Graham Helen (2008)
Bree hoeria de In guerra cv owl,
Nadrid , Espase Calpe
FOTOCOPIADORA
CAPITULO 1
LOS OR{GENES DE LA GUERRA CIVIL,
| Vivan los hombres que nos tren Ia ey?!
La guerra civil espafiola comenz6 con un golpe militar:
_Existia una larga historia de intervencién militar en la vida
politica de Expasi, pero el golpe del 17-18 de julio de 1936
fue un instrumente Viejo empleado para un objetivo mucvo,
Se proponia detener Ja democracia politica de masas que se
habia puesto en marcha por los efectos de la Primera Guerra
‘Mundial y la Revolucién rusa, ¥ se habia acelerado por los
subsiguientes eambios sociales, econémicos y culturales de
las décadas de 1920 y 1930. En este sentido, el alzamiento
militar contra el orden demoerético y constitucional de la
Segunda Repiblica de Espafia fue el equivalente del golpe
de estado fascista que ocusrié tras la Hegada al poder de
‘Mussolini en Italia (1922) y Hilder en Alemania (1933), y
‘cuya intenciGn era también controlar manifestaciones simi-
lares de cambio social, politico y cultural
Be fre ecibimento ose en un pusblo aos qua Ratan can
pans favor dea weplion poco sts del decaracin dle Seguea Re
bin8 exer onan
‘Tal vez en principio resulte paradéjico que el choque en-
tte Io viejo y lo nuevo desoncadenara una guerra civil de-
clarada en una Espatia relativamente alrasada, Sin embargo,
cs imprescindible recordar que la esealada de golpe militar
4 guerra civil y después a una guerra «total» modema en la
que particip6 la gran mayorfa de la poblacién eivil depen:
di de forma crucial de Factores externos al émnbito espaiil
‘También es cierto que cuando los espaiioles atribuyen re
‘wospectivamente las causas de Ia guerra civil, suelen des.
cribir pensamientos y sentimientos que fueron generados
‘Por ia misma guerra. Pese a la difusién de ideas sobre «las
dos Espaiias» dispuestas a enfrentarse el 18 de julio de
1936, «nosotros» y «ellos» fueron categorias creadas por el
violento experimento de la guerra y no existfan como tales
antes’ de ella:
No obstante, incluso ei los dias posteriotes inmediatos al
olpe iilitar de julio y antes de que pudiera entrar en juego
cualquier factor internacional, ya vensan ocurriendo casi en
toda Espafia formas extremas de violencia intestina, cuyo
significado y relacién con el entorno nacional previo a la
{guerra es labor de los historiadores explorar. Tes Factores re-
sultaron cruciales. En primer lugar, el proceso de desarrollo
‘econdmico ocurrié tarde y de forma muy desigual en Es-
pata, Esta situaciGn propicié que en la década de 1930 el
zgolpe militar desencadenara to que en realidad fueron una
serie de guerras de cultura: cultura urbana y estilos de vida
cosmopolitas frente a una sociedad rural muy conserva-
dora; una ética humanista contra valozes religiosos més
conservadores; el autoritarismo contra las culturas de poli-
tica liberal; el centro contra la pevferia; los papeles de gé-
zero tradicionales contra la «nueva mujer»; incluso Le ju-
ventud contra la vejez, pues también hicieron acto de
presencia los conflictos generacionales. En segundo lugar,
nave mironn Ot coger ce 8
Ja fuerza con la que los elementos opvestos chocaron se de-
bi6 en cierta medida a la influencia cultural de wna sema
‘maniquea del catolicisme que segufa predominando en Es-
aia y afectaba incluso a muchos de los que habjan recha-
Zado de forma consciente el credo religioso-y la auioridad
Ge la Iglesia, En tercer lugar, puesto que el datonador de los
acontecimientos fue un golpe militar, también debemos
texaminar el papel que desempené el ejército y, en particu
far, el surgimiento de na cultura politica rigida e intole-
rante entre sus jefes y oficiales durante las primeras déca-
{das de siglo xX.
Decisivo para todos estos factores, pero en especial para,
el militar, fue la pérdida definitiva del imperio espaol en
1898, que privé al pafs de sus mercados exteriores protegi-
‘dos ¥, al hacerlo, impulsé un debgte intermitente y efico-
nado sobre emo tenfa que modernizarse la economia de
Espatia y quién debia soportar el coste. Los argumentos &
favor de la reforma iiterna esgrimidos por las elites indus-
ttialesrelativamente més progresistas —en especial, las del
sector textil cataln— lograron poco avance. Tan contra
los intereses de un sector agrario atrincherado que era ine~
vitablemente més poderoso en un pais cuya economia se-
guia basandose de forma predominante en la agricultura.
Los grandes teratenientes cuyas fincas dominaban la mitad
‘meridional de Espatia habrfan sido el sector de la elite mds
afectado por la reforma econémica y politica, Asimismo,
eran de cardcter inflexible; muchos eran los padres y her-
‘manos mayores de militares, grupos conocidos por su pro-
funda suspicacia ante el cambio,
‘La pérdida del imperio privé al ingente cuerpo de oficia
les, heredado de las guerras continuas del siglo xix, de
cualquier papel significativo en la defensa exterior. Al ha-
cerlo, Ia derrota imperial convirtié a los militares en un po-deroso grupo de presisn politico interno, resuelto a encon-
‘at un nuevo papel, a la vez que := guardaba de perder in-
_ges05 0 prestigio mientras tanto. Para sacarse el aguijén de
Iaderrota, entre los jefes y oficiales se extendi el poderoso.
ito de que los politicos civiles babian sido los inioos res-
ponsables do la pérdida definitive det impesio y, por to
tanto, poco podfan reclamar moralmente para gobernar el
pais, Esta creencia ya estaba bien arraigada en la época en.
que Francisco Franco, con quince afios, ented en In acade-
‘mia militar en 1907. Surgié una generacién de cadetes que
se contemplaban como los defensores de la unidad y jerar-
quia de Espaia, y de su hompgencidad cultural y politica,
algo ue crefan consustancial « la grandeza histérica del
pais. En realidad, muchos miembros de la elite militar dic-
ron un paso més, considerando su defensa de esta idea de
‘«Espafian un nuevo deber imperial y, de este mode, inter-
pretando al revés el sentido de la constitucién monézquica,
‘que definfa tos territorios colonials espafioles como pro”
vincias de la mets6poli. Lo pernicioso de esta nueva con-
cepcidn de Ia defensa imperial fue que pas6 a dirigirse contra
otros grupos de espafioles que sitmbolizaban los cambios
sociales y econémicos que se estaban produciendo en las
ciudades y centros urbanos.
Estos cambios fueron més lentos que en algunos otros
ppaises europeos, pero en Ta segunda década del siglo
Ja Espaila urbana ya estaba en marcha. Ciudades como Se-
villa y Zaragoza crecieron cuando la industria (si bien a
ppequetia escala) se expandié mAs allé de las zonas tradicio-
nnales del norte (minas de carbén, fundiciones de hierro y
‘cero, astilleros) y'el noreste (textiles catalanes). Afectada
de forme similar resulté 1a regién valenciana, donde Ia ur-
Dbanizaci6n y el desarrollo industrial veforzaron un anticen-
tualismo histérico (federalismo). Estos cambios econémi-
cos y €l desarrollo que conllevaron —como mejores com
inicaciones y transporte, asi como ia cizculaciGn relativa-
mente mis libre de idess nuevas— cre6 nuevos grupos
sociales: el sector profesional urbano y los obreros indus-
tmiales, ada vez més deseosos ambos de contar con una voz
politica. De este modo, ef orden tradicional, con su restr
ido derecho al voto, se vio sometido a una tension cre-
Ciente en la Espafia urbana,
ero existia otro pais sl que estas exigencias afectaban
‘mucho menos. Erin el campo y los pueblos de la Espana
profunda. La mayoria de los 20 millones de espafioles,
(21,303,000 en 1920) seguia viviendo en aldeas y pueblos
[pequefios. En el centro y el norte, #f grueso de la poblacién
qo constitaian pequesios propictarios 0 campesinos arrends-
tarios, en su mayor parte de medios modestos y algunos
‘muy pobtes, A esta sociedad rural la mantenian las pobla-
Clones de 1as ciidades agricolas o de mercado, habitadas
por una clase media provinciana de caracteristicas sociales
‘Smilares. Era un mundo rfgido, vinculado por les lazos de
Ia costumbre y la tradicién, en la que una forma conserva
dora de eatolicismo proporcionaba la lengua, los valores y
Ja cultura comunes, I estrecha relacin entre Iglesia y co-
‘muunidad en el centro y norte de Espasa quedaba consoli-
‘dada por el papel pastoral erucial que desempefiaban los
‘sacerdotes de los lugares. La Iglesia no solo proporcionaba
consuelo espititaal, sino también apoyo prctico, a menudo
fen forma de bancos de crédito rural que ofrecfan un recurso
Vital al pequero campesinado empobrecido, perpetuamente
lamenazado por las malas cosechas y temeroso de ser pres
fe los prestamistas, El deseo recfproco de la Iglesia y la.co-
‘munidad de protegerse una a Is otra provenfa de un temor
‘comin ante los sordos rumores de cambio y la identifica-
tién con tn mundo antiguo de orden y jerarquia muy apre-iado. Muchos se identificaban espectficamente con la mo-
narqufa como Ia forma de gobierno mas eapaz de proteger
‘ese orden. La jerarquia eclesistica se aferraba a esta idea
‘ho menos para evitar las consecuencias de Ia invasion del
Uberalismo politico y el pluralismo cultural, pues ambos
constitufan un desaffo ingente a su monopolio sobre la ver.
dad. En las primeras décadas del siglo xx, la Iglesia cat6-
lice ya se sentfa asediada en Espatia. No solo disponfa de
‘poca autoridad entre los obreros urbanos, sino que también
hhabfa perdido hacfa mucho tiempo a los abundantes pobres
dl sur, Los jornaleros agricolas del «sur profundo» consi
doraban a la Iglesia un pilar que perpetuaba el orden terra
teniente que los oprimf. El sur de Espasa estaba dominado
Por los latifundios, enormes fincas labradas por campesinos
sin tierras cuyas vidas eran una lucha constante contra el
hhanibre. El modelo de fincas inmensas en las que se culti-
‘vaba una sola cosecha significaba que los jornaleros depen
fan de una Gnica fuente de ingresos de la que no se dispo-
nfa més que durante parte del afo, en las €pocas de siembra
y recogida. En ausencia de cualquier prestacién de asisten-
ia pablica u otras formas de auxilio para los necesitados,
esta dependencia convertia casi en esclavos a los pobres sin
tierra, a disposicién de los terratenientes y administradores
de las fincas, Los jomaleros recibfan un trato brutal de los
capataces y la policfa rural, ii odiada guardia civil que dis-
Paraba a la gente sin trabajo que recogia bellotas y lela en
las tieras de Tos latifundistas, El hecho de que el sacerdote
dll lugar se aliara siempre con el terrateniente y el cabo de
Jn guardia civil hizo de los jomaleros feroces anticlericales
Y convirti a la religiGn en el sur en un tema divisorio en la
politica y la clase social. El abuso sistemtico contca los
‘desamparados hizo endémica la violencia en esta sociedad
rural tan reprimida, Pero las periddicas revueltas de escla-
vos protigonizadas por los jomsleros eran reprniidas con
{evita por Ia poles, no'menos tas Ia Primera Gera
fonda] que en fs eriodos anteriores,
“on embargo, en la Espafia urbana, ia Primera Guerra,
Mondial fue, om en oto ligaes de Europ, el detonate
Crucial del camo social. Espata vo partici militar.
sent, pero Ia guerra produje tanto un auge econémico
Como formas severas de inflaciony desariculacign social
ue afectaron de modo dristica a ios sectores mas pobres
dh la sociedad, tanto ruraes como urbanos, No obstante,
foe en la Espa urbana donde le protest socal eslant
Cons alarmeralor grupos dla eit, qve ahora com
tSmplaron Ins protests suttonas a taves de a lente dela
Rovelucon rua El gpicentro dela smenaza ora ia Barce-
Inna scojen. Pero para la case digenteeoptoln el expes-
tro no era el bolehevismo, sino el poderoso movimiento
necosiniclista la CNT, comprometda con a necén d-
yesiny 4 menudo Violeta conta los empress intansi-
ees que conspitaban con las aoidades maltese in
Chuso en tn caso tistementefamoo, con un general del
tjerito ue era goberador civil ce Barcelona, para sses-
tara los diigentes sindcaes dela CNT. En 1923, cl gene
‘al Miguel Pino de Rivera lle a cabo un gope militar
‘suaven para acaba con la agitcin bora en Barcelona
$y reimplantar el orden conservaderen toda Espa, goipe
Que fe bien eibdo pore monareareinante, Alfonso XI,
Suen pare los problemas de gobiemo ere sparta Se
Ins softlones militares que de las consttcionses,
Tl aoge econo Ge dead de 1920 también allans
ai paso ala dictadura, pero al mismo tempo dicho soge in
tenis las demandss de teformaspotcts de los setores
tranos de case media. Queran derechos consiuconales
como defensa desis interes contac! poder abitearo deldictador. Los partidos politica: cranilegales, pero en la dé-
ceada de 1920 comenzaron a proiizerar las asociaciones pro-
fesionales —de maestros, empieados de correos y médicos,
‘entre otr95—, un proceso que en la préctica hizo republica-
‘nos a sectores de la clase media espafiola en sa bisqueda de
derechos politicos. Asimismo, \ azeleracion de la emigra-
tidn a las ciudades en condiciones de bonanza econémica y
Iadifusin de la radio entre los sectores metropolitans cul-
tos incrementaron de forma drdstica la distancia entre ia
Espafia urbana y el campo y los pueblos de la Espafia pro-
funda.
‘También podfa vislombrars= que la modernidad se iba
abriendo paso en las propias contradicciones de la dicta-
‘dura, A pesar de que a Primo de Rivera se le baba enco-
‘mendado restaurar el orden conservador, también decidié
fevar a cabo diversas reformas clave en el ejército y en la
esfera de los derechos laborales. Pero incluso una dictadura
militar se encontr6 bloqueada en dicho objetivo por los in-
tereses corporativos del ojército, mientras que, por su parte,
las elites terratenientes frustraban Ia extensién de reformas
sociales basicas para las masas empobrecidas del sur rural.
‘Cuando la oposicisn del ejército acabé derrocando a Primo
de Rivera en enero de 1930, el mismo rey se vio en apuros.
‘Con tin mar de fonda de sentimiento republicano en Ia Es-
pafia urbana, la Iglesia cat6licn era la Unica institucién del
fantiguo régimen que respaldaba a 1a monarqula de forma
inequivoca, Por paradéjico que parezca, el recuerdo de los
ppeligrosos elementos innovadares de la dictadura tal vez
propiciara que los grupos de elite cqnsideraran menos grave
Ja petspectiva de una Reptblica, En efecto, cuando esta se
seclar6 el 14 de abril de 1931 de forma pacifica, puede que
ineluso se la juzgara un medio sil para aplacar a a opinién.
popular representada por Ias multiaudes jubilosas que Hena-
ban ls calles de Jas grandes cindades. Pere quienes cvefan
(que la Repiblica no dejaria de ser lo de siempre —el orden
olitico de la monarqufa sin rey— stfrieron pronto un de-
Mengafo. El primes gobierno republicano estaba zesyelto a
dotar al nuevo régimen de un contenido de politica refor-
{mista que efectuarfa una redistribuci6n fundamental del po
Ger econéimico y social en Espafa
“Los que apoy'aban un programa de reformas constitufan
{dos grupos bien definidos. En primer lugar, estaban los re-
publicanos de i2quierda, una clase politica de abogados y
profesores en su mayorfa que formaban grupisculos y m0
[Brandes partidos, Debido precisamente a que catecfan de
Jafluencia electoral en el que ahora era un sistema politico
‘basado en el sufragio uaiversal, los republicanos requerian
cLapoyo del segundo grupo: el movimiento sociaista (par-
{ido politico y sindiesto). Organizacion politica modersda
¥y reformista desde au fundacién, los socislistas eran el
tinico movimiento politico de masas en Espafia cuando se
fdeclaré la Reptiblica, Mientras ellos se centraban en la re-
Forma social y deseaban introducir un estado del bienestar
minim, los abjetivos de los republicanos eran la reforma
festractural, Se consideraban los herederos de la revolucién
‘de 1789 de Francia y pretendian abrir Espafia a Europa, e2~
lizando la modemizacién econémica y cultural segtin el
modelo francés en cuatro aspectos cruciales: reforma de a
propiedad de la tierra, educacién, relaciones Estado-Igie~
sia ejército.
‘La reforma agraria aspiraba a crear en el sur de Espaiia
tun campesinado de pequeios propietarios Ieal 8 1a Rept
blica, cuyo poder adquisitivo en aumento también propor
cionaria un mercado interno que estimularfa el desarrollo
industrial, Se iban a separar Iglesia y Estado, y se retirarfa
paulatinamente la subvencién al clero, eon lo cual se libe~rarfan recursos para financiar un sistema naciorial de ense-
‘tanza primaria no religiosa mediante el que se crearia la
naci6n republicana. La reforma militar pretendia poner al
|jército bajo el control civil y constitucional. La reduecién
del exceso de oficiales también recortarfa la factura de los
sueldos y, de este modo, se generarian mas fondos para aco-
meter la reforma estructural, Todas las reformas republica-
nas, asf como la legistaci6n de asistencia social de sus cole-
{as socialistas, se haban concebido para aumentar Ia
democracia econémica como prerrequisito esencial para
establecer la democracia politica. Los republicanos de iz-
4quierda eran sobre todo constitucionalistas, si bien com-
prendian que habfa que incluir a muchos més de los despo-
sefdos econémica y socialmente antes de que se pudiera
cconsolidar en Espafis tn estado de derecho. Pero compren-
der una situacién es una cosa, y disponer del poder reque-
rido para levar a cabo Ins medidas necesarias, otra muy di-
ferente.
El programa republicano de reforma estructural era in-
‘mensamente ambicioso. En realidad, era casi sin lugar a
dudas demasiado ambicioso pretender abarcar tanto al
mismo tiempo. ¥ lo que es atin peor, se hizo el intento en
‘un momento de crisis econdémica mundial, cuando el nuevo
gobiemno soportaba Ia carga de Ia deuda correspondiente a
ladictadura de Primo de Rivera. Pero también es compren-
sible que los republicanos y socialists pensaran que no ha
bia tiempo que perder; hacia medio siglo que las fuerzas
progresistas no estaban en el poder, y entonces no habia
sido mAs que por breve tiempo, en.ia Primera Repablica
de 1873. Asi pues, la acumulacisa de reformas que se
crefan imprescindibles (de nuevo en comparacién con Ea
ropa) era considerable. Sin embargo, la complejidad inhe-
rente a la reforma estructural, combinada con las dificult:
des que tuvo el gobierno para encontrar personal experi-
‘mentado —tampoco nada sorprendente, dada la larga ex-
clusi6n del poder suftida por la izquierda— no hizo més
{gue sumarse & los problemas que se iban acumulando con
rapidez en el nuevo horizonte politic.
Porque era inevitable que Ias reformas suscitaran oposi-
ciGn entre las elites tradicionales de Espanta, La respuesta
de la jerarquta eclesistce fue de tono apocaliptica incluso
antes de que la Repéblica hubiera comenzado a hacer polt-
tica, La carta pastoral emitida por el cardenal primado et
primero de mayo de 1931 contenfa ua sesméa monérquico
incendiario que provocé que el gobierno le exigiera aban-
Bl primer manifeate de los militares sablevados, ansmli por
‘noo dete Martccesenelotentn dea stalin pace constr
FE bian Pia, ba queria de Ezpahe enous docamency, Borclons, Baines
GP, 1968, pgs 1113
cconstitucional al ejército, sino que también les resuttabe
tne affenta a sus principios ultracentralistas. Porque tos 16
ppublicanos y los socinlistas, a pesar de ser bastante centra
Tistas, estaban dispuestos a conceder cierto grado de auto-
nomia politica a as nacionelidades hist6ricas el Pais
Wasco y Catalua como un ejercicio de construccién del 1é-
spimen y buena fe democritica,
Pero dejando a ua lado Ins cuestiones de cultura e ideolo-
fa politica, un tema no menos crucial para los jévenes of
Eiales del ejérito ern el de los sueldos y las perspectivas de
hacer earera, Las reformas republicanas reducirian ambos de
forma inevitable, Incluso la dictadura militar de la década
de 1920 habia salido mal parada cuando habia tratado de in-
terferir en las presrogativas militares, lo que no auguraba
nada bueno para los despreciados politicos civiles —republi:
ceanos por si fuera poco— que pretendian reformar e ejército
de frente. Al final, el golpe de julio de 1936 encontraria a sus
seguidores més firmes en esta clase de oficiales jovenes que
{ban a perder més desde el punto de vista material y ademés
se mostraban muy hostiles ante la idea de que bubiera una
‘democracia plural, Pero los temores de estos oficiales, por
‘cuestiones estrictamente profesionales, no fueron mAs pro-
fundas en 1936 de lo que habian sido en 1932, cwando se in-
tent6 una primera rebeli6n militar sin &xito. Tampoco el tono
apocalfptico era necesariamente superior de lo que lo habia
sido antes, Era evidente que algo habia cambiado, aunque no
tenfa mucho que ver con los militares. Lo que acabaris «at-
‘mando» el golpe militar de julio de 1936 fue el surgimiento y
esarrollo de la oposicién politica a las reformnas republica-
ras en los sectores civiles de In sociedad espatiola.
‘As{ pues, la resistencia a Ia reforma no provino solo de
las elites tradicionales de Espaiia, La gente de clase media
del centro-norte conservedor también comenz6 a alzar st2» ues coarse
voz contra la nueva Repiblica. Este hecho tave mucho que
‘ver con la Iglesia. Las reformas secularizadoras de la Repsi-
blica contrariaron los profundos sentimientos catélicos de
esta xegién. Siempre iba a existir oposicién eclesifstica a
‘medidas como Ia separacion de la Iglesia y el Estado, pero
Io que provecs el mayor descontento popular fue la interfe-
rencia de la Republica en la cultura cat6lica que confor-
‘maba las identidades sociales y la vida cotidiana; por ejem-
plo, molesté que las nuevas autoridades restringieran las
[procesiones religiosas 0 os toques de campanas de las igle-
sis, asf como su injerencia en las ceremonias y celebracio-
nes organizadas en torno a los santos del lugar 0 las advo-
caciones marianas. Era un mundo de devociones intimas y
familiares, pero también de fervor comunitario, en el que
Jas emociones sentidas con tanta intensidad tenfan que ver
‘por igual con el apego a un modo de vida y un lugar espect-
fico (la patria chica), y con la fe religiosa. O mejor dicho, Ia
Jealtad a estas cosas era indivisible.
El renscer religioso desempeté un papel tan significa
tivo en la oposicién popular al nuevo régimen debido a que
estos mundos locales se sintieron amenazados por la re-
forma republicana, pero también por procesos mayores de
cambio social y econémico acelerado de los que se consi-
deraba que formaba parte la Reptblica. En 1931, en Ez~
kkioga (Pais Vasco) hubo mievas apariciones marianas de
Is que informé la gente. Siguieron grandes peregrinacio-
nes. Como muestra la historia social europea de los s
los XIX y 20%, las visiones religiosas tienden a ocurrir en
Epocas dé convuisiones trauméticas. Los desencadenantes
‘comunes son las crisis econémicas, las epidemias, la guerra
yy la persecucién politica. Aunque no suele ser un proceso
‘consciente, la religion adquiere entonces un potente signifi-
‘cad adicional como defensa contra las cosas nuevas y aterra~
oras. La retirada progresiva del sueldo al clero secular que
llevé a cabo la Repsblica también enajend a muchos de los
ccucas més pobres que no tenfan por qué baber sido enemi-
{g08 ireconciliables. Pero 1a movilizacién eatélica en la Es-
ppafia de la década de 1930 1a realizaron sobre todo perionas
Inicas que, mucho antes de la guerra civil, sintieron el com-
promiso.de participar en una cruzada para defender un
‘modo de vida en peligro. Ocurrié Io mismo en las zonas
nds aisladas del norte de Navarra, doade los carlistas cuasi
teocréticos, opuestos radicales a toda manifestacién de mo-
ernidad social y cultural, entrenabsn a sus milicias, o entre
Jn juventud catélica de las cindades provineianas e incluso
de las grandes ciudades, que se convitti6 en activista de las
nuevas orgenizaciones de musas de la derecha, Por paradé-
jico que resulte, en esta movilizacin se incluta el apoyo
el voto para las mujeres, mientras que los republicanos de
izquierda se mostraban mucho mAs hosties al sufragio fe-
‘menino al ereer que la mayor influencia del catolicismo en-
tre les electoras brindaria un voto en blogue para los parti-
os conservadores. (Las mujeres votarfan por primera vez
en Espafia en noviembre de 1933.) Sin duda, el tema reli-
_gioso podia manipularse, como de hecho lo fue cuando los
grandes terratenientes del sur lograron usarlo para movili-
zara 10s pequefios propietarios pobzes del centro-norte con-
tra la reforma agraria, que solo dafiaba sus propios intere-
ses. Sin embargo, la politica del conservadurismo popular
sdemasas fue algo més que el resultado de la manipulactén de
Inelite, No obstante, también es cierto que las formas pol
ticas de esta nueva movilizacién conservadora hubieran
sido inconcebibles sin laredes asociativas bien establecidas
de ia Iglesia catolica en Espatia.
‘Los republicanos lograron el peor de los mundos. Legis
Jaron para excluir e les érdenes religiosas de Ia enseianza,2 seas ox
creyende que representaban una barrera insuperable para
Ia creacién de tna nacin republicana en Espatia, Pero en la
pdction, como resultado tanto del subterfugio como de las
SemorasTegales, dicha exclusién tracas6. Cuando estall6 1a
guerra civil en el verano de 1936, todavia no habia habido
tin petiodo de gobierno republicano en el que el personal
religioso hubiera dejado de ensefiar en Espaiia, Pero en el
intento de esa exclusiGn, los republicanos habian movil
‘zado en su contra una poderos coalicin de fuerzas conser-
Vadoras, Ademds, dadas las restrieciones presupuestarias,
uesta apreciar cémo ta Republica podria haber reempla-
zado por completo a corto plazo el papel de la Iglesia en la
feducacién primaria
‘La secularizaci6n republicana fue, as{ pues, poco politica,
‘mal planeada y contraproducente, Algunos comentaristas
también han sostenido que era cuestionable desde el punto
de vista ético, ms atin cuando la Repdblica haba basado su
‘propia legitimidad en los principios constitucionales. Pero
po est tan claro, La polémica sobre la secularizacién sigue
tstando vigente en las sociedades occidentales del siglo 20a,
fiberales en politica y pluralistas en materia de cultura, pero
‘pocos osarian sugerir que por ello se niegan sus credencia~
{es constitucionales, Ni el eiberalismon, ni el «constitucio:
nalismo», ni la «democracia» son conceptos que flotan li-
‘res; todos tienen que entefiderse y examinarse en contextos
hhistéricos especificos. A los conservadores cat6licos espa:
Fioles de la década de 1930 les enfurecia que sus credos ¥
précticas fueren limitadas, pero ellos tamnpoco contempla-
ban el concepto de derechos civiles y culturales dentro del
Estado espatiol para quienes profesaran otras religiones, y
‘mucho menos para los ibrepensaclores 0 ateos.
‘La maxima ironia politica es que la derecha espafiola de
1a década de 1930, que era radicalmente hostil a la nociéa
de cambio demoerdtico progresista, aprendid a actuar con
fan 6xilo en el nuevo entorno politic de la Repabiica pare
poner freno a dicho cambio, La izquierda politica, por su
‘Davie, resulté mucho menos habil. ,Por qué fue asi?”
‘Desde el principio, In izquierda sufeié la desventsja que
suponfan las grandes diferencias ideol6gicas existentes eo-
fie sus partes constituyentes, La mayor de todas era la bre-
cha entre el movimiento parlamentario socialista y ia CNT,
snarcosindicalista y antiparlamentaria, Estas diferencias no
strbaban en el voluatarismo o el empecinamiento, como
te natraci6n histérica habitual da a entender con tanta fre
cuencia, Su isreductibilidad era mas bien resultado de las
texperiencias potiticas, econdmicas y culturales tan diferen-
tes de los grupos sociales de iaquierda en un pais con un
‘desarrollo tan desigiial. Por ejemplo, la accién politica di
recta apoyada por muchos anarcosindicalistas se enco-
rend6 de inmediato a los jarnaleros y teabajadores sin ofi-
Cio, cuya falta de poder de negociacién e indefensién social
hieleron que las promesas socialistas de cambio gradual a
leaves de las umas parecieran muy improbables, cuando no
Magamente increfbles.
‘También enfrent6 a los republicanos y los socialistas fa
enorme brecha entre la autoridad politica y el poder real. EL
‘nuevo gobierno estaba investido de legitimidad por el pro-
ceso electoral democritico. Podia aprobar legislacién eu las
Cortes, pero su puesta en practica posterior mis alld de di
cha institucién era un asunto muy diferente, Parte del pro-
blema era la falta de personal cuslificado, pero una dificul-
tad mucho mayor era la oposicién consolidada de las elites
{que no habfan perdido nada de su poder social o econé-
mmico. Ocurria sobre todo en el sur, donde los grandes terrs-
tenientes llamaban a a guardia civil para castigar a los
‘obteros reealeitrantes después del 14 de abril de 1931 igual{que Jo habfan hecho antes. El personal de Ia poticfa no ha-
‘bia cambiaco y, por lo tanto, seguia enredado en relaciones
clientelares con Ins elites locales, Los terratenientes tam-
bign se negaron a reconocer piezas cruciales de la legisla
cidn redistributiva de asistencia social, egando en la préc~
‘ica al «pero patronal» al dejar las tierras sin cultivar. Los
esbirros de Tas fincas imponfan la violencia —a veces con
resultados fatales— a los dirigentes sindicales que acudien
pata controlar las nuevas medidas. La temperatura politica
en los campos del sur aument6 debido al mezo hecho de
ue el nacimiento de 1a Republica habsa suseitado expecta
tivas entre los pobres y los desposefdos. (Si para muchos
‘eatélicos la Reptblica era el Anticristo, esa gente la conce=
‘bia como uma fuente de salvacién mesiénica.) Pero la ten-
sia también surgi debido al pronunciado afin de ven-
xganza de los enemigos de la reforms, que lanzabsn a los con
frecuencia (todavia) desempleados y hambrientos pullas ta-
les como «comed Replica
La frustracién de las aspiraciones populares de cambio
social produjo desilusién no solo entre los campesinos sin
ticrras ni trabajo del sur, exasperados por la perduracién de
Jas antiguas relaciones de poder, sino también entre los sec~
{ores obreros de Ia Espatia urbana. Alli los efectos de Ia de-
presiGn estaban comenzando a hacer mella. Aumentaba el
aro, sobre todo entre los que carecfan de cualificacién,
‘como los peones de albafil, que habfan acudio a las ciuda-
des en Ios affos de bonanza de la década de 1920. Muchos
vivian ahora por debajo del umbral de subsistencia. Pero la
capacidad de 1a Repdblica para mitigar la situacién me-
diamte la asistencia social era limitida, Eran fandamental-
‘mente los republicanos y no los socialists quienes contro-
aban la politica financiera, y eran monetaristas mas que
keynesianos, El nico émbito politico en el que estaban dis-
r
sve mETONA BELA OVER cont as
‘puestos a gastar era en educacicn, para lo cual pidieron cré-
Gitos considerables con el fin de financiar su programa de
construcci6n de escuelas. En términos relativos, el gobierno
‘epublicano-socialista hizo mas para prestar asistencia so-
cial que ningsin otro anterior. Resulta irdnico que debido en
parte al enorme grado de expectacién popiilar que suscit6
Ja Repiblica, este logro se interpretara como un fracaso po-
Iitico, Pero también hubo desevenencias politicas debido a
Ia dura politica de orden pilblico aplicada por el gobierno
republicano, cuyo peso sentian sobre silos pobres y margi-
pados. Mientras que en las Cortes a derecha se quejaba sin
cesar del déficit de orden pablico bajo la Reptiblica, 10s pa
rados y los obreros de sectores marginales podian contar
tuna historia muy diferente. En numerosas ocasiones noto-
sas, en lugares urbiinos y rurales de toda Espati, las fuer-
zas de seguridad republicanas chocaron fatalmente con los
‘rabajadores que protestaban: en Castilblanco en diciembre
de 1931; en Amnedo (Logrofio) y Llobregat (provincia de
Barcelona) en enero de 1932; y en Casas Viejas (Andalu-
cia) en enero de 1933, Bajo estos incidentes destacados
yyacia una experiencia cotidiana de represién y exclusién.
‘La nueva fuerza de poticis urbana creada por ia Repdblica
desabuciaba a quienes no pagaban el alquiler y, en respuesta,
alas quejas de los comerciantes y la Cémara de Comercio,
limpiaba las calles de vendedores ambulantes que ofrecian
comida barata a los pobres y marginados. Tales incidentes
reforzaron los reproches que hacfan a la Repdblica los ert
cos dela izquierda radical —en especial, Ios anarquistas—
de que nada habie cambisdo, que el Parlamento y Ia re-
forma legislativa eran una farsa que jamés beneficiarfa a
Jos que no tenfan nada, Con la reforma bloqueada en las,
distintas localidades y la depresi6n cobrandose victimas en
1a Espafia urbana y rural, comenzaron a revelarse las ten-os neu cnanane
siones que pedecia la democracia constitucional. Bra diffe
ppara la credibilidad republicana exigic respeto a las reglas
{de juego a quienes a diario resultaban exckuidos de él al ne-
gitseles sus derechos sociales y econémicos como ciuda-
anos, Ademés, eran derechos que se suponian garantiza-
dos por la Constituei6n y Ia ley.
La situacién empeor6 cuando las divisiones de la iz~
aguierda propiciaron la vuelta al poder de un gobierno con-
servador en noviembre de 1933. Las reformas se paraliza-
ron, Las elites se propusieron seducir incluso el pequefio
cambio redistributive que se haba impulsado en el pafs. En
este contexto de ira y frustracién explosivas ante el ataque
contra la reforma debemos entender Ia organizacién de
hhuelgas y protestas de 1934, La politica la Tlevaron a las,
calles de las ciudades tanto los movimientos de Ias juventu-
‘des de la izquierda como los jévenes catdlicos, conservado-
128 y fascistas. No solo estaba cambiando el espacio de Ia
politica espafiola; la movilizacién de Ia juventud por todo
fl espectzo politico —y de las mujeres j6venes en particu-
Jar— estaba transformando su naturaleza misma.
La frustracién de la iaquierda culminé en octubre de
1934 con el intento de lanzar una buelga general revolucio-
naria, que perdi {mpetu incluso en Madrid, donde los sec-
tores radicalizados del movimiento de las juventudes socia-
listas habfan tomado la iniciativa, Pero la zegién asturiana
de 12 minerfa del carbén, marcada por su historia de rela-
ciones conflictivas entre obreros y patrones, y muy gol-
ppeada por la recesién, exploté en wns rebelin armada. Los
:minezos resistieron durante dos semanas, pero sus aldeas
‘fueron bombardeadas por la avinci6i, y 10s pueblos coste-
+08, por la armada, con Jo que fs valles acabaron tomados
porel ejército, Siguié una extensa y dora represi6n por toda
Asturias en la que el general Franco, como cabeza de facto
del Ministerio de Guerra, desplegé tanto a tropas mito:
iguies como a la Legiéa Exwranjera, por miedo a que lo: te
Glutas espaftoles acabaran apoyando la rebeli6n de los
Imineros y obzeros, Se suspendieron las garantias constitu-
Cionales en Espaiia entera, La repercusién en la izquierda
fue catast6fica, Treinta mil personas fueron encarceladas,
yy muchas de ellas, torturadas. Se cerraron las instalaciones
{e los partidos y los sindicatos, y se silencié a la prensa de
la izquierda, Se derrocaron los ayuntamientos socialistas,
los funcionatios de opiniones liberales 0 izquierdistus Tue
ron discriminades, y en todas partes los empresarios y ad-
ministradores sprovecharon Ia ocasi6n para despedir en
rasa alos sindicalistas y militantes de izquierda.
‘Los historiadores suelen citar los acontecimientos de oc-
tubre de 1934 como’ prueba de que no se podia confiar en
{que la izquierda espafiola actuara segtin ls reglas democri-
ticas. Pero esta valoracién no toma en cuenta la complefi-
{dad de los hechos que condujeron ala situaci6n de octubre,
¥y no menos el mismo desacato de la ley por parte del go-
‘biemo conservadar a fin de frenar o invertir a reforme social.
‘También pasa por alto la leccién obvia que cabe extraer de
Jo que sucedi en Asturias: que, de hecho, Ia izquierda no
tenia mas opcién que empefiarse en lograr el cambio social
a través de los canales parlamentarios legales. Porque no
rpodia imponerse en ninguna demostracién de fuerza fisica.
‘Asi lo indicaba la historia de las confrontaciones entre
obreros y el Estado desde 1931. Tras octubre de 1934 qued
claro no solo para los dirigentes socialistas espafiles (in-
cluso para quienes continuaban empleando una ret6rica ra
ical con fines estratégicos), sino también pare un gran nt
‘mero de los ciudadanes corrientes que los apoyaban. Esta
toma de conciencia y la percepcin de que era necesaria la
unidad politica de la izquierda dio origen @ una nucva coa-licién electoral de fuerzas progresistas que gané las elec-
ciones en febrero de 1936 con un programa que defendia
aprobar de nuevo las medidas de reforma parlamentaria,
de 1931-1933,
Fue en este momento cuando los militares tomaron car-
tas en el asunto, No para impedir la