar los componentes subjetivos de Ia escritura de la historia. Si bien habia que diferenciar entre hechos y opinién ~yentre evidencia documental e interpretaci6n-,, la practica de combinar ambas nociones permanecié en el espacio intelec- tual del siglo pasado y de comienzos del siglo veinte indiscuti- dae ignorada en un limbo conceptual. Aunque un Carl Becker podia comentar con acritud que el historiador “no se atiene a Ios hechos: los hechos se atienen a él”, su critica se descarté sin mis. Los historiadores norteamericanos preferian considerarse empiristas que procuraban encontrar y documentar hechos ob- 226 7 \VERDAD YORJETIVIDAD Jetivos. La mera idea de que el conocimiento fuera una pro- duccién intelectual mas que una lectura desinteresada de la evidencia textual y fisica inducia una incertidumbre que un estudioso denominé “vértigo del relativismo”? Previsiblemen- te, los historiadores intentaron evitar el remolino de las cam- biantes perspectivas personales y esquivaron las cue: filos6ficas, que calificaron desdehosamente de “teorias”. Mu- chos escribian como si analizar el decurso humano fuera una tarea lineal, semejante a aislar un germen infeccioso. Otros aceptaron ciertos cambios en las interpretaciones habituales, pero los atribuyeron a una suerte de tendencia edipica de las sucesivas generaciones de académicos a revisar los hallazgos de sus antecesores. Elataque relativista a la verdad y la objetividad Los absolutismos decimonsnicos se han visto destronados des- de los afios sesenta. Desde diversas perspectivas, una constela- ci6n de impugnaciones concentré sus embates en la objetividad y la biisqueda de la verdad. Un escepticismo fluido empapa ahora el paisaje intelectual y se infiltra en un sistema de pensa- miento tras otro. Se pone en duda el estudio de la historia; su competencia para mostrar la verdad se ha negado de modo tajante. “eQuién dice que la his gunta el escéptico. La histori vive hoy la resaca de la desih de la época posbélica. Algunos escépticos son construccionistas sociales (otrora co- nocidos como programadores duros) que en la ciencia y la historia s6lo ven artificios intelectuales 0 discursos, combina- ciones de palabras que apenas rozan las cosas ajenas al tejido del lenguaje. En la vida académica angloamericana, el cons- truccionismo social surgié en los afios setenta en el ambito de la historia y la filosofia de Ia ciencia. Otros, posmodernistas, influidos por pensadores franceses, han cerrado filas con los escépticos. En su empresa deconstructora atacan el irreducti- ble elemento de arbitrariedad implicito en la produccién del cientifica, una caracteristica 227 LA VERDAD SOBRE LA HISTORIA conocimiento y desde alli cuestionan la capacidad del ser hu: mano para entender Io que es ajeno a su propio sistema cerra, do de comunicacin> Estos pensadores contemporaneos censuran el influjo cien- tifico de sus predecesores con un apasionamiento aniaiio re. setvado a las infamias del Antiguo Régimen. Alzan un estandarte ms atractivo que los esotéricos fil6sofos de la ciencia, cautivan la atencién pablica y parecen la quintaesencia del relativismo actual. Ya que todas las indagaciones histéricas surgen del mar. co linguistico del investigados, opinan que los resultados pro- vienen predeciblemente del poder hegeménico de los varones occidentales, responsables iniciales de la estructura lingiiistica, Ta escritura de la historia, sostienen estos criticos, no se ocupa de la biisqueda de verdad sino de las politicas de los historiado. res. Lo verdadero para un var6n, por ejemplo, suele ser falso Para una mujer. Aducen como prueba las guerras historiografi. cas de los iltimos veinte afios. Afirman que, tal como Toto (el perro de Dorothy) expone la vulgar humanidad del Mago de Oz, ellos demuestran que los historiadores s6lo son fabulado. Tes especializados, cuyos reclamos acerca del pasado tal-cual fue pertenecen a la cortina de humo de las pretensiones cientificas. En palabras de Hayden White, los historiadores: ‘no construyen conocimiento utilizable por otros; generan un discurso acerca del pasado”. Sobrepasando la innegable subjetividad de la escritura de la historia, estos criticos contemporaneos también han sopesado y descalificado las estrategias ret6ricas y las formas doctas de narra. tiva historica. Hermeneutas sagaces, analizaron cémo las palabras engendran ilusiones y acusaron (con raz6n) a los historiadores de minimizar las limitaciones de sus perspectivas hablando desde un punto de vista omnisciente. Frases como “Napole6n condujo sus ejércitos a través del continente curopeo” o “los norteameri. Canos crefan que un destino manifesto les impulsaba a conquis {ar el continente americano” son, dicen, acrobacias verbales que Permiten que los historiadores den la impresin de estar instala- dos en un nivel superior de observacién. Sostienen, ademas, que el lenguaje docto simula que la historia (no el historiador) habla con la voz tonante de un 228 YERDAD YonjerivipaD Presentar el saber hist6rico transmiten engafiosamente un enfoque desapasionado, limpio de sectarismos ¢ intereses, no restringido por las limi jes de un tinico punto de vista. Defectuosas también son las palabras que se usan para descri- bir el pasado, pues, como carecen de Ia precision de una foto- srafia, pueden cambiar de significado como camaleones con cada lectura, Al excluir la historia de la categoria del conoci- miento, estos escépticos prefieren alojarla junto a la poesia y la reducido aun mero género literario, Por cierto, los perspicaces escépticos que desafiaron la con- Viccion cientifica decimonénica de que se podia lograr una verdad perdurable merecen nuestro respeto. Al desenterrar del inexplorado subterréneo conjetural las discretas proposi- ciones que sostienen la objetividad de la ciencia, estos Davides de la disidencia arrem metafisica occident el taller de la historiografia, de la investigacion y las estra Tet6ricas, y mostraron, a sus ares y a un piiblico desprevenido, como los diferentes enfo. ques de los historiadores impregnan sus libros. Esta labor de- tectivesca dej6 al descubierto todo un rango de posibilidades lingiifsticas e interpretativas y condujo a los criticos al escena- tio del crimen primigenio, la conciencia individual, donde se negocian las opciones. La comprensién de los procesos me- diante los cuales los seres humanos crean informacién se han ampliado considerablemente con el examen de los historiadores a) DODO COOOOCOCOOOOOC COOOL LAEHAnenn wn... ZA VERDAD SOBRE LA HISTORIA como portadores de ideas culturalmente codificadas. Paralela. mente, la hermenéutica mostr6 a estudiosos y lectores de que manera las palabras esculpen la conciencia. Estos sofisticados atisbos en Ia génesis del saber han sido recibidos mas como exposiciones inteligentes que como pro. gresos del entendimiento humano. Atribuimos esta reaccion negativa a la perdurable dicotomfa entre imparcialidad absohi, {a € interpretacién arbitraria que nos leg6 el positivismo (a pesar del desdén que éste provoca en la generacién actual). Cuando los posmodernes ridiculizan la mente como espejo de Ja naturaleza-o afirman que los historiadores no entregan una imagen exacta del pasado-, estén golpeando los espantajos de ciencia heroica y de su clon historico. Andlogamente, cuan. do los lectores, comparando las variadas interpretaciones de las causas de la Primera Guerra Mundial, concluyen que la subjetividad impregna toda la historia, el desdén de la ciencia inueve enfatizaron la dicotomia entre objetividad y subjetividad que resulta dificil modificar, si se utilizan sus términos, las dudas insolubles que resultan de admitir que la mente humana no es espejo ni magnetéfono.' Al negar el absolutismo de antaiio, los escépti- Cos parecen ignorar, sin embargo, el peligro que entra in- ventar uno nuevo, fundado en la subjetividad y el relativismo. Realismo préctico En el ambito posheroico, el mundo que describe la ciencia esté separado del lenguaje y sin embargo inextricablemente ligado a él. La comprensién contemporanea de la génesis del conoci miento requiere un realismo diferente, mas matizado, menos absolutista que el postulado por un realismo anterior y, dirfa- ‘mos, més ingenuo. La nueva versién —conocida como realismo Prictico- supone que la significacién de las palabras no se illamente “en la cabeza” ni se adhiere a los objetos mngelando la realidad para siempre. Las conven- ciones lingiiisticas son la respuesta verbal a cosas ajenas a la 230 \VERDAD YOBJETIVIDAD Propuestas por seres dotados de imaginacién y entendi- miento. La estructura gramatical es un artificio lingiifstico pero significativo, que se ha desarrollado mediante la interaccién con el mundo objetivo, mediante un esfuerzo por nombrar las cosas, incluso las innominadas, que el ser humano encuentra. A diferencia de los posestructuralistas, los realistas practicos afirman que las palabras articulan el variadisimo contacto con los objetos: comunicativos y responsables, los vocablos cum- plen el propésito de buscar la verdad precisamente por no ser arbitrarias herramientas de solipsistas. Es posible que la grama- tica esté profundamente engramada en la mente, pero las pala- bras resultan del contacto con el mundo. Los filésofos actuales recuerdan a historiadores y lectores la inevitable disparidad entre las palabras y las cosas (lo que esta afuera), entre las convenciones idiomaticas acerca del mundo externo y sus contenidos reales. Sus admoniciones apuntan al hecho de que el mito de la correspondencia, heredado de los realistas filos6ficos, debe mucho a la ciencia heroica y no lo suficiente a la sabiduria intuitiva de los historiadores. Una ver descartada la presuncién de equivalencia, de calce perfecto entre lo que esti en la mente y lo que esti afuera, intentemos conceptualizar la relacién entre el mundo y los investigadores. En palabras titiles para el historiador: por un lado estan los registros del pasado y por otro su interpretacion. Lo que inquieta ¢s el abismo que los separa. En el mejor de los. casos, el pasado se parece vagamente a lo que de él dicen los historiadores, pero los realistas practicos aceptan la impreci- sién ¢ imperfecci6n de los relatos historicos. Esto no significa que abandonen el esfuerzo por encontrar precisién y comple- tud, © que dejen de juzgar los relatos sobre la base de aquellos criterios. A la inversa, los relativistas (que son antirrealistas) dicen que esta confianza en la narracién histérica es autocom- placiente y absurda, porque cualquier tipo de equivalencia es imposible. Convertir el realismo prictico, modificado, en enla campafia contra el relativismo requiere alguna explicacién de los motivos. Explicacién que no deberia desdefiar el atractivo estético. Algunos historiadores, como ciertos artistas anticuados, 231 {A VERDAD SOBRE LA HISTORIA encuentran atractivo el realismo.’ Les atrae el desafio de re. construir lo que aparece en la mente cuando se contempla el pasado, asi como Vermeer pudo sentir atraccién por el desafio de representar la ciudad de Delft. Ahora bien, los historiadores se las ven con un ayer desvanecido, la mayoria de cuyas huellas perduran en documentos escritos. El traslado de las palabras del documento a un relato que intenta ser fiel al pasado es la lucha especifica del historiador con la verdad. Requiere de una atencién rigurosa a los detalles de las fuentes y una composi. ion imaginativa del relato y su interpretacién. El realista jamas iega que el mero acto de representar el pasado transforma al historiador (con sus valores, excrecencias y todo el resto) en un escultor que moldea activamente la perspectiva del pasado, ‘La mayoria incluso goza con la tarea. La experiencia —distinta de la escritura~ de Ia historia pue- de ayudar a que el realismo consiga mayor concreci6n. El efec- to mismo del cambio histérico -por ejemplo, el fin de las guerras- y la influencia de estos cambios externos en el pensa- miento desmienten la conexién arbitraria de las palabras y las cosas. Los sucesos nos pueden alterar de manera irreversible el ordenamiento de las palabras en la mente. Pero, como ilustra Ja frase “mejor una vez colorado que diez amarillo”, las pala- bras pueden ser mal utilizadas. Una vez, la expresion describié una actitud mental belicosa y, para quienes la poseian, una conviccién. Sin embargo puede llegar el momento en que sea rensable aclararla a los nifios, para que no la confundan, Por ejemplo, con el lema guerrero de una escuela especial. mente violenta de pintura. Las descripciones de la “realidad” a veces pierden su significado, y entonces las palabras se apartan de la realidad que sus defensores otrora apoyaron con tanto ahinco. Quienes piensan o escriben acerca del pasado deberian consolarse sabiendo que ningiin fil6sofo (de Paris o de Viena) Jamas pudo probar que los significados estén sencillamente “en nuestra cabeza” o, a la inversa, que el lenguaje pueda pegarse a los objetos y describir definitivamente cémo es el mundo exte- rior. En otras palabras, los “hechos” precisan de las “convencio- nes” y viceversa. Puesto de otra manera: el historiador no dice 232 YERDAD YOWETIVIDAD que pueda existir una interpretacién ajena a las practicas y discursos del autor. El historiador no es un alquimista que inventa la realidad preterida mezclando sus hechos oscuros con luminosas descripciones verbales, ni un observador cienti- fico que afirma generar una gris narracién que corresponde nitidamente con lo que sucedié ayer. Es alguien que reconstru- ye el pasado sobre Ia base de unas huellas documentales que no se pueden desechar como si fueran un mero discurso acer cade otros discursos. Los realistas practicos estén apresados en un mundo con- tingente y recurren al lenguaje para sefialar objetos exteriores que pueden conocer porque usan el lenguaje. Esta situacién, ligeramente circular, en que transita la mente prictica, no en- gendra héroes, pero ayuda a encontrar verdades acerca del pasado. Y mds importante: el realismo prictico paraliza a los relativistas, recordéndoles que algunas palabras 0 convencio- nes, incluso si son construcciones sociales, llegan a lo que esta afuera y proporcionan una descripcién razonablemente veraz de sus contenidos. El realista practico acepta de buen grado la alianza con la ciencia, pues el estudio de la naturaleza sugiere que conocer algo en la mente no deroga su existencia fuera de Ja mente. Hace més de un siglo, el pragmatico norteamericano Char- les S. Peirce dijo que el realista “establece una distinci porque el objeto inmediato del pensamiento, en un, dadero, ¢s la realidad”.* La existencia de una cosa que es s6lo la imagen mental de esa cosa no disminuye su existencia externa ni que se la pueda conocer mediante el lenguaje. El que pueda estar en ambos lugares, alla afuera 0 aqui, donde moran las palabras, s6lo parece verificar la naturaleza objetiva de todas las cosas, de los edificios al tiempo. Se las puede conocer y utilizar al margen de las expresiones lingiiisticas que las descri- ben, y sin embargo se las puede “capturar” en diante vocablos que apuntan fuera, a la cosa en El realismo modificado (0 practico) que suscribimos aqui vincula palabras y cosas usando palabras, pero hace mas que 233 {LAVERDAD SOBRE LA HISTORIA ¢¢50; cumple otro propésito: alimenta, no desanima, la pasién Por conocer el pasado. Respalda la capacidad de conocer que experimentan los agentes humanos que emplean el lenguaje alfabético o numérico, Esto no supone, sin embargo, que exis ta un “algoritmo” o camino tinico hacia la verdad. En el nivel filos6fico, el realismo permite que los historiadores apunten el Tenguaje hacia cosas que les son externas. Ser realista practico implica otorgar el estatus de laboratorios a los depésitos de registros. Los archivos de Lyon, por ejemplo, estan en un anti. guo convento de una colina que domina la ciudad, Para llegar a ellos hay que escalar trescientos peldafios de piedra. Para el realista préctico, incluso el que esti equipado con un ordena- dor portatil, la fatigosa escalada vale la pena. El relat 24 no se moleste. Pero lo cierto es que los historiadores encuentran algo mas que polvo en los afiosos registros y ana. queles. Estos permiten vislumbrar un mundo desaparecido, Aceptando cierto grado de incertidumbre, los estudio: ‘campo realista se levantan temprano para escudrifiar vos, pues pueden descubrir indicios, tocar vidas extintas y “ver” Patrones en acontecimientos que de otra manera resultarian inexplicables. Desde el siglo diecisiete la ciencia progres6 tanto que casi todos ayeron bajo su influj Los historiadores Uamaron enton- ces cientificos a sus métodos y bregaron por el desay Pensaban que la ciencia entregaba el unico camino hl Is verdad. Menos dominados por la admiracién, menos convenc- dos de que la verdad pueda encerrarse en una ecuacién, hoy consideran que el antiguo anhelo de convertirse en hombres de ciencia forma parte de su pasado. Es tiempo de avanzar, pero no sin gratitud retrospectiva. El vinculo entre ciencias naturales y ciencias humanas Aunque hayan dejado atras la ciencia heroica y sus modelos de saber, los historiadores todavia deben participar en la discusion entre las ciencias naturales y las ciencias humanas. La deuda de las disciplinas sociales con Ia ciencia es tan grande ~compar- 234 ‘venna ¥onETIVAD ten tanta historia y problemas epistemol6gicos- que el divorcio no €s una opciGn. Muchos asuntos teoréticos comunes, y diver sas instancias de optimismo o pesimismo cultural, afectan las variadas formas de investigacién humana. Tal como los histo- riadores, los cientificos también chocan con el relativi que s6lo sea en sus manifestaci i elementales, como el creacionismo y los cultos de la New Age, 6 sencillamente con las informaciones que difunde el Instituto del Tabaco. Estos desafios no parecen formidables en comp Gi6n con los que enfrentan las ciencias sociales, pero la relativa impermeabilidad de la ciencia al escepticismo se relaciona mas con los viejos habitos respetuosos del pablico que con alguna proteccién natural. La posicién privilegiada de la ciencia nor- teamericana de posguerra también puede requerir, como su- giere nuestro iiltimo capitulo, un replanteamiento nuevo y serio. ‘No obstante su relaci6n con las ciencias naturales, las cien- cias humanas ~por ejemplo la ria enfrentan un conjunto especifico de problemas cuya analogia con la ciencia natural no es posible, porque historiadores, socidlogos y economistas son incapaces de aislar adecuadamente los objetos de investiga dian la accién que responde a intenciones; los naturalistas in- vestigan el apretado universo de la conducta. Las huellas del pasado suelen encontrarse en textos y tran- rencia de los 4tomos, no puede separar a las palabras entre si 0 excluirlas de su marco de referencias. Los historiadores no poseen (ni necesitan) superaceleradores, no pueden apresurar los vocablos de los archivos antiguos para que sus colisiones en un entorno cerrado aclaren sus diferentes significados. Por mas placentero y liberador que pueda parecer el juego de las pala- bras desconectado de la “realidad”, no se escudrifian textos para aislar el lenguaje. La tarea es vincular un texto con otro para recuperar, palabra por palabra, un instante olvidado pero no perdido en el tiempo. La deconstruccién de un texto para ‘exponer su incapacidad de representar un pasado inmévil s6lo puede lograrse tras una reconstrucci6n previa. 235 A VERDAD SOBRE LA HusTORIA Los historiadores no pueden abarcar todas las variables que "eso tinico. Los seres humanos i Yengafiosos. Los historiadores creen que categorias como cien dine 8 Benero y sexualidad estan libres de valores, pero sus divisiones suelen revelar mas acerca de las categotizaciones aa tuales que de lo que la gente del pasado pensaba o hacia, Inche so las disciplinas académicas en torno a las cuales se organizan las catedras universitarias son clasificaciones ‘prefabricadee” que no impiden que los historiadores recurran a fil6sofos, bidlogos, antropélogos o teorizadores de la literatura, EI problema més especifico de los historiadores es el que Plantea la temporalidad. La verdad, segiin ellos, esté envuche, én ¢l esfuerzo por descubrir qué sucedié en el pasado, Le ésta es la parte complicada— en el presente. El'pasado, en L, medida que existe, existe en el presente; tambign el historic, dor esta atrapado en el presente ¢ intenta enunciar afin Glones significativas y exactas acerca del pasado. Todo relato de objetividad historica debe considerar esta decisiva diman sién temporal. VERDAD YoujeTIvinAD Una nueva teoria de la objetividad Una teoria de la objetividad para el siglo veintiuno estara en deuda tanto con Ios criticos de Ia ciencia como con sus defen- sores. Estara en deuda, por sobre todo, con la capacidad colec- tiva de esta generacién para conservar lo conocible, resignando gran parte del territorio supuestamente conquistado durante el apogeo del positivismo. Creemos que se podri establecer una objetividad calificada cuando esta objetividad remozada se desprenda de su antiguo prototipo cientifico. Ofrecemos en- tonces el entendimiento de Ia verdad historica que vale en estas postrimerias de siglo. Empezamos con el pasado, primer objeto de la curiosidad historica, y construimos nuestro argu- mento restaurando la morada que heredamos de la historia, climinando el barniz de las grandes expectativas para que po- damos volver a ver los puntales y articulaciones de modestas indagaciones acerca de lo que efectivamente sucedié y cémo afect6 a quienes lo vivieron. Los estudiosos actuales ya no pueden ignorar la subjetivi- dad del autor y deben construir estindares de objetividad que Feconozcan desde el inicio que todo relato es fruto de Ia cu- riosidad de un individuo particular y cobra forma bajo el in- Alujo de sus atributos personales y culturales. Puesto que todo Conocimiento se origina en la mente y se transmite mediante Tepresentaciones de la realidad, todo conocimiento esta cen- trado en el sujeto y es artificial, caracteristicas que denostaba la antigua exaltacién de todo lo objetivo y natural. Nuestra versi6n de la objetividad admite la imposibilidad de una inves- tigaci6n neutral y acepta que el sal luso el saber cientifi- Co, involucra una controversia permanente entre investigadores. Pero aceptar esto no vulnera la viabilidad de sistemas estables de conocimiento ~que pueden ser comunicados, completados ¥ probados-; s6lo se requiere de un nuevo entendimiento de Ia objetividad. A nivel popular ~donde la deconstruccién todavia significa arrasar edificios— existe la difundida opinién que de alguna manera el pasado tuerce la mano de quienes lo estudian, En realidad el pasado, como secuencia de sucesos, ha desaparecido. on EEE a ee A VERDAD SOBRE LA HISTORIA, mente etaciones que se puede ofrecer sobre un suceso ¢decn, rrollo. \VERDAD YowerTDAD de otro, que juzga que mercaderes y granjeros rechazaron la autoridad britanica para proteger la rentabilidad de sus empre- 28 y granjas. Los residuos materiales del pasado no pueden aclarar la disparidad interpretativa que resulta, pues esas des. cripciones se apoyan en una apreciacion diferente de los inte. Teses, valores y motivaciones de los actores involucrados. Los dos historiadores emplean, en realidad, una escala diferente para medir las acciones de los participantes, ya sean éstos legis. ladores, panfletistas o empresarios. acontecimientos pasados se evoca para fortalecer los argumen- tos de los escépticos. Pero hay que distinguir entre diferentes Perspectivas y diferentes interpretaciones. Las dos interpretacio- nes de las causas de la Revolucién reflejan una consideracion dispar de las motivaciones humanas y de la accién social. Slo se Jas podria armonizar ~d ible— luego de prolongados debates. En otras palabras, las interpretaciones pueden excluir. ‘se mutnamente. No asi las perspectivas. La perspectiva del escla- ¥o, por ejemplo, no suprime el punto de vista del amo; s6lo complica la tarea interpretativa. La metéfora de la percepci6n, tomada al pie de la letra, ayuda a aclarar este intringulis. Perspectiva no equivale a opi- ni6n. Ataiie al punto de vista, esto es, literalmente, al lugar desde donde algo, un objeto ajeno a la mente, es percibido. Imaginemos a varios testigos de una pelea vi alrededor de Ia habitacin donde se produce. Si de sus observaciones darfa un panorama muy completo, Ia pe- Tea no cambia porque la hayan presenciado muchas personas. A menos de estorbarse entre si, las perspectivas no son excluyentes 239 A VERDAD SOBRE LA HISTORIA ni su multiplicacion afecta a los testigos. La validez de cada reconstruccién depende de la precision y perfeccién de las “observaciones, no de la perspectiva per se. La objetividad perte- nece al objeto. Afirma tajantemente un filésofo contemporé- neo: “La objetividad no requiere adoptar la perspectiva de Dios, lo que es imposible”? Genealogistas, anticuarios y cronistas comparten la preocu- toriador por el pasado, pero sus diferencias per- ;pel de la interpretaci6n en la historiografia. Los gencalogistas, como su nombre indica, exploran el pasado en busca de los portadores de determinada dotacién genética. Siguen a los seres humanos hacia atrés, a medida que apilan ‘exponencialmente antepasados: dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, etcétera. Intentan reunir las estadisticas vitales de una familia especifica. Por su parte, los cronistas miran un dia por -gistrando los acontecimientos desde la perspectiva inmediata del momento pasado. Los anticuarios son més am- pero su pasion obsesiva son las cosas viejas. Aman el jo en bruto, por decirlo asi, no mediado por el andlisis o terpretacion. Les interesa lo antiguo, ya sea un campo de batalla o un juego de porcelana. En resumen, ninguno de los tres se desprende imaginariamente del objeto para aventurarse en el universo social que lo produjo. Los anticuarios preservan, los cronistas registran, los genealogistas pesquisan. Los histo- riadores pretenden mas. Comparten la curiosidad por el do, pero ademas buscan significado, explicaci6n y sentido, triple articulaci6n que les expone a la critica de los influyentes escép- ticos de hoy. Los posmodernos han anulado Ia tensién entre Ia convic- ci6n de que los objetos poseen una integridad capaz de resistir Ta investigacién externa y la percepci6n de las trampas y enga- ‘ios inherentes en los esfuerzos por otorgar un significado a la realidad. Como dice Carlo Ginzburg, han transformado la evi- dencia “en una pared que por definicién ocluye todo acceso a Ia realidad”, Los criticos posmodernos de la objetividad hist6ri- ca han convertido el “conocimiento completo del pasado” en un concepto tan fijo que han debido apoyarse en una especie de “positivismo invertido” para reforzar sus argumentaciones oan ‘veRDAD YORIETIMIDAD contra los historiadores.” La total imy idad de conocer un suceso pasado se transforma en Ia tinica realidad, en contraste ‘con la cual parece patético el esfuerzo imaginativo por compo- ner, a partir de residuos, un cuadro de la realidad pasada. Es tuna exageracién retérica que recuerda la respuesta de William James a una insistente impugnadora en una de sus conferen- ‘Gas; “Sefiora, no puedo permitir que su ignorancia, por vasta {que sea, se imponga a mis conocimientos, por escasos que sean”. ‘La comprensién del ayer, incluso incompleta, arraiga en Ta memoria. Gracias a ella, la gente sabe por experiencia que exis- tid un pasado, a pesar de que una importante tradici6n filos6fi- ca, asociada con David Hume, niega la cognoscibilidad de las ‘cosas externas a nosotros mismos y de la memoria como indica. dor de experiencias pasadas. Nuestra posicién es més vecina al sentido comiin: admitimos la existencia de una realidad objetiva y atribuimos a la memoria la capacidad de verificar la existencia de un pasado." La historia, al reconstituir la memoria, satisface una necesidad humana bésica, pues refuerza la consciencia de vivir en el flujo del tiempo: al cabo, el amour propre de los seres humanos clama por conocer su lugar en ese rio. Los occidenta- les han aprendido a exteriorizar esta curiosidad acerca del pasa- do. Incluso se distancia de su impertinente subjetividad al interrogar objetos como el desarrollo del Estado-nacion o el impacto de la prensa escrita, pero la fuente renovable de ener- gia que hay tras estas inquisiciones proviene del intenso anhelo de entender qué es ser humano. La memoria, aun la que ha sido ‘entrenada para buscar una verificacién objetiva del pasado, po- see por tanto un vinculo inextricable con los afanes personales de quienes escriben o relatan historias. ‘Una prueba convincente de la objetividad calificada que postulamos debe avenirse con los elementos innegables de sub- jetividad, artificialidad y subordinacién al lenguaje que se dan al escribir hi Hemos redefinido Ia objetividad hist6rica ‘como una relacién interactiva entre un sujeto que indaga y un objeto externo, Los fisicos convalidan sus hallazgos mediante ¢l de experimentacion. Muchos cientistas sociales ., interrogando ‘inicamente los fenomenos 2322322223282 2338383a3a3a LAVERDAD SOBRE LA HISTORIA explicables por medio de encuestas, experimentos con ani- males de laboratorio u otras verificaciones externas. Ahora reaccionaron ante los acontecimientos, qué ideas moldearon su universo social-, un entendimiento que depende de inter- pretaciones persuasivas, coherentes y bien documentadas que vinculen la conducta externa con significados generados in- ternamente. Después de referimnos al recuerdo y postular una relacién interactiva entre historiador y pasado, consideremos el papel de la curiosidad. El conocimiento es, ante todo, la acumula- cién de respuestas a preguntas que hombres y mujeres curiosos han planteado acerca del universo fisico y social. La curiosidad separa decisivamente Ia historia de la ficcién, Mas alld del self, al margen del 4mbito imaginativo, se despliega un paisaje ates- tado de residuos de vidas pasadas, una mezcla de pistas y cédi- gos que informan acerca de un instante tan real como el presente. De la curiosidad por un aspecto del pasado surge una relaci6n entre sujeto y objeto. Es dificil negar la existencia de los objetos. Existen. Su mis- ma objetividad, esto es, su incapacidad para acomodar todas las interpretaciones, justifica las controversias entre académi- cos. Segiin los escépticos, estas controversias s6lo prueban la subjetividad de toda perspectiva. Por nuestra parte, las atribui- mos a la presencia imperativa -y a menudo inflexible- de aque- Ios objetos que intentamos instalar en nuestro mundo inteligible. Los filésofos de la naturaleza fueron los primeros que enfrentaron disciplinadamente la otredad de los objetos que los circundaban (recordemos los momentos alquimistas de ‘Newton, cuando intentaba transformar metales ordinarios en oro en su laboratorio de Cambridge). Como la ciencia, la obje- tividad hist6rica empez6 con Ia curiosidad acerca de la otredad del ayer. Los seres humanos manifestaron poca curiosidad por el pasado per se mientras supusieron que sus antepasados eran esencialmente iguales a ellos mismos, mientras no advirtieron 242 que las sociedades arcaicas diferfan de las suyas tanto como difiere un territorio extranjero. Es indudable que el sesgo pro- fundamente personal de Ja curiosidad leva a creer que en el origen de toda indagacién objetiva esté la curiosidad mera mente subjetiva del investigador. Los te6ricos mas recientes han hecho de la subjetividad un objeto de investigacion y pro- claman que han puesto de manifiesto la falacia del conoci- miento objetivo. Los positivistas, que negaban la innegable subjetividad de los seres sensibles que inician toda investiga- cién cientifica, construyeron una especie de mufieco, que se derrumbé apenas se alz6 el velo de cultura que envolvia a la ciencia. Los realistas deben analizar ahora en profundidad Ja naturaleza de Ia relacién que se establece entre un investiga- dor curioso, imaginativo y configurado por la cultura por una parte y los objetos pasivos que investiga por otra. Los objetos despiertan curiosidad, resisten la manipulacién y acumulan es- tratos de informaci6n acerca de si mismos. La objetividad solo se puede referir a la relaci6n entre personas y estas cosas fasci- nantes; no existe al margen de las personas. Cualquier estan- dar de objetividad debe estar centrado en esa relacion. La ciencia heroica se equivocé al enraizar la objetividad en una presunta experimentacion avalorica y neutral. La nocién de objetividad, heredada de la revolucién cientifica, sugeria que el investigador entraba en trance, limpiaba su mente, pu- Ifa su espejo y lo apuntaba al objeto que examinaba. Habfa que seguir ciertos métodos, por cierto, pero se ignoraban las creen- cias, valores ¢ intereses que definen al investigador como per sona para permitir que i variedad de las maravill 5 desarrollaron una definicién excesivamente limitada de |jetividad. Nosotros redefinimos la objetividad historica como ‘una relaci6n interactiva entre un sujeto investigador y un obje- to externo. La validez, en esta definicién, proviene mas de la conviccién que de la prueba, a pesar de que sin prueba no hay escrito hist6rico que valga. 243 TAVERDAD SOBRE LA HISTORIA Dindmica psicolégica del conocimiento AL explorar el modo como la memoria afecta la escritura de la historia, destacamos la necesidad psicol6gica de abareas ly ex periencii impulso huma- que alienta la rentos puede “onstitucional {emo en una biografia, por ejemplo. Pero este libro insiste ex [2.@Pacidad humana de distinguir entre representaciones fe lcs y falaces de la realidad pasada y, més atin, de estableny Gandares que ayuden a especialistas y lectores a definir exg sti tervienc la relacién crucial entre los crea. Gores de saber y sus criticos. Cuando afirmamos que la mone Pi del pasado o los residuos de la vida pasada constrfien « hog historiadores, no decimos que todos se someten a la disciplina de estudiar evidencias, como Io demuestra el penoso ejemplo ser temPorineo del académico espurio que niega la realidad del holocausto en Ia Alemania sll YERDAD YoRETIvinAD Narrativas y lenguaje El intelecto humano reclama exactitud mientras el alma desea significacién. La historia atiende a ambos con relatca, Los criti- hie modemos se complacen en destacar que las narcaives rerrumpidos: s6lo emerge el relato cuando empezamos ¢ hablar a un tercero. De hecho, la nocién misma de seen ode desarrollo depende de que dispongamos previsinente oc los Las Hipearinecesarios para la descripcién del devenir temporal as historias occidentales se insertan en tuna mate de caracte- CODD ee [LAVERDAD SOBRE LA HISTORIA familiar. Los supuestos interpretativos personales guian a los historiadores en la composicin de sus relatos, pero esto hace dudar de sus intenciones cuando se lo contrasta con la antigua imagen del historiador que refleja el pasado como en un espe- jo. Negar validez objetiva a la escritura de la historia porque el esfuerzo del cronista es esencialmente creative es lo mismo que seguir atado a un entendimiento decimonénico de la pro- duccién de conocimiento. Si bien los filésofos y criticos recientes han expuesto el artificio de la narrativa, también otorgaron a ésta una atencion que la ha potenciado. EI flujo del tiempo carece de comienzo, intermedio y final, pero las historias los poscen. Sin embargo, las vidas comparten la estructura de las narrativas y los comien- 0s, intermedios y finales predisponen a la gente a engastar sus historias en formas narrativas. Los historiadores deben respe- tar el atractivo de Ia narraci6n. Basta pensar en el interés que provoca el comienzo de un cuento. Hasta el cuerpo se relaja con la sola mencién de “En el principio, Omaha era dirigida por ganaderos”, 0 “deja que te cuente cémo Juan empez6 a construir esa casa”. La fascinacién de un cuento reside en que empieza por el final. El desenlace despierta nuestra curiosidad y plantea una pregunta que nos retrotrae al comienzo que la determina. Se desarma una relacién feliz. El desdichado final se convierte en el punto de partida de diversas preguntas. Se narra una histo- ria para explicar la desarticulacién del todo inicial, y cada ele- mento del relato anuncia la conclusién. Cualquier conclusién © desenlace de una cadena de sucesos pregunta conduce a los hechos relevantes. El medio siglo de Guerra Fria concluyé en un deshielo. En China, Ia estatua de la libertad decoré brevemente la plaza Tiananmen. Alema- nia recuper6 su perdida unidad. Yugoslavia se pulveriza en facciones étnicas. Todos estos sucesos inesperados provocan preguntas inéditas, cuyas respuestas van a tejer las nuevas histo- ras de este siglo. La necesidad de narrar historias nuevas corrobora que el tiempo es en si mismo una perspectiva. La colonizacién de las praderas allende el Mississippi generaba, en los hombres y mu- 246 | | | | \VERDAD YOBJETIVIDAD jeres del siglo diecinueve, preguntas diferentes a las que nor ‘malmente se plantean hoy. Lo que denominaban emigracién hacia Ia frontera occidental destacaba el papel del “pionero” blanco y los incidentes que explicaban el cumplimiento del destino continental norteamericano. Los contemporaneos si- ‘tian ahora a los indios de las praderas en el mismo entorno de esos mexicanos cuyos hogares fueron brutalmente desnaciona- lizados por la guerra. La presencia de estos grupos moldea con fuerza la recreacin imaginaria del territorio que se extiende desde el Mississippi hasta el Pacifico y condiciona la evaluacion de los miiltiples encuentros con el otro ocurrido en Ia emigra- cién de norteamericanos blancos y negros hacia el oeste. Si el aburrimiento y Ia irrelevancia cierran vias novedosas de indagaci6n, la distancia y los cambios de sensibilidad las despejan. Durante vastos perfodos de nuestra existencia nacio- nal, la esclavitud fue un tema tan vergonzoso que los historia- dores se negaron a pesquisar sus origenes en la Virginia colonial. No se efectué investigacién alguna de las rutinas 0 las condiciones de vida de los esclavos hasta que las atrocida- des de Ia Segunda Guerra Mundial impulsaron a los eruditos explorar Ia génesis de los prejuicios raciales norteamericanos. Los afroamericanos ingresaron muy pronto en la profesion académica y alteraron para siempre la perspectiva de sus cole- gas euroamericanos. El pasado, como objeto de curiosidad, cambia con las épocas 0 los diversos puntos de mira; y asi cambian los relatos del ayer. La palabra escrita conserva las historias; el tiempo torna obsoletas esas palabras. Como los relatos hist6ricos explican la significaci6n de los sucesos en términos comprensibles para su audiencia inmediata, la curiosidad retrospectiva esté inextrica- blemente ligada a las preocupaciones presentes. El pasado, como objeto, sera interpretado de manera diferente por cada gene- racién. Por ejemplo, al escribir acerca de las causas de la sece- sion, los antiguos defensores de la estructura esclavista ordenaron los sucesos en un contexto muy distinto al que usa un historiador actual, que conecta la Guerra Civil con la aboli- cin de la esclavitud. O, por dar otro ejemplo, como los histo- riadores actuales ya no creen en la incapacidad de la mujer 247 {AVERDAD SOMRE LA HISTORIA para ocupar cargos piiblicos, leen las antiguas descripciones de su domesticidad natural con escepticismo y hasta c6lera. Por su Los escépticos esgrimen esta continua revaloracié: sado para refutar la objetividad de la historia, cuando realidad, deberfa probar la urgencia que cada generaci6n tie- ne de poser el ayer en términos que le resulten significativos. La innegable existencia de lecturas dispares de los aconteci- mientos pasados no convalida la postura relativista, pero, sin contornos esenciales para toda la eternidad. Por fortuna, lo ‘que cautiva la atenci6n es la experiencia humana tanto pasada ‘como presente. Las sucesivas generaciones de académicos no revisan tanto el conocimiento hist6rico; lo recargan de inquietudes contem- espectro del saber humano; sus revelaciones sélo reflejarian ideas conocidas. El historiador holandés Peter Geyl comenté que toda historia equivale a un informe interino, pero no ha- bria negado que esos informes transitorios son residuos de investigaciones que seguiran siendo estudiados cuando lo cir cunstancial del informe haya desaparecido. La textualidad de los textos La diferencia entre tradicién oral y escrita es decisiva en la consideracién de la objetividad. Los que narran personalmen- 248 YERDAD YoujETMVIDAD te pueden cambiar los detalles 0 modificar el significado cada iri ii La tradicion oral suele resultar cada relator transmite y remodela los relatos que conforman la memoria colectiva. En Ia historia es- \cteris- . Su caricter invariable define una versién que s capaz de revelar, con el el significado del texto y uso obligan, a los lectores de una época determinada a considerar la distancia que los separa de sus antecesores. Mas que cualquier otra prueba, estas confrontaciones han amplia- do la comprensién del elemento interpretativo de la historio- vinculaci6n entre presente y pasado. cuando la historia escrita reemplaza a la memoria crea un objeto un texto- que invita a su examen. A diferencia de las historias narradas por rapsodas o de las tradi- ciones orales que perviven en las comunidades pequefias, las, historias escritas quedan expuestas al escrutinio critico de per- sonas desconocidas y fordneas. Por lo menos desde las historias del siglo diccisiete, escritas por europeos o euroamericanos, las narraciones han merecido intensa critica, pero s6lo con los lo del experto ha penetrado los relatos hasta las palabras que los componen. Al analizar los textos, los posmodernos hicieron dos afirma- ciones vinculadas entre si. Primero, los textos -término que abarca mucho més que un trozo de escritura e incluye cual- quier elemento cultural ocultan tanto como expresan y no se los debe leer literalmente ni s6lo para descubrir las intencio- nes del autor. Se los debe deconstruir para descubrir las lagu- iones ¢ interrupciones de pensamiento o argumento las contradicciones, inversiones y sigilos entreteji- ¢jercen control alguno sobre la reconstruccién imaginativa que sus lectores hacen con sus palabras. Importa separar estas dos 249

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