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Nadie en la vereda sabe tanto de gallos como Marquitos, que naci entecado y
entecado vive. Es riqusimo y no lo sabe. Vive de ruana y con sombrero de
cuero peludo donde vivi con la mam y con la abuela y con su padre, que era
gan de oficio y tena yunta de bueyes, la ltima que ar la tierra en la
vereda. Marquitos pregunta preguntas antiguas que no le importan y que nadie
responde: Dnde dej el caballo? o S oy que anoche cantaron los sapos?
Con los aos recort la vara con que su padre guiaba la yunta y en ella se
apoya para salir por la carretera de la vereda a caminar, porque ya no existen
caminos. Ni reales, ni de herradura, ni veredales. Camina hasta la tienda,
donde sentado se toma una gaseosa a la que alguien lo invita. Puede esperar a
ese alguien toda una tarde, pero no regresa a su casa hasta que llegue y le
colabore, mientras l le pregunta: Por qu este ao no hubo cuaresmeros?
Por qu los arrayanes no han floreado? Por qu las lombrices de tierra largas
como longanizas no salieron a pasear en el ltimo aguacero? Se toma sorbo
a sorbo la gaseosa y regresa a su casa al caer la tarde y antes de que el gallo
busque el palo donde se encarama con un equilibrio alado.
Hoy, cuando oscurece empiezan los perros a ladrar; ladran por todas partes, en
cada camino, en cada casa, en cada lote. Ladran. Ladran. Se ladran unos a
otros; corren al lado de las cercas ladrndose; se muestran, amenazadores, los
colmillos; se botan espumarajos. Se muerden, se odian. Hay perros de toda
clase, segn sea el genio del dueo y de la propiedad que cuidan con celo.
Algunos falderos de las seoras testigos mudos ladran desde la sala; otros
ladran desde los patios, y otros, desde los linderos de las fincas. Ninguno le
ladra a la luna.
As quiere Trump el mundo: sin gallos. Lo dice: A los blancos no nos gustan esos
pjaros que tienen los mexicanos y que nos despiertan. Hay que botarlos a la
frontera con sus animales.